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jueves, 7 de julio de 2016

Antonio Aramayona ha muerto

Una pena. No apruebo, como él sí hacía, el suicidio, pero lo respeto, como sus ideas, que en gran parte comparto.

lunes, 10 de agosto de 2015

Últimas cartas de famosos escritores

Eduardo Laporte, "El último suspiro... epistolar: las últimas cartas de grandes escritores. Lo que escribieron antes de morir autores como Hemingway, Plath, Vallejo, Lorca o Faulkner", en El País, 10-VIII-2015:

Lograron la inmortalidad con sus obras, pero eso no les libró de que les llegara su hora. Antes hubo una última carta, efímero legado que todo escritor inevitablemente dejó y del que recuperamos una pequeña selección.

El paísaje es hermoso por aquí y he tenido la oportunidad de ver parte del maravilloso campo a lo largo del Mississippi, donde solían transportan los troncos en los viejos tiempos de la industria maderera, y las rutas por las que llegaron los primeros colonos del norte. (…) No sabía nada del Mississippi superior hasta ahora y realmente es un país maravilloso, que se llena de faisanes y patos cuando llega el otoño.

(…)

Mis mejores deseos para toda la familia. Me encuentro bien y estoy muy contento sobre las cosas en general y con ganas de veros pronto a todos.

Papa

Extracto de las 210 últimas palabras que Ernest Hemingway envió por correo por última vez. Iban dirigidas al hijo de un amigo, de 9 años, enfermo del corazón. Fueron escritas 17 antes de su suicidio y según Paul Hendrickson —que desarrolla el tema en su libro Hemingway's Boat: Everything He Loved in Life, and Lost— son una muestra de belleza, coraje y lucidez.

4 de febrero, 1963

Querida madre, 

(…) Yo jamás podría ser autosuficiente en Estados Unidos; aquí tengo a los mejores médicos completamente gratis y, con niños, esto es una verdadera bendición. Además, Ted [Hugues] ve a los niños una vez a la semana y esto hace que se sienta más responsable, a la hora de pagar la pensión. Sencillamente, tendré que seguir aquí arreglándomelas sola.

(…)

Ahora los niños me necesitan más que nunca, así que durante algunos más intentaré seguir escribiendo por las mañanas y dedicándome a ellos por las tardes, e iré a ver a mis amigos o leeré y estudiaré por las noches.

Empezaré a ir a la consulta de una doctora, también a cargo de la Seguridad Social, que me ha recomendado un médico del barrio muy bueno que conozco, y confío que me ayudará a sobrellevar estos tiempos difíciles. Da mis cariños a todos.

Sivvy

Una semana separa la última carta de Sylvia Plath (1932-1963) de la noche, lunes, luna casi llena, en que abrió la espita del gas del horno y metió allí la cabeza hasta morir intoxicada. Su expareja, el poeta Ted Hughes, había definido la escritura de cartas como "un excelente entrenamiento para aprender a conversar con el mundo". No sabía que también servían también para despedirse de él. Excelente escritor de cartas, a Hughes le tocó redactar textos secos y fríos, para comunicar la fatal noticia:

Querida Olwyn:

El lunes por la mañana, sobre las 6 de la madrugada, Sylvia se suicidó asfixiándose con gas. El funeral será en Heptonstall el lunes que viene. Me pidió ayuda, como hacía a menudo. Yo era la única persona que podría haberla ayudado y la única tan hastiada por sus exigencias que no fue capaz de reconocer cuándo realmente necesitaba ayuda.

Te escribiré más después.

Con cariño,

Ted

[Cartas extraídas, respectivamente, de Cartas a mi madre, Mondadori, 2000, y Postdata: historia curiosa de la correspondencia, de Simon Garfiel, Taurus, 2015]


Adén, 30 de abril de 1891

Mi querida mamá:

(...)

Estoy postrado, con la pierna vendada, atado, reatado, encadenado de modo que no pueda moverla. Me he convertido en un esqueleto: doy miedo. La cama ha terminado por llagarme la espalda: no consigo dormir ni un solo minuto. Y aquí el calor se ha vuelto muy fuerte. La comida del hospital, a pesar del precio que pago por ella, es muy mala. No sé qué hacer.

(…)

No os asustéis con todo esto. Vendrán días mejores. Es una triste recompensa después de tanto trabajo, privaciones y penas ¡ay, qué miserable es nuestra vida!

Rimbaud

El autor de Una temporada en el infierno se enfrentaría tres semanas después a la amputación de su pierna enferma, tras llegar a Marsella. Lo de 'cortar por lo sano' no surtió efecto en su caso, porque la infección cancerosa se expandió y murió meses después, en noviembre de 1890. La víspera, en pleno delirio, dejo una nota, dirigida al director del correo marítimo de Marsella, que decía:

Estoy completamente paralizado. Por tanto, deseo encontrarme a bordo de buena mañana. Dígame a qué hora me deben trasladar a bordo.

[Cartas extraídas de Cartas de África, Gallo Nero, 2012]

París, al 15 de Marzo de 1938.

Mi distinguido y recordado amigo:

Un terrible surmenage me tiene postrado en cama desde hace un mes, y los médicos no saben aún cuanto tiempo seguiré así. Necesito una larga curación, y encontrándome sin recursos para continuarla, he pensado en usted, don Luis José, en el gran amigo de siempre, para pedirle su ayuda a mi favor. En nombre de nuestra vieja e inalterable amistad, me permito esperar que el querido amigo de tantos años me tenderá la mano, como una nueva prueba de ese noble y generoso espíritu que le ha animado siempre y que todos conocemos.

Se lo agradece de antemano, con un apretado abrazo, su firme e invariable amigo.

César Vallejo

El autor de Trilce, el peruano César Vallejo, dejó una última carta que revela sus estrecheces económicas, tan graves como para tener que pasar por la humillación de pedir prestado a un amigo. Moriría en un abril lluvioso y melancólico, víctima de un rebrote de paludismo, un 15 de abril de 1938, en París.

[Carta extraída de Correspondencia completa, Univ. Católica del Perú, 2002]

TELEGRAMA
A Linton Massey
MRS MASSEY
2 julio 1962. Oxford
TODAVÍA NO ES NECESARIA LA ENTREVISTA. SÓLO QUERÍA UNA GARANTÍA APARTE DE KLOPFER ANTES DE DECIDIR CONTINUAR. PODRÍA SOLO PERO ESTO EVITA RIESGO DE POSIBLE SACRIFICIO EN EL TRATO ACTUAL PARA CUMPLIR PLAZO. DIOS TE BENDIGA. BILL [William Faulkner]
Premio Nobel en 1949, William Faulkner no pudo redactar una última carta más literaria o sentida.No esperaba, ni intuía, que un ataque al corazón acabaría con su vida un 6 de julio de 1962.

[Carta extraída de 'Cartas escogidas, Alfaguara, 2012]


Astápovo, a 1 de noviembre de 1910,

Hijos queridos, Seriozha y Tania:

Os doy las gracias por vuestros buenos sentimientos hacia mí. No sé si me estoy despidiendo o no, pero de pronto sentí la necesidad de decir lo que acabo de decir. Quería añadir consejo para ti, Seriozha [hijo], que pienses en tu vida, en quién eres, qué eres, en cuál es el sentido de la vida humana y cómo debe vivirla todo ser razonable.

Esas ideas que has asimilado sobre el darwinismo, la evolución y la lucha por la existencia no te explicarán el sentido de tu vida ni te darán una guía para tus actos, y una vida sin explicación de su significado y su sentido, y sin la guía inalterable que de ella se desprende, es una existencia lamentable.

(…)

Adiós, intentad tranquilizad a mamá, a quien compadezco y amo sinceramente.
Tres semanas después, un 20 de noviembre de 1910, Lev Tolstói, moría en un excéntrico escondrijo, símbolo de la austeridad, habilitado para él, a petición suya, en la estación de Astápovo.

[Carta extraída de Correspondencia, El Acantilado, 2008]

En tu carta hay cosas que no debes, que no puedes pensar. Tú vales mucho y tienes que tener tu recompensa. Piensa en lo que puedas hacer y comunícamelo enseguida para ayudarte en lo que sea, pero obra con gran cautela. Estoy muy preocupado pero como te conozco sé que vencerás todas las dificultades porque te sobra energía, gracia y alegría, como decimos los flamencos, para parar un tren.

