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viernes, 9 de octubre de 2015

Resiliencia para vivir

Por si alguno le interesara cómo me siento (para comparar sus sentimientos, pues no hay otra razón, a no ser que pensara que todos somos la misma persona, idea de origen más bien budista de la que me encuentro muy cercano) o esperara algo más que un "bien, gracias" (lo que no suele pasar, porque se opera con rutina descorazonada pese a que estamos configurados para la simpatía y la empatía); o por si alguno sintiera lo que dice, y dijera lo que siente, ya que el dolor es carga incómoda que se arroja o va tirando por el camino, cuando no se vomita o lanza a la cuneta, porque "eso" no se comparte sin sentir que es agresión, de forma que se contempla mudo ya que no hay cartas para ligar mano en ese juego por parejas en que tienes que jugar poniéndote en el lugar de otro, voy a escribir aquí un poco sobre materia tan poco (tan nada) estimulante. Es, por desgracia, porque las letras forman ya parte no solo de mi trabajo, sino de mi yo, constituyendo una de las maneras con que consigo no volverme completamente cuerdo, esto es, difunto.

Como en todos, imagino, se revuelven y mezclan en mí las ganas de vivir y de morir; en realidad, siempre han sostenido un pulso bastante tenso que cada vez se ha interiorizado y equilibrado más. Si estoy vivo es por la inercia que da ser responsable de otros, aunque desde luego nada cuesta más que prescindir de uno mismo; pero si uno mismo se constituye en carga, la sensación que dan el cansancio, la desilusión, ver que todo se repite una y otra vez no solo en la vida, sino en la tele, en los periódicos, en las lecturas, en las personas, es tan grande que falta el aliento; en realidad es así incluso de una manera física: apenas puedo subir las escaleras y acostumbro a arruinar mi físico con conductas autojorobantes. No siento interés por la rutina (si alguien sabe cómo huir de ello sin provocar un fenómeno sísmico, que me lo diga), pero sí todavía por algunas personas; porque hay algo peor que la dimisión vital: la soledad. Uno no puede embotellarse en sí mismo si no es absolutamente malvado (o escritor, qué curioso), y tampoco puede derramarse por completo fuera si no es abandonando a los que tiene más cerca de él, algo que la más elemental ética obliga a cumplir.

Si hay otra vida, me gustaría encontrarme con la gente a la que da gusto recordar; es este un deseo con el que han levantado algunos incluso un negociete o lugar turístico llamado Edén, al parecer eviterno. Porque también hay otro donde se puede encontrar lo opuesto. 

Incluso la frase que adorna este blog no es sino la pobre excusa que uno se da para continuar, y este escrito viene a ser un resumen de los procedimientos que existen para seguir, por supuesto. Se suele decir que cuando un tonto sigue un camino el camino se acaba y el tonto sigue. Hay que recuperar a ese tonto en todos nosotros. Para mí, el procedimiento de supervivencia ante la adversidad más eficaz, aparte de leer a Marco Aurelio (esto lo leí en un sacerdote exorcista) es recordar los pocos momentos que valen la pena y asirse a ellos recordándolos con fuerza. Como son inolvidables, brillantes, apartadores del sufrimiento, recargan las baterías poderosamente; muchos de ellos, incluso, hacen llorar: el problema de mucha gente es que no llora lo suficiente, pues ha perdido en el camino incluso ese don. Llorar no es negativo, pues solo llora el que realmente ha tenido un sentimiento positivo hacia algo o alguien aunque se haya malogrado; ese sentimiento positivo es el que no desaparece nunca, aunque haya desaparecido el objeto al que se asía, (porque, con nuestra enorme obstinación humana de tontos, pensamos que debe andar en alguna parte y no ha desaparecido) y ese es el elemento que debe alimentar la energía para seguir adelante. El problema es que cuesta encontrar ese tipo de momentos; algunos, los peores deprimidos, piensan que ni existen: una especie de demonio los esconde con mucho arte en los pliegues de la memoria y también recurre a argucias como hacer que no haya tiempo para buscarlos, presionar con el trabajo, los horarios, llenar la cabeza de otras cosas que importan menos y "realmente" deberían importar menos. Incluso si se hace un índice o lista de ellos la lista se las arregla para desaparecer, no leerse o quedar inconclusa. Porque lo que se necesita también, el segundo elemento para restaurarse la vida, es tiempo, tranqulidad, soledad, apartamiento, tiempo a solas. Precisamente lo que más nos escatiman todos los días o nos robamos nosotros mismos.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Paseo mañanero

Esta mañana indecisa, sin frío ni calor, sin nubes, sin cielo, es ideal para el Copenhague de Vetusta Morla: "Dejarse llevar, / jugar al azar, / nunca saber dónde puedes terminar / o empezar..." Salí a comprar porque algunas cosas se me han estropeado y necesitan sustitución (también terminaremos nosotros así). Mi reloj y mi cinturón, por ejemplo. Y también, los que estamos muriendo poco a poco en casa, necesitamos medicinas. Y libros para sacudirse la murria que provoca el eterno retorno de las series televisivas y de los telediarios. Alguno cubre de escupitajos la pantalla, pero eso es muy molesto, luego hay que limpiarla.

El primer consumible desgastado por el paso del tiempo lo he reemplazado por un horologio tejano, un "Casio" de once euros, mil pesetas viejas; me gustaba más uno de manecillas, azul oscuro con dorados, treinta y nueve eurazos: el bolsillo mandó sobre la estética esta vez. Extraje también un cinto bueno para mi extensa zona ecuatorial del mismo almacén chino de la calle Calatrava que el anterior; el local se halla bien surtido de rarezas, incluso los cuadernos de muelle "Cervantes" de pastas serias y recias, sin milimetrar ni renglones, que tanto suelo gastar y tan difíciles son de recabar. En ellos apunto lo que se me ocurre por la calle, pues la literatura, que fluye por canales mentales paralelos a los de mi actividad corriente, solo me desborda e inunda de súbito cuando le da la gana, en cualquier sitio y hora. 

Después, contra mi arregosto de acudir a librerías de viejo o de usados (especialmente la del hugonote francés de Bethel) he pasado fatalmente y por vez primera a Serendipia, más o menos aledaña a mi "mansión", y he tenido que sufrir un mono insoportable de algunas de las "hierbas secretas" , venenos o alucinógenos que guardan allí ("non curo de sus ficciones / que traen hierbas secretas / sus sabores", dice Manrique). Tres en concreto: la Historia de la filosofía de Marías en tapa dura, los Mil años de poesía europea, antología bilingüe realizada por mi amigo Francisco Rico (mal escogida en su mayor parte, pero con algunas cosas atractivas y traducciones clásicas) y un Diccionario de historia de la literatura para snobs que está escrito, por lo que he podido calar, con una excelente mala leche, a pesar de lo lleno de franceses de encefalograma plano que está. Como todo eso me va a pasar (gracias al iva cultural de los puercos ignorantes que hay en el gobierno) una gruesa factura, estoy ahorrando para llevármelos de la orfandad en que los tienen allí.

Al pasar por el lado del IES San José he sido primorosamente insultado desde sus ventanas por algunos de los benditos brutos que educan allí en sus acostumbrados malos modales. Tiene ese lugarejo fama de recibir a lo peorcito de la pija malcrianza ciudarrealeña, aunque para mediocres de clase media los que se deterioran y degeneran en los pozos Marianistas, de donde provienen casi todos los mal hallados caballeros mangantes que han ido a parar a la Junta de Calamidades de Castilla No Marcha, asociados todos en Garduña toledana. El mismo envoltorio de lujo sobre la misma mierda infatuada: todos muy bien pelados, peinados, vestidos, conjuntados con "móvil" a juego, meneando pulgares a falta de otras cosas (neuronas, por ejemplo): yo mismo me entretengo viendo pastar a las madres a la entrada, enbolsadas en Zara para la ocasión, esto es, para ser vistas por sus vecinas de envidia y puñalaje; a qué negarlo, son atractivas si no se les echa luminol o luz ultravioleta. Entre los otros reos que se han educado santamente en esa clausura de ricoshomes y ricashembras, recuerdo no ya los Marín, los Martínez y demás compañeros mártires ya pluripensionistas de lujo para siempre, sino incluso Chemín "Aterriza como puedas" y parentelas de colorete y mandarina, principal impulsor del aeropuerto que tanto dinero ha hecho volar y del subsecuente saqueo de Cajas de Ahorros del pueblo que habría hecho morirse, otra vez, de vergüenza al este sí santo social Francisco Rivas Moreno, en época más honrada que esta, si hubiera levantado la cabeza. Lo que ahora una poco aventajada discípula del PSOE de pepeísmo clónico, Lolitis Cospedorrea, mantilla y toros, no ha hecho sino prolongonear, la muy manosnavajas albaceteñas, de plurículo maridiente. Por no hablar de Don Pepito el Bonito, a quien tanto cantaban los otros payasos de la tele, un "quehaydelomío", tan de rancios borceguíes familiares como los otros, asentado en Madrí para medrar pero originario, que no original, de otra de las provincias que sirven de excusa para hacer masomangonería política en esos allaes que están más allá de aquí, a donde no quiere volver, que eso degrada y descaece mucho.

