miércoles, 1 de abril de 2020

Henry David Inglis, un escocés por La Mancha en 1830.

A pesar del interés que se le atribuye a La Mancha por su relación con Don Quijote, no es país para quedarse. Hay pocas bellezas románticas en La Mancha; es principalmente un país vinícola y produce en otras partes maíz, aceite y azafrán; pero tiene pocos encantos para el viajero que ama lo pintoresco y lo bello y, aunque el camino toca dos o tres puntos donde Cervantes ha establecido la escena de ciertas hazañas del valiente caballero, el campo principal de estas se encuentra más a al este. Además, el interés que la historia de Don Quijote ha suscitado sobre La Mancha es tan visionario, que la mera conciencia de pasar través de La Mancha le da toda la fuerza y ​​realidad de la que es susceptible.

Quedaban más de tres horas para el momento en que debía partir la diligencia, y todos los pasajeros se retiraron a la cama; pero no vi ventaja alguna en ir a una cama mala para ser sacado de ella justo cuando uno podría comenzar a ser insensible a su maldad; en consecuencia, me senté hasta la una, cuando tomé asiento en la diligencia. Antes del amanecer, pasamos por dos pueblos pobres, La Guardia y Tembleque, y llegamos a desayunar a Madridejos. Como el desayuno no estaba listo, paseé por la calle y el mercado y, siendo un domingo por la mañana, todos los campesinos deambulaban y hacían sus compras; parecía casi una población de mendigos. Incluso por lo tocante a los mejores campesinos, con sus viejas capas marrones y sus pequeñas boinas negras que se ajustan a la cabeza, transmitía una idea miserable de la respetabilidad en las gentes en Castilla: ¡qué opuesto a la población del pueblo en el que me detuve un domingo por la mañana, en Vizcaya! El posadero de la posada donde desayunamos era anteriormente Alcalde de la ciudad y era conocido por haber estado en ese momento conchabado con los bandidos que infestaban esta parte del país. Todavía se podía decir que era un ladrón, en cierto sentido, porque me obligaron a pagar doce reales por una taza de chocolate y dos huevos. De Madrilejos a Puerto Lapiche no hay nada interesante. La desnudez del país se alivia en cierto grado por los planteles de olivos; pero el suelo es generalmente estéril e improductivo. La agricultura en todos estos distritos, incluidas aquellas partes de La Mancha que no están dedicadas a los mejores vinos, se encuentra en el estado más bajo: la indolencia natural de los habitantes se ve favorecida por los viejos prejuicios y las ridículas prácticas de siembra a las que no están de ninguna forma dispuestos a renunciar. Entre estas, una de los más perjudiciales para la tierra es la supuesta necesidad de permitir que el estiércol animal se pudra antes de aplicarlo al suelo: así vuelan los valiosos gases y solo se queda la fibra vegetal. Los habitantes de esta parte de España deben tener especial cuidado en que su estiércol se aplique de una manera más efectiva, porque poseen muy poco. La mayor parte de la ganadería manchega y de partes del sur de Toledo se realiza con mano de obra; todo el trabajo animal requerido es realizado por mulas, y en toda la Mancha apenas se puede ver ganado con cuernos. 

Otra causa del estado deprimido de estos distritos es que en La Mancha y las provincias vecinas, pero en especial en La Mancha, hay inmensos tramos de tierras de la Corona cuyos ingresos se asignan para subvencionar el ejército y otros; estas tierras son administradas por mayordomos de la Corona que roban a la gente, engañan al Tesoro y, de hecho, convierten todo ingreso en su propio engrandecido peculio. 

En Puerto Lapiche estamos en La Mancha, y es en este lugar, o al menos en su vecindario, donde Cervantes escenificó la famosa aventura con los molinos de viento, porque fue inmediatamente después de su desafortunada terminación que Don Quijotte y su escudero se acercaron a Puerto Lapiche. Era imposible mirar hacia la izquierda y no ver algunos molinos de viento en una pequeña elevación sin recordar el tono caballeresco y el porte heroico del caballero de La Mancha. "¡Non fuyáis, cobardes y viles criaturas! Porque es solo un caballero el que os acomete." Un poco más adelante, un rebaño de ovejas pastando al pie de una colina naturalmente me recordó otra aventura del héroe de Cervantes. "Este, ¡oh Sancho! es el día que manifestará las grandes cosas que me depara la fortuna, ¿ves esa nube de polvo delante de nosotros? Todo esto es levantado por un vasto ejército, compuesto por varias e innumerables naciones que marchan de esa manera. "

Entre Puerto Lapiche y Manzanares, pasamos por Villaharta, un lugar que atestigua en sus ruinas y miseria los efectos desoladores de la guerra, y también nos detuvimos un rato en la venta de Quesada, bajo la cual se supone que fluye el río Guadiana. Es cierto que el Guadiana se pierde unas dos leguas a la izquierda y emerge nuevamente a poca distancia a la derecha de esta venta. Al acercarnos a Manzanares, la apariencia del país mejora: una brillante puesta de sol lucía en el paisaje dando gran riqueza a los campos, que estaban cubiertos por la flor azul del azafrán, y tocaba con alegría y ligereza incluso el verde no refrescante de las aceitunas, que, en largas y rectas avenidas, cruzaban la amplia llanura. Manzanares es un lugar de cierto tamaño y de pobreza proporcional. Casi toda la tierra circundante pertenece a los caballeros de Calatrava y al duque de San Carlos, que posee amplias bodegas en el vecindario de Valdepeñas. El propietario de la posada, un buen anciano de setenta años, solía recibir una comisión por enviar el mejor vino del país a su difunta Majestad, cuando el Príncipe Regente; me hizo probar un vaso de su elección, que no encontré en absoluto inferior al que bebí de la bodega del Rey, en San Ildefonso. 

En Manzanares, dejé mi asiento en la diligencia, asegurando el viaje del día siguiente en una pequeña calesa y dos mulas fuertes, por las cuales esperaba ser conducido al pie de Sierra Morena. Si hubiera ido con la diligencia, habría debido pasar por todo el país intermedio y por Valdepeñas durante la noche. Cenamos bien en esta posada, y cuando me retiré a la cama fue con el conocimiento agradable de que no debería, como mis compañeros de viaje, ser despertado a la medianoche para continuar el viaje.

En la despedida del exbandolero Polinario, le pregunté si podía considerarme seguro para dormir la noche siguiente en la venta, al pie de Sierra Morena; él respondió que deseaba que me prepararan una cama y que yo podría dormir tranquilo. Deposité una moneda en su mano y sentí que se afianzaba en su promesa. Salí de Manzanares antes del amanecer, y encontré a mi arriero amable e inteligente y mis mulas activas. Poco después de salir de Manzanares, a la derecha se ve el pequeño pueblo de Argamasilla de Alba: aquí se dice que Cervantes fue encarcelado y escribió la primera parte de Don Quijote. Entre este punto y Valdepeñas pasé por un pequeño pueblo llamado Consolación, casi una ruina por los efectos de la guerra; en pocos casos los habitantes reconstruyeron sus casas, pero las habían reconstruido con deshechos de habitaciones y escombros. Mi vehículo atrajo a muchos en las salidas de estas miserables moradas, y sus reclusos se parecían más a los animales salvajes asomados desde sus guaridas que a los seres civilizados que miraban desde habitaciones más humanas. Al acercarme a Valdepeñas el país mejoraba, la tierra estaba labrada evidentemente con mayor cuidado y el cultivo más próspero de la vid mostraba que allí valía la pena cultivar la uva.

Antes de entrar en Valdepeñas, pasé por una extensa plantación de olivos en la que noté varias cruces monumentales, dos de ellas rotas por la carga de las piedras con que los devotos las habían cargado. Valdepeñas, "Valle de las Piedras", se parece al nombre de la ciudad, el distrito y el vino: este último enriquece a otros y, en consecuencia, se dice que Valdepeñas es la ciudad más rica de Castilla. El vino de Valdepeñas es el vino que beben universalmente las mejores clases en toda Castilla; de hecho, casi se puede decir en todas partes al norte de Sierra Morena. Pero, a diferencia de la mayoría de los otros vinos, está más puro y perfecto en el distrito donde crece, no porque sea incapaz de exportarse; por el contrario, posee cuerpo suficiente para soportar la exportación a cualquier clima, sino porque no se prueba una vez de cien veces que esté libre de contaminarse con los cueros en los que se lleva. Cuando se encuentra puro, es un vino que merece ser tenido en la más alta estimación; posee una solera que sin duda lo recomendaría al paladar inglés y, si alguna vez se abriera comunicación entre La Mancha y las provincias del sur, hay pocas dudas de que este vino llegaría a a los puertos ingleses.

