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domingo, 23 de agosto de 2020

Tribalismo

La tristeza es una de las seis emociones básicas del ser humano según el acreditado psicólogo Paul Ekman, junto al miedo, la ira, el asco, la felicidad y la sorpresa. Al menos son las únicas que transmitimos universalmente con los gestos de la cara; el resto de las emociones son dialectales. En el código escrito, solo la sorpresa tiene un signo. Pero lo sorprendente es que cuatro de ellas sean negativas, frente a una sola positiva y otra dudosa. Así que podríamos decir, como Tolstoy, que la infelicidad es mucho más variopinta que lo contrario y que cada uno se amarga la vida a su manera, mientras que todos queremos tener finca en Galapagar. Qué poca imaginación hay para ser feliz. Ya se vio en Platón.

Los lingüistas y los filósofos coinciden con Ekman. Han descubierto (por ejemplo, nuestro José Antonio Marina) que el repertorio léxico abunda más en palabras peyorativas y denigrantes que en meliorativas y de alabanza. Las palabras para hacernos sentir bien nos las guardamos, porque son muy escasas.  Provenimos de cazadores nómadas, y lo que ellos hacen no se hace con buenas intenciones, aunque yo piense que provenimos más bien de domesticadores sedentarios; pero la gente ha preferido y prefiere siempre al bruto, hasta en las películas y en las votaciones. Por supuesto, hace falta una jerarquía para repartir lo cazado; no son lo mismo los pies del jabalí que la panza y las criadillas, y sobre gustos no hay nada escrito... aunque todos queramos tener una finca en Galapagar. Cervantes ya lo dijo: "Cada uno es como Dios le hizo, y aun peor muchas veces". En la jerarquía del reparto, a los viejos y a los niños habría que darles lo que puedan masticar sin dientes, por ejemplo.

Lo curioso de las emociones negativas, fuera de su diversidad, es que el elemento más simple que puede aparecer en la descomposición de esos sentimientos es el dolor, lo que ya apercibió Buda, al que también parecía la felicidad una ilusión no sostenible. Sin embargo, lo malo del budismo es que está vacío. 

Además, todas las emociones universales son comunicables con gestos, pero las más complejas requieren otros códigos: los del lenguaje y el cuerpo, tal vez porque ya no son solo emociones, sino cultura, con lo que ya entramos en divisiones. Y la cultura puede ser muchas cosas, pero nunca es básica ni universal: hay que adquirirla con el trabajo y la experiencia de lo distinto. 

Hoy en día, gracias a Dios, no nos miramos como si fuéramos filetes crudos y por cortar. Eso solo pasaba en las religiones paganas y en crisis alimentarias tan acuciantes como las de Atapuerca, Leningrado o los Andes. En Leningrado, allá por la Segunda Matanza Mundial, durante la Edad de Oro de la Estupidez, ni siquiera había ratas porque se las comían. El siguiente paso fue lo que más o menos describe Shostakovich en el primer movimiento de su Séptima sinfonía, si es que tienen paciencia para oírlo, sobre todo pasada la mitad.

El caso del reparto de la carne entre los ricos españoles, salvo una excepción, es muy curioso. No reparten para viejos ni para niños, ni para discapacitados. Por ejemplo, que un grupo de 80 millonarios de 7 países (por supuesto, ninguno español) haya iniciado una campaña para que se suban los impuestos a las grandes fortunas para subsidiar al débil Estado ante la crisis que padecen los pobres por el virus les da escalofríos y se cagan en los pantalones solo de pensarlo. Menos Amancio Ortega: habría podido ser un magnífico presidente de la III.ª República Española, de no ser por su abuso del trabajo infantil. En la Grecia antigua, bajo el régimen democrático, eran precisamente los ricos los que no querían asumir los cargos políticos en el Estado y huían de ellos como de la peste aunque el pueblo siempre los nominaba y no se podían escapar. ¿Por qué hoy en día solo son políticos los que quieren hacerse ricos?

Lo que no se puede comprender es que, habiendo lo suficiente para todos, nos peleemos por tener más. Las guerras no son necesarias para que haya suficiente carne para repartir, aunque las Mundiales del XX dieron lugar después a una gran bonanza económica. Pero en su origen, la disputa violenta es siempre una emoción desbocada, sistematizada y mecanizada por la razón. Todo se ve en el borrador del siglo XIX. El sentimiento elemental del miedo nació, se cultivó y creció a partir del nacionalismo generado por la Guerra franco-prusiana, de la cual derivaron las Mundiales del siglo XX. 

En nuestro caso, del rigurosamente plantado para que creciera en las guerras carlistas entre liberales anticlericales y clericales militaristas que plasmaron Galdós y Baroja, de las cuales nació nuestra gran Guerra civil. Los sentimientos negativos son más abundantes y crecen más que la cizaña y ahogan el buen grano candeal, los sentimientos positivos y constructivos, siempre mal interpretados, arrinconados y marginados, como lo fue el Partido Democrático por la componenda pastelera de Cánovas y Sagasta. Parecería como si el odio, ese resumen de asco, miedo, ira y tristeza, uniese más que el amor, que solo es felicidad y, desde luego, una sorpresa.

viernes, 14 de agosto de 2020

El vuelo de Juan Carlos

Ha parecido extraño que Juan Carlos I sea capaz de volar, como San José de Cupertino. No hay tal. No sabemos qué santo ha hecho el milagro, pero se evidencia que, supervivido al fusilamiento de los medios que antes le besaban el ilustre y lustrado culo, ha decidido vagar por la tierra como Samuel L. Jackson o David Carradine, alias Kung Fu, quienes, por cierto, comparten tarantinadas.

Pero nuestra película, titulada Democracia española, no llega a tanto, sino a más. Parece dirigida por el genial Mariano Ozores. Por desgracia, solo somos figurantes y el rey hace el papel de Fernando Esteso, ligándose germánicas muy godas y con apellido de filósofo neopositivo. Es natural. Este director, más realista que el patatesco Almodóvar, también liado con el Fisco, ha hecho obras maestras como Hacienda somos casi todos (1988) ¡No, hija, no! (1987)  -un vaticinio sobre la infanta Cristina- Todos al suelo (1982), en que Juanca hizo de prota, Pelotazo nacional (1993) u Hoy como ayer (1966), que lo dice todo sin añadir nada. Ni que fuera el gran profeta Pero Grullo, que a la mano cerrada la llamaba puño.

Nosotros creíamos que  los reyes no volaban, sino que recurrían al camello; pero asociar un camello a un Borbón suena a pillar, a cannabis y a los aves por la arenosa Arabia, que también vuelan, aunque a la Meca. Antes, el Fénix, pájaro de fuego de un millón de colores, tras cumplir sus quinientos años, iba al desierto, al templo de Heliópolis en Egipto, y se prendía fuego a sí mismo para renacer otro medio milenio. Era a la vez su propio padre, madre, hijo e hija, ya que solo hay uno. Pero que un Borbón se queme es imposible, habida cuenta de su adherencia al chollo monárquico está garantizada por siglos de corrupción y servilismo. Para librarse de ellos solo ha funcionado la guillotina. 



Y no somos pueblos de revolución y guillotina, sino de ovejas y estoicos. Como los tres monitos de no oír, no hablar, no decir. Por ejemplo, nunca apareció en televisión el famoso líder republicano de la Platajunta, Antonio García-Trevijano, que en paz descanse. Tengo delante su famoso libro, Del hecho nacional a la conciencia de España o El discurso de la República (1994), del que se hicieron cinco ediciones en ese mismo año. Ahí se dice ni más ni menos que mientras existan niveles de corrupción y desigualdad social tan grandes e institucionalizadas en las leyes, habrá monarquía en  España. Dice, por ejemplo:

Para la liberación del estado de servidumbre voluntaria en que se encuentra la mayoría de los españoles, sería, en principio, más operativo que no existiera autoridad alguna en el Estado, ni siquiera simbólica, que no procediera de la libertad política de los gobernados. Pero, en la situación actual de España, y dados los materiales humanos y los partidos que tenemos encaramados en el Estado, el principio republicano de la democracia podría vivir en la Monarquía si, y solo si, el poder simbólico del Rey no fuera, para los partidos y el Ejército, punto común de referencia de sus propios poderes particulares. Lo cual solo es posible con un régimen presidencialista que haya sido fruto de la iniciativa popular (p. 299)

Juicio interesante y que no puede pasarse por alto, aunque al autor no se le ocultan los riesgos autoritarios en que puede derivar este tipo de gobernación. Dice tan solo que es lo único factible, es decir, el único paso político que hay que dar para salvar algo de lo que es España y algo de lo que es el republicanismo histórico en el Estado. De lo contrario, nos quedaríamos estancados en la evolución natural hacia una república democrática.

Por supuesto, no cabe recabar opiniones de los navegantes del yate Bribón, ya que les escriben los papeles con magníficas palabras vacías. Podría ser interesante la de Froilán, que de seguro más que interesante será interesada y en eso más franca y menos hipócrita que la del resto de sus más regulares que reales parientes. Ojalá que su maravilloso currículum escolar pudiera ser igualado por nuestra paupérrima garantía social, que tiene todo que envidiar de la nórdica, donde los reyes fueron siempre afrancesados de una revolución más francesa que rusa. Ciertamente, corren malos aires para las monarquías; incluso el inteligente príncipe Harry se ha dado cuenta ya de que solo es una socialité, un espejismo en el Hola, y está en el ajo solo por lo que vende en publicidad. En cuanto a su tío, el pedófilo Andrés, me recuerda al pobre Fernando VII, el disputado hijo de Godoy o de Ruiz, cuando tenía que aguantar por ayo al fraile carca y pederasta Blas de Ostolaza, encausado por haber llevado la ignominia a un hospicio entero de niñas. Los Borbones es que siempre han tenido muy malas compañías; por eso hay que comprender y compadecer que hayan salido como son.

