Natalia Junquera, "Un premio que abre fosas", en El País, 11V-2015:
El galardón de una asociación de EE UU, dotado con 100.000 dólares, salva el laboratorio forense de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica
Emilio Silva Faba compró en los años veinte en Nueva York, ciudad a la que había emigrado buscando suerte, un anillo en el que grabó sus iniciales: E.S. En julio de 1925 volvió a su pueblo en el Bierzo (León) para vender unas tierras y poder montar un negocio al regresar a EE UU. Pero una mujer llamada Modesta le hizo cambiar de planes. Se casaron seis meses después del flechazo y tuvieron seis hijos. A uno de ellos le entregó el anillo horas antes de ser fusilado con otros 12 hombres la madrugada del 16 de octubre del 1936. Modesta lo guardó como un tesoro durante los 62 años que sobrevivió a su marido. Su nieto, Emilio Silva Barrera — E.S. también— lo llevaba este sábado, cuando viajó a la ciudad a la que su abuelo nunca pudo regresar para recoger un premio en el que Emilio Silva Faba había tenido mucho que ver.
El anillo que Emilio Silva Faba compró en Nueva York en los años veinte y su nieto, Emilio Silva Barrera, llevó el sábado para recoger un premio.
La asociación de Archivos de la Brigada Abraham Lincoln (ALBA), fundada en 1979, creó este galardón, en colaboración con la Fundación Puffin, como una forma de recordar la labor de los brigadistas internacionales (entre ellos, 2.800 estadounidenses) que apoyaron al bando republicano en la Guerra Civil “y conectar su legado inspirador con causas contemporáneas”. Si este sábado lo recogió el nieto de un hombre que una vez quiso abrir una tienda en Nueva York, fue porque tras recuperar de una cuneta los restos de su abuelo en el año 2000, Silva fundó una asociación que ha impulsado la exhumación de más de 1.300 fusilados en un centenar de fosas comunes por toda España.
El premio está dotado con 100.000 dólares (89.200 euros). “Ese dinero nos va a permitir seguir trabajando durante dos años más y mantener el laboratorio forense donde se identifican los restos”, agradeció Silva. Son “años críticos”, añadió, porque las personas que recuerdan dónde están las fosas comunes del franquismo tienen más de 80 años. Los testigos se mueren.
El Gobierno español ha derogado de facto la ley de memoria histórica, al dejarla sin financiación. Así que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) sobrevive gracias a donaciones como la de un sindicato de electricistas noruego que, conmovido por el desamparo de los familiares de las víctimas del franquismo en España, decidió hacer una colecta y enviarles 6.000 euros; o como la de Harry Natowitz, un judío alemán que cuando se puso a escribir su última voluntad se acordó de la asociación española que recupera los restos de cientos de fusilados del franquismo para poder enterrarlos en un lugar distinto al que los habían arrojado sus asesinos. En un lugar con su nombre y apellidos.
Cerca de 700 voluntarios de 20 países han colaborado a lo largo de 15 años en las labores de exhumación de las víctimas. Silva no podía imaginar, aquel 21 de octubre del año 2000, cuando el cazo de la excavadora desenterró una bota sobre la que habían llovido 70 años, cuántos más como su abuelo había repartidos por fosas y cunetas. Entonces, su única intención era poder enterrar sus restos junto a los de Modesta, que había muerto dos años antes con el nombre de su marido en la boca. El forense Francisco Etxeberria puso nombre a los huesos —Emilio Silva Faba fue la primera víctima del franquismo identificada con técnicas de ADN— y ahí habría terminado todo si cientos de personas no hubieran llamado a Silva para decirle, casi en susurros, bajando las persianas, con miedo a algo que ya no existía: “A mi padre también lo mataron en el 36... Es la primera vez que hablo de esto. No sé dónde está enterrado...”
Desde entonces, la ARMH ha abierto más de 150 fosas, pero quedan al menos 1.500 más. España es el segundo país del mundo con más desaparecidos (114.000). El primero es Camboya.
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