Visité uno de los depósitos de los productores más ricos, que me dijeron tenía más de seis mil pellejos; el contenido promedio del pellejo era de unas diez arrobas; y el precio del vino comprado en el acto equivaldría a aproximadamente (en moneda y medida inglesas) 3110s. por vaso. No vi mendigos en Valdepeñas; pero tampoco había apariencia alguna de comodidad general. El cultivo y preparación del vino empleaban a todos los habitantes; pero los salarios eran bajos y los placeres que compraban, escasos. Los salarios de la mano de obra son aproximadamente tres reales (menos de Id.) al día. El cordero aquí se vende a ocho cuartos; pan a seis cuartos y medio por libra. La carne de res no se encuentra en casi ninguna parte de La Mancha, y no se estima. Aquí, y en la mayoría de las otras partes de La Mancha, es la costumbre para las mujeres de las clases inferiores poner sobre sus cabezas la falda de sus enaguas; el velo y la mantilla solo son utilizados por las clases altas. Este hecho explica el pasaje en Don Quijote donde, cuando Sancho le dice a su esposa cuán gran dama está destinada a ser cuando él sea gobernador de una ínsula, Teresa responde: "Tampoco lo pondré en poder de quienes me vean vestida como una condesa o la dama del gobernador, para decir: "Cuidado con la señora Porquera, ¡qué orgullosa se ve! Fue ayer, pero trabajó duro en la rueca y fue a misa con la cola de su vestido alrededor de su cabeza, en lugar de un velo". En otros cien casos, se arroja luz sobre la página de Cervantes viajando a través de La Mancha. Salí de Valdepeñas tras un desayuno tolerable en una de las posadas más grandes que había visto en España; e, inmediatamente al salir de la ciudad, Sierra Morena se levantó ante mí, aparentemente a poca distancia. Pasé por varios pueblos pequeños para acercarme más a la Sierra, entre otros, Santa Cruz y La Concepción de Almuradiel: entre estos dos pueblos, la llanura de La Mancha se pierde entre las cordilleras exteriores de la Sierra; y, excepto en las cercanías de esta última aldea, el país apenas se cultiva. Entre La Concepción de Almuradiel y el pie de la Sierra, el camino sube constantemente, aunque gradualmente; y alrededor de las cuatro de la tarde, llegué a Venta de Cárdenas, donde me propuse pasar la noche. Encontré una habitación y una cama, tal como estaban, preparadas para mí como tenía razones para esperar de la promesa de Polinario; y el anfitrión me dijo que Polinario le había ordenado que me cuidara; para darme una buena cena y para proporcionarme una mula buena para pasar la Sierra. Venta de Cárdenas es una casa solitaria que se encuentra justo debajo de la montaña, en una pequeña elevación en el lado izquierdo del camino. Es aquí donde Cervantes coloca la famosa aventura de los galeotes, donde, después de que Don Quijote hubiera liberado a Ginés de Pasamonte y sus compañeros de esclavitud, y después de que le robaran el mulo a Sancho, el caballero y su escudero entraron en la Sierra Morena y se encontraron con los frecuentes robos que tienen lugar en ella; y fue en la idéntica Venta de Cárdenas donde se cometió el mayor número de robos de Polinario; el propietario de la venta, el mismo que la habita ahora, se las entendía con Polinario; y en la mayoría de los casos, los viajeros fueron llevados a esta venta y despojados; esto se considera más seguro y más conveniente que desnudarlos en la carretera. Aproximadamente una hora después de mi llegada, la cena que había sido hecha a medida fue puesta delante de mí; y al supervisar la cocina, tuve la satisfacción de sentarme con aves y tocino sin aceite ni ajo. El anfitrión me dijo que, en el lado manchego de Sierra Morena, había poco peligro de robo; pero que en el momento en que pusiera un pie en Andalucía, podría considerarme en constante peligro. La banda de Don José, dijo, estaba recorriendo cada parte de Andalucía; y en algunos caminos, casi ningún viajero escapó del robo. Más tarde descubrí que en esta información estaba en lo correcto; pero casi al mismo tiempo, la banda de Don José se dispersó; más de veinte fueron hicieron prisioneros, y el líder y unos quince seguidores escaparon a Portugal. 

Después de la cena, todavía quedaba una hora de puesta de sol; y este intervalo y casi otra hora más lo pasé en una caminata entre los puestos de avanzada de la Sierra. Toda la parte inferior de la montaña en este lado está cubierta con una gruesa alfombra de arbustos y con millones de plantas aromáticas. Los acebuches silvestres crecen profusamente en las rañas más bajas; pero más arriba y en los desfiladeros, ilex y pino arrojan sus sombras más profundas y amplias sobre la ladera de la montaña. El silencio de las colinas se siente en toda su extensión en Sierra Morena, porque no está roto por la música de los arroyos de montaña, cuyo chorro juguetón y tono variable a menudo van lejos para neutralizar el carácter de solemnidad que es propio y natural en los paisajes de montaña. Casi todas las aguas de Sierra Morena descienden por el lado sur y fluyen hacia el Mediterráneo. Capté algunas bellas imágenes de montaña antes de que la oscuridad me obligara a regresar a la venta. Laderas soleadas, cubiertas de aceitunas pálidas; y laderas oscuras salpicadas de ilex torcido; picos dorados y barrancos oscuros; cabras blancas como la leche descendiendo por los oteros y el cabrero como aquel cuyo silbido sorprendió a Don Quijotte y su escudero; pequeñas reatas de mulas, con sus campanas y su arriero, serpentean por el camino hacia la venta; y las sombras más amplias, y la luz tenue, y la montaña oscura, y el contorno oscuro, amontonados contra el cielo despejado de los cielos andaluces. Dejando que los mandados me llamaran antes del amanecer, tomé un esbozo de Valdepeñas y me retiré a mi cuarto, un pequeño apartamento cuadrado sin muebles, excepto una silla y mi cama, que consistía en un colchón colocado sobre tres tablas, sostenidas por dos troncos. La ventana estaba abierta y a no más de seis o siete pies del suelo; pero la seguridad de Polinario fue suficiente, y dormí bien hasta que el arriero me despertó y me llamó para decirme que mi mula estaba lista. Me tragué una taza de chocolate mientras me vestía, y me senté en mi mula, justo cuando los picos más altos de la Sierra recibieron el primer mensaje del día. Era una mañana tan encantadora como siempre había llegado a las cumbres de las montañas; el cielo era un campo azul, con ese tinte verde pálido peculiar de los cielos matutinos en el sur de España; y el aire se sentía tan ligero y vigorizante, que cada proyecto era como el chorro de un manantial de montaña.

Mi mula subió con fuerza el empinado camino sinuoso: y el arriero, un andaluz de Andújar, caminó o corrió como era necesario. Aunque temprano, no fuimos los primeros en el camino; porque se vieron varias filas de mulas que se agrupaban haciendo frente al empinado camino, desviándose para no formar un lío mientras subían y bajaban, no precisamente con rapidez, puese estaban obligadas a ascender con frecuencia por el peligroso lado de un desfiladero, cruzarlo en el extremo y regresar por el otro lado al punto opuesto al que empezaron. Tras aproximadamente media legua de ascenso empinado, se da un primer paso: aquí el paisaje es salvaje y sorprendente; el camino pasa debajo de una sucesión de altos picos rocosos, mientras que en el otro lado, un golfo profundo y estrecho corre paralelo al camino. Si se volaran doce o catorce pies de roca aquí, este paso ya no sería un paso. Desde la primera cumbre, descendí a un valle profundo, y luego ascendí nuevamente, durante al menos dos leguas. Las laderas de la montaña están salpicadas de robles de hoja perenne y algunos fresnos, y están cubiertos densamente con un sotobosque de arbustos; a veces se vislumbran, ocasionalmente, aberturas en los valles laterales profundos y deshabitados de la Sierra; pero a medida que el camino sube hacia el sur, la naturaleza adquiere un aspecto más cultivado, y se ven casas y pueblos a poca distancia dispersos. 

Estas son las nuevas colonias, como todavía se las llama, de Sierra Morena, y la primera de las aldeas a las que llegamos es Santa Elena. Nada puede ser más llamativo o agradable que el contraste entre los pueblos de los nuevos asentamientos y los que encontramos en otras partes del interior de España. Evidentemente, la industria y la actividad funcionaban en todas partes; el suelo se vio obligado a rendir cualquier cultivo que le fuera adecuado y maíz y pastos y pequeños parches de patata y repollo sonreían frescos y verdes alrededor de las cabañas: estas eran de mejor construcción que las cabañas del campesinado español; y al mirar algunas de ellas, noté todos los artículos necesarios en muebles domésticos comunes. Tampoco se veía a la gente mirando desde sus puertas en harapos o sentados bajo los muros envueltos en sus capas; todos parecían tener algo para un Cardenio; sobre cuya historia se ha construido el drama de los alpinistas. Este barrio sigue siendo famoso por su continua hacendosidad y se evade con un aire de personas que no tienen ansias de ociosidad. El secreto es que estas personas tienen interés en lo que hacen, porque trabajan en su propia propiedad. La historia de estos asentamientos es probablemente conocida por todos; y, sin embargo, apenas puedo pasarla por alto. Antes del reinado de Carlos III, Sierra Morena fue abandonada por completo a bandidos; pero Don Pablo de Olavide, quien luego disfrutó de un alto cargo en el gobierno de la provincia de Sevilla, concibió el diseño de colonizar la Sierra y de apoyar a los colonos con su trabajo agrícola. Un primer intento falló, tras un gran desembolso; pero el segundo fue, hasta cierto punto, exitoso. Los colonos vinieron de diferentes partes de Alemania, tentados por las ofertas liberales del gobierno español; y son sus descendientes quienes todavía son las personas de estas colonias. Cada colonia recibió cincuenta terrenos, cada uno de diez mil pies cuadrados, sin alquiler, durante diez años; y luego, sujeto solo a los diezmos. Y si estas piezas fueron cultivadas, otra porción igualmente grande fue asignada al cultivador. Junto con su tierra, el colono recibió los artículos necesarios de trabajo agrícola: vacas, un asno, dos cerdos, un gallo y una gallina, y semillas para su tierra; una casa y un horno de panadería: y la única responsabilidad para la propiedad era una restricción en el poder de deshacerse de ella, que ningún colono tenía la libertad de hacer a favor de ninguna persona que ya disfrutara mucho; para que las posesiones de los colonos no pudieran ser menores ni mayores; excepto por su propia industria. Pero, a pesar de las muchas ventajas y privilegios que disfrutan estas colonias; y aunque en comparación con el funcionamiento ordinario de las aldeas españolas, las aldeas de los nuevos asentamientos presentan un aspecto de comodidad e industria, las colonias nunca han tenido un éxito total y se dice que florecen menos cada año. En el presente, no hay aumento de riquezas entre ellos; todo lo que pueden hacer es simplemente mantenerse a sí mismos en una comodidad tolerable: la única causa que se puede asignar para esta prosperidad negativa, debe referirse a una salida deficiente para el producto de su trabajo. Es evidente que sin un mercado, la mano de obra del agricultor es inútil y pronto estará restringida a ese punto que está fijado por las necesidades de él y su familia. 