Me informan de que el Instituto de Estudios Manchegos va a quemar los libros que ni siquiera sus propios autores aprecian. Ya escribí mucho sobre eso de quemar libros... Solo añadiré que eso nos define: el saber sí ocupa lugar, no como decía Unamuno, que ocupaba el tiempo, y mucho. A ver si al menos puedo salvar los míos.

viernes, 22 de mayo de 2015

Mis libros

Escribir sobre uno mismo suele darse bien a cualquiera, porque es el tema más cercano y vigilado que uno puede tener. Hoy lo haré sobre unos amigos algo más distantes, a los que escucho y doy la mano con frecuencia: mis libros. Lo hago porque he tenido que seleccionar un buen grupo para enviarlos a un trastero comprado solo con ese fin. Son demasiados y hace tiempo tuve que mudarme a una casa mayor solo para hacerles sitio; aun así tuve que hacer un expurgo y regalar muchos, leídos ya o en edición rústica y letra pequeña (prevengo lo que voy a a dejar a mi gente y ya solo compro ediciones no fungibles en tapa dura, que soporten sin deterioro el paso del tiempo sin deterioro y se lean fácilmente). Lo mismo hace otro compañero de columnata (llamémosle peristilo, ya que es arquitecto), José Rivero, que tiene más que yo.

Mi biblioteca incorpora también la de mi mujer, licenciada en Historia del Arte. En conjunto es muy variada, pero se concentra en los temas que nos molan: es muy buena en Humanidades (Filologías, Historias de la literatura de diversos países y lenguas, Estudios locales sobre La Mancha, Clásicos manchegos del XVIII y XIX, Historia del Arte, Literatura universal, en especial española, europea, grecolatina y hebrea, Pedagogía e Historia de la prensa española. También está bien nutrida en historias de distinto tipo: de las ideas, de la filosofía y de la religión, principalmente, y antropología. Como la utilizo para investigar, hay además no pocos diccionarios y gramáticas de diversas lenguas (francés, inglés, italiano, alemán, hebreo, latín, griego) enciclopedias (temáticas o no), biografías y bibliografías. Pero la extensión de estos saberes más demuestra el tamaño de la curiosidad y el dinero que uno ha decidido gastarse en ella que la posesíón efectiva de los saberes que aglutinan. Qué más quisiera yo que conocer bien esas lenguas y esas disciplinas. Me conformo con tener, al menos, una idea de lo que ignoro y saber dónde buscarlo. Eso ya es algo. Porque una librería mal organizada más es un problema que otra cosa.

He reunido una modesta colección de libros antiguos de autor castellano manchego; ahí dominan las rarezas e incluso los ejemplares únicos de libros de los que solo ha quedado el que poseo (o uno o dos más, que sepa); algunos de ellos, ya inencontrables, me los quitarían de las manos los libreros de viejo: hoy se cotizan a buen precio y los adquirí por una miseria (mi paga de profesor y mis hipotecas no dan lugar a más): los Padres mozárabes toledanos de Lorenzana, algunas ediciones antiguas de clásicos promovidas por el grupo de Estala, ediciones raras de Balbuena, de Félix Mejía, de Juan Calderón...

Hoy Internet suple bastante bien una biblioteca; Googlebooks, Internet Archive, Europeana y otras muchas virtuales son una mina para el investigador y quien sepa buscar y manejar el álgebra de Boole. Hay incluso una pirata que atesora ya casi ¡cien mil libros gratis!  Y no están, por cierto, mal escogidos no son birrias como las que se venden en las librerías actuales para los descerebrados del pensamiento único; muchos de ellos son la única fuente para los pobres que no pueden comprarse los carísimos originales y necesitan esos imprescindibles instrumentos para estudiar.

Los buenos lectores de hoy muy pocas veces buscan novedades que casi siempre defraudan, sino cosas muy específicas, en librerías de lance o segunda mano. No los veréis por las librerías de nuevo sino por excepción; suelen comprar por catálogo en Uniliber (que es más barata que Iberlibro) o en Vialibri. 

Para la gente práctica los libros son un imán para el polvo y lo que te suelen preguntar si te los ven es típico: "¿Te los has leído todos?". Por supuesto que no, contesto. Son en su mayoría libros de consulta que utilizo para satisfacer la monstruosa cantidad de dudas que te acometen cuando investigas e intentas aclarar algún misterio del pasado o del presente. Cuando los libros eran difíciles de conseguir, en la Antigüedad, lo que se hacía eran visitas; ahora se visitan los libros o Internet. Otra cosa que te suelen decir, agobiados por el excesivo espacio que ocupan, es el topicazo de que "el saber no ocupa lugar"; a ello ya contestó Unamuno diciendo: "¡Claro que no! Lo que ocupan es tiempo: y muchísimo." 

Un gran lector, como Unamuno, leyó y anotó concienzudamente en el curso de su vida unos dos mil libros: los que se conservan en la casa-museo de Salamanca, un selecto plantel cuidadosamente subrayado en las siete u ocho lenguas en que leía. Pocas personas podrán leer más en nuestra corta existencia y seguramente no le sacarán tanto fruto. Cervantes, según mi amigo Eisenberg, que se tomó el trabajo de contarlos, cita unos quinientos; otros autores (pienso en concreto en William Saroyan) han contado más o menos la misma cifra. Cualquiera que haya leído (me refiero a leer por gusto y curiosidad, no por obligación) unos doscientos puede entender bastante bien una revista de humanidades, leer un periódico sin dejarse llevar y arriesgarse a investigar cualquier materia sin sacar conclusiones ridículas. Por lo general, la lectura (si es variada: un lector exclusivo del Corán o la Biblia, de Adam Smith o de Marx, puede transformarse en un auténtico gilipollas; aunque no tanto de la Biblia, cuyo nombre en griego significa "varios libros") crea gente tan tolerante como escéptica. Se lee en general más cuando se es joven, sobre todo novelas, historietas y divulgación; después se relee y profundiza, porque el sentido crítico se ha desarrollado tanto que uno no soporta simplezas ni tiene demasiada paciencia, a no ser que el tema le prive. Yo no leo ya sino poesía, ensayo o biografías: la narrativa se me cae de las manos, a no ser que sea excelente o esté bien escrita. Hay que aprovechar el tiempo, pero pierdo mucho de él leyendo prensa electrónica y correos. La lectura hoy en día entra por los ojos y no termina donde quiere el autor, sino donde quiere el lector: algo muy egoísta y muy cínico: las obras son tan abiertas que no permiten apenas una empatía profunda. Se ve incluso en los blogs: los más leídos son los que tienen fotos, ilustraciones. Como el Hola. Hoy un artículo no tiene que tener sentido, sino enlaces, vídeos y fotos: ruido y furia. Es un itinerario de postales, no una estancia en la mansión de un anfitrión... suponiendo que se entiendan esa palabra, no digo ya su origen mitológico.  

Decía al principio, evocando a Montaigne, que escribir sobre uno mismo es lo mejor que uno puede hacer, pues el tema que mejor conoce; añadiré que muchos buenos lectores leen a otros como si se leyeran a sí mismos y con ello logran expandir su conciencia como si tomasen una droga inocua y magnífica. Quevedo escribió, retirado a la paz de estos desiertos manchegos, que vivía en conversación con los difuntos y escuchaba con sus ojos a los muertos. Esta sentencia traduce en realidad el lema que preside la biblioteca de la Universidad de Padua: "Hic mortui vivunt; hic pandunt oracula muti", pero yo creo que su origen último se halla en realidad en el Estoicismo que consolaba a Quevedo en el destierro, en concreto en la biografía que Diógenes Laercio hace del fundador de esta escuela, Zenón de Citio. Allí se dice que el futuro filósofo fue a pedir consejo a un oráculo (el del adagio citado) para ser sabio; y la respuesta fue que "escuchara a los muertos". Él lo interpretó en el sentido de que tenía que leer libros. Hoy, sin embargo, nadie hace caso a los muertos. Y por eso hoy hay mucha gente a la que el aburrimiento, que otros llaman ignorancia, impide disfrutar de la vida.

viernes, 15 de mayo de 2015

Intenciones

Ahora que te tengo sentado en mi propia silla te comunico, mi mejor y único friend, que quiero dar otra orientación a mi blog. El hecho de que me hayan pedido que colabore en Mi Ciudad Real y publique artículos allí me ha hecho volverme demasiado político, pero nunca me ha gustado la mierda: no soy una mosca. Es algo que puede envenenarme y subleva mi alma de franciscano exclaustrado, pues en realidad solo soy un escritor, ni bueno ni malo; un investigador que ha resuelto algunos enigmas y un profesor cansadísimo y más que harto. Aunque me considero quemado, no sé por qué todavía ardo con inusitada vehemencia; el día que me lo explique supongo que ya estaré muerto; tal vez necesito pelearme con algo para poder seguir vivo. Entre los muchos proyectos de ego que me he ido haciendo durante estos años ya he explorado suficientemente el de articulista; a veces atisbo caminos interesante por los que luego me olvido de ir; ordenando los artículos del blog por temas me he dado cuenta: son más caminos de los que quisiera; la conciencia de todo lo que me he dejado en el tintero y en la vida me hace cabrearme mucho más todavía. 

Escribiendo artículos veo que quizá habría podido orientar la opinión o ayudar a crearla, pero no soy tan soberbio como para creer que puedo dedicarme a ello, pues la gente cada vez lee menos y es más egoísta, algo que, increíblemente, consigue combinar con habilidades sociales aparentemente más constructivas. A mí solo me han educado para ser útil y escribir artículos de opinión es inútil y solo acarrea gente que te mira como si fueses un Gregor Samsa o bicho raro. Solo escribo porque soy vehemente, como todos los que se vierten en los vasos del arte: la indignación me puede. Solo hay que ver el número de sátiras y epigramas que acumulo en este blog.

