viernes, 19 de abril de 2024

Sentido común para viejos

 Hoy día, a medida que el ser humano vive más tiempo, pronto tendremos que redefinir la palabra "vejez".

Hoy en día se pone viejo el que le da la gana. Hay medicamentos, suplementos, procedimientos médicos, que hace que el ser humano pueda disfrutar de una juventud más prolongada. Muchos se excusan en "falta de dinero", pero la realidad que todo inicia y termina en la DISCIPLINA. Come bien. Todo inicia en lo que comemos. El intestino tiene millones de neuronas. Está conectado al cerebro vía nervio vago. Es fundamental comer bien para verte y sentirte joven.

Deja de comer azúcares, aceites refinados, avena refinada, congelados y todos esos venenos que nos venden hasta en los hospitales. Debes consumir poca proteína  de origen animal. La carne roja es cancerígena. Debes consumir muchísimos vegetales, frutas, manzanas, limón etc. Consume un buen yogur, cocina solo con aceite de oliva extra virgen, no mezclado ni reutilizado. Consume tuétano, sopas.

No comas después de ciertas horas. En mi caso, como diabético tipo 2, a las 6:30 pm es lo última comida. Pero no te des harturas a las 10–11 pm, salvo sea un día de fiesta. Haz ejercicios. Camina, nada, levanta pesas, haz calistenia, etc. Si te es posible, entrena duro en ayunas y una hora antes de dormir, camina 30–45 minutos o haz natación si puedes.

Toma el sol, aunque sea 15–20 minutos. Si puedes camina descalzo cada vez que puedas. Toma mucho té, medita, lee. Mantén tu mente ocupada. Estar de vago es una desgracia. El estar sin hacer nada envejece, atrofia el cerebro, amarga el alma. Es crucial que te mantengas ocupado. Duerme con calidad lo más que pueda. Tomate un té de Hemp (hierba) o toma Plidan o Valeriana. Pero duerme.

Hoy día los jóvenes de 25 años tienen los mismos niveles de testosterona qué un hombre de 55 del año 2000. Hoy muchos de los más jóvenes están ya envejecidos, enfermos. Por eso vemos tanta incidencia en problemas mentales que no existían en mi época. En mi época se jugaba al fútbol, baseball, basket, etc. Hoy muchos niños juegan todo eso, pero en una consola. Apaga lo más que puedas las redes sociales. Esa mierda está acabando con la humanidad. No entiendo eso de estar llevando la vida de los demás, como si tú les importaras. No necesitas gastar mucho dinero ni ir a un gimnasio. Hay muchas máquinas y objetos para gimnasia caseras que no cuestan mucho, una barra por ejemplo.

El humor según la neurociencia

Manuel Ansede, "El chiste más gracioso de la historia y los límites del humor negro. El libro 'Ja', escrito por un neurocientífico, repasa la ciencia de cuándo reímos y por qué", en El País, 27 de septiembre de 2015:

El martes 30 de enero de 1962, tres alumnas de un internado religioso femenino en Kashasha (Tanzania) se echaron a reír. Su risa era tan contagiosa que las compañeras con las que se iban cruzando también se echaban a reír. La risa se propagaba aula tras aula, hasta infectar a la mitad de los presentes en el colegio. Casi un centenar de personas no podían parar de reír. Pasaron semanas y la gente se seguía riendo. La escuela tuvo que cerrar. Las chicas que regresaban a sus casas en otros pueblos contagiaban a sus vecinos. La epidemia de risa llegó a Nshamba, un pueblo de 10.000 habitantes, donde centenares de personas se echaron a reír. En total, 14 escuelas tuvieron que cerrar y 1.000 personas sufrieron brotes de risa incontenibles. La epidemia desapareció 18 meses después de su inicio y quedó descrita en un estudio científico de 1963 publicado en la revista especializada Central African Journal of Medicine.

El caso lo recuerda el neurocientífico Scott Weems en su libro Ja. La ciencia de cuándo reímos y por qué, publicado por la editorial Taurus. “Ja trata de una idea. La idea es que el humor y su síntoma más corriente —la risa— son productos derivados de poseer un cerebro que se basa en el conflicto”, escribe Weems. El cerebro humano, explica, se adelanta constantemente a los acontecimientos y genera hipótesis. “Sin embargo, a veces conduce al conflicto, por ejemplo cuando intentamos sostener dos o más ideas contradictorias al mismo tiempo. Cuando eso ocurre, a nuestro cerebro solo se le ocurre una cosa: reírse”.

Apoyado en una bibliografía de 135 estudios científicos, Weems describe el humor como “nuestra respuesta natural al conflicto y a la confusión”. El neurocientífico, formado en la Universidad de California en Los Ángeles (EE UU), recuerda que, tan solo una semana después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el humorista Gilbert Gottfried actuaba en el Friar’s Club de Nueva York. En la ciudad todavía olía a quemado. Los colegas que le habían precedido en el escenario no habían tocado el tema de los ataques terroristas. Se habían limitado a bromear sobre el tamaño del pene del invitado de honor de la noche, el fundador de la revista Playboy, Hugh Hefner. Pero Gottfried se vino arriba cuando el público celebró uno de sus chistes sobre musulmanes. Asomado al micrófono, proclamó:

—Esta noche tengo que irme pronto. Tengo que volar a Los Ángeles. No he podido conseguir un vuelo directo y he de hacer escala en el Empire State Building.

Todo el mundo se quedó sin respiración. Al silencio siguieron los abucheos y los gritos de “¡Todavía es muy pronto para bromear sobre eso!”. Gottfried, un humorista con dos décadas de experiencia sobre el escenario, se enfrentaba a un público indignado, pero no se amilanó. Mirando a los asistentes, comenzó un nuevo chiste:

—Muy bien. Un descubridor de talentos está sentado en su oficina. Entra una familia: un hombre, una mujer, dos hijos y un perrito. Así que el descubridor de talentos pregunta: “¿Qué clase de espectáculo hacen?”.

Lo que siguió fue una sucesión de escatología, bestialismo, incesto y sexo depravado sin tabúes, “literalmente el chiste más guarro del mundo”, según Weems. El público estalló en carcajadas. “La actuación fue tan memorable que alguien realizó una película sobre el chiste, con la actuación de Gottfried como clímax, titulada Los aristócratas”, rememora.

¿Cuándo se puede bromear sobre una tragedia? ¿Dónde están los límites del humor? Weems recuerda que en 1986, después de la explosión del transbordador espacial Challenger con siete tripulantes a bordo, se hizo muy popular un chiste: “¿Qué significan las siglas NASA? Necesitamos Ahora Siete Astronautas”. Un estudio mostró que los chistes sobre la tragedia surgieron unos 17 días después del accidente. La muerte de la princesa Diana de Gales tuvo un periodo de latencia más corto. Y el de los ataques terroristas del 11-S fue mucho más largo. El autor del estudio, Bill Ellis, de la Universidad del Estado de Pensilvania, clasificó los chistes sobre el Challenger por fecha y lugar de aparición. El accidente fue el 28 de enero de 1986. El 22 de febrero, en la ciudad de Shippensburg se contaba este chiste: ¿Sabes cuál es la bebida oficial de la Nasa? Seven Up (siete arriba, en inglés). 

Los chistes sobre la tragedia del 'Challenger' surgieron unos 17 días después del accidente

“Nuestra fascinación por el humor negro la demuestra la inmensa variedad de chistes de mal gusto: los que tienen con ver con el Challenger, el sida y Chernóbil, por nombrar solo unos pocos”, narra Weems. Armado con publicaciones en revistas especializadas, el neurocientífico sostiene que el humor negro no es cruel. “Inventar alternativas que expliquen el acrónimo sida resulta divertido para algunas personas, pero chillar ¡Ja, ja, estás enfermo! en un pabellón oncológico no resulta gracioso a nadie. Nos reímos de los chistes acerca de grupos o sucesos sólo cuando provocan reacciones emocionales complejas, porque sin esas reacciones no tenemos otra forma de responder”, reflexiona.

“No hay un solo chiste que le agrade a todo el mundo. El humor es idiosincrásico porque depende de aquello que hace que todos seamos únicos: cómo nos enfrentamos a la discrepancia que reina en nuestro complejo cerebro”, subraya. La mejor prueba es un experimento llevado a cabo por el psicólogo Richard Wiseman, de la Universidad de Hertfordshire (Reino Unido). En 2001 abrió una web con la ayuda de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia, con el objetivo de encontrar el chiste más gracioso del mundo. Recibió unos 40.000 chistes y un millón y medio de votaciones. El ganador fue:

Dos cazadores de Nueva Jersey caminan por un bosque cuando uno de ellos se desploma. Da la impresión de que no respira y tiene los ojos vidriosos. El otro coge el teléfono y llama al servicio de emergencias. Dice con voz entrecortada: “¡Creo que mi amigo está muerto! ¿Qué debo hacer?”. El operador le contesta: “Cálmese. Le ayudaré. En primer lugar, asegúrese de que está muerto”. Hay un silencio y a continuación se oye un disparo. De nuevo al teléfono, el cazador dice: “Muy bien, y ahora ¿qué?”.

El chiste más gracioso del mundo no tiene mucha gracia, coinciden Wiseman y Weems, y eso tiene una explicación científica. “Como no a todo el mundo le gusta por igual que los chistes sean provocadores, los más populares suelen agruparse cerca, aunque todavía debajo, del umbral de provocación más habitual. Si un chiste lo sobrepasa con mucho, algunas personas se troncharán de risa y otras no se reirán nada. Si queda demasiado corto, todos permanecerán fríos”, expone Weems.

El animal más gracioso es el pato y la hora más descacharrante del día son las 18:03, según un estudio

El experimento de Wiseman sirvió para extraer unas cuantas conclusiones sobre los chistes. Los más divertidos tenían un promedio de 103 letras. El animal más gracioso era el pato. La hora más descacharrante del día son las 18:03. Y el día más chistoso del mes es el 15. En cuanto a nacionalidades, los estadounidenses mostraron “una clara afinidad por los chistes que incluían insultos o vagas amenazas”. Este chiste en inglés sobre un tejano y un graduado en Harvard fue muy apreciado en EE UU y poco fuera de sus fronteras:

—Tejano: ¿De dónde eres? (Where are you from?)

—Graduado de Harvard: De un lugar donde no terminamos las frases con una preposición.

—Tejano: Muy bien, ¿de dónde eres, gilipollas? (Ok, where are you from, jackass?)

Los europeos, en cambio, mostraron predilección por chistes absurdos o surrealistas, como este:

Un paciente dice: “Doctor, ayer noche tuve un lapsus freudiano. Estaba cenando con mi suegra y quise decir: “¿Podrías pasarme la mantequilla?”. Pero en lugar de eso dije: “Vaca estúpida, me has destrozado completamente la vida”.