Poco después de salir de Santa Elena, la perspectiva se abre hacia el sur; las crestas más altas de la Sierra se encuentran detrás, y Andalucía se extiende por debajo. Alrededor de tres leguas más allá de Santa Elena, se encuentra La Carolina, la capital de los nuevos asentamientos; donde llegué temprano por la tarde. Esta es realmente una ciudad ordenada y limpia; y la aparente excelencia de la posada casi me tentaba a ceder ante las instancias del arriero, que deseaba que hiciera mi alojamiento nocturno en este lugar; pero había decidido dormir en Bailén, para tener un día de viaje por la mañana, hasta Andújar. La naturaleza exhibe una nueva apariencia cuando dejamos Carolina y descendemos a la llanura de Andalucía: los olivares ya no son arboledas, sino bosques; el ílex no puntea, sino que viste las laderas de las montañas; innumerables arbustos nuevos y variedades de plantas aromáticas, nunca antes vistas, cubren cada lugar de tierra baldía; y los setos del camino, están compuestos de aloes gigantescos. Durante todo el trayecto desde La Carolina hasta Bailén, pasé por un país rico en maíz y aceite: una llanura amplia y ondulada, limitada al sur por las montañas de Granada; y aquí y allá, sobre las crestas meridionales de Sierra Morena, que forma el límite norte de la llanura, se ven las ruinas de los castillos árabes. Al anochecer llegué a Bailén, celebrado como el campo de batalla donde Castaños obtuvo la clara victoria que posteriormente condujo a la evacuación de Madrid. Casi lamenté no haber cedido a la tentación de una buena posada en Carolina, ya que el guía condujo a mi mula al patio de una posada muy miserable en Bailén. Encontré una cama, sin embargo, no peor de lo habitual; y, para la cena, me vi obligado a contentarme con huevos fritos, excelente vino y un delicioso melón. Mi viaje había sido largo y fatigoso; y, desafiando a los mosquitos, arrojando un pañuelo sobre mi cara, dormí profundamente hasta la mañana. Tal vez sea caridad para el viajero, por mencionar una invención que luego adopté como defensa contra los asaltos de mosquitos. No hay mosquiteros en ninguna parte de España, ni siquiera en los mejores hoteles, y no todos pueden dormir con un pañuelo en la cara. Compré un pedazo de muselina delgada, alrededor de un metro cuadrado, y cargué los lados con pequeños pesos de plomo; la muselina había sido previamente muy almidonada; y esto, arrojado sobre la cabeza, deja un amplio espacio para respirar; y los pesos lo mantienen por todos lados; rara vez sucede que un mosquito gane la entrada. Dejé Bailén, como siempre, cuando la salida del sol; e inmediatamente entré en un valle salvaje pero muy pintoresco. Una corriente turbulenta, llamada Río de las Piedras, "río de piedras", la atravesó, en sus orillas, donde las rocas admitían un mechón verde, cubierto con la flor rosa brillante de un arbusto desconocido para mí: ilex, aquí y allí diversificado por un alto pino de cabeza redonda, agrupado en los huecos, y esparcido por las laderas; y una partida de arrieros y sus mulas, descansando bajo la sombra de un grupo de árboles, contribuyeron en gran medida a lo pintoresco del paisaje.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Oído en canciones y visto en pinturas

Es curioso que haya falleciddo en estas fechas Max von Sydow, el caballero que jugaba al ajedrez con la Muerte (así, con mayúsculas de alegoría o antonomasia) en plena pandemia de Peste Negra medieval. Fue en El séptimo sello, la película de Bergman que antaño anduvo entre las siete mejores de todos los tiempos y trata un tema muy inédito en esta época de buitres: el fin de la vida. Solo All that jazz, Blade Runner o El hombre que mató a Liberty Valance se le han aproximado algo. 

Acaba de fallecer un gran amigo, Pedro Ysado, probablemente el profesor más entregado y bueno que he tenido la suerte de conocer. Ruego a sus innumerables alumnos y amigos una oración por su alma generosa, que, de seguro, habita ahora en un orden mejor y enseña materias que no son materia, sino espíritu, aprendiendo en la tarea, como todo profesor que se precie.



Es difícil escribir en estos momentos, pero tengo que hacerlo. No puedo ofrecer sabias estadísticas, ni elaborados pensamientos o especulaciones sobre algo de que no quería tratar, la pandemia. Añadiré tan solo a lo mucho y bien que ya se ha dicho que, si alguna guerra pudiera haber sentido, la única sería la guerra contra la ignorancia, la enfermedad y el sufrimiento. Cuando todos nos demos cuenta de ello habremos llegado verdaderamente a la Edad de Oro del hombre, y no a este estúpido simulacro. Por eso no es congruente criticar al gobierno en estos momentos, sino ayudarlo, cada uno en la medida en que pueda hacerlo.

Ernest Hemingway escribió no pocos relatos memorables, como El invicto, sobre la última oportunidad de un torero en Las Ventas, pero en uno de ellos, Una historia natgural de los muertos, habla de las clases de muertos que encontró a lo largo de toda su vida  como corresponsal de guerra o conductor de ambulancias en la Primera Guerra mundial. Algunas de estas estampas recuerdan al Territorio comanche de Pérez Reverte y al Eclesiastés, ("la muerte de los animales y de los hombres es una sola y la misma") pero lo hacen porque tienen una fuente común, la realidad. Hace unos días Isidro hablaba de la pandemia de gripe española, llamada por muchos "Soldado de Nápoles", por algunos versos alusivos de la famosa zarzuela La canción del olvido. Yo solo copiaré el pasaje en que Hemingway la describe, en el cuento citado, tras decir que había visto pocos muertos naturales:

En ella, los enfermos se ahogan en moco, sofocados. Cuando llega el fin se transforman nuevamente en niños, conservando su fuerza de hombres, y llenas las sábanas como si fuera un simple pañal, con una vasta y fina catarata amarillenta que fluye y avanza aún después de la muerte... Quisiera contemplar la muerte de uno de quienes se llaman a sí mismos humanistas...

Y cuenta cómo un teniente discute con un cirujano entreteniéndolo mientras un enfermo se muere. 

¿Ve usted, mi pobre teniente? Hemos disputado sin objeto. ¡En tiempo de guerra, disputar así por una tontería!

En el Eclesiastés se dice que "escribir libros es una tarea sin fin". En todo caso, es un fin muy lejano. El poeta de la I Guerra Mundial Wilfred Owen, fallecido una semana antes de que terminara la guerra (hemos visto además una gran película sobre esa fiesta, 1917), donde se sufrió de lo lindo la gripe española, no tenía muy claro qué era peor, si el nacionalismo o la enfermedad. El poema, que hace tiempo traduje bastante mal para otro lugar, es Dulce et decorum est:

Doblados como viejos mendigos bajo fardos, / entrechocando las rodillas y tosiendo como viejas, maldecimos a través del lodo / hasta darle la espalda a las condenadas bengalas / y empezar a arrastrarnos a un descanso inalcanzable. / Los hombres marchaban dormidos. Muchos, ya sin botas, / cojeaban calzados de sangre. Todos patéticos, ciegos todos, / bebidos por el cansancio, sordos incluso a los silbidos / de frustrados obuses que caían de espaldas. / ¡Gas! ¡Gas! ¡De prisa, chicos! En un éxtasis de torpeza / nos calamos zafias máscaras justo a tiempo; / pero alguno seguía pidiendo ayuda a gritos, tropezando / indeciso, como hombre ardiendo en llamas o cal viva. / Borroso tras los vidrios empañados de la máscara, / y, a través de aquella verde luz espesa, / como hundido en un mar verde, lo vi ahogarse. / En todos mis sueños, ante mi vista indefensa: / se abalanza sobre mí, se atraganta, se ahoga, se apaga. / Si en algún sueño asfixiante también pudieras seguir a pie / la carreta donde lo arrojamos / y ver cómo retorcía los ojos blancos en su cara, / una cara colgante, como un diablo harto de pecado; / si pudieras oír, a cada tumbo, la espuma de sangre que vomitan los pulmones podridos, / obscena como el cáncer, amarga como pus / de llagas viles e incurables en lenguas inocentes, / ¡oh amigo! no contarías con tanto entusiasmo / a los niños que arden ansiosos de gloria / la vieja mentira: Dulce et decorum est / pro patria mori

Un arma de destrucción masiva eran los gases, que ni siquiera un monstruo como Hitler, que había sido cegado temporalmente por ellos, quiso emplear, ni Stalin. Pero ahora que la naturaleza o Dios nos humilla con su poder, y nos hace emporcar menos el aire, el agua y la tierra, podemos decir que no hubo ni hay pandemia tan grande y malvada como la de la gilipollez.

jueves, 12 de marzo de 2020

Ugh

Me gusta Madrid porque es un lugar que todavía tiene rincones y mugres de penumbra donde uno se puede acomodar. En ella el conocimiento se muestra liberado en las personas. Pero hoy en día todo el mundo prefiere el fiestorro, los neones epilépticos y los sueños despiertos de la noche, un agónico All that jazz, aunque allí hasta los mendigos imparten cátedra horizontal de filosofía cínica, perroflautista o simplemente chulesca. El paro de todo es una buena oportunidad (al menos para los que no tienen que soportar a los hijos) para ir a las bibliotecas, si es que las dejan abiertas. Madrid no es solo una urbe, sino una ubre nutricia, la de la piel de vaca / toro que nos decía Estrabón.