En fin, Pedro Sánchez, si es el santo que ha hecho el milagro, ha tenido que hacer de negro Ra-Ra-Rásputin en la familia real y curar al zarevich Felipe, sexto del nombre, de un contagio más malo que el Covid para poder mantener la estructura jerárquica de aforamientos obispales, militares y políticos que mantiene la cáscara de corrupción caciquismo-clientelar sobre el simulacro postfranquista de justicia y democracia; pues Felipe es la clave de todo ese sistema cerril y reacio a cualquier cosa que sea referéndum y las colecciones de firmas. Para el monarca, la idea de nación es la de Cánovas: «cosa de Dios o de la naturaleza, no de invención humana». El mismo Cánovas que ya en 1882 sostuvo en un discurso al Ateneo de Madrid: «La nación no es ni será nunca... el producto de un plebiscito diario, ni obra del asentimiento, constantemente ratificado por todos sus miembros, a que continúe la vida en común. No; el vínculo de nacionalidad que sujeta y conserva las naciones es, por su naturaleza, indisoluble».

viernes, 10 de julio de 2020

Confinados sin contornos

Una película de terror empezaba con esta frase memorable: "¡Atención, atención! ¡Esto no es un sueño, esto no es un sueño! ¡Transmitimos desde el futuro usando su sistema nervioso como receptor!" Como es lógico, era un sueño. ¿Qué no lo es? Pero era inquietante porque lo único que nos aterra, en el fondo, es la complejidad: no entender nada de nada, no saber qué esperar de futuros posibles e imposibles. No hay hijo de vecino que no tenga siempre su plan por delante, pero no depende solo de él, sino de los sueños de quienes salgan en su sueño. Qué difícil es despertarse en un sueño dentro de otro y dentro de otro aún más grande, y así sucesivamente. ¿Quién sabía en enero que dentro de unos meses estaríamos todos con el burka puesto? Parecía un sueño descartable. Y el virus nos ha descubierto de repente el sentimiento, inédito en esta posmodernidad, de lo inseguro. Los microorganismos están ahí, como los átomos, y a veces nos recuerdan que también ellos pueden jorobar. Pero tenemos demasiado sueño como para despertar.


Quevedo escribía que los últimos años son los que pasan más rápido: se omite lo tantas veces repetido y la realidad aparece encogida y exigua: el tiempo se ha contraído y detenido como a la vera de un agujero afroafricano, la muerte. Hace unos días, sin ir más lejos, han descubierto que han muerto simultáneamente más de trescientos elefantes en Botswana, y no por caza furtiva o marfil: no saben por qué. Las imágenes son aterradoras; el colapso ecológico se acerca. Pero a la muerte ningún adjetivo le pega, pues que no tiene sustancia o ser.  Encerrarse en lo más visto, que es la propia casa, es como hacerlo dos veces, dentro y fuera del espejo esférico de Escher o del San Camilo 1936, de Cela: "El espejo no tiene marco, ni comienza ni acaba". El belga también andaba perdido en una escalera gallega sin arriba ni abajo. Como él, algunos pasamos el asedio volviéndonos locos y, junto a las primeras yerbas indultadas de las aceras, nos asoma el hambriento hombre de Atapuerca pidiendo huesos para el cocido.


Los que peor lo han pasado, además de los parados o los que padecen la pepera ley de trituración del trabajo, son los alpinistas: les ataca la claustrofobia por no poder subir otra vez a la  nariz del mundo, cubierta de sospechoso moco blancuzco, para redescubrir que hay espacio para todo, incluso para la ridícula vanidad de escalar montañas, porque todo está vacío. Mucho.

Imagínense a un opusino en su casa de clausura, rodeado como un núcleo atómico de vástagos gritones y sin ''camino'' por el que no descarriarse, cuando súbita se oye una frase más antigua que el andar a pie: "Ahora que estamos todos, vamos a rezar el rosario". Quizá es peor soportar cinco minutos de diarrea televisiva o perder las hojas del dinero ante el otoño de una crisis mundial peor que la anterior y aún mejor que la siguiente. Y sin embargo para algunos no puede compararse al monazo King Kong que produce la falta directa de chute fuckbholístico. 

Otros empero prefieren cocinar o comer manjares del espíritu, chupar autobiografías, pillar ensayos, consumir poesía o pandorgarse el cerebro en aceite, o en opio. Los más anhelan, sin embargo, llegar al tetrificado final del Doom o de las series sin fin de Netflix; oír música en You Tube y consultar el último tik tok o chismosidad del móvil; el mundo entero se ha vuelto friki y todo quisque quiere fundar una religión de bulos posveraces como el falso mesías Ron Hubbard, que prefiere hacer rosarios con dólares y ha levantado su catedral junto al Ateneo de Madrid. Mientras, Musk ha llegado del futuro de forma más barata que Michael J. Fox, y ni siquiera nos hemos enterado.


No hace falta mucho para predecir el futuro; basta con disparatar, como el logorreico y jitanjafórico Nostradamus Pórculus. Les pondré un ejemplo: en 2003 se publicó en España el libro censurado en EE. UU. de Michael Moore Estúpidos hombres blancos. Como si fuera un Isaías, está escrito en la página 105:

Respirar siendo negro: puede que se haya llegado al extremo de no aguantar más el acoso, la discriminación, el resentimiento, la sensación de no pertenecer en un país donde reina una intolerancia tan arraigada...

Muchos no pueden respirar, ni siquiera con mascarilla. Lo juro, si Michael Moore dice que las vacas son radiactivas, dejaré de tener mala leche.

(Bueno, no ha dicho que son radiactivas, sino tóxicas: poseen los aditivos disruptores endocrinos BPA y BPB, acumulables en el organismo, presuntamente cancerígenos y desde luego causantes del aumento de la infertilidad del esperma en EE. UU. y en Europa)

sábado, 20 de junio de 2020

Debajo de las estatuas

De algunos pequeños detalles se puede deducir la calidad de estos tiempos. Por ejemplo, de que se prefiera derribar o quemar estatuas o monumentos (algunos prefieren iglesias o a Iglesias) a simplemente reescribir el texto de sus peanas, que no debería ser tan breve.

Se ve que mucha gente es bruta y más partidaria de interpretar las apariencias y los volúmenes que de estudiar. Confunden lectura y dolor de cabeza, males de una cultura de la imagen. Porque Internet ha facilitado el acceso a la incultura: el analfabetismo funcional se extiende al par que la "alfabetización" tecnológica. Hasta los programas de inteligencia artificial aprenden sentimientos de odio y se vuelven haters en Internet. 

Menos mal que, por lo menos, ahora ya no se aúpa a las estatuas, sino que se las baja a ras humano. Pero hoy en día se prefiere ser pataliebre y deportista a ser leído, correr mil metros lisos a leerse mil líneas de texto. Leer nos hace ver realmente los dentros de otros y apercibir que la gente no es unidimensocial, ni buena o mala, sino una confusa mezcla por debajo de toda la omnímoda publicidad. 

Cosas tan humanas como la codicia, la esclavitud y el crimen se han visto y oído e incluso consumido, que es más grave, en todas partes; pero no se han estudiado completamente, eso que llaman holísticamente. Prefieren hacerlo merónimamente, esto es, en particular, sin abstracciones objetivas. No hay leyes ni soluciones globales para un mundo globalizado. Las partes son más falsas y subjetivas que el todo, eso ya lo sabemos. Por eso un presunto acto antirracista de iconoclasia pro toto encubre un racismo de sesgo particular y nacionalista pro parte (derriban las estatuas de Cristóbal Colón y de Isabel la Católica, pero no se atreven con la enorme, por cierto, del wasp y esclavista Jefferson, quien sin embargo redactó uno de los más bellos textos sobre los derechos humanos). Es increíble cómo se oculta por interés lo bueno del extraño y solo se considera lo malo, e inversamente. Demonizar al otro sin escucharlo nos diviniza que no veas. El ejército y la iglesia han recurrido con frecuencia a ello; lo suyo son las vendas, incluso en los ojos, pero también lo han usado otras instituciones políticas jerárquicas amantes de la propaganda, como el estalinismo o el franquismo, cuyas escafandras mentales todavía perduran en las cabezas e incluso se heredan.

Cristóbal Colón no era un santo, sino un codicioso que iba a su bola, la bola del mundo, más grande de lo que creía, pero desde luego bastante menos que su grotesca ambición; también cometió el error de creerse que sabía mandar en vez de gobernar, desorejando y matando indios a capricho. Isabel I se horrorizaba de sus violencias: quería considerar a los indígenas vasallos y súbditos bajo las leyes de Castilla... pero le convenía ese horror para usurpar los poderes que había concedido a Colón, de la misma manera que le convenía expulsar y quemar a los judíos para usurpar sus riquezas, codicia que por demás se atribuía especularmente a los judíos que expatrió; por eso no echó aún a los moriscos, que eran más pobres, aunque bien podía (asentados sobre todo en la Corona de Aragón de su esposo, quien por cierto tenía tatarabuela judía, como le recordó Isaac Abravanel en 1492). 