Porque este blog es también una radiografía de su autor: solo hay que comparar el volumen de entradas de cada apartado. Me obsesiona la ética, me indigna la injusticia, me gusta acumular conocimientos sobre pedagogía, psicología, literatura, humanidades, historia de Castilla-La Mancha. Y soy muy criticón y cabezón. Tengo una lengua, o más bien una literatura, bífida y capaz de despellejar un armadillo. Y, sobre todo, una curiosidad enorme y enfermiza. Por otra parte, la gente es tan estúpida que te juzga por la facha, por el vestido, por la cara que pones, por cualquier cosa menos que por el significado de lo que dices o por tu trato continuo. Eso me descorazona de la gente y me hace despreciar a gran número de personas que, eso sí, van bien arregladas y perfumadas, visten bien, sonríen y dicen cosas convencionales que has oído cientos de veces y que ya han perdido su significado de tanto como se han gastado. El español, que siempre ha sido un inerte, es especialmente superficial. Incluso es capaz de votar a un sinvergüenza solo porque está bien vestido o sale en la tele o dicen que es guapo. 

Quiero volver a la cultura. Durante algún tiempo he pensado en cómo administrar los años de vida que me quedan. He intentado vivir fuera de la escritura, pero no he podido. Tengo que resignarme ya y dedicar el decenio o algo más que resta a leer algunos libros que no puedo estar sin conocer y escribir al menos los cinco libros que me ocupan más el pensamiento y, resuelto ya el problema del enigmático Lidoro de Sirene ciudarrealeño del siglo XVIII,  resolver de nuevo otro problema o rompecabezas erudito, el de justificar de una vez por todas la autoría de Félix Mejía en las obras mal atribuidas a Lebrun y la anónima Jicotencal. Esto, y añadir nuevos capítulos a mi Historia de la literatura manchega, es lo que me debe llenar el tiempo. Dedicaré este verano a estos proyectos y a preparar la edición definitiva de las obras completas de Félix Mejía, que ya tengo bastante avanzada, y a gestionar la publicación de otros libros que ya tengo escritos, aunque sea en edición electrónica: la Autobiografía de Juan Calderón, la biografía de Félix Mejía, una colección de biografías de figuras del periodismo manchego. Quizá me sobre tiempo para darle un empujón a esa novela negra policiaca ambientada en Puertollano que he empezado y con la que tanto disfruto, pues con ella me encuentro en el terreno en que siempre he deseado vivir: la creación literaria. Y, más lejos, los proyectos de otros libros que me rondan y quizá ya nadie escriba: la novela El danés, otra histórica ambientada en el siglo XIX y otra sobre la movida, bastante autobiográfica.

Abortos

Me paso el tiempo abortando ideas, deseos, poemas. Hace un par de noches me desperté a las cinco de la mañana con los cuatro primeros versos de un soneto en la cabeza, y estuve cinco minutos dudando si levantarme y copiarlo o seguir durmiendo y que se me olvidara para siempre. Lo que hice fue levantarme... pero me puse a hacer otras cosas, no lo copié y terminé olvidándolo igualmente.

Era un cuarteto precioso, dictado por uno de esos ángeles que de repente se aburren y utilizan la materia prima de tus sueños para esculpir alguna travesura lírica. Pero los propietarios de esa materia nos permitimos el lujo de asfixiar ese genuino quid divinum en la cuna. Y está mal.

Siempre estuve contra la inhumanidad del aborto, salvo en los supuestos en que es tan lícito como terrible. También lo estoy en asfixiar la creatividad. Es lo único que nos distingue de otros seres vivos. La capacidad de variar la partitura de la vida, de crear variantes inimaginables, porque se hallan más allá de los límites de la imaginación. Pero los matamos. La tinta blanca sobre la que escribimos está llena del polvo de esos cadáveres. Y, si escribo este blog, es solo para salvar parte de esos fetos generados por mi alma, si es que la tengo.

Durante estos días pasados he ido releyendo algunos de los cuatro mil textos de mi blog para clasificarlos por temas en la columna lateral, quizá con la esperanza de que puedan ser utilizados por alguien: textos propios y textos de otros que tienen algo de propio. Pero muchos parecen escritos por otro, o reflejan aspectos de mí mismo a los que ahora considero difícil llegar o que aparecen desmarcados por el cambio de los tiempos; por ejemplo, un soneto contra la Iglesia tal como era antes del papa Francisco. Veo en ellos alguien a veces mejor: menos deteriorado, con más ilusiones o menos desilusiones. Rasgos de ingenio, de dolor y de testarudez; trazos del arte de la palabra, de investigación, de reseña paciente, de solidaridad. Son la expresión de una voluntad terrible y fracasada por intentar entenderlo todo y hacer algo para que todo vaya mejor.  Lo ha dicho con su característica precisión Caballero Bonald en Desaprendizajes: "¿Lograrás alguna vez lo más complejo: la concordancia entre lo insuficiente y lo absoluto?" Me espanta cuánto he volcado y tallado mi palabra. Y algo peor: cuánto la he destruido.

viernes, 17 de abril de 2015

El IES Santa María de Alarcos

En el  BOE del pasado viernes día 10 se publicó la relación provisional de los 15 alumnos que han obtenido un Premio Nacional de la ESO y resulta que tres de ellos estudian o han estudiado en el instituto donde doy clases, el Santa María de Alarcos. Son Teresa Pareja y Rafael Ruiz, ambos de 1º de bachillerato, y el único premiado de la comunidad catalana, Jaime Pedregal Pastor, al que se incluye porque fue alumno de nuestro centro hasta 3º de ESO. Así pues, tres alumnos de ESO del IES Santa María de Alarcos han sido seleccionados como los de mejor rendimiento entre veinticinco de toda España.

¿Quiere eso decir que el IES Santa María de Alarcos es el mejor?

Claro que no: es mérito de esos extraordinarios alumnos, aunque quizá hemos colaborado un poquito en que ese mérito haya podido lucir un poco más. Seguro que otros años no tendremos tanta suerte... o sí. Entonces habrá que rascarse la cabeza y pensar qué porras está pasando para que seamos tan buenos. 

El IES Alarcos es el más solicitado de toda la provincia, y por algo debe ser, pero nuestro instituto es igual de anodino que todos los otros. Sin embargo, sí es cierto que en un par de cosas este instituto es ligeramente diferente.

En primer lugar, se respetan muchísimo y por igual las Ciencias que las Humanidades. Tanto, que hasta sus profesores editan un libro cada año con ensayos e investigaciones relevantes sobre unas y otras: eso no se hace en ningún otro instituto de la provincia.

En segundo lugar, el Alarcos es muy ceremonioso. Nos fundó un militar, el manchego (y liberal progresista) Baldomero Espartero hace 160 años, y gustan allí los ritos y desfiles que no veas. Aunque los profesores hacemos lo que podemos contra este estreñimiento patológico y empieza a aflojar, al menos en apariencia, se ve que es marca de la casa y no hay nada que hacer. 

Y nada más: el Alarcos es como cualquier otro instituto de la provincia de Ciudad Real.

viernes, 3 de abril de 2015

Escribir una novela policiaca

He leído muchísimas novelas policiacas. Desde mi misma adolescencia, en que empecé por todas las novelas y relatos de Conan Doyle a la inverosímil edad de doce o trece años. Luego vinieron todos los clásicos del género de Inglaterra, Estados Unidos y Europa uno por uno. Puede decirse incluso que soy un experto o friki en el género (y en otros que también me apasionaron entonces: la ficción científica, la novela gótica, los clásicos), hasta que los abandoné por lo que ahora más me interesa: la poesía, el ensayo, el teatro, la autobiografía. La narrativa me cansa: tiene que ser muy buena o estar muy bien escrita para que no se me caiga de las manos; voy buscando belleza, ideas o sinceridad, y estas cosas se dan muy poco en ese género. Para quien piensa que cada día es el último, como es mi caso y el de otros, perder el tiempo no tiene excusa. Quizá por ello odio tanto a los pelmazos. 

Y quizá por ello me ha extrañado ponerme a escribir una novela policiaca en estas cortas vacaciones de Semana Santa.

Qué friki, diréis. Sí. Siempre tuve en la cabeza diversos proyectos novelísticos, apenas indiscernibles de otros sistemas delirantes más íntimos, pero nunca acababan de cuajar. Me sentaba, escribía el principio y no terminaban de arrancar. Ahora es diferente.

Que fuera el primer proyecto de novela que tuve ha facilitado el parto. Toda esa anticipación ha tenido que estar trabajando en mi subsconsciente. Solo necesité un viaje al lugar de mi adolescencia, Puertollano, el lunes, y de repente el proyecto eclosionó sin qué ni para qué. Ya tengo veinte hojas.

Me suele ocurrir cuando abandono las rutinas y viajo fuera de mi casa y contexto: se me hincha la literatura y no puedo parar de escribir. 

