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domingo, 11 de enero de 2015

Un satírico llamado mahatma Gandhi

ANÉCDOTA DE GANDHI

Cuando estudiaba Derecho en el University College de Londres, un profesor racista de apellido Peters tomó a Gandhi ojeriza (en pedante, animadversión), pero el alumno Gandhi nunca bajó la cabeza y, como eran muy comunes sus encuentros, saltaban chispas de alta tensión.

Un día, el profesor Peters almorzaba en el comedor de la Universidad y el alumno vino con su bandeja y se sentó al lado del profesor.

El profesor, altanero, le dijo:

-Señor Gandhi, usted no entiende... Un puerco y un águila jamás se sientan a comer juntos.

A lo que contesta Gandhi:

-Esté usted tranquilo, profesor... Me voy volando.

Y se cambió de mesa.

El señor Peters, amarillo de rabia, decidió vengarse en el siguiente examen, pero el alumno indio respondió con brillantez a todas las cuestiones.

Entonces Peters le hizo la siguiente pregunta:

-Señor Gandhi: si Vd. camina por una calle y topa con una bolsa abandonada y dentro de ella hallara sabiduría y mucho dinero y solo pudiera elegir una de esas dos cosas, ¿qué escogería?

Gandhi responde sin titubear:

-Por supuesto que con el dinero, profesor.

El profesor Peters, sonriendo, le dice:

-Yo, en su lugar, hubiera cogido la sabiduría, ¿no le parece?

Y  Gandhi repuso:

-Cada uno toma aquello de lo que carece, profesor.

El doctor Peters, histérico ya, escribió en la hoja de un examen: ¡Idiota!

Y lo devolvió al joven Gandhi.

Gandhi tomó su examen. Al cabo de unos minutos, se dirigió al profesor y le dijo:

-Señor Peters, usted ha firmado la hoja, pero se ha olvidado de la nota.

lunes, 6 de octubre de 2014

Apólogo del realista utópico

Microrrelato de Marco Denevi, titulado Don Quijote cuerdo, que dice así:

El único momento en que Sancho Panza no dudó de la cordura de don Quijote fue cuando lo nombraron (a él, a Sancho) gobernador de la ínsula Barataria.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Apólogo del payaso

De Carlos Sánchez, en El Confidencial:

El economista Jesús Fernández-Villaverde –inexplicablemente todavía fuera del Gobierno– rescataba hace unos días un prodigioso aforismo del filósofo danés Soren Kierkegaard, de quien Pío Baroja decía que era “un tipo muy poco explicable para un meridional”. El conocido aforismo hace referencia a lo que imaginariamente sucedió en un teatro tras declararse un incendio entre bastidores.

"En ese momento –decía Kierkegaard– el payaso salió al proscenio para dar la noticia al público. Pero éste creyó que se trataba de un chiste y aplaudió con ganas. El payaso repitió la noticia a los espectadores, esta vez con mayor firmeza, pero los aplausos fueron todavía más jubilosos. Así creo yo –sostenía el padre del existencialismo– que perecerá el mundo: en medio del júbilo general de la gente respetable, que pensará que se trata de un chiste”. Baroja, con razón, sostenía* que Kierkegaard era “un hombre tan triste como su apellido (cementerio)”.

Lo era. Pero lo que está fuera de toda duda es que el sabio danés acertaba cuando situaba en la incredulidad el origen de muchas catástrofes. O dicho desde otro ángulo: la ausencia de credibilidad de los protagonistas de la cosa pública –como le sucedía al payaso de Kierkegaard en medio del incendio– está detrás de una corriente de fondo (no es un movimiento coyuntural) que recorre Europa sin que, por el momento, nadie –o casi nadie– sea capaz de prever o, incluso, identificar el nacimiento de algunas catástrofes.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Anécdota de Javier Reverte

Anécdota de Javier Reverte, en la que sobrenada la famosa frase de Tennesse Williams:

"En el invierno de 1992, en pleno conflicto bélico, viajé a Sarajevo como periodista. Conducía un coche desde Split, en la actual Croacia, y entré solo en la urbe cercada. Antes de partir, una mujer me pidió que le llevara a su marido, encerrado en Sarajevo, una bolsa con comida y 400 marcos alemanes –todo se compraba entonces, en el mercado negro sarajevino, con dólares o con marcos–, y añadió que era cuanto tenía.