Este otro chiste gustó a más de la mitad de los hombres, pero solo a un 15% de las mujeres:

Un agente de policía para a un hombre que va por la autopista. El agente le pregunta: “¿Sabe que su mujer y su hijo se han caído del coche hace un kilómetro?”. El hombre sonríe y exclama: “¡Gracias a Dios! ¡Pensaba que me estaba quedando sordo!”.

“El humor —especialmente el humor ofensivo— es idiosincrásico. Cada uno posee su propio umbral de lo que considera ofensivo y reacciona de manera muy diferente cuando se cruza ese umbral”, afirma Weems. En las páginas de Ja, el neurocientífico recuerda la teoría del médico Sigmund Freud de que el humor es nuestra manera de resolver el conflicto interior y la ansiedad. “Aunque hoy en día pocos científicos se toman en serio a Freud, casi todos reconocen que hay al menos algo de verdad en su teoría. Los chistes que no consiguen ni siquiera incomodarnos un poco no triunfan. Es el conflicto de querer reír, y al mismo tiempo no estar seguro de si deberíamos, lo que hace que los chistes sean satisfactorios”, señala Weems.

En cuanto a la epidemia de risa de Tanzania, el autor cree que “sería fácil afirmar que las niñas simplemente experimentaron una crisis nerviosa”. Una interpretación sostiene que sufrieron una histeria colectiva causada por la tensión de un gran cambio social. En diciembre de 1961, el país se había independizado de Reino Unido y la escuela había abandonado la segregación racial. Además, las alumnas eran adolescentes, en plena pubertad, y las presiones eran tremendas, según destaca Weems.

“Al pedirles que vivieran en dos mundos a la vez —ni británico ni africano, ni blanco ni negro, ni adulto ni niño, sino una combinación de ambas cosas— no consiguieron salir adelante. Pero la risa no es una crisis nerviosa. [...] Es un mecanismo de pugna, una manera de afrontar el conflicto. A veces ese conflicto se presenta en forma de chiste. A veces es algo más complicado”.

Reseña de las cartas del Petrarca

Reseña de Ignacio Peyró, "Petrarca en el eje de los mundos", Babelia, 11 de noviembre de 2023:

La traducción del Epistolario completo del poeta es una proeza filológica que revela su magnitud como fundador del Humanismo e “intelectual de los tiempos modernos”

“Su gloria había sobrevivido las edades oscuras”, escribe Georgina Masson, e incluso en el siglo XII, cuando el Capitolio no era sino “un lugar pobre, de pastoría para las cabras”, “todavía el alma de las gentes lo asociaba a ideales de libertad cívica”. En las llanuras centrales del Medievo, las Mirabilia urbis Romae —primerísima guía para peregrinos— aún se exaltaban, en efecto, al describir la colina que ejerció en tiempos antiguos como “cabeza del mundo, donde cónsules y senadores gobernaban la tierra”. Montaigne no nos sorprende al afirmar que estaba más familiarizado con los palacios capitolinos que con los de sus propios reyes. Y en octubre de 1764, un viajero inglés, sentado entre sus ruinas, “mientras los frailes descalzos cantaban vísperas en el templo de Júpiter”, sintió el arrebato de la inspiración: su nombre era Edward Gibbon y en ese mismo momento resolvió dedicarse a escribir la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. No es de extrañar, en fin, que —de acuerdo con las evocaciones del nombre—, las revoluciones nacidas del viejo ideal republicano bautizaran como Capitolio los lugares más reverentes de su institucionalidad. A modo de gozne intelectual entre la Antigua Roma, el humanismo de un Montaigne y las luces ilustradas de Gibbon, el día de Pascua de 1341, Francesco Petrarca (Arezzo, 1304-Arquà, 1374), bajo el manto real de Roberto de Anjou, asciende al Capitolio para recibir la corona de poeta laureado.

Tales solemnidades parecen cohonestarse de modo difícil con el hombre que se definió como “amante del silencio y la soledad, enemigo del foro, desdeñoso del dinero”, y que no ignoraba que la fama “es viento, es humo, es sombra, es nada”. Haríamos mal, con todo, en atenuar en mera vanidad la preocupación por un concepto, la gloria, que, con intermitencias, lleva siéndonos incómodo desde tiempos barrocos, pero que para Petrarca tendrá una dimensión que abraza la teología, la literatura y la propia posteridad mundana. Primer renacentista, como nos recuerda Antonio Prieto, frente a la síntesis medieval de Dante, Petrarca encarna una conciencia aguda de su arte y de la responsabilidad y proyección de su labor. Pero la coronación rebosa con mucho su figura para servir a un designio intelectual más ambicioso. Celebrar una ceremonia “interrumpida”, según escribe el propio Petrarca, “a lo largo de numerosos siglos” implicaba poner en acto la voluntad visionaria, tantas veces explicitada en su obra, de volver “al puro resplandor del siglo antiguo”. Él mismo conocía como nadie la centralidad espiritual y política del lugar: había rechazado recibir el laurel, de manos del propio Roberto, en Nápoles. La coronación se alzaba así como un manifiesto visible en pro de la restauración de la cultura antigua frente a las insufiencias intelectuales y políticas —del papado en Aviñón al desgaste del paradigma escolástico— de su presente. Y rodearse de las manifestaciones del poder era no solo un modo de dignificar tal programa y hacerlo apetecible a los grandes de la tierra, encargados en última instancia de prestigiarlo: también era una ostensión de la legitimación moral y del optimismo de futuro que encarnaba su causa. Es decir, el ideal que Francisco Rico ha llamado hermosamente “el sueño del humanismo”, ese mercado común de simbolos e ideas, según definición de Gombrich, que conciliaba ley natural, lección clásica y revelación divina y que podía redirigirse, con provecho moral y gozo intelectual, “ad vitam”, hacia la vida. Un saber que, en efecto, era capaz —según Cicerón, manantial primero de Petrarca—, puertas adentro, de “embellecer los momentos felices y ofrecer refugio y consuelo en los momentos difíciles”, pero que también tenía una dimensión ulterior: “poner guía, orden y gobierno (…) en nuestra sociedad”, como escribe Guarino de Verona. Al final de sus días, en una carta a su íntimo Bocaccio, Petrarca se adjudicará con justicia el mérito de haber desempolvado “estudios olvidados durante muchos siglos”.

Cercano a los cuarenta años, sus trabajos eruditos sobre, entre otros, Tito Livio, ya le hubiesen convertido en padre del Humanismo: de hecho, al coronarse como poeta, Petrarca no olvida añadir la coletilla “e historiador”. La propia coronación puede leerse a modo de cifra de su papel como “intelectual de los tiempos modernos”, según lo define Ugo Dotti: las liturgias de ese día nos dan in nuce a un Petrarca que se hace una voz necesaria en los conflictos —y entre los poderosos— de su tiempo, con el suficiente cuajo como maître à penser como para merecer tal tributo público. Aun antes de escribir la mayor parte de su obra, en efecto, Petrarca ya postula un propósito de regeneración cultural que, escenificado en el Capitolio, iba a manifestarse en su propia obra en dos direcciones complementarias y llamadas a una gran influencia. Por una parte, el arte del poeta del Canzionere, que carga de intimidad y artificio conceptual la herencia de la lírica provenzal, y cuya retórica surtirá de un fondo de armario poético —el petrarquismo— a escritores de toda Europa durante siglos, en todo lo que va de Ronsard a Lope o la melancolía isabelina, y que incluso, en lo que tiene de dietario sentimental, va a pervivir como modelo en Umberto Saba o nuestro Unamuno. Por otra parte, las cartas, surgidas como proyecto tras inspirarse en el hallazgo de unas epístolas de Cicerón hacia 1345, y que constituirán “una suerte de autobiografía intelectual”, con rasgos efectivamente diarísticos en las Familiares, mayor énfasis memorialístico en las Cartas de Senectud —escritas a partir de 1361— y afán polémico, como clamor de justicia ante los poderes de la tierra, en las Cartas sin nombre. En su Epistolario, Petrarca aporta la nueva sensibilidad de un presente que se ilumina en el diálogo con el pasado.

Bien prologadas en cada uno de sus libros —lo cual no solo enriquece sino que orienta la lectura—, Petrarca escribe las cartas sobre la plantilla moral de Séneca y el propio Cicerón, en adición a sus propias querencias agustinianas. Es muestra de afán autoral que no haya “operación quirúrgica”, a decir del editor, “que no haya empleado” en sus textos: muchas cartas —por ejemplo, hasta el libro VI de las Familiares— son recreaciones posteriores a la datación, artificio que, por lo demás, solo habla de la firmeza de una voluntad literaria que busca ofrecer al propio Petrarca en calidad de “exemplum”, con la proyección de una intimidad intelectual como “un monumento de miles de páginas erigido a sí mismo”. Hay que añadir, no obstante, que el epistolario petrarquiano dista de ser un tratado de egocentrismos: está la enciclopedia de su época y la polémica de su tiempo, entregadas ambas en textos ágiles, que “salen al encuentro de la vida diaria”, y que lo mismo “polemizan con los aristotélicos que discurren sobre las más modestas realidades cotidianas”. Algunos pasajes han ganado una fama fundamental: la Carta nueve del segundo libro de las Familiares es una tan extraordinaria como ambigua confesión con claves interpretativas del Cancionero, en tanto que la subida al monte Ventoso o Ventoux (primera carta del libro cuarto) es por sí misma un hito en la historia de la cultura occidental. Subiera o no subiera al monte, es congruente que la excursión viniera impulsada por un noble precedente: leer sobre el ascenso de Filipo V al monte Hemo en Tesalia. Las Cartas sin nombre tendrán un punto más especiado en sus tensas invectivas contra la curia de Aviñón, los lamentos por una Roma “viuda” sin papado y los denuestos contra un gremio teológico que ha fosilizado cuanto de bueno y vivo pudiera haber en la escolástica.

Tanto en el Epistolario como en los poemas queda constancia de su magna empresa intelectual de conciliación de la herencia clásica y la evangélica

Por tradición lectora y filológica, el Petrarca en verso ha sido mucho más cercano al mundo hispánico que el Petrarca en prosa. De hecho, las cuatro mil páginas de este epistolario son más que un matiz contundente a esa imagen arraigada de Petrarca “dedicado (…) a cantar sobre Laura y suspirar de amor”. Como fuere, tanto en el Cancionero como en su Epistolario, Petrarca revela —corregirá ambos hasta el mismo final de su vida— una exigencia de autor que a su vez nos habla de un mundo interior en necesidad de expresión literaria y de un escritor sabedor de que la gloria no le espera en el lugar de la ardua filología. Asimismo, tanto en el Epistolario como en los poemas queda constancia de su magna empresa intelectual de conciliación de la herencia clásica y la evangélica. A este respecto, no es ocioso recordar, como hace el hispanista Matteo Lefèvre, cómo, frente al amor pagano de un Garcilaso, “las razones profundas” que animan su Cancionero, no en vano cerrado con un largo poema a la Virgen, “se centran en la palinodia del sentimiento amoroso”, en lo que también se ha llamado “un recorrido espiritual del pecado a la santificación”.

