Breve antología del insulto
Publicado por Marcos Pereda
Lo sientes nacer en un espacio indeterminado de tu estómago. Lentamente. Al principio es poco menos que un borborigmo amorfo, el equivalente en sonido de las criaturas fungosas de Lovecraft. Poco a poco se va componiendo, de manera lánguida, deliciosa, puliendo las aristas. Dibuja el alcance, paladea el impacto. Asciende desde tus más profundas entrañas, toma aire en los pulmones, saca fuerzas de tu corazón, se encamina hacia tu boca. Subglotis, glotis, epiglotis, cuerdas vocales que cimbrean alegres el adecuado tono. Y llega hasta tus labios. Pam. Seco, sonoro, contundente. Miradas aterradas, pequeños gritos que se ahogan, gestos de incredulidad, a lo mejor cierta sonrisa condescendiente. Notas como si te hubieses quitado un peso de encima. Qué bien sienta.
El insulto en la historia
No manejo el dato, pero tengo pocas dudas de que las primeras palabras expresadas con claridad por la boca de algo que podemos denominar Homo sapiens serían un insulto. Posiblemente llamando feo a su interlocutor, o por el estilo. Y es que si de aguzar el ingenio y forzar las meninges se trata lo de la falta de respeto es campo insuperable…
Lo podemos constatar desde la antigüedad. La Epopeya de Gilgamesh, la narración épica más ancestral conocida, está trufada de insultos. Insultitos, podríamos decir, cosas como «hediondo» apareciendo aquí y allá para solaz de G. R. R. Martin, imagino (o de Cristina Macía, su traductora, vaya). Brota también, de forma paralela, la mímica para acompañar a estas palabras. Ya desde los textos homéricos se coloca la mano abierta con los dedos muy extendidos y separados entre sí, la palma dirigida directamente a quien se está injuriando. Esto se utiliza aún en Grecia, así que cuidado si están de vacaciones y pretenden pedir cinco copas en un pub, porque pueden salir a hostias…
Como les digo, imprecaciones sin mayor maldad, más allá de desear que te pudras en los infiernos y toda tu parentela perezca. Pero sin calidad rítmica, sin magia. Para eso debemos esperar a los romanos, que eran unos tipos mucho más pragmáticos, y con un estilo decadente casi desde el principio que vuelve loco al amante de lo corrompido. Una civilización que deja plasmado, en los famosos restos de Pompeya, el relieve de un pene rodeado por la leyenda HIC HABITAT FELICITAS («aquí se encuentra la felicidad»). Ya ven, los poetas de los urinarios públicos tienen sus propios clásicos. Pues bien, estos romanos sí que nos legaron ciertas creaciones interesantes en el muy noble arte del insulto. Cosas como planissimus (el que se pasa de plano, de llano… el tonto, vamos), verbero (quien merece azotes como castigo, no como placer) o el muy sonoro furcifer, que designa al ladrón (prueben a repetirlo….furcifer…furcifer…se le llena a uno la boca). Además serán los romanos quienes entreguen al mundo un insulto aun hoy muy utilizado, aunque desprovisto de su contexto: pathicus. O cabrón, vaya.
¿Echan de menos los muy eufónicos insultos ibéricos? Pues no deberían porque los hay, y conocidísimos. Tenemos idiotas censados desde el siglo XIII (el insulto, no las personas, que aparecen ya en el principio de los tiempos), tenemos imbéciles desde 1524, zoquetes desde 1655 (aunque dado su origen árabe es probable que el término u otro similar se usase durante toda la Edad Media), tarugos desde 1386, y pendejos desde la época de los Trastámara. Por cierto que con este último ha ocurrido algo desafortunadamente habitual cuando del noble arte del insulto hablamos: se ha perdido su significado original. Porque un pendejo es un pelo que brota del pubis. No me negarán que es una bella forma de faltar al respeto.
Pero hay más, algunos con su explicación y todo. El primer gilipollas de la historia de España, por ejemplo, dicen que fue un ministro de Hacienda, inaugurando a juicio de algunos glosadores una larga relación entre el cargo y la consideración. Esto, quede claro, no lo afirma el autor del texto, ¿eh?, no se me vengan arriba.
Resulta que don Baltasar Gil Imón de la Mota tenía un cierto complejo por sus orígenes humildes. Extraño, quizá, porque pese a eso nuestro Gil había logrado ganarse, entre el siglo XVI y el XVII, la confianza de dos reyes (Felipe III y Felipe IV) y otros tantos validos (el duque de Lerma y el conde-duque de Olivares), ascendiendo en la alta sociedad madrileña hasta puestos tan importantes como los de contador mayor de cuentas o gobernador del Consejo de Hacienda. Pero, ay, no tenía un titulazo de esos de poner en la tarjeta de visita y dejar a todo el mundo boquiabierto. Así que, hombre emprendedor, decidió que iba a emparentar con las altas dignidades vía prole. Dos hijas nada menos, Fabiana y Feliciana (otras fuentes dicen que tres), a quienes buscaba casar con alguien de buen copete, por lo que no perdía oportunidad, fiesta o sarao para exhibirlas como si de preciado trofeo se tratasen. Sucede que, al parecer, las muchachas no eran demasiado agraciadas pero, sobre todo, resultaban algo estólidas, por lo que la insistencia de don Baltasar resultaba ya comidilla y chanza entre los pisaverdes (los pijitos…otro insulto a recuperar) de la Corte. Hasta tal punto que cuando se veía aparecer a padre y herederas por la puerta de los bailes todos cuchicheaban. Por ahí vienen don Gil y sus pollas (una forma despectiva de referirse a las muchachas jóvenes en la época), decían. O, abreviando, por ahí llegan los Gil-y-pollas. Ya ven. De ahí al infinito, que se non è vero è ben trovatto.
Ni siquiera los eclesiásticos se libran de ese gustirrinín que deja en el cuerpo un insulto bien lanzado. Lo que no es de extrañar, ojo, que ya la Biblia recoge todo un reguero de imprecaciones dichas con acierto, y hasta el mismo Jesús, nos cuentan los evangelistas, tenía a veces en los labios un «hipócrita», «serpiente» o «malvado» presto a brotar…
Mi intercambio dialéctico preferido en este campo data del siglo VIII, y tiene como protagonistas a Elipando, un arzobispo de Toledo, y a Beato de Liébana, el monje autor de los «Comentarios al Apocalipsis» que luego serán profusamente copiados, e iluminados, durante toda la Edad Media (de hecho esos tomos serán conocidos como Beatos). Todo muy El nombre de la rosa, para entendernos. Pues bien, estos dos tipos tenían una polémica bastante gorda en torno al año 785 (invierno arriba o abajo) sobre una herejía que se llama adopcionismo y que, básicamente, permitía a Elipando vivir cojonudamente en el Toledo musulmán mientras otros cristianos, entre ellos Beato, chupaban frío y humedad en las tierras del norte. Se hacen una idea. El caso es que el amable intercambio epistolar que se dedicaron los sujetos contiene algunas de las mejores muestras de hostias dialécticas que jamás fueran creadas. Elipando dice de Beato que era un milenarista (al parecer esto era cierto, y Beato convenció a la alta sociedad lebaniega para que esperasen el fin del mundo en un monte durante una especie de fiesta rave que acabó con todos satisfaciendo sus apetitos) y Beato le contesta, cuidado, que Elipando es el cojón del Anticristo. Ojo, el Cojón del Anticristo. Detengámonos en el término y analicémoslo. Luego pensemos dónde se sitúa el tal cojón y las cosas que podrá ver durante toda la eternidad. Escalofriante. Elipando, ni corto ni perezoso, dice de Beato que tiene la boca hedionda y es fetidísimo (lo que en la Edad Media parece poca ofensa, la verdad) y después le llama antifrasto, que es un insulto muy elegante y distinguido, demostrando gran inteligencia y una puntería aguda al dirigirlo a quien lleva por nombre Beato (la antífrasis consiste en afirmar lo contrario de lo que se quiere decir, con lo que nuestro Elipando viene a señalar la ironía de que alguien llamado Beato sea un pecador de la pradera). Todo un arsenal, como ven los lectores, de dialéctica postpatrística y mala leche.
Escribiendo faltas de respeto
Si lo del insulto es género literario de por sí, y a estas alturas nos va quedando bien claro, es menester pensar que quienes mejor lo manejen sean los propios escritores, ¿verdad? Y de entre todos podemos destacar a los gigantes del Siglo de Oro español, no en vano reúnen dos grandes facultades que los hacen gigantescos creadores de ofensas: su maravilloso dominio del lenguaje y su gran condición de hijos de puta resentidos, envidiosos y crueles.
Seguramente el más conocido en estos menesteres sea Quevedo, en quien convivían admirablemente todas las características antes señaladas. A Góngora le llamaba desde bujarrón hasta marrano (por tener sangre sucia, no por cerdo…aunque ya entrados en materia al bueno de don Francisco no creo que le importase el equívoco), además de lo de la nariz (también por lo hebraico) y otras pequeñas minucias más mundanas, como comprar la casa donde vivía para luego desahuciarlo, cual si de un banco cualquiera se tratase. Pero no era el único. El mismo cordobés no dudaba en responderle, tachándolo de ignorante, borracho o cojo (acertaba dos de tres). También solicitó, en una ocasión, las traducciones que hacía Quevedo del griego para leerlas con su ojo ciego (el que es poeta es poeta)… es decir, para limpiarse el culo con ellas (con perdón del copista, aclaramos). También reparte a Lope, de quien dice que es un necio, un zote, un tagarote (el escribano de un notario… coincidirán conmigo en que llamar notario a un poeta es el insulto más grave de todos los recogidos aquí). El Fénix trufa sus comedias con perlitas de todo tipo, desde babieca hasta sandio, pasando por zamacuco, tuturuto, sansirolé, mamacallos (razonen el significado específico de este), tolondro, cipote (ejem) o estólido, que es uno de los que más utilizo en mi vida diaria. Ah, también se mete con alguien llamándole zurdo, para que vean cómo cambia la historia. Y de Cervantes qué decir… leer El Quijote es encontrarse con toda una retahíla de desprecios y repulsas. Claro que, como dice Sancho Panza, «no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle». Un poco lo que hacen hoy algunos, que pasan del «usted» al «qué tal, cabronazo» con (insultante) facilidad.
Luego los grandes escritores tienen ese je ne sais quoi que les hace responder raudos con un insulto certero en momentos de máxima tensión. Porque esa, y no otra, es la mayor muestra de genialidad que se puede exponer. Como aquella vez que Emilia Pardo Bazán se cruzó con Benito Pérez Galdós en una escalera (ambos traían detrás toda una historia que acabó mal, porque menudos dos torrentes, amigos) y le espetó, muy digna, «viejo chocho», a lo que don Benito respondió, con toda su tranquilidad y su cara de billete de mil pesetas, lo mismo pero cambiando el orden de los términos.
Claro que el campeón invicto de los insultos fue un belga catolicote y aburrido que firmaba como Hergé. Vale, en las páginas de los veintitrés álbumes protagonizados por el sosainas de Tintín no hay sexo, no hay muerte (y cuando la hay aparece representada con diablillos naíf), no hay demasiada sangre. Pero insultos…vaya, en eso Hergé mostró tener una enorme inventiva, y una mala uva que se agradece un montón. Ambrosía para los paladares más exigentes, sí, cuando Archibaldo Haddock saca a relucir su muy extenso lenguaje, seguramente aprendido en tabernas (igual hasta en burdeles) de barrios portuarios por medio mundo. Un total de doscientos sesenta y cinco insultos hay censados en las quince aventuras donde aparece Haddock, lo que nos da una maravillosa media de casi dieciocho por libro. Extensa lista que destaca, además, por su originalidad: desde anacoluto hasta grotesco polichinela, pasando por Atila de guardarropía, logaritmo, mujik, Mussolini de carnaval, coloquíntido, zapoteca de truenos y rayos o, mi preferido, bachi-buzuk de los Cárpatos. Ojo, muchos de ellos definen realidades poco o nada ofensivas (un bachi-buzuk, por ejemplo, es un mercenario otomano) con lo que podemos inferir otra de las características principales del insulto: su intención. No importa qué llames al otro, sino hacerlo con el tono correcto.
El Hergé español, al menos en cuanto a los insultos, es sin duda (en pie todos, por favor, y aplaudan con fuerza) Francisco Ibáñez. Sus creaciones están salpicadas de ofensas bien dichas, destacando las descacharrantes últimas viñetas que (casi) siempre muestran a sus personajes persiguiéndose en una orgía de violencia física y verbal que hoy sería sin duda censurada por traumática para los niños. Berzotas, merluzo, alcornoque, botarate, mentecato…a uno se le llena la boca de miel solo con decir esas palabras. Lo mejor, háganme caso, es repasar la obra de este artista genial para disfrutar con la luminosidad de sus insultos.
Delicias endémicas
Si hay algo que une a toda la humanidad, por encima de credos, procedencia o ideologías, es su tendencia natural por insultar a sus semejantes. Lo cual no quita, evidentemente, para que cada cultura tenga sus propias formas de cagarse en los muertos ajenos, muchas veces en base a criterios de carácter geográfico, evolutivo o, simplemente, en atención al capricho del momento.
Existen una serie de bases que pueden resultar intercambiables en todo el mundo. Las palabras, por ejemplo, que se refieren al pene (cazzo), a la vagina (figa) o a la vida pública de la progenitora (figlio di puttana), todos en italiano. También, claro, las maldiciones familiares (el serbio «me cago en todos los de la primera fila de tu funeral» me parece especialmente acertado) o las que te invitan amablemente a irte a ciertos lugares o realizar ciertas actividades (en francés te dicen va te faire mettre y claro, como suena tan bien, te cuesta hasta ofenderte).
Pero después hay toda una caterva de particularidades idiomáticas e incluso regionales que merece la pena destacar. Algunas, de tan repetidas, hasta parecen haber perdido su significado original, como las inglesas asshole o motherfucker, con cuya traducción literal quizá deberíamos solazarnos cada vez que las escuchamos en una serie. Los daneses, ese país con unicornios y contratos únicos, tienen una expresión bastante gráfica que es kors i røven, y que significa literalmente «(que te metan) una cruz por el culo». Ya ven, tanto Kierkegaard para esto. En el educadísimo idioma japonés nos pueden decir kuttabare y nos tenemos que joder, o llamarnos manuke y a lo mejor no lo entendemos, por tontos. Y los habitualmente chiflados rusos también extienden esa extravagante visión del universo a sus imprecaciones, con cosas tan llamativas como yob tvoyu mat (que puede significar, dependiendo del contexto, desde el literal «he besado a tu madre» hasta «vete fuera de mi vista»…ya me dirán la relación) o júy (que lo mismo sirve para hablar del pene que para designar a un imbécil).
