jueves, 25 de mayo de 2017

Reseña de la Historia mínima de la lengua española de Luis Fernando Lara

Reseña:

Lara, Luis Fernando. 2013. Historia mínima de la lengua española. México: El Colegio de México

Autor/a de la reseña: Soledad Chávez Fajardo

Información en la web de Infoling:
http://infoling.org/resenas/Review224.html

Con un texto voluminoso, que comprende veintidós capítulos1 y un apartado de apéndices2, esta Historia mínima viene a engrosar la lista de esa suerte de panteón para quien se quiera internar en el mundo de la historia de la lengua española, es decir, esas “obras fundamentales” a las que se refiere el autor mismo: la Historia de Lapesa ([1942] 1980), la Historia que coordinó Rafael Cano (2005) y los Orígenes de Menéndez Pidal, editada por Diego Catalán (2006); sin dejar de lado el Manual de gramática histórica (1904) y la Crestomatía del español medieval  (1966), ambas del mismo Menéndez Pidal, así como From Latin to Spanish (1987) de Paul M. Lloyd y la Gramática histórica del español de Ralph Penny (2006).

Lara, con esta Historia mínima, quiere presentarnos, nos enuncia, una obra completa, exhaustiva, así como nueva y en esto último radica, valga la redundancia, su novedad. Respecto al título, puede extrañarnos el adjetivo mínima elegido para la nominación del libro, por tener una extensión este de 580 páginas: ¿Será por la definición de mínimo en tanto “minucioso”? ¿O habrá algo de irónico en eso de adjetivar como “lo más pequeño en su especie” a un texto como este? Nos quedamos con la primera posibilidad, pues en ello de completo y exhaustivo hay mucho de minuciosidad. Hay, además, una propuesta ideológica en esta Historia mínima de la lengua española, que el autor revela en el último párrafo de su libro, y tiene que ver con tres –los llama él– valores: el entendimiento, la identidad y la unidad en la lengua española, valores que, por diferentes mecanismos, lineamientos y temáticas, desarrollará a lo largo de este libro, los cuales se concretan, a fin de cuentas, por medio de la fijación de una tradición culta (cfr. cap. XXII, p. 502), concepto de cuño propio de Lara y  que bien se encarga de definir y delimitar, como veremos más adelante. De esta forma, Lara cierra el texto con esta propuesta ideológica, la de: “impulsar todas las tradiciones verbales cultas en la comunicación internacional hispánica, mediante la difusión de textos escritos, películas, programas de televisión” (p. 502), para, así, conservar la unidad idiomática en el siglo XXI. De alguna forma, creemos, allí radica la novedad de este libro, así como por otros aspectos que queremos presentar en esta reseña.

Los receptores de esta Historia mínima, precisa Lara, serán estudiantes españoles e hispanoamericanos que empiezan con estudios de lingüística, literatura e historia. Estos, las más veces, no manejan los conceptos técnicos que suelen utilizarse en la historiografía de la lengua española. Por lo mismo, Lara reducirá los conceptos instrumentales, así como los datos técnicos; asimismo, para una lectura fluida, el libro no posee notas al pie. Además, esta Historia mínima tiene un DVD para reforzar e ilustrar el texto con mapas, gráficos, escritos y una serie de apéndices ilustrativos. Sin embargo, creemos, este anexo material debería modificarse por otro tipo de refuerzo, más práctico (¿quizás algún link en una página de internet?), puesto que no siempre tenemos a la mano un lector de DVD.

1. Un hito glotopolítico.

Luis Fernando Lara presenta a Ramón Menéndez Pidal como una figura intelectual fundamental dentro de la generación del 98 (y lo que esto, histórica e ideológicamente implica), así como una figura clave en la fundación de un modelo historiográfico que se ha impuesto, por su indiscutible solidez, en la forma de hacer historia de la lengua española hasta el día de hoy. Del momento que Lara quiere cambiar este paradigma con una propuesta historiográfica otra habrá, sin lugar a dudas, un hito glotopolítico. Vamos por partes: este modelo de historia de la lengua española pidaliana se ha estructurado como una historia nacional española, en donde se nos presenta, incluso, una elevación de Castilla, más que “una historia de la lengua compartida” con Hispanoamérica, sobre todo. Lara, por el contrario, sostiene que la historia de la lengua española, con referencia a Hispanoamérica, se ha construido siempre como un capítulo marginal, al que solo se le concede un capítulo en las obras generales y no integrada a la historia a partir del siglo XVI3. Pues la propuesta de Lara será presentar, por un lado, una historia de la lengua española “sin el sesgo nacional característico españolista” y, por otro lado, que el español de América se presente como materia de estudio y no como parte de la propia historia. Su propósito, entonces, será dar cuenta de una historia que sea libre de la tradición castellanista, heredera de Menéndez Pidal y de Lapesa (empero, “sin dejar de valorar su magisterio”, afirma Lara).

Veamos algunos casos en la Historia mínima que reflejan esta óptica nueva y crítica: por ejemplo, con referencia a las Glosas emilianenses insiste Lara en que “son documentos, más bien, de una situación de los romances en la península en la época, en que hay constantes vacilaciones, ultracorrecciones e ignorancia. Son documentos, por lo tanto, de lo que debe haber sucedido por todas partes y en ese sentido tienen su verdadero valor” (p. 137), más que los primeros documentos “del castellano”. O las referencias críticas

–características del discurso de Lara– por ejemplo, respecto a esa suerte de imperialismo en la lengua, por medio de sus entidades españolas: “El estatuto académico de 1870 definió a las academias hispanoamericanas como meras sucursales de la española, sin libertad para organizarse por sí mismas” (p. 452). Además, con estas academias correspondientes entendidas como “sucursales”, no se ha apreciado un trabajo de investigación, desarrollo y divulgación, digamos, estrictamente lingüístico respecto a las propias variedades de español: “[las academias correspondientes] casi no tuvieron ningún papel en el estudio [de] sus propios dialectos, ni en la elaboración de ideas propias acerca de la lengua durante el siglo XIX y la mayor parte del XX. La Española se fue convirtiendo cada vez más en parte del aparato político del Estado español” (p. 452). De hecho, nuestro autor concluye su libro insistiendo en este tipo de reflexiones, por ejemplo, respecto a qué se ha entendido como lengua ejemplar: “España ha supuesto siempre que el español de Castilla es la lengua ejemplar. Durante siglos los miembros de la Real Academia y de las academias hispanoamericanas han pensando lo mismo. Esta idea es monocéntrica: sólo reconoce un centro de irradiación y de establecimiento de los criterios de corrección, que es la Academia madrileña; reproduce el esquema colonial de una metrópoli española y una periferia hispanoamericana” (p. 496). Es más, Lara insiste en su postura, la cual se adscribe a la tesis de que la lengua española es policéntrica: “Cada país forma un centro de irradiación y de establecimientos de normas para su propia comunidad, y ninguno puede suponer que su español sea mejor o no deba imponerse sobre los otros” (p. 499) y multipolar: “algunos de los centros de la lengua española son más poderosos en su difusión del español que otros y se convierten en polos de difusión” (p. 501), aspectos que refuerzan la tesis anteriormente referida, de la instalación de una tradición culta, la cual, en lengua española, debería ser necesariamente policéntrica y multipolar.

2. El discurso crítico de Lara.

Un punto especial, frente a lo novedoso que pueda resultar un texto como este, merece el conjunto de capítulos donde se puede ver claramente la actitud del autor frente a determinados momentos de la historia; es decir, cómo construye Lara su discurso y qué tipos de juicios de valor podemos determinar en su discurso historiográfico. Veamos algunos casos, por ejemplo, su posición frente al mundo sefardí (las cursivas son nuestras): “llevaron a cabo una trágica y repugnante política de expulsión” (p. 223); “Sobre esta acusación, falsa e injusta, pero fácilmente adaptable por varias ideologías [esto es, culpar a los judíos de la muerte de Jesucristo]” (p. 223); “En general, eran más educados que los cristianos” (p. 224); “Cuando los Reyes Católicos volvieron más intensa la persecución e introdujeron la obligación de llevar un círculo amarillo o rojo en sus ropas para distinguirlos (la señal infamante que Hitler copió en el siglo XX)” (p. 224); “La expulsión de los judíos fue una fuerte sangría, no solo a la población de la península, sino a su economía y su cultura” (p. 225).

O cómo expone los datos que tienen que ver con la situación crítica en la conquista de América: “Pero además, la explotación del trabajo humano en tareas que no solían realizar –o al menos no con la intensidad demandada por los españoles–, como el buceo de perlas en las islas, o el trabajo en las minas, y después con el cultivo de caña de azúcar, llevado por los colonizadores, contribuyeron aun más que los enfrentamientos armados a acabar con las poblaciones indígenas” (p. 247); “El primer siglo de la colonización produjo en todo el continente un despoblamiento catastrófico, debido principalmente a las enfermedades, la explotación en el trabajo, las guerras y el “desgano vital”, como lo llama Sánchez de Albornoz: la depresión que sufrieron los indios ante la desaparición de su mundo y el consecuente rechazo a reproducirse” (p. 254); “al grado de que se puede hablar de verdadero exterminio de sus habitantes” (p. 256). O cuando, en el capítulo XVIII, hace mención a la Pragmática de 1770 que ordenó Carlos III: “[…] pero en vez de resultar una ventaja, lo que lograron fue enmascarar y negar la existencia de los indios, y someterlos aun más a la explotación” (p. 398). O, posteriormente, el papel del ciudadano hispanoamericano en las Cortes de Cádiz: “Cádiz se implantó un sistema de representación proporcional de las regiones y municipios españoles, incluida América; aunque con retraso […] llegaron los representantes americanos, cuyo considerable número hizo que los españoles los redujeran de manera injusta e inequitativa” (p. 410).

No solo el discurso es crítico respecto a la cuestión indígena, sino con la africana, por ejemplo, cuando critica el rol de figuras clave en la defensa del indio, frente la situación del esclavismo negro: “Es grotesco y profundamente trágico, más que paradójico que, en tanto fray Bartolomé de las Casas y fray Antonio de Montesinos defendían, con cierto éxito, la naturaleza de los indios y atacaban la esclavitud a la que los sometían los colonizadores, no pusieran reparos a la esclavitud de los negros” (p. 265). Así como desde una óptica que toca la lingüística misionera: “[lenguas africanas] no se consideraban dignas de atención por parte de los colonizadores y los misioneros (el jesuita Sandoval o san Pedro Clavé, que hicieron labor religiosa entre los negros que llegaban a Cartagena de Indias y a Lima, y que llegaron a conocer un poco de esas lenguas, no se interesaron lo suficiente por ellas como para apoyar su conservación; todo lo contrario, se trataba de hispanizarlos al mismo tiempo que los evangelizaban)” (p. 267).

Pero no solo en el mismo discurso de nuestro autor se puede ver su posición crítica, sino, además, en la construcción del discurso histórico en sí. Pongamos, como ejemplo, el manejo de las estadísticas en la historia, con los datos de la población india en América en los diferentes momentos de la Conquista. Lara lo ejemplifica con dos polos: por un lado, con Ángel Rosenblat, quien intentó “reducir el tamaño de la tragedia demográfica que significó la colonización española, en un aparente afán de engrandecimiento del papel de los conquistadores y disminución del de los indios” o, por el contrario, Henry Farmer Dobyns, ejemplo de quien tendió a aumentarla.

Asimismo, no podía faltar (es Luis Fernando Lara) la visión crítica hacia la Real Academia Española en relación con la política lingüística referida al español hablado en América. Para ello no escatima en información, por ejemplo, dentro de los procesos independentistas: “La Academia Española todavía no se quería dar por enterada de las independencias americanas” (p. 449), así como, en definitiva, llegar a sus propias evaluaciones historiográficas respecto a la Academia: “De ahí que, entre ese desdén, ese sentimiento de metrópoli que no sabía cómo volverse a relacionar con sus antiguas posesiones; su restricción al lenguaje literario, seleccionando al gusto de los diversos integrantes de la Academia, y la necesidad de una unidad de la lengua, que añadió Bello al juego de valores sociales que dan lugar a la normatividad, se haya operado una clara distinción en la evaluación del español en América y en España” (p. 450). Hasta llegar a la idea de que el español de Madrid se considera el español general y patrón de corrección de la lengua, frente a los dialectos hispánicos “no solo de América, sino incluso de las Islas Canarias, de Andalucía, de Extremadura o de Murcia, se consideraron periféricos, “provinciales” y proclives al barbarismo” (p. 450).

3. Norma lingüística.

Destacamos, además, el rastreo histórico que Lara hace de las políticas lingüísticas. Tomemos el caso de posturas casticista o purista ante el uso de la lengua. La primera, el casticismo, se fija y refuerza en pleno neoclasicismo: “es una ideología defensiva, pero dispuesta a la creación de neologismos, necesarios para significar todas las experiencias nuevas” (p. 400-401), junto con la segunda, el purismo: “más rígida y empobrecida […] refractaria a la evolución histórica y al contacto e influencia mutuas con otras lenguas” (p. 401), herencia directa de las lecturas de Malherbe en la España del XVIII, algo que Lara  justifica con una pertinente radiografía de la época: “si se considera que la España del siglo XVIII, sumida en la confusión entre la conservación de sus valores tradicionales, fuertemente sometidos por la moral católica, y la necesidad de adoptar los nuevos, que procedían de la Ilustración francesa, era un terreno fértil para que aparecieran individuos que sublimaban su temor al pensamiento ilustrado y su odio al dominio francés atacando la influencia de la lengua y buscando la pureza lingüística y moral del español” (p. 403).