En su Epistolario esta voluntad de concierto es, más que evidente, fundacional: si los poemas —no muy cariñosamente titulados Rerum vulgarium fragmenta— están escritos en vernáculo, Petrarca escribe sus cartas en latín, en la consideración de que esta lengua era “vehículo apropiado de una cultura integral”. Así, desde “la ciudadela de la razón” ciceroniana, postula que “no hay que desdeñar ningún guía que nos muestre el camino de la salvación”: al mismo Cicerón lo asimila a un apóstol, y se pregunta en qué pueden dañar Platón o el propio Arpinate al estudio de la verdad. “El legado antiguo”, escribe Rico, es para Petrarca “la cultura humana que mejor acompaña las enseñanzas de la religión”. En nuestras miradas a Roma, en definitiva, hemos buscado, a lo largo del tiempo, en todo lo que va de Maquiavelo a Winckelmann o el cardenal Wiseman, extraer verdades políticas a través del estudio de las instituciones, entroncar con una idea de belleza a través del arte o —a través de la arqueología— probar verdades de una religión o, más modestamente, decorar nuestros interiores. Para Petrarca, pionero absoluto de esa mirada, la verdad de la lección antigua está en la dignidad y las posibilidades del lenguaje tanto para la intimidad como para la cosa pública.

Si las cartas de Petrarca siguen vivas no es solo por su vocación de tener por interlocutora a la posteridad, sino por transparentar un estilo intelectual gestado por los humanistas y que aún nos resulta seductor. Dotti dice que “no nos cuesta ver en ellas a Montaigne”. Como “nuevo sabio de los tiempos modernos”, lo vemos abominar de la babilónica Aviñón, disfrutar del campo en Vaucluse (“transalpina solitudo mea iocundissima”), reñir por la política que cree justa y extraer todo el consuelo de la complicidad intelectual de la amistad con los Colonna o los Bocaccio. Quedamos a deberle lo que sus cartas nos enseñan como filtrado de los clásicos, pero si las admiramos es —ante todo— por constituir uno de estos libros que, por así decirlo, son un hombre: un hombre “solo e pensoso”, vuelto a sí mismo, cuya vida se transforma en testimonio por el arte. En cualquier caso, conviene subrayar cómo el genio de Petrarca —ya visto en su faceta propagandística con ocasión de la coronación de 1341— trasciende intimidades y repercute en el ennoblecimiento de los studia humanitatis, que serán ya “elemento propio del vivir aristocrático” y, por tanto, ideal apetecible.

La traducción del Epistolario petrarquiano completo a cargo de Francisco Socas es una de esas gestas que se merece nuestra lengua: no son tan frecuentes —pienso en las obras completas de Ramón, Ortega o Chaves Nogales—, aunque Acantilado reincide ahora tras la edición de otra de las “tres coronas florentinas”, el Dante de la Comedia, en traducción de José María Micó. Por supuesto, el paginado infinito de estas cartas también representa otra de esas gestas lectoras en las que uno —de Proust a la Anatomía de la melancolía, del Port-Royal al duque de Saint-Simon— puede emplear la vida. No cabe duda de que disponer de este Epistolario ajustará a una realidad mayor nuestra mirada sobre Petrarca y su huella, como es propósito del proemio del finado Ugo Dotti. Pero es una belleza particular que aquello que nació como invitación al aprecio de la alta literatura pueda ahora entrar, sin dejar las facultades de Filología, en la biblioteca de cualquier lector que tal vez también espera “una edad más dichosa”.

Epistolario. Cartas familiares. Cartas de Senectud. Cartas sin nombre. Cartas dispersas. Francesco Petrarca. Traducción de Francisco Socas. Madrid: Acantilado, 2023, 4.336 páginas. 148 euros.

Vida de los monjes medievales

Manuel Morales, "Vida de monje en los monasterios medievales: más vino que agua, verduras, poco aseo y sufrir sangrías", El País, 15 de abril de 2024:

Un curso de la Fundación Santa María la Real muestra mitos y verdades sobre la existencia de los religiosos en los cenobios románicos, en los que dedicaban seis horas a tareas litúrgicas y cuyas bibliotecas eran pequeñas, con medio centenar de libros

Vida de monje en los monasterios medievales

Madrugones, rezar, labores en la huerta, rezar, copiar códices, rezar, curar enfermos, rezar, y todo ello vistiendo un modesto hábito y viviendo en castidad. Esta es la imagen fijada de cómo vivían los monjes en los monasterios de la Edad Media, sobre todo gracias a películas como El nombre de la rosa, que adaptó la novela homónima de Umberto Eco. Sin embargo, ¿era realmente así? ¿Había esas bibliotecas tan grandiosas? ¿Sus condiciones eran misérrimas? Sobre estas y otras cuestiones departieron este fin de semana seis expertos en un curso organizado por la Fundación Santa María la Real en Aguilar de Campoo (Palencia). Si empezamos la visita monástica por el scriptorium, el espacio destinado para copiar libros, y la biblioteca, la catedrática de Paleografía (escritura antigua) y Diplomática (estructura de documentos) Marta Herrero de la Fuente enfrió algo las expectativas: “Sabemos muy poco de cómo eran, y no había scriptorium en todos los monasterios”. Dependía de sus recursos.

“Lo que conocemos es gracias a lo que se producía en esos lugares, los códices y documentos”, añadió Herrero en el curso, titulado El monasterio románico y sus espacios: de lo espiritual a lo material, dirigido por el historiador de arte Pedro Luis Huerta Huerta, que tendrá una segunda convocatoria a finales de julio. “Los libros se guardaban como tesoros, pero en distintos espacios, como se hace hoy en las casas”. Además de en la biblioteca, se podían encontrar “en el altar, en la sacristía; los de materia médica en la enfermería y los de lectura para la liturgia, en el armarium, una especie de hornacina que se localizaba enel claustro”. “Mientras que otros que no se usaban habitualmente estaban guardados”.

Herrero indicó que la media de libros en la biblioteca de un monasterio de los siglos XI y XII podía rondar “los 40 y 50, casi todos litúrgicos”. Así que la que descubrieron fray Guillermo de Baskerville y su fiel Adso en El nombre de la rosa era un fantasía literaria.

En cuanto a los monjes copistas, “solían ser dos o tres y solo se dedicaban a eso”. No se reservaba un espacio específico para el scriptorium, “podía ser cualquier lugar que les viniera bien”. “Normalmente, estaba en una zona caliente para que no sufrieran por el frío las pieles empleadas para los pergaminos”. ¿Cuánto tiempo podía llevarles copiar un códice? “En los colofones [anotaciones al final de los libros] a veces decían lo que habían tardado, que podían ser seis o siete meses, pero hubo casos de hasta dos años, eran libros de 400 folios (800 páginas) que medían unos 40 por 50 centímetros”.

“Eran monjes especializados, sabían latín, tenían conocimientos de gramática y retórica clásicos y debían interpretar textos complicados por sus grafías y abreviaturas. Escribían cuidadosamente con una pluma de oca o ganso que afilaban continuamente con una cuchilla para que no se convirtiera en un cepillo que hiciese las letras gruesas”. El material lo obtenían del monasterio, “como las pieles del ganado, que se rascaban con un cuchillo en el scriptorium para que pudiera escribirse sobre ellas”. Era una tarea dura, si nos atenemos a lo que dejó escrito un monje de Burgos en el siglo X: “La visión se debilita, la espalda se encorva y las costillas y el vientre se aplastan”.

También intervino en esta 25ª edición de los cursos sobre románico el historiador de la Medicina Fernando Salmón Muñiz, quien quiso “atajar prejuicios como que los monjes despreciaban su cuerpo y sufrían con resignación”. “En el espacio monástico, un enfermo era un lastre porque alteraba el funcionamiento del conjunto”. Salmón señala que los conocimientos médicos bebían del mundo grecolatino, de lo que se llamó humoralismo, que las enfermedades se producían por desequilibrios de los cuatro humores que tenía el cuerpo: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra.

Para prevenir dolencias “se les practicaban sangrías”, podían ser hasta seis al año, de hasta dos litros de sangre, “y todos tenían que pasar por ello”, apostilló el doctor en Historia de arte Pablo Abella Villar, técnico de la Fundación Santa María la Real (que invitó a este periodista). Abella añadió que por la debilidad posterior a la flebotomía se les concedían tres días en la enfermería; y calentitos, porque era una zona calefactada. Encima, se les permitía comer carne (que estaba prohibida) porque su dieta era “a base de pan, verduras y fruta”. Un paraíso terrenal que provocó “casos de monjes que se hacían pasar por enfermos”.

También las reglas prescribían que “había que evacuar semen, pero no hacía falta porque como las sangrías les debilitaban mucho, había menos deseo sexual. Por otro lado, se consideraba que la costumbre hacía la naturaleza, así que al no tener sexo, no se necesitaba”, subrayó Salmón. Cuando un religioso enfermaba de verdad, se le permitía quedarse unos días en su celda, “y si no se recuperaba pasaba a la enfermería”, añade. “Allí, se le daban unas hierbas porque los monjes no tenían conocimientos médicos. Solo cuando el enfermo estaba grave se recurría a un médico, al que se pagaba”. También en esos casos se les permitía tomar baños, lo que en su vida sana era infrecuente porque darse un baño desnudo podía incitar a comportamientos concupiscentes.

Siguiendo con aguas, la arqueóloga Ester Penas González abordó el abastecimiento hídrico de los monasterios. “El agua potable se tomaba de manantiales o de aljibes que almacenaban la de la lluvia”. ¿Bebían mucha agua? “No demasiada, la tomaban en caldos o infusiones, nunca directamente del río; lo que bebían más era vino mezclado con agua”. Esta sí era fundamental en las liturgias, “desde bendecir los muros del monasterio cuando se consagraba, bendecir a los monjes o, a veces, se empleaba para hacer penitencia, pero entonces se metían en agua helada”.

Aunque haya quien piense que todo esto era una vida mortificante, Abella recuerda que los monasterios surgían por donaciones de terrenos y bienes de reyes o nobles porque creían que esas buenas acciones les darían el pasaporte a una vida celestial cuando murieran. “Los monasterios cistercienses eran grandes centros de producción económica. Tenían huerta, granjas, palomares, piscifactorías, molinos... y quienes ingresaban en ellos solían pertenecer a familias pudientes”. Además, los monjes convivían con los llamados conversos, “personal de clase social más baja y que se ocupaba de las tareas manuales”. Esto les permitía dedicar unas seis horas diarias para sus labores litúrgicas.

Sin embargo, por encima de cualquier tarea productiva, el fundamento de sus vidas era consagrarse a Dios a través de la liturgia. El catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid José Luis Senra Gabriel y Galán disertó sobre el peso que tenían “las liturgias procesionales en el interior del monasterio”. Es decir, que los monjes hacían cortas procesiones los domingos y en época pascual en las que recorrían parte del recinto conventual, con paradas en las que salmodiaban.