Con el otro lado del Atlántico compartimos el uso del castellano y la mala baba para insultar. Ya hablamos, oh sí, de los pendejos, pero también están los boludos, los perros, los huevones, la chingada, el verraco o el chimpapo. Incluso tenemos gozosas expresiones compuestas, hallazgos felicísimos de nuestro maravilloso idioma que, una vez más, usamos sin tener en cuenta su significado literal. Así, que te manden a la «concha de tu madre» o a comer un «pingo» resulta toda una experiencia. Hay que aplaudir desde aquí el esfuerzo que la conocida serie Narcos ha hecho para dar a conocer por todo el mundo alguna delicatesen verbal como «hijueputa» (hay que decirlo más), «gonorrea» o «sapo». Gracias, mil veces gracias, han enriquecido ustedes profundamente mis cenas de amigos.
También tenemos, por último, diferentes formas de entender las faltas de respeto dependiendo de los lugares de estas dos Españas, una te helará el corazón, donde te estén mandando a esparragar. Así, por ejemplo, si aquí en Cantabria le dicen que es usted un palajustrán sepa que lo llaman liante, que sí, que tiene mala idea, algo parecido a un talingón, o a un venigoso; y si lo tildan de mondregote le están haciendo saber que se lo tiene usted muy creído, pedazo de imbécil. Ah, las mujeres tienen sus insultos propios, claro, por lo de la paridad, y así las rámilas son hembras de mucho genio, las lumias son aquellas (sobre todo niñas) algo sabihondillas y repelentes, y bardaliega será la que gusta de pasar mucho tiempo detrás de los bardales o las zarzas, preferentemente en posición horizontal y acompañada…
En Galicia llamarán parvo al poco espabilado, y será babayu cuando pase a Asturias, babarrión en Cantabria o kaiku al llegar a Euskadi. Al mismo tipo le llamarán ababol en Aragón, faba en Catalunya, borinot en Valencia o penco en Andalucía. Si logra arribar, quién sabe cómo, hasta los pueblos de la montaña palentina se referirán a él como aberado, Por el camino le habrán escupido un bolo en Toledo, un fato en Valladolid y un zurumbático si se cruzó con Pérez-Reverte a la salida de la Real Academia de la Lengua. Al final toda una vuelta a España de lo más entretenida y didáctica. Aunque igual ni se ha dado cuenta, el muy estafermo.
Ya ven, mis queridos gaznápiros, que esta es materia extensa y de mucho solaz, por lo que nos apena especialmente tener que dejarla aquí, recién expuestos los grandes principios de nuestras tesis y apenas avanzada la investigación sobre el terreno. Eso sí, la certeza de haber contribuido a un enriquecimiento de su vocabulario más irrespetuoso es recompensa suficiente para nuestro esfuerzo.
Sean originales en sus reuniones familiares y de amigos. Insulten con creatividad.
jueves, 22 de febrero de 2018
martes, 20 de febrero de 2018
La dictadura de los SMS
CLAUDIO MAGRIS
En menos de tres días se acumularon en mi teléfono móvil (de primera generación) 418 mensajes. O mensajitos con emoticonos, según el léxico lujurioso y vicioso que adorna con flores y dibujitos las jaulas de acero de la tecnología, los celulares, SMS y huellas dactilares en pantallas y teclados.No sé qué dicen esos 418 mensajes, porque no soy capaz de leerlos y, por lo tanto, de contestarlos. Y no se trata de una estúpida pose antitecnológica, siempre falsa y patética, no sólo porque sería desconocer con altanería la ayuda que la tecnología presta a la vida -basta pensar en la medicina y en la cirugía-, sino también porque se cree que la tecnología es sólo la reciente, la que planea sobre nuestra vida ya adulta, y se identifica su naturaleza con la técnica que ya existía cuando nacimos.La radio, por ejemplo, me parece más natural que la televisión, porque, cuando nací, sus sonidos estaban ya en el aire, como los demás ruidos de la realidad, mientras que la televisión entró en mi casa cuando terminaba el instituto. No hay, pues, por mi parte, psicosis o coquetería antitecnológica alguna. Simplemente, sufro discapacidad digital, que es un hándicap, pero no una culpa, e invoco respeto por esta habilidad diferente digital mía, como se dice hablando políticamente correcto, al igual que pido comprensión porque ya no soy capaz de hacer bellas excursiones a la montaña de una tacada.Sin embargo, como diría Musil, en todo caso hay una excepción. Y, si hubiese sido capaz, habría leído esos 418 mensajes y habría contestado a alguno, como hago con las cartas; contesto al menos una quincena al día. Calculando 2,30 minutos para leer cada mensaje y responderlo, las probables contrarespuestas y mis réplicas, habría necesitado cerca de 16 horas.Dos días de trabajo y, probablemente, otros tantos en los tres días sucesivos y, así, sucesivamente. ¿Dónde queda el tiempo para el trabajo con el cual -al margen los jubilados, millonarios, encarcelados, enfermos o parados- nos ganamos la vida? ¿Dónde queda el tiempo para leer, pasear, reunirse con los amigos y hacer el amor? En las mesas de los restaurantes y de los cafés se ven personas que no hablan entre sí, sino con sus invisibles interlocutores, y no sólo un instante, sino durante casi todo el tiempo que discurre entre el primer plato y el postre. ¿Cuándo comenzarán a hablar entre ellos los dos -o los cuatro o cinco- comensales?Hace años, Umberto Eco hizo, con su envidiable precisión, el cálculo de cuánto tiempo al día le quedaba para la lectura y la investigación, descontando de las horas dedicadas al sueño, a la ducha, a las clases, a la comida y a la cena, a las llamadas telefónicas, a las entrevistas, a los emails, etcétera. Creo recordar que le quedaban entre 12 y 18 minutos.Ciertamente, Eco era el centro de una red de comunicaciones especialmente poblada, pero hoy el número de personas expuestas a ritmos análogos es alto. Son, somos, los excluidos de la vida. Somos los nuevos siervos de la gleba, obreros en una cadena de montaje, forzados con grilletes, privados continua e incesantemente de nuestra propia vida.Un trabajo forzado que recluta no sólo, como en el pasado, a la plebe hambrienta que no puede decir que no, si quiere al menos sobrevivir, sino también a la clase media y a la alta, que podrían vivir humanamente, pero que también ellas son excluidas de su existencia, de los colores y las luces de las estaciones, porque las llamadas -y no sólo las telefónicas- de todo tipo son también para ellas órdenes y obligaciones.Con la exactitud de una ecuación se puede, pues, calcular matemáticamente incluso el progresivo deterioro de toda conciencia que vaya a su encuentro o que ya haya llegado a él, porque, independientemente de la auténtica naturaleza del tiempo sobre la que discuten físicos y matemáticos, en la vida cotidiana una hora empleada en una actividad significa una hora no utilizada para otra. Dieciséis horas al teléfono o ante el ordenador para responder emails son 16 horas sustraídas a todo lo demás, incluida la adquisición de nuevos conocimientos.Para combatir una pérdida total de los conocimientos de todo tipo se formará o se está ya formando otra clase social férrea, rica (y más que rica) e intelectual, que se reservará el tiempo. Si, como en el pasado, el señor no trabajaba la tierra de cuyos productos se nutría y traspasaba el tiempo y la fatiga del trabajo al siervo, dedicando el tiempo libre a su disposición a sus propios intereses, así también el nuevo señor confiará al siervo, para poder vivir, la centuplicada fatiga y el centuplicado trabajo de las comunicaciones. Los nuevos siervos de la gleba ya no destriparán más terrones, sino que responderán a sonidos, campanas, tintineos, vibraciones, pulsaciones y temblores.Obviamente, esto es algo que ya está pasando. No es el administrador delegado ni siquiera el jefe de oficina el que escribe y lee los innumerables emails, al igual que no es el director general, hombre o mujer, el que echa su ropa usada a la cesta para lavar. Ya casi ha desaparecido la neta distancia entre la esfera personal y laboral y la representativa y vagamente social. El aumento exponencial de las relaciones y, sobre todo, de las comunicaciones personales y privadas o casi personales y privadas, y la diferencia o imposibilidad de distinguir netamente entre ellas, obligará a confiar al siervo incluso la gestión de la vida personal del patrón, que, así, podrá leer a Leopardi, estudiar mecánica cuántica o chino, escuchar a Bach o pasear como los perros callejeros por las calles de París en la película Mi tío, de Tati.Será y es algo difícil para la mayoría de nosotros -siervos que creen formar parte e la casta dominante y patronos que no se dan cuenta de que están siendo forzados a nuevos trabajos serviles- saber de qué parte estamos, si pertenecemos a los dominadores o a los dominados.Un nuevo capítulo de la inmortal dialéctica esclavo-amo de Hegel. Y también, en este caso, el esclavo, gestionando la pesada realidad de la vida y sus cambios tecnológicos y humanos, se convertirá en el auténtico piloto y amo, en el señor, como el siervo que, obligado por el marido a sustituirlo en las fatigas del tálamo conyugal, se convierte en el auténtico y real marido. Difícil decir quién de los dos lo pasará peor.Claudio Magris es escritor.
En menos de tres días se acumularon en mi teléfono móvil (de primera generación) 418 mensajes. O mensajitos con emoticonos, según el léxico lujurioso y vicioso que adorna con flores y dibujitos las jaulas de acero de la tecnología, los celulares, SMS y huellas dactilares en pantallas y teclados.No sé qué dicen esos 418 mensajes, porque no soy capaz de leerlos y, por lo tanto, de contestarlos. Y no se trata de una estúpida pose antitecnológica, siempre falsa y patética, no sólo porque sería desconocer con altanería la ayuda que la tecnología presta a la vida -basta pensar en la medicina y en la cirugía-, sino también porque se cree que la tecnología es sólo la reciente, la que planea sobre nuestra vida ya adulta, y se identifica su naturaleza con la técnica que ya existía cuando nacimos.La radio, por ejemplo, me parece más natural que la televisión, porque, cuando nací, sus sonidos estaban ya en el aire, como los demás ruidos de la realidad, mientras que la televisión entró en mi casa cuando terminaba el instituto. No hay, pues, por mi parte, psicosis o coquetería antitecnológica alguna. Simplemente, sufro discapacidad digital, que es un hándicap, pero no una culpa, e invoco respeto por esta habilidad diferente digital mía, como se dice hablando políticamente correcto, al igual que pido comprensión porque ya no soy capaz de hacer bellas excursiones a la montaña de una tacada.Sin embargo, como diría Musil, en todo caso hay una excepción. Y, si hubiese sido capaz, habría leído esos 418 mensajes y habría contestado a alguno, como hago con las cartas; contesto al menos una quincena al día. Calculando 2,30 minutos para leer cada mensaje y responderlo, las probables contrarespuestas y mis réplicas, habría necesitado cerca de 16 horas.Dos días de trabajo y, probablemente, otros tantos en los tres días sucesivos y, así, sucesivamente. ¿Dónde queda el tiempo para el trabajo con el cual -al margen los jubilados, millonarios, encarcelados, enfermos o parados- nos ganamos la vida? ¿Dónde queda el tiempo para leer, pasear, reunirse con los amigos y hacer el amor? En las mesas de los restaurantes y de los cafés se ven personas que no hablan entre sí, sino con sus invisibles interlocutores, y no sólo un instante, sino durante casi todo el tiempo que discurre entre el primer plato y el postre. ¿Cuándo comenzarán a hablar entre ellos los dos -o los cuatro o cinco- comensales?Hace años, Umberto Eco hizo, con su envidiable precisión, el cálculo de cuánto tiempo al día le quedaba para la lectura y la investigación, descontando de las horas dedicadas al sueño, a la ducha, a las clases, a la comida y a la cena, a las llamadas telefónicas, a las entrevistas, a los emails, etcétera. Creo recordar que le quedaban entre 12 y 18 minutos.Ciertamente, Eco era el centro de una red de comunicaciones especialmente poblada, pero hoy el número de personas expuestas a ritmos análogos es alto. Son, somos, los excluidos de la vida. Somos los nuevos siervos de la gleba, obreros en una cadena de montaje, forzados con grilletes, privados continua e incesantemente de nuestra propia vida.Un trabajo forzado que recluta no sólo, como en el pasado, a la plebe hambrienta que no puede decir que no, si quiere al menos sobrevivir, sino también a la clase media y a la alta, que podrían vivir humanamente, pero que también ellas son excluidas de su existencia, de los colores y las luces de las estaciones, porque las llamadas -y no sólo las telefónicas- de todo tipo son también para ellas órdenes y obligaciones.Con la exactitud de una ecuación se puede, pues, calcular matemáticamente incluso el progresivo deterioro de toda conciencia que vaya a su encuentro o que ya haya llegado a él, porque, independientemente de la auténtica naturaleza del tiempo sobre la que discuten físicos y matemáticos, en la vida cotidiana una hora empleada en una actividad significa una hora no utilizada para otra. Dieciséis horas al teléfono o ante el ordenador para responder emails son 16 horas sustraídas a todo lo demás, incluida la adquisición de nuevos conocimientos.Para combatir una pérdida total de los conocimientos de todo tipo se formará o se está ya formando otra clase social férrea, rica (y más que rica) e intelectual, que se reservará el tiempo. Si, como en el pasado, el señor no trabajaba la tierra de cuyos productos se nutría y traspasaba el tiempo y la fatiga del trabajo al siervo, dedicando el tiempo libre a su disposición a sus propios intereses, así también el nuevo señor confiará al siervo, para poder vivir, la centuplicada fatiga y el centuplicado trabajo de las comunicaciones. Los nuevos siervos de la gleba ya no destriparán más terrones, sino que responderán a sonidos, campanas, tintineos, vibraciones, pulsaciones y temblores.Obviamente, esto es algo que ya está pasando. No es el administrador delegado ni siquiera el jefe de oficina el que escribe y lee los innumerables emails, al igual que no es el director general, hombre o mujer, el que echa su ropa usada a la cesta para lavar. Ya casi ha desaparecido la neta distancia entre la esfera personal y laboral y la representativa y vagamente social. El aumento exponencial de las relaciones y, sobre todo, de las comunicaciones personales y privadas o casi personales y privadas, y la diferencia o imposibilidad de distinguir netamente entre ellas, obligará a confiar al siervo incluso la gestión de la vida personal del patrón, que, así, podrá leer a Leopardi, estudiar mecánica cuántica o chino, escuchar a Bach o pasear como los perros callejeros por las calles de París en la película Mi tío, de Tati.Será y es algo difícil para la mayoría de nosotros -siervos que creen formar parte e la casta dominante y patronos que no se dan cuenta de que están siendo forzados a nuevos trabajos serviles- saber de qué parte estamos, si pertenecemos a los dominadores o a los dominados.Un nuevo capítulo de la inmortal dialéctica esclavo-amo de Hegel. Y también, en este caso, el esclavo, gestionando la pesada realidad de la vida y sus cambios tecnológicos y humanos, se convertirá en el auténtico piloto y amo, en el señor, como el siervo que, obligado por el marido a sustituirlo en las fatigas del tálamo conyugal, se convierte en el auténtico y real marido. Difícil decir quién de los dos lo pasará peor.Claudio Magris es escritor.
