Como bien sabía Rousseau, no hay nada tan natural o ajeno al bien o al mal como el egoísmo; tampoco hay nada más capitalista. Pero el mal consiste precisamente en la falta de razón, en no distinguir el bien del mal, como hacen los "malistas" con su interesado desprecio del llamado "buenismo". Porque hay gente que no hace política, sino el mal directamente. Y muchos de los males que derivan de algunas formas de entender la izquierda derivan casi siempre de su forma de "personalizar" lo colectivo alienando a la mayoría y despreciando los derechos del diferente, congelando la ingénita movilidad y variedad del todo en un rictus que aparece acuñado no solo en los carteles del culto a la personalidad, sino en las monedas del culto a lo material. Y donde digo personalidad digo también nacionalidad, algo que podría dividirse indefinidamente hasta llegar al átomo primitivo del narcisismo ególatra. O nazisismo, como podríamos llamar a la forma nacionalista del narcisismo, que es siempre retrógrada y excluyente, como lo es el capitalismo con los pobres. Pues más peligroso que el comunismo es el capitalismo, porque este no tiene objetivo humano, sino meramente material o económico: descompone la materia que ansía y la convierte en basura, destroza el planeta originando divisiones y guerras interesadas y convierte la selva en un yermo amazónico, agujerea la atmósfera, azota con monzones inesperados , deshiela la Antártida y Groenlandia, envenena los aires, los océanos y mares menores y los alimentos, encoge y mercantiliza la cultura y borra la memoria, cursiliza el arte y los medios de comunicación y, en suma, degrada cuanto toca, y separa cada vez más a los ricos de sus parientes de estirpe humana, los pobres, consagrando como legítima toda desigualdad, despreciando la jerarquía del mérito paciente y deteriorando la base material misma de la humanidad, el mundo.
Cuán gracioso resulta que los despepotas y pepépatas del Pepeísmo llamen psicópatas, monstruos y traidores a los zurdos o de izquierdas. Por la misma regla podríamos llamar almejeros a los del Pepe y penosos o penitas a los del Pene, Partido Nacionalista de España, que otros llaman Vox; no por nada rinden adoración a ese órgano. Álvaro de la Iglesia podría haber dicho que En el cielo no hay almejas, esto es, almas despreciables. Con ellos nunca será posible descogelar y actualizar la Constitución; por eso andan promoviendo ahora un golpe de Estado; hasta uno de los septuagenarios de La Razón, el arzobispo de Valencia Cañizares, anda amenazando con esto como solo lo puede hacer, veladamente y con absoluta falta de lo que algunos anglosajones llaman con gracioso neologismo himpatía.
Verdades como puños dijo Adriana Lastra en el debate de investidura; los pepinistas y voxtarates padecen una descomposición mental de aúpa o de aguírrete y no te menees. Los padres del yermo, del desierto o de la Tebaida, como se decía antiguamente (hoy diríamos de la España vacía), solo tienen fe en sí mismos y son incapaces de llegar a conclusiones y acuerdos porque solo tienen premisas; les resulta imposible "parir" la otredad del otro, ya que lo "otro" es imposible para su ego-ísmo desmedido, su narcisismo maligno, su machismo desvaginado y estéril.
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