Algunos enfermos de coronavirus se vuelven negros cuando su hígado trastornado les segrega excesiva ferritina; si el presidente americano se volviera negro, tal vez le caería una rodilla sobre el cuello y se quejaría por una vez de otra cosa y no de los chinos, los hispanos, los negros, los europeos, las feministas, los antinazis y los anti Trump. No le iría mal quedarse sin aire, él, que tanto lo contamina.
Porque, quia, tate, no es un descolorido Michael Jackson ni un Banderas, aunque se envuelva en una; es un hombre sin hacer, como una cama o un niño presuntuoso y emperador. Jamás en su vida ha sacado la basura de su casa, aunque se haya sacado a sí mismo de sus oros, sus barbies, sus flequillos y sus otros marcos decorativos para fotografiar su egología con una Biblia, que, al fin y al cabo, es una geología del detritus capitalista. Hasta la Iglesia se ha quejado de las malas compañías que tiene que aguantar su libro.
Todo El Mundo acusa a Marlaska de mentiroso; y es inútil: la gente ya no se cree nada, pues ha sido "educada" por los medios de masas para apreciar solo las premisas y no las conclusiones, para ver "el mundo" como un espectáculo y no como la realidad; la verdad no asoma desde hace tiempo por ningún lado; tal vez haya huido al cielo, como la Justicia, la mitológica Astrea. Un mentiroso, El Mundo, dice que otros son mentirosos. Es como el silogismo bicornuto de Demócrito: "¨Demócrito jura que los abderitanos son mentirosos; pero Demócrito es abderitano: luego Demócrito miente: luego no es cierto que los abderitanos son mentirosos: luego Demócrito no miente: luego es verdad que los abderitanos son mentirosos; luego Demócrito miente; luego…"; son meras premisas. Y El Mundo es eso, abderitano; no es veraz, es simplemente absurdo: el Uróboro que se devora a sí mismo.
Machado lo decía evocando el soneto 138 de Shakespeare, que lo aplicaba a las mentiras de los enamorados: "Cuando dos gitanos mienten / ya es la mentira inocente: / se mienten y no se engañan". Nuestro manchego Juan Ruiz, más en línea con Shakespeare, escribió que "el amor siempre fabla mintroso", esto es, que amar es mentir; se ve que la prensa hace el amor. El plumífero Cisne del Avon (al que acusaba Greene de ser un cuervo que se vestía con plumas ajenas, como en la fábula), gran urdidor de mentiras teatrales, siempre muestra a sus personajes completamente autistas, sin entenderse mutuamente, sin escucharse: cada uno va a su bola. Por ejemplo, en Marco Antonio y Cleopatra los dos famosos personajes se pasan el tiempo mintiéndose y engañándose. ¡Y están enamorados! Al menos Romeo y Julieta no son tanto víctimas de mentiras como de meros malentendidos. No por nada Shakespeare es el maestro de los monólogos; sus diálogos separan más que acercan, al contrario que los de Cervantes. Por eso, si ir cada uno a su bola no es maldad, Trump no es malvado, aunque no llegue a personaje de Shakespeare y ni siquiera de sainete, y aunque no haya (todavía) generado alguna guerra, en lo cual su congénere Bush le gana por la mano; aunque sigamos sin conocer su declaración de la renta, algo ignoto y voluble para un derechista; dígalo si no la de Cospedal, la del mitológico marido de once culos, imprecisa, voluble y vana en el aire como la deleble nubecilla de un suspiro; está escrita en el viento y en el agua rápida. Y como no le salía a cuenta todo el humo de su cigarral, lo ha puesto en venta.
Habría ya que dejar los bulos, los hoax, las mentiras garrafales o a granel, si queremos ver claro. La verdad está comenzando a desaparecer, algo que solo le pasaba a la fantasía de Michael Ende; un escritor de futuros, Philip K. Dick, profetizaba como un nuevo Jules Verne no precisamente una nueva tecnología, sino la desaparición de la realidad. A eso nos ha conducido la retórica y la falta de lógica. Porque conviene avisar que de los tres tipos de violencia posible, la física, la emocional y la intelectual (que consiste en mentir), esta última es la más peligrosa: engendra las otras dos.
Y, para concluir con Shakespeare, en una de sus ficciones, el Sueño de la noche de San Juan, Teseo quiere oír una breve función teatral (la noche de San Juan es la más breve del año), que le dicen es diez palabras de larga. El asunto da igual, aunque trágico: la historia de Píramo y Tisbe. Pero Teseo comenta: "No puede estar mal nada inspirado por la sencillez y el respeto". De eso carece la comunicación en esta oscura y negra época: de verdad. Algo que ya no se muestra ni se conoce hoy en día, porque no se sabe qué es. El político prototípico, Pilatos, ya lo decía: "¿Qué es la verdad?"
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