Federico García Lorca

Fechada un día fatídico, 18 de julio de 1936, está considerada la última carta del poeta granadino, un descubrimiento reciente, que incluye un poema inédito. Su destinatario, Juan Ramírez de Lucas, era un chaval de 19 años con el que Lorca pensaba fugarse a México, en una historia que ya tiene su novela. Pero al ser menor de edad, no era tan fácil y Lorca optó por esperar...

domingo, 12 de julio de 2015

Ha muerto Javier Krahe

El primer artista de la democracia en ser censurado... y por el PSOE, en 1986 (TV). La canción era esta: "Cuervo ingenuo"; enseña a no creerse nada de lo que dicen los políticos, se llamen PSOE o se llamen Syriza, convoquen o no convoquen referendums: siempre harán lo que les dé la gana y nunca dimitirán.


Tú decir que si te votan
tú sacarnos de la O.T.A.N.,
tú convencer mucha gente,
tú ganar gran elección,
ahora tú mandar nación,
ahora tú ser presidente.
Hoy decir que la Alianza
ser de toda confianza,
incluso muy conveniente,
lo que antes ser muy mal
permanecer todo igual
y hoy resultar excelente.

Hombre blanco hablar con lengua de serpiente,
hombre blanco hablar con lengua de serpiente:
Cuervo ingenuo no fumar
la pipa de la paz con tú,
¡por Manitú!
¡por Manitú!

Tú no tener nada claro
cómo acabar con el paro,
tú ser en eso paciente,
pero hacer reconversión
y, aunque haber grave tensión,
tú actuar radicalmente.
Tú detener por diez días
en negras comisarías
donde mal trato es frecuente.
Ahí tú no ser radical,
no poner punto final,
ahí tú también ser paciente.

Hombre blanco hablar con lengua de serpiente
hombre blanco hablar con lengua de serpiente
Cuervo ingenuo no fumar
la pipa de la paz con tú,
¡por Manitú!
¡por Manitú!

Tú tirar muchos millones
en comprar tontos aviones
al otro gran presidente.
En lugar de recortar
loco gasto militar,
tú ser su mejor cliente.
Tú mucho partido, pero
¿es socialista, es obrero?
¿O es español solamente?
Pues tampoco cien por cien
si americano también.
Gringo ser muy absorbente.

Hombre blanco hablar con lengua de serpiente
Hombre blanco hablar con lengua de serpiente
Cuervo ingenuo no fumar
la pipa de la paz con tú,
¡por Manitú!
¡por Manitú!

martes, 12 de mayo de 2015

España es el segundo país del mundo en desaparecidos. El primero es Camboya.

Qué vergüenza, qué injusticia de país:

Natalia Junquera, "Un premio que abre fosas", en El País, 11V-2015:

El galardón de una asociación de EE UU, dotado con 100.000 dólares, salva el laboratorio forense de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica

Emilio Silva Faba compró en los años veinte en Nueva York, ciudad a la que había emigrado buscando suerte, un anillo en el que grabó sus iniciales: E.S. En julio de 1925 volvió a su pueblo en el Bierzo (León) para vender unas tierras y poder montar un negocio al regresar a EE UU. Pero una mujer llamada Modesta le hizo cambiar de planes. Se casaron seis meses después del flechazo y tuvieron seis hijos. A uno de ellos le entregó el anillo horas antes de ser fusilado con otros 12 hombres la madrugada del 16 de octubre del 1936. Modesta lo guardó como un tesoro durante los 62 años que sobrevivió a su marido. Su nieto, Emilio Silva Barrera — E.S. también— lo llevaba este sábado, cuando viajó a la ciudad a la que su abuelo nunca pudo regresar para recoger un premio en el que Emilio Silva Faba había tenido mucho que ver.

El anillo que Emilio Silva Faba compró en Nueva York en los años veinte y su nieto, Emilio Silva Barrera, llevó el sábado para recoger un premio.

La asociación de Archivos de la Brigada Abraham Lincoln (ALBA), fundada en 1979, creó este galardón, en colaboración con la Fundación Puffin, como una forma de recordar la labor de los brigadistas internacionales (entre ellos, 2.800 estadounidenses) que apoyaron al bando republicano en la Guerra Civil “y conectar su legado inspirador con causas contemporáneas”. Si este sábado lo recogió el nieto de un hombre que una vez quiso abrir una tienda en Nueva York, fue porque tras recuperar de una cuneta los restos de su abuelo en el año 2000, Silva fundó una asociación que ha impulsado la exhumación de más de 1.300 fusilados en un centenar de fosas comunes por toda España.

El premio está dotado con 100.000 dólares (89.200 euros). “Ese dinero nos va a permitir seguir trabajando durante dos años más y mantener el laboratorio forense donde se identifican los restos”, agradeció Silva. Son “años críticos”, añadió, porque las personas que recuerdan dónde están las fosas comunes del franquismo tienen más de 80 años. Los testigos se mueren.

El Gobierno español ha derogado de facto la ley de memoria histórica, al dejarla sin financiación. Así que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) sobrevive gracias a donaciones como la de un sindicato de electricistas noruego que, conmovido por el desamparo de los familiares de las víctimas del franquismo en España, decidió hacer una colecta y enviarles 6.000 euros; o como la de Harry Natowitz, un judío alemán que cuando se puso a escribir su última voluntad se acordó de la asociación española que recupera los restos de cientos de fusilados del franquismo para poder enterrarlos en un lugar distinto al que los habían arrojado sus asesinos. En un lugar con su nombre y apellidos. 

Cerca de 700 voluntarios de 20 países han colaborado a lo largo de 15 años en las labores de exhumación de las víctimas. Silva no podía imaginar, aquel 21 de octubre del año 2000, cuando el cazo de la excavadora desenterró una bota sobre la que habían llovido 70 años, cuántos más como su abuelo había repartidos por fosas y cunetas. Entonces, su única intención era poder enterrar sus restos junto a los de Modesta, que había muerto dos años antes con el nombre de su marido en la boca. El forense Francisco Etxeberria puso nombre a los huesos —Emilio Silva Faba fue la primera víctima del franquismo identificada con técnicas de ADN— y ahí habría terminado todo si cientos de personas no hubieran llamado a Silva para decirle, casi en susurros, bajando las persianas, con miedo a algo que ya no existía: “A mi padre también lo mataron en el 36... Es la primera vez que hablo de esto. No sé dónde está enterrado...”

Desde entonces, la ARMH ha abierto más de 150 fosas, pero quedan al menos 1.500 más. España es el segundo país del mundo con más desaparecidos (114.000). El primero es Camboya.

lunes, 16 de marzo de 2015

Ha muerto Terry Pratchet

Excerpta de citas del recientemente fallecido Terry Pratchet tomado de la necrológica de El País, hoy:


El problema de tener una mente abierta es que la gente insiste en entrar dentro y poner allí sus cosas.

Cavadores, 1991.

La verdad quizá esté ahí fuera pero las mentiras están en tu cabeza.

Papá puerco, 1996.

A los dioses no les gusta que las personas no trabajen mucho. Las personas que no están ocupadas continuamente pueden empezar a pensar.

Dioses menores, 1992.

La gravedad es una costumbre difícil de olvidar.

Dioses menores, 1992.

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida.

Jingo, 1997.

Si los gatos parecieran ranas, enseguida nos daríamos cuenta de lo desagradables y crueles que son esos pequeños bastardos. Estilo. Eso es lo que la gente recuerda.

Lores y damas, 1992.


Los músicos solían ir cortos de dinero; de hecho esta era una de las definiciones de la palabra 'músico'.

Soul Music, 1994.

Conseguir una educación era un poco como una enfermedad de transmisión sexual. Te invalidaba para un montón de trabajos, y entonces tenías la urgencia de pegársela a alguien.

Papá puerco, 1996.

Se le consideraba algo así como un intelectual porque algunos de sus tatuajes no tenían faltas de ortografía.

Papá puerco, 1996.

La historia tiene la costumbre de cambiar a las personas que se creen que la están cambiando a ella.

Mort, 1987.

Tardaría varios millares de años en producir algún efecto, pero esa no era razón para rendirse.

Tiempos interesantes, 1994.

Vimes asintió adustamente. Aquello también tenía lógica. Las cosas se hacían porque se habían hecho siempre, y la explicación era: "Pero es que siempre lo hemos hecho así". Un millón de personas muertas no pueden estar equivocadas, ¿verdad?

El quinto elefante, 1999.

Parece que no posees ninguna habilidad útil ni ninguna clase de talento, dijo. ¿Has pensado en dedicarte a la enseñanza?

Mort, 1987.

La lógica es maravillosa, pero a veces obtienes mejores resultados pensando.

El país del fin del mundo, 1998.