Sin embargo, el centro peninsular anda estos días vacuo y desgentificado, que parecía imposible, allí, donde todo lo que falta a la España vacía se había ido. Uno está hasta la viruscoronilla, pero tiene que reconocer que nuestros hijos, y sobre todo nuestros nietos, parados ahora antes de estarlo definitivamente, lo van a tener chungo. Tras dos grandes recesiones, las de 2008 y 2020, el capitalismo, que ha vuelto a las crisis de preguerra al abandonar las ideas keynesianas de separar crédito especulativo del social, debería readaptarse o al menos refundarse de una forma más nórdica, sensata y desinteresada (los porcentajes de interés, se entiende). Deben ser repuestos los impuestos. Porque, si no, nuestros hijos no van ni a poder pagar el pato a la miseria por falta de fondos, de trabajo, de estado, de pensión, de educación, de salud, de seguridad social, de todo lo que les ha ido quitando el capitalismo buitre y neocón que impera salvajemente desde que la Thatcher y el Reagan empezaron a fragmentar el empleo y a roer el hígado del prometeico estado, que ya no está ni siquiera para  promesas y ahora mismo tiene que padecer a neothatchers y neorreaganes paleofascistas. Decía Quevedo a Felipe IV.º, como pudiera decirlo al VI.º:

Grande sois, Filipo, a manera de hoyo; / ved esto que digo en razón de apoyo: / quien más quita al hoyo más grande lo hace; / mirad quién lo ordena y veréis a quién place. /  Porque lo demás todo es cumplimiento / de gente civil que vive del viento. / Más de mil nos cuesta el daros quinientos; / lo demás nos hurtan para los asientos. / Y el pueblo doliente llega a recelar / no le echen gabela sobre el respirar.

¡Atchís! Como el deporte, que habría que hacerlo amateur, habría que sustituir a estos políticos de tan mala calidad, puros piojos del sistema, por otros elegidos meramente por sorteo, y dar a los técnicos lo que es de los técnicos. Si la vida está gobernada por el azar, el país también debería estar gobernado por tal principio, que es natural y eficiente. Un anarquista a lo Thoreau como Borges ya especulaba con ello en su cuento La lotería en Babilonia, pero se resignaba a decir en otro lado que "con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos". Otro anarquista nacido en Galilea decía "que gobierne a todos el que sea esclavo de todos". Nuestros políticos no solo padecen la incapacidad de poder gestionar incluso nuestro fin como civilización, ya en el horizonte por el cambio climático y el aumento global e hipercomunicado de la ignorancia selectiva, sino que padecen una ingénita discapacidad moral. Por ello los que se agarran a la teta de la vaca estatal, los políticos profesionales, deberían resignarse a un nuevo mundo en que solo podrían agruparse no en partidos, sino en asociaciones como "Políticos anónimos".

En este tipo de asociaciones (no criminales) hay que seguir estrictamente el Programa de doce pasos y empezar reconociendo que existe un Poder Superior que es el que es (llamémoslo Anonymous, si os place) sin nombre ni siglas, que representa la voluntad general de la especie humana. Sería el derecho natural, que, como dice Cicerón en un pasaje muy estoico de su De república, (III, 22, 33) se identifica con la conciencia, la ética y la naturaleza:

La verdadera ley es una razón recta y congruente con la naturaleza, general para todos, constante, perdurable, que impulsa con sus preceptos a cumplir el deber y aparta del mal con sus
prohibiciones; pero que, aunque no ordena o prohibe algo inútilmente a los buenos, no conmueve a los malos con sus preceptos o prohibiciones. Tal ley no es lícito suprimirla, ni derogarla parcialmente, ni abrogarla por entero, ni podemos quedar exentos de ella por voluntad del Senado o del Pueblo, ni debe buscarse un Sexto Elio que la explique como intérprete, ni puede ser distinta en Roma y en Atenas ni hoy y mañana, sino que habrá de ser siempre una misma ley para todos los pueblos y momentos, perdurable e inmutable; y habrá un único dios como maestro y jefe común de todos, autor de la ley, juez y legislador, que no podemos desobedecer sin huir de nosotros mismos y sufrir la más cruel expiación por el hecho mismo de haber despreciado la naturaleza humana, aunque se haya evitado en otro tiempo lo que se llama suplicio.

Ese principio no reconoce naciones, sino conciencias. Se trata ya de apelar a los Deberes del hombre, no a sus Derechos. Los poderosos tienen todos los derechos que compra la ley y los débiles casi todas las obligaciones que exige la brutalidad de los primeros. Pero la Ley debe ser igual para todos, en deberes y derechos. La libertad tiene que ser una consecuencia de la responsabilidad y no al revés; no se puede poner el carro delante del burro ni la necesidad delante de la satisfacción. Con algunas cosas no se puede comerciar, por ejemplo con la vida, las medicinas, la educación, la investigación científica y la cultura. Tampoco con la política, cuando el interés supremo es la especie humana y está en juego el futuro de la misma, nuestros hijos. No es de creer que males tan globales como la crisis económica, las plagas, y el cambio climático puedan ser combatidos por naciones y principios egoístas, partidistas, nacionales o no sociales, porque eso equivale a promover nuestra extinción

martes, 3 de marzo de 2020

Cuentos chinos

El pobrecillo (o no: habría que ver las cuentas suizas de su papi, el creador del negocio, que ha reclamado incluso un juez) Felipe VI.º el Urgente, que dicen es un rey y no un ninot de Eugenio Merino, todavía sin quemar (Eugenio es un artista conceptual frustrado, como Hitler, que solo quemaba judíos), no es un coronavirus, ni siquiera un monarcavirus (han matado en México a dos protectores de la mariposa Monarca, pero eso en México es habitual) porque en España esa infección es, al parecer, incurable, aunque tan benigna como la venida de China. Qué le vamos a hacer... Nada.

Nos han informado mal con la Corona, como con el virus chino, que nos alcanza y nos afecta a todos aunque digan que no. Uno puede huir incluso a la cara oscura de la Luna, y allí se encuentra también con un chino, un coche llamado Chang'e 4, instalado en una depresión más profunda que la de un joven parado español. Coronas era una marca de tabaco tan mortífero como ese virus (una idea para los de Vox y otros amantes de las hogueras, como el difunto Krahe: expulsar a los estanqueros por genocidio, o peor, por sobrecargar a la Seguridad Social, que es más económico / importante). 

Otro pobrecillo, mi coterráneo Joaquín Sabina, menos difunto que Krahe, ha estado a punto de bajar el último escalón, el de la fosa, pero como tiene más baraka que el santísimo Caudillo, le ha dado por resucitar y todavía nos va a dejar alguno de esos sonetos tan buenos que escribe.

Yo le prefiero la escritura al canto, porque la escritura te enseña a asimilar; hoy en día hasta los guasap se envían hablados para no cometer las cada vez más abundosas y víricas faltas de ortografía, no digamos los artículos de prensa y la educación, cada vez más en vídeo. Con tanto ortopédico relajo se está perdiendo hasta la capacidad de abstraer, que es necesaria no digo ya que para redactar al menos una carta, sino para resumir un mundo tan complejo como el nuestro, que uno termina por concluir absente en un bar. La lectura siempre ha ejercitado la facultad de sacar algún sentido, incluso el común, a lo que no lo tiene, como se saca el común denominador a las fracciones de un mundo deshecho por la ignorancia, que es uno de los tres pecados capitales del budismo; los otros dos son el deseo y el desprecio; con esos tres nuestro mundo parece ir de cabeza no al nirvana, sino a la mierda. Porque nuestro mundo ha sido fragmentado por ese uno por ciento que posee el 86 % de la riqueza. Su voz es la única que suena, su estampa es la única que se retrata en los medios, de los que nos han hecho desaparecer, aunque seamos más reales que ellos, al menos cuantitativamente, pues somos tan muchos como los odiados chinipones.  