Senra analizó también la importancia de algunos espacios monásticos, como la sala capitular, “en la que los miembros de la comunidad religiosa dirimían asuntos temporales y donde se amonestaba a los monjes que se habían saltado el reglamento”. Es decir, se les llamaba a capítulo. Y el refectorio o comedor, que con el tiempo, mostraban una arquitectura más grandiosa. “Se comía en silencio absoluto, solo podía hablar el monje encargado de las lecturas bíblicas. Para pedir algo de la comida o la bebida se emitía un sonido”. Esa cadena de sonidos propició “que se desarrollara un lenguaje de signos, precedente del de las personas sordomudas”. “Esto sucedió especialmente en monasterios ingleses, donde llegó a haber un sistema de 360 signos”.

Vincent Debiais, catedrático de Paleografia de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, habló de las inscripciones funerarias en los monasterios, “algo que los visitantes no suelen tener en cuenta”. “En la catedral de Girona, por ejemplo, hay 444 inscripciones”. “Han sido elementos frágiles porque se han destruido o desplazado. Por cada una conservada, se calcula que 20 han desaparecido”.

Debiais destacó la variedad de tipos de inscripciones sobre las piedras: en prosa o en verso, sencillas (”Debajo de esta piedra descansa...”) o de largos textos porque se recordaban donaciones a esa comunidad religiosa; podían estar en las tumbas o en espacios donde no hubiera ningún enterrado, eso sí, siempre en latín y “formando parte de una red de escritura, no eran mensajes autónomos”.

Para no acabar hablando de difuntos, mejor recordar lo que contó a EL PAÍS la profesora Herrero cuando Umberto Eco estuvo en Burgos y quiso visitar el monasterio de Santo Domingo de Silos. “Le enseñaron unos códices, de algunos de ellos hablaba en El nombre de la rosa. Vimos que no decía nada y nos extrañó. En seguida nos dimos cuenta de que, en realidad, estaba emocionado, casi llorando. Sabía de la existencia de esos códices, pero no los había visto nunca”.

miércoles, 17 de abril de 2024

La herencia de la Ilustración, de Antoine Litti

Lola Galán, "Los claroscuros del Siglo de las Luces: la Ilustración no solo fue razón y modernidad", reseña en Babelia, 1-XII-2023:

‘La herencia de la Ilustración. Ambivalencias de la modernidad’, de Antoine Lilti, recoge las principales teorías críticas que se plantean sobre esta etapa, reconociendo que constituye “una tradición de la que no escapamos”

La Ilustración tiene excelente prensa. El siglo XVIII ha pasado a la historia como una etapa luminosa en la que la superstición religiosa y el absolutismo político empezaron a ser barridos por la fuerza de la razón. En ese Siglo de las Luces se pondrían las bases de las democracias modernas, y se comenzaría a construir lo que entendemos por modernidad. Y, sin embargo, esta buena imagen se ha ido agrietando en los últimos tiempos. En su libro La herencia de la Ilustración, el profesor Antoine Lilti, gran experto de ese periodo en Francia, recoge las principales teorías críticas que se plantean sobre esta etapa, reconociendo que constituye “una tradición de la que no escapamos, ya sea para reivindicarla o para oponernos a ella”.

Lilti, que empieza por subrayar hasta qué punto la crisis ecológica pone en tela de juicio la idea misma de progreso, analiza a fondo los estudios poscoloniales que ven en la Ilustración una justificación ideológica del colonialismo europeo. Para autores como Dipesh Chakrabarty, se trata del relato fundador de una modernidad europea que debería “bajar de su pedestal y asumir su carácter local”, por eso propone “provincializar” Europa. Sin negar la validez de esas posiciones, Lilti considera que no tenemos por qué renunciar “al legado” de esa etapa crucial, sino “asumirlo como una herencia local y plural. No un credo racionalista universal que debamos defender contra sus enemigos, sino la intuición inaugural de la relación crítica de una sociedad consigo misma”.

En su libro, Lilti pasa también revista a la vida de los más famosos forjadores del Siglo de las Luces para dejar claro que rara vez estuvieron a la altura de su osadía ideológica. Optaron en muchos casos por publicar sus obras con seudónimo (Voltaire utilizó decenas de ellos) para eludir la censura y las responsabilidades derivadas de esa exposición pública, y pese a los ideales expresados en sus escritos —que desembocarían en la Revolución Francesa— vivieron en la más absoluta comodidad burguesa, perfectamente integrados en las sociedades del Antiguo Régimen. Voltaire, por ejemplo, “encarna los límites de la Ilustración, que se han denunciado a menudo: un innegable conservadurismo social y político, un marcado gusto por los déspotas ilustrados, posiciones dudosas sobre la jerarquía de las razas y cierta superficialidad”. De Diderot, artífice de La Enciclopedia, nos dice: “Pensador crítico, siempre rápido para expresar su indignación, pero también escritor bien integrado en el pequeño mundo de la élite parisina. Autor de textos audaces que, releídos hoy en día, parecen anunciar la Revolución, renunció a publicarlos, mientras trabajaba a veces como censor oficioso de Antoine de Sartine, teniente general de la policía”.

Lilti reconoce que en Francia, la Ilustración se desarrolló cómodamente a la sombra de la sociedad del Antiguo Régimen. “Sus protagonistas estaban firmemente arraigados en las instituciones culturales de la monarquía y asociados a las prácticas sociales de las élites”. El propio D’Alembert, autor del ‘Discurso Preliminar de la Enciclopedia’, en 1751, fue miembro de la Academia de Ciencias y de la mayoría de las academias europeas, además de secretario permanente de la Academia Francesa y asiduo invitado en los salones de la nobleza ilustrada. Otra idea que aporta el libro de Lilti es que el impulso secularizador en Europa surgió precisamente de los pensadores cristianos, tal y como reivindica una corriente analítica que está cobrando cada vez más fuerza y que subraya las fuentes religiosas de la Ilustración asegurando que mantiene un nexo inadvertido o reprimido con las creencias antiguas. Y si hablamos del legado de ese siglo XVIII en el plano económico, aunque el capitalismo financiero global que domina hoy el mundo es una negación de los valores de la Ilustración, debemos reconocer que es también su heredero.

La herencia de la Ilustración, Antoine Lilti. Gedisa, 2023, 480 páginas. 38,90 euros

El tricentenario de Kant

Mar Padilla, "Kant, el sabio que nos hizo mejores ciudadanos", El País, 14 de abril de 2024:

El filósofo prusiano, autor de ‘Crítica de la razón pura’, cambió la forma de pensar de la gente e incitó a reflexionar por uno mismo, a cuestionarlo todo. En el tricentenario de su nacimiento, cuando reaparecen las figuras autoritarias y las guerras sangrientas, su ideario cosmopolita cobra sentido

Fue un visionario que inauguró la modernidad. Cambió la forma de pensar de la gente, incitando a reflexionar por uno mismo y a cuestionarlo todo. Las ideas del filósofo que rechazó el dogma, que propugnó el uso de la libertad en responsabilidad y la idea de ciudadanía común, están de vuelta ahora que se cumplen tres siglos de su nacimiento.

Vivimos un cierto regreso al pasado. Reaparecen la irracionalidad, el miedo, las teorías conspiranoicas, las sombrías figuras autoritarias y las guerras sangrientas. Ante ello, no hay recetas mágicas, pero podemos volver a escuchar a los que quisieron emanciparnos de fanatismos y actuar a la luz de un entendimiento común. Podemos volver a Kant.

El Kant nuestro de cada día

El autor de Crítica de la razón pura es uno de los filósofos más influyentes de todos los tiempos. Es citado, comentado y combatido —especialmente desde el posmodernismo—, incansablemente. De la idea de la educación universal y gratuita al principio de autonomía moral y personal, de Habermas a Hannah Arendt, pasando por Hegel, su obra lo impregna casi todo. “Seguro que Kant ha influido en usted aunque no lo haya leído”, advirtió Goethe.

El pensador que abrió un camino para que seamos mejores ciudadanos, nacido el 22 de abril de 1724 en Königsberg (hoy Kaliningrado, en Rusia), también impulsó el derecho internacional y el concepto de un gobierno organizado en una federación de estados, inspiradora de entidades como la ONU o la Unión Europea. Ahora, en el volátil contexto actual, sus ideas cosmopolitas y democráticas vuelven a cobrar sentido.

“Con lo que está ocurriendo ahora mismo en la guerra de Ucrania o lo que está haciendo Israel en Gaza, lo que escribió Kant no puede ser de más actualidad”, afirma Roberto R. Aramayo, profesor del Instituto de Filosofía del CSIC. Aramayo hace referencia a Sobre la paz perpetua, el ensayo de Kant publicado en 1795 que insta a la regulación de los conflictos, subrayando que ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en el gobierno de otro o que, en caso de guerra, no deben llevarse a cabo actos que hagan imposible una paz futura. “En estos tiempos se ve a Kant más como un icono que como un referente, porque no nos va a ofrecer respuestas a nuestros problemas concretos, pero su obra nos sigue interpelando hoy mismo”, sostiene Aramayo, uno de los mayores conocedores de la obra del prusiano y autor de Kant: Entre la moral y la política (Alianza Editorial, 2018).

El llamado sabio de Königsberg no debe de ser santo de devoción entre las autoridades de Rusia, Israel o China. Alertó sobre la pasión por el poder, los posibles engaños de la “razones de Estado” y dejó escrito que “ninguna voluntad particular puede ser legisladora para una comunidad”. Norbert Bilbeny, catedrático de Ética de la Universidad de Barcelona y autor de El torbellino Kant. Vida, ideas y entorno del mayor filósofo de la razón (Ariel, 2024), apunta: “Aún no estamos en la Europa ni en el mundo cosmopolita y hospitalario que él concibió”.

Publicó Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio en los años 1781, 1787 y 1790, sucesivamente. En ellas, Kant propone una filosofía total, un sistema de conocimiento, moral y estético, respondiendo a tres preguntas clave: qué puedo saber, qué puedo hacer y qué debo esperar. En su primera Crítica suma las corrientes filosóficas anteriores, añade el eje del espacio y el tiempo, hace un reset y responde que al conocimiento se llega aunando el empirismo con el racionalismo, que dicho conocimiento está condicionado por el sujeto que quiere conocer y que hay cosas que no podemos saber; en la segunda describe una moral y una ética común a priori de todo, un juicio compartido que nos aleja de los prejuicios; y en la tercera revela el peso del arte en la representación del mundo.

“Era consciente de la maldad en el humano, y avisó de que la conciencia ética puede detenerla” Norbert Bilbeny, catedrático de Ética de la Universidad de Barcelona

“Una idea guía toda la historia: la del derecho”, dijo el prusiano. Es “el derecho a tener derechos”, en interpretación del añorado filósofo Javier Muguerza. Desde la mesa de su despacho en su casa de Königsberg —bajo un retrato de Jean-Jacques Rousseau interpelándole desde la pared —, Kant dio un nuevo empuje a la Ilustración ampliándola hacia una revolución global. Armado con una peluca empolvada, una pluma y un tintero, El Demoledor, según palabras del escritor Thomas de Quincey, propone una “salida del hombre de su inmadurez autoincurrida” —así lo escribió Kant en su ensayo ¿Qué es la Ilustración?, de 1784—.