Una frase de Camus sobre España que explica muchas cosas
Albert Camus dijo por la radio: “Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa.”
jueves, 15 de febrero de 2018
Entrevista con Carlos García Gual
Carlos García Gual: “Los alumnos pasan mucho tiempo con el móvil. No saben nada”
José Andrés Rojo 12 FEB 2018 - 10:17 CET
Ocupa el sillón J de la Real Academia Española. Escritor, catedrático y traductor, convirtió la literatura y el mundo clásico en sus pasiones. Pero el título que le atribuyen sin discusión quienes lo conocen y lo han leído es el de sabio. Pasó su infancia en el Mediterráneo, sumergido en la biblioteca de su abuelo militar. Fue un niño miope al que le gustaba poco el deporte, una rareza en su familia. Asegura que la lectura es la manera de escapar de “la prisión del presente”.
Tiene algo de exótico un catedrático (emérito) de Filología Griega en un mundo que le ha vuelto la espalda a los saberes clásicos. Por eso mismo, dice Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) hace falta “ir a las barricadas”, para seguir peleando por que a las humanidades les quede al menos un rincón. Escritor, crítico, ha recibido dos veces el Premio Nacional por algunas de sus muchas traducciones. Dirige la colección Biblioteca Clásica Gredos. Por dar noticia de la variedad de sus intereses, basta con citar algunos de sus libros: Epicuro, La secta del perro, Diccionario de mitos, Las primeras novelas, Sirenas: seducciones y metamorfosis o el último, La muerte de los héroes. Hace poco fue elegido para ocupar el sillón J de la Real Academia Española. De dónde viene, cómo fue su historia, qué España le tocó vivir: de eso tratamos en su casa de Madrid para averiguar cómo terminó convirtiéndose en un hombre sabio, un título que le otorgan sin la menor discusión cuantos lo conocen y lo han leído.
¿Qué me dice de sus primeros años?
Nací en Palma en casa de mi abuelo. Entonces se nacía en las casas. Soy el primero de seis hermanos, mi padre era militar de baja graduación. De niño iba con mi abuelo a la catedral a misa mayor (no era muy religioso, pero le gustaba la ceremonia). Al salir me encontraba con la bahía, hay un mirador estupendo, y luego estaba recorrer de un lado a otro el paseo del Born. Hasta los siete años.
Empieza ya entonces a leer.
Mi abuelo tenía una biblioteca bastante grande y muy bien ordenada, a diferencia de la mía. La suya debía de tener 4.000 o 5.000 ejemplares y se pasó la vida ocupándose de ella. Era un hombre muy disciplinado, se levantaba a las ocho de la mañana y se acostaba a las doce de la noche después de escuchar Radio París. Siempre hacía lo mismo. Poseía unas libretas donde tenía catalogados todos sus libros. Tuve también un tío que escribía en los periódicos. Mi abuelo no. Se sabía poesías de memoria. Le gustaban mucho Amado Nervo, Rubén Darío y, un poco menos, Unamuno. Tenía toda la obra de Blasco Ibáñez, al que yo nunca leí por prejuicios.
“Gente como mi abuelo, con una gran cultura literaria, que estaba al día de lo que pasaba, que anotaba sus libros, ha ido desapareciendo”
¿A qué se dedicaba su abuelo?
Era coronel de carabineros retirado. Se retiró en 1935. Los carabineros no se sumaron al alzamiento, y tal vez, de haber estado en activo, lo hubieran fusilado. El castigo que Franco les impuso fue el de mantenerles la paga de 1936, así que en los años sesenta seguía cobrando lo mismo que al empezar la guerra: mil pesetas. Tenía algún amigo general que había muerto en la mayor de las pobrezas. Ese tipo de gente, como mi abuelo, ha ido desapareciendo. Gente que poseía una gran cultura literaria, que estaba al día de lo que pasaba. Sus libros estaban anotados. Mis favoritos de su biblioteca fueron Conan Doyle y Julio Verne, en unas viejas ediciones con grabados. Yo era un niño bastante miope, con gafas. Muy poco deportista. Fui una rara avis dentro de la familia.
¿Por qué se va de Palma?
Cuando tenía ocho años, mi padre pidió el traslado a Rosas, en Girona, a una batería de montaña. Donde ahora está elBulli hubo una batería de montaña, que yo recuerdo con unos cañones tremendos. Y allí estuvimos más o menos cinco años. A mi padre le gustaba cazar y pescar. Lo había hecho en el norte de Mallorca y luego lo hizo en Rosas. A mí me gustan esos paisajes, el del Ampurdán y el de Mallorca, se parecen un poco a las islas griegas. Mi niñez y mi adolescencia están ligadas al Mediterráneo. Luego me vine a Madrid a hacer la carrera. Vine solo.
Fue hijo de militar en una dictadura gobernada por militares.
Mi padre no era nada militar, se pasaba la vida en el café. Antes de la guerra se había alistado como voluntario y lo destinaron a África. Así que vino desde allí con las tropas de los moros. Y estuvo en todas partes: en Brunete, en Belchite, en el Ebro. Pero era muy joven, no sé si llegó a sargento. Si se quedó en el Ejército fue porque aquella catástrofe lo dejó desconcertado. Su familia era de derechas y un hermano suyo murió en la guerra, pero terminó siendo totalmente antifranquista. Tuvo que luchar cuando debería haber estado estudiando y luego ya no pudo hacerlo. Venía de esa zona de Castilla donde estaban muy implantadas las JONS y tenía muchas ilusiones, según contaba mi madre, de que vendría un mundo mejor. Así que vivió siempre desilusionado. Hablamos poco. Me he quedado con algo pendiente. Es lo que decía Fernán Gómez sobre su padre, que nunca le pudo decir cuánto lo quería. Era una persona como bondadosa. Nunca hablaba de la guerra. Y nosotros no le preguntábamos. Tenía muchos méritos acumulados, así que eso terminó conduciéndole también a Madrid, al Ministerio del Ejército, uno o dos años después de que llegara yo.
¿De qué parte de Palencia venía?
Su padre era de San Cebrián de Campos, un sitio muy bonito cerca de Carrión, en la Castilla más antigua, en la comarca del Pisuerga. Era veterinario y, al revés del abuelo de Palma, muy desordenado. Tenía una especie de herrería en una cuadra donde también había caballos. En el patio crecía un gran moral, donde nos subíamos de pequeños y nos manchábamos enteros. Mi amor por Castilla viene de ahí. Viajábamos en tren, generalmente en vagón de tercera; éramos entonces los cuatro hermanos pequeños y mis padres. Íbamos en barco de Mallorca a Barcelona, donde mi padre, para hacer tiempo, nos llevaba a un cine de las Ramblas donde ponían películas cómicas en sesión continua: Charlot, Jaimito, etcétera. Y al zoo. De Barcelona solo conocíamos el cine y el zoo. Y luego íbamos a la estación de Francia y cogíamos un tren que tardaba veintitantas horas; hasta Valladolid primero y después a Palencia.
¿Y su madre?
Fue la que nos crio a todos. Era una mujer muy alegre, siempre rodeada de niños. No hizo nada más que cuidar de la casa. Pienso que fue feliz a medias. No le gustaba la cocina, no le gustaba coser, hubiera preferido una vida más alegre. Se vio hipotecada por los seis hijos. Llegó a vivir muchos años, unos noventa, y en los últimos le salió un poco la amargura de haber gastado toda su vida en la familia. Tenía un fondo frívolo, le hubiera gustado que se ocuparan más de ella. Era muy tradicional.
¿Cómo terminó dedicándose al griego?
Tuve siempre vocación de letras, por el ambiente familiar. Si decidí dedicarme al griego fue porque, en Filosofía y Letras, los profesores de lenguas clásicas eran muy buenos. Francisco Rodríguez Adrados o Luis Gil, que todavía viven. De hecho, la presentación en la Academia fue promovida por Adrados: tenía miedo de que se quedaran sin helenistas.
¿Cómo era el Madrid de aquellos años?
Me gustó mucho. Fui del mismo curso que Manuel Gutiérrez Aragón, Carlos Piera, Jesús Muñárriz, Lourdes Ortiz... Era una universidad muy politizada, aunque no todo el mundo lo estuviera. Algunos de mis amigos pertenecían al partido comunista. Participe en la manifestación de 1965. Me detuvieron, pero durante poco tiempo. Más adelante conocí a García Calvo y a Tovar. Entonces se leía mucho, fuera de los textos obligatorios. Era la época del existencialismo, de Sartre y Camus, a quienes se los conocía bien. Los más finos leían a Guillén o a Aleixandre. Era un mundo donde no había televisión, donde no había pantallas, y el cine español tenía cosas interesantes, no solo las comedias de Landa. Tuvo mucho éxito en aquella época la novela Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos. Todo eso ha ido desapareciendo. Ahora los alumnos leen muy poco. Fuera de lo que es obligatorio, no saben nada. Pasan mucho tiempo dedicados al móvil y no les queda casi nada para leer.
“La gente que no lee vive en la prisión del presente. La vulgaridad siempre tiene a su favor la facilidad. Es muy fácil ser vulgar, ser como todos”
Eso le debe parecer un horror, ¿no?
Soy sobre todo lector y todo lo que he escrito tiene que ver más con mis lecturas y menos con mis experiencias personales. Para mí, leer es entrar en un mundo de horizontes casi diría que infinitos. Y donde hay figuras dramáticas y situaciones y épocas que son mucho más interesantes que mi propio contexto. Quien no lee está limitado a sus circunstancias más próximas: los vecinos, la tele, los juegos. Para mí, la lectura es como un campo de correrías. Siempre he leído y he escrito lo que me ha gustado. Seguramente por eso soy mal ejemplo para filólogos. Decía Martín de Riquer en una entrevista, aunque no es del todo exacto: “Yo no he trabajado nunca. Todo lo he hecho por placer”. Yo creo que no es incompatible lo uno con lo otro, pero a mí me pasa lo mismo: todo lo he hecho por placer. Cuando llegue al más allá no haré reclamaciones.
¿Cómo le fue en términos académicos? Comencé siendo un lingüista estructural. Me gustaba mucho la sintaxis y el estructuralismo estaba de moda. Era una disciplina puntera e hice mi tesis sobre las voces del verbo griego, un trabajo bastante difícil, y el libro que salió de ahí me sigue pareciendo estupendo. Se publicó en 1970. Me apasiona el griego y he traducido mucho. Pero, sí, he derivado hacia la literatura. Me gusta la épica, me gustan las aventuras. Luego también me he metido en los mitos artúricos. Mi atracción ha pasado de los clásicos al mundo de la mitología. He trabajado bastante en la literatura comparada, las literaturas medievales inglesa, francesa, alemana. No he tratado la literatura más cercana, sino la que está más distante. Al terminar, fui catedrático un año en Granada y seis en Barcelona, pero siempre hemos tenido la unión con Madrid, porque mi mujer era de Madrid.
¿Y qué pasó con el griego?
Sigo acudiendo mucho a los griegos. La Iliada, la Odisea, las grandes obras trágicas me atraen mucho; también Platón. Me han gustado asimismo textos un poco raros, que ni siquiera estaban en español. Yo traduje, por ejemplo, El viaje de los argonautas, de Apolonio de Rodas. Y también la vida de Alejandro, de Pseudo Calístenes. Es un griego, seguramente egipcio que escribía en griego, y se ocupa del mito de Alejandro 400 años después de su muerte. Ahí ya están algunas de sus grandes aventuras: un viaje en globo a las alturas, un viaje en una bola de cristal al fondo del mar, el encuentro con los árboles parlantes. En España todo eso está en el Libro de Alexandre, del primer tercio del siglo XIII.
Aventuras y aventuras.
Me atraen las aventuras míticas, que tienen su lado fabuloso. Por eso en la última versión de mi libro sobre los mitos he metido a uno que hasta ahora no me atrevía: Tarzán. Es un héroe moderno, pero no es galáctico. No puedes compararlo con Superman, y me parece mucho más interesante aunque políticamente incorrecto. Es el niño blanco, de buena familia inglesa, que recupera en medio de la selva y los monos todo el mundo victoriano.
Y la política, ¿no le ha atraído nunca?
Me he mantenido siempre bastante apartado. De ideas soy de izquierdas, me gusta el marxismo teórico, pero creo que la práctica lo ha desprestigiado mucho. Nunca he pertenecido a ningún grupo político, aunque he sentido cierta simpatía por el socialismo de la época de Felipe González. Y soy un admirador de la Transición: aunque tiene sus limitaciones, fue un gran avance. Vengo de la época franquista y nunca he podido aceptar el mundo de la censura. Hice un viaje a Cuba para estar dos semanas como comisario de libros. No pude aguantar más que una. Era un mundo donde no había periódicos y donde la gente que acudía a las conversaciones venía con ideas previas, con sus papelitos para censurar.
También se ha ocupado del pensamiento.
Sí, la filosofía ha sido muy importante para mí. He escrito prólogos para libros de Platón, Aristóteles, para otros grandes. Pero también, y fundamentalmente, he abierto la línea sobre Epicuro y los cínicos. Mis libros fueron anteriores a cuando se pusieron de moda. Todo el mundo habla ya de Epicuro, pero mi libro fue de los años ochenta. Y luego están los cínicos, a los que se llamaba la “secta del perro”. Me gusta lo que hay en ellos de búsqueda de una felicidad terrestre y su desconfianza en el idealismo y las falsas ideas, y esa búsqueda de la amistad, de una sociedad sin grandes pretensiones pero muy humana. Los cínicos me han hecho gracia, y eso que yo soy más epicúreo que cínico. Me han interesado como movimiento de protesta con una gran dosis de humor, de un humor punzante. Eran muy anarquistas.
Le interesa, por lo que veo, lo más próximo, lo que está escrito en letras minúsculas.
Como los epicúreos, creo en la amistad. Pero en unos cuantos amigos, a los que se pueda tratar de verdad. Toda esta gente que a través del móvil tiene cientos de miles de amigos, pues eso me parece una tontería. No creo en las grandes palabras huecas.
¿Le gustó su paso por la universidad?