Cuando sabes hacia dónde te encaminas es muy fácil. Tienes el argumento, los personajes, el concepto, el estilo, la estructura, los detalles, los ambientes... A treinta líneas de diez palabras al día, más el tiempo necesario de pulimento para lo ya escrito, calculas incluso la fecha en que acabarás. No creí que me resultara tan cómodo. Ni que se me dieran tan bien los diálogos. Escribir es una alienación: parece que es otro el que redacta y no yo. Incluso me resulta fácil aconsejarle a ese empleado hacer algunos cambios sobre la marcha que unas veces acepta y otras no. Creo que esta especie de desdoblamiento se debe al enorme desprecio que siento por el lenguaje y las estupìdeces que nos rodean. Sin ese desprecio me sería imposible escribir, porque no tomaría la suficiente distancia del mundo y de la realidad como para poder crear una paralela e intermedia.

Y esa realidad paralela ya está ahí: la estoy sacando de la otra y de mí mismo. 

No sé qué haré con esta novela y la gente que tiene dentro, a la que puedo oír, ver y sentir dentro de mi cabeza.

Trata sobre un crimen cometido en Puertollano. No me preguntéis por su argumento: solo sé cómo acaba, la dirección que deben tomar las cosas. Las plantas dan flores, yo doy escritos. Y no le podemos preguntar a una planta por qué hace lo que hace. A mí tampoco me lo pueden preguntar. Si tuviera que responder, diría que me siento como Trigorin y Treplyov, los dos escritores que aparecen retratados en La gaviota de Chéjov; unas veces me siento el primero y otras veces el segundo. Y no sé si es bueno o es malo. Las dos cosas, tal vez.

domingo, 15 de marzo de 2015

Fábulas

El jueves a las siete, en la Biblioteca Municipal, presento una edición mía de las Fábulas selectas de Samaniego e Iriarte que ha hecho la editorial Castalia Didáctica. Nunca me propuse hacerla: habría sido mejor que la confeccionase alguien como mi amigo Jerónimo Anaya, que prácticamente se crio con ellas y tendrá la amabilidad de presentarme este jueves. Hace unos días me enseñó el libro con que sus padres y abuelos se las leían de niño y luego él las aprendía y cantaba de memoria. También podría haberlo hecho mejor que yo mi antiguo profesor de griego Alfredo Róspide, quien me hizo traducir algunas en el instituto Juan de Ávila cuando cursaba allí bachillerato, o mi antiguo compañero y amigo, el helenista Santiago Talavera Cuesta, que ha estudiado y editado todas las de los demás autores del siglo XVIII, o incluso nuestro común maestro, el llorado Francisco Martín García, fallecido hace doce años, profesor que fue del IES donde trabajo y autor, junto a Róspide, de algunos trabajos fundamentales sobre la materia que he utilizado, por ejemplo, en mi edición. Pero he tenido que ser yo, sin pedirlo siquiera, solo porque han querido los académicos Francisco Rico y Pedro Álvarez de Miranda. Espero que haya quedado bien, porque, ya se ve, a los manchegos nos encantan las fabulaciones e incluso Cervantes en su Don Quijote se atreve a clasificarlas.

La fábula es un género milenario y probablemente el más antiguo de la literatura. Los cuentos de animales, necesarios en una cultura centrada en la caza, aparecen ya esbozados en los abrigos de piedra del mesolítico. Y danzas diversas de pueblos primitivos simulan escenas de caza. El propio refranero está lleno de observaciones de avispados cazadores sobre la personalidad y conducta de los animales e incluso alguien tan primitivo y ataporcino como Cospedal ha hecho una ley mesolítica de caza y un congreso sobre matanzas de cornúpetas. Pero, entre mis fábulas favoritas, he escogido para vosotros, en estos días de estrés, unas cuantas en que se puede ver cuánto queda por aprender en un género presuntamente infantil y escrito en un principio en prosa tan humilde que pudo atribuirse a un esclavo frigio o tracio como Esopo, pero con el que ya se consolaba Sócrates versificándolo antes de morir, pensando que contenía verdades eternas. Sus discípulos cínicos y estoicos utilizaron este material para enseñar la cruel ética del paganismo, según la cual es imposible cambiar la naturaleza humana. Después la ética cristiana vino a "cambiar" este estado de cosas (si es que se puede) y nos dejó sus parábolas, según las cuales el arrepentimiento verdadero puede regenerar al ser humano o, como dice San Pablo (no me refiero a Iglesias, aunque también) "despojarse del hombre viejo con todas sus obras y vestirse del nuevo", a pesar de que en el intervalo nos quedemos en pelotas, con el frío que hace. Luego, en la edad del nihilismo, Kafka suprimió la moraleja y nos dejó ya, por fin, definitivamente en cueros. Todavía hay gente por ahí  buscándola, pues la estima necesaria. Yo, por ejemplo. 

La primera de las fábulas que predico en esta misa la compuso un liberal del siglo XIX (otro arriero se apea), Cristóbal de Beña para sus Fábulas políticas (1813), impresas en Londres porque aquí en España no se podían publicar cosas inteligentes, como ahora, en que solo se puede hacer por Internet o a condición de que nadie las lea en su puta vida (aunque es bueno el Marca, es mejor el As, porque su contraportada trae culos y tetas memorables). Su asunto ya aparecía en las Vidas paralelas de Plutarco, creo recordar, y se inspira en dos concepciones distintas del derecho, la iusnaturalista de Solón y la consuetudinarista o positivista de Anacarsis el Escita, esto es, reducido al vulgar, si todos somos iguales o unos somos más iguales que otros. La lengua popular la formula con una frase hecha, la "ley del embudo", o con la expresión "las leyes del mundo / se cierran en dos: / quítate tú / qe me ponga yo". Se titula "La araña y el moscón":

Tendió la Araña, diestra tejedora,
su fuerte red un día,
y el gusano y la mosca voladora
a cientos los prendía;
mas dio un Moscón en ella que, atrevido,
sin cuidar de sus lazos,
atravesó por medio del tejido
y la hizo mil pedazos.

Las leyes suelen ser tela de araña,
que rompe cuando quiere el poderoso,
mientras sufren los débiles su saña.

La segunda fábula tiene que ver con lo que le pasa a la izquierda hoy en día y aprovecha la derecha para gobernar, ya que, como le ocurre a la derecha, nuestra infantil izquierda lo único que quiere no es resolver problemas, sino gobernar. La he titulado "la desunión" y algún cinéfilo recordará haberla visto contada, por ejemplo, en la película de David Lynch Una historia verdadera (1999).

La desunión (tradición esópica)

Los hijos de un labrador vivían en discordia y desunión. Sus exhortaciones eran inútiles para hacerles mudar de sentimientos, por lo cual resolvió darles una lección con la experiencia.

Les llamó y les dijo que le llevaran un manojo de varas. Cumplida la orden, les dio las varas en haz y les dijo que las rompieran; mas a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las rompieron fácilmente.

-¡Ahí tienen! -les dijo el padre-. Si también ustedes, hijos míos, permanecen unidos, serán invencibles ante sus enemigos; pero estando divididos serán vencidos uno a uno con facilidad.

Por último, pero no último, en esta selección atraigo a la vida el segundo apólogo de esa obra maestra sobre la naturaleza humana que es El conde Lucanor, compuesta un Dostoievski del siglo XV como era el infante Juan Manuel. Es de tradición esópica, pero la versificó un escritor anónimo que la publicó por vez primera en el Diario de Madrid más o menos hacia 1800. Allí es donde la descubrí. Investigando reparé en que esta adaptación apareció poco después en un libro decimonónico que recopilaba las mejores fábulas de autor desconocito. La he titulado "Maneras de ver las cosas" y es un ejemplo magnífico de perspectivismo o de cómo la gente no es buena ni mala, sino solo egoísta porque así lo piden los genes darwinianos:

El hombre, el chico, el asno y los que pasaban. 

  Encontró en un camino 
montados en un mísero pollino 
a un chico y a un anciano cierto arriero; 
y al punto dijo: ¡Oh chusco lastimero! 
¡Pobre animal! Con estas valentías 
no tenéis asno para cuatro días. 
tanto, por más que calla, le ha dolido 
la pulla al pobre viejo, que, corrido, 
se desmontó al instante: 
y al asno con el chico echó adelante. 
    Caminaban así, cuando de cara 
dan con otro hombre, el cual, como repara 
que el muchacho va holgado, 
y el viejo a pie detras estropeado, 
"¡Mal enseñáis -le dice-
a vuestro hijo o lo que es, infelice!
Mirad mejor por vos y a ese insolente  
hacedle pese a tal, que ande o reviente; 
que nuevo es su pellejo 
y al fin es un rapaz y vos sois viejo. 
    Esto que oyó el anciano, dijo: "Tate,
tiene razón: molerme es disparate.
Baja, montaré yo". Y así lo han hecho,
pero a muy corto trecho
un soldado bribón desde otra senda,
la voz alzó para que el viejo atienda:
"¡Qué caridad que tiene el tal abuelo!
Como él va a su placer, no le da duelo
despear al muchacho.
Apuesto que es judío o va borracho".
Sin desplegar la boca
contra quien con denuestos le provoca,
se apeó el triste anciano
y, tomando el chicuelo de la mano,
fueron en pos de su jumento un rato;
cuando a deshora un estudiante chato,
(para fisgón sobrole el ser manchego)
soltó la carcajada y dijo luego:
"¡Donoso desvarío!
¡Ellos a pie y el asno de vacío!
Ce, buena gente: pues así os apiada
la caridad con bestia tan honrada,
a cuestas la tomad y por los daños
ponedla luego de aguardiente paños".
    A tanta sinrazón, de enojo ciego,
prorumpió el viejo así:
"¡De mí reniego,
y reniego del bruto y del canalla
que a gusto de otro se acomoda y calla!
Ir en un asno me decís qne es mengua:
si nadie va, me mofa vuestra lengua,
mal si camino a pie, peor si monto;
¿Subo al chico? Soy tonto:
¿Le bajo? Es acción fea:
¿Cómo le he de entender? ¡Maldito sea
tanto hablador y consejero tanto,
y maldito sea yo, si más aguanto!
Ven, chico, ven: ya que el pollino es mío,
bien tengo poderío
para servirme de él a mi talante,
sin que de necios el decir me espante;
¡murmuren ellos y los dos montemos,
que así a lo menos con descanso iremos!