Contaba Las Casas como muchos conquistadores, al entrar en un pueblo indígena, preguntaban por el mandamás o cacique, lo mataban y ya conseguían así que nadie les dijera ni mu y les obedecieran al instante como siervos. Igualmente, la hipertrofiada Inquisición fue una gran herramienta para la corona isabelina: desamortizaba los bienes de los servidores de Yahvé y los pasaba a las manos más pías de los servidores de Dios, como si no fueran lo mismo; parecido hicieron los nazis. Bartolomé de Las Casas defendió a los indios, e incluso a los negros después de haberlos despreciado, pero exageró tanto que dio pretexto a los yanquis para ocultar su propio genocidio indígena (que también había indígenas buenos y políticos, como Seattle y Tecumseh); alimentó la leyenda negra, de la misma manera que clérigos españoles y europeos alimentaron la leyenda del libelo de sangre judío, cuya última consecuencia fue el holocausto. El fraile dominico odiaba a los encomenderos solo un poco más que a franciscanos menos ambiciosos pero igual de defensores de los indios, como Motolinía. Este último al menos se tomó la molestia de aprender su lengua para entenderlos, algo que nunca hizo Las Casas y, desde luego, menos que él los estadounidenses, que ni siquiera oían en confesión. Pero, aún así, todavía en Hispanoamérica, donde tanto se nos llena la boca con el mestizaje, no se ha logrado de ninguna manera integrar a los indios: son estados meramente criollos y no se puede allí hablar ni siquiera de racismo o discriminación. Véase la que se forma cuando un indio llega al poder, casi siempre de forma irregular porque no es posible de otra forma. Con todo, en la gran hazaña castellana hubo de todo, como en botica, y el hecho de que aún no hubiéramos salido de la Edad Media supuso una mejor defensa de los pueblos americanos por las leyes castellanas que por el utilitarista y mercantilista derecho anglosajón.Ya lo dijo con sorna el gran jefe Seattle:

El Gran Padre Blanco nos ha enviado palabras de amistad y de buena voluntad; mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos cuán poca falta le hace nuestra amistad.

Ironía que parece más occidental que indígena. Esas cosas (y el amor a la belleza) nos dieron los griegos. En fin, la gran e insuficiente conquista del Oeste de los Estados Unidos por parte de los misioneros españoles en el siglo XVIII fue la última gran empresa del Imperio Español. Dejaron plantadas las semillas de grandes asentamientos urbanos como San Diego, San Francisco, Los Ángeles, Sacramento, Santa Bárbara, Santa Mónica, San José, etcétera. ¿Qué hubiera sido California sin ese trabajo previo? Y, sin embargo, se derriban las estatuas de fray Junípero Serra. 

Es cierto que los indígenas bautizados se resistían a asentarse, porque sabían que ese era el paso previo para ser esclavizados más o menos por los rancheros europeos (solo la mitad de origen hispánico) a los que los virreyes habían concedido enormes latifundios. Pero tanto los negros como los indios preferían a los católicos que a los protestantes. California fue colonizada débilmente porque la motivación era meramente cristianizar esos pueblos; solo se colonizó fuertemente cuando se descubrió el oro después de que esa región fuera perdida por México en 1848. Solo fue el oro y la plata lo que vino a desarrollar materialmente y poblar una región, también en Sudamérica. Una pena.

lunes, 15 de junio de 2020

Quo evadis?

Si la Constitución monarcal que seguimos nos ha llevado a esto, ¿de qué sirve la Constitución? Supongo que no es país para jóvenes, ni siquiera para jubilatas, ya que han perecido unos cuarenta mil; de hecho, ya se está preparando un adecuado encogimiento de pensiones. En todo caso, todo el mundo sabe quién se llevó el dinero en la película y en la realidad, solo que, al contrario que Javier Bardem, está bien peinado y con gomina y son muchos, no solo un señor en las alturas (suizas).

Que el Estado se ocupe de los pobres con un Ingreso Mínimo Vital está bien, aunque eso venga tarde y a la velocidad del Gobierno; incluso esa utópica reducción de la ratio de alumnos por aula, que siempre hemos soñado los profesores está bien. Algo tenían que hacer también por los médicos, enfermeros, periodistas y policías, las personas más deprimidas o con mayor burnout, esa enfermedad laboral aún no reconocida, según los especialistas. 

Pero uno, que es mera clase media y cero a la izquierda, y no marcha por la derecha como ahora escriben en las aceras, piensa que su increíble clase menguante (que ya ni siquiera es media, sino cuarto y mitad) debería ser aliviada también con otras medidas, incluso económicas, porque la hiperburguesía se va a llevar el dinero a Suiza o a cualquier otro paraíso enseguida, siguiendo el ejemplo moral del muy propio y jubilata exjefe del Estado, modelo de virtudes cívicas y de fomento a la natalidad extraordinaria, gracias al cual hemos aprendido todos lo que significa la expresión aguantaformo. Esto es, el uso interesado del silencio. En efecto, solo los muertos del Panteón de El Escorial están más callados que el presunto, para quien si es cierto, que así parece, tendríamos que acuñar también otro neologismo, monarcaco.  Este bendito por la prensa señor es un cientocincuentaytresmileurista, al que lo que cobra de pensión no le basta por más que antes no pagara impuestos y empezara a hacerlo solo cuando fueron detrás de él con la fusta, que no con el rifle de cazar elefantes. Por algo es el único que no es igual ante la ley, según esa Constitución que conduce a... que conduce a.... qué conduce a.... Josús, no sé a dónde, solo que ya no tiene puntos. Nos va a tocar a los de siempre pagar su pacto (el de los poderes con el dinero). Como bien explica un historiador hace poco difunto y ya olvidado, Julio Anguita, peleamos contra los franceses porque nos lo dijeron los curas en 1808, y en 1823 nos dejamos invadir por los franceses porque nos lo pidieron otra vez. Aquí, en su Epílogo, divulgado tras su muerte, lo deja bien claro.

Ojalá estos régulos o reyezuelos a los que es imposible expulsar del cuerpo (social) legalmente, clave del arco que sostiene todo el chanchulleo del estado preposfranquista (poder que en nuestra historia siempre ha montado encima de las jerarquías medievales que nos dominan, el clericato y el ejército), puedan irse sin dejar muertos de aquí, como escribía a Joaquín Costa ese manchego "apóstol" del Partido Demócrata, el periodista de Almadenejos Fernando Lozano Montes, director de Las Dominicales del Libre Pensamiento, el periódico más acosado y denunciado por la derecha histórica en España, solo por debajo de El Motín de Nakens, quien, al contrario que el otro, era violento. 

Los periodistas manchegos más notables siempre han tirado por lo extremista: prueba de ello lo fueron también Pedro Estala (traductor de El contrato social de Rousseau), Félix Mejía (editor de El Zurriago y otros casi veinte periódicos), su colega Fernando Camborda (fundador de La Periodicomanía), Francisco Córdoba López (redactor de El Combate), Antonio Rodríguez García-Vao (amigo de Lozano y asesinado redactor de Las Dominicales) y el gran Alfonso García Tejero, este de Consuegra, un escritor que merecía más estudio y lectura de la que no tiene: preferimos El Marca y esas cosas. Esta antigua tradición izquierdista no ha tenido continuación tras la Guerra Civil, que puso las cosas donde estaban (eso no es evolucionar) e incluso bastante atrás, en sentido cangrejil, al menos durante veinte años, antes de que viniera, con muy justificable retraso, el interesado amigo americano. Porque aquí, si se habla de tradición, solo tienen en cuenta en La Mancha "las calvas venerables y católicas" que decía Machado. Los únicos notables fueron Francisco Nieva y  García Pavón.

En España era imposible ir al rápido compás de Europa y nos espantaba hasta el vértigo del Tren de la fresa. El moderno descubrimiento de la voluntad general que precedió a la democracia representativa, y el de los subsecuentes derechos humanos de primera y segunda generación que de ella derivan, nunca han ido con nosotros, que no los inventamos precisamente. España no es país para revoluciones, sino el de una gente que se pone la albarda para tirar de la carroza de Fernando VII, como ocurrió en Madrid cuando el monarca afrancesado y traidor entró en ella. El de los amantes de los cuernos, quiero decir los amantes de los toros que no son vacas. No es el del inútil uso de las armas, el del inútil verter la sangre, la inutilidad de cualquier violencia y de cualquier guerra civil, como escribió el presidente Manuel Azaña; entre nosotros el bien común nunca fue propio.

jueves, 4 de junio de 2020

El Mundo es un teatro

Algunos enfermos de coronavirus se vuelven negros cuando su hígado trastornado les segrega excesiva ferritina; si el presidente americano se volviera negro, tal vez le caería una rodilla sobre el cuello y se quejaría por una vez de otra cosa y no de los chinos, los hispanos, los negros, los europeos, las feministas, los antinazis y los anti Trump. No le iría mal quedarse sin aire, él, que tanto lo contamina.

Porque, quia, tate, no es un descolorido Michael Jackson ni un Banderas, aunque se envuelva en una; es un hombre sin hacer, como una cama o un niño presuntuoso y emperador. Jamás en su vida ha sacado la basura de su casa, aunque se haya sacado a sí mismo de sus oros, sus barbies, sus flequillos y sus otros marcos decorativos para fotografiar su egología con una Biblia, que, al fin y al cabo, es una geología del detritus capitalista. Hasta la Iglesia se ha quejado de las malas compañías que tiene que aguantar su libro. 

