martes, 8 de febrero de 2011

De aquí para allá y de allá para aquí.

Ya he corregido dos bloques y medio de exámenes. Los alumnos, contentos, porque aprueba la mayoría, y algunos incluso con nota alta. Yo, buscando rebañar minutos de donde sea, y también tiempo para no hacer nada y recobrar el aliento. Ahora tengo que hacer unas composiciones en Quarkexpress para la revistilla del Instituto y darle forma definitiva al trabajo sobre el vino, devolver el libro que me ha protestado de demora la biblioteca pública y sufrir la insoportable pena merecida por este crimen. Leerme los ensayos de León y de Paco Chaves me va a resultar imposible antes del verano, porque también tengo que redactar unos apuntes para mis muchachos, pasar las notas y pasar las faltas y saberme por dónde me ando. Estas últimas cosas son lo más difícil.

Hablé con J. M. M. M., ese catedrático de la Uni de Cádiz. Le pregunto que por qué ha impreso la edición de un humanista antes que una tesis doctoral con premio. ¿Qué ha sido de los fondos prometidos para la edición de mi libro? ¿Han sido detraídos? Me promete que se imprimirá este año. Pues qué bien. Se ve que prometer no cuesta nada. No sé si hablar con mis amigos en Cádiz, porque ellos están interesados en crear ya esa colección Nifo de libros sobre historia de la prensa, cuyo primer texto sería el mío (y los siguientes los suyos); pero Maestre quizá quiere tirar para su molino. Dice que espera a una reunión del CSIC para recaudar fondos el día 25. No sé si conspirar con los de Cádiz y acudir a alguno de esos abogados nada picapleitos que saben donde morder (y hay mucho que morder, por lo que sé), porque este asunto ya me trae frito.

También hablé con Calero, quien dice que tengo que eliminar los dos últimos apéndices de mi edición de Juan Calderón. Siempre que te llaman, es para que recortes, nunca para que amplíes; nunca te dirán "que maravilla de libro, amplíalo", sino "es muy largo, recorta". Es una pena, sobre todo porque el segundo contenía una selección de las correcciones más brillantes al Quijote realizadas por este cervantista manchego.

Necesito tiempo para organizar un calendario y poder siquiera proseguir con la edición de las Fábulas. He estado pergeñándome una idea más o menos de lo que voy a hacer, pero tengo ya que manejar las notas acumuladas y empezar a redactar. Quizá pueda darle un empujón definitivo en Semana Santa.

Mi mujer ha comprado un coche Honda de segunda mano, mixto de eléctrico y gasolina, que es una barbaridad. Sólo le falta darte los buenos días, tan educado es el nipón. Tiene los máximos requisitos en seguridad y es tan automático que se diría que se conduce sólo. Está diseñado para ahorrar lo máximo. Un coche del futuro, muy chato, pero con mucho culo; hasta para eso tiene sus ventajas, porque tiene unas células fotoeléctricas que te pitan si lo arrimas demasiado al aparcar. Ni una señorita lo haría mejor. No soy un caballero rodante, sino andante, pero es bonito que los demás tengan cosas como esas, si es que les hacen felices. Nunca me atrajeron los coches; por lo general, los coches sólo les interesan a quienes les interesan los zapatos y los cuidan maravillosamente, tuneándolos de betún y vistiéndose de hermosos calcetines. Yo, que soy un bárbaro, creo que los zapatos son sólo un soporte y mis pies una máquina de caminar, como las botas de Nancy Sinatra.

M. me escribe un correo diciéndome que será mejor que nos acostumbremos a prescindir de los derechos de autor, porque con la costumbre de sobrevivir de subvenciones que tienen las editoriales manchegas no hay manera de soñar con eso. Hace tiempo que no tengo noticias de E, pero espero correo suyo un día de estos.


Me escriben de la Diputación diciéndome que han reseñado mi libro Ilustración y literatura en Ciudad Real en Estados Unidos, y me dan la fotocopia del texto en inglés. Está muy bien, habida cuenta de que no he enviado el libro a nadie, y aun así me lo han reseñado también en los Cuadernos de Ilustración y Romanticismo en Cádiz. Leída la reseña de Cádiz me doy cuenta de que en España no me lee nadie, a excepción de los libreros de viejo, que en sus reportes del libro para los catálogos traen unos resúmenes muy exactos y se ve que han leído con curiosidad las solapas e incluso algo más; leída la de América, se ve que allí uno me ha leído e incluso le solaza. Creo que se me lea tan poco es culpa mía. Se lo envié a unos cuantos aprovechados que me lo pidieron y luego no me lo reseñaron, como el Gotor en Roma, que presume de biblioteca y se puso muy pesado pidiéndomelo. Pues que se joda, y además no le renuevo la suscripción a mi lista de correo sobre historia de la prensa, Histoprensa, que la administro yo. Que la paciencia está cara.

Me da pereza presentar mi libro sobre Félix Mejía. Soy reacio a ese tipo de actos, aunque creo que el personaje lo merece y por ello habría que hacer algo por él. Pensé en mi descuidado (por mí) amigo, el jurista y exembajador Raúl Morodo, el compañero de viaje de Tierno Galván, a quien ahora evocan, y que escribía muy bien (no precisamente en sus bandos de petimetre neoclásico, sino en sus ensayos sobre la novela histórica y en sus memorias Cabos sueltos) Morodo fue además miembro de la UNESCO y me enseñó una edición de Mejía que compró en Chile, pero me da no sé qué presentarlo en este conventillo, sobre todo pensando en los silencios del señor C. ante el día que seleccionó para presentar mis tres libros la otra vez y la ignorancia supina que me tiene cierto polémico y tan rara y unánimemente detestado por todo el mundo don Gilipuertas, ignorancia en la que me siento muy a gusto y en la que me gustaría seguir estando; no así su compañero, que siempre se ha esmerado en sacar pulcramente mis ediciones en la Diputación y se ha mostrado hombre atento, formal y hasta majo.

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