Estrechamente relacionada con esta dicotomía normativa y tal como nos referimos hace unos párrafos atrás, Lara se encargará de definir qué entiende por tradición culta, concepto clave en Historia mínima: “no es un conjunto de normas prescriptivas de uso del español, ni una idea fosilizada de la lengua, como la sostiene el purismo, sino un resultado múltiple de la práctica de la lengua en cada una de sus funciones sociales; se manifiesta en las obras literarias, jurídicas, científicas, en diccionarios y gramáticas. Esta tradición es el objetivo fundamental de la educación en español y requiere conocimiento y cultivo” (p. 501), una tradición que “no tiene nacionalidad, no está atada a una historia patria y no se puede someter a una agencia normativa, por consecuente y poderosa que sea” (p. 501-2) y un concepto que, en rigor, es la idea fundante del presente libro.

4. Cómo textualizar la historia.

Luis Fernando Lara, además, se interesa por desentrañar las condiciones geográficas, demográficas, sociales, políticas y culturales en las que se desenvolvió la evolución de la lengua española. Es decir, esa, en sus palabras: “relación intrínseca, de relaciones concomitantes, causales o condicionantes, entre los acontecimientos sociales y culturales y su evolución” (p. 15), por ello se propone revisar críticamente los datos de los que se dispone.  Es innovador, para este caso, y tal como él lo va informando, el uso de las nuevas tecnologías para hacerse de datos, como Wikipedia, la Biblioteca virtual Cervantes o Creative Commons y CORDE, para las citas de fuentes. El libro, entonces, abunda en mapas, ilustraciones y ejemplos textuales, la mayoría a disposición como anexo en el DVD.

Lara insiste, además, en la descripción geográfica porque “tiene un papel central en la historia antigua de la lengua”, de ahí que se agradecen los datos específicos que ayudan a tener un mayor contexto, como los del cuarto y quinto capítulos, por ejemplo, en relación con la expansión musulmana. Otros ejemplos que queremos destacar son varios pasajes por su síntesis y prosa clarificadora, como la llegada del cristianismo con el usual discurso crítico de Lara: “[el cristianismo], que después de ser perseguido y masacrado, se volvió fanático, perseguidor y masacrador” (p. 39). Además, la magnífica síntesis respecto a la situación musulmana desde sus orígenes, tan cara sobre todo en nuestros días. Así como las exhaustivas explicaciones de algunos de los grandes hitos de la historia de España, como el reinado de Alfonso X, con la relevancia fundamental y única en la historia de ser una monarquía que fusionó conocimiento y autoridad. Misma cosa el contexto de la llegada de Carlos I a España, con una breve, pero relevante referencia a la Guerra de las Comunidades de Castilla. Destacamos, además, las objetivas descripciones de las personalidades y reinados de Felipe II (cap. XVI), Felipe V (cap. XVII) o Fernando VII (cap. XIX), entre otros. Misma cosa con algunos contextos relevantes, como la crisis y decadencia de los Habsburgo, con detalles fundamentales para poder comprender la sociedad española del siglo XVII (cap. XVI), más cercanos a una prosa de historia social y destacables en un texto de historia de la lengua.

Nos interesa, además, los datos con que Lara ilustra algunos aspectos fundamentales de la conquista y colonización americana, como estadísticas relacionadas con la población aborigen en continente americano, así como su decrecimiento acelerado (cap. XIII). Destacamos, además, la estadística relacionada con la población española en América (cap. XIII) o la población africana (cap. XIV). En este último aspecto es relevante, en el capítulo XIII, la información que se entrega acerca de las lenguas que hablaban los africanos, respecto de su procedencia y cuáles podrían haber sido las lenguas predominantes, así como ciertas características generales de estas.

5. Hispanoamérica, sus problemáticas historiográficas.

Uno de los aportes más significativos de esta Historia mínima es el detenimiento con que el autor trata el tema Hispanoamérica, el cual empieza a aparecer en el capítulo XIII (siglo XV para Europa) con un subcapítulo llamado “La prehistoria americana”. Son constantes las reflexiones relacionadas con el origen de las lenguas americanas y su posible filiación con las lenguas orientales, así como la conciencia de que los intentos de emparentar las lenguas indígenas son todo un desafío, sobre todo por falta de datos; misma cosa las problemáticas que generan las lenguas extintas y ágrafas existentes durante la llegada de los conquistadores. Por las problemáticas que este aspecto genera, concluye Lara: “Es imposible pasar a un recuento pormenorizado de las lenguas amerindias durante la colonia y de sus diversos aportes al español como lenguas de sustrato. Ni el espacio disponible, ni la investigación actual, tan dispersa, permiten formar un cuadro de conjunto” (p. 279).

Por otro lado, destacamos algunas comparaciones pedagógicamente pertinentes, por ejemplo, la de las civilizaciones según épocas: “Es decir, la época Preclásica Tardía de Cuicuilco es relativamente contemporánea de los pueblos celtíberos, íberos y cantábricos, en tanto que Teotihuacán es contemporáneo del último periodo del imperio romano” (p. 249); “El clásico, de 200 a 900 d. C es la época de gran esplendor de las culturas teotihuacana, maya de Copán, Tikal, Palenque y Calakmul, y zapoteca de Montealbán; corresponde a la Alta Edad Media europea, antes de que se escribieran las glosas emilianenses” (p. 249). Así como el orden cronológico de algunas zonas conquistadas, como la de las Antillas, por ejemplo, con un orden riguroso de rutas, descubrimientos y colonizaciones. Así como la presencia de tablas estadísticas relacionadas con la población indígena y su descenso (cap. XIII) o de la cantidad de españoles o africanos que llegaron a América, dando cuenta de las falencias en los estudios históricos de estos últimos. O críticas reflexiones relacionadas con el mestizaje: “las indias tenían otro particular estímulo para unirse con los foráneos, aun prefiriéndoles a hombres de su propia raza. Los hijos con los advenedizos quedarían exentos de tributos y otras cargas propias de los indios y gozarían de mayor reputación social” (p. 277), citando la clásica historiografía de Magnus Mörner.

Sin embargo, no podemos obviar que, frente a los detalles que Lara entrega de Mesoamérica, los de Sudamérica son escasos y altamente criticables. Si bien se aprecia una detención en la zona peruana, es menor en extensión y detalles. La información correspondiente a Chile y Argentina es parcial e imprecisa: “hay que destacar los araucanos [sic.] y los mapuches; en el sur de Argentina a los patagones; en el noroeste de Argentina, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil, los guaraníes” (p. 250). La misma situación la apreciamos, ya en la colonia, en relación con la detallada información entregada para Nueva España, por ejemplo, con los datos referidos a la población negra (p. 266). O, más adelante, en el caso de los movimientos independentistas, omitir información relacionada con ciertas colonias (ver p. 415). O con ciertos detalles relacionados con la historiografía lingüística, como datar el diccionario de Pichardo para 1862, siendo que la primera edición fue de 1836.

El mismo autor, empero,  argumenta las razones de por qué, muchas veces, se centra en el caso de Nueva España: “Como no hay todavía suficiente investigación de la caída demográfica en el resto del continente y, en cambio, en cuanto a México se dispone de suficientes datos, se tomará lo sucedido en la Nueva España como ejemplo” (p. 255); “Por eso y puesto que el autor de este libro es mexicano y, en consecuencia, dispone de mayor información a propósito de este territorio, se tratará la influencia del náhuatl sobre la expansión del español por México, para ilustrar el conjunto de fenómenos semejantes que deben haberse producido en el resto de Hispanoamérica” (279). Asimismo, nos respondemos nosotros, junto con el autor, sobre todo por estas falencias, que ya no se puede elaborar una historia de la lengua por medio de una autoría, por lo que, si bien estamos ante una historia con autoría singular (Luis Fernando Lara) se aboga, en las investigaciones venideras, por un trabajo colectivo, sobre todo por la complejidad de que uno solo pueda abarcar un trabajo de investigación con estas características, justamente, por aspectos como el que acabamos de criticar.

6. Textualizaciones, escritura.

Destacamos, además, la inclusión de fragmentos relacionados con producciones textuales, sean literarias o no. Por ello valoramos, por su función de ejemplificar o clarificar ciertos aspectos, algunos fragmentos como los que se toman de El cerco de Numancia de Cervantes, para ilustrar la segunda guerra púnica. En las referencias breves, pero fundamentales, a la historia de la lengua latina, aplaudimos que haya fragmentos de la Eneida o el detallado espacio que le da a Probo. Especial atención le da Lara a una de las más grandes y primeras textualizaciones: el Cantar del mío Cid. (cap. VIII), donde se establece una maravillosa síntesis del poema respecto a su escritura y a la dificultad de establecer qué castellano es. Así como referencias a personajes históricos en relación con una semblanza más real, como equiparar al Cid con un condottiero.  Ya, con las primeras textualizaciones en nuestra propia tradición, destacamos fragmentos de los romances de Don Rodrigo, del Juramento de Santa Gadea, del Libro de Alexandre, de obras de Berceo, de Don Juan Manuel, de Sem Tob o del Arcipreste de Hita. Misma cosa con extractos del Arte de trovar de Enrique de Villena o del Amadís. También comparaciones, como la escritura de sonetos entre Petrarca y Pedro de Padilla, carísimas al momento de ver cómo se genera esta introducción en la tradición hispánica. Así como la maravillosa comparación entre epistolarios del siglo XV entre una carta con distancia comunicativa (Hernán Cortés a Carlos V) o de proximidad (Diego de Ordaz a su sobrino). Con la entrada de los siglos de oro, encontramos sonetos de Boscán, de Garcilaso o extractos la Tragicomedia de Calisto y Melibea, así como fragmentos de poesías de Góngora y sor Juana Inés de la Cruz. A propósito de esta última, destacamos las primeras textualizaciones en Latinoamérica que nos entrega Lara, desde las primeras cartas de Cristóbal Colón, pasando por los catálogos de Francisco Hernández (catálogos del mundo natural, en particular el de las plantas), de Juan de Cárdenas (hierbas medicinales); de Carlos de Sigüenza y Góngora (estudios cosmográficos e hidrológicos) y de Alejandro Malaspina (mapas marinos, noticias del mundo natural).

Recalcamos, por lo demás, la importancia que Lara le da a algunos autores, como Quevedo y Cervantes. Del primero, partes del Buscón, así como constantes ejemplificaciones y reflexiones de su obra. Del segundo, hay un amplio espacio dedicado al Quijote. Ya, dentro de la crisis de la lengua literaria barroquizante, encontramos un extracto del Fray Gerundio o fragmentos de las Cartas eruditas de Feijoo, así como de curiosos autores dieciochescos, como Diego de Torres Villarroel o Juan Pablo Forner. Ya, con una tradición hispanoamericana independentista, tenemos un fragmento del ensayo de Simón Bolívar, posteriormente denominado “Doctrina del Libertador” o su Carta de Jamaica, también de fray Servando Teresa de Mier; misma cosa de algún contemporáneo liberal español, como José María Blanco White Crespo y fragmentos de su autobiografía. También nos encontramos con muestras de las tradiciones discursivas hispanoamericanas donde se presenta el continente en tanto referente exótico, como el Lazarillo de ciegos caminantes de Carrió de la Vandera, el Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi o las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma, contemporáneas a un costumbrismo de Mariano José de Larra con un fragmento de “El café”. Así como presentar fragmentos de poesías contemporáneas entre sí y compararlas, como en el caso de “El dos de mayo” de Juan Nicasio Gallego y “La victoria de Junín. Canto a Bolívar” de José Joaquín de Olmedo. O dar cuenta de la poesía romántica con un fragmento del “incansablemente leído” (p. 474) Gustavo Adolfo Bécquer o de tradiciones modernistas y noventayochistas, como Antonio Machado y Rubén Darío. Dentro de las tradiciones hispanoamericanas más específicas, aplaudimos que existan partes de la “Silva a la agricultura de la zona tórrida” de Andrés Bello o un fragmento del prólogo de su Gramática, así como una entrada del Diccionario de Construcción y régimen de Rufino José Cuervo o algunas definiciones del “Vocabulario” de Alcedo; parte del prólogo del diccionario de Pichardo, otro de García Icazbalceta o ensayos críticos, acerca del español de América, del mismo García Icazbalceta. Destacamos, además, la inclusión de otras tradiciones, caras al momento de hacer historia de la lengua, como las indoamericanas, por ejemplo, con parte de un canto nahua o una elegía quechua a la muerte de Atahualpa, ambas acopiadas por León Portilla en su El reverso de la Conquista. Junto con estas tradiciones discursivas, tenemos perlas, como muestras de poesía anónima del español bozal o un texto del papiamento. O la presentación, en el último capítulo, de diferentes muestras (con el apoyo del DVD) de atlas lingüísticos.

Fuera de las textualizaciones, encontramos aportes interesantísimos, muchos de los cuales los relacionamos más con la microhistoria que con la historia de la lengua española clásica. Por ejemplo, con reflexiones en torno a la historia de la escritura en el segundo y cuarto capítulos (pp. 46-50), así como noticias relacionadas, por ejemplo, con la llegada del papel a la Península, en el siglo IX, en el emirato de Abderramán II (p. 95) o a la llegada de la imprenta y lo que implica que se eliminara la variación en los tipos de letras y, posteriormente, la variación ortográfica (cap. XII), así como la misma difusión de los textos “que se volvieron más baratos y asequibles, lo cual dio un nuevo impulso a la lectura y a la capacidad de los escritores para dar a conocer sus textos y multiplicar su variedad” (227).

