Mi biblioteca incorpora también la de mi mujer, licenciada en Historia del Arte. En conjunto es muy variada, pero se concentra en los temas que nos molan: es muy buena en Humanidades (Filologías, Historias de la literatura de diversos países y lenguas, Estudios locales sobre La Mancha, Clásicos manchegos del XVIII y XIX, Historia del Arte, Literatura universal, en especial española, europea, grecolatina y hebrea, Pedagogía e Historia de la prensa española. También está bien nutrida en historias de distinto tipo: de las ideas, de la filosofía y de la religión, principalmente, y antropología. Como la utilizo para investigar, hay además no pocos diccionarios y gramáticas de diversas lenguas (francés, inglés, italiano, alemán, hebreo, latín, griego) enciclopedias (temáticas o no), biografías y bibliografías. Pero la extensión de estos saberes más demuestra el tamaño de la curiosidad y el dinero que uno ha decidido gastarse en ella que la posesíón efectiva de los saberes que aglutinan. Qué más quisiera yo que conocer bien esas lenguas y esas disciplinas. Me conformo con tener, al menos, una idea de lo que ignoro y saber dónde buscarlo. Eso ya es algo. Porque una librería mal organizada más es un problema que otra cosa.
He reunido una modesta colección de libros antiguos de autor castellano manchego; ahí dominan las rarezas e incluso los ejemplares únicos de libros de los que solo ha quedado el que poseo (o uno o dos más, que sepa); algunos de ellos, ya inencontrables, me los quitarían de las manos los libreros de viejo: hoy se cotizan a buen precio y los adquirí por una miseria (mi paga de profesor y mis hipotecas no dan lugar a más): los Padres mozárabes toledanos de Lorenzana, algunas ediciones antiguas de clásicos promovidas por el grupo de Estala, ediciones raras de Balbuena, de Félix Mejía, de Juan Calderón...
Hoy Internet suple bastante bien una biblioteca; Googlebooks, Internet Archive, Europeana y otras muchas virtuales son una mina para el investigador y quien sepa buscar y manejar el álgebra de Boole. Hay incluso una pirata que atesora ya casi ¡cien mil libros gratis! Y no están, por cierto, mal escogidos no son birrias como las que se venden en las librerías actuales para los descerebrados del pensamiento único; muchos de ellos son la única fuente para los pobres que no pueden comprarse los carísimos originales y necesitan esos imprescindibles instrumentos para estudiar.
Los buenos lectores de hoy muy pocas veces buscan novedades que casi siempre defraudan, sino cosas muy específicas, en librerías de lance o segunda mano. No los veréis por las librerías de nuevo sino por excepción; suelen comprar por catálogo en Uniliber (que es más barata que Iberlibro) o en Vialibri.
Para la gente práctica los libros son un imán para el polvo y lo que te suelen preguntar si te los ven es típico: "¿Te los has leído todos?". Por supuesto que no, contesto. Son en su mayoría libros de consulta que utilizo para satisfacer la monstruosa cantidad de dudas que te acometen cuando investigas e intentas aclarar algún misterio del pasado o del presente. Cuando los libros eran difíciles de conseguir, en la Antigüedad, lo que se hacía eran visitas; ahora se visitan los libros o Internet. Otra cosa que te suelen decir, agobiados por el excesivo espacio que ocupan, es el topicazo de que "el saber no ocupa lugar"; a ello ya contestó Unamuno diciendo: "¡Claro que no! Lo que ocupan es tiempo: y muchísimo."
Un gran lector, como Unamuno, leyó y anotó concienzudamente en el curso de su vida unos dos mil libros: los que se conservan en la casa-museo de Salamanca, un selecto plantel cuidadosamente subrayado en las siete u ocho lenguas en que leía. Pocas personas podrán leer más en nuestra corta existencia y seguramente no le sacarán tanto fruto. Cervantes, según mi amigo Eisenberg, que se tomó el trabajo de contarlos, cita unos quinientos; otros autores (pienso en concreto en William Saroyan) han contado más o menos la misma cifra. Cualquiera que haya leído (me refiero a leer por gusto y curiosidad, no por obligación) unos doscientos puede entender bastante bien una revista de humanidades, leer un periódico sin dejarse llevar y arriesgarse a investigar cualquier materia sin sacar conclusiones ridículas. Por lo general, la lectura (si es variada: un lector exclusivo del Corán o la Biblia, de Adam Smith o de Marx, puede transformarse en un auténtico gilipollas; aunque no tanto de la Biblia, cuyo nombre en griego significa "varios libros") crea gente tan tolerante como escéptica. Se lee en general más cuando se es joven, sobre todo novelas, historietas y divulgación; después se relee y profundiza, porque el sentido crítico se ha desarrollado tanto que uno no soporta simplezas ni tiene demasiada paciencia, a no ser que el tema le prive. Yo no leo ya sino poesía, ensayo o biografías: la narrativa se me cae de las manos, a no ser que sea excelente o esté bien escrita. Hay que aprovechar el tiempo, pero pierdo mucho de él leyendo prensa electrónica y correos. La lectura hoy en día entra por los ojos y no termina donde quiere el autor, sino donde quiere el lector: algo muy egoísta y muy cínico: las obras son tan abiertas que no permiten apenas una empatía profunda. Se ve incluso en los blogs: los más leídos son los que tienen fotos, ilustraciones. Como el Hola. Hoy un artículo no tiene que tener sentido, sino enlaces, vídeos y fotos: ruido y furia. Es un itinerario de postales, no una estancia en la mansión de un anfitrión... suponiendo que se entiendan esa palabra, no digo ya su origen mitológico.