Le llamaban Manolito

Fue un hombre metódico, de familia humilde, influenciado por su madre, una lectora inquieta de recta conducta que le llamaba cariñosamente Manelchen (Manolito). “Un ateo ético”, en descripción de Aramayo, un pensador que vio con buenos ojos la guerra de Independencia americana y la Revolución Francesa, un trabajador solitario que se volvía sociable unas horas al día, cuando invitaba a grupos de amigos a comer, a beber vino y a conversar en su casa.

Vivió siempre soltero, dedicado a su proyecto de filosofía total. De estudiante se reveló como un portento, pero la muerte de su padre le obligó a dejar la universidad y mantener a sus hermanos. Estuvo casi una década alejado de los circuitos académicos, ejerciendo de preceptor de niños de familias ricas y de bibliotecario, hasta que retomó sus estudios gracias al apoyo económico de su tío zapatero.

También fue un profesor hipnótico para sus cada vez más numerosos alumnos, un intelectual que cada día a las cinco de la madrugada ya estaba leyendo y escribiendo. Durante años impartió más de 40 horas semanales de Metafísica, Geografía, Ética, Antropología, Pedagogía, Matemáticas, Latín o Mineralogía.

Recibió ofertas para trabajar en las universidades de Jena y Berlín, pero optó por no moverse de su ciudad, desde donde universalizó los ideales de Montesquieu, Rousseau y Voltaire, redibujando para siempre la dimensión colectiva de la política (aunque, víctima de su tiempo, legitimó la exclusión de las mujeres en dicha dimensión).

Fue un hipocondriaco de salud aceptable, un hombre que en sus paseos de la tarde respiraba solo por la nariz por miedo a constiparse y que, por tanto, no hablaba en caso de tener compañía. Un pensador longevo que, con los achaques de la edad, cuando se dio cuenta de que explicaba siempre las mismas historias, optó por apuntárselas para no repetirlas. A sus casi 80 años, en una de esas comidas en su casa, confesó: “Señores, soy viejo, débil e infantil, y en consecuencia deben ustedes tratarme como a un niño”.

Contra el no future

En sus obras alude a un mundo en permanente construcción, alertando de que cuando se habla de la sociedad como es, en verdad se subraya lo que se ha hecho de ella. Contra las tentaciones del nihilismo y el no future, Kant insta a actuar como si el mundo tuviera un propósito, y este fuera digno y decente. En Kant, “trabajar y colaborar de forma comunitaria y tener las obligaciones morales claras conlleva una esperanza real en el futuro”, reflexiona Kate Moran, profesora de Filosofía de la Universidad de Brandeis y autora de Kant’s Ethics (la ética de Kant) (Cambridge University Press, 2022).

Kant ilumina: a pesar de las guerras y la violencia, en su ideario es razonable esperar que la humanidad avance y logre una paz duradera. Pero para conseguirlo es requisito desarrollar un Estado constitucional republicano que regule la libertad en común de la ciudadanía, que sea garante del acto de pensar por uno mismo, dejando “espacio a la libertad interna de actuar moralmente y bien”, apunta Margit Ruffing, doctora en Filosofía de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia.

Para Ruffing, la obra kantiana refleja que “el futuro llegará, y no hay ninguna razón sensata para no trabajar por un mundo mejor, sino muchas razones para hacerlo”. Pero Kant no era un optimista irredento: “Era consciente del conflicto y la maldad en el humano, y avisó de que solo el conocimiento y la conciencia ética pueden detenerlos”, advierte Bilbeny. El prusiano vendría a ser un pesimista con “un inquebrantable optimismo metodológico, basado en la esperanza moral de que nuestro perfeccionamiento puede transformar el futuro”, según Aramayo.

Pero no todo va a ser mañana. Para hoy mismo, el pensador de Königsberg ofrece herramientas para la convivencia cotidiana, como “la idea de ser generosos con los demás e implacables con nosotros mismos”, según escribió Muguerza, o de actuar como si de nosotros dependiera el curso del mundo. “Hay mucho que aprender de él: a tratarnos educadamente, prestar atención sincera a los demás, en el trabajo, en casa o en la calle”, apunta la profesora Moran. Son pequeñas reverberaciones que perfilan un mundo más humanizado. Entonces, no todo está perdido. Tras reencontrar la voz del filósofo, un poco a la manera de Nathy Peluso y C. Tangana, dan ganas de cantar “yo era ateo, pero ahora creo” (en Kant).

domingo, 14 de abril de 2024

Desde el pensamiento al destino

 Aristóteles: "El pensamiento condiciona la acción; la acción determina la conducta; la conducta repetida crea hábitos; el hábito estructura el carácter, la manera de pensar, ser y actuar del individuo; y el carácter marca el destino".

Escribir la oralidad

Juárez Casanova y Noelia Ramírez, "Escribir como se habla: así es la nueva tendencia en la literatura española", en Babelia, 23 de abril de 2023:

Oralidad deliberada, anarquía ortográfica y bilingüismo sin complejos. Del éxito de Andrea Abreu al debut de Greta García, una nueva hornada de autores revienta el canon en sus ficciones

“En mi vida he tenío tres grandes aspiraciones: ser bailarina, matar a gente y tener un ano enorme donde metérmelo to”, piensa Pili, la protagonista de Solo quería bailar (Tránsito), el debut de Greta García (Sevilla, 1992), desde su celda en Alcalá de Guadaíra. “No hay mejor disfraz que una buena corbata, diu el meu pare, i com que jo ni pintallavis ni talons, potser se’m veu el llautó de tarada que xiscla, acarnissada, RAJOY, I HATE YOU MARICÓN”, reflexiona en la misma frase Alba, la apática heroína barcelonesa de Consum preferent (Anagrama), primera novela de Andrea Genovart (Barcelona, 1993), combinando castellano, catalán e inglés.

A Aída, la pequeña tinerfeña sobre la que orbita la narración en tercera persona de Leche condensada (Caballo de Troya) —”La única niña que no chinga a los niños con lo último de la Coca Cola que queda enjediondada”—, le gustan los Pokémon tipo agua y sabe, porque se lo dijo la pediatra, que “no se puede huir de la ansiedad, solo afrontarla”, como relata su autora, Aida González Rossi (Santa Cruz de Tenerife, 1995). “Puedo compartir todo contigo mi cuchilla mi desodorante mi dinero si lo necesitas (no hay prisa por devolverlo) pero sé con certeza que no he querido hablar de lo importante que no he querido resolver mis dudas por minúsculas que fueran te masturbarías conmigo mirándote?”, escribe Luis Díaz (Alcalá de Henares, 1994) en Los bloques naranjas (Caballo de Troya), descodificando las señales camufladas en la homosocialización masculina de barrio.

"Da la impresión de que escribimos como hablamos, pero todo es técnica”, Andrea Genovart

Los libros citados tienen muchos rasgos en común. No usan comas ni puntos ni mayúsculas, adoptan la lengua oral como modelo y toman prestadas expresiones en otras lenguas, ya sean cooficiales o extranjeras, de manera desacomplejada. Todos están firmados por debutantes que han asaltado las librerías con pocos meses de diferencia con una prosa frenética, caleidoscópica, anárquica y (estudiadamente) espontánea. Esta nueva hornada de autoras y autores sin aparente nexo común ha vomitado novelas que parecen escritas sin coger aire, con la voluntad de reventar el canon y una ortografía disidente, situada al margen de las reglas de la RAE. No se trata, en realidad, de un fenómeno estrictamente nuevo. “Respecto a las reglas, una vez aprendidas, procuro olvidarme”, escribió Montserrat Roig contra la “hipocresía lingüística” de un panorama que “encerraba a las palabras sin dejarlas volar” unos pocos años antes de que todos estos autores nacieran. Más de tres décadas después, los recién llegados ya no temen alejarse de la pureza léxica en sus textos, de manera mucho más tímida que sus predecesores.

ALBERT GARCÍA

En los últimos años, autores de otras generaciones ya han experimentado con la palabra hablada en sus libros. Por ejemplo, Fernando Aramburu con los verbos conjugados a la donostiarra en Patria o la reciente Hijos de la fábula, Carlos Zanón con las expresiones barcelonesas en ­Taxi y, de una manera distinta, Cristina Morales al deconstruir los usos orales del lenguaje políticamente correcto en Lectura fácil. Pero estos debutantes van más allá y derrocan barreras invisibles a sus ojos.

Están las que, como Greta García, afirman “no haber tenido apuro ninguno” al abrazarse al Êttandâ Pal Andalûh (EPA), la ortografía no oficial del castellano creada en 2018 por el colectivo del mismo nombre para adaptarse a los dialectos andaluces, un estilo al que se acogen otros artistas como Alberto Cortés en sus textos para el teatro. García empezó aplicando la EPA únicamente a los diálogos, pero decidió ampliar su uso a todo el texto de Solo quería bailar. Su idea consistía en “aportar más teatralidad, cadencia y un palabrerío sevillano” a esta tragicomedia de una bailarina con la sensación de ser la más mediocre y de haberse tragado “toíta la mierda como una buena garganta profunda” al verse condenada a 30 años de prisión por atentar contra una oficina de Hacienda.

La sevillana confiesa estar leyendo en estos momentos Leche condensada, el debut en novela de la también poeta Aida González Rossi. En el libro, la escritora retuerce el dialecto tinerfeño “porque el lenguaje es tan rico y manejable como un bote de plastilina”. Y defiende haberse grabado a fuego la norma de Elena Ferrante sobre el hecho de tener una estructura clara del texto para después embarullarlo. “Lo mío es darme una habitación propia para proceder a destrozarla”, cuenta al otro lado del teléfono.

CLAUDIO ÁLVAREZ

Orgullosa de que se la compare con Panza de burro —la novela de Andrea Abreu sobre la cultura canaria quinqui de los dos mil que se convirtió en un fenómeno editorial, se tradujo a múltiples idiomas y descubrió a los peninsulares qué significaba “estregarse” o tener una “amiga jarrapa”—, la de García Rossi es la primera novela de la etapa de Sabina Urraca como editora invitada del sello Caballo de Troya. En su programación para este año, Urraca también ha seleccionado el texto sin comas ni puntos de Luis Díaz y otro repleto de laísmos y leísmos que narra María José Hasta (Huesca, 1989) en Se te oscurece el pelo, que saldrá a la venta en mayo. Y que se lee, como defiende su autora, “como si escucharas una tonadilla y afinaras el oído para entender la letra”.