Me ha gustado dar clases. Otros aspectos de la universidad ya me gustan menos. Toda la cosa burocrática, los programas de investigación que te permiten viajar, todo eso no me ha interesado. Fui dos años vicerrector en la UNED y las reuniones me aburrían mucho. Me gusta el griego. He tenido pocos alumnos porque me tocó ya la época en la que el griego dejó de ser la asignatura que debía cursar todo el mundo, por lo menos durante los primeros años de comunes. Mantengo muy buenas relaciones con algunos alumnos, hace unas semanas coincidí con los de la promoción de 1970.
¿Cómo ve las cosas ahora?
Hay un prejuicio funesto que es el de la rentabilidad. Obtener algo de inmediato, que la gente estudie para colocarse. Conocer unas cuantas materias y un poco de inglés. Creo que todo eso es un empobrecimiento. El ser humano tiene unas capacidades imaginativas, y de memoria y de entendimiento, que se abren con la cultura. Pero eso a los Gobiernos de ahora no les interesa. No es rentable para ellos como políticos y, piensan, tampoco es rentable para los que tienen que colocarse. Pero reducir la vida a eso es un poco triste. Hay tiempo para todo: se puede ser un buen lector y un buen ingeniero. Esta es una batalla, la batalla de las humanidades, perdida. En grandes líneas. Pero puede haber focos de resistencia. Hay que volver a las barricadas, individuales y de pequeños grupos. El lector seguirá existiendo, aunque sea en este mundo hostil. Serán minoría, pero existirán. La lectura está unida a la crítica y a los grandes horizontes. La gente que no lee es gente de mentalidad muy reducida: viven en la prisión del presente.
¿Hay alguna salida?
Es difícil. La vulgaridad tiene siempre a su favor la facilidad. Es muy fácil ser vulgar, ser como todos, el mínimo común denominador. Es lo que hay.
José Andrés Rojo 12 FEB 2018 - 10:17 CET
Ocupa el sillón J de la Real Academia Española. Escritor, catedrático y traductor, convirtió la literatura y el mundo clásico en sus pasiones. Pero el título que le atribuyen sin discusión quienes lo conocen y lo han leído es el de sabio. Pasó su infancia en el Mediterráneo, sumergido en la biblioteca de su abuelo militar. Fue un niño miope al que le gustaba poco el deporte, una rareza en su familia. Asegura que la lectura es la manera de escapar de “la prisión del presente”.
Tiene algo de exótico un catedrático (emérito) de Filología Griega en un mundo que le ha vuelto la espalda a los saberes clásicos. Por eso mismo, dice Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) hace falta “ir a las barricadas”, para seguir peleando por que a las humanidades les quede al menos un rincón. Escritor, crítico, ha recibido dos veces el Premio Nacional por algunas de sus muchas traducciones. Dirige la colección Biblioteca Clásica Gredos. Por dar noticia de la variedad de sus intereses, basta con citar algunos de sus libros: Epicuro, La secta del perro, Diccionario de mitos, Las primeras novelas, Sirenas: seducciones y metamorfosis o el último, La muerte de los héroes. Hace poco fue elegido para ocupar el sillón J de la Real Academia Española. De dónde viene, cómo fue su historia, qué España le tocó vivir: de eso tratamos en su casa de Madrid para averiguar cómo terminó convirtiéndose en un hombre sabio, un título que le otorgan sin la menor discusión cuantos lo conocen y lo han leído.
¿Qué me dice de sus primeros años?
Nací en Palma en casa de mi abuelo. Entonces se nacía en las casas. Soy el primero de seis hermanos, mi padre era militar de baja graduación. De niño iba con mi abuelo a la catedral a misa mayor (no era muy religioso, pero le gustaba la ceremonia). Al salir me encontraba con la bahía, hay un mirador estupendo, y luego estaba recorrer de un lado a otro el paseo del Born. Hasta los siete años.
Empieza ya entonces a leer.
Mi abuelo tenía una biblioteca bastante grande y muy bien ordenada, a diferencia de la mía. La suya debía de tener 4.000 o 5.000 ejemplares y se pasó la vida ocupándose de ella. Era un hombre muy disciplinado, se levantaba a las ocho de la mañana y se acostaba a las doce de la noche después de escuchar Radio París. Siempre hacía lo mismo. Poseía unas libretas donde tenía catalogados todos sus libros. Tuve también un tío que escribía en los periódicos. Mi abuelo no. Se sabía poesías de memoria. Le gustaban mucho Amado Nervo, Rubén Darío y, un poco menos, Unamuno. Tenía toda la obra de Blasco Ibáñez, al que yo nunca leí por prejuicios.
“Gente como mi abuelo, con una gran cultura literaria, que estaba al día de lo que pasaba, que anotaba sus libros, ha ido desapareciendo”
¿A qué se dedicaba su abuelo?
Era coronel de carabineros retirado. Se retiró en 1935. Los carabineros no se sumaron al alzamiento, y tal vez, de haber estado en activo, lo hubieran fusilado. El castigo que Franco les impuso fue el de mantenerles la paga de 1936, así que en los años sesenta seguía cobrando lo mismo que al empezar la guerra: mil pesetas. Tenía algún amigo general que había muerto en la mayor de las pobrezas. Ese tipo de gente, como mi abuelo, ha ido desapareciendo. Gente que poseía una gran cultura literaria, que estaba al día de lo que pasaba. Sus libros estaban anotados. Mis favoritos de su biblioteca fueron Conan Doyle y Julio Verne, en unas viejas ediciones con grabados. Yo era un niño bastante miope, con gafas. Muy poco deportista. Fui una rara avis dentro de la familia.
¿Por qué se va de Palma?
Cuando tenía ocho años, mi padre pidió el traslado a Rosas, en Girona, a una batería de montaña. Donde ahora está elBulli hubo una batería de montaña, que yo recuerdo con unos cañones tremendos. Y allí estuvimos más o menos cinco años. A mi padre le gustaba cazar y pescar. Lo había hecho en el norte de Mallorca y luego lo hizo en Rosas. A mí me gustan esos paisajes, el del Ampurdán y el de Mallorca, se parecen un poco a las islas griegas. Mi niñez y mi adolescencia están ligadas al Mediterráneo. Luego me vine a Madrid a hacer la carrera. Vine solo.
Fue hijo de militar en una dictadura gobernada por militares.
Mi padre no era nada militar, se pasaba la vida en el café. Antes de la guerra se había alistado como voluntario y lo destinaron a África. Así que vino desde allí con las tropas de los moros. Y estuvo en todas partes: en Brunete, en Belchite, en el Ebro. Pero era muy joven, no sé si llegó a sargento. Si se quedó en el Ejército fue porque aquella catástrofe lo dejó desconcertado. Su familia era de derechas y un hermano suyo murió en la guerra, pero terminó siendo totalmente antifranquista. Tuvo que luchar cuando debería haber estado estudiando y luego ya no pudo hacerlo. Venía de esa zona de Castilla donde estaban muy implantadas las JONS y tenía muchas ilusiones, según contaba mi madre, de que vendría un mundo mejor. Así que vivió siempre desilusionado. Hablamos poco. Me he quedado con algo pendiente. Es lo que decía Fernán Gómez sobre su padre, que nunca le pudo decir cuánto lo quería. Era una persona como bondadosa. Nunca hablaba de la guerra. Y nosotros no le preguntábamos. Tenía muchos méritos acumulados, así que eso terminó conduciéndole también a Madrid, al Ministerio del Ejército, uno o dos años después de que llegara yo.
¿De qué parte de Palencia venía?
Su padre era de San Cebrián de Campos, un sitio muy bonito cerca de Carrión, en la Castilla más antigua, en la comarca del Pisuerga. Era veterinario y, al revés del abuelo de Palma, muy desordenado. Tenía una especie de herrería en una cuadra donde también había caballos. En el patio crecía un gran moral, donde nos subíamos de pequeños y nos manchábamos enteros. Mi amor por Castilla viene de ahí. Viajábamos en tren, generalmente en vagón de tercera; éramos entonces los cuatro hermanos pequeños y mis padres. Íbamos en barco de Mallorca a Barcelona, donde mi padre, para hacer tiempo, nos llevaba a un cine de las Ramblas donde ponían películas cómicas en sesión continua: Charlot, Jaimito, etcétera. Y al zoo. De Barcelona solo conocíamos el cine y el zoo. Y luego íbamos a la estación de Francia y cogíamos un tren que tardaba veintitantas horas; hasta Valladolid primero y después a Palencia.
¿Y su madre?
Fue la que nos crio a todos. Era una mujer muy alegre, siempre rodeada de niños. No hizo nada más que cuidar de la casa. Pienso que fue feliz a medias. No le gustaba la cocina, no le gustaba coser, hubiera preferido una vida más alegre. Se vio hipotecada por los seis hijos. Llegó a vivir muchos años, unos noventa, y en los últimos le salió un poco la amargura de haber gastado toda su vida en la familia. Tenía un fondo frívolo, le hubiera gustado que se ocuparan más de ella. Era muy tradicional.
¿Cómo terminó dedicándose al griego?
Tuve siempre vocación de letras, por el ambiente familiar. Si decidí dedicarme al griego fue porque, en Filosofía y Letras, los profesores de lenguas clásicas eran muy buenos. Francisco Rodríguez Adrados o Luis Gil, que todavía viven. De hecho, la presentación en la Academia fue promovida por Adrados: tenía miedo de que se quedaran sin helenistas.
¿Cómo era el Madrid de aquellos años?
Me gustó mucho. Fui del mismo curso que Manuel Gutiérrez Aragón, Carlos Piera, Jesús Muñárriz, Lourdes Ortiz... Era una universidad muy politizada, aunque no todo el mundo lo estuviera. Algunos de mis amigos pertenecían al partido comunista. Participe en la manifestación de 1965. Me detuvieron, pero durante poco tiempo. Más adelante conocí a García Calvo y a Tovar. Entonces se leía mucho, fuera de los textos obligatorios. Era la época del existencialismo, de Sartre y Camus, a quienes se los conocía bien. Los más finos leían a Guillén o a Aleixandre. Era un mundo donde no había televisión, donde no había pantallas, y el cine español tenía cosas interesantes, no solo las comedias de Landa. Tuvo mucho éxito en aquella época la novela Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos. Todo eso ha ido desapareciendo. Ahora los alumnos leen muy poco. Fuera de lo que es obligatorio, no saben nada. Pasan mucho tiempo dedicados al móvil y no les queda casi nada para leer.
“La gente que no lee vive en la prisión del presente. La vulgaridad siempre tiene a su favor la facilidad. Es muy fácil ser vulgar, ser como todos”
Eso le debe parecer un horror, ¿no?
Soy sobre todo lector y todo lo que he escrito tiene que ver más con mis lecturas y menos con mis experiencias personales. Para mí, leer es entrar en un mundo de horizontes casi diría que infinitos. Y donde hay figuras dramáticas y situaciones y épocas que son mucho más interesantes que mi propio contexto. Quien no lee está limitado a sus circunstancias más próximas: los vecinos, la tele, los juegos. Para mí, la lectura es como un campo de correrías. Siempre he leído y he escrito lo que me ha gustado. Seguramente por eso soy mal ejemplo para filólogos. Decía Martín de Riquer en una entrevista, aunque no es del todo exacto: “Yo no he trabajado nunca. Todo lo he hecho por placer”. Yo creo que no es incompatible lo uno con lo otro, pero a mí me pasa lo mismo: todo lo he hecho por placer. Cuando llegue al más allá no haré reclamaciones.
¿Cómo le fue en términos académicos? Comencé siendo un lingüista estructural. Me gustaba mucho la sintaxis y el estructuralismo estaba de moda. Era una disciplina puntera e hice mi tesis sobre las voces del verbo griego, un trabajo bastante difícil, y el libro que salió de ahí me sigue pareciendo estupendo. Se publicó en 1970. Me apasiona el griego y he traducido mucho. Pero, sí, he derivado hacia la literatura. Me gusta la épica, me gustan las aventuras. Luego también me he metido en los mitos artúricos. Mi atracción ha pasado de los clásicos al mundo de la mitología. He trabajado bastante en la literatura comparada, las literaturas medievales inglesa, francesa, alemana. No he tratado la literatura más cercana, sino la que está más distante. Al terminar, fui catedrático un año en Granada y seis en Barcelona, pero siempre hemos tenido la unión con Madrid, porque mi mujer era de Madrid.
¿Y qué pasó con el griego?
Sigo acudiendo mucho a los griegos. La Iliada, la Odisea, las grandes obras trágicas me atraen mucho; también Platón. Me han gustado asimismo textos un poco raros, que ni siquiera estaban en español. Yo traduje, por ejemplo, El viaje de los argonautas, de Apolonio de Rodas. Y también la vida de Alejandro, de Pseudo Calístenes. Es un griego, seguramente egipcio que escribía en griego, y se ocupa del mito de Alejandro 400 años después de su muerte. Ahí ya están algunas de sus grandes aventuras: un viaje en globo a las alturas, un viaje en una bola de cristal al fondo del mar, el encuentro con los árboles parlantes. En España todo eso está en el Libro de Alexandre, del primer tercio del siglo XIII.
Aventuras y aventuras.
Me atraen las aventuras míticas, que tienen su lado fabuloso. Por eso en la última versión de mi libro sobre los mitos he metido a uno que hasta ahora no me atrevía: Tarzán. Es un héroe moderno, pero no es galáctico. No puedes compararlo con Superman, y me parece mucho más interesante aunque políticamente incorrecto. Es el niño blanco, de buena familia inglesa, que recupera en medio de la selva y los monos todo el mundo victoriano.
Y la política, ¿no le ha atraído nunca?
Me he mantenido siempre bastante apartado. De ideas soy de izquierdas, me gusta el marxismo teórico, pero creo que la práctica lo ha desprestigiado mucho. Nunca he pertenecido a ningún grupo político, aunque he sentido cierta simpatía por el socialismo de la época de Felipe González. Y soy un admirador de la Transición: aunque tiene sus limitaciones, fue un gran avance. Vengo de la época franquista y nunca he podido aceptar el mundo de la censura. Hice un viaje a Cuba para estar dos semanas como comisario de libros. No pude aguantar más que una. Era un mundo donde no había periódicos y donde la gente que acudía a las conversaciones venía con ideas previas, con sus papelitos para censurar.
También se ha ocupado del pensamiento.
Sí, la filosofía ha sido muy importante para mí. He escrito prólogos para libros de Platón, Aristóteles, para otros grandes. Pero también, y fundamentalmente, he abierto la línea sobre Epicuro y los cínicos. Mis libros fueron anteriores a cuando se pusieron de moda. Todo el mundo habla ya de Epicuro, pero mi libro fue de los años ochenta. Y luego están los cínicos, a los que se llamaba la “secta del perro”. Me gusta lo que hay en ellos de búsqueda de una felicidad terrestre y su desconfianza en el idealismo y las falsas ideas, y esa búsqueda de la amistad, de una sociedad sin grandes pretensiones pero muy humana. Los cínicos me han hecho gracia, y eso que yo soy más epicúreo que cínico. Me han interesado como movimiento de protesta con una gran dosis de humor, de un humor punzante. Eran muy anarquistas.