Le dije:

–Señora, puedo perder el dinero, puedo no entrar en la ciudad o no encontrar a su marido, pueden robarme en los controles militares. O simplemente, me puedo quedar con los 400 marcos: usted no me conoce.

Me respondió:

–En esta guerra, señor, hemos aprendido a desconfiar de los conocidos y a confiar en los desconocidos.

Esa historia define, para mí, el terrible significado de una guerra civil.

Por cierto, la historia tuvo un final feliz: encontré al hombre, le di el dinero y regresé sano y salvo a Split. Nunca debes fallarle a una desconocida."

viernes, 14 de marzo de 2014

Parábola del payaso

Es una alegoría escrita por Sören Kierkegaard.

Sucedió una vez que se declaró un incendio entre bastidores en un circo que actuaba en un poblado. El circo rebosaba de aldeanos. El mejor payaso salió al escenario a informar al público. ¡Fuego! ¡Todos fuera, deprisa, que se hunde todo esto! Creyeron que era un chiste y aplaudieron. Repitió el aviso y aplaudieron. Insistió alarmado, y aplaudieron más fuerte, aún más jubilosos, muertos de risa. El circo se vino abajo. Gran desastre. Sentencia el gran filósofo danés: “El mundo se acabará en medio de los aplausos de todos los graciosos que se creerán que es una broma”.

El payaso fracasa estrepitosamente. No logra comunicar su mensaje porque la forma le traiciona. Lo intenta una y otra vez y se entrega con pasión, pero no lo consigue. Si hubiera perdido un poco de tiempo en cambiar de ropa, habría sido más creíble y los aldeanos se habrían dado cuenta de que el mensaje iba en serio. Sin embargo, en boca de un payaso, el mensaje, por muy verdadero que fuera, no tenía credibilidad en sus oídos.

viernes, 3 de mayo de 2013

Apólogo de los mellizos


En el vientre de una madre había dos bebés. Uno de ellos preguntó al otro: "¿Crees en la vida después del parto?"

El otro respondió: ¡Claro, por supuesto! Tiene que haber algo después; tal vez estamos aquí para prepararnos para lo que vendrá.

"Tonterías", dice el otro. "No hay vida después del parto. ¿Qué sería de la vida?"

"No lo sé, pero habrá más luz que aquí. Tal vez vamos a caminar con las piernas y comer con nuestras bocas".

El otro dice: "¡Esto es absurdo! Caminar es imposible. Y ¿comer con la boca? Ridículo. El cordón umbilical suministra nutrición. La vida después del parto se debe excluir: el cordón umbilical es demasiado corto".

"Creo que hay algo y tal vez es diferente de lo que está aquí", responde el otro. Nadie ha vuelto de allí. El parto es el final de la vida y el posparto no es más que oscuridad y ansiedad y no lleva a parte alguna".

"Bueno, no sé", dice el otro, "pero, sin duda, vamos a ver a la Madre y ella se encargará de nosotros".

"¿Madre? ¿Crees en la Madre? ¿Dónde está ahora?"

"Ella es todo lo que nos rodea. Es en la que vivimos. Sin ella no sería este mundo".

"Yo no la veo, así que, lógicamente, no existe".

A lo que el otro respondió: "A veces, cuando estás en silencio, se la puede escuchar: se puede percibir algo de ella. Creo que hay una realidad después del parto y estamos aquí para prepararnos a esa realidad".

sábado, 1 de septiembre de 2012

El propósito de todo esto


De una crítica de cine de Luis Martínez en el actual Festival de Venecia:

- "¿Cuál es el propósito de todo eso?", le pregunto educadamente [habla el hombre]

- "¿Acaso tiene que tener todo un propósito?", respondió Dios.

- "En efecto", dijo el hombre.

- "Entonces te dejo que el objetivo de todo esto lo pienses tú", dijo Dios. Y se marchó.

