En una película de Harold Ramis, Cosecha de hielo, se hace una curiosa parábola sobre la historia de dos hermanos gemelos opuestos que mueren el mismo día. Todo es un sinsentido: lo que suma uno lo resta otro y al final la cuenta da cero, como quería el Eclesiastés. A veces mi hermano gemelo (todos tenemos uno que nace con nosotros y muere con nosotros) se muestra tan muerto de iure que le gustaría serlo de facto y pasar de la apariencia a la esencia. Es blasfemo renegar de la vida, es tirarle a Dios, o a lo que haya en su lugar, incluso esa fuerza negra y oscura en la que creía Schopenhauer, su regalo a la cara. Lo bueno que tiene no estar entre nosotros no sería que lo olvidaran, sino que él mismo se olvidara de sí. Lo más insoportable es coexistir con la rutina y sus desequilibrios de serotonina; ha ido perdiéndose la inercia del nacimiento y quiere hallar en el sueño un refugio que se desea prolongar eternamente sin sueños. Curioso que para la falta de existir se busque la falta absoluta de existir; es lo bueno que tiene estar muerto: que no se vive ni se cree estar viviendo. La rutina es un cansancio abstracto, pero que se va haciendo tan presente y se va pegando tanto al alma como la carne a los huesos, hasta el punto de que ya es imposible prescindir de ella sin prescindir de uno mismo. Y, sin embargo, todavía hay algo que lo logra poner en pie todas las mañanas.
Imprescindible
ResponderEliminarUna vez, una me dijo con cara de ida: ¿porqué todo lo que haces lo consideras trascendente?, no contesté, lo consideré una crítica sin fundamento. Le podría haber hablado del eterno retorno, pero a ti no hace falta. Sísifo también está ahí y tantos ejemplos.
Aunque la tierra seguirá rodando sin mi, la echaré de menos. Su solete de vida y estrecharme, estrecharme, estrecharme, hasta ser una emoción. Eso a solas, que en público me expando, me expando, me expando hasta ser viento... de pueblo.