7. Tradiciones discursivas.

Destacamos, además, cómo organiza Lara su historia de la lengua a partir de la relevancia de estas textualizaciones, marcando cada una de sus apariciones, en tanto esquemas o patrones de género, es decir, como tradiciones discursivas. Lara, entonces, hace historia de la lengua por medio de estas tradiciones discursivas, por lo que va refiriéndose a las que se van consolidando, como el discurso jurídico, con Alfonso X o la inclusión de nuevas tradiciones discursivas, como las novelas de caballería en el XV (cap. XV) o el esplendor, en los siglos de oro, con el Quijote o con ejemplos de un discurso elevado que solo podría generar una reflexión satírica del metalenguaje, con Quevedo (cap. XVII). Así como la crisis en el lenguaje literario barroquizante (cap. XVII), con ejemplos extremos, como los de Francisco de Soto Marne o fray Félix Valles, frente a las indicaciones de estilo de un Bartolomé Jiménez Patón, cuyo desenlace sería, ni más ni menos, que la fundación de la RAE (cap. XVIII). O la aparición de discursos extendidos a las ciencias, con la obra de Diego Mateo Zapata, Tomás Vicente Tosca o Juan Caramuel. Misma cosa, dentro de la consolidación del neoclasicismo, al rechazo a todo discurso barroquizante, incluso el de los siglos de oro, hasta llegar a la prohibición de los auto sacramentales barrocos, como los de Calderón, en la época de Carlos III. Lo mismo con la importancia de la prensa y del epistolario en el XIX para dar cuenta del sustento ideológico y el estado de las cosas en España e Hispanoamérica o la interesante inclusión de tradiciones discursivas populares, como las adivinanzas o coplas.

8. Estandarización.

Quizás uno de los aspectos más destacables de esta Historia mínima sea el tratamiento de la estandarización como proceso esperable en la consolidación de lo que entendemos por Estado moderno, a partir de la conformación de las grandes monarquías europeas. Por ejemplo, cuando en el siglo XII empieza a manifestarse una conciencia propia de hablar de los castellanos (cap. VIII) o, en el capítulo X, cuando se insiste en la fase de institucionalización del castellano en el reinado de Alfonso X, con la escritura de leyes en esta lengua, siendo que “lo importante para él no era fijar una lengua, declarar una lengua oficial, sino aprovechar aquellas lenguas que, para lograr el entendimiento con sus súbditos y los trovadores que llegaban a vivir por cierto tiempo en su corte, le resultaban más eficaces” (p. 185). Institucionalización que empezará a determinarse con Nebrija (cap. XII), a partir de la necesidad de un arte que fije la lengua y contribuya a conservarla; asimismo, un arte contribuya a dar al Estado “el lustre que corresponde a los grandes imperios, como Grecia y Roma” (p. 234), por lo que Nebrija, según Lara, da vida a un nuevo valor: la identidad de la lengua, “un valor que no solo la identifica, sino que la instituye como unidad” (p. 235). O casi, simultáneamente, su internacionalización (cap. XVI): “El deslumbrante florecimiento de la tradición culta del español, que en el siglo XVI y después en el XVII se destaca en relación con toda la evolución anterior, y realmente pone una marca de calidad en los años posteriores de la lengua, unido al predominio político de España sobre Europa hizo que el español comenzara a influir sobre las demás lenguas; es decir, se invirtió la relación de influencia, por ejemplo hacia el francés y el italiano […] el español se volvió una lengua que cualquier europeo culto debía saber hablar” (p. 334) o que se impusiera como lengua oficial en la administración española, con Felipe V (p. 371), así como el mandato, en 1768, de publicar solo en español, con el objetivo de acelerar la integración lingüística.

En esta dinámica de la estandarización, son relevantes los datos que Lara va entregando respecto a los procesos de codificación, como el Arte de trovar de Enrique de Villena, el que “viene siendo una especie de primer tratado de fonética y escritura castellana” (p. 216) o, gracias a la influencia del humanismo italiano, la aparición por el interés filológico, con la edición, bajo el reinado de los reyes católicos, de la Biblia Políglota o complutense. Así como, y volvemos nuevamente a él, la obra de Nebrija, fundamental tanto por su relevancia política como por su enorme influencia en tradiciones lingüísticas posteriores, con su Diccionario latino-español (1492), su Vocabulario español-latino (1495) o sus Reglas de orthographia en la lengua castellana (1517), con el principio fonológico que retoma a Quintiliano: “Así tenemos de escrevir como hablamos, i hablar como escribimos”. Sin embargo, su gran obra fue la Gramática de la lengua castellana (1492), la primera de una lengua europea moderna, gestada bajo la lógica humanista, es decir, donde un arte tenía un objetivo preciso: fijar y guiar el uso de una lengua para evitar que, al paso del tiempo, como le sucedió al latín, al griego, al hebreo, se “corrompiera” (p. 232) y, claro está, con el esquema de las lenguas clásicas. Destacamos, respecto a la Gramática, las reflexiones de Lara cercanas a las nuevas escuelas de teoría de la recepción: “El haberse adelantado a escribir una gramática de la lengua que hablaba la gente hizo de su obra un libro raro, pues no se entendía qué valor podría tener un estudio de lo que todos, más o menos, manejaban espontáneamente” (p. 233). O cuando reflexiona en relación, por ejemplo, con una posible reforma ortográfica, la de Correas: “No tuvo éxito porque, como muchos otros después de él, no pudo comprender que la ortografía no depende del arbitrio de una persona o de unas cuantas, sino de la eficacia de la comunicación escrita que, ya para entonces, llevaba 400 años de práctica en español” (p. 353).

La historia de codificaciones, dentro de un panorama de la historia de la estandarización, se engrosa con otros grandes hitos, como los del segundo siglo de oro (cap. XVI), con Del origen y principio de la lengua castellana o romance que oi se usa en España de Bernardo de Alderete (1606); la Ortografía de Mateo Alemán (1608); el Vocabulario de refranes de Gonzalo Correas (1627) o su revolucionaria Arte grande de la lengua española castellana (1626), así como el adelantado  Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias.  Misma cosa los hitos institucionales en el siglo XVIII, como la fundación de la Biblioteca Nacional de España (1712) o la fundación de la Real Academia Española (1714) y una especial descripción del primer diccionario que publica esta entidad, conocido como Diccionario de Autoridades (1726-1739), así como una sesgada crítica al diccionario usual (1780), referencias a la Orthographia española (1741) y su Gramática (1771). Así como otros hitos lexicográficos, como el diccionario del jesuita Esteban Terreros y Pando, el Diccionario del castellano con las voces de ciencias y artes (1767-1783). Así como el rol fundamental de ciertos intelectuales, como Gregorio Mayans y Siscar, con textos en donde se genera otro tipo de textualización: el de la consagración de la lengua española con, por ejemplo, sus Orígenes de la lengua española (1737), donde se dan a conocer los Diálogos de la lengua de Juan de Valdés, así como una Rhetórica (1757), que es una suerte de antología de la literatura española, donde aparece la primera biografía de Cervantes. Así como grandes hitos peninsulares del XIX, como el Nuevo diccionario de la lengua castellana de Vicente Salvá (1845) o el Diccionario nacional o gran diccionario clásico de la lengua española de Ramón Joaquín Domínguez (1847).

Otros datos que destacamos son los relacionados, por ejemplo, con las fuentes que influyeron en la redacción de determinadas gramáticas, tal es el caso de la repercusión de la filosofía de Locke, sobre todo con su discípulo francés más radical, Bonnot de Condillac, cuya filosofía repercutió en España, con la traducción de Bernardo María de la Calzada de su La lógica o los elementos primeros del pensar (1784). Algo similar ocurrió con Antoine Luis Claude Destutt de Tracy, de cuya escuela e influjo surgen las primeras gramáticas generales: la Gramática filosófica de la lengua española, de José de Jesús Muñoz Capilla (1831), los Principios de gramática general (1826) y los Elementos de gramática general (1835), de José Gómez Hermosilla y, en Latinoamérica, específicamente en México, Del pensamiento y su enunciación considerado en sí mismo (1852) de Clemente de Jesús Munguía; Apuntaciones sobre gramática general (1877) de José Zalce o la Gramática teórica y práctica de la lengua castellana, de Rafael Ángel de la Peña (1898). Sin dejar de lado al mismo Andrés Bello quien, en el prólogo de su Gramática, deja ver el conocimiento que tuvo de esta corriente de gramática general. Es esta Gramática, la de Bello, según Lara, la gramática más importante y con la mayor repercusión “incluso, hasta nuestros días” (p. 432), misma cosa el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana de Rufino José Cuervo (comenzado en París en 1872, su primer tomo se publicó en 1886).

Asimismo, valiosas son las reflexiones en torno al castellano, por ejemplo, en relación con su importancia transversal: “El castellano, además, no se gestaba como lengua exclusiva de los letrados y los eruditos, sino como lengua del pueblo, compartida con aquellos, ejercida desde el trono: una lengua popular, en el sentido más legítimo de la palabra” (p. 199), algo que se ejemplifica con algunos autores clave, como el marqués de Santillana (cap XII) con la reivindicación de la poesía popular en castellano y, al mismo tiempo, al componer en versos de arte mayor. Un ejemplo emblemático, en este caso, lo confirmamos con el Quijote (cap. XVI), símbolo internacional de la lengua española, afirma Lara. Así como la cientificidad en el discurso, con la producción de textos, sobre todo en el siglo XVIII, con la llegada del racionalismo (cap. XVII) y la presencia de los novatores, como Diego Mateo Zapata (medicina), Tomás Vicente Tosca (matemáticas y arquitectura), Juan Caramuel (matemáticas, lingüística, arquitectura), entre otros.

Así, como, finalmente, la consolidación de la estandarización: “producto de la formación de comunidades y espacios de comunicación, determinados por la consolidación de los estados nacionales mediante la educación pública universal, la formación de culturas nacionales, el poder de difusión de noticias, ideas y valores de la prensa, el cine, el [sic.] radio y la televisión, los aparatos jurídicos, las redes carreteras y de ferrocarril que comunican localidades, etc.” (p. 491). Pues Lara sigue celebrando el castellano y lo califica como la más temprana y adelantada lengua de cultura entre las modernas de Europa  a fines de la Edad Media, puesto que se usó, antes que otra lengua,  para nuevas tradiciones discursivas como la filosofía, la teología y el pensamiento orientado a la ciencia: “el latín se implantó en el resto de Europa como lengua de comunicación culta, a diferencia de lo que sucedía en España, en donde el conocimiento transmitido por el árabe y la fuerte presencia de la civilización musulmana contribuyeron a determinar su horizonte histórico de tal manera, que el castellano resultaba la solución más práctica para transmitir el conocimiento, reducido el latín al uso clerical y diplomático” (pp. 198-199).

9. Las tablas en la escritura de Lara.

En síntesis, constatamos, por lo demás, en el estilo escritural, a un autor que ya tiene familiaridad con el arte este de componer y redactar. Por ejemplo, se presenta un manejo escritural que le permite jugar con prolepsis y analepsis (vid. final capítulo V y cap. XVIII); asimismo, puede darse el gusto de escribir párrafos de 12 a 13 líneas sin puntos y seguido (cfr. p. 199). Encontramos, además, un acercamiento familiar al lector, por ejemplo, con exclamaciones, al explicar la fundación mítica de la identidad castellana (p. 110); la sorpresa con ciertos datos, para lograr un efectismo en el lector (p. 119). Así como comentarios amenos: “Las tradiciones discursivas de la prosa se ampliaron con la aparición de las novelas de caballería (que tanto daño hicieron a don Quijote de la Mancha)” (p. 217); “([…] parece que se les decía así a los habitantes de Cantabria, güeros y de ojos claros)” (p. 340); “[…] y se dirigió a Napoleón como árbitro para dirimir el litigio con su hijo. ¡A buen juez se encomendaron!” (p. 406); “Se convocó a una asamblea nacional –por supuesto, sin representantes hispanoamericanos– y se impuso la Constitución de Bayona” (p. 406). Así como dar manifiesta cuenta de sus gustos, sin tapujos: “Pese a lo retorcido que son estos versos, y a la dificultad de la lectura de la poesía de Góngora, he aquí estos bellísimos fragmentos” (p. 345); “Pues una cosa es la lengua de los grandes escritores, como Góngora, Quevedo o sor Juana, y otra la lengua de sus imitadores de mala calidad […] la mayoría de los que siguieron el estilo barroco produjeron verdaderos adefesios” (p. 362); “Destaca entre los autores de la época –y no por su calidad literaria, sino por la pobreza de sus ideas–Ignacio Luzán, quien publicó en 1737 su famosa Poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies” (p. 399). Hay mucho, además, de afán pedagógico, por ejemplo, cuando explica las tradiciones discursivas como el cantar de gesta, da cuenta de su continuidad y actualidad con el actual corrido mexicano. Destacamos, asimismo, ciertos cuidados y detenimientos en ciertas temáticas, como con las jarchas, detalladamente explicadas y ejemplificadas (pp. 108-109), lo mismo con las Glosas emilianenses (pp. 132-134), las explicaciones métricas, relacionadas con los cambios en las composiciones poéticas en el siglo XV (cap. XII) o las sucintas pero eficaces explicaciones de fonología y fonética en relación a lo expuesto por Villena (cap. XII). Se da, por lo demás, un tiempo considerable para explicar el contexto lingüístico de finales del siglo XIX y comienzos del XX para poder dar cuenta de los avances en la historia de la lengua y cómo, claro está, se empezaron a confeccionar estos manuales de historia de la lengua.

10. Por hacer.

A lo largo del texto el autor reclama una serie de aspectos que deben profundizarse; por ejemplo, el estudio del español del siglo XIX, cuyo estado de lengua no se ha investigado lo suficiente. O retomar los estudios dialectológicos, con una interesante demanda: “La dialectología y la geografía lingüística constituyen la base de todo estudio lingüístico, por cuanto llevan a cabo la taxonomía de los fenómenos lingüísticos que después sistematizará y teorizará la lingüística. Lamentablemente, en lingüística, como en muchas actividades humanas, hay modas, y ahora no están de moda los estudios dialectológicos y de geografía lingüística, a pesar de la necesidad que tenemos de ellos para formarnos una idea más real del estado de las lenguas y del español en particular” (p. 484). Asimismo, por la virtud de la multipolaridad, queda por hacer un estudio sociológico basado en datos como el tamaño de la población hispanohablante, el grado de alfabetismo y de educación de la población, su producción de libros, revistas y periódicos, radio y televisión y de las actitudes compartidas por las comunidades hacia sus propios dialectos y los de los demás países y, de esta forma, no imponer centros, sino irradiar la tradición culta de cada uno de estos (cfr. cap. XXII). Además, desde una perspectiva histórica, es necesario, reclama Lara, por los pocos datos que se tienen, hacer un estudio pormenorizado de cada una de las zonas hispanoamericanas. Sirva este defecto, dice el autor, para hacer historia de estas: “Hacen falta muchos estudios sobre la población de América entre los siglos XVI y XIX, así como sobre las características que fueron tomando las sociedades hispanoamericanas” (p. 271).