El diálogo es de Cuna de gato, de Kurt Vonnegut. Del mismo que dejó escrito: "Quería que todas las cosas parecieran tener sentido, así todos podríamos ser felices en vez de unos amargados. Así que inventé mentiras, para que todas encajaran bien, e hice de este triste mundo un paraíso". Pues eso, mentir o morir.

lunes, 14 de mayo de 2012

Apólogo del cisne negro


Rara avis in terris nigroque simillima cygno (Juvenal, VI, 165)

Hay un blog muy interesante, Pensamiento sistémico, que os recomiendo y pondré entre mis bitácoras recomendadas. De él extraigo el texto que sigue:

Son varios los ejemplos y conceptos que nos muestra el profesor Taleb en su libro, en el que profundiza lo avanzado en  el anterior: ¿Existe la suerte? Engañados por el azar siendo su punto de arranque el problema de la inducción ejemplificado gráficamente en el caso del Pavo de Russell (en honor a Bertrand Russell que fue quien expuso por primera vez el ejemplo, retomando el problema de la inducción que inició David Hume, si bien el maestro Russell utilizó la misma metáfora pero con un pollo) que comprobó que todas las mañanas le daban de comer y tras varios meses de observaciones iba a concluir una ley universal (“estos humanos tan amables me debe querer mucho, todos los días me dan de comer”), cuando con la llegada del día de Acción de Gracias al pavo le ocurrió algo inesperado (para el pavo, no para los amables humanos). Pues bien, nuestra manera de pensar no es muy diferente de la del “pavo de Russell”. Gran parte de la matemática estadística, el cálculo de riesgos y las distribuciones de probabilidad están atravesadas por esta manera de pensar: a mayor frecuencia de ocurrencia de un hecho menor sensibilidad frente a lo inesperado. De ahí la metáfora del cisne negro que Taleb toma de David Hume (empirismo) y de Karl Popper (falsacionismo): si nos pasamos toda la vida en el hemisferio norte pensaremos que todos los cisnes son blancos, sin embargo en Australia existen cisnes negros (cygnus atratus). Y es que un cisne negro nos parece algo imposible debido a nuestra reducida experiencia: un suceso altamente improbable.

¿Qué es entonces un “cisne negro” según Taleb? El profesor Taleb lo define como un hecho fortuito que satisface estas tres propiedades: gran repercusión, probabilidades imposibles de calcular y efecto sorpresa.

lunes, 31 de octubre de 2011

Responsabilidades vacías

Javier Gomá, "Yo no he sido", El País, 29/10/2011

La crisis ha disparado súbitamente el índice de culpabilidad de los otros y la autoexoneración de responsabilidad.

Sabiendo que está prohibido, un niño juega a la pelota en el salón y rompe un jarrón muy valioso. El padre, que desde su habitación oye el estruendo, se acerca presuroso al lugar de los hechos y pregunta a su hijo, que gime rodeado de su culpabilidad (los trozos esparcidos por el suelo): "¿Qué ha pasado?". Contestación: "Yo no he sido". "¿Quién ha sido, pues?". La letanía: el hermano, el perro, el viento, ya estaba roto cuando él llegó o, incluso, se cayó solo. Todos menos él. ¿Qué debe hacer el padre? Educar es introducir de la mano al niño en el principio de realidad, donde los actos tienen consecuencias, y aceptar sus excusas infantiles sólo contribuiría a malcriarlo y a hacerle creer que basta quererlo para que la realidad ceda a los deseos de su voluntad.

En los últimos quince años el tenor de vida de los españoles se ha parecido mucho al del nuevo rico, pero sin su riqueza. El dinero barato y fácil, junto a un juego perverso de emulación inversa -yo en todo igual o más que mi amigo, mi vecino, mi cuñado, mi compañero de trabajo-, hizo aflorar nuestro grosero apetito de bienes consumibles, que reclama una satisfacción inmediata, sin tolerar demora. Y pedimos préstamos bancarios, que permiten una rápida gratificación y una devolución retardada. Al hacerlo, la ostentación nos hacía parecer más ricos a los ojos de los demás, pero en la realidad éramos más pobres porque nuestra deuda crecía. Aun así no permitimos que la realidad nos estropeara la fiesta. Compramos una vivienda familiar, más un apartamento en la playa; reformamos la cocina; nos encaprichamos de algún cuadro de pintura contemporánea; nos aficionamos al buen vino y a los gadgets tecnológicos; visitamos lejanos países y celebramos a lo grande, sin ahorrar gastos, la boda de nuestra hija. Un amigo me contaba que no hace mucho un sacerdote, durante una homilía de primera comunión, hubo de exhortar a los padres que lo escuchaban a que no solicitaran una ampliación de hipoteca para financiar el banquete...