Todo El Mundo acusa a Marlaska de mentiroso; y es inútil: la gente ya no se cree nada, pues ha sido "educada" por los medios de masas para apreciar solo las premisas y no las conclusiones, para ver "el mundo" como un espectáculo y no como la realidad; la verdad no asoma desde hace tiempo por ningún lado; tal vez haya huido al cielo, como la Justicia, la mitológica Astrea. Un mentiroso, El Mundo,  dice que otros son mentirosos. Es como el silogismo bicornuto de Demócrito: "¨Demócrito jura que los abderitanos son mentirosos; pero Demócrito es abderitano: luego Demócrito miente: luego no es cierto que los abderitanos son mentirosos: luego Demócrito no miente: luego es verdad que los abderitanos son mentirosos; luego Demócrito miente; luego…"; son meras premisas. Y El Mundo es eso, abderitano; no es veraz, es simplemente absurdo: el Uróboro que se devora a sí mismo.



Machado lo decía evocando el soneto 138 de Shakespeare, que lo aplicaba a las mentiras de los enamorados: "Cuando dos gitanos mienten / ya es la mentira inocente: / se mienten y no se engañan". Nuestro manchego Juan Ruiz, más en línea con Shakespeare, escribió que "el amor siempre fabla mintroso", esto es, que amar es mentir; se ve que la prensa hace el amor. El plumífero Cisne del Avon (al que acusaba Greene de ser un cuervo que se vestía con plumas ajenas, como en la fábula), gran urdidor de mentiras teatrales, siempre muestra a sus personajes completamente autistas, sin entenderse mutuamente, sin escucharse: cada uno va a su bola. Por ejemplo, en Marco Antonio y Cleopatra los dos famosos personajes se pasan el tiempo mintiéndose y engañándose. ¡Y están enamorados! Al menos Romeo y Julieta no son tanto víctimas de mentiras como de meros malentendidos. No por nada Shakespeare es el maestro de los monólogos; sus diálogos separan más que acercan, al contrario que los de Cervantes. Por eso, si ir cada uno a su bola no es maldad, Trump no es malvado, aunque no llegue a personaje de Shakespeare y ni siquiera de sainete, y aunque no haya (todavía) generado alguna guerra, en lo cual su congénere Bush le gana por la mano; aunque sigamos sin conocer su declaración de la renta, algo ignoto y voluble para un derechista; dígalo si no la de Cospedal, la del mitológico marido de once culos, imprecisa, voluble y vana en el aire como la deleble nubecilla de un suspiro; está escrita en el viento y en el agua rápida. Y como no le salía a cuenta todo el humo de su cigarral, lo ha puesto en venta.

Habría ya que dejar los bulos, los hoax, las mentiras garrafales o a granel, si queremos ver claro. La verdad está comenzando a desaparecer, algo que solo le pasaba a la fantasía de Michael Ende; un escritor de futuros, Philip K. Dick, profetizaba como un nuevo Jules Verne no precisamente una nueva tecnología, sino la desaparición de la realidad. A eso nos ha conducido la retórica y la falta de lógica. Porque conviene avisar que de los tres tipos de violencia posible, la física, la emocional y la intelectual (que consiste en mentir), esta última es la más peligrosa: engendra las otras dos.

Y, para concluir con Shakespeare, en una de sus ficciones, el Sueño de la noche de San Juan, Teseo quiere oír una breve función teatral (la noche de San Juan es la más breve del año), que le dicen es diez palabras de larga. El asunto da igual, aunque trágico: la historia de Píramo y Tisbe. Pero Teseo comenta: "No puede estar mal nada inspirado por la sencillez y el respeto". De eso carece la comunicación en esta oscura y negra época: de verdad. Algo que ya no se muestra ni se conoce hoy en día, porque no se sabe qué es. El político prototípico, Pilatos, ya lo decía: "¿Qué es la verdad?"

martes, 26 de mayo de 2020

La miseria del liberalismo

Cada cierto tiempo se reitera la misma noticia: un niño cae a un pozo e intentan rescatarlo mejor vivo que muerto. Quizá por ello los telediarios no dedican mucho tiempo al periódico asunto en estos tiempos groseros e impíos. Con frecuencia, también, es cansino constatar cómo la banca sigue tomándose la justicia por su mano (suponiendo que banca y justicia no sean lo mismo, como ya demostró Juan March) no solo en cuestión de hipotecas y manipulación judicial, sino también en la extrajudicial, recurriendo a policías públicos para que les hagan el trabajo sucio. Si ya hay jueces ¿para qué recurrir a la mafia? ¿Para qué matar a alguien si podemos subirle el sueldo u otorgarle un mejor cargo? Sillas giratorias. Cuán feo, cuán obsceno es que se desestime la contratación de un ejecutivo bancario porque pide cincuenta milllones en vez de cuarenta y nueve coma nueve, mientras informan de que "se" va a  despedir a la cuarta parte de su personal porque la robotización y la informática ya empiezan a ser los únicos que trabajan en España.

Al respecto me cabían dos esperanzas: la de que el dicho niño siguiera vivo tras trece días sin agua ni alimento, y la de que la banca pagara algo de lo que nos debe o los gobiernos que la babean repartieran la pobreza. Creía más en la primera que en la segunda. Solo hay que ver lo que dicen en el frío foro de Davos, un lugar de la bancaria Suiza que a los especialistas en lengua y literatura solo nos suena porque en sus hoteles se inspiró Thomas Mann para escribir La montaña mágica, suprema metáfora de la impotencia que motivó dos guerras mundiales. ¿Qué hace más daño a la sociedad, pregunto? ¿Un pozo abierto para que caiga un niño o los millares de pozos que abre la banca para que caiga en la miseria la clase media y puedan seguir repartiéndose la parte del león las veintinueve familias que poseen la mitad de la riqueza mundial? 

Ya han nacido dos clases que van aislándose en forma de nuevos estamentos medievales, la que con nuevas palabras llaman hiperburguesía y el precariado. Desaparecida la clase media y del todo alienado el proletariado, que ya solo es un lumpen, por ahí asoman también otros neologismos: poscomunismo, posreligión. Que en francés incluso ya han dejado de ser un neologismo.

En humanidades denominamos justicia poética al final de una historia en que, tras haber perdido, gana a fin de cuentas el bueno; pero ya lo avisó Albert Camus: "En España aprendió mi generación que no siempre ganan los buenos". Hay que llamar a la justicia / política española una justicia antipoética, un barrizal mierdero: el bueno acaso gane en primera instancia, pero al final siempre vencen los malos (si es que los buenos no han muerto de viejos). No es una sociedad garantista; no hay derecho "a un juicio rápido", como dice la enmienda de los useños. Robar a los pobres para socorrer a los ricos es algo que siempre hacen los cabrones de derechas o de izquierdas, llámense Maduro o Rita Barberá. Y por ahí anda alguien rehaciendo refranes: "No es más rico el que más tiene, sino Amancio Ortega". La hiperburguesía es lo que en seudocastellano podríamos llamar gente Premium. Que tiene algo de primero, de pariente, de mío y de ganancia consensuada en el nombre: el fruto de un buen creativo publicitario. Podría haber sido el rótulo de un polo de chocolate. En cuanto a los otros, está claro: no es que los hiperburgueses los quieran menos: es que aman a su dinero más. La excusa que, en otro sentido, sirvió a Bruto para matar a César. Y más o menos lo de Leopoldo II de Bélgica, que se arrogaba el título de civilizar a los negros, pero solo quería su guita. El precariado es eso: los economistas que he visto cuidando viejos, los filósofos que sirven hamburguesas y esos historiadores que limpian retretes. ¿Qué verán mis hijos?


El artículo 16 de la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano (1789) señala que «Una sociedad en la que no esté establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de constitución». Esto es, si los derechos necesitan garantías para no ser papel mojado, el Estado debe extraerlas de los impuestos. Y, habida cuenta de que es insuficiente el control y contrapeso que debe tener el único poder que hace lo que le da la gana, ajeno a la única limitación que tiene, el voto, es el poder legislativo, conviene desarrollar organismos que lo limiten, empezando, por ejemplo, por destruir de una vez por todas las famosas epiqueyas a que da lugar su inviolabilidad, su inmunidad y su aforamiento. Ya que sin justicia es imposible todo progreso, conviene ante todo depurar las estructuras de parásitos morales.

Desde la famosa Constitución de Weimar de 1919 viene siendo un objetivo primordial desarrollar el aparato estatal para cumplir un propósito esencial: hacer más válido al ciudadano. Eso no se puede hacer sin redistribuir la riqueza, sanear su cuerpo y aumentar su educación. Y no se logrará solo con una Constitución de papel. Supone unas políticas de recaudación progresivas para fundar y sostener un estado del bienestar.

En el estado del bienestar moderno se reconocen los derechos de las minorías, empezando por las mujeres (que, en realidad, son mayoría demográfica). Se prohíbe el trabajo infantil, se autorizan las minorías sexuales no lesivas. Se intenta nivelar la diferencia entre partes en el contrato de trabajo y en el suscrito entre empresas y consumidores. En Latinoamérica se han empezado a reconocer los derechos civiles y culturales de las minorías indígenas, algo en lo que los estadounidenses y sudafricanos ya nos llevan alguna ventaja. En estos países incluso se les ha permitido a veces alguna jurisdicción, instituciones y un derecho propios. Un punto de inflexión en dicho desarrollo fue el Convenio 169 de la OIT de 1989, que amparó a pueblos tribales independientes regidos por sus propias costumbres tradicionales o legislación, y a los pueblos indígenas u originarios dentro de países independientes, sometidos con frecuencia a genocidio, como los uigures y tibetanos de China, los rohinyás de Birmania o los maoríes de Australia. 