APLICACIÓN,

El que de todos quiere 
seguir los pareceres, poco a poco, 
por premio logrará volverse loco.

Y nada más. Si os interesa el tema, el jueves a las siete os espero en el salón destinado a eventos de la Biblioteca Pública de Ciudad Real.



viernes, 13 de marzo de 2015

Miedo

Miedo no a morir, sino s a morir sin haber pagado todas las hipotecas y facturas 

Miedo a que mi mujer, mis hijos, mis animales no lleguen a ser felices

Miedo a morir sin haber llegado a escribir todo lo que quiero escribir.

Miedo a haberme equivocado

Miedo a haberme equivocado incluso habiendo querido hacerlo bien

Miedo a dejarlo todo por cansancio

Miedo a tener que vivir otra vez 

Miedo a no poder morir nunca

Miedo a empezar otra vez

Miedo a vivir otra vez sin haber aprendido nada.

Miedo de que lo que he aprendido no sea suficiente

Miedo al dolor, al cansancio, al aburrimiento

Miedo a no haber vivido

Miedo a haberme mentido

Miedo a cansarme de ser humano

Miedo a la estupidez

Miedo al mal

viernes, 27 de febrero de 2015

Presentación de las Fábulas selectas de Iriarte y Samaniego




El jueves 19 de marzo, a las 7,

presento

en la Biblioteca Pública de Ciudad Real,

mi edición de las Fábulas selectas de Iriarte y Samaniego,

publicada por Castalia Didáctica.

Estáis invitados.


sábado, 17 de enero de 2015

La muerte de un viandante

Salgo a dar una vuelta a la ciudad como Juan Sebastián Elcano salió para rodear el mundo, aunque no aspiro a regresar tan estropeado; mis hijas hacen lo mismo pero con móvil, jugando al Ingress, una aplicación informática para la que hay que pasear mucho y en la que dos bandos, azul y verde, se han repartido el mundo, como en Tordesillas; Ciudad Real está ahora en poder de los verdes por culpa de un obseso llamado Pico Largo.

Pero en la realidad los carteles de se vende, se alquila y se traspasa agobian por doquier y llueven rebajas, liquidaciones y desahucios. Me miran los locales vacíos con las cuencas de sus ojos calavéricos. Un ejemplo: se vende entera la calle Pozo Dulce, salvo Pedro Cerro, que aun así está como Paco el de las Rebajas; Ciudad Real entera se vende como una puta, en las calles, salvo el Ayuntamiento (perdón por la obscenidad), que está vendido o eso dicen, al menos desde hace cinco siglos. Va uno desenterrando recuerdos ahora sustituidos por huecos y solares vacíos y no sabe si es real lo uno o lo otro. No hay ya cine y palomitas, sino veinte películas caras a cual peor, sin gallinero ni programa doble, de las que solo valdría la pena ver tres. Yo me colaba por las rendijas del Gran Teatro de Puertollano y contemplaba las mismas películas decenas de veces; eso me hizo cinefílico. 

En Puertollano, lo que tenían que hacer para reanimarse, el día del chorizo, es una falla satírica en que quemar a los corruptos y sacarles así algún calor; tienen minas enteras de combustible y lo que les hayan traído los dinásticos el seis de enero por malos y requetemalos. Aquí, en la vil Ciudad Real, na más hay para entretenerse que una especie de cineclub Juman zombi vuelto a la vida por el sacerdote vudú José Luis Vázquez, el de las camisetas portuguesas, cada jueves en los Cines las Vías, un mamotreto lleno de ventorrillos que hay frente al demolido gallinero de las Eras. Hay también un Ateneo de cornu... perdón, un Ateneo taurino que no se reúne en un bar mugriento, sino en un hotel, por aquello del hispánico savoir vivre de charangé y pandereté. En el kiosko, adonde fui a hacer mis abluciones, veo el número cero de El Churro Ilustrado, un semanario satírico a 3.5 euros, y el tercer tomo de los Diálogos de Platón; escojo este último, porque reír ya me río lo suficiente leyendo el periódico o la tele, aunque no estoy para razonamientos: tengo unos dolores de cabeza más grandes que los de Trotsky; cualquiera diría que me va a salir una Minerva armada de todas armas; serán cosas de mi alta tensión. Veo celebran en los jesuitas el nosequecentenario de San Juan Bosco, en cuyo colegio salesiano puertollanero aprendí los absurdos de la religión católica y fui repetidamente castigado por no haber ido a misa ni resumido el sermón (impedían fumar, pero Bosco fumaba y sin embargo lo canonizaron con humo y todo). Consistía esa expiación en madrugar e ir al colegio a las siete de la mañana; aunque yo iba, nadie me recibía: los curas estaban durmiendo. Creo yo que suponían que un crío como yo no tendría palabra de honor y no iría a cumplir su condena. Y así fue: me pasé muchos días soportando el frío y las nieblas pestíferas de ácido sulfhídrico que venían desde la refinería, formadas además con cenizas de carbón de las minas y vapores del Jabalón; como es lógico, mi fe se resfrió bastante ante la falta de coherencia de tanto santo padre; en Japón los samuráis se someten al mismo castigo que a los que reprenden porque les fortalece el espíritu; pero de eso los santos padres ya tenían bastante y no querían más; otras faltas de ejemplo peores vi y me hicieron descreído; allí padecí además a una buena colección de fachas y carcas antes de que yo supiera siquiera el significado de esas palabras ¡y se tenían por progresistas! Puaj.

Sigo por las calles; anda barata la ropa usada que venden los moros y la Armería el Pilar ofrece catanas a buen precio por si alguien quiere pinchar aceitunas al modo peligroso, recortarle el gañote a un cerdo con mística oriental o cultivar el milenario arte, asunto de particular juicio, de cortar jamón en láminas transparentes. Lo digo porque aquí hay mucha gente que pincha, incluso las nenas del club de esgrima Espadas de Calatrava. Tienen expuestos los maestros armeros esculturillas de la Virgen del Carmen, de San Francisco Franco legionario (para los devotos de su santidad Gregorio XVIII, papanatas de la sagrada y única iglesia universal Palmariana), de Don Quijote y hasta de Cascorro. Además se ofrecen vistosos anuncios kitsch de Leche condensada y Jabón Atila. Está visto cuál es la ideología de los que pegan tiros: antigua. Me voy acercando al parque Gasset pasando por manchones de hoja caduca y el local sin duda embrujado de la Cruz Roja que, junto con el edificio del Seminario, podría dar albergue pintiparado a Vlad el Empalador, de la Orden del Dragón. Por cierto que, según un anuncio que leo en una ventana cuyo poyete contiene medio donut abandonado, entre el día 20 y el 30 se celebrarán aquí las primeras jornadas de modelismo, maquetas y miniaturización; yo, que habría querido competir con una esculturilla de la Aromática, lo deseché cuando no encontré forma de reducir más una cabeza ya de por sí de alfiler, ni siquiera con el asesoramiento de un indio jíbaro que había sido contratado por Rajoy para disminuir el presupuesto educativo; otra dificultad tremenda era rebajar su culo ingente, cuya masa crítica es capaz de deformar el espaciotiempo y sentarse a la vez en C. Real (Ayuntamiento) y Madrid (Charlamento). Eso son ansias de abarcar y devorar, aunque no tantas como las del marido de Cospedal, miembro, según José Miguel Monzón (que escribió No estamos locos y es conocido como El Gran Wyoming y podría haberse llamado sin errar demasiado Jesús Monzón), de 11 consejos donde le retribuyen por no hacer ni decir nada. Sin duda es hombre de mucho consejo, aunque, si eso hace el marido de Mariloli, miedo da pensar en sobrinos, cuñados y parientes "políticos", por no hablar de catarriberas micronicolaítas que, pasando por algo, pasen también por su vera. Monzón imparte doctrina todos los días en la sexta y se escurre como una anguila para que no le partan la cara los del gremio pelado.

