lunes, 27 de octubre de 2014
Carta de mí mismo III
Te comunico que ya se ha publicado tu edición de las Fábulas selectas de Iriarte y Samaniego en Castalia didáctica. Un tocho de quinientas cuarenta páginas lleno de erudición propia y ajena. Te han enviado una caja con diez ejemplares. Y no sientes nada. Lo único que has hecho ha sido leer un poco de aquí y allá, comprobando que han desaparecido las erratas que has corregido y han aparecido otras que no estaban antes. Milagros de la edición electrónica. Te dice tu mujer que presentes el libro, te lo dice un compañero también; algo que ni siquiera te has planteado y te llena de fatiga.
Habent sua fata libelli, qué mierda. ¿Qué me interesa a mí realmente de la inmersión realizada en estos autores? Haber "conocido" profundamente a un par de seres humanos, Iriarte y a Samaniego, autores a los que ahora aprecio con algo más que amistad a través del tiempo, sobre todo a Iriarte, que está tan solo como yo mismo en una esquina de los tiempos. Lo entiendo mejor que por sus fábulas por otras obras, sobre todo sus epístolas en verso a Cadalso o su traducción del Arte poética de Horacio, y sobre todo por ese gran poema valiente e incompleto llamado El egoísmo, que en realidad es nuclear en su obra y por eso nunca tuvo el coraje de concluir. Iriarte es como una orquídea criada en un invernáculo: preciosa y frágil. Vale más por su perfume que por su apariencia, por lo que insinúa que por lo que muestra; que, entre tanta perfección pueda notarse esa tremenda sed de afecto, la de un niño despojado de su infancia canaria y enterrado en una biblioteca con los pobres consuelos del arte, es un mérito que pocos poetas han podido disputarle. Samaniego es más irregular y epicúreo y lo disfruto más cuando se muestra abiertamente pinturonegril, costumbrista o cachondo. Ambos tenían buen oído, pero, sin duda, Iriarte es mejor poeta, pese a su cacareada frialdad; no hay frialdad en la pasión por la inteligencia, la cultura y la amistad.
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