Como se ve, entonces, y como una patente característica al hacer historia e historiografía, quedan muchos aspectos por desarrollar, así como constatamos, después de leer esta Historia mínima, cómo se enriquecen ciertos puntos de vista por medio de nuevas formas de hacer historia.


Notas

1 Con un orden, diríamos, usual dentro de la bibliografía existente: I. Sustrato prerromano; II. La colonización latina; III. Caracterización del latín hispánico; IV. Las invasiones germánicas y la decadencia del Imperio; V. Al-Andalús; VI. El surgimiento de los reinos cristianos y la influencia franca; VII. Los primeros documentos romance; VIII. Primer reconocimiento del castellano; IX. Las primeras tradiciones discursivas del castellano; X. El castellano de Alfonso el Sabio; XI. El castellano al comienzo del Renacimiento; XII. El castellano de los reyes católicos; XIII. La época de Carlos V y la colonización de América; XIV. El español que llegó a América; XV. Sevilla frente a Madrid; XVI. Los siglos de oro; XVII. La reacción contra el barroco y el neoclasicismo; XVIII. La Real Academia Española y el Neoclásico; XIX. El siglo de las independencias; XX. Concepciones de la lengua en el siglo XIX; XXI. Las tradiciones discursivas del siglo XIX; XXII. El español contemporáneo: estudio y situación.
2 Con un apartado que comprende seis apéndices: 1. Aparato fonatorio; 2. Correspondencia letras-fonemas; 3. Glosario de términos especializados de lingüística; 4. Vocabulario; 5. Topónimos; 6. Nombres propios.
3 Una excepción sería el libro de divulgación  Los mil y un años de la lengua española, de  Antonio Alatorre (1979).

Escritura curativa

Personalmente estoy convencido de que el Estado ahorraría dinero en salud pública si reconociera el valor terapéutico de las artes, y en nuestro caso de la escritura terapéutica, promoviendo su investigación y uso tanto en psicoterapia como en medicina, trabajo social, terapia ocupacional, programas de inclusión social, etc., y en centros tan dispares como hospitales, colegios, penitenciarias y centro de acogida, entre otros.

Rodríguez, M. (2011), Manual de escritura curativa, Córdoba: Editorial Almuzara, p, 65.

Motivarse y prepararse para superar una oposición

Carmen Sánchez Silva, "·El truco para opositar con éxito", el País, 25-V-2017:

En septiembre comenzará el goteo de convocatorias de empleo público. Se prevé una competencia sin precedentes por eso hay que prepararse para poder superar las pruebas

Empieza la cuenta atrás. Sin prisa pero sin pausa porque las convocatorias de la macro-oferta de oposiciones que ha anunciado el Gobierno para este año comenzarán a abrirse dentro de poco. Según el Ministerio de Hacienda y Función Pública, el tiempo comenzará a correr a partir de septiembre, una vez se aprueben los Presupuestos de 2017, pues “el procedimiento tiene unos tiempos muy establecidos y es frecuente que la burocracia vaya con cierta demora”.

Para no perderse en la ingente tarea de preparar estos exámenes que tendrán una acogida probablemente sin precedentes (las solicitudes de información a las academias ya han aumentado un 25% sin que las convocatorias se hayan abierto, según la confederación que las agrupa, CECAP), los expertos lanzan una serie de consejos para que los aspirantes superen las pruebas.

Gloria Oliveros, directora de Empleo Público de Adams, resume las principales ofertas de empleo público aprobadas y pendientes de convocar en Madrid, Andalucía, Cataluña, Aragón, Valencia y Galicia: abundan las de auxiliar administrativo, administrativo, asistente social, gestor de empleo, médicos y enfermeros, Mossos d'Esquadra, bomberos, agentes rurales, gestores tributarios, funcionarios de prisiones, educadores sociales, psicólogos, juristas, criminólogos, policía local, auxiliares de enfermería, celadores, cuerpos procesales y de auxilio judicial, de gestión de la Administración del Estado, maestros...

El Centro de Estudios Financieros espera que salgan bastantes plazas para inspectores de hacienda y de trabajo. Para estar al tanto de las oposiciones que van convocándose, el Gobierno ha habilitado este buscador en Internet.

El primero, que se pongan manos a la obra ya, antes de que salgan las plazas, porque una oposición no se prepara en tres o cuatro meses, advierte María Jesús Pérez, consejera delegada de Adams. Y así se evita lo que esta directiva llama “compra por impulso”, que luego lleva a las deserciones (generalmente tres de cada 10 personas inscritas no acuden a los exámenes).

Y ponerse manos a la obra es dedicar tiempo a elegir bien la oposición a la que optar, aconseja Ángela de las Heras, directora del área en el Centro de Estudios Financieros (CEF). “Existe mucho desconocimiento. El candidato debe informarse sobre el abanico de posibilidades a su alcance y cuáles son las más idóneas para él. Hay muchos cuerpos de la Administración poco conocidos, como los interventores del Estado, los inspectores de seguros o del Banco de España”, indica.

Una cuestión muy a tener en cuenta en esta selección es que cuanto más fácil es la oposición, más gente se presenta. “Hay que tener la moral muy alta ante tanta competencia”, advierte De las Heras, que pone como ejemplo las pruebas de Justicia que se van a convocar: a las oposiciones de auxilio judicial pueden presentarse 70.000 instancias, a las de tramitación procesal 40.000, a las de gestión procesal 10.000 y a las de letrado 2.000. Las plazas que ofrecen oscilan entre casi 400 y 800.

Regularidad

También se debe tener presente cuál es la administración convocante y el tipo de pruebas que realiza. Si se trata de oposición abierta o concurso-oposición, que reserva plazas para los trabajadores interinos, explica el profesor de la Universidad de Alcalá de Henares Miguel Sánchez Morón, lo que resta posibilidades a los aspirantes sin relación laboral con la Administración. Y no sólo eso, es importante fijarse en la regularidad de las mismas, recomienda De las Heras, pues las posibilidades aumentan cuando se trata de oposiciones con periodicidad anual, que permiten acceder a los nuevos exámenes en caso de suspender los otros. "La regularidad del Estado no se encuentra en las administraciones locales", apoya Cristina Cid, jefa de estudios de la Academia Postal de Vigo.

Informarse para elegir bien y empezar a estudiar antes de que salgan las plazas, los dos primeros consejos

Desde su punto de vista, el secreto para vencer una oposición es el tiempo, la constancia y la buena organización. “El que aguanta acaba aprobando”, sostiene. Por eso es bueno marcarse unos plazos. Y estos son un tanto variables, en función del centro de formación al que se pregunte. Para las oposiciones que exigen menor titulación el tiempo de preparación debería estar entre nueve meses y año y medio y para las que requieren un grado universitario se necesitan entre dos y tres años (a excepción de las más duras: registros y notarías, abogados del Estado, jueces, inspectores de hacienda..., que precisan de periodos muy superiores).

Marta, opositora de 32 años, recomienda planificarse semana a semana, “has de tomártelo como si fuese un trabajo, dedicarle las mismas horas y hacer deporte para evadirte. También debes lidiar con la incertidumbre de no saber cuándo serán los exámenes y preocuparte de que el temario esté actualizado”. Isabel Buleo, de 30 años, se prepara para cuando se convoquen las oposiciones a profesor de Secundaria el año que viene porque ser maestra siempre ha sido su vocación, El consejo que da a sus colegas opositores es que mantengan la motivación y no hagan caso a rumores políticos o a las personas cercanas que sólo hablan de la dificultad de las pruebas por la enorme competencia.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Nueva biografía de Eugenio d'Ors

Juan Bonilla, "Eugenio d'Ors, de ángel a mineral", en El País, 24-V-2017:

No se trata de ser joven o viejo sino de convertirse en mineral o ángel, dijo al final de sus días el autor de 'Tres horas en el Museo del Prado'. Ahora una minuciosa biografía de Javier Varela sobre el escritor barcelonés, Premio Gaziel de Biografías y Memorias, examina con detalle y sin la menor complacencia la personalidad exacerbada del escritor
Como casi todas las buenas historias, la biografía de ese ser contradictorio y fascinante que fue Eugenio d'Ors -escrita por Javier Varela y ganadora del Premio Gaziel 2016 de Biografías y Memorias y titulada Eugenio d'Ors (1881-1954), publicada por RBA- cuenta una transformación. Al fin y al cabo eso es la Historia: transformación. Aunque en este caso parezca una transformación que se muerde la cola. La de Eugenio d'Ors aparentemente no puede ser más espectacular: pasó de ser un nacionalista catalán radical en su brillante juventud a un falangista imperial en su decadente vejez. Pero en realidad el cambio sólo estaba en la etiqueta: no tuvo que dar ningún volantazo para que se operara esa violenta transformación.D'Ors lo recubría todo de tal conceptismo barroco, y apelaba con tan buena prosa a las imposiciones de las circunstancias (no en vano era un escritor de diarios más que un filósofo, por mucho que Aranguren tratase de estudiar y definir La filosofía de Eugenio d'Ors), que se diría que todo podía mutar menos él: o sea, siguiéndolo se alcanza la eficaz convicción de que el nacionalismo catalán y el falangismo tampoco eran tan distintos, un mismo club con diferente equipación dependiendo de dónde jugara. Varela ha escrito un libro extraordinario que sigue muy de cerca a su personaje a través de las huellas que este fue dejando, que fueron miles dada su grafomanía incurable. Hacia 1903 pululaba por Barcelona un grupo de catalanistas imperiales que defendían que más que separarse de España, Cataluña debía aspirar a conquistarla -en los años 20 el poeta Foix escribiría un ensayo con esa misma médula: el futuro de la península, Lisboa incluida, pasaba por catalanizarse-. Entre esos intelectuales estaba el singular Francesc Pujols, más humorista que pensador si se considera oxímoron ser un pensador humorista. Fue el que declaró de modo memorable que "llegaría el día en que los catalanes podrían ir por el mundo entero con todo pagado". D'Ors, amigo de Pujols, no llegaba a tanto: se proponía una síntesis entre Cataluña (apolínea, armónica, ágil de colores y formas) e Iberia (dionisíaca, incivil, perezosa y trágica). Durante años, en su Glosari, representaba lo ibérico con trazo grueso: la sirvienta que vacía un orinal en plena calle, las ovejas que los campesinos hacen desfilar por una calle de Madrid, en contraste con la Cataluña fina, la Cataluña civil que él encarnaba. Ajeno a lo pompier -aunque terminó siendo más pompier que nadie- d'Ors, aún muy joven, se convirtió en la voz de Cataluña, un intelectual -más que un escritor- que proponía un sistema que afectaría a la ética y a la estética (y no es casual desde luego que sus páginas estéticas mantengan hoy un vigor que las otras, tan llenas de bizantinismos, han perdido). Muestra muy bien Valcárcel cuál fue el doble juego de d'Ors cuando su discurso empezó a desafiar al viejo catalanismo -mucho más humilde que el suyo, más aldeano, menos dado a la grandeza histórica, aunque a veces, como en el caso de Pujols, parezca que en esa grandeza no tiene más remedio que haber mucho del mero humorismo de quien no quiere darse cuenta de que las palabras queman-. En Cataluña se presentaba como víctima del centralismo y se refugiaba, a la manera de tanto político de hoy, en la seguridad de la sinécdoque: quien atacaba a d'Ors estaba atacando a Cataluña. Sin embargo fuera de allí, reprochaba al nacionalismo su cerrazón. Cuando escribía para periódicos catalanes, echaba pestes contra Castilla. Cuando escribía para periódicos de Madrid, todo eran loas a la Institución Libre de Enseñanza, a la poesía de Juan Ramón, y a las fiestas intelectuales del Museo Pedagógico de Cossío. No cabe discutirle a d'Ors su magnitud como crítico estético, alentador de un movimiento de transición entre el XIX y la nueva era como el Noucentisme: supo ver antes que nadie que el modernismo ya era viejo, que el simbolismo había gastado todas sus balas y propuso un arte nuevo que ampliara las fronteras de las disciplinas estéticas para adquirir verdadera relevancia social. Pero cuando el testigo lo recogieron los violentos vanguardistas, la posición de d'Ors -según consigna Juan Manuel Bonet en su Diccionario de las Vanguardias en España- fue ambivalente. Ambivalente es un buen adjetivo para definir a casi todo d'Ors: todo lo de los demás le causaba escepticismo y todo lo suyo entusiasmo -y no se olvide que entusiasmo, etimológicamente, significa "estar habitado por un Dios"-. No es raro, pues, que d'Ors usase y abusase de las metáforas angelicales para definir su propia filosofía -sin alcanzar a definirla nunca, convencido como estaba de que una definición es una derrota-. Pero apenas cabe duda de que, de su obra, lo que mejor ha resistido el paso del tiempo es precisamente el apunte de arte (no en vano sus libros más vivos son Tres horas en el Museo del Prado, Arte de entreguerras o Arte vivo). En la biografía de Varela seguimos los aconteceres de una vida expuesta desde bien temprano, una vida en primera línea, con conciencia, a veces muy inflada, de influencia en la realidad. De ahí que sus vaivenes fuesen tomados por el propio d'Ors como vaivenes de toda la época: su defenestración en la primera línea catalana era un hundimiento de Cataluña, su llegada a Madrid, en 1921, una prueba de que Iberia resucitaba de su sueño. D'Ors era un dandy, un seductor, "un bienqueda" con todo el que pudiera facilitarle un peldaño que escalar. "No he encontrado nunca mejor gestor de una obra propia", le definió Mircea Eliade, al que estuvo a punto de convencer de que Rumanía se merecía que apareciesen las Obras Completas de d'Ors traducidas al rumano. Sus cartas a Ortega dan un poco de vergüenza ajena, ofreciendo una pleitesía que en cuanto pudiera iba a volver epigrama. Una cosa es cierta: cuando d'Ors ejercía de epigramista, no tenía comparación. Acerca de Azorín dijo: "En cuanto a este, es una pianola. Y como el que se cansa tocándola es él...". Lo malo de un epigrama tan bueno es que leyendo el fecundísimo Glosario de d'Ors, la frase puede aplicársele al propio d'Ors. Es indiscutible su calidad de página, pero en cuanto se juntan un montón de páginas suyas, la calidad empieza a resultarnos tan cansina como una de esas conferencias en las que alguien enlaza tantas frases memorables que al final uno no se acuerda de ninguna.Su sueño imperialista le prestó la tentación de hacerse realidad con la llegada de la guerra. El golpe de Estado con que dio comienzo le pilló a d'Ors en París. No le cupo duda alguna de que su sitio estaba en Pamplona, donde contó con la camaradería del cura falangista Fermín Yzurdiaga y donde pronto empezaría a editarse el Arriba y la revista negra de falange Jerarquía, cuyo pomposo subtítulo era: Guía nacionalsindicalista del imperio, de la sabiduría, de los oficios. Varela describe así a Yzurdiaga: "Un orsiano, no sólo por su cordial adhesión a la doctrina imperial y romana, sino por su afición a la escenografía": La escenografía de aquellos días no podía alentar más a d'Ors, eran días de cruzada, de guerra de la fe contra la herejía, la guerra del azul angélico contra el rojo bárbaro del invierno moscovita. D'Ors fue recibido con todos los honores, y en seguida empezó a publicar de nuevo su Glosario. En palabras de Varela: "El Glosario comenzó a publicarse de nuevo con la mayor naturalidad el día 10 de agosto, exhibiendo una manera de impasibilidad, como si los incidentes de la historia española fueran cosa de poco, incapaces de salpicar las alturas en que se hallaba el glosador. Las palabras talismanes de d'Ors recobraban vigor: Tradición, Estilo, Clasicismo, Ángel. Por supuesto, el bando nacional lució a d'Ors en su equipo titular de intelectuales donde compartía alineación con Torrente Ballester, Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, Sánchez Mazas o Giménez Caballero. Es impagable el episodio en que Varela nos cuenta la jura como caballero falangista de d'Ors en la iglesia de San Agustín. El que fuera gran escenógrafo antaño no tenía el menor empacho en volverse ahora un bufón.De ser intelectual del bando nacional pasó, una vez terminada la guerra, a amenizar los salones del Madrid de la posguerra, filósofo de cámara de una nobleza de escasa cultura, en expresión de Varela. Un marqués le preguntó a d'Ors si podría resumir en cuatro palabras el existencialismo, y d'Ors por supuesto podía, soltaba uno de sus epigramas -sin importarle que ya lo hubiera soltado antes para definir la fenomenología- y todos contentos: "El existencialismo es un método para escribir sin amenidad y sin precisión lo que el poeta escribe con amenidad y sin precisión y el científico con precisión pero sin amenidad". Si le hubieran pedido a d'Ors las definiciones para los crucigramas del domingo, hubiéramos tenido los mejores crucigramas de la historia del periodismo.¿Qué papel hay que darle a d'Ors dentro de nuestra filosofía? Como se apuntó antes, Aranguren le dedicó su primer libro situando a d'Ors al nivel de Leibniz y Hegel. "Rara vez en la historia del pensar podrá encontrarse un núcleo de ideas, unitariamente organizadas, jerárquicamente independientes y tan coherentemente aplicadas", dice el joven Aranguren. Pero ¿cuál era ese sistema o en qué consistía ese núcleo de ideas que desplegaban un sistema que merecía el nombre de orsismo?, se pregunta el biógrafo de d'Ors. Y la respuesta es que eso no se respondía en el libro de Aranguren, porque no hay respuesta convincente. Una alineación de indicios que es a todas luces insuficiente: la "Doctrina de la inteligencia", que propugna la sustitución del principio de contradicción por el de participación, la "Ciencia de la Cultura", que busca constantes intemporales que construyen el eterno retorno, "La Doctrina de la Personalidad", donde destacaba la estupefaciente angeología de d'Ors. Pero el libro de Aranguren sirvió de acicate a d'Ors, le animó a esbozar un sistema filosófico que tituló El secreto de la filosofía. En realidad no era más que un corta y pega de escritos académicos que venían a demostrar que d'Ors brillaba en las glosas de una página porque en los textos de más de cinco páginas era insoportable.El final de d'Ors tiene mucho de operístico. Nunca le faltaron discípulos y admiradores. Como "hasta en la abyección hay que mantener las formas", se compró una ermita en Vilanova i la Geltrú. Todos los que lo visitaron dan fe de que mantuvo el ingenio y la gracia hasta el final, amenizando las conversaciones con erudiciones varias y anécdotas picantes. Si se dejaba ver en la inauguración de alguna exposición en Barcelona, iba siempre con gabanes ostentosos y bastones de puño de plata. Lucía un monóculo. Repetía alguna greguería afortunada: "El sereno es el único que más aplausos recibe cuanto peor ejerza su oficio". En 1951 se le echó encima la edad y ya no pudo resistir el ritmo de escritura diaria con que venía condecorando a la prensa. No se trata de ser joven o viejo -había escrito- sino de convertirse en mineral o ángel. Cuando murió, ninguno de sus discípulos asistió a su entierro. Pemán dijo: "fue la máxima cantidad de clasicismo y europeísmo que puede tolerar la mente carpetovetónica". Del otro lado, en el exilio mexicano, Moreno Villa, que lo había conocido en los años 20, escribió que era "un espectáculo de farsantería y ejemplaridad".

martes, 23 de mayo de 2017

Los perjuicios que causa la honradez en el periodismo si denuncia corrupción en los bancos

César G. Calero, "Santiago Pinetta, el héroe del periodismo que acabó de mendigo", en El Mundo, 22-V-2017:

En la estación Carlos Gardel del metro de Buenos Aires, con la frente marchita y la mente todavía luminosa, Santiago Pinetta, de 83 años, se acerca la mano a unos ojos afectados por cataratas para ver bien el billete que le acaba de dar un pasajero. Dos minutos después, una joven le ofrece un cafecito en un vaso de plástico. "La solidaridad de la gente es impresionante", comenta antes de relatar cómo cambió su vida tras la divulgación en 1994 de uno de los mayores escándalos de corrupción de Argentina: el caso IBM-Banco Nación. Una revelación que le costó cuatro atentados y una progresiva marginación profesional que le arrojó a la indigencia. Con una carrera periodística brillante en los principales medios de comunicación argentinos, a Pinetta le cambió la vida el descubrimiento de las irregularidades en la licitación realizada por el Banco Nación (la principal entidad financiera pública del país) para informatizar sus más de 500 sucursales. La multinacional IBM logró un jugoso contrato de 250 millones de dólares gracias, según la investigación de Pinetta, a las coimas (sobornos) millonarias que entregó a altos cargos del banco y a funcionarios del gobierno del peronista Carlos Menem. Pinetta fue avisado de los chanchullos en la concesión por una fuente interna del Banco Nación. Con todos los detalles a punto para armar su "noticia bomba", el reportero escribió un libro, La nación robada, que ninguna editorial quiso publicar. Tuvo que recaudar fondos entre sus amigos para que una imprenta modesta sacara a luz el libro. Ningún medio importante lo reseñó. Curiosamente, la mancha negra de la corrupción sólo obtuvo espacio en una revista llamada Humor. El periodista puso sus pruebas en manos de la Justicia y con el paso de los años varios funcionarios fueron procesados por fraude y condenados a penas reducidas. Ninguno de los implicados pisó nunca una cárcel. La Justicia recuperó sólo una pequeña parte de los 37 millones de dólares pagados en sobornos. Quien no levantaría cabeza nunca más fue el héroe de la historia."Los sicarios de IBM me hicieron cuatro atentados después de mis denuncias. Me dieron palizas, me atropelló un taxi y hasta me grabaron en el cuerpo las siglas IBM con un estilete", cuenta Pinetta a EL MUNDO en el pasillo de la estación Carlos Gardel, en el tanguero barrio del Abasto porteño.Hasta que se topó con el escándalo de IBM, Pinetta había vivido bien del periodismo. Viajó como enviado especial a medio mundo, publicó algunas exclusivas y escribió varios libros. Su suerte cambió en 1994 tras la publicación de La nación robada: "Los colegas no me daban trabajo; tuve que hipotecar un hermoso departamento para salir adelante. Luego sufrí un accidente cerebro vascular". Sin trabajo y a las puertas de la jubilación, Pinetta entró en un agujero negro del que todavía no ha logrado salir. Vive en un pequeño estudio en Buenos Aires que le alquila uno de sus nueve hijos vivos, y por las tardes se deja caer unas horas por el metro para extender la mano y llevarse unos pesos a casa. La exigua pensión de 6.000 pesos (unos 350 euros) no le alcanza para llegar a fin de mes. Sólo el gasto en medicamentos (padece una enfermedad coronaria, artrosis y cataratas) se lleva buena parte del presupuesto.

La Casa Rosada movió los hilos para despojarlo de los aportes a la Seguridad Social que había realizado durante años. Su futuro también estaba hipotecado.

Sus revelaciones no cayeron nada bien en los círculos de poder. La corrupción en el gobierno de Menem era moneda corriente. La Casa Rosada -denuncia Pinetta- movió los hilos para despojarlo de los aportes a la Seguridad Social que había realizado durante años. Su futuro también estaba hipotecado.

Hijo de un reconocido periodista y de una poetisa, Santiago Pinetta recibió de sus padres una educación exquisita. "La cultura que me dieron mis padres fue extraordinaria", comenta. Y se lanza a recitar extractos del Ricardo III de Shakespeare. "Hoy en día hemos perdido los valores de la educación y la cultura. Y sigue habiendo corrupción", se lamenta. A sus 83 años, Pinetta es consciente de que le queda poco tiempo para revertir su situación. Pese a los sinsabores que ha sufrido en las últimas dos décadas, asegura que no se arrepiente de haber revelado el escándalo de IBM-Banco Nación. "Gracias a mi investigación se salvó el banco más importante de Argentina. Yo sabía que cuando presentara el libro, aparecerían los sicarios de IBM. El propio fiscal encargado de la denuncia me dijo que no siguiera adelante, pero nunca me rendí. Con el tiempo, no me quedó más remedio que pedir la ayuda de la gente".

Hace unas semanas Pinetta fue "resucitado" públicamente al aparecer en un reportaje de televisión. Su caso volvió a ocupar algún espacio en los medios de comunicación. Tal vez por ello -cuenta el octogenario reportero- recibió hace unos días la llamada del actual presidente del Banco Nación, Javier González Fraga, nombrado recientemente por el gobierno conservador de Mauricio Macri: "Espero que me den alguna compensación para que pueda vivir con dignidad". A finales de marzo recibió un homenaje en el Congreso por parte de los periodistas parlamentarios. En el metro de Carlos Gardel no hay nadie que le aplauda o le entregue diplomas. Muchos transeúntes apenas se fijan en ese viejo enjuto que mendiga unos pesos. Una sombra con un pasado de novela: "Estuve en el bombardeo de la Plaza de Mayo en el 55, en Indochina, en Hiroshima y Nagasaki... Todo para llegar a este triste final. Pero todavía tengo esperanzas. Soy príncipe y mendigo".

Entrevista a Caballero Bonald

Entrevista a Caballero Bonald: “Tengo la cabeza que tenía hace un siglo”, 22 de mayo de 2017:

El premio Cervantes ofrece una impagable galería de retratos de personajes de la cultura española en 'Examen de ingenios'

Con Examen de ingenios (Seix Barral, 2017), J. M. Caballero Bonald despide con brillante estilo tardío ese ciclo memorialístico iniciado con Tiempo de guerras perdidas (1995) y continuado por La costumbre de vivir (2001). De sus recuerdos entresaca esta vez una selección “muy meditada y a la vez muy arbitraria” de un centenar de retratos de quienes ha ido tratando “mucho o poco, pero siempre algo” durante sus varias vidas: el niño de la guerra, el estudiante en Sevilla y Cádiz, el poeta jerezano recién llegado a Madrid, el conspicuo integrante de la generación del 50, el profesor en Bogotá y Estados Unidos, el disquero flamenco, el premio Cervantes en 2012 y la persona que, en definitiva, parece haber conocido a más gente de la cuenta y no va a empezar a callarse lo que piensa ahora que acaba de cumplir 90 años.

El recorrido, mezcla de crítica cultural, canon heterodoxo y galería de ilustres (y no tan ilustres), arroja, al mismo tiempo, un retrato de sí mismo y de un siglo de cultura en español a través de músicos, toreros, pintores, actrices o escritores “de cinco grupos generacionales, referidos por lo común a los años 98, 14, 27, 36 y 50, con los debidos excursos”.

La entrevista tuvo lugar en su casa, donde se echó a faltar su butaca de siempre, que anda estos días en el taller y quedó inmortalizada en la portada de un disco producido por él de Agujetas, cantaor retratado en Examen de ingenios. La conversación se completó después por correo electrónico.

PREGUNTA. ¿Es este canon un libro contra el canon?

RESPUESTA. En cierto modo, sí. No es que me lo planteara como norma, pero esa actitud se iba concretando a medida que escribía. La desobediencia al canon, la heterodoxia es muy saludable. La gran literatura es obra de grandes heterodoxos.