Ellos han levantado un hospital en diez días. ¡Carape! ¡Atiza! ¡Arrea!, como decían nuestros abuelos: en Ciudad Real tardamos un poco más... no verás en Puertollano... Un amigo vasco de los que uno hace en Youtube, Jabiertzo, que es sociólogo y tiene un canal en que habla junto con su esposa china Lele, muy guapa ella, de lo mal que entendemos a los chinos (siempre habrá una Gran Muralla entre nosotros), ha desmontado todo el meollo que esconde el antisinismo actual. En el fondo es otra hoguera en la que queremos hacer arder al peligro amarillo. Soñamos con dejar KO a Bruce Lee, pero eso es historia alternativa, como la de Tarantino.  No en vano auguraba ese gran profeta y visionario de la modernidad, Philip K. Dick, que nuestra época se caracterizaba por la desaparición de la realidad. Nosotros mismitos nos hemos metido dentro de un capullo o laberinto de pantallas, móviles, televisiones, muros, drogas, psicosis y paredes. De cuentos chinos en suma. Es hora no ya de ponerle puertas al campo, sino de pasar por ellas y dejarlo menos vacío y contaminado. Porque pronto dejará de existir.

martes, 4 de febrero de 2020

Entrevista con el recién fallecido George Steiner

George Steiner: “Estamos matando los sueños de nuestros niños”. A sus 88 años, el gran filósofo y ensayista denuncia en una lúcida entrevista que la mala educación amenaza el futuro de los jóvenes

BORJA HERMOSO, El País Semanal, 1 JUL 2016:

Primero fue un fax. Nadie respondió a la arqueológica intentona. Luego, una carta postal (sí, aquellas reliquias consistentes en un papel escrito y metido en un sobre). “No les contestará, está enfermo”, previno alguien que le conoce bien. A los pocos días llegó la respuesta. Carta por avión con el matasellos del Royal Mail y el perfil de la Reina de Inglaterra. En el encabezado ponía: Churchill College. Cambridge.

El breve texto decía así:

“Querido Señor,
El año 88 y una salud incierta. Pero su visita sería un honor. Con mis mejores deseos.
George Steiner”.

Dos meses después, el viejo profesor había dicho “sí”, poniendo provisional coto a su proverbial aversión a las entrevistas.

El catedrático de literatura comparada, el lector de latín y griego, la eminencia de Princeton, Stanford, Ginebra y Cambridge; el hijo de judíos vieneses que huyeron del nazismo primero a París y luego a Nueva York; el filósofo de las cosas del ayer, del hoy y del mañana; el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2001, el polemista y mitólogo políglota y el autor de libros capitales del pensamiento moderno, la historia y la semiótica como Errata, Nostalgia del absoluto, La idea de Europa, Tolstoi o Dostoievski o La poesía del pensamiento abría a EL PAÍS las puertas de su preciosa casita de Barrow Road.

"Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria"

El pretexto: los dos libros que la editorial Siruela ha publicado recientemente en español. Por un lado Fragmentos, un minúsculo aunque denso compendio de algunas de las cuestiones que obsesionan al autor como la muerte y la eutanasia, la amistad y el amor, la religión y sus peligros, el poder del dinero o las difusas fronteras entre el bien y el mal. Por el otro, Un largo sábado, embriagador libro de conversaciones entre Steiner y la periodista y filóloga francesa Laure Adler.

El motivo real: hablar de lo que fuera surgiendo.

Es una mañana de lluvia en la campiña de Cambridge. Zara, la encantadora esposa de George Steiner (París, 1929), trae café y pastas. El profesor y sus 12.000 libros miran de frente al visitante.

PREGUNTA. Profesor Steiner, la primera pregunta es ¿cómo está su salud?

RESPUESTA. Oooh, muy mal, por desgracia. Tengo ya 88 años y la cosa no va bien, pero no pasa nada. He tenido y tengo mucha suerte en la vida y ahora la cosa va mal, aunque todavía paso algunos días buenos.

P. Cuando uno se siente mal… ¿es inevitable sentir nostalgia de los días felices? ¿Huye usted de la nostalgia o puede ser un refugio?

R. No, lo que uno tiene es la impresión de haber dejado de hacer muchas cosas importantes en la vida. Y de no haber comprendido del todo hasta qué punto la vejez es un problema, ese debilitamiento progresivo. Lo que me perturba más es el miedo a la demencia. A nuestro alrededor el Alzhéimer hace estragos. Así que yo, para luchar contra eso, hago todos los días unos ejercicios de memoria y de atención.

"Es un milagro que todavía exista Europa. Una civilización que extermina a sus judíos no recuperará nunca lo que fue"

P. ¿Y en qué consisten?

R. Lo que le voy a contar le va a divertir. Me levanto, voy a mi pequeño estudio de trabajo y elijo un libro, no importa cuál, al azar, y traduzco un pasaje a mis cuatro idiomas. Lo hago sobre todo para mantener la seguridad de que conservo mi carácter políglota, que es para mí lo más importante, lo que define mi trayectoria y mi trabajo. Trato de hacerlo todos los días… y desde luego parece que ayuda.

P. Inglés, francés, alemán e italiano…

R. Eso es.

P. ¿Sigue leyendo a Parménides cada mañana?

R. Parménides, claro… bueno, u otro filósofo. O un poeta. La poesía me ayuda a concentrarme, porque ayuda a aprender de memoria, y yo siempre, como profesor, he reivindicado el aprendizaje de memoria. Lo adoro. Llevo dentro de mí mucha poesía; es, cómo decirlo, las otras vidas de mi vida.

P. La poesía vive… o mejor dicho, en este mundo de hoy sobrevive. Algunos la consideran casi sospechosa.

R. Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria. Y que no hace nada para que los niños aprendan las cosas de memoria. El poema que vive en nosotros vive con nosotros, cambia como nosotros, y tiene que ver con una función mucho más profunda que la del cerebro. Representa la sensibilidad, la personalidad.

P. ¿Es optimista con respecto al futuro de la poesía?

R. Enormemente optimista. Vivimos una gran época de poesía, sobre todo en los jóvenes. Y escuche una cosa: muy lentamente, los medios electrónicos están empezando a retroceder. El libro tradicional vuelve, la gente lo prefiere al kindle… prefiere coger un buen libro de poesía en papel, tocarlo, olerlo, leerlo. Pero hay algo que me preocupa: los jóvenes ya no tienen tiempo… de tener tiempo. Nunca la aceleración casi mecánica de las rutinas vitales ha sido tan fuerte como hoy. Y hay que tener tiempo para buscar tiempo. Y otra cosa: no hay que tener miedo al silencio. El miedo de los niños al silencio me da miedo. Solo el silencio nos enseña a encontrar en nosotros lo esencial.

"El psicoanálisis es un lujo de la burguesía. La dignidad humana consiste en tener secretos. La idea de pagar me asquea"

P. El ruido y la prisa… ¿No cree que vivimos demasiado deprisa? Como si la vida fuera una carrera de velocidad y no una prueba de fondo… ¿No estamos educando a nuestros hijos demasiado deprisa?

R. Déjeme ensanchar esta cuestión y decirle algo: estamos matando los sueños de nuestros niños. Cuando yo era niño existía la posibilidad de cometer grandes errores. El ser humano los cometió: fascismo, nazismo, comunismo… pero si uno no puede cometer errores cuando es joven, nunca llegará a ser un ser humano completo y puro. Los errores y las esperanzas rotas nos ayudan a completar el estado adulto. Nos hemos equivocado en todo, en el fascismo y en el comunismo y, a mi juicio, también en el sionismo. Pero es mucho más importante cometer errores que intentar comprenderlo todo desde el principio y de una vez. Es dramático tener claro a los 18 años lo que has de hacer y lo que no.

P. Habla usted de la utopía y de su contrario, la dictadura de la certidumbre…

R. Muchos dicen que las utopías son idioteces. Pero en todo caso serán idioteces vitales. Un profesor que no deja a sus alumnos pensar en utopías y equivocarse es un muy mal profesor.

P. No se sabe bien por qué el error tiene tan mala prensa, pero el caso es que en estas sociedades exacerbadamente utilitarias y competitivas la tiene.

R. El error es el punto de partida de la creación. Si tenemos miedo a equivocarnos jamás podremos asumir los grandes retos, los riesgos. ¿Es que el error volverá? Es posible, es posible, hay algunos atisbos. Pero ser joven hoy no es fácil. ¿Qué les estamos dejando? Nada. Incluida Europa, que ya no tiene nada que proponerles. El dinero nunca ha gritado tan alto como ahora. El olor del dinero nos sofoca, y eso no tiene nada que ver con el capitalismo o el marxismo. Cuando yo estudiaba la gente quería ser miembro del Parlamento, funcionario público, profesor… hoy incluso el niño huele el dinero, y el único objetivo ya parece que es ser rico. Y a eso se suma el enorme desdén de los políticos hacia aquellos que no tienen dinero. Para ellos, solo somos unos pobres idiotas. Y eso Karl Marx lo vio con mucha anticipación. En cambio, ni Freud ni el psicoanálisis, con toda su capacidad de análisis de los caracteres patológicos, supieron comprender nada de todo esto.

"NO SE PUEDE NEGOCIAR CON EL ISLAM"
B. H.

En uno de los capítulos de su libro Fragmentos, recientemente editado en España, George Steiner se hace preguntas sobre la religión, incluidas las relativas a algo tan inasible para el común de los mortales como “la demostración de Dios a través de procesos científicos como la lógica modal y la metamatemática”, o el efecto demoledor de la muerte del comunismo: “El colapso del comunismo”, escribe Steiner, “ha dado un bandazo hacia una religiosidad muchas veces fanática. El fundamentalismo avanza de manera muchas veces violenta, ya sea en el Islam o en el baptismo norteamericano”. Ese juicio no es incompatible con el hecho de que George Steiner –que se considera “no religioso y sí volteriano”, admita sentir cierta “envidia” de los fundamentalistas, para quienes las sagradas escrituras son irrebatibles por su condición de “puro dictado divino”.

