sábado, 9 de mayo de 2020

Solaris

Es el nacionalismo el que impide tratar los problemas humanos básicos en su conjunto, ya que es divisor y corruptor, como todo organismo patógeno que produce fiebre, gangrena y, finalmente, amputación. Un virus que nace chino termina por hacerse mundial y hasta una guerra local se vuelve tan infecciosa que llega a ser planetaria; así que un problema global como el nacionalismo no necesita soluciones particulares o nacionales. El nacionalismo es un mal, no se dude: no en vano ha provocado la mayor parte de las guerras hasta ahora. Ojalá nos demos cuenta de que solo existe la nacionalidad humana, cuyo documento de identidad es el ombligo, no la piel, la cultura, las creencias o el dinero: entonces podremos empezar a solucionar de verdad los problemas médicos, educativos y sociales que acongojan a la especie: nos afectan a todos, aunque creamos que no es así. 

Si hubiera una federación extraterrestre, y La Tierra presentara una solicitud para ingresar en la misma, pienso que nos tratarían igual que la Unión Europea trata a Turquía, que ha sostenido siempre pretensiones parecidas y siempre ha sido rechazada por suscitar problemas semejantes a los que impiden una unión más perfecta, e pluribus unum. Nos rechazarían cortésmente y nos dirían que, ejem (abreviatura de Es Jodido Explicarlo Más)  no reunimos los requisitos mínimos de democracia, libertad, estabilidad, currículum histórico etcétera. Lo menos que se podría pedir a un ente político que lo pretenda es que se tenga por digno para aportar algo y no haya cometido un genocidio ni incurrido en guerra alguna en al menos cien años... quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra: solo se salvan los nórdicos y los suizos, muchos de ellos quisquillosos y escépticos en unirse a clubes que los admitan como miembros.  

Somos violentos, pero solo es porque la maldad se aprende mejor que la bondad; tal vez porque lo que se enseña en la escuela es lo contrario de lo que se enseña en la televisión y en la sociedad. Nadie está exento de violencia, sobre todo de aquella que es la peor de todas aunque la menos "combatida", la violencia intelectual, que consiste en mentir de forma generalizada con ideologías, religiones y demás soluciones perfectas a problemas siempre imperfectos, y en quedarse en las premisas para evitar razonar y llegar a las conclusiones y a los acuerdos. No es extraño que en el seno de cualquier violencia emocional o física se encuentre siempre una mentira, una separación de la verdad. Y el nacionalismo es una.

La mentira más típica es la del ego mayúsculo: el pensar que uno es el todo, y no una ínfima parte de nada. Es el problema que padecen los maltratadores (...y sobre todo los y las maltratadas, que son siempre las víctimas de quienes se creen ser víctimas), los países naciomatones y los hablistanes (el arte no anónimo es, en cierta manera, una forma de volverse paranoico). No sé de dónde nos viene tanta enfermedad espiritual; ¡como si no nos bastase con las materiales!

Un admirable escritor polaco, el más famoso probablemente del siglo XX, discípulo de Swift, el maestro de Voltaire, nos puede aclarar bastante las cosas; usa el humor para relativizarlo todo, pero también escribe a veces parábolas realmente inquietantes, como Solaris. En esta novela unos astronautas humanos estudian un planeta cubierto del todo por un enorme océano que es enteramente un cerebro orgánico, pero completamente ignorante. Los sueños de los astronautas se reflejan como ecos en él y se proyectan en la estación orbital donde moran en forma de tulpas, copias materiales e incluso conscientes de sus obsesiones y arquetipos (la denominación proviene del budismo). Eso produce una gran destrucción en la nave. Pero  como es un supuesto bastante repetido y casi tópico, en la ciencia-ficción (también aparece en Esfera, de Crichton, o en La llegada, y se insinúa en algunos pasajes de Borges y Dick) conviene interpretarlo: acaso cualquier forma que combine elementos irracionales con estructuras organizadas, cualquier construcción cultural con fundamento en la falsedad y la fantasía, incluidas las ideologías, las creencias y las pasiones, son realmente formas de autodestruirnos. E irán creando tulpas, seres que parecen humanos pero no lo son, copias políticas inútiles y huecas. 

Stanislaw Lem, psicólogo, científico y filósofo notable además, se lo tomaba con distanciamiento, con humor. En cuento especuló con que el origen de la vida en la Tierra procedía de un condón usado que había quedado en el cubo de la basura de una nave extraterrestre que había hecho una escala técnica en este planeta hace millones de años. Otro motivo para echarnos de la federación extraterrestre: haber quebrado la normativa medioambiental de la galaxia.

Todo esto se ha dicho hace mucho. Por ejemplo, en El sueño de Escipión. El imperio romano era un sueño, un concepto que pretendía unirnos a todos bajo el abstracto ideal de una misma justicia, o del ecumenismo helenístico, simplemente. Todo eso se derrumbó desde la peste Antonina. En tiempos más actuales los surrealistas dijeron que había que escribir con la indiferencia de un muerto: esa distancia, al contrario de lo que pueda parecer, ofrece la oportunidad de ser más piadosos con nuestra misma especie de lo que somos con nuestro entorno o nuestro planeta, Gaia.

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