Le interesa, por lo que veo, lo más próximo, lo que está escrito en letras minúsculas.
Como los epicúreos, creo en la amistad. Pero en unos cuantos amigos, a los que se pueda tratar de verdad. Toda esta gente que a través del móvil tiene cientos de miles de amigos, pues eso me parece una tontería. No creo en las grandes palabras huecas.
¿Le gustó su paso por la universidad?
Me ha gustado dar clases. Otros aspectos de la universidad ya me gustan menos. Toda la cosa burocrática, los programas de investigación que te permiten viajar, todo eso no me ha interesado. Fui dos años vicerrector en la UNED y las reuniones me aburrían mucho. Me gusta el griego. He tenido pocos alumnos porque me tocó ya la época en la que el griego dejó de ser la asignatura que debía cursar todo el mundo, por lo menos durante los primeros años de comunes. Mantengo muy buenas relaciones con algunos alumnos, hace unas semanas coincidí con los de la promoción de 1970.
¿Cómo ve las cosas ahora?
Hay un prejuicio funesto que es el de la rentabilidad. Obtener algo de inmediato, que la gente estudie para colocarse. Conocer unas cuantas materias y un poco de inglés. Creo que todo eso es un empobrecimiento. El ser humano tiene unas capacidades imaginativas, y de memoria y de entendimiento, que se abren con la cultura. Pero eso a los Gobiernos de ahora no les interesa. No es rentable para ellos como políticos y, piensan, tampoco es rentable para los que tienen que colocarse. Pero reducir la vida a eso es un poco triste. Hay tiempo para todo: se puede ser un buen lector y un buen ingeniero. Esta es una batalla, la batalla de las humanidades, perdida. En grandes líneas. Pero puede haber focos de resistencia. Hay que volver a las barricadas, individuales y de pequeños grupos. El lector seguirá existiendo, aunque sea en este mundo hostil. Serán minoría, pero existirán. La lectura está unida a la crítica y a los grandes horizontes. La gente que no lee es gente de mentalidad muy reducida: viven en la prisión del presente.
¿Hay alguna salida?
Es difícil. La vulgaridad tiene siempre a su favor la facilidad. Es muy fácil ser vulgar, ser como todos, el mínimo común denominador. Es lo que hay.
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miércoles, 14 de febrero de 2018
Enseñanza desfasada
Profesoras que dejan la docencia para solucionar los problemas de la escuela
Las autoras del libro 'Directivos de escuelas inteligentes' abandonaron sus clases de Lengua para ayudar a los profesores a cambiar
Ana Torres Menárguez, 14 FEB 2018 - 08:04
Durante los últimos quince años, Lourdes Bazarra y Olga Casanova han recorrido más de mil centros educativos e instituciones para formar a los docentes en nuevas metodologías y ayudar a los equipos directivos a liderar el cambio. De esos encuentros han concluido que uno de los principales frenos para la transformación de las escuelas son las facultades de Magisterio. "Están desfasadas y los recién graduados son los más reacios al cambio", explican las autoras del libro Directivos de escuelas inteligentes ¿Qué perfil y habilidades exige el futuro? (SM).
Tras más de veinte años dedicadas a la enseñanza de Lengua y Literatura para estudiantes de Secundaria y Bachillerato en un colegio jesuita de Madrid, en 2005 solicitaron una excedencia para dedicar todo su tiempo a la investigación y la formación de docentes. "Nos dimos cuenta de que la mayoría de formadores no habían pisado un aula y la teoría no sirve para nada; hace falta acompañamiento", asegura Olga Casanova, coautora junto a Lourdes Bazarra del libro autoeditado La escuela ya no es lugar, una guía sobre las nuevas pedagogías y su aplicación real en algunos centros que les ha llevado un año y medio de trabajo.
"La renovación pedagógica no puede depender de la voluntad de los docentes, de que tengan las antenas puestas y se pongan las pilas para innovar. Los equipos directivos tienen que asumir su rol y sistematizar la formación", señala Lourdes Bazarra. De no hacerlo, los principales perjudicados son los niños, que quedan desprotegidos y dependen de qué profesor les toque. Una de las ventajas de los centros privados y concertados es que forman a los docentes a través de la Fundación Estatal para la Formación en el Empleo, un recurso que no pueden emplear las escuelas públicas. "Se crean dos velocidades porque mientras la privada puede escoger el tipo de cursos que lleva a su centro, la pública carece de recursos y se puede queda atrás", apunta Casanova.
Una de las teorías que sostienen estas autoras es que dentro de pocos años importará el colegio al que has ido, como sucede actualmente con las universidades en Estados Unidos. "Durante mucho tiempo todos los colegios han ofrecido lo mismo y resultaba muy difícil diferenciar las propuestas pedagógicas", indica Bazarra. Por eso creen que frente a la "estandarización" en la que ha vivido la escuela, cada vez más las familias demandarán un valor añadido y los colegios tendrán que especializarse en una tendencia.
Sobre la posible desigualdad entre los alumnos de la pública y la privada, sostienen que muchos centros públicos ya son "singulares" y ponen como ejemplo el colegio Manuel Bartolomé Cossío, en el barrio madrileño de Aluche. "Los centros están obligados a impartir el mismo programa académico pero tienen libertad en cuanto a la pedagogía. Este centro es un ejemplo de ruptura con lo tradicional; se caracteriza por los proyectos interactivos ligados a la tecnología", indican. "Todo es cuestión de voluntad", añaden. Aunque otra de las complicaciones de la pública es la interinidad de los docentes y las continuas rotaciones, que claramente dificultad la continuidad de los proyectos educativos.
"Si lo que te enseña un centro está en Google quiere decir que no te aporta nada". Con ese mensaje tratan de convencer a los equipos directivos de los colegios de que asuman su rol de transformadores, de agentes del cambio, una cultura que ya está muy extendida en países como Inglaterra o Estados Unidos. "Se trata de trasladar el liderazgo del mundo empresarial al contexto educativo y enseñar a los docentes a gestionar más allá de los asuntos burocráticos", comenta Casanova. Las autoras fundaron la empresa Arcix y ahora ya pueden vivir de la formación. Su primer curso lo impartieron a finales de los noventa en un Centro de Formación del Profesorado de Madrid, al que siguieron otro en la Universidad Complutense o en colegios públicos gracias a un acuerdo con la Xunta de Galicia.
Para ellas la clave no está en la tecnología, sino en el uso constante de preguntas interesantes que reten a los alumnos. Ponen un ejemplo. En una clase de matemáticas puedes captar la atención de los estudiantes al anunciar que con los polinomios se mejora la resistencia de las casas. "Los buenos profesores conectan la enseñanza con buenas preguntas y, aunque parece obvio, hay que mostrárselo", cuenta Casanova. Ellas con sus alumnos de Secundaria enseñaban gramática a través de las "tipologías de personalidad". "Se trata de encontrar un vínculo con la realidad. Les enseñábamos que el usa mucho el pero es adversativo. Eso ayuda a entender".
Las autoras del libro 'Directivos de escuelas inteligentes' abandonaron sus clases de Lengua para ayudar a los profesores a cambiar
Ana Torres Menárguez, 14 FEB 2018 - 08:04
Durante los últimos quince años, Lourdes Bazarra y Olga Casanova han recorrido más de mil centros educativos e instituciones para formar a los docentes en nuevas metodologías y ayudar a los equipos directivos a liderar el cambio. De esos encuentros han concluido que uno de los principales frenos para la transformación de las escuelas son las facultades de Magisterio. "Están desfasadas y los recién graduados son los más reacios al cambio", explican las autoras del libro Directivos de escuelas inteligentes ¿Qué perfil y habilidades exige el futuro? (SM).
Tras más de veinte años dedicadas a la enseñanza de Lengua y Literatura para estudiantes de Secundaria y Bachillerato en un colegio jesuita de Madrid, en 2005 solicitaron una excedencia para dedicar todo su tiempo a la investigación y la formación de docentes. "Nos dimos cuenta de que la mayoría de formadores no habían pisado un aula y la teoría no sirve para nada; hace falta acompañamiento", asegura Olga Casanova, coautora junto a Lourdes Bazarra del libro autoeditado La escuela ya no es lugar, una guía sobre las nuevas pedagogías y su aplicación real en algunos centros que les ha llevado un año y medio de trabajo.
"La renovación pedagógica no puede depender de la voluntad de los docentes, de que tengan las antenas puestas y se pongan las pilas para innovar. Los equipos directivos tienen que asumir su rol y sistematizar la formación", señala Lourdes Bazarra. De no hacerlo, los principales perjudicados son los niños, que quedan desprotegidos y dependen de qué profesor les toque. Una de las ventajas de los centros privados y concertados es que forman a los docentes a través de la Fundación Estatal para la Formación en el Empleo, un recurso que no pueden emplear las escuelas públicas. "Se crean dos velocidades porque mientras la privada puede escoger el tipo de cursos que lleva a su centro, la pública carece de recursos y se puede queda atrás", apunta Casanova.
Una de las teorías que sostienen estas autoras es que dentro de pocos años importará el colegio al que has ido, como sucede actualmente con las universidades en Estados Unidos. "Durante mucho tiempo todos los colegios han ofrecido lo mismo y resultaba muy difícil diferenciar las propuestas pedagógicas", indica Bazarra. Por eso creen que frente a la "estandarización" en la que ha vivido la escuela, cada vez más las familias demandarán un valor añadido y los colegios tendrán que especializarse en una tendencia.
Sobre la posible desigualdad entre los alumnos de la pública y la privada, sostienen que muchos centros públicos ya son "singulares" y ponen como ejemplo el colegio Manuel Bartolomé Cossío, en el barrio madrileño de Aluche. "Los centros están obligados a impartir el mismo programa académico pero tienen libertad en cuanto a la pedagogía. Este centro es un ejemplo de ruptura con lo tradicional; se caracteriza por los proyectos interactivos ligados a la tecnología", indican. "Todo es cuestión de voluntad", añaden. Aunque otra de las complicaciones de la pública es la interinidad de los docentes y las continuas rotaciones, que claramente dificultad la continuidad de los proyectos educativos.
"Si lo que te enseña un centro está en Google quiere decir que no te aporta nada". Con ese mensaje tratan de convencer a los equipos directivos de los colegios de que asuman su rol de transformadores, de agentes del cambio, una cultura que ya está muy extendida en países como Inglaterra o Estados Unidos. "Se trata de trasladar el liderazgo del mundo empresarial al contexto educativo y enseñar a los docentes a gestionar más allá de los asuntos burocráticos", comenta Casanova. Las autoras fundaron la empresa Arcix y ahora ya pueden vivir de la formación. Su primer curso lo impartieron a finales de los noventa en un Centro de Formación del Profesorado de Madrid, al que siguieron otro en la Universidad Complutense o en colegios públicos gracias a un acuerdo con la Xunta de Galicia.
Para ellas la clave no está en la tecnología, sino en el uso constante de preguntas interesantes que reten a los alumnos. Ponen un ejemplo. En una clase de matemáticas puedes captar la atención de los estudiantes al anunciar que con los polinomios se mejora la resistencia de las casas. "Los buenos profesores conectan la enseñanza con buenas preguntas y, aunque parece obvio, hay que mostrárselo", cuenta Casanova. Ellas con sus alumnos de Secundaria enseñaban gramática a través de las "tipologías de personalidad". "Se trata de encontrar un vínculo con la realidad. Les enseñábamos que el usa mucho el pero es adversativo. Eso ayuda a entender".
Análisis de la timidez
Timidez: historia de un malentendido (con modestas soluciones)
El anecdotario del apuro no es tan conocido como el de la audacia, pero su interés es mayor que nunca en esta época de intimidad retransmitida a todas horas
CARLOS ZÚMER
Madrid 13 FEB 2018 - 19:05 CET
La palabra latina solitudo significa soledad, pero también desierto. El explorador británico Alexander Kinglake estuvo vagando por el Sinaí durante días hasta que se cruzó con otro explorador, también inglés. Sólo se tocaron un momento los sombreros. Nadie en su país, sin embargo, se habría sorprendido demasiado ante una escena tan escueta. La introversión británica celebró la inauguración, algunos años después, en 1840, de la era de la privacidad postal. No había hasta entonces sellos, sobres cerrados ni buzones en las calles. El postmaster de cada pueblo dejó de ser la fuente oficial de cotilleos y la timidez encontró por fin su desahogo epistolar.
Es un reto seguir la pista de la introversión en la historia. Deja escaso rastro y sus estragos suelen esconderse bajo todo tipo de malentendidos. El futbolista norirlandés George Best, por ejemplo, figura como modelo de deportista disoluto en los años sesenta y setenta, pero detrás de sus vicios y sus espantadas (una vez no se presentó en la concentración de Irlanda de Norte y se escapó a Marbella, donde le dijo a un periodista que ya se había retirado), Best escondía una timidez atroz que le impedía, si no llevaba una copa encima, llamar para reservar mesa en un restaurante. "Nunca he superado mi timidez", dijo años después en su autobiografía. En el campo nunca fue un problema.
Joe Moran, historiador cultural detrás del libro Shrinking Violets (violetas que se encogen, por la forma cohibida de erguirse de estas flores), rastrea el origen y el desarrollo de la timidez en la historia de los pueblos y países y en biografías grandes y pequeñas. El recorrido es apasionante: desde actores que sobrevivieron a las playas de Normandía, pero se rindieron al pánico escénico, hasta el extraño caso del carisma del gélido Charles de Gaulle. A Charles Darwin, padre del naturalismo moderno, no le pasó en absoluto inadvertido este "extraño estado mental, la rara capacidad de autoatención" o de autopensarse del sapiens sapiens. ¿Qué sentido evolutivo podía tener una forma compulsiva de vacilación?
Los biólogos hablan de una selección natural fluctuante entre ejemplares tímidos y extrovertidos. Entre salamandras, por ejemplo, las valientes tuvieron más posibilidades de imponerse a los depredadores, pero los especímenes más observadores y menos impulsivos se expusieron a menores riesgos. La introversión y la extroversión son, por tanto, un cierto código binario evolutivo, los ceros y unos que han jalonado el desarrollo zigzagueante de las especies. También la de los humanos.