Sobre las relaciones entre la civilización judeocristiana y el Islam y una hipotética aspiración a puntos de encuentro, el autor del Prefacio a la Biblia hebrea se muestra rotundo: “No se puede negociar con el Islam, por dos motivos. A partir del siglo XV, el Islam rechazó la ciencia. La verdad científica no es importante para ellos. Y ahí, imposible negociar. Segundo problema: el trato a la mujer. Maltratar sistemáticamente a la mujer como hace el Islam es eliminar a la mitad de la Humanidad. Y de ahí vinieron las guerras de religión modernas que con tanta lucidez y anticipación predijo André Malraux, y creo que vienen otras, terribles”.

No obstante, Steiner se muestra extremadamente crítico con el papel jugado por las democracias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, en la creación de contextos de pobreza que han podido actuar como semillero suplementario de soldados de Dios: “El capitalismo, en cuanto industrialización de masas, la eliminación de las formas más primitivas de la comunidad local, la globalización sin freno… sí, tenemos una responsabilidad que asumir. A un lado de la barrera está el paraíso, al otro, el desierto, la miseria. Triste. El mundo vive hoy una desigualdad terrible de posibilidades de vida. En el tercer mundo, los niños mueren y la gente come basura. Y no hay respuestas para este fracaso, que es el de todos nosotros”.

P. No le cae muy simpático el psicoanálisis, es lo menos que pude decirse.

R. El psicoanálisis es un lujo de la burguesía. Para mí, la dignidad humana consiste en tener secretos y la idea de pagar a alguien para que escuche tus secretos e intimidades me asquea. Es como la confesión pero con cheque por medio. Es el secreto lo que nos hace fuertes, de ahí todos mis trabajos sobre Antígona, que dice: “Puede que me equivoque, pero sigo siendo yo”. De todas formas, el psicoanálisis está en plena crisis. Recuerde usted las magníficas palabras de Karl Kraus, el satirista vienés: “El psicoanálisis es la única cura que ha inventado su enfermedad”.

P. Y Sigmund Freud…

R… Freud es uno de los más grandes mitólogos de la historia. Pero es ficción. Era un novelista extraordinario.

En ese momento, George Steiner se levanta, avanza lentamente hacia su inmensa biblioteca y de dentro de un viejo volumen extrae una tarjeta de visita amarillenta escrita a mano en alemán: es una felicitación de boda de Sigmund Freud a los padres de Steiner. “Mi padre lo conoció, paseaban juntos por la orilla del río”.

P. Volvamos a la cuestión del poder del dinero. ¿Tiene usted una explicación válida desde un punto de vista filosófico de por qué en su día los electores de Italia y hoy de España decidieron y deciden llevar al poder a partidos políticos enfangados en la corrupción?

R. Porque hay una enorme abdicación de la política. La política pierde terreno en todo el mundo, la gente ya no cree en ella y eso es muy muy peligroso. Aristóteles nos dice: “Si no quieres estar en política, en el ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si los bandidos te gobiernan”.

P. La vieja pero hoy tan vigente figura del idiotes aristotélico…

R. Exacto, una figura muy actual. Bien, pues yo siento vergüenza de haber gozado de este lujo privado de estudiar y escribir y de no haber querido entrar en el ágora. Me pregunto qué va a pasar con el fenómeno de las estructuras políticas en sí mismas. Triunfan por todos lados el regionalismo, el localismo, el nacionalismo… vuelve el villorrio. Cuando uno ve que alguien como Donald Trump es tomado en serio por la democracia más compleja del mundo, todo es posible.

P. ¿Cómo contempla una hipotética victoria de Trump?

R. No ocurrirá, Hillary ganará. Pero será una triste victoria, porque esta mujer está agotada, quemada interiormente. ¿Y qué me dice de Putin? La violencia de alguien como él parece tranquilizar a la gente que ya no cree en la política, les reconforta. Eso es porque el despotismo es lo contrario a la política.

“Si no crees en la política, no te quejes si los bandidos te gobiernan”

P. ¿Y la política y la cultura? ¿Cómo se llevan? Y otra cuestión: ¿comparte usted la sensación –muy personal y subjetiva, por otra parte- de que la cultura, entendida como ‘las artes’, está estancada, al contrario que los avances científicos, imparables?

R. A ver cómo hablamos de esto, es delicado. Estamos usted y yo en una pequeña ciudad inglesa como Cambridge en la que, desde el siglo XII, cada generación ha producido gigantes de la ciencia. Hay ahora mismo 11 premios Nobel aquí. De aquí salieron Newton, Darwin, Hawking… Para mí, el símbolo del avance imparable de las ciencias es Stephen Hawking. Apenas mueve la esquina de una de sus cejas, pero su mente nos ha llevado al extremo del universo. Ningún novelista, dramaturgo, poeta o artista, ni siquiera el mismísimo Shakespeare, habría osado inventar a Stephen Hawking. Bien. Si usted y yo fuéramos científicos, el tono de nuestra charla sería distinto, sería mucho más optimista, porque hoy, cada lunes la ciencia nos descubre algo nuevo que no sabíamos el lunes pasado. En cambio –y esto que le digo es totalmente irracional, y ojalá me equivoque-, el instinto me dice que no tendremos un nuevo Shakespeare ni un Mozart ni un Beethoven ni un Miguel Ángel ni un Dante ni un Cervantes el día de mañana. Pero sé que tendremos nuevos Newton, Einstein, Darwin… sin duda. Esto me asusta, porque una cultura sin grandes creaciones estéticas es una cultura empobrecida. Echamos mucho de menos a los titanes del pasado. ¡Ojalá me equivoque y el próximo Proust o el próximo Joyce estén naciendo en la casa de enfrente!

P. ¿Establece usted diferencias entre “alta” y “baja” cultura, como han hecho algunos intelectuales de renombre, visiblemente incómodos ante formas de cultura popular como los cómics, el arte urbano, el pop o el rock, a los que se llegó a poner la etiqueta de “civilización del espectáculo”?

R. Yo le digo una cosa: Shakespeare habría adorado la televisión. Habría escrito para la televisión. Y no, no hago esas distinciones. A mí lo que de verdad me entristece es que las pequeñas librerías, los teatros de barrio y las tiendas de discos cierren. Eso sí, los museos están cada día más llenos, la muchedumbre colapsa las grandes exposiciones, las salas de conciertos están llenas… así que atención, porque estos procesos son muy complejos y diversos como para establecer juicios globales. El señor Mohammed Ali era también un fenómeno estético. Era como un dios griego. Homero habría entendido a la perfección a Mohammed Ali.

P. ¿Cree que asistiremos a la muerte de la cultura como contenedor de formas clásicas ya manidas y su sustitución por otras nuevas?

R. Puede… puede que esté muriendo una cultura clásica de carácter patriarcal y esté surgiendo otra de formas nuevas e intermedias, una cultura hermafrodita, bisexual, transexual y en la que desde luego la mujer contribuirá de forma muy especial a recuperar los sueños y las utopías… Por cierto, una vez más, hablando de transexuales y bisexuales… ¡Freud ni los vio venir!

"Triunfan el regionalismo, el localismo, el nacionalismo, vuelve el villorio"

P. Usted ha dicho alguna vez que se arrepentía de no haberse arriesgado a lanzarse al mundo de la creación. ¿Es una espina clavada?

R. En efecto. Hice poesía, pero me di cuenta que lo que estaba haciendo eran versos, y el verso es el mayor enemigo de la poesía. Y he dicho también –y algunos no me lo han perdonado nunca- que el más grande de los críticos es minúsculo comparado con cualquier creador. Así que hablemos claro y no nos hagamos ilusiones. Yo soy tan solo un cartero, soy Il Postino. Y estoy muy orgulloso de eso, de haber llevado el correo bien a tantos y tantos alumnos. Pero no nos hagamos ilusiones.

P. ¿Quién no le perdonó? ¿Colegas suyos de universidad?

R. Así es. Es que en la universidad hay una vanidad descomunal. Y les sienta mal que les digas claramente que son parásitos. Parásitos en la melena del león.

P. El creciente desdén político por las humanidades es desolador. Al menos en España. La filosofía, la literatura o la historia son progresivamente ninguneadas en los planes educativos.

R. En Inglaterra también pasa, aunque quedan algunas excepciones en escuelas privadas para élites. Pero el sentido de la élite es ya inaceptable en la retórica de la democracia. Si usted supiera cómo era la educación en las escuelas inglesas antes de 1914… pero es que entre agosto de 1914 y abril de 1945 unos 72 millones de hombres, mujeres y niños fueron masacrados en Europa y el oeste de Rusia. ¡Es un milagro que todavía exista Europa! Y le diré algo respecto a eso: una civilización que extermina a sus judíos no recuperará nunca lo que fue. Sé que cabrearé a unos cuantos antisemitas, pero la vida universitaria alemana nunca fue ya la misma sin esos judíos. Una civilización que mata a sus judíos está matando el futuro. Pero bueno, hoy hay 13 millones de judíos en el mundo, más que antes del Holocausto.

P. Resulta increíble, es cierto.

R. ¡Resulta escandaloso! Un magnífico escándalo.

P. Profesor Steiner, ¿qué es ser judío?

R. Un judío es un hombre que, cuando lee un libro, lo hace con un lápiz en la mano porque está seguro de que puede escribir otro mejor.