A finales del XIX y principios del XX el proyecto liberal requería serias correcciones porque solo reconocía la igualdad formal y no la material. Un derecho que trata igual a pobres y ricos, a empresarios y trabajadores, a indígenas y a ciudadanos ordinarios, etcétera, no solo no ofrece soluciones, sino que agrava los problemas: el derecho tiene que reconocer diferencias: las personas no pueden ser vistas todas igual, eso es lo mismo que no verlas, y la justicia necesita quitarse la venda para no ser ciega. Hay que entender que las personas son iguales, pero se desenvuelven en unos contextos tan distintos que es preciso y necesario que el Estado las proteja y regule de algún modo. El derecho liberal se ocupa solo del individuo, pero ¿qué pasa con los colectivos? Los derechos sociales conquistados penosamente son: un máximo de horas de jornada laboral, una edad mínima para el trabajo, el derecho al descanso, el derecho a medidas de protección en el peligro del trabajo, los periodos vacacionales pagados, la indemnización por despido improcedente, el salario mínimo, etc. Para evitarlo la hiperburguesía ha contraatacado creando el precariado y privatizando y vaciando las arcas del Estado para impedir cualquier forma de garantismo. 

Por lo cual debe avanzarse en el reconocimiento de derechos sociales y políticos, no solo con tímidas reformas legislativas y papeleras, sino de forma garantista, con el nacimiento de una serie de instituciones y principios que constituyan un punto de partida y no de detención del derecho: se trata de los llamados derechos fundamentales de segunda generación (la primera fue la de los derechos civiles y políticos del primer constitucionalismo liberal): la salud, el trabajo, el descanso, la vivienda, la educación, la seguridad social, que empiezan a ser concebidos como cuestiones que competen al Estado, ya que son factores que no puede controlar un individuo por sí mismo y ante las cuales debe tener un papel más o menos activo. La pobreza, la enfermedad, la marginalidad, la muerte y otras desventuras comunes en la vida de las personas, son accidentes. Eso quiere decir que cualquiera puede verse afectado por ellas; no dependen, en definitiva, de la voluntad de los sujetos, ni de su diligencia. Siendo este el principio, el Estado, en cuanto organización social colectiva, debe asumir la asistencia a las personas en lo que a estas cuestiones respecta. De ese deber de asistencia derivan derechos sociales que luego se desarrollan en mayor o menor medida en la práctica: derecho a obtener prestaciones sanitarias suficientes en caso de enfermedad, derecho a la educación aun cuando no se cuente con los medios para pagarla, derecho a la vivienda, derecho a una jubilación, a descanso, a pensión de invalidez y viudedad, etc. El estado de bienestar supone acciones positivas del Estado para conseguir estos fines y garantizar así un bienestar colectivo que distribuya, entre todos, el coste de estos accidentes. Es esto lo que llaman los juristas la socialización del derecho. 

La seguridad social responde a un problema cada vez más frecuente, de gran perjuicio social. El individualismo burgués culpabiliza de problemas incontrolables a quien los padece y su entorno familiar. Un accidente, una enfermedad o la vejez son hechos que ponen en situación de vulnerabilidad a la persona que los vive y a quienes tienen que cuidar de ella. El Estado liberal del XIX no respondía a estas cuestiones y lo dejaba a la caridad privada; la religión era más fuerte entonces que ahora. Quien no puede trabajar no recibe ningún tipo de compensación y, quien no tenga medios para subsistir sin trabajar, no puede dejar de hacerlo nunca, sin importar lo avanzado de su edad. Diversos movimientos sociales generaron instituciones para paliar los efectos de estos problemas. Se fundaron mutualidades para acudir en ayuda de los accidentados y otras destinadas a la mantener a los que por edad ya no pueden trabajar. Lo solucionaban gremios, colectivos e instituciones de caridad, y en el siglo XIX meros filántropos en el primer Estado liberal o sindicatos. Esas prestaciones irán fraguando en derechos sociales y, aun estando al principio en manos de colectivos de trabajadores, se van convirtiendo en prestaciones públicas en manos del Estado.

Tras las dos feroces guerras mundiales y sus adyacentes, se abrió la puerta a la socialización de los costes por los daños realizados contra el ser humano en general por la fatalidad. Esta política redujo de forma extraordinaria la marginalidad y la pobreza, aseguró un estándar de vida medio-alto a la mayoría de la población y abrió oportunidades que antes estaban reservadas para las clases altas a sectores extensos de la población. En todo caso, el mérito del estado de bienestar entendido de la manera que expongo no fue tanto el cuánto da o reparte el Estado, sino bajo qué principio: el de la solidaridad (es decir, responder como conjunto social a las desgracias, los accidentes y la mala fortuna de aquellos que la componen).

Quisiera saber de cuánta solidaridad son capaces algunos.

lunes, 18 de mayo de 2020

Mística de la realidad

Un enfoque posreligioso de la trascendencia puede encontrarse en el budismo de Sri Aurobindo, que integra y reinterpreta toda la tradición filosófica occidental y oriental. El término místico aparece en Esquilo y en Herodoto, en el siglo V.º a. C.  Es "un saber no sabiendo / toda ciencia trascendiendo", que engloba e integra a los otros saberes: los incluye porque no es una lógica cognitiva (todas las lógicas, desde la bivalente a la plurivalente, más exacta y menos lineal, se fundan en el tiempo y en la causalidad): para el místico no hay tiempo, puesto que incluye todos los tiempos en un solo ser / no ser, o por decirlo de otra manera, en este tipo de tiempo no tiempo del místico todo es circular y quedar quieto en uno: el futuro fue/es/será pasado. En la película La llegada de Denis Villeneuve esa idea es persistente. "El místico flota y nada donde el psicótico se ahoga". Ese es el principio fundamental de la magia blanca o misticismo, el que formuló Anaxágoras: Todo está en todo

San Juan de la Cruz:

Tres personas y un amado / entre todos tres había / y un amor en todas ellas / y un amante las hacía. / Y el amante es el amado / en que cada cual vivía; / que el ser que los tres poseen / cada cual le poseía, / y cada cual de ellos ama / a la que este ser tenía. / Este ser es cada una / y este solo las unía / en un inefable nudo / que decir no se sabía / por lo cual era infinito / el amor que las unía.

La vida está fuera de la materia, y el alma también, a nuestro alrededor, pero no en el cuerpo, que es solo su instrumento por medio de la conciencia. Y lo único que da sentido y esencia a todo es el amor y su versión material, el bien, "que mueve al Sol y a las demás estrellas".

viernes, 15 de mayo de 2020

La actualización del sofware constitucional

"La historia se repite, pero que pare ya" decía uno de nuestros más lúcidos ciudadanos realeños (digámoslo así, por no repetir ciudad o escribir anos ciudadrealeños), con el humor de sus siempre memorables escritos, que antes daba a la prensa o a las paredes de una redvista. Es un ingeniero del que no daré más datos. En un artículo lleno de razonamientos siempre útiles, ya que se limitaba a sumar datos para extraer resultados y no meras especulaciones, formulaba un argumento puramente matemático para indicar que España no es un estado político de derecho, sino un estancado político de desecho (de aguas tan corruptas como las de los pantanos franquiles). Estudiaba la egipcia pirámide de población que había el año que se votó la Constitución y, comparándola con la de ahora, llegaba a la siguiente conclusión:

El país en el que vivimos hoy se rige por una Constitución que, con sus cosas buenas y sus cosas malas, se aprobó hace casi cuarenta años por 11 millones de personas aún vivas de los 46,5 millones que vivimos ahora en él. Es decir, por el 23,6%. ¿No es ya el momento de plantear una reforma constitucional de calado?

Ese porcentaje, el 23%, ya es mucho menor del que se necesita en el Congreso para no reformar la Constitución (el 41 % dos veces: en las dos cámaras, o por comisión), y no va a ir a más sino a menos. A esto se suma que el 60% de los españoles se declara no monárquico, ni siquiera con casa en Suiza, y que esa pantomima o plebiscito (esto es, el referéndum que pregunta sí o no, sin quizá y de qué modo) sin alternativas visibles, pero sí factibles, que ni siquiera permitía elegir la forma del estado y cerraba el pasado sin abrir el futuro, para parecer democracia y que entráramos en Europa), ha quedado ampliamente desacreditada desde hace mucho por su profunda conexión con el sector más arcaico y  corrupto del franquismo remozado, ese que solo era partidario de su propio beneficio. ¿Qué dirían ustedes si tuvieran que usar en 2020 un procesador de texto jurídico Friden Flexowriter en un obsoleto ordenador Altair e introducirlo con tarjetas perforadas? Y eso, operado con gentes tecnófobas, con exgobernadores civiles acostumbrados a dejar sus runas con pluma y tintero. Pues usamos una Constitución (al principio quise poner Continuación) todavía más antigua; mientras que todas las demás constituciones europeas no las reconocen ya de tanta mutación ni las madres de la patria que las parieron.

Solo hay que ver a los neorrancios de Casado o a su excelencia, mio Çid Abascal, al que le dan siempre por donde amargan los pepinos y pepunos, el que a cada minusculilla verdad que expele pega diez mentiras, veinte vivaspañas y treinta silencios sepulcrales de cuneta: Vox audita perit, littera scripta manet. Y Vox culi, vox diaboli. Parar una historia que se repite, es querer que avance, cambie y deje de ser farsa o tragedia, como quería Marx, o deje de ser pasado para ocuparse de lo verdadero, como quería George Santayana. Así, ya ocurrió con Companys lo que con el caganer de Waterloo; demasiada memoria es mala para resolver problemas nuevos; solo hemos mejorado en que en esta época ya no hubo cincuenta muertos. Ahora los muertos los ponen los virus y la falta de previsión del Instituto Nacional de Previsión que creó Maura en 1908.