Adviértase que las pinturas rupestres, en su mayoría, se encuentran en lugares profundos de las cuevas. Apuesta la zoóloga autista Temple Grandin que el arte nace, posiblemente, de homínidos aburridos de estar alrededor del fuego y de oír presumir sobre caza a los machos alfa. Imagina Grandin que algunos antepasados algo diferentes debieron levantarse en algún momento y aislarse de la tribu, "aspergers sentados en el fondo de una cueva". Joe Moran lo llama el momento de la "explosión creativa". Miles de años después, algunas sociedades han visto sedimentar esa tibieza social como parte reconocible de su idiosincrasia.
La primera vez que se usó en inglés la palabra timidez (shyness) fue en el siglo XIII para referirse a caballos que se asustaban fácilmente. Seiscientos años después, los cocheros anglosajones eran conocidos por una práctica que chocaba a los extranjeros: no dirigir la palabra a sus equinos. Por su parte, en Suecia, Ingmar Bergman no entendía de niño por qué nadie lloraba en los funerales, hasta que por fin muchos lo hicieron a moco tendido (sobre todo inmigrantes de primera generación, no tanto nativos) cuando asesinaron a balazos al primer ministro Olof Palme.
Para los psicólogos, un factor distingue al simple introvertido del tímido: el sufrimiento. Un sufrimiento derivado del miedo al rechazo y al ridículo. "Sentirte horriblemente invisible la mayor parte del tiempo y horriblemente visible el resto", dice el autor de Shrinking Violets. La psicóloga y divulgadora en radio y televisión Pilar Varela, que publicó en 2008 Tímida-mente, lo resume con sencillez: "El introvertido no habla porque no quiere y el tímido no lo hace porque no puede". El doctor Henry J. Heimlich, en la descripción de su famosa maniobra de emergencia, aseguraba que "a veces, una víctima de atragantamiento siente vergüenza por lo que le está pasando y se va del sitio sin que nadie se dé cuenta. En un lugar cercano perderá el conocimiento y, si nadie le encuentra, podrá morir o sufrir daños cerebrales irreversibles".
La timidez como desorden emocional no fue materia posible para las aseguradoras médicas estadounidenses hasta que apareció en el llamado Manual diagnóstico y estadístico de desórdenes mentales. En su tercera edición (1980), la cuestión ocupaba apenas unos párrafos; en la quinta (2013), siete páginas completas. Hoy el asunto llena estanterías enteras y da trabajo a terapeutas de todo el mundo. Según un estudio de 2011 del National Institute of Mental Health estadounidense, casi uno de cado ocho adolescentes de EE UU presenta el cuadro característico de la denominada fobia social.
Desvitualizar el mundo
Cabe preguntarse si, como advirtió el investigador Philip Zimbardo (responsable del famoso experimento de la cárcel de Stanford), las nuevas tecnologías pueden abocarnos a una "edad de hielo de la no-comunicación". Paradojas como el alone together (conectados pero solos) de la socióloga best seller Sherry Turkle encarnan la contradicción de una sociedad que se expone más que nunca, pero que lo hace con termostato. Regulamos nuestras relaciones en función de diferentes estrategias y elegimos, por ejemplo, un e-mail en lugar de una llamada de teléfono, o un simple whatsapp antes que una respuesta en persona. "Lo que está claro es que las relaciones personales son insustituibles", responde Pilar Varela al ser preguntada por el riesgo de que las nuevas generaciones sufran, al empezar a desvirtualizar su mundo. Por ejemplo, cuando inician su vida laboral.
Ya sean jóvenes o mayores, alguien con problemas de timidez se hace la misma pregunta que un paciente de psoriasis o uno con vértigo: ¿tiene remedio? No hay una respuesta tajante. "Si la timidez no es solucionable, sí es, al menos, muy manejable", asegura Varela, que advierte de que, en realidad, todos tenemos algunas conductas de timidez: la clave reside en conseguir, mediante diagnóstico y entrenamiento, no convertirlas en conductas incapacitantes. Por su parte, Joe Moran tiene una frase contra milagreros: "Todas las personas sobre las que he escrito en este libro eran tímidas tanto al principio como al final de sus vidas". De Bobby Charlton a Oliver Sacks. De Alan Turing a Nick Drake.
Lo ilustra bien una anécdota de Agatha Christie. En la cresta de su éxito editorial y teatral, Christie acudió feliz a una gran fiesta en su honor en el hotel Savoy de Londres. Pasó, sin embargo, más de una hora sin atreverse a cruzar el umbral de la puerta. El portero no la había reconocido y le negó el paso. Ella no se atrevió a identificarse. "Aún tengo la sensación de que pretendo ser escritora", dijo en su autobiografía 20 años después.
El anecdotario del apuro no es tan conocido como el de la audacia, pero su interés es mayor que nunca en esta época de intimidad retransmitida a todas horas
CARLOS ZÚMER
Madrid 13 FEB 2018 - 19:05 CET
La palabra latina solitudo significa soledad, pero también desierto. El explorador británico Alexander Kinglake estuvo vagando por el Sinaí durante días hasta que se cruzó con otro explorador, también inglés. Sólo se tocaron un momento los sombreros. Nadie en su país, sin embargo, se habría sorprendido demasiado ante una escena tan escueta. La introversión británica celebró la inauguración, algunos años después, en 1840, de la era de la privacidad postal. No había hasta entonces sellos, sobres cerrados ni buzones en las calles. El postmaster de cada pueblo dejó de ser la fuente oficial de cotilleos y la timidez encontró por fin su desahogo epistolar.
Es un reto seguir la pista de la introversión en la historia. Deja escaso rastro y sus estragos suelen esconderse bajo todo tipo de malentendidos. El futbolista norirlandés George Best, por ejemplo, figura como modelo de deportista disoluto en los años sesenta y setenta, pero detrás de sus vicios y sus espantadas (una vez no se presentó en la concentración de Irlanda de Norte y se escapó a Marbella, donde le dijo a un periodista que ya se había retirado), Best escondía una timidez atroz que le impedía, si no llevaba una copa encima, llamar para reservar mesa en un restaurante. "Nunca he superado mi timidez", dijo años después en su autobiografía. En el campo nunca fue un problema.
Joe Moran, historiador cultural detrás del libro Shrinking Violets (violetas que se encogen, por la forma cohibida de erguirse de estas flores), rastrea el origen y el desarrollo de la timidez en la historia de los pueblos y países y en biografías grandes y pequeñas. El recorrido es apasionante: desde actores que sobrevivieron a las playas de Normandía, pero se rindieron al pánico escénico, hasta el extraño caso del carisma del gélido Charles de Gaulle. A Charles Darwin, padre del naturalismo moderno, no le pasó en absoluto inadvertido este "extraño estado mental, la rara capacidad de autoatención" o de autopensarse del sapiens sapiens. ¿Qué sentido evolutivo podía tener una forma compulsiva de vacilación?
Los biólogos hablan de una selección natural fluctuante entre ejemplares tímidos y extrovertidos. Entre salamandras, por ejemplo, las valientes tuvieron más posibilidades de imponerse a los depredadores, pero los especímenes más observadores y menos impulsivos se expusieron a menores riesgos. La introversión y la extroversión son, por tanto, un cierto código binario evolutivo, los ceros y unos que han jalonado el desarrollo zigzagueante de las especies. También la de los humanos.
Adviértase que las pinturas rupestres, en su mayoría, se encuentran en lugares profundos de las cuevas. Apuesta la zoóloga autista Temple Grandin que el arte nace, posiblemente, de homínidos aburridos de estar alrededor del fuego y de oír presumir sobre caza a los machos alfa. Imagina Grandin que algunos antepasados algo diferentes debieron levantarse en algún momento y aislarse de la tribu, "aspergers sentados en el fondo de una cueva". Joe Moran lo llama el momento de la "explosión creativa". Miles de años después, algunas sociedades han visto sedimentar esa tibieza social como parte reconocible de su idiosincrasia.
La primera vez que se usó en inglés la palabra timidez (shyness) fue en el siglo XIII para referirse a caballos que se asustaban fácilmente. Seiscientos años después, los cocheros anglosajones eran conocidos por una práctica que chocaba a los extranjeros: no dirigir la palabra a sus equinos. Por su parte, en Suecia, Ingmar Bergman no entendía de niño por qué nadie lloraba en los funerales, hasta que por fin muchos lo hicieron a moco tendido (sobre todo inmigrantes de primera generación, no tanto nativos) cuando asesinaron a balazos al primer ministro Olof Palme.
Para los psicólogos, un factor distingue al simple introvertido del tímido: el sufrimiento. Un sufrimiento derivado del miedo al rechazo y al ridículo. "Sentirte horriblemente invisible la mayor parte del tiempo y horriblemente visible el resto", dice el autor de Shrinking Violets. La psicóloga y divulgadora en radio y televisión Pilar Varela, que publicó en 2008 Tímida-mente, lo resume con sencillez: "El introvertido no habla porque no quiere y el tímido no lo hace porque no puede". El doctor Henry J. Heimlich, en la descripción de su famosa maniobra de emergencia, aseguraba que "a veces, una víctima de atragantamiento siente vergüenza por lo que le está pasando y se va del sitio sin que nadie se dé cuenta. En un lugar cercano perderá el conocimiento y, si nadie le encuentra, podrá morir o sufrir daños cerebrales irreversibles".
La timidez como desorden emocional no fue materia posible para las aseguradoras médicas estadounidenses hasta que apareció en el llamado Manual diagnóstico y estadístico de desórdenes mentales. En su tercera edición (1980), la cuestión ocupaba apenas unos párrafos; en la quinta (2013), siete páginas completas. Hoy el asunto llena estanterías enteras y da trabajo a terapeutas de todo el mundo. Según un estudio de 2011 del National Institute of Mental Health estadounidense, casi uno de cado ocho adolescentes de EE UU presenta el cuadro característico de la denominada fobia social.
Desvitualizar el mundo
Cabe preguntarse si, como advirtió el investigador Philip Zimbardo (responsable del famoso experimento de la cárcel de Stanford), las nuevas tecnologías pueden abocarnos a una "edad de hielo de la no-comunicación". Paradojas como el alone together (conectados pero solos) de la socióloga best seller Sherry Turkle encarnan la contradicción de una sociedad que se expone más que nunca, pero que lo hace con termostato. Regulamos nuestras relaciones en función de diferentes estrategias y elegimos, por ejemplo, un e-mail en lugar de una llamada de teléfono, o un simple whatsapp antes que una respuesta en persona. "Lo que está claro es que las relaciones personales son insustituibles", responde Pilar Varela al ser preguntada por el riesgo de que las nuevas generaciones sufran, al empezar a desvirtualizar su mundo. Por ejemplo, cuando inician su vida laboral.
Ya sean jóvenes o mayores, alguien con problemas de timidez se hace la misma pregunta que un paciente de psoriasis o uno con vértigo: ¿tiene remedio? No hay una respuesta tajante. "Si la timidez no es solucionable, sí es, al menos, muy manejable", asegura Varela, que advierte de que, en realidad, todos tenemos algunas conductas de timidez: la clave reside en conseguir, mediante diagnóstico y entrenamiento, no convertirlas en conductas incapacitantes. Por su parte, Joe Moran tiene una frase contra milagreros: "Todas las personas sobre las que he escrito en este libro eran tímidas tanto al principio como al final de sus vidas". De Bobby Charlton a Oliver Sacks. De Alan Turing a Nick Drake.
Lo ilustra bien una anécdota de Agatha Christie. En la cresta de su éxito editorial y teatral, Christie acudió feliz a una gran fiesta en su honor en el hotel Savoy de Londres. Pasó, sin embargo, más de una hora sin atreverse a cruzar el umbral de la puerta. El portero no la había reconocido y le negó el paso. Ella no se atrevió a identificarse. "Aún tengo la sensación de que pretendo ser escritora", dijo en su autobiografía 20 años después.
domingo, 11 de febrero de 2018
Memorias de un joven antifranquista
Elvira Lindo, "Recuerdos del joven antifranquista. José Luis Cancho tenía 22 años cuando cuatro policías de la Brigada Político-Social le arrojaron por la ventana de una comisaría de Valladolid", en El País, 10 FEB 2018 - 18:43 CET
Contaba 22 años José Luis Cancho cuando cuatro policías de la Brigada Político-Social le arrojaron por la ventana de una comisaría de Valladolid. Fue en la mañana del 18 de enero de 1974. Años más tarde, lo recordaría así en una entrevista: “Me tiraron porque pensaban que me habían matado. Pero lo curioso fue que no solo no me habían matado sino que tampoco me mataron cuando me tiraron”. Pasó una semana inconsciente, seis meses inmovilizado, un año con muletas, dos en prisión. De esta experiencia extrema parte un inusual libro, Los refugios de la memoria, en el que el autor comprime en 85 sorprendentes páginas toda una vida. No es un novelista primerizo, tiene en su haber cuatro novelas, pero yo no he leído ninguna, ni lo conozco a él, y de no haber sido por un bondadoso intermediario, al que tampoco tengo el gusto de conocer personalmente, el poeta Karmelo C. Iribarren, ni tan siquiera habría tenido noticia de este texto autobiográfico. Pero me ha conmocionado y aquí estoy para contarlo. Sorprendentemente, todo cuadra y no es casual que haya sido un poeta quien lo haya puesto en mis manos. Lo breve de estas memorias libres de toda verbosidad concede a algunas frases la categoría de versos y su lectura provoca la emoción de la poesía: “Escribir desde la perspectiva de un muerto, ese es mi propósito. Al menos en una ocasión estuve muerto”.
Cancho comenzó en la lucha política con 16 años. En un caprichoso vagabundeo juvenil por Europa contactó con militantes comunistas y volvió a su ciudad con la idea de arriesgar el pellejo en la lucha anti franquista. Vaya que si lo arriesgó, estuvo varias veces en la cárcel, aunque fueron los dos años que siguieron a la caída al vacío por la ventana cuando acusó el golpe real de la privación de libertad. Su personalidad, a una edad tan temprana, quedó afectada para siempre, y aún hoy el lector sumergido en estas páginas lo percibe, intuye el extraño carácter de un ser que de vuelta de unos años de viaje y aventura en busca de rincones en los que ahuyentar el desasosiego, siente todavía en su interior aquel pasado de pobreza y prisión, como si perviviera un yo que se resistiera a vivir en libertad.
