Levantó la pesada maleta y fueron caminando hacia el coche. Jean Louise se preguntó cómo se comportaría ella cuando le llegara la hora de tener dolores día tras día. No como Atticus: si le preguntabas cómo se encontraba, te lo decía, pero nunca se quejaba. Su talante se mantenía inalterable, de modo que, para descubrir cómo estaba, había que preguntárselo.
Henry descubrió su enfermedad por accidente. Un día que estaban en la sala de archivos del juzgado buscando la escritura de unas tierras, Atticus se puso de pronto totalmente blanco y soltó el pesado libro de hipotecas que llevaba entre las manos.
—¿Qué sucede? —preguntó Henry.
—Artritis reumatoide. ¿Puedes hacerme el favor de recogerlo? — dijo Atticus.
Henry le preguntó desde cuándo sufría aquella enfermedad y Atticus le respondió que desde hacía seis meses. ¿Lo sabía Jean Louise? No. Entonces, más valía que se lo dijera.
—Si se lo dices, vendrá enseguida y se empeñará en cuidarme. El único remedio para esto es no permitir que pueda contigo.
Y así quedó zanjado el tema.
[...]
No había un chico mejor que Henry Clinton, afirmaba la gente de Maycomb, y Jean Louise estaba de acuerdo. Henry era del extremo sur del condado. Su padre había abandonado a su madre poco después de su nacimiento, y ella había trabajado día y noche en su tiendecita del cruce para que Henry pudiera estudiar en la escuela pública de Maycomb.
Henry vivía desde los doce años en una pensión, enfrente de la casa de los Finch, y eso por sí solo lo situaba en un plano superior: era dueño de sí mismo, libre de la autoridad de cocineras, jardineros y padres.
También era cuatro años mayor que ella, lo cual suponía una gran diferencia en aquel entonces.
Henry se burlaba de ella; ella lo adoraba. Su madre murió cuando él tenía catorce años y no le dejó casi nada. Atticus Finch se ocupó del poco dinero que se obtuvo de la venta de la tienda (la mayor parte se fue en los gastos del funeral), añadió algo de su bolsillo sin que nadie se enterara y le consiguió un empleo a Henry como dependiente en Jitney Jungle después de clase. Henry se graduó y se alistó en el ejército, y después de la guerra fue a la universidad y estudió Derecho.
Más o menos en aquella época, un buen día, el hermano de Jean Louise murió de repente y, tras la pesadilla que supuso todo aquello, Atticus, que siempre había pensado en dejarle el bufete a su hijo, miró a su alrededor en busca de otro joven. Le pareció natural que ese joven fuera Henry y, a su debido tiempo, este se convirtió en su chico para todo, en sus ojos y sus manos.
Henry siempre había respetado a Atticus Finch. Al poco tiempo el respeto se transformó en afecto, y desde entonces Henry le consideraba un padre.
A Jean Louise, en cambio, no la consideraba una hermana. En los años en que estuvo fuera, primero en la guerra y luego en la universidad, Jean Louise había pasado de ser una criatura malhumorada que
vestía pantalones de peto y estiraba la goma de mascar, a convertirse en un razonable facsímil de un ser humano. Comenzó a salir con ella durante las visitas de dos semanas que ella hacía todos los años a casa, y aunque seguía moviéndose como un muchacho de trece años y renegaba de la mayor parte de los adornos femeninos, Henry veía algo tan intensamente femenino en ella que se enamoró. Era fácil encontrarla atractiva y fácil estar con ella, casi siempre, aunque no fuera, en ningún sentido de la palabra, una persona fácil. La afligía una inquietud de espíritu que Henry no alcanzaba a entender, y sin embargo estaba convencido de que eran el uno para el otro. La protegería, se casaría con ella...
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