Decía al principio, evocando a Montaigne, que escribir sobre uno mismo es lo mejor que uno puede hacer, pues el tema que mejor conoce; añadiré que muchos buenos lectores leen a otros como si se leyeran a sí mismos y con ello logran expandir su conciencia como si tomasen una droga inocua y magnífica. Quevedo escribió, retirado a la paz de estos desiertos manchegos, que vivía en conversación con los difuntos y escuchaba con sus ojos a los muertos. Esta sentencia traduce en realidad el lema que preside la biblioteca de la Universidad de Padua: "Hic mortui vivunt; hic pandunt oracula muti", pero yo creo que su origen último se halla en realidad en el Estoicismo que consolaba a Quevedo en el destierro, en concreto en la biografía que Diógenes Laercio hace del fundador de esta escuela, Zenón de Citio. Allí se dice que el futuro filósofo fue a pedir consejo a un oráculo (el del adagio citado) para ser sabio; y la respuesta fue que "escuchara a los muertos". Él lo interpretó en el sentido de que tenía que leer libros. Hoy, sin embargo, nadie hace caso a los muertos. Y por eso hoy hay mucha gente a la que el aburrimiento, que otros llaman ignorancia, impide disfrutar de la vida.
Los buenos lectores de hoy muy pocas veces buscan novedades que casi siempre defraudan, sino cosas muy específicas, en librerías de lance o segunda mano. No los veréis por las librerías de nuevo sino por excepción; suelen comprar por catálogo en Uniliber (que es más barata que Iberlibro) o en Vialibri.
Para la gente práctica los libros son un imán para el polvo y lo que te suelen preguntar si te los ven es típico: "¿Te los has leído todos?". Por supuesto que no, contesto. Son en su mayoría libros de consulta que utilizo para satisfacer la monstruosa cantidad de dudas que te acometen cuando investigas e intentas aclarar algún misterio del pasado o del presente. Cuando los libros eran difíciles de conseguir, en la Antigüedad, lo que se hacía eran visitas; ahora se visitan los libros o Internet. Otra cosa que te suelen decir, agobiados por el excesivo espacio que ocupan, es el topicazo de que "el saber no ocupa lugar"; a ello ya contestó Unamuno diciendo: "¡Claro que no! Lo que ocupan es tiempo: y muchísimo."
Un gran lector, como Unamuno, leyó y anotó concienzudamente en el curso de su vida unos dos mil libros: los que se conservan en la casa-museo de Salamanca, un selecto plantel cuidadosamente subrayado en las siete u ocho lenguas en que leía. Pocas personas podrán leer más en nuestra corta existencia y seguramente no le sacarán tanto fruto. Cervantes, según mi amigo Eisenberg, que se tomó el trabajo de contarlos, cita unos quinientos; otros autores (pienso en concreto en William Saroyan) han contado más o menos la misma cifra. Cualquiera que haya leído (me refiero a leer por gusto y curiosidad, no por obligación) unos doscientos puede entender bastante bien una revista de humanidades, leer un periódico sin dejarse llevar y arriesgarse a investigar cualquier materia sin sacar conclusiones ridículas. Por lo general, la lectura (si es variada: un lector exclusivo del Corán o la Biblia, de Adam Smith o de Marx, puede transformarse en un auténtico gilipollas; aunque no tanto de la Biblia, cuyo nombre en griego significa "varios libros") crea gente tan tolerante como escéptica. Se lee en general más cuando se es joven, sobre todo novelas, historietas y divulgación; después se relee y profundiza, porque el sentido crítico se ha desarrollado tanto que uno no soporta simplezas ni tiene demasiada paciencia, a no ser que el tema le prive. Yo no leo ya sino poesía, ensayo o biografías: la narrativa se me cae de las manos, a no ser que sea excelente o esté bien escrita. Hay que aprovechar el tiempo, pero pierdo mucho de él leyendo prensa electrónica y correos. La lectura hoy en día entra por los ojos y no termina donde quiere el autor, sino donde quiere el lector: algo muy egoísta y muy cínico: las obras son tan abiertas que no permiten apenas una empatía profunda. Se ve incluso en los blogs: los más leídos son los que tienen fotos, ilustraciones. Como el Hola. Hoy un artículo no tiene que tener sentido, sino enlaces, vídeos y fotos: ruido y furia. Es un itinerario de postales, no una estancia en la mansión de un anfitrión... suponiendo que se entiendan esa palabra, no digo ya su origen mitológico.
Decía al principio, evocando a Montaigne, que escribir sobre uno mismo es lo mejor que uno puede hacer, pues el tema que mejor conoce; añadiré que muchos buenos lectores leen a otros como si se leyeran a sí mismos y con ello logran expandir su conciencia como si tomasen una droga inocua y magnífica. Quevedo escribió, retirado a la paz de estos desiertos manchegos, que vivía en conversación con los difuntos y escuchaba con sus ojos a los muertos. Esta sentencia traduce en realidad el lema que preside la biblioteca de la Universidad de Padua: "Hic mortui vivunt; hic pandunt oracula muti", pero yo creo que su origen último se halla en realidad en el Estoicismo que consolaba a Quevedo en el destierro, en concreto en la biografía que Diógenes Laercio hace del fundador de esta escuela, Zenón de Citio. Allí se dice que el futuro filósofo fue a pedir consejo a un oráculo (el del adagio citado) para ser sabio; y la respuesta fue que "escuchara a los muertos". Él lo interpretó en el sentido de que tenía que leer libros. Hoy, sin embargo, nadie hace caso a los muertos. Y por eso hoy hay mucha gente a la que el aburrimiento, que otros llaman ignorancia, impide disfrutar de la vida.
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