Conozco a las personas que hablan de sufrir por el bien común. ¡Nunca son ellos, joder! Cuando oyes a un hombre gritar: ¡Adelante, bravos camaradas!, verás que siempre es el que está detrás de la jodida roca enorme, y el único que lleva el casco realmente a prueba de flechas'.

Tiempos interesantes, 1994.

Te llamas diosa señora, y no sabes nada. Nada. Lo que no muere no puede vivir. Lo que no vive no puede cambiar. Lo que no cambia no puede aprender. La criatura más diminuta que muere en la hierba sabe más que tú.

Lores y damas, 1988.

En el interior de cada anciano hay un joven preguntándose qué demonios ha pasado.

Imágenes en acción, 1990.

La vida de una persona sí pasa delante de sus ojos antes de morir. El proceso se llama "Vida".

El país del fin del mundo, 1998. 

La vida es un hábito, resulta muy difícil dejarlo…

El segador, 1991.

ESOS QUE VES ALLÍ SON MORTALES, prosiguió la Muerte. ESTARÁN EN ESTE MUNDO APENAS UNOS CUANTOS AÑOS Y SE LOS PASAN COMPLICÁNDOSE LA VIDA. ES FASCINANTE. SÍRVETE UN PEPINILLO.

Mort, 1987.

"NO LO VEAS COMO 'MORIRSE', dijo Muerte, PIÉNSALO COMO UN IRSE TEMPRANO PARA EVITAR EL TRÁFICO".

Buenos presagios, 1990.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Ha muerto Mark Strand

Qué pena. Creo que fui su único lector manchego, ya desde la época en que se tradujo "La historia de nuestras vidas", y la leí en un Instituto de Ciudad Real. Es de la llamada "Escuela del cuarto cerrado". Creo que fue él quien avivó mi gusto por la poesía.

Vicente Jiménez, "Muere Mark Strand, poeta de la ausencia. El escritor y pintor norteamericano fallece en Nueva York a los 80 años", El País, 30 NOV 2014:

Mark Strand se murió en Brooklyn cuando el invierno, ausente todavía, comienza a asomar su luz esquiva. Fue el sábado, en pleno puente de Acción de Gracias, con frío en la ciudad y nieve en los suburbios, los únicos días del año en que la metrópolis se muestra ausente, casi silenciosa, desarraigada, como si fuera víctima de una suerte de extrañamiento. Mark Strand, de 80 años, se murió cuando Nueva York más se parece a su poesía.

“En un campo/ yo soy la ausencia / de campo. / Esto es / siempre así. / Donde sea que esté / yo soy lo que falta. / Cuando camino /parto el aire / y siempre / el aire ingresa / a llenar los espacios / donde ha estado mi cuerpo./ Todos tenemos / razones / para movernos. / Yo me muevo / para dejar las cosas intactas”, escribió en su primer poemario, Durmiendo con un ojo abierto (1964).

Strand pasó sus últimos años en España, en Madrid, en su casa de la calle Monte Esquinza, donde convivía con la marchante de arte Maricruz Bilbao. Cuando el cáncer asomó en la pasada primavera, regresó a Nueva York con su hija Jessica, fruto del primero de sus dos fracasados matrimonios, tal vez en busca de esos paisajes urbanos ralos y silenciosos de Edward Hopper, pintor al que tanto admiró y al que dedicó uno de sus principales ensayos. “Los cuadros de Hooper son los de un viajero que pasa por ahí y mira a quienes están dentro. Sus cuadros te enfrentan con fragmentos aislados de una narrativa”, declaró a Andrea Aguilar en una entrevista que EL PAÍS publicó en 2010.

Pintor poeta y poeta pintor, Strand escribía como pintaba y pintaba como escribía. En corto, meditabundo, en busca de las emociones ordinarias. Pintor poeta y poeta pintor, Strand escribía como pintaba y pintaba como escribía. En corto, meditabundo, en busca de las emociones ordinarias. Chus Visor, su editor en España, habla de su minuciosidad, de su búsqueda de las cosas concretas, de aquello que podía ocurrir a su alrededor, siempre a la caza del “cálculo exacto de la palabra”.

Pese a que la poesía de Strand guarda algo de ese silencio que dejan las nevadas, entre la meditación y la contemplación, vivió su vida con plenitud, acompañado de un físico imponente, entre Paul Newman y Clint Eastwood. Nació en Prince Island, en Canadá, en 1934. Su condición insular no le impidió ser un viajero impenitente, alentado desde niño por continuos traslados debidos a la condición de directivo de Pepsi Cola de su padre. Pasó su infancia en Cleveland, Halifax, Montreal, Nueva York y Filadelfia. Siendo adolescente, estuvo en Colombia, México y Perú, donde aprendió un español suficiente para leer y entender a Rafael Alberti y Octavio Paz, poetas ambos a los que tradujo. Ya de adulto pasó largas temporadas en Brasil, Italia y España, donde alternaba su afición por los toros con su gusto por la comida y largas conversaciones en las tabernas.

Su primera pasión fue la pintura. Como reconoció más tarde, la idea de convertirse en poeta no figuraba en su cuadro de mando inicial. Pero fue durante su licenciatura en Bellas Artes en Ohio, en 1957, cuando descubrió las palabras. Estudió poesía italiana en Italia en 1960 con una beca Fullbright. En los años setenta ya era un poeta reconocido, aunque los galardones llegaron más tarde: Poeta Laureado de Estados Unidos en 1990 y Premio Pulitzer en 1999, entre otros. Deja 12 libros de poemas, además de relatos, ensayos y libros infantiles. Su últimas creaciones fueron collages, expuestos este otoño en Nueva York. Su último libro, una antología de su obra poética, también se publicó este año.

Con Mark Strand se va uno de los poetas más personales y admirados de Estados Unidos, un creador de la muerte, el vacío y la ausencia, una voz mística en un cuerpo mundano
Strand describió su territorio poético en una entrevista de 1998 como “el yo, el borde del yo y el borde del mundo”. “El tiempo transcurre rápidamente, / nuestras penas no se transforman en poemas, / y lo invisible permanece como es. / El deseo ha volado, / dejando sólo un rastro de perfume tras de sí”, escribió en Tormenta de uno, uno de sus libros más importantes.

Con Mark Strand se va uno de los poetas más personales y admirados de Estados Unidos, un creador de la muerte, el vacío y la ausencia, una voz mística en un cuerpo mundano, irresistiblemente abierto al mundo y en permanente despedida. “Me vacío de los nombres de los otros. Vacío mis bolsillos. / Vacío mis zapatos y los dejo al lado del camino. / Cuando se hace de noche atraso los relojes. / Abro el álbum de fotos familiares y me miro de chico. / ¿De qué sirve? Las horas hicieron su trabajo. / Digo mi propio nombre. / Me despido” (Más oscuro, 1970).

viernes, 24 de octubre de 2014

Muerte de Ramiro Pinilla


Fernando Aramburu, "La prosa que no se nota. Muere Ramiro Pinilla, patriarca de las letras vascas y españolas", El País, 23 OCT 2014 

Al pensar en Ramiro Pinilla compruebo con agrado la coherencia del hombre y su obra. Hay quienes prefieren componer, cincelar, embellecer, ejercicios sin duda legítimos; que gustan de llevar a cabo cierto extrañamiento de sí mismos a fin de reencarnarse en otras vidas. Pinilla, no. Pinilla era como su escritura: claro y directo. Profesaba una desconfianza instintiva por los estilos ornamentales. ¿Su especialidad? Los hombres tozudos y esforzados que, a fuerza de perseverancia, alcanzan dimensión de héroes, aunque a ellos esta última circunstancia les traiga al pairo.

El que aguanta o la que aguanta, ya que no pocos de sus personajes femeninos son de aúpa. He ahí la virtud, la de la tenacidad ante las dificultades y los sinsabores, que merece atención primordial en sus novelas. En Las ciegas hormigas, por ejemplo, con la que ganó el Premio Nadal en 1960. Su protagonista, Sabas Jáuregui, trata a toda costa de ocultar a la Guardia Civil una carga de carbón que ha reunido con gran esfuerzo, en una noche desapacible, de un barco encallado, arrastrando en su obcecado designio a la catástrofe a toda su familia. De ahí el título, que alude a la condena de los seres humildes que viven por y para el trabajo, maldición de corte bíblico que Pinilla halló en el escritor que mayor influjo ejerció en él, William Faulkner.