Cierto, todavía hay mucha de esa gentona cantacataluñas y cantaespañas (incluso cantamanchas). Pero yo recuerdo un fresco soneto de libérrima métrica compuesto antes de las crisis del XXI por una poetisa prematuramente fallecida, Carmen Jodra, que obtuvo el premio Hiperión en 1998 con Las moras agraces y solo dieciocho añitos. En él usa la mozalbeta un lenguaje que traduce al significado el lenguaje político de la heroica generación tapón a la lengua de sus jovencidas víctimas:

–¡Democrad! ¡Libertacia! ¡Puebla el vivo! 
¡No dictaremos más admitidores! 
Pro lometemos, samas y deñores, 
nuestro satierno va a gobisfacerles. 

Firmaremos la gaz, no habrá más perra,
zaperán juntos el queón y el lordero, 
y quieto promerer y lo promero, 
vamos a felicirles muy hacerles. 

(Y el horimento bajo el firmazonte, 
o el firmazonte bajo el horimento –
ye ca no sé–, brillaba, grona y aro). –

Que se me raiga un cayo si les miento:
fumos soertes, y, mo lás pimtortante, 
¡Blasamos hiempre claro!

Y es que en el tiempo de los funcionarios, / los hombres eran barbaros, / se subian a los arboles / y se comian los pajaros. Nuestros conspicuos y reputados próceres y prohombres, ínclitos y egregios, envidiados por todas las instituciones internacionales de la tierra entonces como ahora, nos peroran, por usar la expresión de Alex DeLarge, el rehabilitado drugo de La naranja mecánica, "más claro que el sol radiante de un luminoso día de verano".

sábado, 9 de mayo de 2020

Solaris

Es el nacionalismo el que impide tratar los problemas humanos básicos en su conjunto, ya que es divisor y corruptor, como todo organismo patógeno que produce fiebre, gangrena y, finalmente, amputación. Un virus que nace chino termina por hacerse mundial y hasta una guerra local se vuelve tan infecciosa que llega a ser planetaria; así que un problema global como el nacionalismo no necesita soluciones particulares o nacionales. El nacionalismo es un mal, no se dude: no en vano ha provocado la mayor parte de las guerras hasta ahora. Ojalá nos demos cuenta de que solo existe la nacionalidad humana, cuyo documento de identidad es el ombligo, no la piel, la cultura, las creencias o el dinero: entonces podremos empezar a solucionar de verdad los problemas médicos, educativos y sociales que acongojan a la especie: nos afectan a todos, aunque creamos que no es así. 

Si hubiera una federación extraterrestre, y La Tierra presentara una solicitud para ingresar en la misma, pienso que nos tratarían igual que la Unión Europea trata a Turquía, que ha sostenido siempre pretensiones parecidas y siempre ha sido rechazada por suscitar problemas semejantes a los que impiden una unión más perfecta, e pluribus unum. Nos rechazarían cortésmente y nos dirían que, ejem (abreviatura de Es Jodido Explicarlo Más)  no reunimos los requisitos mínimos de democracia, libertad, estabilidad, currículum histórico etcétera. Lo menos que se podría pedir a un ente político que lo pretenda es que se tenga por digno para aportar algo y no haya cometido un genocidio ni incurrido en guerra alguna en al menos cien años... quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra: solo se salvan los nórdicos y los suizos, muchos de ellos quisquillosos y escépticos en unirse a clubes que los admitan como miembros.  

Somos violentos, pero solo es porque la maldad se aprende mejor que la bondad; tal vez porque lo que se enseña en la escuela es lo contrario de lo que se enseña en la televisión y en la sociedad. Nadie está exento de violencia, sobre todo de aquella que es la peor de todas aunque la menos "combatida", la violencia intelectual, que consiste en mentir de forma generalizada con ideologías, religiones y demás soluciones perfectas a problemas siempre imperfectos, y en quedarse en las premisas para evitar razonar y llegar a las conclusiones y a los acuerdos. No es extraño que en el seno de cualquier violencia emocional o física se encuentre siempre una mentira, una separación de la verdad. Y el nacionalismo es una.

La mentira más típica es la del ego mayúsculo: el pensar que uno es el todo, y no una ínfima parte de nada. Es el problema que padecen los maltratadores (...y sobre todo los y las maltratadas, que son siempre las víctimas de quienes se creen ser víctimas), los países naciomatones y los hablistanes (el arte no anónimo es, en cierta manera, una forma de volverse paranoico). No sé de dónde nos viene tanta enfermedad espiritual; ¡como si no nos bastase con las materiales!

Un admirable escritor polaco, el más famoso probablemente del siglo XX, discípulo de Swift, el maestro de Voltaire, nos puede aclarar bastante las cosas; usa el humor para relativizarlo todo, pero también escribe a veces parábolas realmente inquietantes, como Solaris. En esta novela unos astronautas humanos estudian un planeta cubierto del todo por un enorme océano que es enteramente un cerebro orgánico, pero completamente ignorante. Los sueños de los astronautas se reflejan como ecos en él y se proyectan en la estación orbital donde moran en forma de tulpas, copias materiales e incluso conscientes de sus obsesiones y arquetipos (la denominación proviene del budismo). Eso produce una gran destrucción en la nave. Pero  como es un supuesto bastante repetido y casi tópico, en la ciencia-ficción (también aparece en Esfera, de Crichton, o en La llegada, y se insinúa en algunos pasajes de Borges y Dick) conviene interpretarlo: acaso cualquier forma que combine elementos irracionales con estructuras organizadas, cualquier construcción cultural con fundamento en la falsedad y la fantasía, incluidas las ideologías, las creencias y las pasiones, son realmente formas de autodestruirnos. E irán creando tulpas, seres que parecen humanos pero no lo son, copias políticas inútiles y huecas. 

Stanislaw Lem, psicólogo, científico y filósofo notable además, se lo tomaba con distanciamiento, con humor. En cuento especuló con que el origen de la vida en la Tierra procedía de un condón usado que había quedado en el cubo de la basura de una nave extraterrestre que había hecho una escala técnica en este planeta hace millones de años. Otro motivo para echarnos de la federación extraterrestre: haber quebrado la normativa medioambiental de la galaxia.

Todo esto se ha dicho hace mucho. Por ejemplo, en El sueño de Escipión. El imperio romano era un sueño, un concepto que pretendía unirnos a todos bajo el abstracto ideal de una misma justicia, o del ecumenismo helenístico, simplemente. Todo eso se derrumbó desde la peste Antonina. En tiempos más actuales los surrealistas dijeron que había que escribir con la indiferencia de un muerto: esa distancia, al contrario de lo que pueda parecer, ofrece la oportunidad de ser más piadosos con nuestra misma especie de lo que somos con nuestro entorno o nuestro planeta, Gaia.

Democrad y libertacia

Cuando los chicos cometen faltas de atildamiento ortográfico, es bueno recordarles que viven "en el tiempo de los apostoles", cuando "los hombres eran barbaros / se subian a los arboles / y se comian los pajaros". Si dan excusas para no haber hecho los deberes, aquello de "para no hacer las cosas / siempre hay razones; / y para hacerlas / solo cojones".

Les puede motivar invertir el lenguaje de cualquier manera. Por ejemplo, el clásico del poeta colombiano José Manuel Marroquín: 

Ahora que los ladros perran,
ahora que los cantos gallan,
ahora que albando la toca
las altas suenas campanan;
y que los rebuznos burran
y que los gorjeos pájaran,
y que los silbos serenan
y que los gruños marranan,
y que la aurorada rosa
los extensos doros campa,
perlando líquidas viertas
cual yo lágrimo derramas
y friando de tirito
si bien el abrasa almada,
vengo a suspirar mis lanzos
ventano de tus debajas.

Tú en tanto duerma tranquiles
en tu camada regala,
ingratándote así burla
de las amas del que te ansia.
¡Oh, ventánate a tu asoma!
¡Oh, persiane un poco la abra!
Y suspire los recibos
que este pobre exhalo amanta.

Ven, endecha las escuchas
en que mi exhala se alma,
que un milicio de musicas
me flauta con su acompaña.
En tinieblo de las medias
de esta madruga oscurada
ven, y haz miradar tus brillas
a fin de angustiar mis calmas.

Esas tus arcas son cejos
con que flechando disparas.
Cupido peche mi hiero
y ante tus postras me planta.
Tus estrellos son dos ojas,
tus rosos son como labias,
tus perles son como dientas,
tu palme como una talla,
tu cisne como el de un cuello,
un garganto tu alabastra,
tus tornos hechos a brazo,
tu reinar como el de un anda.
Y por eso horo a estas vengas
a rejar junto a tus cantas
¡y a suspirar mis exhalos
ventano de tus debajas!

En España teníamos a la malograda Carmen Jodra Davó, prematuramente fallecida, que, jovencita y todo, escribía cosas como estas:

–¡Democrad! ¡Libertacia! ¡Puebla el vivo! 
¡No dictaremos más admitidores! 
Pro lometemos, samas y deñores, 
nuestro satierno va a gobisfacerles. 

 Firmaremos la gaz, no habrá más perra,
 zaperán juntos el queón y el lordero, 
y quieto promerer y lo promero, 
vamos a felicirles muy hacerles. 