"Los fascistas del lenguaje están alrededor, pero también en nosotras mismas” Sabina Urraca

Para Urraca, limitarse a las reglas que dicta el canon da más asfixia que alivio. Todavía recuerda cuánto lloró al ver su primer texto impreso a sus 25 años, cuando una revista literaria publicó un cuento suyo que simulaba un chat de personas que hablaban sobre mascotas y que estaba escrito respetando la jerga del canal, con expresiones diversas y faltas de ortografía. “Me lo corrigieron todo. Me lo tradujeron al español de la RAE. A veces siento que con mi labor editorial de buscar y editar a personas que escriben libremente, que usan el lenguaje como juego y disfrute, y no como cárcel a la que adaptarse, estoy vengando esa faena horrible que me hicieron hace años”, reconoce.

La editora asegura que estamos rodeados de “fascistas del lenguaje” y que su influjo nos ha llegado a envenenar el cuerpo. “Hay que tener cuidado, porque está alrededor, pero también en nosotras mismas: está en la creencia, más arraigada de lo que pueda pensarse, de que el español de España —que yo me pregunto cuál es ese español, habiendo como hay tantas variantes del lenguaje en España, una por cada persona— es la verdad suprema, el kilómetro cero de las lenguas”, denuncia Urraca.

Sus protegidos no tienen miedo al sistema. “Somos una generación socializada por internet. Aunque nos haya podido influir en la forma de escribir, en mi caso necesitaba sacar el barullo de la ciudad como espacio: escribir con la sensación de que sale todo de golpe, como si abrieras un grifo y no pudieras cerrarlo”, apunta Luis Díaz, que reescribió Los bloques naranjas “hasta la extenuación”, pese a la aparente despreocupación que puede desprender el hecho de no haber incluido signos de puntuación.

ÁLEX DE LA TORRE

Andrea Genovart coincide con Díaz en la voluntad de trasladar la vorágine de toda gran urbe a sus páginas gracias al ritmo en la escritura. La catalana llega a dedicar 16 líneas a repetir la palabra “subnoRRRmals” sin descanso en Consum preferent, ganadora de los 12.000 euros del Premio Llibres Anagrama de Novel·la, que se traducirá en otoño al castellano. Genovart asegura que su novela, inspirada por Georges Perec por sus experimentos formales y también por su mirada como espectador de la ciudad moderna, es obsesiva con un estilo que parece caótico, pero es metódica hasta la obsesión. “La espontaneidad se trabaja. Tuve claro el estilo antes que la trama: este no podía ser un relato único, convencional y no interferido. Hoy en día, tenemos que atender a múltiples realidades (personales y externas, digitales y analógicas) que nos aturden con estímulos contradictorios con los que intentamos conciliar. Por eso da esa impresión de que está escrito tal como se habla, pero en realidad todo obedece a una técnica de escritura y reescritura continua”, asegura Genovart.

No todo el mundo es capaz de entenderlo así. Horas después de hacer estas declaraciones, Genovart fue tan acosada por su estilo inhabitual y su mezcla de lenguas que decidió borrar su cuenta en Twitter en plena semana de Sant Jordi. Otro tanto para los puristas de la lengua, esos que defienden, según Urraca, que se ponga en cursiva toda palabra “no escrita en el absurdo canon de la corrección”. “Esa cursiva debilita esa palabra, está indicando que es menos importante e incluso la carga de un humor no consentido”, señala la editora. Ella piensa seguir alerta contra quienes creen que el andaluz es gracioso; el canario, sexi, y el murciano, feo. “El fascismo del lenguaje está en reírse de cualquier acento de Latinoamérica o estereotipar el acento. Y, si me apuras, también hay fascismo del lenguaje en saber mucho inglés, pero ni una palabra en catalán, gallego, euskera o portugués. No es cuestión de estudiar. Es curiosidad, interés por el mundo y por la vida. No me digas que te encanta viajar si, cuando escuchas hablar en catalán, te cierras en banda”. Pero sabe que no está sola: tiene a toda una nueva generación literaria dispuesta a secundarla.

Solo quería bailar , Greta García ,Tránsito, 2023, 200 páginas, 18 euros

Leche condensada,  Aida González Rossi,  Caballo de Troya, 2023, 176 páginas, 15,90 euros

Los bloques naranjas, Luis Díaz,  Caballo de Troya, 2023, 120 páginas, 15,90 euros

Consum preferent, Andrea Genovart, Anagrama, 2023 (en catalán), 192 páginas, 17,90 euros

Se te oscurece el pelo, María José Hasta, Caballo de Troya, 2023, 184 páginas, 15,90 euros.

Las películas y series hablan idiomas, Álex Vicente

Las imágenes también se vuelven bilingües. Igual que la literatura se acerca a la oralidad usando el registro coloquial y la mezcla de idiomas, el cine y las series han emprendido un camino similar para acentuar su naturalismo. En los últimos Goya, tres de las cinco nominadas a mejor película alternaban distintas lenguas: As bestas (castellano y gallego, además de francés), Cinco lobitos (castellano y euskera) y, en menor medida, Alcarràs (catalán y castellano). Reflejaban un fenómeno de fondo en el audiovisual español: un distanciamiento respecto a un monolingüismo que suena impostado cuando una ficción transcurre en Barcelona, Bilbao o Vigo.

La llegada a los cines de 20.000 especies de abejas, que sucede en la zona fronteriza entre Bizkaia y la ciudad vascofrancesa de Bayona, confirma esta tendencia. La directora Estibaliz Urresola decidió mezclar castellano, euskera y francés. “Hacer una película en una sola lengua en este entorno no hubiera tenido sentido. La realidad que describo transita de forma natural de un idioma al otro, incluso dentro de la misma familia, sin que haya problemas de convivencia”, dice Urresola. Además, el uso del vasco era importante en la trama: la gramática del euskera, en la que no se declina el género, se adecuaba a la identidad de su personaje principal, una niña trans a la que muchos siguen tratando como un niño. En castellano, esa ambigüedad desaparecía. “En un mundo cada vez más globalizado, esos detalles aportan valor a las películas y series frente a las narraciones y los discursos hegemónicos”, opina. 

Guillem Clua, dramaturgo y director catalán, es del mismo parecer. Cuando Netflix le encargó adaptar su exitosa obra teatral Smiley, sobre la accidentada historia de amor entre dos gais barceloneses, decidió mezclar castellano y catalán, pese a que la obra original, estrenada en 2012, estuviera escrita solo en la segunda lengua. “Una ficción que tenga lugar en la Barcelona actual tiene que ser bilingüe por fuerza. Las obras que usan solo una de las dos lenguas son legítimas, pero también artificiosas”, dice Clua. Para el director, las plataformas han supuesto “un cambio de paradigma”, por la normalización de los subtítulos y por el gran número de contenidos producidos. “La oferta es tan abundante y está tan segmentada que permite que haya proyectos que no hubieran existido en un modelo enfocado al público generalista, en el que daba miedo cambiar las fórmulas de siempre. Antes se creía que usar las lenguas cooficiales restaba público. Ese cliché está superado”. Recuerda que, en sus comienzos como dialoguista de la serie El cor de la ciutat en TV3, allá por 2005, un personaje castellanoparlante despertó críticas. Pero abrió camino a otras series producidas por la televisión pública, desde Merlí y su continuación, Sapere aude — donde el personaje de María Pujalte hablaba en castellano—, hasta Drama, en las que ambas lenguas se alternan con naturalidad. Lo mismo sucedía en películas como Los días que vendrán, de Carlos Marqués-Marcet, o la reciente Suro, de Mikel Gurrea. 

Dos nuevas series producidas por Filmin apuestan por un modelo parecido. En Autodefensa, un diálogo en castellano es interrumpido por una chica cantando el Virolai, himno dedicado a la Virgen de Montserrat celebérrimo en “la catalana terra”. Y en Selftape, las hermanas Joana y Mireia Vilapuig combinan las dos lenguas sin reparos. “A diferencia de una autonómica, no tenemos ninguna obligación legislativa, ningún mandato político para maximizar el uso de la lengua minoritaria. Eso nos da más libertad para plantear obras en una mezcla de los idiomas que se hablan en España”, señala su director editorial, Jaume Ri­poll. “Cuando recibimos un proyecto, nos da igual que sea en gallego, en euskera, en catalán o en castellano. Lo que nos importa es que cada personaje hable en la lengua que le corresponda”.

Entrevista a Joan Baez

Entrevista de Carlos Marcos a Joan Báez, en El País, hoy 14 de abril de 2024, "Joan Baez revela lo que nadie sabía sobre su vida: “Fue devastador contarlo, pero ahora estoy en paz”

La veterana cantante destapa en un documental que sufrió abusos de su padre, que empezó con terapias con 16 años o que estuvo enganchada a los ansiolíticos. “Tengo más de 80 años y quiero dejar algo sincero”, dice a este periódico

Joan Baez asegura que sufrió abusos por parte de su padre cuando ella era una niña. A Joan Baez la llamaban “mexicana idiota” en el colegio. Joan Baez empezó a ir a terapia con 16 años. Joan Baez estuvo ocho años enganchada a los ansiolíticos. Joan Baez salió horrorizada de su noviazgo con Bob Dylan. Joan Baez tenía una relación con su hermana Mimi, también cantante, basada en el poder y los celos. Joan Baez tuvo una pareja mujer durante dos años. Joan Baez padeció Trastorno de Identidad Disociativo, neurosis y ataques de pánico durante décadas.

Joan Baez (Nueva York, 83 años) sonríe desde su casa de Los Ángeles en una charla por vídeo con este periódico cuando se le pregunta por qué ha decidido abrirse en canal y contar al mundo todo esto que solo sus íntimos (si acaso) conocían. “¿Sabes? Tengo más de 80 años y quería dejar algo sincero. Di las llaves de mi intimidad a Karen [O’Connor, cineasta] y ya no había vuelta atrás. Si quería cambiar algo desesperadamente ya había tomado la decisión y no podía volver atrás”. La cantante habla del documental Joan Baez I Am Noise, un palpitante recorrido por su vida donde la activista se desangra viajando a las oquedades de su alma. La cinta, de casi dos horas, se estrena en el BCN Film Fest el 23 de abril y en salas desde el 26 del mismo mes.

Baez habla sentada en el salón de su hogar, donde se ven cuadros y una chimenea. Lleva gafas, el pelo corto y blanco y exhibe un semblante apacible con momentos en los que estalla la carcajada y otros en los que se pone a cantar en español, aunque ella no lo hable. Se nota que se ha quitado un peso de encima contando su historia más recóndita. “Cuando estuvo terminado el documental lo vi unas 10 veces y no sentí nada. Entonces me di cuenta de que lo veía protegiéndome, porque hay demasiada tristeza y confesión. Entonces, un día, me relajé, cociné unas palomitas y me senté a verlo. Fue devastador, pero ahora estoy en paz”.