Acaso la Guerra Civil no le dejó una huella tan profunda como los años de represión que vinieron después. Al menos es lo que se desprendía de su conversación, cuajada de recuerdos precisos, y de algún que otro pasaje de sus libros. El comienzo de la guerra lo pilló de adolescente, y en su pueblo, Getxo, duró poco. Más vivos estaban en su memoria los registros domiciliarios de los falangistas que iban por los pueblos y caseríos de la zona buscando gente a quien fusilar. Habla de ello en La higuera, uno de sus textos más estremecedores.

De sus años de militancia comunista le quedó una firme convicción en el compromiso histórico del escritor. Con dicho estímulo escribió algunos de sus libros. Pienso en el crudo Antonio B. el Ruso, que él consideraba menor y yo lo contrario. Era como un tributo que pagaba por la Literatura con mayúscula. A los amigos nos confesaba que disfrutaba más escribiendo novelas policiacas. Y a ellas se dedicó hasta el final de su larga vida no bien hubo despachado la descomunal empresa de escribir Verdes valles, colinas rojas, una cima de la literatura española, dicho sea ahora que el autor no me oye, ya que era por demás reacio a los halagos.

Veinte años dedicó a escribir con bolígrafo esta voluminosa parábola de la historia del País Vasco, comprimida en el escenario habitual de sus novelas, Getxo. Un esfuerzo titánico, rebosante de humor y de imaginación, con una base paródica de nula utilidad para el nacionalismo. En el libro se suceden las generaciones. Asistimos al nacimiento del primer vasco, a la fundación de la primera taberna, a amores y desamores, a batallas y crímenes, todo ello y mucho más interpretado por un elenco de personajes al alcance de pocas inventivas.

Pinilla postulaba el llamado estilo transparente. Gustaba de la prosa que no se nota. Fue, por así decir, un escritor que ya tenía su forma, su manera, desde el principio. Estuvo activo hasta el final. Me contaba recientemente su editor, Juan Cerezo, que fue a visitarlo al hospital y Pinilla le dijo que, estando en la UVI, había diseñado mentalmente una novela. Estaba deseando volver a casa para escribirla. La muerte tenía por desgracia otros planes.

Juan Cerezo, "La grandeza de Ramiro", El País, 23 OCT 2014:  

Qué pérdida tan inconsolable. Cuánto talento, integridad y tesón el de Ramiro Pinilla. Pertenecía a esa especie tan rara de los grandes escritores que se mantienen alérgicos a la grandilocuencia, a la pedantería o los fastos, capaces de levantar mundos completos, de idear historias imperecederas, conmovedoras y cómicas, como la propia vida, y preferir interesarse antes por el interlocutor que tiene delante que por las teorías sobre su obra. Su creatividad y su ánimo eran los de un escritor joven de 90 años. Quizá debido a su innegociable libertad e independencia personal, por su vida sencilla, retirada del mundo, rodeado de un grupo de gente querida, es decir, a una elección vital de una coherencia admirable, esencial y sin lujos. Le bastó una casa con huerto, levantada por él y bautizada Walden, en homenaje a Thoreau, una mesa frente a la ventana, un humilde bolígrafo y unas cuantas resmas de papel reciclado para escribir sus grandes novelas. Y basta leerlas para entender cuáles eran esos rasgos de su persona que hacían de Ramiro alguien tan excepcional, tan grande en su sencillez: porque en él podías reconocer el dulce y obstinado amor de Roque Altube en Verdes valles, colinas rojas, la dignidad y entereza de Souto Menaya en Aquella edad inolvidable, la inteligencia cervantina de Samuel Esparta en su trilogía policíaca, el tesón de Sabas Jáuregui en La ciegas hormigas. En mi visita al hospital, era tal su presencia de ánimo, su buen humor, que sus palabras ejercieron el asombroso efecto de hacer desaparecer la gravedad, y con él, toda la parafernalia de tubos, cables y monitores que le envolvía. Estaba contentísimo porque había dado con un magnífico desenlace para la novela que tenía entre manos, y sobre todo porque pensó que podríamos mantener la presentación de su última novela precisamente el 23 de octubre, el mismo día en que nos ha dejado.

Aurora Intxausti, "Necrología" en El País, 23 OCT 2014 

El escritor vizcaíno Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923-Getxo, 2014), decano de los novelistas españoles, falleció ayer a los 91 años, según fuentes de Tusquets, la editorial en la que venía publicando desde que en 2004 editara la primera parte de su trilogía Verdes valles, colinas rojas.Fue esa saga sobre el mundo vasco, de cerca de 3.000 páginas y que tardó dos décadas en perfilar, la que le relanzó a los 80 años dentro del mundo editorial. Pinilla comenzó a escribir a finales de los años cincuenta del pasado siglo, logrando varios premios por sus trabajos literarios, entre ellos el Nadal, pero no fue hasta 2004 cuando le llegó el reconocimiento de los lectores con su trilogía.

La recomendación del escritor Fernando Aramburu al editor Juan Cerezo de que leyese el manuscrito que le había enviado Ramiro Pinilla fue el primer paso para que sus obras tuviesen un lugar en la literatura española. Escribía con bolígrafo y luego pasaba los textos al ordenador, utilizaba éste como si tratase de una máquina de escribir porque ni tan siquiera tenía Internet.

Pasó casi 20 años de su vida tejiendo y desgranando en fichas de cartulina lugares y personajes hasta construir el mundo que rodea Verdes valles, colinas rojas (Tusquets y Círculo de Lectores), la trilogía que forman las novelas La tierra convulsa, Los cuerpos desnudos y Las cenizas del hierro. Precisamente gracias a esta última obra Ramiro Pinilla logró el Premio Nacional de Narrativa “por haber sido capaz de hacer una epopeya sobre un mundo tan difícil y rico como es el vasco”. Su obra es un monumento a la memoria. Los personajes que pululan por su novela formaban parte de su vida y tanto los vivos como los muertos le permitieron construir un mundo literario diferente.

Pinilla pasó toda su vida en Walden, una casa que lleva el nombre del famoso ensayo estadounidense, publicado en 1854 por Henry David Thoreau, autor al que admiró tanto en el terreno literario como intelectual. Allí, en Getxo, fue donde escribió todas sus obras, a cualquier hora del día o de la noche, porque los ratos de insomnio le permitían fabular e imaginar personajes en cualquier momento. “No dejaba descansar su cabeza. En lo último que estaba trabajando era en una novela sobre un grupo de personas a las que se les expulsa de la sociedad —artistas, soñadores— y se van todos juntos a vivir una vida alternativa. Le faltaba el final”, señala el editor Juan Cerezo.

El escritor trabajó en varios oficios a lo largo de su vida, desde marino mercante a administrativo en una empresa de gas, y emprendió muchos negocios, todos ellos ruinosos hasta el punto de que él mismo solía decir que todas sus iniciativas económicas estaban destinadas a perder dinero. En una ocasión se le ocurrió montar un criadero de pollos para vender huevos frescos y resultaba más caro el pienso que lo que se obtenía por sus productos. No era un hombre de lujos y lo más que se permitía era tomar una coca-cola y ver partidos de fútbol. Forofo del Athletic de Bilbao y apasionado del buen fútbol, disfrutaba con el juego de la selección o del Barça. De esa pasión surgió precisamente el libro titulado Aquella edad inolvidable.

Toda su ambición la había volcado en la literatura y tenía como asignatura pendiente publicar novelas de género negro. “A mi edad a muchos les da por escribir memorias y a mí lo que me divierte y me hace tremendamente feliz es hacer policiacas”, recuerda el editor que era el comentario de Pinilla sobre sus últimos libros. Este tipo de novelas están ubicadas en su pueblo, Getxo, y para ellas creó un personaje, Sancho Bordaberri, enamorado de los libros, escritor fracasado, feliz con su trabajo en la librería que posee, envenenado por su locura por los clásicos de la novela negra e inquieto buscador de justicia. Este se transforma en el detective Samuel Esparta cuando se viste con gabardina y se coloca un sombrero que le trajo su tío de América. El último libro publicado, Cadáveres en la playa (Tusquets), es el caso más intrigante de un Samuel Esparta ya maduro que mantiene contra viento y marea su peculiar librería en Getxo y recibe en los setenta la visita de una señora, Juana Ezquiaga, que quiere contratarlo para que averigüe la desaparición, mucho tiempo atrás, del que fue su amor de juventud.