P. ¿Cuánto tiene de punto final a su obra?

R. No sé si es un punto final, pero a mi edad no puedo permitirme ya ningún proyecto a largo plazo. Ni siquiera a corto plazo. Otra cosa es que aparezca de pronto por ahí un poema.

P. Como ya hizo en sus memorias, aquí parece quedarse en torno al año 1975… ¿Por qué no adentrarse en la Transición y lo que vino después?

R. Es un asunto bastante complejo. Yo viví muy a fondo, política y humanamente, esos seis o siete años que siguieron a la muerte de Franco. Fue una etapa terrible. El apaño de la Transición, la ley de amnistía, la historia sin culpables y todo eso, el franquismo que resurge a cada paso. No deseo evocar esa experiencia. Adiós a todo eso.

P. Si en este libro ha dicho la verdad, habrá otros en los que ha mentido. ¿Cuánto de invención hay en el ejercicio de la memoria?

R. Verá. Todo eso de la mentira, en literatura, es una cuestión muy relativa. No es que se mienta, es que se inventa. La literatura es una invención y el escritor que no inventa se queda a medio camino, se atasca en la anécdota.

P. ¿Alguien se ha dado ya por aludido con su retrato en el libro?

R. Hasta ahora solo me ha llamado alguno de los que están de acuerdo con lo que digo de ellos. Los que se incomodan son más tardíos, supongo que algunos prefieren no darse por enterados, lo normal.

P. ¿Hay maldad en el libro?

“La literatura española está muy quieta, se mueve muy poco. El realismo lo contamina todo. Adiós muy buenas, a mí no me interesa nada”

R. Digamos que hay mordacidad. Y hay sobre todo mucha ironía que deriva hacia la sátira, hacia el sarcasmo, hacia una crítica a veces algo melancólica. No es que me lo plantee de antemano, es que el personaje va reclamando esos matices en el retrato. Cada texto tiene su dinámica.

P. ¿Cuál es el ingenio que sale peor parado de su examen?

R. Hay unos cuantos. Que yo recuerde, Baroja, Eugenio d’Ors, Leopoldo Panero, Josep Pla. Son algunos con los que no me llevo bien. Y eso se nota.

P. Queda la sensación de que los mejor considerados (Rulfo, Onetti, Paz) son también algunos de los que trató menos. ¿El roce con los autores (y sus manías) influye en la valoración de sus obras?

R. No, no lo creo… A Rulfo, a Onetti, a Octavio Paz, a Lezama los traté poco, es cierto, pero los valoré mucho. Vaya lo uno por lo otro.

P. ¿Por qué parece en España tan difícil de conjugar el deber de la crítica y el derecho a sentirse ofendido?

R. Ni idea. A lo mejor es que no hemos desaprendido todo lo que aprendimos mal.

P. ¿Es esta la clase de libro que uno solo escribe cuando tiene una edad? Dicho de otro modo…, ¿se habría atrevido hace 20 o 30 años?

R. Atreverme sí, o eso creo… Pero no recuerdo por dónde andaba yo hace 20 o 30 años, tampoco me veo metido en un trabajo así.

P. ¿Y lo habría hecho con más personajes de los seleccionados aún vivos? En otras palabras: ¿es más fácil ser sincero sobre un muerto?

R. Con los muertos nunca se sabe… Los muertos son muy sensibles a la crítica, por ellos mismos o por persona interpuesta. Hay quien se ha enfadado porque José Hierro, pongo por caso, o Gil de Biedma o Cabrera Infante no son santos de mi devoción.

P. Leyendo el libro, queda la impresión de que ha practicado con dedicación eso que llaman la vida cultural.

R. Con mis años me ha dado tiempo para todo, pero no recuerdo que me haya dedicado a la vida cultural, a lo que llaman vida cultural. Al principio me tentó algo todo eso, claro, pero se me pasó pronto la afición.

P. ¿Ha sido hombre de amistad fácil?

"Ando medio jodido. Menos la lepra y la fiebre amarilla, tengo de todo. Bueno, la cabeza me funciona muy bien, eso sí"

R. Me he tomado muy en serio la amistad, si se refiere a eso. He tenido buenos amigos, que no eran necesariamente escritores.

P. Tras ese “centón de retratos” del libro…, ¿qué retrato queda de usted?

R. Bueno, yo creo que el libro tiene mucho de memorias complementarias y yo ando un poco por ahí, enredado con los retratados. Digamos que yo retrato a unos personajes, pero que ellos a su vez me retratan a mí.

P. En cierto momento alaba el surrealismo como el más influyente movimiento estético del siglo…

R. Yo tengo familia surrealista y familia romántica, me llevo muy bien con las dos, que tampoco son tan distintas. El surrealismo, sobre todo como situación límite del simbolismo, es la gran conquista estética del siglo XX.

P. Sin embargo, los textos están escritos con un envidiable grado de exactitud; no sobra ni falta nada. ¿Se ha vuelto más perfeccionista con la edad?

R. No lo sé. Quizá sí. Detesto la escritura descuidada, la prosa abaratada, y eso se me ha acentuado con los años. Un libro carente de cuidado estilístico es un libro que yo me resisto a leer.

P. A juzgar por las listas de ventas, esa “comúnmente zafia novela realista española de los siglos XIX y XX” de la que aborrece en su retrato de Baroja goza de buena salud en el XXI. ¿Sigue viendo el mundo editorial lleno de escritores mediocres encumbrados, como dijo en cierta ocasión?

R. Bueno, la literatura española está muy quieta, se mueve muy poco. El realismo lo contamina todo. Las novelas realistas, figurativas, herederas del naturalismo decimonónico, son las que funcionan con éxito. Siempre digo que el sencillismo es la excusa de los poco dotados, pero resulta que eso es hoy de lo más meritorio… Pues muy bien, adiós muy buenas, a mí esa literatura no me interesa para nada.

P. ¿Ha llegado lo mejor de su producción en el último tramo de su vida?

R. Algo de eso hay, sí… Soy consciente de que con los años he ido perfeccionando el oficio. Lo que pasa es que sigo esperando ese buen poema que me permita no escribir más. Algo así de altisonante.

P. ¿Cómo le van cayendo los 90?

R. Regular, ando medio jodido. Menos la lepra y la fiebre amarilla, tengo de todo. Bueno, la cabeza me funciona muy bien, eso sí. Tengo la cabeza que tenía hace un siglo.

P. ¿Cómo definiría la vejez?

R. La vejez es sin paliativos una cabronada, una maldita sucesión de pérdidas.

P. ¿Y se entiende bien con el mundo, tan tecnológico, tan apresurado, en el que vivimos?

R. No, qué va, no me entiendo para nada. Todo eso de las páginas web y las redes sociales me trae sin cuidado. Tengo entendido que hay colegas que dicen comunicarse con el mundo por ese sistema. ¿De qué coño hablan y con quién?

lunes, 22 de mayo de 2017

La Virgen y Sloterdijk

Podemos y una serie de nacionalistas de distinta laya, aprovechando la Gran Recesión de 2008 provocada por una política amoral y un bancarismo sin freno, pugnan por encaminar al país hacia una nueva constitución o incluso una tercera república, o eso creen. Y Pedro Sánchez, primero que ve venir esto desde el PSOE y en darle algún crédito, no parece haber asumido sino muy de mala gana y muy lejanamente esa idea, pese a que tan borrosa visión se vaya dibujando cada día con más fuerza y más clara en el horizonte mientras se desvanece y difumina al mismo tiempo el pútrido bipartidismo postfranquista, periclitado ya, pero que no termina nunca de morir tras cuarenta años de transición hacia la nada... o hacia Europa (es lo mismo: ya solo somos una unidad de destino en lo europeo). 

Al menos esa esperanza de Constitución o de República era una posible solución (nadie ha formulado otra), no solo una ilusión. Porque este bipartidismo está formado por una serie de políticos amorales y mentirosos, discípulos de Maquiavelo, como los que tanto criticó Peter Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica: casi todo el PP (salva quizá Cristina Cifuentes) y un Susanismo social-demo-caciquil lleno de viejos momios y momias y jóvenes y jóvenas sin ideas. Junto a ellos figuran unos sindicatos políticodependientes ansiosos de prevenderse y prebendarse, una burguesía anciana, pensionista y profundamente mediocre y una masa de ninis malcriados en la inmundicia social del paro y del botellón y en un sistema educativo lleno de agujeros que se ha resignado ya solo a poner las etiquetas que les cambian cada año en vez de crear ciudadanos cultos, preparados, críticos y conscientes... y algo mejor que todo eso: honrados y laboriosos.

Todos estos españoles no poseen ya otra ideología que la del piojo y son incapaces de trabajar por su país, sino que se limitan a esperar que el país trabaje por ellos. Porque el país entero parece estar esperando algo, no se sabe qué, acaso una nueva aparición de la Virgen... Una nueva Constitución o una III República les parecería más difícil de entender, al menos con la Enciclopedia Álvarez de tercer grado que forma toda nuestra hipócrita, tenue y mentirosa cultura general.

Los ricos siguen empobreciendo a la clase media

Daniel Viaña, "Más ricos, más pobres y menos clase media", en El Mundo, 22 may. 2017:

La clase media es la que hace crecer económicamente a un país, la que permite que la población con menos recursos prospere y la que, a su vez, sirve para que las capas medias puedan acercarse a las más altas. Y es, precisamente, la que más ha sufrido la crisis económica en España, razón por la que la depresión ha sido tan marcada.La muestra más evidente de esta situación es un estudio que el año pasado publicó el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas junto a la Fundación BBVA, y que arrojó un dato demoledor: «Cerca de tres millones de personas se han desplazado de la zona central a la parte baja de la distribución de la renta y han pasado de verse como clases medias participantes del progreso a sentirse vulnerables a las consecuencias de situaciones difíciles». Esto quiere decir que desde el inicio de la crisis hasta 2013, que es el último año que analiza la investigación, tres millones de personas fueron expulsadas de la clase media. De forma paralela, el Instituto Nacional de Estadística (INE) constató hace unos meses que la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social en España -el llamado indicador Arope- rozaba el 28% en 2016. La cifra supone un descenso desde el pico del 29,2% que alcanzó en 2014, pero todavía está muy por encima del 23,8% de 2008, que es el primer año en el que se publicó. Además, la tasa evidencia que más de un cuarto de la población española está en una posición de vulnerabilidad. Esta grave situación también afecta de manera muy importante a la población infantil y, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un 23,4% de los más jovenes vive en la pobreza. El dato contrasta con la media del 13,3% del conjunto de la OCDE, y la lectura que realiza esta misma organización es que el origen se encuentra en el alto desempleo. Y, mientras tanto, el número de grandes patrimonios ha crecido de manera muy importante desde ese histórico 2008. En concreto, el último informe de riqueza elaborado por Capgemini y Royal Bank of Canada (RBC) Wealth Management evidencia que «el número de grandes patrimonios se ha incrementado más de un 50%» desde el inicio de la crisis hasta 2015. «El último dato apunta que el número de millonarios aumentó en 15.000 individuos, hasta cerrar 2015 con casi 193.000. Esta cifra representa un crecimiento del 8,4% con respecto a 2014 y es el mayor incremento registrado en Europa, seguido de Países Bajos (7,9%), Francia (5,9%) y Alemania (5,6%)», según explican ambas firmas en su informe, a lo que añaden: «Si se compara con respecto al año 2008, el número de millonarios en España aumentó más de un 50%, desde los 127.100 de hace ocho años». Pérdida de poder adquisitivoA esta fuerte polarización de la sociedad se le debe sumar otro factor de gran importancia: la pérdida de poder adquisitivo que ha sufrido la población. Esto quiere decir que, por ejemplo, una persona que antes de la crisis pertenecía a la clase media y que ahora lo sigue haciendo, hoy tiene un nivel de vida sensiblemente inferior al de 2005, 2006 o 2007. Así lo evidencian trabajos como el Monitor Anual Adecco sobre Salarios que se publicó la pasada semana, y en el que se ofrece la siguiente conclusión: «En el último lustro, se ha acumulado una caída en el poder adquisitivo de la remuneración media española de un 2,4%». Este dato, además, se ha visto suavizado por la baja inflación de los últimos años, pero el IPC ya ha comenzado a repuntar y amenaza con reducir aún más la capacidad de los salarios. Por ello, será complicado que el Gobierno siga pregonando la necesidad de mantener la moderación salarial -y, de hecho, ya lo ha comenzado a hacer en algunos foros-. Éste ha sido un aspecto fundamental para comenzar a salir de la crisis, ya que ha permitido que el país gane competitividad y que el sector exterior haya sustituido, al menos en parte, al consumo interno. Pero ahora cada vez más organismos, incluidos la citada OCDE o el Banco Central Europeo (BCE), recomiendan que los sueldos deben crecer. En caso contrario, y si el coste de la vida crece por encima de los salarios, lo que ocurrirá es que la población se empobrecerá más, que las diferencias entre los que más y los que menos tienen se agudizarán y que, en definitiva, las dificultades para mejorar los estándares de vida se verán incrementadas.

domingo, 21 de mayo de 2017

Javier Marías, La peligrosa parodia

Javier Marías, "La peligrosa parodia", en El País, 21-V-2017:

Miro la primera plana del diario y lo único que me reconforta es el aspecto satírico de cuanto acontece, que me impide tomármelo del todo en serio.

HACE YA tiempo que temo echarle el primer vistazo al periódico de la mañana. Uno va de sobresalto en sobresalto, de noticia en noticia alarmante cuando no espantosa. Ya sé que siempre ha sido así; que las noticias buenas no son noticia y que lo que la gente desea por encima de todo es indignarse y escandalizarse. Y este deseo no ha hecho sino ir en aumento desde la aparición de las redes sociales y la dictadura de la exageración en el periodismo. Pero basta retroceder unos meses para recordar que la situación del mundo no era tan delirante con Obama en la Presidencia, con el Reino Unido integrado en la Unión Europea, con Venezuela sin golpe total de Estado ni tantos muertos en las calles (los golpes de Chávez eran graduales), con Francia sin elecciones deprimentes, con Turquía sin absolutismo y represión feroz, con Egipto sin lo mismo.