Aquí, en la baja Carpetania, se ufana la Aromosa (que miente, sueña y delira más que habla, la muy licenciada) de haber llenado el pozo negro presupuestario del pepoísmo; del aumento del agujero negro de la deuda pública ni habla, ni de los muertos por experimentos presupuestarios sin gaseosa en su escamondada SS (Seguridad Social), cada día más insegura y menos social. Ni de lo que ha costado y cuesta la corruptela; para gobernar Españistán no se necesita ya estadistas, sino epidemiólogos, un brujo bantú o un enterrador, tanto ha hecho por nosotros el gobierno dadaísta y porculista del señor Mariana Rajuela. Desde luego, el agujero abierto por la otra mitad de su partido, del que podría incluso extraerse la obscuridad para las noches, solo pudo hacerlo un gusano más grande que los de Arrakis; no diré su nombre, el lector se lo puede imaginar, aunque alguno dice que es Legión por lo de los cerdos etc... Creo yo que no hay ninguna diferencia material ni espiritual entre Luis de Guindos y un cajero automático; son solo maquinaria de dar excusas y cobrar comisiones; debían cortarle... el corriente y la corriente por pura obsolescencia programada: su política no solo está anticuada (no hay na más antiguo que el pedir), sino que lo es intrísecamente, si es que quiere administrar a gente y no a robots, palabra que en checo significa "trabajador". Leo en las aras del bar que Pedro Sánchez está hecho de cartón y podría no soportar las próximas lluvias y, para variar, una interesante entrevista en La Tribuna con el filósofo anarcopersonalista Carlos Díaz Hernández, autor de casi doscientos libros y setentón, pero aún agudo. Por ahí muchos piensan que los círculos de Podemos podrían volverse viciosos; para mí es evidente que el gobierno les tiene preparado un buen plan de ninguneo. Prosiguiendo mi paseo, veo en la puerta del consulado rumano en Ciudad Real (La Mata, 37) que buscan donaciones de libros en su lengua para hacer una biblioteca pública; estupendo; ojalá hicieran algo por el estilo aquí, aunque lo primero que te dirían es que dónde los meten. Los manchegos son así; no piensan en lo que hay que leer, sino en el bulto que ocupa. Cualquier manchego puede correr cinco mil metros en un tiempo discreto, pero caerá rendido tras recorrer las treinta palabras que contienen los dos renglones en un libro y pedirá además el auxilio del diccionario antes de darse por vencido, agotado por las agujetas de su segunda neurona (la primera se emplea en hablar de fútbol), y quedarse dormido y roncando. Por cierto que mis queridos rumanos montaron ayer en su consulado un recital al piano con textos del poeta nacional Mihai Eminescu. No sé si acudió el patriarca ortodoxo de C. Real. Por último, saco a mi perro, amartelado por amor de una rusa, una husky nada siberiana con él y tan grácil como la SharapovaDixi.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Misterio para gatos

Las alumnas recluidas en el colegio conventual de la Merced asoman por las ventanas del último piso como queriendo saltar, pero lo que quieren es echar el humo de sus cigarros para que no lo huelan las monjas y las pillen; abajo, mis perros y yo las miramos y descubrimos, sobre el frontón de una ventana, una mínima cruz en cuyo brazo derecho, el de San Dimas, que era buen ladrón porque le robó a Cristo el Paraíso en sus últimos momentos, se halla posada una paloma de esas que quiere matar Rosa con la apostura de un águila real. Igual es una de las que nacieron en mis macetas, solo para jorobar.

Cerca, en el antiguo Palacio de Justicia, luce el letrero de Honeste vivere, alterum non laedere, suum quique tribuere, muerto de risa. "Vive sin corrupción, no jodas a otro, dale a cada uno lo suyo". Pero hay misterios más profundos: frente a él hay un solar tapiado para que nadie caiga al hondón que algún constructor sin dinero excavó para hacer aparcamientos. Son veinte años los que lleva así, esperando las obras. Y por eso ya anda cubierto de una irregular pradera de hierba donde hacen picnic todos los gatos del barrio. A veces los entreveo huyendo como dioses menores o bolas de oscuridad a ese aquelarre. ¿Por dónde han pasado? Se filtran por las paredes, como las brujas, porque no hay un mal resquicio, ni una sola ventana o alféizar desde donde poder saltar al recinto, ni siquiera cañerías, árboles o postes de la luz. 

Pero ese es solo un misterio entre tantos como alberga ese kilómetro cuadrado. Otro es el del chino de la calle Caballeros, donde antaño, según cuenta una olvidada tradición manchega del XVI, se dieron de golpes el famoso valiente Céspedes con un bulto vestido de negro capuz que resultó ser su hermana, empeñada en que no se fuera de putas. A Pepito Catedrales le parecerá indecoroso e irreverente, él, que tiene vista directa al camarín y duerme en medio del museo diocesano de su alcoba, pero es leyenda más vieja y mejor probada que la de la Cruz de los casados, y más profana. 

Quiero decir y no puedo que el chino se ha marchado tan misteriosamente como vino. Puso una tienda de chuches y una conexión a sus culebrones de mandarines, pero ahora se ha desvanecido sin dejar siquiera una niebla amarilla, como Eisenheim. No dijo por qué vino y ni siquiera si le convino; tampoco por qué se ha marchado. Pero da igual, porque aunque lo dijera tampoco se le entendería tanto ideograma y kanji. Como en el caso de los gatos, siempre habrá una gran muralla o tapia entre nosotros. Pero ya lo sabéis: si la crisis atropella incluso a los chinos, es para echarse a temblar.

Nada estropea, sin embargo, que la luz me vista con un agradable traje de sol, un calentito terno de rayos; el sol de invierno se desgañita cuando lo dejan aparecer, después de que pongan las calles, y devuelve la fe en la vida.

De chinos y gatos siempre nos desentendimos; como César a Catulo le daba igual si era blanco, negro o a cuadros; ¿y qué?, diría Villaseñor, que nació el mismo día que yo, si están vivos o muertos? Han pasado ya por la caja de Schrödinger. Su virtual existencia importa tan poco como la del gato a trozos de Alicia o la honestidad al señor Rajuela; lo único que hace el señor Rajuela es joder a Pedro Picapiedra y provocar sus despropósitos; en eso siempre tiene el mejor consejo Pablo Mármol y siempre es Pedro Picapiedra el que se equivoca, pero el señor Rajuela manda. ¿Que una ley está bien? Se cambia para que esté como quieren los corruptos; eso pasó con esa Constitución semántica que prometía tanto y no dio ni un duro y que ahora quieren reformar. Mejor será derogarla, no hacer otra y dejar que gobierne el pueblo, como en Suiza.

Rajuela nos viene ahora con una nueva ley venatoria o de caza, por ejemplo. Ahora se podrá pegar un tiro a cualquiera solo por cruzar la carretera, como el pollo inexorable. Que se lo digan a Juan Carlos I; pero ya se sabe aquello que dijeron los napolitanos: "Los Borbones son reyes que nunca aprenden y no olvidan nunca". Otro ejemplo: la usura era un delito, pero ahora es legal cobrar un interés del 4.000 % a dos días a cambio de un mísero microcrédito por Internet. Seguro que esos microcréditos no son los de Yunus. El rey Felipe VI el Impuesto dice que la corrupción está muy mal; yo eso ya lo sabía, aunque solo fuera porque su papá fue obra pura y simple de la franquista y él debe todo lo que es a su padre. Mi memoria no es tan mala, después de todo, aunque no como la de los pobres elefantes. 

lunes, 24 de noviembre de 2014

Algunos de los trabajos en que me enfrasco

Me hallo enredado en varios trabajos; el más mecánico y estomagante es corregir exámenes; el que más me estimula, escribir tres artículos de investigación. El que tengo que terminar ahora es una pequeña historia de la literatura manchega del siglo XVIII en cuarenta páginas, algo que ya hice con el siglo XIX; con ese propósito me hallo enterrado bajo un montón de libros sobre este asunto, desde el Diccionario biográfico de España de Gil Novales a la Biblioteca jesuítico-española de Lorenzo Hervás y Panduro, editada insuperablemente por Antonio Astorgano Abajo, que Dios guarde. Por supuesto, las obras de Gómez Porro, la Bibliografía de Juan Catalina, etc., además de una serie de textos bastante rarilla que se me ha ido compilando a lo largo de una vida consagrada a ambiciones intelectuales un poco fuera de rosca para un tonto de capirote como yo. ¿Pues no va y me entra en el caletre la idea de escribir una historia de la literatura manchega? No caerá esta breva, aunque tengo reunidos los materiales; necesitaría dejar de dar clases para pagar mis hipotecas y las de los familiares que Rajoy y compañeros de jodienda y frenesí corrupto me han hecho asumir. Otro trabajo es una cosa que me ha pedido Jerónimo para el congreso del Instituto de Estudios Manchegos. Este es todo un rompecabezas erudito que exige mucha sutileza y concentración, y lo dejo para estas Navidades. Por último, el tercero es un artículo para el libro de Instituto, sobre Cervantes otra vez. De eso tengo ya bastante escrito y solo tengo que retocarlo un poco. 

Luego están todas esas ideas que siempre me rondan: una edición del Jicotencal que tengo empezada; un artículo sobre los artículos constitucionalistas de Mejía, ediciones de los Retratos políticos de la revolución de España y de los artículos de Félix Mejía entre 1843 y 1844, para la cual estoy ahorrando a fin de comprarme una edición que un librero de viejo gallego me ha guardado; otra de los poemas de Lidoro de Sirene y otra de los de Francisco Carretero Navalón. Por supuesto, abandono la edición del Bernardo del Carpio de Balbuena, a pesar de tener todos los materiales para hacerla, porque necesitaría una ayuda que nadie se ha sentido capaz de brindarme o una ambición o empeño que ninguno otro ha logrado reunir sino yo, que quiero compartirlas, tan pesada es. Así que a otro perro con este hueso. También hay otra serie de proyectos de artículo cuyos materiales tengo ya compilados, como una curiosa y divertida "Historia de los pasticheurs españoles", una edición de las poesías de Joaquín Dicenta con algunos inéditos y, por supuesto, mis nunca olvidados proyectos meramente creativos: tres novelas, una sobre la España de los ochenta, otra sobre la del siglo XIX y otra de aventuras que tengo empezadas. Tengo por otra parte algunas ideas para cuentos, aparte de algunos que tendría que retocar que ya andan en mi blog;  la que más me gusta es la de "El interferómetro", que podría alargarse a novela o converger con la última. Las demás las ahogo en la cuna porque veo que me voy a morir sin poderlas desarrollar; así son las cosas: se necesitan tres o cuatro vidas humanas para agotar las ganas de verterse en el papel que uno trae al mundo; por eso a todos los escritores muertos se les queda mucha más cara de frustración.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Comunicación con el autor.