Ahora la crisis ha roto el jarrón en mil añicos y no podemos pagar todas las facturas ni devolver el dinero que un día nos adelantaron a condiciones pactadas. ¿De quién es la culpa? De los políticos, de los bancos, de los mercados, de los fondos de inversión, qué sé yo. En todo caso, yo no he sido. Durante aquellos alegres años, pedimos a los alemanes que nos prestaran su ahorro para comprarnos los todoterrenos que fabricaban los alemanes. Hete aquí que ahora no tenemos dinero para devolver lo prestado. ¡Malditos alemanes!

Si algún día escribiera un libro titulado La vulgaridad explicada a mi hijo, empezaría con un análisis del "yo no he sido" y de la tendencia yonohesidista a la autoexoneración de responsabilidad, que supone la previa distinción entre deuda (la mía) y responsabilidad (la del otro que ha de responder por mí).

Esa distinción existió en el Derecho romano antiguo. Un pater familias pedía algo en préstamo a otro y entregaba como garantía a su propio hijo. El deudor era ese primer pater, pero la responsabilidad de la deuda recaía en el rehén, el verdadero "obligado", llamado así porque permanecía materialmente atado o ligado (ob-ligatus) a merced del acreedor quien, si era satisfecho, liberaba al rehén (solutio), pero en caso contrario, tenía derecho a matarlo o a venderlo trans Tiberim como esclavo. La importancia de la histórica Lex Poetelia Papiria (326 antes de Cristo) es doble: por un lado, estableció que mientras los delitos penales pueden ser castigados con sanciones físicas o con restricciones a la libertad, de las deudas civiles, en cambio, sólo responde el patrimonio; y segundo y principal, unió para siempre en la misma cabeza las figuras del deudor y del responsable. En ese momento -escribe el gran romanista Bonfante- nace la obligación moderna.

La crisis ha disparado súbitamente el índice de culpabilidad de los otros. En nuestras conversaciones privadas y en la opinión pública se repiten las palabras de menosprecio hacia nuestros políticos. Son tan gruesas que se diría que éstos merecen ser vendidos como esclavos trans Tiberim. Al llamarlos incompetentes y mediocres y al culpabilizarlos de nuestra frustración nos reconciliamos con nosotros mismos y sentimos nuestra superioridad moral. Ahora bien, nada nos autoriza a pensar que los políticos sean una raza aparte, una cepa genética nueva traída por un meteorito desde Urano: son como los demás, vienen de la ciudadanía y vuelven a ella. No voy a ensayar ahora una desesperada apología de los políticos y desde luego muchos banqueros y financieros merecen pasear por la plaza pública con grandes orejas de burro. Que hay sobradísimos motivos de indignación, nadie lo duda; que escandaliza ver a tanta gente sufrir injustamente, tampoco. Pero la distinguida ciudadanía, ¿no tiene nada que reprocharse? ¿Nada que reflexionar sobre ese tren de vida dispendioso, pródigo, gárrulo, autocomplaciente, imprudente, antiestético exhibido largos años? ¿Es todo, absolutamente todo, culpa del otro?

El jarrón roto de la crisis está promoviendo reformas de las instituciones políticas, financieras, educativas. Bienvenidas sean, pues conocemos la inmensa influencia social de un marco institucional y regulatorio favorable. Pero cuando parte de la crisis obedece a la generalización de hábitos torpes y vulgares que convierten al ciudadano crítico en consumidor ávido -y uno que en lugar de gastar su propio ahorro ganado con esfuerzo y tiempo pide prestado alegremente el de los demás-, cabe preguntarse si no estaremos reformando las instituciones para que el ciudadano no tenga que reformarse a sí mismo y, como el niño de la pelota, pueda seguir culpando al perro o al viento de sus errores. Si así fuera, no quedaría jarrón por romper.