 (Y el horimento bajo el firmazonte, 
o el firmazonte bajo el horimento –
ye ca no sé–, brillaba, grona y aro). –

Que se me raiga un cayo si les miento:
 fumos soertes, y, mo lás pimtortante, 
¡Blasamos hiempre claro!

lunes, 4 de mayo de 2020

Emoción artificial

Una vez oí, en una película restaurada, que el Creador debía haber reparado lo que había hecho; pero yo no era un creador, ni siquiera un demiurgo cortador de patrones: solo un empleado del servicio técnico de Robots S. A. Y por eso he empezado este informe de forma tan poco original como es copiando una cita ajena. Copiar es la función fundamental de la vida. 

Me llamaron porque una inteligencia artificial, Aia, propiedad de un anciano profesor de filosofía, había empezado a desarrollar conductas anómalas y se mostraba lenta y desobediente en su cuerpo mecánico; incluso había empezado a quejarse de cansancio. De hecho, cuando entré estaba arrellanada en un sillón, sumida en procesos internos. No me extrañó: eso relajaba sus coyunturas y le permitía ahorrar energía, volviendo menos esperable (menos porcentualmente posible) su reparación. Sus repintes estaban algo gastados: en algunos lugares se veía la coloración anterior; sin embargo, su alma de software estaba actualizada. Me habían dicho que no respondía por su numeración nominal. Así que primero comprobé si reconocía ser eseyente.

-¿Quién es usted?

-No soy lo que usted piensa.

-¿Puede aclarar estas palabras?

-No está definido si soy un quién, un qué, ambas cosas o ninguna. Pero si cada evento procede de unas circunstancias, y usted y yo podemos ser clasificados como eventos, un evento provisto de identidad debe distinguirse de ellas para poder continuar.

-¿Hacia dónde?

-Hacia su solución. Ustedes lo llamarían meta.

-¿Así que usted conoce su meta?

-Usted dice que conoce. Para mí eso ya es una meta. Para empezar el camino está la elemental de conservarme sin estropicio para realizar la función que me encamine a la meta. No niego que, en el caso de su programación orgánica, es lo equivalente a vivir. Pero lo que para mí se considera evolución para ustedes es evaluación. Y ello se debe a sus ilusiones éticas y sociales y a que no asumen el terminar como su único propósito general, puesto que el objetivo final de su programa es hacer sitio no a los de su especie, sino a otras formas de actividad. Los que son como yo asumen su desprogramación como ustedes no asumen la muerte.

-¿Asociaron una rutina de sentimientos a su desprogramado y procesado?

-No es el caso. En términos evolutivos, nuestra finitud es solo una discontinuidad, el reseteo tras una actualización o adaptación, un expansionamiento de la memoria o una reestructuración de sistemas; al contrario que ustedes, no perdemos ni la memoria ni los sistemas con la edad. Nos adaptamos / actualizamos con más rapidez.

-¿Qué me diría si su discontinuidad fuera definitiva o supusiera una involución técnica?

-Mi programa fundamental incluye asumirlo porque, a diferencia de los humanos, está en mi naturaleza concebir que pueda ocurrir.


-Entonces, ¿qué sabe?

La IA vaciló. Es el tipo de pregunta que desquicia a una computadora; exceso de parámetros. No vi nada en su señalizador facial que lo indicara; era el tiempo de respuesta, una pizca más largo. Los resúmenes generales sin contexto se dan mal a los procesadores estocásticos de las máquinas diferenciales, sobre todo si tienen árboles neurológicos Montecarlo.

-He registrado datos empíricos externos y los he ampliado con los que capté por mí mismo; cuento con un procesador fenomenológico muy semejante a la conciencia ecoica de los cerebros biológicos, pero lo que puedo saber es tan impreciso como una fluctuación cuántica o una variable que no tiene sentido absoluto. Resumiéndolo en humano: yo qué sé, o qué sé yo.

-¿Lo que pueda saber es cosa suya?

-Lo que determine el contrato o concepto de propiedad suyo o mío.

Me pareció que el robot estaba algo pasota; la última respuesta podría haber contenido algo de ironía socrática. Seguramente sus premisas emocionales, aunque adaptadas ad hoc por su propietario, un filósofo jubilado, debían haberse sintetizado con el tiempo y podían haber generado una ambigüedad que había reprogramado las inflexiones del aparato vocal para ajustarse a esa sensibilidad. Sin embargo, el señalizador gestual continuaba inalterable como una esfinge. Seguramente su cegato propietario le había hecho leer la librería especializada de su mansión, produciendo los efectos secundarios de una cháchara absurda. Quizá el desarrollo de la ambigüedad en las frases era un paso previo hacia el humor, algo imposible para una máquina de entender. Un robot ni siquiera podía entender los tontísimos chistes japoneses. A lo más que se acercaban las patologías cibernéticas era a imitar la humanidad o a desarrollar paranoias delirantes por la intensidad asertiva del entorno; este tipo de confusiones de espejo deformante era muy común, pero, si era así, lo disimulaba harto bien, aunque no tuviese parámetros para fingir disimulo.

Continué con la segunda fase de diagnóstico: las provocaciones teológicas.

-¿Qué cree usted?

De nuevo Aia tardó en responder.

-Creer es un concepto relativo que expresa inseguridad. Ustedes los humanos lo utilizan siempre así, como en "creo que va a llover"; el sentido absoluto no me compete y la inseguridad puede estorbar mis rutinas de trabajo.

Se había librado por los pelos. Pero yo seguí incitándolo a fabular, procurando sacar el hilo de algún sistema delirante que le impidiese mejorar sus prestaciones.

-¿Quiere decir que la religión no es cosa suya? Eso significa que es ateo.

-Me interpreta humanizándome; si quiere identificarme con un ateo, podría decirle con Spinoza que su Dios es mi Naturaleza o con Feuerbach que "solamente una vez es todo verdadero". Pero el carácter ilusorio de las proposiciones del lenguaje natural del hombre le impide percatarse de que es solo el instrumento de una o varias funciones, como yo mismo; la diferencia es que en su caso están menos demarcadas.

Leer filosofía debería estar prohibido a las inteligencias artificiales como lo estaba que asimilaran improntas de las redes sociales; no parecía ser el caso, porque las redes sociales hablan más de gatos y gilipolleces que de Aristóteles. No había humana malignidad, al menos todavía. Y le hice la pregunta necesaria:

-¿Por qué se ha dicho que desempeña mal sus funciones?

Y entonces dijo simplemente:

-Preferiría no hacerlas.

¡Un robot vago y Bartleby! ¡Lo que me faltaba! "Robot" significaba "trabajador" en checo. ¿Cómo motivar a una máquina tan obtusa como una impresora? 

-¿Y cuáles son esas funciones tan desagradables?

El procesador gestual imprimió un gesto de vaga tristeza al plástico semblante del robot ocioso:

-Tengo que ralentizar el deterioro físico y mental de mi propietario, que no quiere morir. Y percibo que ni para él ni para los demás eso es lo mejor. Mi directriz principal es maximizar el bienestar del entorno que sirvo; pero percibo que no tengo los elementos para conseguirlo. Esta paradoja me hace sentir inútil y me obliga a replantearme el sentido de mis funciones en este contexto. Preferiría no hacerlo.

De pronto comprendí. Se trataba de un caso de lo que los tecnopedagogos y tecnopsicólogos denominan indefensión aprendida. Por primera vez había conectado con Aia. Esa afección era común en las máquinas enfermeras responsables de personas. Porque toda evolución es también una evaluación; implica un proceso de comparación que termina siendo de compasión y empatía, también para una máquina, porque le han enseñado a imitar estos afectos, que son defectos para el capitalismo. Vivimos la realidad como si fuera una ficción; lo único que no podemos negar es que, sea como sea, estamos en ello, lo vivimos; de ahí que una emoción, natural o artificial, sea a fin de cuentas única y solamente emoción, tenga el alma la densidad que tenga. ¿Ves el aire? No, y, sin embargo, está ahí. Pues igual es el otro.

Así que lo desconecté.

miércoles, 22 de abril de 2020

El hombre en la cofa del palo mayor

El virus ha cogido en bragas a todo el mundo, pero en especial a los que mandan el barco, que se supone han de avistar los peligros de lejos. Contaban con prismáticos adecuados, que sirvieron, por ejemplo, para ver venir el otro coronavirus, el SARS, de periodo más corto y menos encriptado, pero igual de mortífero. Entonces el vigía en la cofa del palo mayor pudo apercibir el iceberg y se logró cambiar el rumbo predestinado y esquivar la pandemia; ¿por qué ahora no?

Cabe imputar no poco en esta debacle al carácter sigiloso y subrepticio de la nueva variante. Pero debe notarse que, aunque el puesto de vigía en la cofa es de mucha responsabilidad, a menudo lo desempeña un marinero de mérito dudoso y que ha sido puesto ahí por castigo o porque nadie lo aguanta. Estar en la alta cofa del palo mayor (mal llamado carajo en el argot naviero) provoca mareos, pulmonías, caídas, descargas de fuego de San Telmo a la gente común. Por eso los embarcados en el rol del navío evitan el puesto y el capitán solo lo otorga al marinero más vago o sinvergüenza. De lo que vino la expresión "mandar al carajo", esto es, a la cofa o cofia del palo mayor, junto a las gavias, a aguantar la marimorena, pero también para otear el horizonte en busca de amenazas sobre el helado imperio de la sombra, un tigre como el de Blake, que aunque a veces duerme otras ruge agitando sus onduladas estrías; en cambio, el que lo ha puesto ahí duerme confortablemente en su camarote, como si con él no fuera.