Un tal Alejandro González desea entablar comunicación conmigo; mejor será por correo electrónico: escríbame a aromera@gmail.com y le responderé enseguida.

lunes, 27 de octubre de 2014

Carta de mí mismo III

Te comunico que ya se ha publicado tu edición de las Fábulas selectas de Iriarte y Samaniego en Castalia didáctica. Un tocho de quinientas cuarenta páginas lleno de erudición propia y ajena. Te han enviado una caja con diez ejemplares. Y no sientes nada. Lo único que has hecho ha sido leer un poco de aquí y allá, comprobando que han desaparecido las erratas que has corregido y han aparecido otras que no estaban antes. Milagros de la edición electrónica. Te dice tu mujer que presentes el libro, te lo dice un compañero también; algo que ni siquiera te has planteado y te llena de fatiga.

Habent sua fata libelli, qué mierda. ¿Qué me interesa a mí realmente de la inmersión realizada en estos autores? Haber "conocido" profundamente a un par de seres humanos, Iriarte y a Samaniego, autores a los que ahora aprecio con algo más que amistad a través del tiempo, sobre todo a Iriarte, que está tan solo como yo mismo en una esquina de los tiempos. Lo entiendo mejor que por sus fábulas por otras obras, sobre todo sus epístolas en verso a Cadalso o su traducción del Arte poética de Horacio, y sobre todo por ese gran poema valiente e incompleto llamado El egoísmo, que en realidad es nuclear en su obra y por eso nunca tuvo el coraje de concluir. Iriarte es como una orquídea criada en un invernáculo: preciosa y frágil. Vale más por su perfume que por su apariencia, por lo que insinúa que por lo que muestra; que, entre tanta perfección pueda notarse esa tremenda sed de afecto, la de un niño despojado de su infancia canaria y enterrado en una biblioteca con los pobres consuelos del arte, es un mérito que pocos poetas han podido disputarle. Samaniego es más irregular y epicúreo y lo disfruto más cuando se muestra abiertamente pinturonegril, costumbrista o cachondo. Ambos tenían buen oído, pero, sin duda, Iriarte es mejor poeta, pese a su cacareada frialdad; no hay frialdad en la pasión por la inteligencia, la cultura y la amistad.

Carta de mí mismo II

Ya no se estilan las cartas, las sensaciones complejas, elaboradas, envolventes. Todo se ha vuelto fragmentario y discontinuo, como el vestido desvestido de las señoritas de ahora. Bajo la seda asoma lo vulgar, lo mismo, lo de siempre. Cuando te conocí explorabas los límites del barrio, avanzabas por una selva de rosales y aceras y subías las cuestas de la montaña entre frondosos olivos hacia las murallas siempre inalcanzables del castillo de Santa Catalina. Muchos años después volviste, pero los recuerdos habían encogido, y cuando por segunda vez llegaste ya se habían transformado en abstracciones, intuiciones, fantasmas apagados. Solo el sueño y el déjà vu podía hacer volver ese tiempo perdido, ese yo perdido, esa infancia. Ahora eres otro y solo puedes recuperarte como lectura.


Carta de mí mismo

Uno tiene que negociar como puede con su depresión, su trabajo y sus deseos no solo para sacar algo a flote, sino para evitar el naufragio y el hundimiento. Uno tiene que hacer de Titanic. Pero las negociaciones se alargan y van dejando poco tiempo para firmar resoluciones y evitar desastres. Suelo descubrir que trabajo mejor bajo presión, pero la presión va aumentando paulatinamente con el tiempo y las hendiduras se agrandan conforme se va llegando al suelo de la fosa de las Marianas: no cabe aliento para boquear ni siquiera un poco. Lo peor, la sensación de que nada importa, cuando en realidad todo importa demasiado. Me vuelve una y otra vez a la imaginación la idea de que solo de una cosa me arrepiento: de haber envidiado a los muertos. Ninguno se ningunea como uno mismo entre los ecos, modos y maneras de lo mismo como cuando está vivo, porque los muertos no están siquiera. Si uno fuera el huevo de su propia gallina no tendría más que cascarón, tanta es la soledad de estas oceanografías (de vez en cuando, un pez ciego y horrendo). Es más o menos lo que le sucede al universo, al que le es imposible salir de sí mismo. El universo debe de ser una conciencia y contener alguna raspa de estructura; ¿no la tiene cronológica? Pero es incapaz de volver al pasado, a la síntesis y a la sístole sino como consecuencia o degradación o, como quieren los timistas, progreso... ¿hacia qué? El único progreso posible es a la corrupción, la dispersión, la soledad.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Los demasiados libros

Estuve ordenando mis libracos, algo que me relaja, porque uno va repasando así los buenos momentos vividos en el interior de los volúmenes, les da la mano o se la pasa por el lomo; y además advierte cuánto queda por vivir, en el papel o fuera, en la bola del mundo; cada libro tiene atado un buen fajo de recuerdos.

Pero ya son demasiados y, si comento a alguno la fatiga que me endilgan y el espacio vital que me roba tanto ladrillo de hoja, la respuesta que suele volver, no poco incrédula o grosera, es: "¿Y te los has leído todos?" Es la frase del típico sansocarrasco manchegote, bachiller de un libro (por ejemplo, Don Quijote, o, en el caso del paleto estadounidense, la Biblia) o menos. Estudiar esta frase daría para disquisiciones muy cervantinas, incluso para un ensayo que ya escribí; es el caso que ya hay demasiados libros en el mundo y, como dice el Eclesiastés, "escribir libros es tarea mucha y sin fin". Este sinfín supera lo interminable de la historia interminable, pero el texto quiere decir (también) "sin propósito". Escribir usurpa una vida sin cometido con otra imaginaria a la que queremos dárselo y hasta puede reemplazarla, algo ni sano ni quijotesco y ni siquiera manriqueño, pues la vida eterna era para este prerrenacentista algo separado de lo humano y desprovisto de memoria, puesto que para Manrique existía una tercera vía o vida, la eternal. Eso si no se experimenta la siempre aciaga suerte de segundas partes, apócrifas o no, que no sé si serán malas, pero agotan y desfiguran que no veas. Yo mismo tendría que reescribir mi artículo por esto u (como dirían a fines del siglo XVIII) lo otro. Un tomellosero como Francisco García Pavón puede escribir para burlarse de los manchegos y, por tanto, de sí mismo, como el propio Cervantes, un libro como El jardín de las boinas (1980), pero el destinatario del ¿y te los has leído todos? debe recibir la contestación que su corto entendimiento reclama y pide: claro que no, so zote; un apilador de tomos y lomos es solo un ignorante prodigiosamente bien informado, el mártir de una curiosidad enfermiza y obsesiva que no ha renunciado a saber y los necesita para investigar y verificar. Es lo que se llama una biblioteca de consulta; para la sed común basta un diccionario o una enciclopedia de baratillo; pero los especialistas en inseguras ciencias humanas necesitamos algo más.

Como decía Unamuno, "el saber no ocupa lugar, sino tiempo, y mucho". El mismo rector de Salamanca, que acumuló una erudición no despreciable en varias lenguas, solo llegó a leerse dos mil libros a lo largo de su vida, eso sí, bien leídos y anotados, como cualquiera puede comprobar en su propia casa museo. Don Quijote, según cálculos del amigo Eisenberg (este sin hache), eminente cervantista que ha salido ya de la cárcel, como el propio alcalaíno, y trabaja ahora como coach of life, se leyó unos seiscientos, y aun le sobraron para perder la chaveta, como el propio Unamuno, y el manchego Fernando de Rojas tenía unos quinientos, entre ellos uno solo de su Celestina. Por demás, quienes nos dedicamos a la investigación solemos terminar librotauros de una casa de hojas o laberinto de celulosa, una "biblioteca de consulta".

En la república literaria no hay nadie tan vanidoso que se haya entretenido en contar los libros que ha leído desde la cartilla a la actualidad. Solo un torrero como Montaigne, al que sobraba tanto ocio como villas y criados, podría haber dedicado tiempo a tan estúpida tarea, y no lo hizo, lo cual demuestra que, a fin de cuentas, no era un gilipollas, o no tanto como esos profes obsesionados por las bibliografías de los que, cuando consultas sus referencias, te das cuenta de que la mitad se las han inventado y la otra mitad no dice lo que pone que dicen. De hecho es la única figura visible de lejos en la historia de la literatura francesa, y mi vituperio le viene solo por haberse nacido tan francés; el ombligo de los franceses debería ser tan profundo que les saliera por la espalda y les entrara por el pito, como el uróboro, pero sin boca. Como son el corazón de Europa, no precisamente el páncreas, como Chekia, se han hecho una cultura cacadémica de retales sin identidad (suponiendo que algo tan utópico exista, incluso en Cataluña), y no han tenido cumbres de la literatura universal, aunque sí algunos ochomiles: Rabelais, Diderot, Molière, Voltaire, Víctor Hugo, Balzac, Proust... Cualquiera puede añadir los que quiera à son avis; yo, por ejemplo, añadiría a Casanova, aunque italiano, por escribir en francés, como Beckett, al jodío Céline, tal vez, y quitaría a Molière, que encoge mucho con la traducción. 