Miro la primera plana del diario, ya digo, y lo único que me reconforta (me imagino que no soy el único) es el aspecto paródico de cuanto acontece, y que me impide tomármelo del todo en serio. Todo tiene un aire tan grotesco que cuesta creer que sea cierto y no una representación, una pantomima, una sátira. Veamos. Hay un país, Corea del Norte, que amenaza con lanzar bombas nucleares cada semana, y puede que tenga capacidad para ello. Pero las escasas imágenes que de allí nos llegan son dignas de una historieta de Tintín, con un sátrapa pueril y orondo que aplaude como un loco sus propios lanzamientos de misiles fallidos y obliga a desfilar a sus súbditos como a soldaditos de plomo. El objeto de sus amenazas es un Presidente de los Estados Unidos igualmente pueril e idiota, además de antipatiquísimo y nepotista, capaz de decir ante la prensa que ha lanzado un ataque contra Irak cuando lo ha lanzado contra Siria, de invitar a su homólogo de Filipinas, Duterte, que desde que fue elegido –elegido– ha ejecutado extrajudicialmente a unos siete mil compatriotas –siete mil– y se jacta de haberse cargado él en persona a tres de ellos. Este Duterte, por cierto, le ha contestado a Trump que ya verá, que anda ocupado (se entiende: asesinar a millares desgasta, y si no que se lo pregunten a los nazis y a los jemeres rojos). Trump también declara que se sentiría “muy honrado” de charlar con el sátrapa orondo, y nada ocurre. Erdogan, en Turquía, con el pretexto de un golpe contra él, tan fallido como dudoso, ha encarcelado o destituido a ciento cincuenta mil ciudadanos –ciento cincuenta mil–, de militares a periodistas y profesores. No sé, de haber habido tantos partidarios del golpe, éste no habría fracasado tan rápida y rotundamente.

Luego está Putin, admirado por la extrema derecha y por la extrema izquierda, un megalómano propenso a fotografiarse con el torso desnudo o derribando a un tigre con sus propias manos, estilo paródico de trazo grueso. Y así nos acercamos a Europa, donde casi el 40% de los franceses han votado a una señora a la vez bruta y trapacera, Marine Le Pen, que simpatiza con la Francia colaboracionista de los nazis (niega esa colaboración, luego el Gobierno de Vichy era intachable) y rechaza a los refugiados porque en seguida quieren robarle a uno la cartera y el papel pintado de las paredes (sic: hace falta estar sonado para creer que a alguien le interesa su papel pintado). A esa señora no la ven con muy malos ojos el candidato Mélenchon, admirador confeso de Hugo Chávez y Pablo Iglesias, ni la mitad de sus votantes. En Inglaterra gobierna una mujer desagradable, patriotera y cínica, que antes de la consulta del Brexit defendía la permanencia en la UE y ahora brama contra lo que le parecía de perlas hace menos de un año. Su Ministro de Exteriores es un histriónico clon de Trump con estudios, Boris Johnson. De Polonia y Hungría no hablemos, países en la senda de Turquía y Egipto, sólo que cristianos.

En cuanto a España, el ex-Presidente de Madrid –el ex-Presidente– saqueaba presuntamente empresas públicas, y su madrina Aguirre estaba in albis, como el jefe del Gobierno Rajoy, que nunca se cansa de soltar perogrulladas. En el PSOE parecen detestarse mucho más entre sí que a cualquier adversario político, y por último hay un partido que se proclama de izquierdas, Podemos, y que es lo más parecido a la Falange desde que feneció la Falange: sólo le falta sustituir el vetusto himno de Quilapayún en sus mítines por el más vetusto Cara al sol, y le saldrá el retrato. Y bueno, en Cataluña hay también una serie de personajes tintinescos que proclaman que sus sueños van a realizarse por las buenas o por las malas. Porque a ellos les hacen mucha ilusión y eso basta.

Sí, todo desprende tal aroma de sainete, de opereta bufa, de esperpento o de lo que quieran, que eso es lo único que a muchos nos salva de la desesperación cotidiana. El problema aparece cuando uno ve imágenes de las arengas de Hitler y de Mussolini. Porque ellos parecían aún más paródicos que los gobernantes actuales, y ya conocen la historia.

Entrevista a Félix de Azúa

Entrevista de Elena Hevia a "Félix de Azúa: "Todos sabemos que eso del futuro se acabó", El Periódico de Cataluña, 21-V-2017:

Queda avisado que en esta entrevista con el autor de 'Diario de un hombre humillado' no se hablará de política ni de resentimientos ni siquiera de nostalgias de cuando a Barcelona le quedaba aún un largo recorrido hacia el iceberg y la comparaba al Titanic

Hace seis años que el barcelonés Félix de Azúa se fue a Madrid, creó una familia cuando le tocaba ser abuelo y desde allí no ha hecho más que dar bocinazos contra sus tirios y troyanos particulares. Se le puede querer y puede molestar, mucho: especialmente porque la moderación no va con él a la hora de explicar Catalunya en la capital española. Donde no hay discusión posible es en su excelencia lectora, que acaba de servir en el libro 'Nuevas lecturas compulsivas' (Círculo de tiza) y que como su título indica es la continuación de un volumen que el autor publicó en 1998 en Anagrama. Y pueden haber pasado años, pero su pasión por la literatura sigue teniendo el mismo ímpetu y rigor. Los textos aparecieron en varios medios digitales y analógicos, EL PERIÓDICO incluido.

Usted publicó dos autobiografías un tanto sesgadas y especiales. ¿Este libro que da cuenta de sus lecturas podría ser complementario de aquellas?

Yo más bien lo veo como un libro de autoayuda. Leer bien es algo muy difícil, en contra de lo que se cree. La gente piensa que se trata de coger un libro y de que este te guste o no. Para leer bien hay que aprender, y es difícil porque hay muy pocos maestros. Yo los he tenido muy buenos.

¿Como quiénes?

Bueno, los máximos fueron Juan Benet, Rafael Sánchez Ferlosio, Agustín García Calvo y Juan García Hortelano. Yo no tenía ninguna pretensión, simplemente les decía: "¿Qué tengo que leer?". Si sugerías Teophile Gautier, el maestro decía: "Mejor Proust". El maestro te evita perder tiempo. Luego, cuando ya has aprendido, puedes perderlo y leer novelas policíacas estupendas. Se trata de saber ver qué es lo perdurable y admirable. Eso es aprender.

¿Constata que ahora hay menos maestros?

Sí, pero por una razón muy comprensible: ahora la presencia física se hace muy difícil. Antes estábamos todos mezclados. A los 20 años, gente como Molina Foix, Javier Marías, Fernando Savater o yo mismo íbamos a casa de esos maestros, 20 años mayores que nosotros y nos bebíamos su whisky. Ahora eso es imposible, los chavales utilizan maestros electrónicos que, de momento, se han revelado bastante incompetentes.

En Amazon es un algoritmo el que te recomienda las lecturas.

Pues yo me sigo quedando con aquella librería en la que el librero conocía bien tus gustos y te abría nuevos caminos. Las recomendaciones de internet me hacen reír. Si te ha gustado Proust te gustará Balzac. Por supuesto, pero qué descubrimiento es ese.

Lo que nunca te ofrecerá un programa informático es emoción. Aquí no ha tratado de ser académico.

He procurado condensar mi propio entusiasmo a ver si lo contagio un poco. Y claro, no es académico porque la universidad te enseña lo que un libro es pero jamás su significado profundo. Enseñar esa figura es la tarea de toda una vida.

Ahí están Henry James, George Orwell, T. S. Eliot, Montaigne. ¿Son una especie de canon? 

Le aviso que las listas son uno de los principales ganchos en internet. No pretendía hacer un canon. Hay libros que me gustan mucho y no me atrevo a hablar de ellos. Me dan miedo.

¿Cómo cuáles? 

La Biblia, por ejemplo. Es una lectura fundamental que los escritores anglosajones cultivan muchísimo y se les nota. Nosotros no la tenemos. Yo suelo leer la Biblia protestante española en la versión de Casiodoro de Reina. Es maravillosa. Castellano del siglo XVI. Es como si Cervantes la hubiera traducido.

Habla de inocular el virus de la lectura. Pero ¿cómo hacerlo cuando las nuevas generaciones solo parecen interesadas por la velocidad? ¿Cómo seducirlas? 

Me gustaría creer que dentro de cinco o 10 años las cosas habrán cambiado, porque los aparatos que ahora tenemos nos parecerán rudimentarios y toscos. Quizá las tabletas parezcan libros de verdad con un tacto similar y se podrán pasar páginas. Pero hoy por hoy la lectura es una lucha perdida aunque el libro sigue siendo indestructible.

Suele decirse que lectores, los buenos lectores, nunca han sido mayoría. 

Supongo que Paco Rico nos diría ahora cuánta gente leyó el 'Quijote' en su momento. Muy poca, seguro. Así que si ahora volvemos a las cifras del siglo XVII tampoco pasa nada. El otro día leí un artículo sobre la feria del libro que decía que los autores literarios que más venden alcanzan cifras de 80.000 o 100.000 ejemplares, pero que alguien llamado Leónidas Prepucio, o algo así, un bloguero y presunto poeta, vendió 125.000. Contra eso no se puede luchar, hay que dejarlo donde está y nosotros seguir como si nada en nuestro reducto de aficionados. Con la literatura eterna.

¿Eterna? 

Eterna quiere decir que uno se conmueve exactamente igual con la 'Antígona' de Sófocles que con la última película de George Clooney.

Eterna y nos prepara para la mortalidad

Claro, yo suelo decir que leer es ser partícipe del mundo de los muertos. Vivimos en un presente perpetuo. Esta actualidad no nos permite trasladarnos al pasado, solo muy rara vez, en series de televisión como 'Juego de tronos'.

Un pasado desvirtuado. 

Eso es. Tampoco hay futuro. Todos sabemos que el futuro se acabó.

"Estamos en un fin de era, como el paso del paleolítico al neolítico. Nos parece que somos muy modernos pero es al revés"

¿Es esa la característica de nuestra época?

Claro. Mis abuelos eran muy creyentes, como todo el mundo en aquella época. Los creyentes tenían como futuro nada menos que la eternidad, lo que supone una gran diferencia con este momento. En el presente tenemos lo que nos rodea, ese gran follón ruidoso con las elecciones en Francia o la última de Esperanza Aguirre. Y luego, están los muertos. Que están ahí quietos y no molestan a nadie. Y cuando uno lee a Sófocles, Shakespeare, Dickens o Proust lo que hace es llamar a la tumba: "Toc, toc". "¿Quién es?". "Un lector". "Ah, pase, pase".

Es una idea sobrecogedora. 

Tendría que dar esperanzas.

¿Y se podrán trasmitir al futuro?

Yo creo que sí. Tengo una niña de 5 años. No la obligo a leer en absoluto. Le encantan las tablets y la televisión. Pero si tú le lees un libro y le dices: "Entonces el mago saltó por encima del horizonte" y le explicas lo que es el horizonte, ella deja de ser un sujeto pasivo porque en la lectura se puede preguntar e intervenir.

La idea de que estamos en un fin de época está en el centro de nuestro discurso. ¿Deberíamos revisarlo? 

Pues yo voy más allá. Este no es un fin de época. Es un fin de era. Un cambio de era es una cosa brutal. Ha habido muy pocos

¿Me explica la diferencia? 

Un fin de época es el paso del románico al gótico, un cambio tremendo. Pero un cambio de era es más sustancial. El cambio de era más fundamental en el género humano es el paso del paleolítico al neolítico. El paso de las tribus cazadoras nómadas con dioses orgánicos como el río o el árbol al neolítico con sociedades agrarias establecidas que construyen ciudades e intentan cosas tan fundamentales como la paternidad, porque los hijos antes no eran de nadie. Otro cambio es el paso del paganismo al cristianismo.

¿Y ahora qué somos, hombres de las cavernas, o seres más evolucionados? 

Pues yo diría que lo primero. Estamos entrando en una era, la era digital, en la que somos primitivos. Nos parece que somos muy modernos pero es al revés. Esto es algo que le decía a mis alumnos cuando daba clases. Se enfadaban y abrían la boca cuando les decía que ahora la vida es peor que en la Edad Media.

Bueno, yo ahí también abro la boca. 

A ver, hoy hay cosas muy buenas, por supuesto. Como los analgésicos que eliminan el dolor. Pero la vida en las aldeas era más sosegada y mucho más sabia.

Para los campesinos trabajando de sol a sol quizá no

Sí, claro, pero con lo que se deben comparar es con los cinco millones de refugiados que en la actualidad malviven en los campos. Si miras a los miserables, mira a los de ahora. En la Edad Media podíamos levantar catedrales como Chartres financiadas por todos, por los pobres y los ricos, para reunirse allí.

¿No vale la Sagrada Familia?

Esa es otra historia (ríe). Nos la construyen los turistas, nosotros somos incapaces de construir nada colectivo.