En el Antiguo Régimen se decía "nobleza obliga". Pensando en la burguesía de los dos últimos siglos, un constitucionalista escribió: "La propiedad obliga". Los ciudadanos de las actuales democracias deberían comprender que también "la igualdad obliga".

domingo, 18 de septiembre de 2011

La alegoría que somos


Franz Kafka, Sobre las alegorías, Praga, 1922:

Muchos se quejan de que las palabras de los sabios siempre han sido y serán no más que alegorías y son inútiles para la vida diaria, que es lo único que tenemos. Cuando el sabio dice «Vaya hacia allá»  no quiere decir eso (que uno ha de ir hacia un lugar situado más allá), lo que por supuesto podría cumplir si el resultado del viaje valiera la pena; al contrario, quiere decir algo legendario más allá del otro lado, algo para nosotros desconocido y que él tampoco llega a indicar, de forma tal que no nos puede servir de nada acá donde estamos. Así pues, todo lo que estas alegorías tratan de decir es simplemente que lo incomprensible es incomprensible, que ya lo sabemos, y los problemas con que topamos todos los días son algo distinto. Sobre este tema uno preguntó una vez: ¿Por qué tanto empecinamiento? Si siguieseis sólo el camino de las alegorías, vosotros mismos os convertiríais en alegorías y de esa forma solucionaríais todos vuestros problemas cotidianos.
Otro dijo: -Apuesto a que eso también es una alegoría.
El primero dijo: -Has ganado. 
El segundo respondió: -Sólo alegóricamente, por desgracia.
Y el primero replicó: -No, en lo real; alegóricamente has perdido.

domingo, 28 de agosto de 2011

Apólogo para los tiempos que corren

Un apólogo para los tiempos que corren, tomado de Historias mínimas, de Javier Tomeo (Barcelona: Anagrama, 1996 (1988), XXI, p. 57-58:

Los dos esqueletos, con los huesos blanqueados por el sol, conversan sentados al socaire de la pared del cementerio.

ESQUELETO A. Oye.
ESQUELETO B. Dime.
ESQUELETO A. Lo peor que podemos hacer es desanimarnos.
ESQUELETO B. Sí, eso sería lo peor.
ESQUELETO A. Vendrán tiempos mejores, estoy seguro de eso.
ESQUELETO B. ¡Oh, desde luego! ¡Vendrán tiempos mejores!
ESQUELETO A. Se trata de saber esperar.
ESQUELETO B. Sí, se trata de eso.
ESQUELETO A. Los árboles volverán a ser verdes.
ESQUELETO B. Eso es: verdes. Y cantarán otra vez los pájaros.
ESQUELETO A. ¡Ah, qué agradable será entonces vernos regresados a la carne!
ESQUELETO B. ¿Crees que regresaremos también a la carne?
ESQUELETO A. ¿Quién lo duda?
ESQUELETO B. (Nostálgico.) Eso sería estupendo.
ESQUELETO A. (Tras una breve pausa.) ¿Cómo te llamabas antes?
ESQUELETO B. Juanito.
ESQUELETO A. ¡Anda pues, Juanito! ¡Levanta el corazón!
ESQUELETO B. (Mirando a través de sus costillas.) ¿Qué corazón?
ESQUELETO A. (Reconsiderando la situación, con acento súbitamente desesperanzado.) La verdad es que hicimos mal muriéndonos.
ESQUELETO B. Sí, hicimos mal.
ESQUELETO A. Perdimos el corazón.
ESQUELETO B. Sí, lo perdimos.
ESQUELETO A. Eso fue, sin duda, lo peor.