Recién cumplidos los 23 años, pocos días después de la muerte de Franco, el joven José Luis volvió a ser libre, a su barrio, a la universidad y al activismo, aunque por momentos echara de menos la vida monacal de la cárcel en donde no sufría el estrés provocado por la militancia política. Su prosa tan brillante como poco retórica desliza confesiones a cada momento, con una sinceridad que nada tiene que ver con ese exhibicionismo que les exigimos hoy a los libros de memorias. Lejos de la truculencia, ajeno a cualquier intento de parecer un héroe o, aún peor, un antihéroe, la voz de Cancho revela una profunda honestidad. No hay jerga, ni frases hechas, ni tan siquiera clichés ideológicos, lo cual sería comprensible teniendo en cuenta el ambiente en el que se hizo hombre. Lo extraordinario de este pequeño libro es que el escritor narra una vida marcada por la política y el nomadismo pero lo hace con un lenguaje tan personal que parece recién inventado: “Me he acostado con dos chicas menores de edad. Me he acostado con dos hombres. Me acosté con una prostituta en Lima. Una gata me excitó en Hamburgo. Me pregunto cómo sería hacerlo con una mujer inválida. Me atrae la deformidad. A veces prefiero masturbarme. No recuerdo haberme masturbado durante el tiempo que pasé en la cárcel”. En estos tiempos en los que el lenguaje comprometido sigue una planilla es toda una lección de estilo que el joven al que arrojó al vacío la policía franquista cuente su verdad sin acudir al auxilio de los viejos términos políticos. Es como si entonces, cuando era un activista prematuro y temerario, hubiera previsto de manera inconsciente que algún día sería escritor y se hubiera cuidado de mantener un vocabulario íntimo, no contaminado por los términos ortodoxos.
El autor, misterioso y gatuno, nos deja con tantas incógnitas al cerrar el libro que dan ganas de pedirle que siga, que vuelva a transitar aquellos tiempos, que añada páginas a una historia que precisa voces auténticas y poco afectadas como la suya. ¿Qué anhelos movieron a un muchacho de instituto de una pequeña ciudad a ingresar en la vida clandestina? ¿Cuánto aprendió y a cuánto renunció?
Hace tan solo un mes, en las pasadas navidades, los suplementos literarios daban cuenta de las listas de los mejores libros del año. Aun felicitando a los afortunados que aparecieron en todos los rankings debiéramos tener presente que algunos libros valiosos, únicos, pasan sin pena ni gloria. Ya lo dice la Biblia, “a todo el que tiene, más se le dará y tendrá en abundancia”. Así que hay cierto placer en romper esa inercia, en escribir una columna para que a algún lector se le despierte la curiosidad por este título y acuda a por él a su librería. El gusto es mío.
sábado, 3 de febrero de 2018
Lista de los más malos del cine
Indististamente y por distintos motivos:
Kurtz, Moriarty, Milady de Winter, Marquesa de Merteuil, Frank Booth, Harry Powell, Capitán Vidal, Max Cady, Hannibal Lecter, Bonnie and Clyde, Alex de Large, Jisaw, Sauron, Cómodo, Damien, Tony Montana, Annie Wilkes, Anton Chirurg, John Milton, John Doe, Magneto, Mrs. Danvers, Capitán Bligh, Baby Jane Hudson, Harry Lime, Grenouille, Medea y el Dr. Szell.
Kurtz, Moriarty, Milady de Winter, Marquesa de Merteuil, Frank Booth, Harry Powell, Capitán Vidal, Max Cady, Hannibal Lecter, Bonnie and Clyde, Alex de Large, Jisaw, Sauron, Cómodo, Damien, Tony Montana, Annie Wilkes, Anton Chirurg, John Milton, John Doe, Magneto, Mrs. Danvers, Capitán Bligh, Baby Jane Hudson, Harry Lime, Grenouille, Medea y el Dr. Szell.
Madrid era una fiesta
Las juergas de Ava Gardner, Frank Sinatra y Marlon Brando en Madrid
Germán Pose, 3 FEB 2018
En sus habitaciones y salones han dormido, bebido, celebrado fiestas y corrido juergas desde Frank Sinatra hasta Marlon Brando. El madrileño hotel InterContinental abrió hace justo 65 años en una España deslumbrada por Hollywood. Esta es una crónica sentimental de unos años irrepetibles.
EL 24 DE DICIEMBRE de 2017, Nochebuena, el señalado día en que Ava Gardner habría cumplido 95 años, y me acerco al hotel donde la diva se coronó como reina de la noche de Madrid desde la primera vez que resonaron sus pasos de tacón alto en el suelo de mármol de Carrara de su suntuoso vestíbulo. Ahora se llama hotel InterContinental Madrid (paseo de la Castellana, 49), pero en aquellos años de glamour, lujo y desvarío hollywoodiense fue bautizado como Castellana Hilton. Sucede que hoy también es mi cumpleaños y quiero brindar con Ava, y con todos los fantasmas que aún pululan por el hotel, con un vodka dry bien mezclado con sus lágrimas de Noilly Prat. Pero antes de visitar el bar hago un quiebro para subir a la habitación que siempre ocupaba Ava y en la que residió por primera vez en cuanto pisó Madrid. Allí me planto, frente a la suite presidencial 716, también llamada suite Miró. Me acompañan dos amables empleadas del hotel que se ofrecen a mostrarme la estancia en la que tantas historias sucedieron, confundidas la mayoría por la fantasía y la leyenda. Cuando abren la puerta disimulo como puedo la descarga de emoción que me atraviesa el pecho. El sueño de un mitómano. Vuelan los aires de furia de Frank Sinatra frente a su Ava desmelenada, con su media sonrisa, tan bella en su rímel corrido de ira.
Se abre la puerta de la ‘suite’ presidencial 716, donde tantas historias sucedieron, confundidas por la fantasía y la leyenda
El hotel ha sufrido varias modificaciones desde el momento en que el Hilton cambió de manos, pero la suite 716 apenas ha sido retocada y sigue teniendo la misma estructura elegante y distinguida. Al entrar se halla una gran sala de estar, y de frente, una cristalera que da acceso a una terraza privada que ocupa el chaflán del ático del edificio, con vistas al paseo de la Castellana. Y a la derecha, su dormitorio, con dosel recogido sobre una cama grandiosa; y allí también un gran baño, una cocina y varios armarios. Y en la parte opuesta, un discreto escritorio de añejo castaño oscuro. Una magnífica habitación de 140 metros cuadrados cuya tarifa en la actualidad supera los 1.000 euros por noche. Repaso con la vista cada uno de sus rincones, abro de par en par las puertas de la terraza y pido a mis acompañantes que me permitan estar a solas un rato allí dentro.
Ante mí, por el amplio salón de estar de la 716, pasa Frank Sinatra con su orgullo italiano y 20 peluquines en uno de sus maletines de viaje. Su colección de bisoñés superaba los 60, pero Franky no lo ocultaba. Era uno de esos casos de hombres que se avergonzaban de su calvicie, pero no de sus peluquines. Dicen que solo una vez se dejó ver sin peluquín en público, el día del funeral de su amigo Gary Cooper, en señal de respeto. El año 1953 tocaba a su fin y Frank apareció en el Castellana Hilton al enterarse de la relación de su amada Ava con el torero Luis Miguel Dominguín. Apenas llevaban dos años casados y ya se habían distanciado, pero Frank no pudo soportar el desplante con el torero y reaccionó como un loco, destrozando el mobiliario y lanzándole a la cara a Ava un fajo de billetes de 100 dólares: “Aquí tienes los 19.000 dólares que me dejaste”.
La relación entre los dos astros fue un cóctel explosivo de amor y odio que se prolongó hasta la muerte de ella. Pero el idilio de Ava con el torero lastimó el corazón de Frank. La leyenda dice que cuando Ava y Luis Miguel acabaron de hacer el amor en esa suite del Hilton, él se levantó y comenzó a vestirse. “¿Adónde vas?”, le preguntó ella. “A contarlo”, contestó él. Aunque, como suele ocurrir, se funde la realidad con la fantasía en todos los sucesos de fuste. Carlos Abella tiene escrito que cuando le preguntó a Luis Miguel por ese episodio, este le dijo: “¿Tú crees que yo hice eso? No, hombre, no. Me quedé en la habitación con ella, pero luego, cuando estuve con los amigos, me pareció ingenioso contarlo de esa manera”.
En los cincuenta hubo un Madrid que fue una fiesta. Por el Hilton pasaron Sophia Loren, Zsa Zsa Gabor, Bette Davis y Cary Grant
Cierto es que Ava Gardner bebía por los codos, iba rebotando de un bar a otro, de un tablao a otro, y luego remataba la faena con quien le daba la gana. Se cuenta que una noche, en plena Puerta del Sol, se descalzó, paró un camión de la basura y pidió al conductor que le llevara al hotel. Pero el gran productor Tedy Villalba comentó en su momento que “no era follar por follar, lo que le ocurría era que le aterraba quedarse sola por las noches”. A Ava le gustaba bañarse con leche en su suite e iluminarse tan solo con velas. En una ocasión, durante el rodaje de 55 días en Pekín, se encaprichó de un botones del hotel, un joven chicarrón de casi dos metros de altura, y le invitó a entrar a su suite. Enrique, uno de los maîtres del hotel, ya fallecido, aseguró que dejó seco al chaval. La dirección del hotel quiso despedir al botones, pero Howard Newman, el jefe de publicidad de Bronston, le preguntó al director: “¿Qué hubiera hecho usted si Ava le pide guerra?”. Y ante tal cuestión el chico logró salvar el cuello. Más allá de sus excesos, todo el mundo que tuvo contacto con Ava la recuerda como una señora muy amable con todo el personal, generosa en las propinas —se estiraba, a veces, con más de 2.000 pesetas de la época— y uno de los huéspedes con más clase que pasaron por el hotel.
El Castellana Hilton se inauguró en septiembre de 1953 —ahora se cumplen 65 años— y se convirtió en el hotel más moderno de Madrid. Fue construido sobre el palacete del marqués del Mérito, del siglo XVIII, por el arquitecto Luis Martínez-Feduchi, el mismo que proyectó el edificio Capitol de la plaza del Callao de Madrid. España empezaba a salir del aislamiento tras la Guerra Civil y el acercamiento a Estados Unidos era la prioridad de la política exterior del régimen franquista. Era el primer Hilton de Europa y para su inauguración el presidente de la cadena, Conrad Hilton, fletó cuatro aviones de la TWA cargados de invitados. A la fiesta, que se prolongó durante tres días, acudieron varios ministros franquistas y multitud de estrellas de Hollywood. Fueron unos años en los que hubo un Madrid que era una verdadera fiesta. Sophia Loren, Charlton Heston, Gina Lollobrigida, Zsa Zsa Gabor, Bette Davis, Cary Grant, Robert Mitchum o Marlon Brando, entre otros, se alojaron en sus habitaciones. Aparte de Ava Gardner, fueron Bette Davis y Robert Stack los primeros en llegar al hotel con motivo del rodaje en Madrid de El capitán Jones (John Farrow, 1959), dos años antes de la gran producción Rey de reyes.
Enrique, el antiguo maître del hotel que fue testigo de la fiesta de inauguración, dejó antes de morir un truculento testimonio relacionado con Marlon Brando. Según su versión, Brando hacía que le subieran todos los días a su suite uno o dos patos.
—¿Cómo los quiere? —le preguntaban— ¿En confit, a la naranja…?
—No, no —interrumpía Brando—. Vivos, los quiero vivos.
A la mañana siguiente, cuando llegaban las camareras a arreglar la habitación, se encontraban una escena más bien tremebunda: los patos yacían en el suelo degollados, algo desplumados y sobre un charco de sangre. Lo que hiciera en la soledad de su suite Marlon Brando con los patos es un misterio. Imperó la ley del silencio y el asunto jamás trascendió más allá de los muros del hotel.
El periodista Tico Medina tuvo ocasión de conocer a Brando en el estreno en Madrid de Un tranvía llamado deseo. Tico, tirando de ingenio, se las arregló para hacerle una entrevista a Brando a bordo de uno de aquellos viejos tranvías que subían por la Castellana y pasaban junto al Hilton.
“No habló mucho”, me comenta Tico. “Hicimos las fotos y al parar en el hotel me invitó a su habitación. Me mostró una especie de trapito enrollado manchado con un color más bien oscuro y que reposaba sobre su mesita de noche. Era una compresa femenina usada. ‘Mira’, me dijo, ‘este es el paño más íntimo de mi adorable esposa india, Anna”.
“En aquel Madrid estaban muy en boga unas fiestas de ambiente gay de las que se hablaba hasta en Nueva York”
El escritor y cinéfilo Jesús García de Dueñas recuerda divertido aquellos días de vino y rosas del Hilton en los que ejercía de jovencísimo periodista de Triunfo. “Era un mundo de lujuria y de alcohol. Las fiestas en las habitaciones del Hilton eran de órdago y siempre había algún cliente que protestaba airadamente. Y luego salías a la calle y en la puerta del hotel te abordaban dos o tres policías secretas para interrogarte con malos modos acerca del sarao. ‘¿Quién había en esa fiesta?, ¿qué hacía la gente?, ¿había drogas?’, te preguntaban los siniestros agentes”.
Había unas fiestas de ambiente gay que estaban muy en boga en Madrid y se hablaba de ellas hasta en Nueva York, como recuerda García de Dueñas. “Después de un par de copas en el Hilton se iban al Chicote a comprar cocaína y de ahí directos a tres lugares de ambiente que traspasaron fronteras. Eran tres casas privadas: la de Luis Escobar, marqués de las Marismas; la del figurinista Vitín María Cortezo y la del pintor panameño Pablo Runyan. En esta última casa se sentó a mi lado Leonard Bernstein; yo tenía 19 años y era muy ingenuo. El caso es que mientras yo alababa su música, la cuarta de Brahms y todo eso, el genio empezó a meterme mano y salí de allí pitando con la ayuda de mi amigo pintor”.
Al productor Enrique Herreros no se le olvida la primera vez que pisó el Castellana Hilton. Era el 22 de noviembre de 1963 y se iba a celebrar una gran fiesta por el comienzo del rodaje de La caída del Imperio Romano; él era uno de los organizadores. Pero, cosas de la vida, todo se fue al traste porque fue el fatídico día que asesinaron al presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy en Dallas.
Poco después, a Herreros le tocó seguir de cerca a Robert Mitchum, quien apareció por Madrid para el rodaje de Villa cabalga y también se hospedó en el Castellana Hilton. Enrique Herreros fue su cicerone madrileño: “Se celebró la rueda de prensa en un salón del hotel y uno de los periodistas, Felipe Navarro, Yale, se levantó y preguntó a Mitchum: ‘¿Cuántas veces ha estado en la cárcel?’. ‘Seven [Siete]’, respondió Mitchum. ‘¿Por qué entró la última vez en prisión?’, insistió Yale. ‘For pissing in the grass [Por mear en la hierba]’, concluyó el astro”.“Tras tomar un par de copas en el bar del hotel”, relata Herreros, “el productor me pidió que le paseara por Madrid y no nos alejamos mucho. Justo enfrente del hotel, al otro lado de la Castellana, se hallaba un afamado club de señoritas llamado San Jorge, decorado con pinturas del artista vasco Juan de Echevarría. Al entrar al club, Mitchum exclamó, en grave y sonoro inglés americano: ‘¡Aquí hay acción!’. El tío no paraba de fumar marihuana y a mí me estaba entrando un mareo tremendo. A Mitchum le gustaba mear en la hierba, pero sobre todo fumársela, ya lo creo. Y allí pasamos un rato largo. Y yo, más ahumado que nunca”.