La ciencia asevera que el único secreto del éxito es tener padres ricos

Pablo Pardo, "El sueño americano ha muerto: si naces pobre, seguirás pobre", en El País, 21 de mayo de 2017:

Numerosos estudios cuestionan la idea de que sólo con esfuerzo e inteligencia una persona puede llegar a donde quiera en EEUU

El sueño americano, pero al revés

El edificio, como de 10 plantas, está en la esquina de la calle 16 -la de la Casa Blanca- y la calle K -la calle que tradicionalmente ha sido la sede de los bufetes de abogados que hacen lobby en la capital estadounidense-. Está frente a uno de los dos hoteles Hilton de Washington, a 300 metros del Museo de National Geographic y del selecto University Club, ambos en la 16. En la K, como a otros 300 metros, está el Washington Post, y más cerca, uno de los bares de striptease más reputados de la capital estadounidense, Archibald's, "el club para caballeros más selecto de Washington DC", según dice su propia web. Archibald's está incrustado en la parte de atrás del St. Regis, un hotel en el que la habitación más barata para la noche de hoy, domingo, sale por 582 dólares (547 euros), impuestos y tasas incluidos.Los lugares más destacados, sin embargo, están en la 16. En dirección norte, a 400 metros, está el Jefferson, el hotel más caro de la capital estadounidense, que se autodescribe como "el segundo sitio más exclusivo de Washington". El primero está a 200 metros del edificio, pero en la dirección contraria, hacia el sur, en la esquina de la 16 con la Avenida de Pennsylvania. Es la Casa Blanca.Este edificio es más discreto. Sólo tiene una identificación: K&L Gates, LLP (las siglas en inglés de Sociedad de Responsabilidad Limitada, que es la fórmula legal a la que se acogen los bufetes de abogados, consultoras, y demás empresas que son partnerships). ¿Gates, como Bill, el fundador de Microsoft, el mayor filántropo y millonario del mundo? No, Gates como William, el padre de Bill.Porque Bill Gates es el hijo de William Gates, el cofundador de uno de los 10 mayores bufetes de abogados de Estados Unidos, una empresa que lleva, entre otras, la cuenta de las relaciones con el Gobierno de Microsoft. Su madre, Mary, era miembro del consejo de administración del banco de Montana First Interstate, y del patronato de United Way, una ONG que combate la pobreza. En el patronato, estaba también el presidente y consejero delegado de IBM, John Opel. El joven Gates recibió dos millones de dólares en acciones de su abuelo materno. Asistió a una escuela privada, Lakewood, cuya matrícula costaba tanto como la de Harvard, y allí se hizo amigo del otro cofundador de Microsoft, Paul Allen. Cuando Microsoft creó su primer sistema operativo de éxito, el MS-DOS, la primera empresa que lo adoptó para sus ordenadores personales fue IBM. El consejero delegado de IBM entonces era John Opel.El amigo de Gates, el financiero y (también) filántropo Warren Buffett, la segunda persona más rica del mundo, empezó su carrera como empresario repartiendo periódicos en su Omaha natal. Es cierto. Pero también lo es que su padre, Howard Buffett, era en aquella época el único congresista del estado de Nebraska, en el que está Omaha, en la Cámara de Representantes de EEUU. Ser hijo del único congresista del estado no está mal para lanzar una carrera como inversor.Todas estas anécdotas ponen en cuestión una idea: el sueño americano. O sea, la idea de que, sólo con esfuerzo e inteligencia, una persona puede llegar a donde quiera en la mayor potencia del mundo. Para EEUU, es casi una religión, una seña de identidad. Y lo cierto es que no faltan casos. Steve Jobs y Steve Wozniak, los fundadores de Apple, venían de familias de ingresos altos. Igual que Jeff Bezos, la tercera -o cuarta, según el día- persona más rica del mundo, fundador y dueño del 17% del gigante de las ventas online y de la nube Amazon.O sea, que no hay que irse al otro extremo. El sueño existe. Pero, ¿hasta dónde? ¿Es una realidad o una obra maestra del márketing? A fin de cuentas, en España no hablamos del sueño español, a pesar de que somos el único país donde un señor llamado Amancio Ortega, que dejó la escuela a los 14 años, nacido en Busdongo, en las montañas de León, casi en la raya con Asturias, y criado en Galicia, que sólo se parece a Silicon Valley en las curvas de las carreteras secundarias y a Harvard en lo verde que es la vegetación, puede convertirse en la tercera persona más rica del mundo.

"Cada día parece más claro que tener un padre rico es el secreto para el éxito"

Ahora, una cantidad creciente de estudios están poniendo de manifiesto que el sueño americano, si es que alguna vez existió, se está extinguiendo. Un equipo dirigido por Raj Chetty, de la Universidad de Stanford, ha publicado en la revista Science un monumental estudio estadístico que declara que la movilidad absoluta -o sea, el porcentaje de niños que van a tener unos ingresos superiores a los de sus padres -ha caído de aproximadamente el 90% en la década de los 40 al 50% hoy."El mayor declive es en la clase media", declara el estudio. Es un dato consistente con dos estudios del nobel de Economía Angus Deaton y su esposa, Anne Case, en 2015 y hace apenas dos meses, en los que revelan cómo la clase media blanca está sufriendo una oleada masiva de muertes por enfermedades asociadas a la pobreza -diabetes- y a la desintegración social -abuso de medicamentos con receta, suicidios y alcoholismo-, que se ha convertido en la mayor crisis de salud desde la II Guerra Mundial, y muy por encima de la epidemia de sida de los 80. Así que el análisis de Science es un paso más en una creciente cantidad de análisis que revelan que, si el sueño americano existió, ahora está muerto y enterrado. La gran diferencia entre este documento y otros es dónde ha puesto el foco. Los cinco investigadores que han escrito el informe se centran en la movilidad absoluta, o sea, en los ingresos. Hasta ahora, la mayor parte de los estudios miraban a la movilidad relativa.En ese caso, se divide a la sociedad en grupos --normalmente cinco o 10, para hacer más sencillo el cálculo-- en función del nivel de ingresos, y se estudia cuántas personas pueden pasar de un grupo a otro. Por poner un ejemplo, cuánta gente que nazca en el 10% más pobre puede pasar al segundo 10% más pobre. Según Thomas Hertz, de American University, un niño nacido en el decil (es decir, el 10%) más bajo tiene un 31% de posibilidades de permanecer ahí durante toda la vida. Si se amplía la banda al segundo decil inferior (o sea, el grupo formado por las personas que son entre el 80% y el 90% de la gente más pobre), la proporción es del 43%. Pobre eres, y en pobre te convertirás.Los resultados de esos análisis ya habían dejado claro que EEUU es una sociedad con muy poca movilidad social o, como lo planteó en 2002 el profesor de Harvard y experto en esa materia Alan Krueger, "cada día parece más claro que tener un padre rico es el secreto para el éxito".

Las organizaciones internacionales también habían alcanzado la misma opinión. En 2010, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) situaba a Reino Unido, Italia, y EEUU como los tres países en los que la riqueza de los padres tiene más influencia en la riqueza de los hijos. España era el quinto, tras Francia, y casi al mismo nivel de Alemania. La misma España que los españoles tendemos a despreciar como un país de hijos de papá es más meritocrática, según la OCDE, que EEUU. Y la misma Francia que los estadounidenses critican como un ejemplo de elitismo es más igualitaria que su propio país.Según Krueger, si una familia tiene unos ingresos del doble de la media, tardará cinco o seis generaciones (entre 100 y 120 años) en bajar a la media. En la década de los 80, la Teoría de la Transmisión Intergeneracional del Estatus Económico, del nobel Gary Becker, de la Escuela de Chicago, de orientación liberal, había reducido ese periodo a sólo dos generaciones.Ahora bien, ¿por qué sucede esto? ¿Es porque la economía crece menos y, por tanto, hay menos tarta que repartir? ¿O porque hay menos redistribución? El artículo de Chetty es concluyente: "La mayor parte del declive en movilidad absoluta se debe a una distribución más desigual del crecimiento económico en las décadas más recientes, más que al frenazo de la tasa de crecimiento del PIB". Dicho de forma menos complicada: la movilidad ha crecido porque hay menos redistribución.Esa conclusión es una crítica frontal a la política de Donald Trump y, en general, de toda la Economía de la Oferta, que sostiene que hay que eliminar regulaciones e impuestos, en especial a los contribuyentes con ingresos más altos, para que así el tren corra más deprisa y todos lleguemos más lejos. Es el trickle down economics, la economía del goteo, que prevé que la sociedad se beneficiará de la bajada de impuestos al capital, porque éste generará más trabajo y, también, más recaudación fiscal. La idea fue popularizada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, aunque el vicepresidente con el primero, George W. H. Bush, él mismo un multimillonario, la calificó de "economía de vudú". Pero lo cierto es que hoy en día son las rentas del trabajo las que están más gravadas, mientras que el capital disfruta, tanto desde el punto de vista normativo como en el terreno de las realidades del día a día, de una menor presión fiscal. Un ejemplo: el tipo fiscal de las grandes empresas de EEUU es del 35%, pero el real del 19,4%.

En EEUU hay jubilados que siguen abonando los créditos con los que pagaron la educación.

Pero eso es lo que afirma, también, la OCDE, para la que "la movilidad intergeneracional tiende a ser menor en sociedades con más desigualdad". Entre ellas, según esa organización que está formada por los países más ricos del mundo y algunos emergentes, España... y EEUU.Claro que hay una cosa clara: es más difícil saltar de un nivel de ingresos a otro cuando las distancias son más grandes. O sea, cuando la sociedad es desigual. Un estudio de Chetty publicado en marzo por la Reserva Federal, por ejemplo, revelaba que un estadounidense nacido en el quintil más bajo de la población (es decir, en el 20% más pobre) tenía apenas un 7,5% de posibilidades de llegar al quintil más alto (al 20% más rico). En Canadá, las oportunidades eran del 13,5%. Y en Dinamarca, del 11%. Esos países, no EEUU, parecen ser los nuevos adalides del sueño americano. Pero también es cierto que su desigualdad es mucho menor.Las diferencias entre venir de una familia rica y una pobre son abismales. En otro ensayo, publicado por la Oficina Nacional de Investigación Económica en 2014, Chetty expone una correlación prácticamente de uno a uno entre el nivel de ingresos y los embarazos adolescentes. La vinculación entre renta y asistencia a universidades de élite, sin embargo, sólo se da entre los verdaderamente ricos. Algo comprensible si se tiene en cuenta que la matrícula de un año en Harvard, Princeton, o Stanford supera los 50.000 dólares. Obtener la misma educación que Mitt Romney, el candidato republicano a la Casa Blanca en 2012, costaría hoy unos más de 600.000 euros; en el caso de Barack Obama, la cifra llega al medio millón. Aunque parte de los costes de la educación del ex presidente fueron costeados con becas, Obama no pagó la deuda que había contraído cuando era estudiante hasta 2004, el año en que entró en el Senado. De hecho, en EEUU hay jubilados que siguen pagando los créditos con los que se pagaron la educación. A eso hay que sumar, además, la principal causa de las quiebras personales de los estadounidenses: la sanidad. Todos esos factores lastran el sueño americano. Normalmente, cuando se plantea esta idea y, sobre todo, se cuelga en Twitter, se reciben todo tipo de educados comentarios en los que los lectores invitan al autor a trasladarse a Corea del Norte. Esa sofisticada actitud también tiene una explicación: el sueño americano existe... en la mente de los estadounidenses. Un estudio conjunto del centro de análisis centrista Brookings Institution y de la organización sin ánimo de lucro e independiente especializada en estudios de la opinión pública Pew Research Center, y llevado a cabo en 27 países, revela que los estadounidenses son los que más creen en la meritocracia. Así, un 69% de los ciudadanos de ese país está de acuerdo en que "las personas reciben lo que les corresponde por su inteligencia y habilidades", y solo el 19% cree que para progresar en la vida es "esencial" proceder de una familia de ingresos altos. El sueño americano es una creencia demasiado arraigada como para arrancarla con la realidad.

Hijos de ricos y más creativos

"Los niños de familias ricas tienen 10 veces más posibilidades de ser inventores que los de familias de ingresos medios-bajos", declara Chetty en su estudio para la Reserva Federal. De nuevo, es algo visible, al menos a nivel anecdótico. Ahí está Elon Musk, el empresario e inventor por excelencia del siglo XXI, nacido en Sudáfrica y criado en Canadá y EEUU. Su padre, Errol, tenía, entre otras cosas, una mina de esmeraldas en Zambia, y fue el primer sudafricano en volar sin escalas de su país a Australia en un avión: el suyo.

Musk es parte de la mafia de PayPal, el grupo de emprendedores que crearon esa empresa de medios de pago en 1998 y que, desde entonces, han marcado gran parte de la evolución del mundo de la tecnología. Otro es Peter Thiel, un destacado defensor de Donald Trump. Klaus Thiel, su padre, era un ingeniero alemán que fue mánager en las minas de diamantes de Namibia en los años 70 y 80, un trabajo muy bien pagado, porque entonces ese país estaba ocupado por la Sudáfrica del apartheid -que tenía serios problemas para atraer talento-, y los trabajadores de las minas eran, virtualmente, esclavos negros. En la mafia, sin embargo, no todos eran ricos. Max Levchin, por ejemplo, procede de una familia de clase media.

Larry Page, cofundador de Google, consejero delegado de su matriz, Alphabet, y su principal accionista (lo que le convierte en el noveno empresario más rico del mundo) es hijo de Carl Page, doctor en Computación, y, según la BBC "uno de los pioneros en el desarrollo de la informática y de la Inteligencia Artificial". Su madre, Gloria, también era programadora. Otra figura destacada de la Ciencia estadounidense es Arnold Spielberg, padre del director de cine Steven Spielberg.
La correlación -y, acaso, causalidad- entre riqueza y capacidad de invención es muy importante, porque uno de los problemas que afrontan las empresas en Estados Unidos -y que se está convirtiendo en un obstáculo para los planes de Donald Trump de revitalizar la industria del país- es la escasez de mano de obra cualificada. La meritocracia no funciona si los trabajadores no saben o no pueden llevar a cabo su trabajo, y hay inversores que han preferido irse a Canadá porque allí hay personal mejor formado. La consecuencia, a su vez, es más automatización, para reemplazar a esos trabajadores poco eficientes por robots.

Armas y razones

Cuando consigamos usar las razones como armas y no las armas como razones, habremos llegado al fin a ser un pueblo civilizado.