Bibliografía

Las ciegas hormigas, 1960.
Seno, 1971.
Recuerda, oh recuerda, 1974.
Primeras historias de la guerra interminable, 1977.
La gran guerra de Doña Toda, 1978.
Andanzas de Txiqui Baskardo, 1980.
Quince años, 1990.
Huesos, 1997.
Verdes valles, colinas rojas -La tierra convulsa, 2004.
Los cuerpos desnudos y Las cenizas del hierro, 2005.
Sólo un muerto más, 2009. Primer caso del detective Samuel Esparta (un crimen que dejó sin resolver en Verdes valles, colinas rojas).
Los cuentos, 2011.
Aquella edad inolvidable, 2012.
El cementerio vacío, 2013.
Cadáveres en la playa, 2014.

Jimena Larroque Aranguren, "Muere Ramiro Pinilla, patriarca de las letras vascas y españolas", en El País, 27 OCT 2014:

Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923, Getxo, 2014) paseaba todos los días por los escenarios de sus novelas -—que son también los de su vida— y publicó este mes la tercera entrega de la serie policiaca de Samuel Esparta, Cadáveres en la playa(Tusquets). Siguiendo una entrada exterior al núcleo urbano de Getxo, se llega a su casa junto a una huerta fecunda. Puso a la casa el nombre de Walden, en homenaje a H. D. Thoreau, filósofo de la desobediencia civil y hortelano como Pinilla.

Perseveró en su tarea de escritor al margen del reconocimiento público tras haber sido premio Nadal, en 1961, por Las ciegas hormigas y finalista del Premio Planeta, en 1971, por Seno. Ya octogenario, le llovieron los premios (Euskadi de Literatura en castellano, de la Crítica, Nacional de Narrativa). El pasado septiembre había cumplido 91 años.

Llevaba una vida tranquila y afirmaba que viajar “es una huida, como tratar de llenar un vacío”. Sin moverse de Getxo, Pinilla conjuró el vacío construyendo un universo inagotable.

Pregunta. ¿Cómo sigue teniendo tantas ganas de escribir?

Respuesta. Tengo salud y la mente bien. De hecho yo creo que estoy mejor mentalmente ahora que en mis veinte años. Y la muerte no me da miedo, la muerte me da sólo pena. Porque sé lo que no voy a encontrar en el otro lado: no habrá nada. Hay que vivir lo más posible, con salud.

P. ¿Tiene alguna filosofía como escritor?

R. La de sentirme un hombre libre con todas sus consecuencias. Escribo en libertad, siempre he escrito lo que me ha dado la gana. Por ejemplo, en la novela sobre la que estoy trabajando actualmente hay un episodio que trata sobre la Virgen. Esta chica queda embarazada, pero no por su marido. Y no se le ocurre otra cosa que decir que la ha visitado un arcángel, fíjate la que organizó. ¡Y esto lo recoge la Biblia! No sabes lo que disfruto, ojalá se me ocurrieran más herejías… Al ser libre y mínimamente consciente del entorno, me ha interesado denunciar las injusticias, o la ridiculez del nacionalismo. Pero no de manera sistemática, desde el análisis sociológico, sino a través de la novela, con personajes que te van llevando en una dirección. El mérito de la literatura está en componer un argumento o una escena que convenzan, por muy tontos que sean. Cuando consigo esto, soy feliz.

P. ¿Cómo aborda la novela en marcha que le ocupa las tardes?

R. Es una novela que se llamará Los inmaduros. Yo tenía una idea general: unos señores deciden en cierto momento de sus vidas vivir su vocación (uno es escritor, otro pintor, otro fotógrafo), desertan de las familias y coinciden en un caserío de la playa. Allí se instalan, a vivir su vocación, de modo sencillo y humilde. Y en esto contravienen la opinión de sus señoras que los consideran gente sin fuste, sin fundamento. Poco a poco voy metiendo las idiosincrasias y peripecias de los personajes. Cuando ya tienes un corpus vivo, la novela sale por sí sola prácticamente.

P. La dedicatoria de la gran trilogía Verdes valles, colinas rojas dice: “Ahora sé por quién he escrito siempre. Pero mi verdadero mundo fue otro”. ¿Es indiscreto preguntarle por su sentido?

R. No, qué va… He escrito por mi madre. Resulta que éramos dos hermanos, yo era el mayor y una madre cuida siempre más al pequeñito. Además mi hermano era astuto y yo un inocente, él sacaba buenas notas y yo no… No me he quitado nunca la sensación de estar rebajado frente a él –lo dice riéndose— y suponer que mi madre era la imaginaria jueza en esto, aunque todo fuese una invención mía. Yo quería escribir para dar la talla. Y por supuesto que he separado vida y literatura. Imagínate: llegué a Getxo a principios del invierno del año 57, casado, con dos hijos pequeños, a hacer una casa sin una peseta, con una pequeña hipoteca y con una huerta de la que ocuparme. Yo la llamo la “época épica”. Escribí Las ciegas hormigas en el trabajo, buscando huecos libres. Nunca he sido de esos hombres que dicen “aquí estoy yo, yo quiero escribir” y se encierran en una habitación con pestillo. Yo escribía cuando tenía tiempo.

P. ¿Qué ha aprendido de otras lecturas?

R. Me fijo mucho en el estilo literario, es importante acertar en el estilo que le va a uno. Se hace eligiendo a un autor, fijándose no en las cosas que dice, sino en cómo las dice. Yo me fijé en Faulkner: le leía, cerraba el libro y me ponía a escribir con su música. Le copiaba. Algo parecido me pasó con García Márquez. Todo está en la música de lo que escriben.

P. ¿Cómo se sobrepuso a prácticamente cuarenta años de silencio después de ganar el Premio Nadal?

R. Consiguiendo ser uno mismo independientemente del entorno, que tiene que ser secundario. Hay personas que son como unas hojuelas que con viento leve se quedan afectadas, tienen mal genio y sufren. Yo estaba disgustado con los editores de aquel momento, tuve desavenencias con ellos y los eché a un lado a costa de quedarme sin publicar. Luego fundé la pequeña editorial Libropueblo que vendía libros a precio de coste y publiqué unas cuantas novelitas. Así que aunque no me hubieran publicado nunca más, yo seguiría escribiendo. Y creo que hubiese escrito lo mismo que he escrito.

P. Salta a la vista la influencia del cine en su literatura…

R. Sí, el cine me ha ayudado a escribir. Por ejemplo, cuando salió la primera versión de Cyrano de Bergerac, yo debía de tener unos veinte años, me pareció tremendamente emotiva y salí del cine llorando. También me pasó con Solo ante el peligro. Ese espíritu intransigente de unos ciudadanos que no cedían al entorno, que se sobreponían llevando adelante su empresa, que pudiendo no triunfar acaban triunfando… ese heroísmo y ese sacrificio me conmovían. Y además el cine norteamericano tiene la viveza, el ritmo, el empuje, el lenguaje directo. He prestado siempre mucha atención a los diálogos. Creo que dialogo bien por influencia directa de ese cine. El lenguaje es básico, hay que cuidarlo mucho.

P. ¿En qué piensa cuando pasea por las mañanas?


R. A veces en nada en particular, voy cantando tangos de Carlos Gardel. Y otras veces me pongo a recordar. Porque Getxo es un recuerdo vivo. Como todos los viejos, yo me acuerdo de mis padres, también de mi niñez y de la de mis hijos. Y fíjate, me da por pensar que algo no hice muy bien: no les he puesto suficiente música cuando eran pequeños.

martes, 12 de agosto de 2014

Muerte de un cómico

Si siempre acongoja la muerte de alguien, porque estamos unidos a la humanidad, como quería John Donne, el poeta inglés, la de un cómico lo es mucho más. Porque sabe encontrarle la gracia a la vida y hacer durar esa ilusión. Pero que se quite la vida es aún peor, nos deja el escenario vacío, con el verdadero protagonista delante. Como cuando cerramos los ojos y descubrimos donde estamos en realidad. Como dijo otro gran actor antes del tránsito: "Morirse es fácil, la comedia es difícil". Es difícil encontrarse todas las mañanas con el mismo cuerpo que animar, esa marioneta que pende de capilares de pasión y nervios de razón, víctima de los siempre trillados caminos de las rutinas y los apegos, viviendo la fotocopia del mismo día, todavía más borrosa, para la que había que buscar el apoyo de la cocaína y el alcohol, excusas que servían, en su caso, para agostar el brillo asesino del genio: "La cocaína excita a los demás, a mí me frena", decía. Robin Williams. Se cansó de sucedáneos y no encontró otra paz que la perpetua, pero mientras se resistía nos dejó una gran estela de papeles cómicos; incluso le devolvió las ganas de vivir a otro actor, su amigo tetrapléjico, el actor Christopher Reeve, que hacía de Supermán, a quien hizo reír por primera vez desde el accidente que lo baldó. Los humoristas siempre están entre los que gusta recordar, dígalo Yorick; su ejemplo de actores da fuerzas para fingir hasta el final esta representación, aunque envejecer, morir, sea el verdadero argumento de la obra. Debemos aplaudir, como aplaudimos a ese otro compañero que se lleva en el camino, el misionero que ayudaba a enfermos de ébola: también hizo bien por sus semejantes, pero representando una tragedia. Y aplaudir, confortar o amar a la gente que tenemos cerca, si no queremos estar solos cuando llegue el tren. Por ellos hay que seguir.

