Elvira Lindo, “España era mucho más tolerante”, en El País, 11 DIC 2016:
El director manchego recuerda sus primeros años en Madrid, su infancia y la muerte de su padre
A unos metros del Hotel Baccarat de Manhattan ruge el amenazador dispositivo de seguridad que protege al nuevo presidente en la Casa Trump, pero Pedro Almodóvar tiene razones para estar satisfecho. El MoMa ha dedicado una retrospectiva a su obra; The New Yorker lo celebra convirtiéndole en personaje central de la revista y un nutrido grupo de admiradores, de Kate Blanchett a John Turturro, acudieron a la cena que el museo organizó para celebrar a un cineasta al que impulsó y mimó casi desde el principio.
-El Moma me acogió desde “Qué he hecho yo para merecer esto”, me introdujo en esta ciudad tan parecida a la yo veía en los tebeos de Superman.
-Hay mucha gente que cuando ve mis primeras películas, me dice, ahora no podrías hacerlas. Yo me atrevería, pero la reacción contra ellas sería brutal.
-España era infinitamente más tolerante en los 80, ni siquiera era una postura política sino el modo mismo de vivir. Estábamos estrenando la libertad. La España franquista, que podía haber reaccionado en contra, estaba metida en su casa, medio atemorizada.
-Mi catetismo desapareció con la felicidad de sentir que había llegado al lugar al que pertenecía, Madrid. Uno descubría que la ciudad estaba hecha por todos los forasteros que veníamos a conquistarla.
-Iba por la M30, veía las colmenas ilimitadas del barrio de la Concepción, y percibía que visualmente tenían una fuerza descomunal. Reconocía como míos esos barrios llenos de pueblerinos. Del neorrealismo italiano había aprendido cómo lo suburbial se convertía en arte. Había otra cuestión latente, la conciencia social: yo pertenecía a esas familias.
-Mis pintas eran un escándalo cuando volvía al pueblo. Era terrible sentir cómo tu familia pasaba malos ratos porque tenías pluma y vestías hiper moderno. Temía poner a mis padres en evidencia, pero hay un momento en el que has de elegir entre agradar a tu familia o ser tú mismo.
-He tenido una mala relación con los recuerdos de infancia. No he podido hacer una película acerca de lo que significa ser un niño diferente en un pueblo.
-Tenía 30 años cuando murió mi padre. Sentía lo mucho que me quería, pero también su enorme extrañeza hacia mí. La única conversación real la tuvimos un momento antes de que muriera, cuando me encomendó a Agustín. Me dijo, “ocúpate del niño”. Me encantaría que tuviera ocasión de ver que el niño me ha acompañado todos los días de mi vida.
-Yo era un niño espectacular, no paraba de hacer cosas llamativas. Cantaba en latín, declamaba: en el internado, por las noches, aquellos curas me ponían a leer a los internos las vidas atroces de los santos.
-Al principio, hubo grandes prejuicios contra mí en las esferas artísticas, me consideraban una absurda. Yo compatibilizaba dirigir con ponerme una bata de boata y salir en el Rockola a cantar, que es una experiencia que le recomiendo a todo el mundo antes de los 50.
-Nosotros fuimos la reacción a la estética progre de los 70 que, por otra parte, veo recuperada ahora mismo para mi asombro.
-Vivir en Madrid en plena explosión democrática fue un regalo. ¿Cómo se lo vendes eso ahora a las personas que tienen 20 años? No me gustan las idealizaciones, pero aquello no fue un espejismo: lo vivimos.
--En nuestro mundo nocturno la política no aparecía, pero esa defensa de la frivolidad y el hedonismo eran en sí mismos una postura radical.
-Es agotador que hoy todo esté en entredicho en España. En 2004, comenzó un período en el que la espontaneidad desapareció y dejó de permitirse la ironía. Yo desconocía que vivía en un país en el que la derecha tenía tal fuerza. ¡Toda la vida luchando contra la dictadura de “el qué dirán” y mira dónde estamos!
-Aquí me encuentro más relajado, sí, no padezco esa especie de vigilancia que me obliga a estar alerta ante lo que digo. Y qué te voy a decir: es una pena.
Una pena, ciertamente, porque cuando Almodóvar se soltaba la melena, ay, era un festín para los periodistas
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