En el volumen trigésimo quinto de las Obras completas de Cela se lee "Sara Montiel. La voz que destila estrógeno". Fue una entrevista publicada en la recién fenecida revista Interviú, en octubre de 1984. De verdadero nombre María Antonia Abad Fernández, vio la luz del mundo el día de los santos Cayo, Codrato, Anecto, Simplicio y Droctoveo de 1928, "año en que se estrenó el Bolero de Ravel". Cela comunica además, aparte de que "es una de las mujeres más cachondas del occidente europeo", que cuando entrevistó a su vecina por el cielo balear "volaban los aeroplanos a chorro cagando centellas y pintando surcos de algodón en rama", extendiéndose sobre el cuadro en que Roca Fuster la pintó desnuda como una Venus:
También hubieran podido pintarla Rubens en la pura pelota picada, o Ingres bañándose, o Botticelli haciendo equilibrios sobre la concha, o Velázquez mirándose en el espejo, o Goya recostada en la cama, o Renoir peinándose o cualquier otro con alguna afición; la cosa no hubiera tenido mayor mérito porque, ¡Dios qué ojazos, y qué bullarengue, qué tetamen, que caderamen, qué muslamen! ¡Si no parece de verdad! Hace ya muchos años, una tarde que fue al seminario de San Miguel de Orihuela a llevarle algo de comida al preso Miguel Hernández, el poeta le preguntó a la madre: "Esta niña, tu hija, ¿es de verdad?"
María Antonia era hija del segundo matrimonio de su padre, que llevaba unos treinta años a su segunda mujer. Desde Campo de Criptana se mudaron a Orihuela en 1935, "empujados por el hambre", aunque hay quien dice que fue por el asma del padre, un vendedor de vino que falleció en 1944 cuando ella contaba solo doce o trece años y era aparcero del conde de las Cabezuelas, un Henríquez de Luna.
Antonia va descalza y coronada de buganvillas de color ciclamen, naturales y frescas. No lleva sostén ni falta que le hace y enseña las manos cubiertas de brillantes y esmeraldas, supongo que también de rubíes, zafiros y otras gemas solemnes y variadas. Antonia es una mujer irreal y rutilante y nada me extraña que sus criados, de tanto en cuanto, se mareen y la desvalijen.
-Ya ves, salí de Campo de Criptana con el rabo entre piernas y ahora tengo una calle, antes se llamaba del Pozo hondo; todo esto es muy emocionante para mí... Yo era una niña tuberculosa, muy delicada.
A preguntas de Cela afirma que el pecado capital más peligroso para el individuo en España es la envidia, pero para la sociedad es la soberbia, porque engendra venganza y violencia. Descubre que se intentó suicidar una vez en Madrid arrojándose bajo un tranvía frente a Correos, junto a la fuente de Cibeles, cuando tenía dieciséis o diecisiete años, probablemente en 1944, poco antes de que empezase su carrera cinematográfica. Se rompió la clavícula, dos o tres costillas y la séptima vértebra. Dijo que lo hizo por cobardía: "Era muy jovencita, y vi que se me terminaba el mundo, que se me cerraba todo, que me encontraba sin libertad, sin vida.... fue algo de espanto. Quedé muy escarmentada: yo ahora no me suicidaría de ninguna manera".
Cela le hace la pregunta de Goethe, quien prefería la injusticia al desorden. "Las dos cosas son malas", contesta, "pero la injusticia es peor que el desorden, porque lo origina".
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