Aparte de las crudas confesiones, el documental traza una panorámica de la gigantesca figura cultural de Baez, con una carrera que abarca seis décadas y que la convirtieron en la gran dama del folk social y en figura relevante de la contracultura de los sesenta. Fue ella la primera que dio una oportunidad a Bob Dylan. Sin su olfato para detectar el talento del creador de Blowin’ In The Wind, es muy posible que Dylan hubiese tardado más en explotar. “Estaba en el Gerde’s Folk City, en Nueva York. De pronto, apareció en el escenario un chico andrajoso a más no poder y empezó a soltar sus letras. Me dejó petrificada. Su talento me embriagaba como una droga. Yo le llevaba a los conciertos, le invitaba a subir y la gente le abucheaba. Yo les decía: ‘Por favor, escúchenle’. No tardaron mucho en cambiar de opinión”, cuenta. Formaron un dúo arrebatadoramente atractivo. “Él necesitaba una madre, alguien que le bañara y le cantara canciones. Y yo necesitaba cuidar a alguien”, cuenta.Tuvieron una relación que acabó cuando Dylan, ya subido al éxito, llegó a Londres en 1965 y ella lo acompañó. “Creo que lo que le pasó a Bobby cuando se hizo famoso fue que pasó página y se alejó de todo el mundo. Fue un cambio muy brusco”, cuenta en el documental. Y añade: “Tanta droga y tanta virilidad no iban conmigo. Ellos estaban en otra dimensión, yo era la rarita del folk que los acompañaba. No pintaba nada allí. Fue horrible”.

Baez se hizo famosa de la noche a la mañana. En 1959, con 18 años, actuó en el Netwport Folk Festival y todo cambió. “Por la razón que fuera, tenía la voz adecuada en el momento adecuado. Y eso me catapultó a la estratosfera”, señala. Mucho antes, su padre, Albert Baez (un relevante físico mexicano, coinventor del microscopio de rayos X), había inculcado a Joan y a sus dos hermanas una conciencia social. “Mi padre nos llevaba a muchos lugares para que viéramos que todos éramos iguales. Nos hacía reflexionar sobre la brecha entre ricos y pobres”. Su madre, irlandesa, era una recalcitrante pacifista. Ese fue el germen de la Baez comprometida. Los cinco formaban una familia de cuáqueros.

Ya muy popular, Baez estuvo en todas. El documental muestra imágenes de ella en manifestaciones junto a Martin Luther King, en protestas contra la guerra de Vietnam, llevando de la mano a la escuela a niños negros mientras miembros del Ku Klux Klan les intimidaban ocultos en sus capirotes… Hay momentos emocionantes, como cuando madres negras, segregadas y pobres, abrazan a una joven Baez por derrochar tanto coraje en su defensa. Mientras, la cantante lidiaba con sus problemas psicológicos. Cuando una adolescente Joan acudió al primer psicólogo, este les advirtió a los padres: “Su hija carga con numerosos problemas emocionales, sensación de insuficiencia, complejo de inferioridad. Los síntomas podrían deberse a un trastorno psicológico y emocional”.

“Estábamos todos demasiado locos como para hablar de salud mental”, reflexiona hoy la artista. “Eran los 60, con una combinación loca de cosas: Vietnam, el servicio militar obligatorio, la lucha por los derechos civiles… Lo bueno es que si eras músico estabas todo el día ocupado. No tenías tiempo para otras cosas”. Habla durante I am noise de su “eterna condena”: pagar por disfrutar. “Sabía que después de disfrutar de un buen momento, iba a venirme abajo. Y así en un bucle infinito”. Aunque muy atenuado, afirma que todavía perdura.

La acogedora y potente voz Baez conformó la banda sonora de las marchas y manifestaciones en los sesenta de la lucha por los derechos civiles con canciones tradicionales como We Shall Overcome, Oh, Freedomo All My Trials. También con versiones de temas de Dylan, como A Hard Rain’s A-Gonna Fall, When the Ship Comes In o Blowin’ In The Wind. Reconoce que el activismo pasó a ser una adicción. Se sentía mal cuando no tenía ninguna causa que defender. Y entonces la guerra de Vietnam terminó. Y ahora qué. Liberada de ese peso, en 1975 publicó un álbum no político, el que está valorado como su mejor trabajo, Diamonds and Rust. La canción que da título al disco ofrece una disección poética, unas veces cruel, otras romántica, de su relación con Dylan.

Baez confiesa hoy que ha hecho las paces con Dylan “espiritualmente”, ya que “hace décadas” que no tienen contacto. “No estoy molesta. Tuve lo mejor de él. Nos dio mucho con sus canciones. Cuando sentí que lo malo se había derretido, le escribí una carta. Le dije: ‘Gracias por los años sesenta, qué canciones escribiste. Gracias por nuestra relación. Lo único que siento ahora es gratitud”, cuenta. Todavía está esperando una respuesta. Ella es cuatro meses mayor que él.

Cuando la artista dice que para realizar el documental dio las llaves de su intimidad se puede interpretar de forma literal. Baez guarda en un cuarto de su casa cientos de recuerdos, entre ellos las casetes con las grabaciones en voz de las sesiones de terapia de toda la familia. Con 50 años, la cantante se sometió a una sesión de hipnosis para rescatar sus recuerdos. Lo hizo en parte empujada por su hermana Mimi, que le desveló que había sufrido abusos por parte del padre. En 1991, Baez escribió una brutal carta a sus padres, que desvela en el documental: “Queridos papa y mamá. Ha llegado la hora de contaros la verdad, que me he negado a deciros hasta ahora...”. Entonces acusa a su progenitor de haber abusado de ella. Albert, el padre, se defendió: “Hay muchos casos de psiquiatras que ayudan a recordar a sus pacientes cosas que no ocurrieron. Se llama síndrome de la mentira falsa”. Y Baez responde en el documental: “Nunca estás segura del todo, pero así es el proceso de recuperación. No puedes saber lo que pasó exactamente. Pero tengo dos dedos de frente y sé que ciertas cosas pasaron de verdad, otras solo a medias, y otras son conjeturas. Pero, aunque el 20% fuera real, fue suficiente para causar los estragos que causó. Solo que no tengo pruebas”.

La artista cuenta hoy con un rostro que proyecta bondad que ha perdonado a su padre. “Fue difícil y me llevó tiempo, pero sí, le perdoné. Recuerdo llevarle a pasear en una silla de ruedas cuando él ya tenía más de 90 años [murió en 2007 con 94 años]. A mí no me gustan los musicales, pero a él mucho, así que me acordé de uno, paré la silla y se lo canté. Le dije: ‘Esto es lo mejor que puedo hacer ahora mismo’. Tengo una carta de él enmarcada que me escribió en esa época, cuando era muy mayor. Dice: ‘Me levanta el ánimo cuando te veo’. Esas cosas bonitas no las decía cuando era joven, pero de mayor las dijo”. De la foto familiar de cinco miembros (los padres y las tres hijas) solo queda ella.

Responde con humor a cómo consiguió librarse de su adicción de ocho años a los ansiolíticos: “Bueno, en realidad el responsable de que lo dejara fue el presidente Carter. Prohibió esas pastillas maravillosas y ya no las podía conseguir en ningún sitio, así que las dejé”.

Joan Baez se retiró de las giras en 2019. Desde entonces solo se ha subido a un escenario para tocar una o dos canciones en conciertos benéficos. Esta foto pertenece al último, el 26 de febrero pasado en el Carnegie Hall de Nueva York, por el Tibet. 

Joan Baez se retiró de las giras en 2019. Desde entonces solo se ha subido a un escenario para tocar una o dos canciones en conciertos benéficos. 

Ella, que luchó tanto por las injusticias, asiste hoy pesarosa a la peligrosa deriva mundial: “Creo que nadie podría haber escrito un mejor guion sobre el ascenso del nuevo fascismo. Nunca pudimos imaginar que ese idiota de Trump, aupado por unos seguidores que deben ser aún más estúpidos que él, llegara al poder. Yo lo llamo avalancha maligna e intento evitarla encontrando mi lugar. Una de las cosas principales para mí es estar en paz en el lugar donde vivo. Me refiero al tema del calentamiento global. Miro por la ventana y veo y escucho a los pájaros. Oh, dos tercios de los pájaros ya no están. Si dejo que eso me rompa el corazón, me quedo inmóvil y no puedo seguir. Así que salgo al campo, me siento y trato de escuchar al único pájaro. No espero a todo el coro. Es solo uno, pero muy hermoso”.

Baez se retiró de las grandes giras en 2019, precisamente en España, Madrid, en un concierto delicioso en el Teatro Real donde la acompañó a la percusión su único hijo, Gabriel Harris (54 años), fruto de su matrimonio con el activista David Harris, fallecido en 2023. “No echo de menos las giras. Hice muchas y es agotador. Desde entonces solo he subido al escenario alguna vez para tocar una o dos canciones. Suficiente”. Se levanta temprano, hace la cama, practica gimnasia (luce muy en forma), medita, desayuna los huevos frescos que le dan sus propias gallinas y se pone a trabajar en un libro de poesía que publicará pronto. Y baila. Le encanta pasear sola por el campo, con su perro. Se pone en los auriculares a los Gipsy Kings y baila. Hasta que aparezca el único pájaro cantor.

Apólogo de la cola del aeropuerto

Adaptado de un post de Anahí Michel en Quora:

Un vuelo lleno de gente de United Airlines fue cancelado. Un solo agente estaba volviendo a reservar a una larga fila de viajeros incómodos. De repente, un pasajero enojado se abrió paso hacia el escritorio y, aventando su pase de abordaje en el mostrador, dijo:

"TENGO que estar en este vuelo y tiene que ser PRIMERA CLASE".

El agente respondió:

"Lo siento, señor. Estaré feliz de intentar ayudarlo, pero primero tengo que ayudar a estas personas; y luego estoy seguro de que podremos resolver algo".

El pasajero no lo entendió y se enojó, de modo que preguntó en voz bien alta, para que los pasajeros pudieran escucharlo:

"¿TIENES ALGUNA IDEA DE QUIÉN SOY?"

Sin dudarlo, la agente sonrió, agarró su micrófono de altavoz y dijo: "¿Pueden prestarme atención, por favor?", y, en toda la terminal, se oyó después: "Tenemos un pasajero aquí, en la Puerta 14, QUE NO SABE QUIÉN ES. Si alguien puede ayudarlo con su identidad, que por favor venga a la Puerta 14".

Mientras la gente detrás de él en la fila se reía histéricamente, el hombre miró al agente de United Airlines, apretó los dientes y dijo: "¡Que te jodan!".

Pero el agente, sin pestañear, sonrió y dijo: "Lo siento, señor: tendrá que hacer cola para eso también."

martes, 9 de abril de 2024

Otro escritor manchego del XVII, Jerónimo Molina de Lama Guzmán

Luis Miguel Pérez Adán, "El libro de un Alcalde Mayor", en La Verdad de Cartagena, 18 de mayo 2019:

Jerónimo Molina de Lama Guzmán nació hacia 1625 en Fernán Caballero, provincia de Ciudad Real, aunque su linaje era de Úbeda, en Jaén. Licenciado en Leyes y Cánones, ejerció de abogado ante los Reales Consejos y buena parte de su vida estuvo ligada a esta tierra, primero como Gobernador Militar y más tarde como Alcalde Mayor de Cartagena.