martes, 26 de febrero de 2013

Ha muerto Javier Trujillo Sánchez

Ha muerto, con 57 años, el pasado día 25 de febrero, Javier Trujillo Sánchez, mi amigo y vuestro, a quien muchos de vosotros también conocíais. La noticia ha pasado desapercibida: solo por una esquela a la puerta del Ayuntamiento, vista por casualidad, me he enterado de tan triste deceso; por lo visto padecía un tumor cerebral incurable que le tuvo hospitalizado mes y medio, sin que yo me enterase. Mientras él fallecía tuve una cierta sensación inexplicable de depresión; quién sabe si, por esas conexiones ocultas que hay entre las cosas y las personas, se me estaba revelando con un léxico desconocido que había perdido a uno de mis más fraternales amistades; un nosequé de cordial  te hacía engancharte a su amistad campechana y grata. Cantaba en el Coro de la Universidad; yo, todos lo echaremos en falta, como él mismo echaba en falta mover su brazo derecho a causa de una meningitis que lo dejó tullido a edad muy temprana; esa pérdida tuvo unas consecuencias encadenadas que una persona ignorante no podría predecir: siendo de suyo bastante apuesto, esa minusvalía le impidió andar correctamente y siempre aparecía algo desaliñado, aunque limpio, porque no podía manejar el peine y ajustarse la ropa con el arte que todos los que usamos nuestra extremidad natural damos por supuesto; también era difícil distinguir sus palabras, porque tener que acostumbrarse a usar el brazo izquierdo siendo diestro le había provocado una cierta dislexia oral que perdía al momento cuando arrancaba a cantar como los mismos ángeles. Él mismo era un ángel tullido; si antes volaba por las notas más altas alabando al Señor, él, tan devoto de la Cristo de la Buena Muerte y de la Hermandad del Silencio, a cuya procesión no faltó nunca, podrá hacer ahora toda la música que quiera en los más selectos coros de serafines e incluso tocar la guitarra celeste con un brazo nuevo. 
Su minusvalía, que podría haberle hecho  solitario y gruñón, era compensada y superada con una gran nobleza, bonhomía y facultad para hacer amigos hasta en las cloacas. Debo a esta persona quizá los mejores años de mi vida, en una época en que andaba buscando una Arcadia imposible y una amistad verdadera. En mi biografía la entrada de Javier Trujillo fue providencial: fue una ventana por la que entró a raudales un aire vivo que me hizo descubrir a muchos otros buenos amigos y fertilizó los tiempos muertos de estéril sequedad. Le dedico estas palabras de afectuoso recuerdo, donde quiera que esté, por los buenos ratos que me hizo pasar; a él, a una de esas pocas personas que siempre es grato recordar.

jueves, 7 de junio de 2012

Ha muerto Ray Bradbury

He leído bastante a Ray Bradbury de joven, cuando tenía el carnet 508 de la biblioteca de C. Real, y aprendí no poco de él; comulgaba con sus textos porque adivinaba en ellos alguien tan cercano a la pasión literaria como yo. También él fue un lector compulsivo de biblioteca pública. Constituye, junto con William Saroyan, una de los autores primeros que me orientaron en el mundo de la escritura. Ambos poseían mucho en común, pero lo que yo realmente apreciaba y aprecio en ellos es cómo lograban concretar en palabras la difícil abstracción llamada "humanidad"; en ese sentido, Saroyan era más cervantino, porque Ray Bradbury era más lírico: sabía encontrar los elementos bellos e impresionantes de las cosas más humildes. Un ejemplo: cuando te describía -en el recuerdo, esa es la clave- el indescriptible "sonido plateado" de un timbre de bicicleta, o reconstruía el asfixiante ambiente local de un pueblo mexicano desde el punto de vista de una turista anglosajona asustada, en uno de los cuentos que leí de él. Sus novelas me defraudaban más: estaba hecho para las distancias cortas, como Carver. Y es que se puede narrar de dos maneras: una ascética y humilde, y otra lírica y pomposa. Combinar bien ambas es privativo de muy pocos escritores, que saben pasar de una a la otra cuando conviene, o gotearlas de forma que el conjunto gane con ello. Por ejemplo, F. S. Fitzgerald sabía hacerlo. Pero Bradbury contaba también con otra preciosa virtud: la de descarnar a sus personajes de cualquier artificialidad, de cualquier elemento moderno o temporal; no era, como decía Asimov de él, un siesnoes envidioso, un escritor de social-ficción. Cada nombre de personaje, en  su caso, podía sustituirse por un arquetipo: padre, madre, hijo, hermano, adolescente, viejo... Modelos de las formas invariables que toma la humanidad en que todos podemos reconocer a un cercano, o a nosotros mismos en algún momento de la evolución vital. Por demás, se nota que redactaba en una máquina de escribir de alquiler: eso le dio la peculiar intensidad, la pureza y ascetismo de sus mejores pasajes. Está de más colgarle el sambenito de ser un carcamal retrógrado: la gente más lúcida y moral siempre lo es, porque ha tomado la suficiente distancia de su siglo como para entenderlo y conoce las medidas humildes de lo imperecedero; véase si no al soldadesco Kipling o al gordo Chesterton, unos carcas que se pasaron toda la vida huyendo (en el caso de Chesterton, fatigosamente) de sus fantasmas. De ahí, por ejemplo, el valor de la distopía Fahrenheit 451, que tan bien supo reflejar François Truffaut en imágenes inquietantes (recuerdo especialmente a la bibliotecaria en su pira a lo Juana de Arco y las perturbadoras imágenes que siguen al estallido de la cerilla y su inmolación). En ese momento el cine se volvió Arte con mayúsculas. Como muchos poetas -es un sello natural de fábrica que viene con ellos- nunca quiso sacarse el carnet de conducir. Escribió un cuento, "El peatón", que va precisamente de eso, y fue el germen de Fahrenheit 451. En Estados Unidos, ser poeta, viandante o peatón y no consumir es algo intrínsecamente reaccionario, anticuado y hasta subversivo. Los poetas van despacio por la vida, no se apresuran, porque allá hacia donde van es a sí mismos. O como el pájaro de los leñadores canadienses de que habla Borges, que vuela siempre al revés, porque no le importa adónde va, sino de dónde viene.

sábado, 23 de julio de 2011

Amy Winehouse se ha muerto ya


Hace tiempo escribía que era un milagro que esta chica siguiera todavía de pie y cantando: sólo había que echarle un vistazo por encima; en su último concierto ofreció un espectáculo tan lamentable que no se renovó su póliza de seguros y canceló toda su gira, porque la contralto soltaba gallos y se caía al suelo; la última mona duró quince horas y la siguiente fue una muerte por sobredosis. Mala estudiante, insomne, deprimida, anoréxica, drogadicta, alcohólica, maniacodepresiva, enfisemática y anémica, le daba a la ginebra, a los porros, a la ketamina, al crack, a la cocaína, al éxtasis, a la heroína, a los antidepresivos y a los analgésicos y, después de todo eso, a la guitarra, en cuyo agujero central se cayó para no volver; cuando no, su distracción favorita era discutir con exnovios y exmaridos y, entre medias de lingotazo y lingotazo, escaparse en pelotas de los hoteles. Una curiosidad: su madre era farmacéutica, así que por lo menos tenía la excusa de que le venía de familia. Menos mal que no tuvo hijos, eso fue lo único que hizo en lo que tuvo algún sentido común. 


Por lo visto, cantaba bien el soul.

sábado, 7 de mayo de 2011

Antonio Calvo, pobre hombre.