Silencio. El ESQUELETO B sopla a través de su propia tibia y brota una suave melodía, que ondula apenas la cabeza de las ortigas. Al conjuro de la música, las serpientes de hace cien años –apenas un rosario de menudas placas óseas– tratan inútilmente de erguirse como en los viejos tiempos de la ponzoña fulminante.

martes, 19 de abril de 2011

Origen del diálogo de sordos entre profes y alumnos: Córax y Tisias

Tomado de por ahí:

Cuéntase que una vez Córax, maestro, pidió a su discípulo Tisias que le pagara, puesto que ya había terminado enseñanza y aprendizaje. A lo cual respondió Tisias que, si había aprendido a convencer podría convencer a Córax de que no tenía que pagarle y que, de no convencerlo, no tendría que pagarle puesto que con ello demostraría que no había aprendido lo que Córax prometió enseñarle. Córax, naturalmente, no podía aceptar el argumento de su discípulo y dedicó todo su esfuerzo a demostrarle que de todas maneras tendría que pagar la enseñanza. Si Tisias le convencía de que no tenía que pagarle, esto demostraba que había aprendido a convencer y, como el arreglo había sido que si aprendía tenía que pagar, al demostrar que no tenía que pagar, por el hecho mismo de convencer a Córax, tendría que pagar. Si, por otra parte, no llegaba a convencerle de no tener que pagar, tendría que pagarle por el mero hecho de no haberlo convencido. Véase en este argumento una anécdota, que por otra parte ha sido atribuida a Gorgias y su discípulo Evasto, véase también en él un ejercicio de escuela.

Sin duda, esta anécdota recogida por Ramón Xirau es todo un ejemplo de cómo los sofistas se preocupaban más por la forma del razonamiento que por su contenido. Muchos sofistas, de hecho, fueron escépticos como principio y fin. Declaraban que no existía verdad alguna y en muchas ocasiones se les ha comparado con maestros de la falsedad. El mismo Gorgias llegó a conclusiones relativistas alcanzando a formular tres proposiciones: “Nada existe”; “Si algo existiera no podríamos conocerlo”; “si pudiéramos conocerlo no podríamos comunicarlo”.

Entonces al no existir conocimientos válidos, dirán los sofistas, apenas el lenguaje que tanto estudiaron es verdadero. Siendo éste el argumento que les permitía convencer de cualquier cosa, sea verdadera o falsa, soñada o inexistente.

No obstante, hay que reconocer en ellos, como señala el propio Ramón Xirau (íbid. P. 41), “un interés por las formas lingüísticas (que) les condujo a analizar el lenguaje, estudiar las figuras retóricas, penetrar en los problemas de la lógica y preparar las vías del pensamiento lógico. (…) Muchos sofistas fueron escépticos, pero el escepticismo, la duda, la declaración de que no existe verdad alguna, prepara el camino para que se encuentre la verdad. (…) todo gran filósofo suele empezar por dudar.”

miércoles, 9 de febrero de 2011

Se es prescindible.

En una película de Harold Ramis, Cosecha de hielo, se hace una curiosa parábola sobre la historia de dos hermanos gemelos opuestos que mueren el mismo día. Todo es un sinsentido: lo que suma uno lo resta otro y al final la cuenta da cero, como quería el Eclesiastés. A veces mi hermano gemelo (todos tenemos uno que nace con nosotros y muere con nosotros) se muestra tan muerto de iure que le gustaría serlo de facto y pasar de la apariencia a la esencia. Es blasfemo renegar de la vida, es tirarle a Dios, o a lo que haya en su lugar, incluso esa fuerza negra y oscura en la que creía Schopenhauer, su regalo a la cara. Lo bueno que tiene no estar entre nosotros no sería que lo olvidaran, sino que él mismo se olvidara de sí. Lo más insoportable es coexistir con la rutina y sus desequilibrios de serotonina; ha ido perdiéndose la inercia del nacimiento y quiere hallar en el sueño un refugio que se desea prolongar eternamente sin sueños. Curioso que para la falta de existir se busque la falta absoluta de existir; es lo bueno que tiene estar muerto: que no se vive ni se cree estar viviendo. La rutina es un cansancio abstracto, pero que se va haciendo tan presente y se va pegando tanto al alma como la carne a los huesos, hasta el punto de que ya es imposible prescindir de ella sin prescindir de uno mismo. Y, sin embargo, todavía hay algo que lo logra poner en pie todas las mañanas.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La paradoja de Abilene