"El error es el punto de partida de la creación. Si tenemos miedo a equivocarnos, jamás podremos asumir los grandes retos"

P. ¿Cómo ve el futuro del ser humano? ¿Es optimista o pesimista?

R. El futuro… no sé. Toda profecía es simplemente memoria activa, no se puede prever nada, solo mirar en el retrovisor de la historia y contarnos historias sobre el futuro. Eso sí: habrá dos tres descubrimientos científicos en el campo de la genética que van a plantear problemas morales terriblemente complejos. Por ejemplo, ¿permitiremos que se manipulen las células del feto?

P. También será un problema moral poner freno al avance científico…

R. Exactamente. ¿Qué derecho tenemos? Yo soy, por ejemplo, firme partidario de la eutanasia. Los viejos destruimos a menudo la vida de los jóvenes que tienen que cargar con nosotros. ¡Me gustaría tanto tener el derecho de decir “Gracias, todo ha sido magnífico, ahora basta”. Eso llegará. En Holanda y en Escandinavia ya está pasando… No tenemos ya recursos para mantener en vida a tanta gente senil o demente, va contra la felicidad de mucha gente, no es justo.

P. ¿Qué momentos o hechos cree que forjaron más su forma de ser? Entiendo que tener que huir del nazismo junto a sus padres y saltar de París a Nueva York –magistralmente evocado en su libro Errata- es uno de los fundamentales teniendo en cuenta que…

R. Le diré algo que le impactará: ¡Yo le debo todo a Hitler! Mis escuelas, mis idiomas, mis lecturas, mis viajes… todo. En todos los lugares y situaciones hay cosas que aprender. Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros. Eso es una patria. “Nada humano me es ajeno”. ¿Por qué Heidegger es tan importante para mí? Porque nos enseña que somos los invitados de la vida. Y tenemos que aprender a ser buenos invitados. Y, como judío, tener siempre la maleta preparada y si hay que partir, partir. Y no quejarse.

lunes, 27 de enero de 2020

La mona vestida de Zara

No es muy alentador que la única utopía política avanzada que haya podido constituirse realmente sobre la Tierra sea la de los monos bonobos. Vegetarianos, feministas (son matriarcales), igualitarios, antimonógamos, permisivos con los LGBT, pacifistas con los extraños: no hay más que pedir. Solo en la República de Platón se pinta un estado semejante, sumido en la paz que da tener solamente lo compartible y lo necesario. Es más, al contrario que los políticos y los haters, que ni siquiera se reconocen con su nombre, los bonobos pasan la prueba de identificarse ante el espejo perfectamente.

En su sexual y confortable organigrama se encarna aquello que el anarquista americano Henry David Thoreau definía como el gobierno ideal: el que no gobierna en absoluto. Sus ciudadanos han sido educados con tanta perfección que no necesitan gobierno  (y hete aquí por qué los políticos nefastos descuidan siempre la educación: ser innecesarios les quitaría el oficio, causa esta ingénita de su inseparable y paralizante burocracia).

Los antropólogos consideran demasiado evolucionados e inteligentes a los bonobos como para incluirlos en el género homo, fango revuelto,  nada evolucionado y apenas consciente, que dirían los hombres de negro, así que tenemos que consolarnos con ser sus primos. Al menos mientras duren, ya que los persiguen y se los comen a buen ritmo, pese a lo cual han resistido con su bonobo's way of life más de un millón de años; algo tendrán de darwinianos.

Pero los bonobos, pese a que pueden aprender lenguajes de quinientas palabras, nos parecen tontos y atrasados. Quizá porque la cultura, el arte y la ciencia nacen de la violencia, un vicio cuyo origen se disputan dos teorías; la hipótesis del cazador, y la de René Girard, muy sugestiva, según la cual lo violento constaría de tres elementos: el uno, el otro y el deseo de lo que el otro no puede dividir ni compartir a causa de su naturaleza; la evolución de este deseo de todos por aquello que no se puede dividir ni compartir entre todos acaba por destruir mediante la violencia o la guerra ese mismo objeto de deseo, a fin de salvar la sociedad y lo que sí podemos compartir... Si no se simboliza con ritos y mitologías de sacrificio de chivos expiatorios.

Me acuerdo de que Charlton Heston preguntaba a sus compañeros astronautas, recién aterrizados en el Planeta de los simios, por qué habían querido marcharse tan lejos; dos decían que por el deseo de saber, de explorar. Heston, porque no cesaba de preguntarse "si no habría en algún rincón del universo algo mejor que el hombre". Tal vez lo que los tres astronautas iban buscando era simplemente a sí mismos, ya que somos lo único que no podemos compartir. El ego es como cagar: ningún otro lo puede hacer en lugar de uno. Y no hay ego más desarrollado que el del sobrehombre nietzscheano. En cuanto a lo de saber, si a cualquier profesor de alumnos chillones e incorregibles les lees aquello con que Aristóteles comienza su Metafísica: "Es natural en los hombres querer saber", se descojonarían vivos de risa. Algunos lo único que quieren es solamente lo que los bonobos. Quizá no haya que ir más lejos.

Un misántropo inteligente como Swift preguntaba a los virtuosos e impronunciables houyhnhnms, en todo semejantes a los caballos, cómo resolver el problema humano, esto es, el de la existencia emporquerizadora de unos repelentes y destructivos yahoos que por ejemplo ahora están quemando las selvas, extinguiendo ballenas y demás especies, ensuciando el aire y agujereando el ozono. Y como a los caballos les parecía demasiado cruel exterminarlos, proponía castrarlos de jóvenes para que así fueran desapareciendo paulatinamente. No me parece mala solución, si no fuera porque algunos no pueden vivir sin su cosa, sin el gancho que une a la sociedad. Pero con la ayuda del gobierno, no lo duden, pronto desapareceremos: solo hay que ver las ayudas familiares, que no dan ni para pipas, y el índice de despoblación.

Swift observa que en el lenguaje de sus caballos inteligentes no hay manera de mencionar los vicios sino por medio de circunloquios o rodeos; y se muestra en eso muy acertado, pues se ha demostrado científicamente que hay más vocablos para lo malo que para lo bueno: en todas las lenguas humanas se elogia con menos palabras que se insulta, y son más variados y coloridos los matices de lo feo que de lo hermoso. También Platón tiene que ver en eso, ya que para él hay muy pocas maneras de hacer el bien, y por el contrario muchas y muy variadas de hacer el mal.

Tal vez por eso, después de todo, echó a Platón de Siracusa el tirano Dionisio, de la misma manera que él echaba de su República a los poetas: decía cosas demasiado bonitas a la gente, como, por ejemplo, que podían ser bonobos.

lunes, 20 de enero de 2020

Desimaginaciones

He leído un curioso estudio de sociolingüística sobre la imagen del inmigrante en la prensa. Ya no resultaba divertido que "asaltasen" en vez de que "saltasen" las vallas de Melilla, pero doña Olga Cruz Moya ha sido aún más sutil en su análisis al encontrar un procedimiento fundamental en su retórica, más allá de la criminalización: la despersonalización.

Por ejemplo, los emigrados adquieren la húmeda cualidad del  agua: son una corriente o "flujo de personas", una  ''oleada'', ''marea'' o ''tsumani'' (ejem), para lo cual se impone ''impermeabilizar'' las fronteras utilizando “paraguas” o “tapones” para los “agujeros” de Schengen. Insistiéndose en las metáforas de desastre natural, se les alude como "avalancha", "aluvión", "carga", "presión" o se les animaliza agrupándolos en "marabuntas", "estampidas", "manadas" y "embestidas", o se les llama "lobos solitarios". No voy a caer en la trampa de idealizar a los inmigrantes, ni tampoco a la clase baja, pero ya se ve por donde van los tiros: somos más proclives a demonizar que a idealizar. Porque demonizar nos transforma en perfectos e idealizar en criaturas serviles y atormentadas por el peso del otro. Al menos si no abandonamos la lógica bivalente y adoptamos la trivalente o polivalente, que es la que mejor describe y predice fenómenos tan complejos y caóticos como los sociales.

No es extraño que, como el monstruo de Goya, del miedo y de los miasmas que exhala Vox se alimente el fascismo, tan seguro de sí propio que en realidad alberga o imagina el secreto pavor que devora. Un pavor que se filtra todos los días por la televisión (Tele5), la prensa, la radio, el cine, Youtube, los móviles. Crean el caldo en que nacen las amebas de la descomposición fascista.

El español está perdiendo una de sus pocas virtudes, el estoicismo; ya no aguanta nada, ya no cree que todos somos la misma persona. Hasta la juventud se ha vuelto comodona. Le molestan más los ruidosos principios abstractos que las futesas y nonaderías cotidianas que los dejan dormir de día. Han añadido un nuevo género al castellano, el masculino, el femenino y el infantil: chato, chata y chati. Podríamos hablar incluso del género femenini. Los del 27 solo distinguían putrefactos y carnuzos. Ahora tendrían un problema con tantas variedades de frugívoros, vegatas, celíacos, especistas, crudívoros, flexitarianos, granivorianos, pescetarianos, eubióticos, carnacas y ovolactovegetarianos. Por no hablar de los macrobióticos esteinerianos; yo, Padre, me acuso de haber sido escardelista reincidente.