Era profesor de español en Princeton, salido de un pueblecito leonés y exclusivamente entregado a sus alumnos, pero casi nada dedicado a la investigación, algo peligroso en un puesto como el suyo, que no mide la entrega; la dedicación al ser humano es peligrosa en este tipo de mundo, calado hasta lo último por el bullying, porque la gente que posee el don de la empatía es incapaz de soportar emocionalmente la crítica y ellos, que tanto ayudan a todos (resulta conmovedor esa línea de su nota de suicidio que pide no se lo digan a su padre -un fervoroso católico campesino castellano de setenta años-), carecen de los reflejos de pedir ayuda cuando padecen un problema serio; su carencia de egoísmo y su total extraversión de jericós les hace imposible vestirse de muros, laberintos y anticuerpos y ser víctimas de lo más duro, inclemente y negativo de la sociedad; en Estados Unidos hay que querer y saber defenderse de ese mobbing


Por todos los demás son vistos como una roca en que amarrarse y apoyarse, son magníficos ayudantes de todos, pero ellos, ¿en qué se amarran y apoyan? Eso es lo que le pasó al pobre compatriota Antonio Calvo, víctima además de la presión contra los gays que existe en las altas capas de la sociedad cacadémica estadounidense. Obsérvese, por ejemplo, a su jefa, Gabriela Nouzailles, una bienparida pija agentina de cuidado con el coco comido por Lacan, o a la rectora de Prínceton, una bióloga molecular famosa por ser la primera mujer rectora de su universidad que, además, pertenece al consejo privado de Google; Tilghman está acostumbrada a tratar con conceptos, pero no con sentimientos, y es también una vieja trepa incapaz de ponerse en el lugar de nadie, ni siquiera de su marido, del que se divorció; esa workadict sí que tenía ego, al contrario que ese otro workadict, pero del trato humano, Calvo. Los alumnos se han sublevado en Princeton contra ese modo de ser, pero en Princeton hay miedo y hay egoísmo y los que pueden, que pueden porque son miedosos y egoístas, prefieren los rumores a la cruda y desagradable verdad y se niegan siquiera a hacer una investigación que deje bien claros quiénes son miedosos y egoístas. La carencia de contratos fijos y de baremos objetivos destroza a personas solidarias y exigentes como Antonio Calvo y sólo deja hipócritas y gilipollas trepadores agarrados a la liga de la hiedra, o esa desagradable Shirley Tilghman.

domingo, 10 de abril de 2011

Ha muerto Sidney Lumet

Hay dos Sidneys, Pollack y Lumet. El segundo fue un director con inquietudes sociales, lo que le garantizó no conseguir jamás un óscar (la sociedad siempre ha recompensado con el desprecio a los que han luchado por ella y contra la injusticia, lo cual demuestra a fin de cuentas quién manda en la sociedad y quiénes son los verdaderamente egoístas); de todo lo que he visto, yo me quedaría con cuatro de sus películas: Serpico, Veredicto final, Punto límite y Doce hombres sin piedad. En estas acertó de lleno; otras poseen un interés menos social, pero son igualmente atractivas: Pactar con el diablo

viernes, 19 de noviembre de 2010

Ha muerto Alfonso Canales

Ha muerto Alfonso Canales, el culto y bibliófilo poeta de Aminadab; he aquí algunos poemas suyos:

El poeta se lamenta de la fugacidad del querer humano

¿Adónde va el amor, por más que duela
el corazón a cada estrecho paso;
con qué peso se hunde, en qué fracaso
el beso se anonada y se cancela?

Abrígalo si puedes: va que vuela
su precario calor, al cielo raso.
Mira que con frecuencia se da el caso
de que a la vuelta el velo se desvela.

¿Adónde vamos a parar con tanta
ráfaga que se va por un postigo,
si el cisne se nos muere cuando canta?

¿Qué puede alimentarnos este trigo
que siempre se nos queda en la garganta?
¿Adónde vamos a parar, amigo?

Soneto en el que el poeta toma prestadas las palabras de John Donne para desabrigar infundados temores...

¿Qué haremos en invierno -me preguntas-,
sin un mal cobertor que nos defienda
del frío? ¿ Qué participada prenda
abrigará las desnudeces juntas?

No te sé contestar. Y descoyuntas,
pura, abierta, entregada a la contienda
del amor, ese cuerpo, a suelta rienda.
y se me escapa el alma por las puntas.

Aún es verano, y la calor es tanta
que no comprendo la frialdad. Y sudo
cuanta humedad rehúye la garganta.

¿Pero existe el invierno? ¿Y es tan crudo
su rigor? Si es así, ¿qué mejor manta
para tu desnudez, que, yo, desnudo?

martes, 2 de noviembre de 2010

Una vela



Una vela por dos pacifistas, uno cuáquero
y otro budista:

y


viernes, 25 de junio de 2010

Curas como estos ya no hay

Curas como estos ya no hay; el exinquisidor y ahora papa burocrático Ratzinger prefería a los pedófilos antes de verse condenado a condenarlos; ni siquiera ha contestado a la asociación de teólogos Juan XXIII, que ha pedido su dimisión; es que los que mandan nunca dimiten (bueno, está el caso de Celestino V, el papa que dimitió, pero es que ese era un santo, aunque Dante lo pusiese en el primer círculo del infierno). Yo creo que a la Iglesia le sería más indigesto Habermas que su bisabuelo Marx. ¿Quién ha hecho teologia de la comunicación?

"Muere José María Díez-Alegría, jesuita castigado por Roma y gran teólogo" Juan G. Bedoya. Madrid, El País, 25/06/2010.

El español fue uno de los grandes teóricos del postconcilio y acompañó al padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo
.

Esta madrugada ha muerto José María Díez-Alegría, uno de los grandes teólogos españoles. Iba a cumplir en octubre los 99 años de vida. Fue jesuita impenitente, obligado por los inquisidores del Vaticano a dejar la orden de Ignacio de Loyola por no aceptar silencios, componendas ni censuras. Pese a todo, nunca dejó de vivir en (y con) la Compañía de Jesús. "Soy un jesuita sin papeles", solía ironizar.

Una vez le preguntaron cómo un banquero podía ser católico, y Díez-Alegría contestó con esta anécdota brechtiana. Fue un banquero a confesarse y le dijo: 'Mire, padre, yo soy banquero'. Y el cura le respondió: '¡Mal empezamos!'. El rico penitente se enfadó y se fue

Cuando llegó al Pozo del Tío Raimundo Díez-Alegría venía de Roma envuelto en un descomunal escándalo editorial

Nacido el 22 de octubre de 1911 en la sucursal del Banco de España de Gijón, de la que su padre era director, Díez-Alegría se cambió pronto al bando de los mineros y empezó a tener problemas con la dictadura franquista, poco amiga de curas de combate. Sólo el apellido Díez-Alegría, con dos famosos generales en la familia, lo libró de la cárcel, aunque no de marginaciones y desplantes. Una vez le preguntaron cómo un banquero podía ser católico, y Díez-Alegría contestó con esta anécdota brechtiana. Fue un banquero a confesarse y le dijo: 'Mire, padre, yo soy banquero'. Y el cura le respondió: '¡Mal empezamos!'. El rico penitente se enfadó y se fue.

Alegría (al teólogo Díez-Alegría todos le llamaban Alegría) era un reputado profesor en la imponente Universidad Gregoriana de Roma cuando en la Navidad de 1972 publicó sin la censura previa obligada el libro 'Yo creo en la esperanza', que en apenas semanas dio la vuelta al mundo. Exclaustrado de la Compañía de Jesús para evitar males mayores con el Vaticano, regresó un año después a Madrid y se fue a vivir a una chabola del Pozo del Tío Raimundo, la barriada en la que otro jesuita, el famoso padre Llanos, ex capellán de Falange y ex amigo del dictador Francisco Franco, llevaba practicando una radical teología de la liberación desde 1955. Alegría, cuyo sentido del humor y paciencia evangélica no tenían límites, se hizo imprimir allí esta tarjeta de visitas: "José María Díez-Alegría. Doctor en Filosofía. Doctor en Derecho. Licenciado en Teología. Ex profesor de Ciencias Sociales en la Universidad Gregoriana. Jubilado por méritos de guerra incruenta. Calle Martos, 15. Pozo del Tío Raimundo".

Una vida en el Pozo del Tío Raimundo

En el Pozo del Tío Raimundo Llanos y Alegría hicieron teología de liberación de la buena, a pie de obra, y entraron en la mitología popular. Su sensibilidad por las víctimas del sistema económico inhumano era ontológica. Una vez, en una sonada conferencia en la Cámara de Comercio de Madrid, Alegría dijo, ajeno a las consecuencias, que "la clase dirigente vive en situación de pecado". Díez-Alegría no cesó de proclamar su convicción de que si un socialismo de rostro humano es muy difícil, un capitalismo de rostro humano es imposible.