Más despropósitos a consecuencia del ridículo espectáculo del orgullo, esa sustancia de la que están hechos los políticos y los dioses. A Pérez Reverte lo revientan a críticas por llamar llorica a Moratinos; también criticaron a Moratinos, y con más fundamento, por haberse gastado un dineral en la cúpula de la ONU en Ginebra. Lo mismo cabe decir por el presunto machismo contra la hembrista Leire, mientras pegan y sacuden al mismo número de mujeres este año que el pasado sin que ella haya logrado nada de nada; lo mismo da que da lo mismo, pero, por curiosidad, ¿a algún periodista o político le importa algo cómo remediar la pobreza en España? Porque de baldones, insultos y honores aplastados sabemos bastante más aquellos de los que nunca se habla. Porque todo el país ha ido a Abilene y esto es una olla de grillos y refomar España exige ser conscientes de que todos hemos ido a Abilene. Más que ocuparnos del derecho a tener derechos, todos tendríamos que ocuparnos en la obligación de tener obligaciones. Pero, claro, Platón me expulsaría de su república como el tirano Dionisio terminó por expulsarlo a él.

lunes, 19 de julio de 2010

Pilar Adón

Pilar Adón, una escritora con sentido del misterio, cuya última colección de cuentos, El mes más cruel, que toma título de un verso de La tierra baldía, de T. S. Eliot, vale un montón. Casi todos sus personajes están malditos a causa de la lectura, y en eso se parece bastante a un posmoderno como Vila Matas. Cultiva el cuento de misterio, y no se le da nada mal. Algunos enlaces con textos suyos para abrir boca:

Uno Wikipedia

Dos Portal en Escritoras.com
Tres su portal oficial
Cuatro su blog

viernes, 22 de agosto de 2008

Cuándo termina la película

De todo lo del accidente, sólo me quedo con lo que dijo el niño:

Algo salió mal durante el despegue. Tras el accidente, Amalia permanecía sentada en su asiento junto a su hija menor, María, cuando un bombero entró en los restos de la aeronave para rescatarlas. La madre, al verle, cogió a la niña y se la entregó pidiéndole que primero rescatara a su hija. El bombero, profundamente "impresionado" por la tragedia ha descubierto, hoy, que la madre murió dando la vida por su hija al acudir al Hospital La Paz, donde la pequeña se recupera de una fractura abierta de fémur junto a su padre, que permanece estable con fractura de pelvis y traumatismo torácico. La madre y la hermana de María continúan desaparecidas. Le hubiera gustado visitar a la menor para contarle que su madre le salvó la vida, pero los sanitarios se lo impidieron por no ser familiar. Este bombero se ha convertido en el héroe de la jornada. Rescató con vida a otros dos niños, sin saber que los únicos tres menores supervivientes pasaron ayer por sus brazos. Uno de ellos, Jesús Alfredo Acosta, de 8 años, sólo preguntaba "dónde está su padre" y "cuándo termina la película". El pequeño, desorientado, "me preguntaba si era verdad lo que estaba ocurriendo", según Martínez, quien le subió al camión para explicarle lo que estaba pasando, pues el pequeño "creía que se trataba de una película".

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Falacia del examen sorpresa

El profesor anuncia al comienzo del curso que antes de su finalización hará un examen sorpresa, esto es, sin previo aviso y sin que nadie pueda determinar por anticipado cuándo va a acontecer. El alumno Fulanítez convence a sus compañeros de que tal examen no se hará nunca con el siguiente argumento: “un examen como el propuesto no podría hacerse el último día del curso, porque si se dejaran pasar todos los días de clase salvo el último sin hacer el examen sorpresa, podríamos predecir sin dificultad que se hará ese último día, pero entonces el examen no tendrá nada de sorpresivo. Ahora, siendo ello así, tampoco puede hacerse este examen el penúltimo día de clase, porque entonces, sabiendo que no puede ser hecho el último día, y si sólo restan dos días de clase, entonces podremos predecir con facilidad que el examen se hará ese día. Argumentos similares obligan a descartar todos los días de clase, de modo que no puede haber examen sorpresa”. Al día siguiente el profesor hace el examen sorpresa y todos los alumnos son suspendidos, empezando por Fulanítez, a quien además sus compañeros le propinan una tremenda paliza.