Y como ordenar los libros me relajaba hasta que empecé a tener demasiados, tuve que volverme inquisidor de anaqueles. A esto se le llama en bibloteconomía expurgo, a entresacar por razones de espacio los libros ya leídos, no pedidos ni seleccionados, los menos útiles y prescindibles, y donarlos o regalarlos para hacer sitio a los nuevos o sacar a tomar el aire a los que se esconden en segunda y tercera fila. El tópico clásico afirmaba que iban a hacer camisas a las caballas, esto es, que se usarían como papel de envolver. Ya llevo dos diezmas, pero la librería sigue creciendo como un monstruo pulposo y metastásico y tuve que comprarme una casa más grande para acogerlos, endeudándome hasta las pestañas con la estafoconomía de hoy. Debía uno ser usuario de su propia librería más que un sirviente de ella o un coleccionista que piensa ya en sus herederos más que en su propio gusto; mis nietos quizá la vendan, ya que mis hijos no quieren que la done a la Universidad o a la Biblioteca pública. Poca obra nueva entra ya en mi casa; solo compro por catálogos de Internet de usado o viejo, obras anteriores a 1900; el resto es accesible pirateado en Internet. Ya solo reemplazo, si merece la pena, las ediciones en rústica y letra mínima de mi juventud por versiones perdurables y resistentes en tapa dura y letra más legible, salvo aquellos volúmenes que conservan valor sentimental. Porque algunos libros en rama, comprados cuando uno carecía de emolumento digno, se deshacen entre las manos, se les rompe el espinazo o se les corre la tinta si les pasas el pulgar por la maldad de la impresión; así ocurre con las roñosas ediciones de la fenecida casa Bruguera, no en vano catacaña: su papel, salvo excepciones como los Cuentos de Voltaire, se amarilleaba quemado por el ácido de la lignina, volviéndose tan quebradizo y fungible como el papel de periódico; son las momias de la edición. El papel antiguo, de pasta de trapo, es mejor que el moderno, comido por la obsolescencia programada: dura quinientos años o más, aunque se lo coman los xilófagos y dejen esos enternecedores tunelillos en los márgenes de la mancha de impresión, posibles porque la manduca no está envenenada, como en los modernos. En ellos se aposenta la vida incluso literalmente: deja su huella. Pero hagan la prueba de masticar papel moderno: el ácido les hará echar los hígados. Algo semejante a lo que ocurre cuando masticas hoja de tabaco, lo que hacían los marineros para acostumbrarse al mareo y el estómago revuelto.

Además, los libros de viejo tienen su propio aroma; no es que sean flores, aunque a veces las contienen, como esa "violeta, monumento de una tarde / sin duda inolvidable y ya olvidada" que aparece entre los sonetos de Borges ese autor al que hemos leído con avaricia y cuyos oxímoros (así se forma el plural en castellano de la palabra griega) tanto aprecia nuestro cultísimo José Rivero. Huele a queratina, la sustancia que forma la cola libraria y que se extrae de la pezuña de los animales y de algunas pieles. Junto a eso, tienen heridas, cosidos, manchas como la piel de las personas; es más, subrayados, notas, cartas, cuentas, recordatorios, facturas, hojas de calendario o de árbol, sellos, billetes de autobús o metro, recortes, dibujos, programas de cine, dedicatorias, poemas, fotografías, postales, moscas pilladas in fraganti, toda cosa que uno pueda esperar y más. Tantas como el Herodoto de El paciente inglés o podría retener la selección natural y mental del abate Faria en el castillo de If, porque los libros muy a menudo se usaban para ocultar o esconder culpas anónimas, incluso condones. 

Yo ya solo compro libros de viejo, porque ya lo soy, aunque de mala gana en algunos aspectos. Me recorro los lugares dedicados a este particular comercio en la capital y la provincia, pero quienes los atienden no son profesionales, no saben tasar. Hay un francés de Nîmes al que a veces le dan cosas interesantes en Bethel, cerca de mi casa, y una anticuaria que ya no compra, porque no le merece la pena. También hay un almacén de caridad en las afueras que recibe libros de Toledo y al que a veces van algunos profes de universidad. También hay otro en el polígono de Larache, pero su dueño es coleccionista de prensa y por eso no cabe esperar sacar algo de allí; además hay que buscar en su trastienda, porque tasa tan alto que no vende.  Si hay profesionales en Almagro y en Puertollano, para ya de contar. Uno sube la cuesta de Moyano hasta llegar al Cerbero del Retiro, que es la estatua de Baroja, gran bibliófilo especializado en temas de brujería, que dejó a su sobrino Julio toda su enorme biblioteca de Itzea. Tras ella aparece otra efigie, la del Ángel caído. Quizá hablaremos de este último algún día. Antes iba a las ferias del libro y de ocasión, pero como ya tengo casi todo lo que necesito me conformo con subir la calle Huertas, echando un ojo a la costanilla de los desamparados donde el ciudarrealeño Félix Mejía predijo que moriría, como así ocurrió; me repaso las dos últimas plantas de la FNAC, el sótano de la Casa del Libro y en casa me leo con pena de pobretón los catálogos que me mandan, recorro por internet los electrónicos de Vialibri, Marelibri, Uniliber, Iberlibro y qué se yo cuántos más, y, si no hallo nada, algo que he ahorrado.

Con los libreros hay que tener mucho cuidado; aunque también los hay generosos, ten especial precaución con los catalanes; cuando los conozcas, te harán una pregunta con trampa: ¿busca algún libro en especial? Si uno les da pistas sobre lo que colecciona (ya lo averiguarán más tarde, viendo tu lista de pedidos) aumentarán el precio sobre esos temas en los catálogos que les mandes.

lunes, 4 de agosto de 2014

Quisicosa

Mi experiencia con asociaciones, clubes, partidos y otras manadas de gente con pin identificante es desastrosa. No me identifico, no llevo móvil, no me visto de alguien, no me aforo, no me afilio, no me protegen, y en todo caso me dan de leches. Ni quiero, ni me quieren, ni se me espera, ni espero nada de esos potajes. No me integro o no me integran; eso sí, lo corriente es que me expulsen o me expulse. Pero no debo ser tan inhumano por no compulsarme y por darme gratis; algunos cuerpos todavía no me han echado (del todo), ni siquiera de menos, ya que estoy de más, como una sobra o un derelicto detritescente. Por demás, expresiones como "expulsar del cuerpo" denigran que no veas: sugieren que uno es materia oscura, que ha salido de un agujero negro o en todo caso que no es estrella de primera magnitud, sino una enana marrón. Otra acepción sugiere que soy malo para la salud y contaminante, para la salud de todos y para la del sistema inmunitario. Que soy infeccioso y hereje luterano, como dicen los amigos. Es lo que tienen los sistemas. Yo creo que lo que más me falta para ser demás es dejar de estar de más. Negarme a mí mismo, como una oveja cristiana. Ser un hoyo o un no-yo, ser otro que yo, que no soy nada (si dejamos la concordancia de polaridad propia de una lengua tan románica como esta, podríamos decir que soy nada o no soy). Hablo de mí como si fuese un ello porque soy quien me tengo más a mano y la persona que más conozco y, como dice Whitman, hablando de mí hablo también de él. Son cosas del mundo escrito. Pero no Montaigne, un fulanés tan narcisista que, en vez de dejar un incordatorio ultratumbante a sus amigos, les dejó unos ensayos maestosos y llenos de meandros "por si alguna vez echan de menos mi conversación y consejo". Véase El único y su propiedad, de Max Stirner, muy suyo, muy propio.

La gente vacía como yo procura llenarse de todo, y de vez en cuando vomita, porque la digestión no es fácil. El mundo está muy gordo y yo también, pero de nada, pues, si no, no podría llenarme ni vaciarme de vez en cuando. Tal vez es orgánico; quien no tiene cabello rubio o de bote, barriga tabletaria y no filosolfa del tiempo o del fútbol sin duda es un enfermo rencoroso, malo para una sociedad de consumibles y consumidores. Soy común, pero me falta algo para serlo del todo, quizá al martillazo que le dieron a Trotsky, no sé. Dicen que si la serotonina y los neurotransmisores relacionados con la mala leche. Un lío gordiano de erratas de ADN que, en vez de producir un espécimen reproductible y reproductivo, produce un tumor diferenciado y rebelde solo tratable con cirugía y veneno. Ya me puedo afeitar con saña que me salen espinas hasta en los ojos. Creo que también tengo cara de sospechoso; no por paranoia, que es saludable para la prosa, el arte y otros sistemas delirantes de velludas castañas. Pero, eso sí, siempre me preguntaré por qué no tienen cara de sospechoso Pujol, Rajoy, Cospe, marido de la Cospe etcétera.