Alegría ha fallecido en la residencia de los jesuitas de Alcalá de Henares. Decenas de discípulos, amigos y admiradores peregrinaban allí con frecuencia para disfrutar de su conversación, sabia, beatífica y pícara, sin pelos en la lengua, de una belleza incomparable. Hace unos meses empezó a declinar y a consumirse poco a poco. "Se nos está agotando Alegría", corrió la voz. Anteayer ya no se esperaba más noticia que la de su muerte. Ocurrió esta mañana a las cinco.

Cuando fue expulsado hace 37 años de la Compañía de Jesús por publicar 'Yo creo en la esperanza', Alegría vivía en Roma y era un bullicioso profesor de la Gregoriana, es decir, un pensador lanzado a la fama. Tiempos del postconcilio, aunque ya se vislumbraban nubarrones en aquella primavera eclesial. Díez-Alegría pide permiso para editar su libro. No ha lugar, le dicen. Y toma una decisión que cambiaría su vida. El libro aparece en 1972 en la editorial Desclée de Brouwer, de Bilbao y se vendieron 200.000 ejemplares en numerosos idiomas. Su salto a la fama fue fulminante. Quince días más tarde, el periódico más vendido en Roma, Il Messagero, y el más importante de EE UU, The New York Times, tronaban: "El best seller de un jesuita español aclama a Marx y ataca a Roma".

Díez-Alegría tardó poco en regresar a España y en "tomar la mejor decisión" de su vida, dijo más tarde. Se fue a El Pozo del Tío Raimundo, se quitó el bonete de jesuita, se pone la boina de cura y puso en práctica la teología que había enseñado en Roma. Cuando llegó a Madrid, el 24 de febrero de 1974, "una nube de periodistas le buscaba, como si fuera un famoso actor de cine", recuerda Pedro Miguel Lamet, su biógrafo (Díez-Alegría. Un jesuita sin papeles. Editorial Temas de Hoy. 2005).

A los 90 años, Díez-Alegría publicó la segunda parte de su famoso libro, esta vez con el título 'Yo todavía creo en la esperanza', pero en medio hay muchas otras obras de impacto, como Actitudes cristianas ante los problemas sociales (1967), Cristianismo y revolución (1968), Yo creo en la esperanza (1971), Teología en broma y en serio veras (1977), Rebajas teológicas de otoño (1980). La cara oculta del cristianismo (1983). ¿Se puede ser cristiano en esta iglesia? (1987) o Cristianismo y propiedad privada (1988). Él mismo se consideraba un miembro más de la Teología de la Liberación, orgulloso de que el padre Ignacio Ellacuría, asesinado por el fascismo clerical de El Salvador, Jon Sobrino o Gustavo Gutiérrez le considerasen "un viejo compañero". Sostuvo siempre que en el fragor de la injusticia que vive este mundo global no cabía otra cosa que el compromiso social.

Díez-Alegría tenía admiradores incluso entre los jerarcas del catolicismo porque era un cristiano irreductible, pese a sus sabrosas impertinencias con el poder. En eso se parecía a Jesús, el fundador cristiano, crucificado por decir lo que pensaba. En un mundo de eclesiásticos acomodados junto al poder político y económico, que apenas usan el nombre de Cristo porque prefieren las figuras tiernas pero pacíficas y melifluas de María, o la de los papas lujosamente instalados en la soberanía vaticana, Díez-Alegría aconsejaba humildad, volver a Cristo y menos papanatismo. "Hay que citar más a los Evangelios y menos al Papa", decía. En la última conversación con EL PAÍS proclamó que en unos veinte o treinta años se admitiría el matrimonio de los clérigos y, un poco más tarde, el sacerdocio de la mujer.

"Okupa del Universo"

Cuando cumplió 94 años y empezaba a sentirse "un okupa del Universo", pese a estar todavía como un chaval, Díez Alegría recibió un homenaje de sus amigos en el paraninfo de la Casa de América, repleto de público. Fue recibido con larguísimos aplausos, todos puestos en pie para verlo mejor bajar las escaleras camino del escenario, como si el que llegaba fuese un profeta o un galán de cine. El encargado de hacer la 'laudatio' aquel día fue el entonces ministro de Defensa, José Bono, fallido aspirante a jesuita de pequeño. La ocasión sirvió además para presentar la biografía de Alegría escrita por otro jesuita ilustre, sabio y rebelde, Pedro Miguel Lamet.

La jerarquía eclesiástica ha soportado la fama y la voz de Alegría con pasmo o pánico. Por ejemplo, el 28 de mayo de 1977. Ese día, EL PAÍS acogía en su primera página una gran fotografía del jesuita Llanos saludando puño en alto ante 60.000 personas reunidas en el campo de fútbol de Vallecas (Madrid). "El mitin comunista de ayer contó con dos protagonistas de excepción, tan dentro de la lógica de la historia de la Iglesia española como fuera de programa: los padres jesuitas Díez-Alegría y Llanos. El padre Llanos -en la fotografía- saluda, puño en alto, a su pueblo de El Pozo. De alguna manera viene a simbolizar el compromiso histórico de cierta Iglesia pasada dolorosamente del nacional-catolicismo al saludo de identificación marxista", decía el pie de foto.

Díez-Alegría contó más tarde que el padre Llanos tenía carnet del PCE y de Comisiones, aunque apreciaba más el segundo que el primero "cuando vio que no era oro todo lo que relucía en aquel idílico eurocomunismo". Él no. "Lo que yo era es hegelianamente anti-antimarxistas", explicó jugando con la famosa teoría del filósofo alemán sobre la tesis, la antítesis y la síntesis. "Yo no soy marxista, pero tampoco antimarxista. Me tomo en serio el marxismo. La crítica que hace Marx del capitalismo es válida. Nunca me leí El capital, pero sí otros libros suyos, y en mi libro Rebajas teológicas de otoño escribí un capítulo titulado Recuerdos a Marx de parte de Jesús en el que contaba que tuve un sueño en el que Jesús se me presentaba y me decía: 'Oye, y este Carlos Marx, del que tanto hablan escandalizados mis discípulos actuales, ¿qué me dices de él?'. Entonces yo le recitaba algunos textos de Marx, y después Jesús me decía: 'Mira, si ves a Carlos Marx, dale recuerdos de mi parte y dile que no está lejos del Reino de Dios. Pues ése era un poco nuestro marxismo".

Pese al temprano castigo por Yo creo en la esperanza, Díez-Alegría no volvió a tener problemas con el Santo Oficio de la Inquisición. Otros teólogos, por decir cosas menos valientes o menos fuertes, los han tenido. La explicación es que matizaron muchísimo, y que manejaban la Biblia con gran conocimiento. "Siempre había un Padre de la Iglesia que había dicho antes lo que ellos sostenían", dice Pedro Miguel Lamet, que trabajó muchas veces en El Pozo.

Tampoco tuvieron, ni Llanos ni Alegría, problemas con la severa dictadura franquista y nacionalcatólica, obligada, en cambio, a abrir en Zamora una cárcel sólo para curas. La explicación fue el origen de los dos protagonistas. Llanos era hijo de un general, y Díez-Alegría, de un banquero de Gijón, además de hermano de los tenientes generales Luis Díez-Alegría, jefe de la Casa Militar de Franco y ex director general de la Guardia Civil, y Manuel, ex jefe del Alto Estado Mayor del Ejército. Un día, el general Luis cometió una infracción de tráfico y el agente que le tomaba nota para la multa, al ver su apellido en el carné, le preguntó si era familiar del "famoso teólogo Díez-Alegría". Y no hubo sanción.

Además, cuando llegaron a evangelizar y, sobre todo, a prestar amparo y compañía a los chabolistas de El Pozo, los dos ya eran famosos por sí mismos, Llanos por artículos de prensa, y Díez-Alegría porque venía de Roma envuelto en un descomunal escándalo editorial. El sangriento dictador Franco recelaba castigar o reprimir cuando las víctimas podían recibir algún amparo internacional.

En la biografía de Alegría, Lamet cuenta anécdotas y sucesos deliciosos, que explican por qué fue Alegría fue un jesuita "sin papeles". He aquí una de las historias que contaba Díez-Alegría, con arrobo teológico, para armonizar con la fe católica su radical teología de liberación. Un catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.

-Mujer, tienes que volver, no puedes seguir con el viejo.

-Pues claro que sí, señorito. Pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.

-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.

La mujercita, con convicción: "No, señorito, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor, tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti ["por tenerme tan pobre", matizó Alegría], y estamos en paz".