Leves modificaciones de instituciones que uno creía eternas, certifican que el mundo está cambiando. Las contraportadas del As han suprimido los pibones de nalgas ingentes; La Tribuna ha dejado de adherirse al culo de La Razón y hasta Antonio Banderas se ha vuelto negro.

domingo, 12 de enero de 2020

La banalidad del bien

Se suele hablar del mal menor como si fuera un bien. Es lo que ha posibilitado el maquiavelismo en política y la llamada "razón de estado": eso de que sea legítimo matar a cien mil para que no muera un millón, y de que "es más seguro ser temido que ser amado", que escribió el famoso humanista florentino.

Me gustaría conocer sin embargo al que lleva la contabilidad moral de esos ceros "a la izquierda", esos muertos evitados e hipotéticos; me gustaría saber con exactitud qué han evitado esos adivinos de barbaries y horrores sin cuento que siempre justifican el mal presente para evitar los (no tan evidentes) "males mayores", y se llaman a sí mismos, como el almirantito frustrado gallego de voz de pito, "grandes timoneles" de la horaciana "nave del estado".  Son ellos los que afirman que el fin justifica quinquenalmente los medios sin apercibir que no hay fines, sino medios, porque es lo único que podemos controlar de verdad, ya que la vida es una carrera de relevos, un proceso colectivo de mejora y no de corrupción sistemática del Estado. Me gustaría conocer a esos terroristas que ven el coco de las políticas sociales que se lleva a los niños que duermen poco (porque ven demasiada tele idiotizante y las simplezas y comentarios de otros medios desinformativos igual de comprados). Sloterdijk ponía a caldo a esos políticos corruptivos y "de fines" en su Crítica de la razón cínica (2003).

Los muertos por morir siempre justifican los muertos que se han facturado para las necesidades del poder de ahora mismo; las estadísticas de Stalin, los dos millones sin cuento de chinos muertos por Nixon y compañeros héroes, que para muchos son cuentos chinos; los innúmeros de Hitler y Leopoldo II, incluso aquellos que valiéndose del capitalismo matan, como hace el capitalismo, indirectamente, con instrumentos como una sanidad chamanista o una política educativa que no solo es paupérrima, sino que genera pauperismo; la patriotería nacionalista, la injusticia y su connatural guerra congénita  o la congelación económica en Insanoamérica, que estamos a punto de imitar. Son muertos como los de ese avión de Irán, que tal vez estarían vivos si a Trump no se le hubiera subido el impeachment  a las barbas y no hubiera necesitado una inyección de patriotería para mantener enhiesta su fláccida banderita. Siempre se hacen guerras pequeñas para evitar "males mayores", que dicen, pero la historia demuestra que la más pequeña de las guerras acaba siendo más incontrolable y extensa que un huracán, y llena de colateralazos. Hasta el más devastador incendio nació de la brasa de una sola colilla. El uso de las armas es lo que tiene, y así el asesinato de un archiduque, realizado con una pistola que se encasquilló tres veces, provocó la I Guerra Mundial, y esta provocó a su vez la segunda, más grande, como las olas de un charco. Y ninguna habría sido posible sin esa previa y absurda Guerra franco-prusiana que creó ese también absurdo sistema de guerra fría entre las alianzas patrioteras de Alemania y las de Francia, lo que en las novelas de espías se llamaba "el gran juego", luego sustituido por la tensión fresquita entre soviéticos y yanquis. Siempre la ha habido, desde Atenas y Esparta, desde Roma y Cartago, desde Bizancio y los Seléucidas, desde el Papa y Lutero. 

La novela de espías es más transparente que la novela negra, se ve más claro la calada de la moral individual en la colectiva. Noel Behn la definió muy bien al escribir que "en una novela policíaca se castiga un crimen; en una de espías, se comete uno". Joroba que todas las guerras se hagan siempre para evitar la guerra, con esa estupidez del mal menor. La humillación seminal de todo nacionalismo forja siempre las flores de la muerte, son pasiones, creencias, ideologías y al cabo utopías que exigen sacrificios humanos, sean mártires o héroes. Es lo que suelen usar, por ejemplo, los fascistas "españoles" que destruyeron la apenas esbozada república, que en unos pocos años construyó más escuelas que los regímenes militares que en todo el siglo XIX se limitaron a acaparar el presupuesto y librar tres guerras civiles y varias coloniales para justificar un gasto que podría haberse hecho en educación, agricultura y sanidad. Critican los neofascistas españoles que los extranjeros son los que más violan a las españolas de sangre; me gustaría que fueran a un prostíbulo, a preguntar si los clientes hispanos prefieren a las nacionales sobre las extranjeras, porque todo es cuestión de gustos. O que fuera Rocío Monasterio, la de los "menas", que no en vano ha recibido hace un par de días el reputado premio "Corazón de Piedra" concedido por la  Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales (con 1.158 votos, el 60,3% del censo) y se cuenta entre los méritos de personajes tan indiscutibles como Ana Mato o Mariano Rajoy.  

¿No será que se le llama mal menor porque es el mal que hacen los pocos, esto es, ese uno por ciento que acapara la mitad de la riqueza mundial, cuya única política es no pagar impuestos y que siempre saca beneficio de la crisis de los demás?

Tenemos un mar Menor que ha sido contaminado y ahora es un mar Muerto. El mar de Aral ya se ha secado, y el Titicaca va camino. Y como de los males pequeños vienen los males mayores, veremos como terminan nuestros pobres, ácidos y cada vez más calientes y deshabitados océanos.

domingo, 5 de enero de 2020

Los padres del yermo

Es preciso echar una mirada a lo que somos ahora en este año de 2020. Creo que hay consenso en el hecho de que el narcisismo está destrozando la sociedad actual. La enfermedad del XIX era la histeria,  una consecuencia de la represión de los instintos naturales; la del mundo actual es en cierto modo la opuesta del narcisismo, con toda su secuela de esterilidad, soledad, y sistemas cerrados y delirantes, pero también de espectáculo, divismo y apariencia. En el ámbito moral y político, se "ve" en la ausencia de todo principio ético, que es lo mismo que la asunción de la propia conveniencia. Lo que antaño, en las postrimerías del paganismo, llamaban "crisis de valores". El narcisismo es la orgía de la vaciedad y de a ilógica o, como diría el Trumpetero si tuviera suficiente vocabulario, paralógica. 

Como bien sabía Rousseau, no hay nada tan natural o ajeno al bien o al mal como el egoísmo; tampoco hay nada más capitalista. Pero el mal consiste precisamente en la falta de razón, en no distinguir el bien del mal, como hacen los "malistas" con su interesado desprecio del llamado "buenismo". Porque hay gente que no hace política, sino el mal directamente. Y muchos de los males que derivan de algunas formas de entender la izquierda derivan casi siempre de su forma de "personalizar" lo colectivo alienando a la mayoría y despreciando los derechos del diferente, congelando la ingénita movilidad y variedad del todo en un rictus que aparece acuñado no solo en los carteles del culto a la personalidad, sino en las monedas del culto a lo material. Y donde digo personalidad digo también nacionalidad, algo que podría dividirse indefinidamente hasta llegar al átomo primitivo del narcisismo ególatra. O nazisismo, como podríamos llamar a la forma nacionalista del narcisismo, que es siempre retrógrada y excluyente, como lo es el capitalismo con los pobres. Pues más peligroso que el comunismo es el capitalismo, porque este no tiene objetivo humano, sino meramente material o económico: descompone la materia que ansía y la convierte en basura, destroza el planeta originando divisiones y guerras interesadas y convierte la selva en un yermo amazónico, agujerea la atmósfera, azota con monzones inesperados , deshiela la Antártida y Groenlandia, envenena los aires, los océanos y mares menores y los alimentos, encoge y mercantiliza la cultura y borra la memoria, cursiliza el arte y los medios de comunicación y, en suma, degrada cuanto toca, y separa cada vez más a los ricos de sus parientes de estirpe humana, los pobres, consagrando como legítima toda desigualdad, despreciando la jerarquía del mérito paciente y deteriorando la base material misma de la humanidad, el mundo.

Cuán gracioso resulta que los despepotas y pepépatas del Pepeísmo llamen psicópatas, monstruos y traidores a los zurdos o de izquierdas. Por la misma regla podríamos llamar almejeros a los del Pepe y penosos o penitas a los del Pene, Partido Nacionalista de España, que otros llaman Vox; no por nada rinden adoración a ese órgano. Álvaro de la Iglesia podría haber dicho que En el  cielo no hay almejas, esto es, almas despreciables. Con ellos nunca será posible descogelar y actualizar la Constitución; por eso andan promoviendo ahora un golpe de Estado; hasta uno de los septuagenarios de La Razón, el arzobispo de Valencia Cañizares, anda amenazando con esto como solo lo puede hacer, veladamente y con absoluta falta de lo que algunos anglosajones llaman con gracioso neologismo himpatía.

Verdades como puños dijo Adriana Lastra en el debate de investidura; los pepinistas y voxtarates padecen una descomposición mental de aúpa o de aguírrete y no te menees. Los padres del yermo, del desierto o de la Tebaida, como se decía antiguamente (hoy diríamos de la España vacía), solo tienen fe en sí mismos y son incapaces de llegar a conclusiones y acuerdos porque solo tienen premisas; les resulta imposible "parir" la otredad del otro, ya que lo "otro" es imposible para su ego-ísmo desmedido, su narcisismo maligno, su machismo desvaginado y estéril.