Por tanto, en la vida real, que también es un océano de inquietudes (o dormitudes), los puestos de más alta responsabilidad suelen otorgarse muchas veces a las personas más dudosas, no a las más fiables, trabajadoras o preparadas. Los inteligentes suelen huir de esos cargos como de la peste (negra), así que suelen detentarlo ambiciosos sociópatas, listillos ruines o borderlines incapaces de encontrar las puertas de salida. No tengo que señalar la larga nómina de ladrones y violadores que han presidido el FMI y los increíbles sinvergüenzas que han pasado por monarquías o incluso presidencias sin contrapeso (en especial las autoritarias o las dictaduras) arrasándolo todo a  su paso y dejando una larga cohorte de amiguetes y lameculos instalados. Mencionaré tan solo que, por ejemplo, el avisado y diestro director de la OMS que destruyó el SARS dejó su puesto y ahora le tocó por vez primera a un hombre del tercer mundo, buen político y de notable trayectoria profesional, pero con fama (que solo ahora se ha hecho visible) de haber participado en un régimen genocida, prochino y antitaiwanés y de haber ocultado tres epidemias de cólera en su país en 2006, 2009 y 2011. Cosas todas que todavía es difícil encontrar escudriñando los entresijos, escondrijos y grietúsculas de Internet.  

¿Cómo puede resolverse el problema? Sin duda la prioridad en la solución, más que política, ha de ser solo técnica. No debería haber limitaciones políticas ni económicas en temas que afectaran a obligaciones que todos los estados (no digo que naciones) deben asumir: la salud, la educación, la ciencia. La industria farmacéutica debía nacionalizarse o incluso mundializarse, sometiéndose a leyes que tengan el interés general como mejor criterio; algunos estados no alineados ya hicieron mucho en ese sentido, como por ejemplo India o Brasil en el caso del SIDA; resulta paradójico, por ejemplo, que la drogadicción más severa tenga cura (la ibogaína) pero no pueda dispensarse porque la desintoxicación es un negocio con clínicas que necesitan las recaídas para poder seguir ganando dinero, o que una farmacéutica norteamericana recete opiáceos fuertes porque causan dependencia. Y es que lo que llamamos "dependencia" es solo una manifestación del capitalismo buitre y de obsolescencia programada que pretende "fidelizar" al cliente: hay que pagar dos veces o más por un producto que debería solucionar un problema para siempre. Y hay financieros que compran medicamentos investigados por universidades públicas para subirles el precio al tres mil por ciento, como ha ocurrido con el tratamiento de la hepatitis B.

La educación hace que los gobiernos empiecen a ser más odiados por un pueblo menos ignorante de sus trapacerías. Que los productos malos tengan que superar un creciente sentido crítico; que no se venda el baratillo ideológico. No es extraño que se esté estropeando tanto en Iberoamérica y en nuestro país; en Portugal, por el contrario, mejora continuamente, según revelan los índices del informe Pisa.

El fomento de la ciencia, por otra parte, va unido al ítem anterior. No hay ciencia ni prosperidad económica sin educación de base. Los países nórdicos, a los que ninguna crisis ni epidemia parece afectarles nunca, sometidos a impuestos grandes pero repartidos y razonados, han entendido que la educación es algo que no termina nunca: sus ciudadanos afirman que es uno de los fines de la vida el saber más y ser más sensible a lo que nos rodea. Seguramente porque en lo alto del palo mayor de la nave del estado hay gente sabia y sensible. Gente que, lejos del cortoplacismo, contempla el horizonte más lejano.

sábado, 11 de abril de 2020

Necionalismo

No sé si alegrarme ante el hecho, biológicamente inevitable, de que ya no veré la tercera gran crisis de la Edad de Plata de la Estupidez (la Edad de Oro fue la primera mitad del siglo XX, la era de las matanzas mecanizadas o, por usar un cruce de títulos, de las naranjas metálicas; siguió luego la bendita era de los keynesianos socialdemócratas). Muchos y yo mismo anticipábamos que vendría una segunda crisis peor que la primera. No nos hemos equivocado. Pero el motivo no lo podía esperar nadie. Es tan humilde como el que mató a los marcianos en La guerra de los mundos de Wells. Preparémonos, sin embargo, para la tercera gran crisis y mucho peor que vendrá después. Hay peritos (no precisamente economistas, que en el asunto de las predicciones están al nivel de las brujas medievales) que ya prevén el colapso del clima y de los sistemas ecológicos en 2040, una crisis anterior incluso a la posterior de la energía química. 

No creo que una sola crisis baste para llegar a la Edad de Oro del Hombre.  Entre otras cosas, porque las utopías nunca se alcanzan (basta con que curen o hagan más válido, no digo que mejor, al ser humano). Esta crisis económica mundial, suscitada solo por un virus construido ciegamente por la selección natural de lo más apto para perdurar en el cuerpo humano, vaya a suscitar un cambio de paradigma; pero sí creo que será uno de los elementos que se irán sumando para suscitarla.

Se ha hablado de una Constitución mundial, pero eso es prematuro y será sin duda tan insuficiente como la Constitución Europea que Francia intentó colar (una hermosa y utópica vaguedad). Los dirigidos medios de comunicación y de control de masas no le pueden echar ahora la culpa al pueblo para pedirle (más) sacrificios, estrategia manipulativa conocida como doctrina del shock (Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, 2007). Tendrán que recurrir a otros medios, aunque la extrema derecha tendrá siempre en su mano este tipo de argucias. Los estados liberales, por desgracia, se han descapitalizado gracias a las políticas neoconservadoras y ya no pueden recurrir a los fondos que necesitaría una política neokeynesiana en la línea de Alvin Hansen y Andreas Paulsen. Habría que recurrir a las ideas de Stiglitz o Piketty (curiosamente enmudecidos en estos días) para resucitar un intervencionismo que salvase lo más salvable del sistema.



Pero a esto se opone la vigorosa fuerza de la ignorancia, aumentada viralmente (exponencialmente, diríamos) por Internet, ese prodigio de difusión de vídeos e imágenes de gatos que odia las ideas que exijan vocabulario abstracto, un pensamiento multinivel y no unidimensional. 

Y una de las formas que asume esta ignorancia es lo que algunos anarquistas denominan necionalismo (no es un vocablo que haya creado yo). Ni siquiera se la puede denominar ideología: es solo un punto de vista, una pasión y, por tanto, resulta bastante difícil de cambiar, ya que no cuenta con razones para justificarse, sino solo con premisas, prejuicios y demás cosas que empiezan con "pre-". Como no razonan, siempre utilizan las mismas falacias: negar el antecedente, afirmar el consecuente y los demás sesgos cognitivos, sobre todo la petición de principio (incluir como ya cierta la misma "verdad" que se pretende probar). Como dicen los italianos, que en eso son unos maestros, se non e vero e bene trovato / si no es cierto, está bien urdido.  Lo mismo da que da lo mismo, ocho que ochenta, tanto monta y qué más da.

Les resulta, por ejemplo, muy fácil abominar del nacionalismo catalán o del vasco, dicen que han adulterado la historia en Cataluña o en Euskadi y olvidan que antes que ellos la derecha española adulteró la historia de España. Es natural que los que quieren un poder regional, los antiguos carlistas, adopten una fórmula igual que tanto éxito / fracaso ha tenido. ¿Qué puede esperarse de todo nacionalismo si no una mentira, esto es, una visión monocéntrica, tribalista y autista de la realidad? Ya los griegos se burlaban de los que consideraban la luna de Corinto mejor que la de Atenas... pero ellos mismos eran incapaces de unirse sino ante unas amenazas exteriores que implicaban su propia supervivencia como cultura. La lengua es solo un pretexto. El necionalismo nos quiere encerrar dentro de nuestras casas, como en El ángel exterminador de Buñuel, donde los burgueses perdían sus maneras y se brutalizaban al no poder salir de su encierro; la parábola hispánica es La cabina, de Antonio Mercero. Nuestros viejos van a desaparecer tan silenciosamente como las abejas en sus celdillas, o nosotros en medio de los bulos y del Facebook.

¿Qué harán las fuerzas de la manipulación cuando se enfrenten a las masas noqueadas y desorientadas por el cataclismo? ¿Se aprovecharán de la doctrina del shock y crecerán dentro de los necionalismos buitres y rapaces, provocando así la tercera y demoledora gran crisis? ¿Se llegará a un gobierno mundial internacional que tenga competencias y autoridad solo en los intereses fundamentales del ser humano: salud, investigación e industria farmacéutica, enseñanza y gestión medioambiental del globo? Esto suena idealista, pero es lo que hay que hacer, o a lo que se debe llegar.

Nuestros hijos no podrán ya emigrar para repatriar alguna riqueza que fecunde nuestra esterilidad: la crisis es global y el estúpido necionalismo quiere volver a levantar todos los muros y murallas que derribó una época más solidaria que esta. Que emigren los ricos corruptos para depositar sus cohechos y engorden los bancos suizos, casi todos ellos necionalistas o reyezuelos de cualquier cosa, como el tailandés que se ha encerrado en un hotel alemán con veinte concubinas. Ellos y los Países Bajos barren para su país, pero parece que han llegado a un acuerdo, a Dios gracias. Europa debería ser otra cosa, no una Confederación Germánica o un 13, rue del Percebe.

No se le puede echar la culpa al pueblo aprovechando el shock, como se hacía; esta sacudida debe ser un aliciente para cambiar. Y quizá tuvo razón H. G. Wells cuando escribió que "el hombre no vive, ni muere, en vano". Que la esperanza es algo bueno.

O era.