Van desfilando los recuerdos y yo me acerco, por fin, a la barra del hotel y le pido al barman un vodka dry, que me sirve con destreza. Y ahí me quedo, solo y envuelto en mis pensamientos, ajeno al trajín navideño del hotel, fantaseando a lo tonto con que Ava se apareciera a mi lado con su invencible aroma para brindar por nuestro cumpleaños. Pero ¡bah, qué cosas!
El caso es que escuché unos tacones lejanos. Y eché un trago largo al coleto. Por si las moscas.
jueves, 1 de febrero de 2018
La disciplina mejora los resultados mejor que la ratio por aula
I
OLGA R. SANMARTÍN 1 FEB. 2018 11:15
Éstos son los retos de la educación en España
Ni el tamaño de la clase, ni el número de ordenadores por aula, ni siquiera las actividades extraescolares influyen en la mejora de los resultados de los alumnos españoles en desventaja socioeconómica. A cambio afecta -y en muy elevada proporción- el clima de disciplina que se alcanza en el aula. Lo dice un estudio que ha publicado la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) a partir de los datos del último informe PISA.La investigación, a la que ha tenido acceso EL MUNDO, partía del hecho de que los estudiantes de las familias más pobres tienden a obtener muy bajos resultados en las pruebas de Matemáticas, Comprensión Lectora y Ciencias que se realizan a los alumnos de 15 años de 70 países. ¿Qué factores les ayudarían a sacar notas más elevadas?La OCDE ha observado que muchos países -entre ellos España- han mejorado sus resultados en la última década. La proporción de estudiantes españoles en desventaja socioeconómica que han desafiado a su destino y, a pesar de todas las dificultades, han alcanzado el nivel 3 (el intermedio) en PISA ha subido del 17% registrado en 2006 a un 25% en 2015. Incrementos muy grandes se han registrado también en Alemania, Portugal o Japón. Este tipo de alumnado prolifera, según el ránking de la OCDE, en los países asiáticos y Canadá, pero escasea en Turquía, México o Chile. ¿Por qué?Los investigadores han hallado que el 30% de la mejora de estos resultados se explica por un buen clima disciplinario. Estos alumnos a los que llama «resilientes» «acuden a escuelas con un clima escolar positivo donde los estudiantes y profesores trabajan juntos en un entorno ordenado donde no se llega tarde ni se falta a clase». A cambio, los recursos materiales sólo explican un 10% de la variación, según detalla el analista de la OCDE Francesco Avvisati, uno de los autores del estudio.
Ni el tamaño del aula ni las extraescolares influyen en el éxito escolar
En España, añade, no se ha encontrado correlación entre el tamaño del aula y los resultados obtenidos. Tampoco afectan las extraescolares impartidas ni la cantidad de ordenadores que se pongan en clase. Si influyen, para bien, que los profesores no sean interinos y tengan un proyecto continuado en la escuela y que los directores tengan capacidad de liderazgo. ¿Por qué los estudiantes españoles más necesitados han mejorado tanto? Avvisati responde que «el número de alumnos que han perdido días de clase o han llegado tarde se ha reducido de forma significativa entre 2012 y 2015».«Cuando hay poca disciplina en el aula y los profesores no tienen suficientes habilidades para gestionarlo, los estudiantes pierden las oportunidades de aprendizaje que necesitan. De cada hora de clase, por ejemplo, sólo una fracción de tiempo es dedicada realmente al aprendizaje. Después de unos años, esas diferencias pueden crear una brecha sustancial entre los estudiantes. Los alumnos en desventaja no tienen recursos para compensar esta pérdida», explica Avvisati.Las conclusiones de la OCDE van en la misma línea de un estudio publicado recientemente por Francisco López Rupérez, director de la Cátedra de Políticas Educativas de la Universidad Camilo José Cela, que dice que el esfuerzo, la autodisciplina o el autocontrol son las claves del éxito. López Rupérez recuerda el trabajo realizado por Aletta Grisay en 64 escuelas de Bélgica en el que se constató que el alumnado en desventaja social obtenía buenas notas sobre todo en los centros que actuaban «con mano de hierro en guante de seda», con profesores exigentes en sus expectativas. «Esos niños que, por sus circunstancias familiares, son los que más necesitan de la escuela, no pueden ser abandonados por la institución a sus propias posibilidades. Necesitan ser guiados, encuadrados, controlados firmemente en su trabajo escolar».Se pierde el 20% de la clase poniendo ordenLos profesores españoles de Secundaria aseguran que pierden más del 20% del tiempo de cada sesión tratando de poner orden en el aula. Los alumnos no atienden a sus indicaciones. Hay ruido y falta de orden. Los estudiantes no pueden trabajar bien y no se ponen a la tarea hasta 10 minutos después de comenzada la clase, que ahora dura sólo 45 minutos.Éste es uno de los grandes problemas de la escuela española, más allá del debate sobre la Religión o la titularidad de los centros educativos. En la media de otros países el caos y la falta de atención son menores, aunque también preocupantes: el 13% del tiempo de clase se malgasta intentando que los alumnos dejen de armar alboroto.Los datos proceden del informe TALIS 2013 y los cita el analista de la OCDE Francisco Avvisati, que dice que mantener la disciplina es lo que más les cuesta a los profesores novatos. Por eso no es casual que el estudio encuentre que los resultados de los alumnos desfavorecidos mejoran en aquellas escuelas donde los profesores llevan más tiempo y hay pocos interinos.¿Qué pueden hacer las autoridades educativas? «Los educadores, los líderes de las escuelas y los encargados de las políticas educativas pueden mejorar el clima escolar con desarrollo profesional para los profesores que les ayude a hacer un uso más efectivo de las horas lectivas».«Tener profesores experimentados y motivados es más importante que tener una clase con pocos alumnos. En algunos países, de hecho, las escuelas con aulas de tamaño reducido terminan atrayendo a un elevado porcentaje de profesores inexpertos y poco cualificados», recalca el autor del trabajo titulado ¿Qué pueden hacer las escuelas y los países para ayudar a los alumnos desfavorecidos a tener éxito en PISA?Añade que, en el caso concreto de España, también el ambiente escolar es mejor en «escuelas que tienen pocos profesores con contratos fijos y más experiencia».Avvisati plantea, asimismo, «intervenciones que ayuden a construir una relación más fuerte y sincera con los padres y los niños». Cita el caso de varias escuelas francesas ubicadas en barrios desfavorecidos que han empezado a organizar encuentros informales con las familias. «Ha servido para reducir los malos comportamientos y mejorar el clima de la clase, no sólo entre los alumnos sino también entre los padres que participaron en las charlas».
II
PACTO EDUCATIVO
Los 10 puntos que la escuela pública quiere incluir en el pacto educativo
Una plataforma de familias, profesores y alumnos fija como líneas rojas para respaldar el acuerdo recuperar 8.000 millones en cuatro años y acabar con la LOMCE
PILAR ÁLVAREZ El País, Madrid 1 FEB 2018 - 13:06 CET
En un decálogo de cinco páginas que han titulado La educación que queremos. La Plataforma Estatal por la Escuela Pública, —integrada por representantes de alumnos, padres y profesores— ha redactado su propia propuesta para el Pacto de Estado por la educación que los grupos políticos acaban de empezar a negociar en el Congreso de los Diputados con un guion de 15 puntos. Reivindican que, sin ellos, podrá ser un acuerdo político pero no un pacto que cuente con la sociedad.
Los integrantes de la plataforma aseguran que quieren participar de la negociación en marcha, por lo que enviarán su propio guion a los grupos parlamentarios y pedirán reunirse con ellos. Irán con dos líneas rojas que ha resumido este jueves el secretario de Enseñanza de CC OO, Paco García. En primer lugar, no respaldarán un acuerdo que mantenga la actual ley educativa, la LOMCE . “El secretario de Estado [de Educación, Marcial Marín] ha dicho ‘no haremos tabla rasa del pasado”, ha explicado. “Pero nosotros queremos hacer tabla rasa de la LOMCE”.
Y en segundo lugar, la financiación. En este punto, para el que los partidos han puesto ya propuestas encima de la mesa, reclaman que se recuperen los niveles de inversión previos a la crisis. Es decir, recuperar 8.000 millones de gasto educativo [el que aportan todas las administraciones] que se han recortado desde 2009. “Sin un compromiso de revertir los recortes y recuperar en cuatro años niveles de inversión educativa de 2009 no hay pacto educativo posible”, añade García. Los representantes de la plataforma que han presentado el documento —estaban presentes miembros de la confederación de padres CEAPA, del Frente de Estudiantes, y de los sindicatos UGT y CC OO y STES— rechazan propuestas como la que ha lanzado el PSOE en la subcomisión que negocia el pacto, que supone llegar al 5% del PIB en 2025.
“Queremos incidir y participar en la negociación y no un informe del Consejo Escolar del Estado" donde el Gobierno tiene mayoría, ha añadido Maribel Loranca (UGT), en relación al trabajo encargado por el ministerio a este órgano consultivo en el que ellos están representados pero donde no tienen la última palabra. “Ya está bien de oírles decir el profesorado es el fundamento se hace todo para el profesorado sin el profesorado”, según la representante sindical. “Estamos hartos de ver que dicen que los alumnos son la parte mollar del sistema pero no se habla con los estudiantes”, añade Loranca, que pide a los grupos parlamentarios de la oposición “hacer valer que el PP está en minoría”. “Exigimos que se den pasos seguros y con una velocidad que se pueda constatar ya, con un calendario marcado”, ha pedido por su parte Voro Benavente, del sindicato STES.
“Con el tiempo que llevan y el poco caso que se nos hace el pacto social va a ser imposible a estas alturas”, ha asegurado la presidenta de la confederación de familias CEAPA, Leticia Cardenal. Su confederación -mayoritaria en la escuela pública- y la Concapa, la más representativa de la concertada. Han reclamado “un punto 16” del guion con el que trabajan los parlamentarios “que incluya la participación de las familias”.
Estos son, en síntesis, los 10 puntos incluidos en el decálogo:
“La educación básica debe entender como finalidades que los alumnos sean capaces de ser críticos”.
La educación es un derecho fundamental y universal que debe ser garantizado por los poderes públicos.
La garantía de la equidad y la inclusión como valores transversales.
La promoción de la igualdad. Escolarización mixta que promueva la igualdad de las personas
La garantía de una educación laica. “ninguna creencia religiosa como adoctrinamiento”, ha resumido la representante del Frente de Estudiantes, Eva García.
La exigencia de una escuela democrática y participativa
LA construcción de un currículo alternativo “que introduzca nuevas metodologías de innovación y aprendizaje cooperativo”.
El reconocimiento y valoración del profesorado, “con un imprescindible apoyo a este sector que evite la precariedad”.
Una inversión sostenida en el tiempo “que suponga recuperar el 5% del PIB en esta legislatura y el compromiso de alcanzar un 7% a medio plazo”.
La estabilidad en políticas educativas.
Sara Montiel
En el volumen trigésimo quinto de las Obras completas de Cela se lee "Sara Montiel. La voz que destila estrógeno". Fue una entrevista publicada en la recién fenecida revista Interviú, en octubre de 1984. De verdadero nombre María Antonia Abad Fernández, vio la luz del mundo el día de los santos Cayo, Codrato, Anecto, Simplicio y Droctoveo de 1928, "año en que se estrenó el Bolero de Ravel". Cela comunica además, aparte de que "es una de las mujeres más cachondas del occidente europeo", que cuando entrevistó a su vecina por el cielo balear "volaban los aeroplanos a chorro cagando centellas y pintando surcos de algodón en rama", extendiéndose sobre el cuadro en que Roca Fuster la pintó desnuda como una Venus:
También hubieran podido pintarla Rubens en la pura pelota picada, o Ingres bañándose, o Botticelli haciendo equilibrios sobre la concha, o Velázquez mirándose en el espejo, o Goya recostada en la cama, o Renoir peinándose o cualquier otro con alguna afición; la cosa no hubiera tenido mayor mérito porque, ¡Dios qué ojazos, y qué bullarengue, qué tetamen, que caderamen, qué muslamen! ¡Si no parece de verdad! Hace ya muchos años, una tarde que fue al seminario de San Miguel de Orihuela a llevarle algo de comida al preso Miguel Hernández, el poeta le preguntó a la madre: "Esta niña, tu hija, ¿es de verdad?"
María Antonia era hija del segundo matrimonio de su padre, que llevaba unos treinta años a su segunda mujer. Desde Campo de Criptana se mudaron a Orihuela en 1935, "empujados por el hambre", aunque hay quien dice que fue por el asma del padre, un vendedor de vino que falleció en 1944 cuando ella contaba solo doce o trece años y era aparcero del conde de las Cabezuelas, un Henríquez de Luna.
Antonia va descalza y coronada de buganvillas de color ciclamen, naturales y frescas. No lleva sostén ni falta que le hace y enseña las manos cubiertas de brillantes y esmeraldas, supongo que también de rubíes, zafiros y otras gemas solemnes y variadas. Antonia es una mujer irreal y rutilante y nada me extraña que sus criados, de tanto en cuanto, se mareen y la desvalijen.
-Ya ves, salí de Campo de Criptana con el rabo entre piernas y ahora tengo una calle, antes se llamaba del Pozo hondo; todo esto es muy emocionante para mí... Yo era una niña tuberculosa, muy delicada.
A preguntas de Cela afirma que el pecado capital más peligroso para el individuo en España es la envidia, pero para la sociedad es la soberbia, porque engendra venganza y violencia. Descubre que se intentó suicidar una vez en Madrid arrojándose bajo un tranvía frente a Correos, junto a la fuente de Cibeles, cuando tenía dieciséis o diecisiete años, probablemente en 1944, poco antes de que empezase su carrera cinematográfica. Se rompió la clavícula, dos o tres costillas y la séptima vértebra. Dijo que lo hizo por cobardía: "Era muy jovencita, y vi que se me terminaba el mundo, que se me cerraba todo, que me encontraba sin libertad, sin vida.... fue algo de espanto. Quedé muy escarmentada: yo ahora no me suicidaría de ninguna manera".
Cela le hace la pregunta de Goethe, quien prefería la injusticia al desorden. "Las dos cosas son malas", contesta, "pero la injusticia es peor que el desorden, porque lo origina".
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