Pero ante todo fue un escritor y filósofo, autor en su juventud de varios tratados morales y jurídicos. De entre estos últimos destacan el titulado Novis veritatis iuris practicae, utraque manu elaboratae... Matriti: ex Typographia Regia, 1665. Se trata de un prontuario jurídico para abogados y jueces, en donde se analizan principios teológicos morales y reglas inconcusas de las leyes y cánones. Entre los numerosos alegatos forenses escritos por nuestro alcalde destacó el publicado en 1660: 'Defensa por Don Francisco Berrío de Arroyo en el pleito con el fiscal de su Majestad'.

En 1646, ocupando el sillón de Alcalde Mayor en nuestra ciudad, y tras un minucioso examen de los documentos que contenía nuestro Archivo Municipal, decidió publicar un trabajo literario. Para ello, presentó un memorial al Cabildo Municipal, para que este le sufragase el gasto económico de dicha publicación.

Todo esto quedó reflejado en las actas capitulares, bajo el título de 'A la Antiquísima y Nobilísima Ciudad de Cartagena'. Este alcalde hizo un panegírico a nuestra ciudad, con la clara intención de agradar y así poder obtener este beneficio y publicar su libro.

Haciendo un resumen de la transcripción de esta carta, en ella Jerónimo Molina ofrece unas lecciones para vivir contra la fortuna, dentro de las denominadas escuelas políticas de Seneca, para hacer rostro a los trabajos y estar consolados entre las miserias del tiempo. Reconoce, en la misma, la grandeza de Cartagena empezando en los siguientes términos:

«¿Qué república de los reinos ha sido más célebre de todas las naciones del mundo? ¿Dónde han quedado más memorias antiguas de cuyas grandezas y edificios están diciendo su majestuosidad las reliquias, siendo Cartagena en tiempos de los godos en lo civil y temporal Convento Jurídico y Chancillería y, en lo espiritual y eclesiástico Obispado de tanta calidad y riqueza como es notorio en todo el orbe? Cartagena siempre fue grande y, en opinión de muchos, primera silla y arzobispado, si bien después de su ruina hasta la general destrucción de España, siempre tuvo obispos, siendo el primero Héctor y San Fulgencio el segundo», escribe el Alcalde.

Jerónimo Molina de Lama Guzmán, del siglo XVII

Y prosigue así: «¿De qué nación no fue siempre envidiado este sitio por excelente y, por mayor siempre fue también el embarazo de los enemigos? Los vándalos lo persiguieron y su rey quiso acabar con su memoria, pero renació como Fénix de sus cenizas».

Continúa la misiva haciendo un extenso recorrido por los avatares históricos de Cartagena, para terminar solicitando la referida ayuda. Lo hace así: «Claro está que con tanta grandeza hallará mi obsequio el patrocino que me prometo y, las Escuelas de Séneca todo el apoyo que desea merezca de vuestras señorías a quien Dios con la grandeza y aumento que merece. Besa la mano de vuestras señorías su más aficionado servidor. Licenciado D. Jerónimo Molina de Guzmán».

Los señores capitulares, siempre espléndidos, y más en aquella ocasión en que se trataba del Alcalde Mayor, y aunque las arcas municipales estaban vacías y embargadas como casi siempre, acordaron darle a este Alcalde la cantidad de cien mil maravedíes para la impresión de su libro sobre las Escuelas Políticas de Séneca. Reconocían así su atento gobierno de la ciudad y el desvelo que había tenido en componer una obra tan interesante.

Finalmente, se decidió la publicación de este tratado moral de inspiración senequista: 'Vivir contra la Fortuna' (1652), obra dividida en cuatro partes, en donde nuestro alcalde aconsejaba así: «Vivir sin dependencia del tiempo y de la fortuna», única vía para alcanzar la paz y la tranquilidad de ánimo.

No había por entonces ninguna imprenta en Cartagena, y el Alcalde Mayor, días después de habérsele concedido la subvención, pidió licencia al Cabildo, y le fue concedida, para marchar a Murcia, Orihuela y Valencia con objeto de practicar diligencias encaminadas a la impresión de su libro. Al final, se encargó en una imprenta de Murcia.

Cartagena y la vida

Encuadernado en pergamino, constaba de 191 folios y su dedicatoria comienza con la siguiente décima: «Del Autor a Todos. Porque se quexa la vida / Que le amenaca la muerte / Si de su miseria suerte / es remedio de partida. / El más cruel homicida / del alma, es el desear, / del se tiene de quexar / el corazón, ponderando / que estando siempre matando /comienza siempre a matar». Así de esta manera Jerónimo de Molina pudo ver cumplido su deseo del poder hacer realidad el libro de un Alcalde.

lunes, 8 de abril de 2024

Michel Desmurget, Por qué leer libros es tan importante para desarrollar la inteligencia de nuestros hijos

Michel Desmurget, "Por qué leer libros es tan importante para cultivar la inteligencia de nuestros hijos", en El País, 7 de abril de 2024:

Las pantallas recreativas minan el desarrollo de los jóvenes: leer es la única forma de desarrollar un lenguaje avanzado que permita construir algún pensamiento complejo

Sometidos al yugo adictivo de las omnipresentes pantallas recreativas (películas, series de televisión, videojuegos, redes sociales...), nuestros hijos leen cada vez menos y, por tanto, cada vez peor, porque, como demuestran decenas de estudios, la capacidad lectora depende directamente del tiempo de práctica. En España, según las últimas evaluaciones internacionales Pisa, el 75% de los alumnos de 13 años de secundaria no pasan del nivel “básico”, que como mucho les permite comprender enunciados sencillos y explícitos; el 51% tienen incluso un nivel “bajo” y dificultades con los textos más básicos. Solo el 5% de los lectores son “avanzados”, capaces de identificar y resumir las ideas implícitas en un texto no trivial. Estas cifras son comparables a la media de la OCDE. Desde 2015, los alumnos españoles de secundaria han perdido un año de aprendizaje. Esto significa que los jóvenes de 13 años en 2022 tenían el mismo nivel que sus homólogos de 12 años siete años antes.

Muchos observadores parecen satisfechos con esta evolución, alegando que hay que avanzar con los tiempos y que los niños de hoy simplemente aprenden “de otra manera”. Mientras que en tiempos pasados se utilizaba la palabra escrita, en el mundo moderno se recurre a los medios audiovisuales. Por desgracia, este argumento pasa por alto las características específicas de la palabra escrita. En primer lugar, está el lenguaje. El libro está desprovisto de contexto. Solo tiene palabras como soporte. La imagen (o el vídeo) de un paisaje, de un objeto, de una emoción, de una escena de la vida, etcétera, habla por sí sola, por así decirlo, al menos en parte. El libro tiene que describirlo todo. Esto explica por qué, por término medio, la complejidad léxica y gramatical de los corpus textuales es mucho mayor que la de los corpus orales. Amplios estudios de contenido han demostrado que hay más riqueza lingüística en un álbum de preescolar (el más sencillo de los libros) que en todos los corpus orales corrientes: discusiones entre adultos cultos o adultos y niños, películas, series, dibujos animados, programas de televisión... Esto significa que la exposición a la palabra escrita es la única manera de desarrollar un lenguaje avanzado, sin el cual no puede construirse ningún pensamiento complejo.

A menudo, oigo decir que las generaciones más jóvenes nunca han leído tanto, gracias a internet. Lamentablemente, la afirmación es engañosa. Entre los jóvenes de 8 a 18 años, la lectura digital representa entre el 2% y el 3% del tiempo de pantalla, mientras que las actividades audiovisuales (películas, series, vídeos, etcétera) suponen entre el 40% y el 50%. Además, este tiempo de lectura incluye muy pocos libros y muchos contenidos lingüística y conceptualmente pobres. En definitiva, el tiempo de lectura en internet (redes sociales, blogs, correos electrónicos y todo lo demás) y, más en general, el tiempo total de pantalla recreativa están negativamente correlacionados con las competencias lingüísticas y la capacidad de lectura de los niños. Lo mismo ocurre con los conocimientos. Cuanto más leen los niños y los adolescentes, más amplia es su cultura general, en relación con los niños de entornos socioeconómicos comparables que están expuestos a contenidos audiovisuales (películas, series, entre otros). Los niños que leen tienen muchas más probabilidades de saber, por ejemplo, qué es un carburador o un tipo de interés; de decir que Japón fue aliado de Alemania y no de Estados Unidos durante la II Guerra Mundial, y de afirmar que hay más musulmanes que judíos en el planeta.

En España la diferencia de competencias entre el 25% más aventajado y el 25% menos aventajado en secundaria es de cuatro años de aprendizaje

Además de estas repercusiones culturales y lingüísticas, existen beneficios documentados en cuanto a coeficiente intelectual, concentración, imaginación, creatividad, capacidad de síntesis y de expresión (tanto oral como escrita). En otras palabras, mientras que las pantallas recreativas minan concienzudamente el desarrollo de nuestros hijos, la lectura construye meticulosamente su inteligencia. Pero eso no es todo. La lectura de novelas también estructura fuertemente nuestras habilidades emocionales y sociales. Si veo a Don Quijote en la televisión, no tengo acceso a la complejidad de sus pensamientos. En cambio, cuando leo la novela, me meto literalmente en la cabeza del personaje y puedo comprender el funcionamiento interno de sus pensamientos y acciones. Mejor aún, puedo experimentar estos últimos. Los investigadores se refieren a la lectura como un auténtico “simulador emocional”, en el sentido de que las situaciones vividas realmente y las experimentadas literariamente activan los mismos circuitos cerebrales. Cuando busco el significado de la palabra traición en un diccionario, entiendo intelectualmente lo que significa; pero cuando leo Madame Bovary, no solo lo entiendo, sino que experimento la traición desde el punto de vista tanto del traidor como del traicionado. Penetro en los mecanismos subyacentes y siento los estados emocionales asociados. Al final, los lectores de ficción tienen una mayor empatía y capacidad para comprender a los demás y a sí mismos.

En última instancia, todos estos beneficios influyen enormemente en la trayectoria educativa y profesional de los niños. El impacto es significativo tanto a nivel individual como colectivo. Numerosos estudios demuestran que el desarrollo económico de un país, el número de patentes desarrolladas y su PIB están estrechamente relacionados con los resultados educativos. Se trata de una cuestión crucial en un contexto de creciente competencia internacional, sobre todo si tenemos en cuenta, en vista de las evaluaciones Pisa ya mencionadas, que las diferencias de rendimiento, no solo en lectura, sino también en matemáticas, son cada vez mayores entre las naciones de la OCDE y los países asiáticos.

A menudo oigo que los más jóvenes nunca han leído tanto gracias a internet. Por desgracia, la lectura digital es un 3% de su tiempo de pantalla

Por supuesto, podemos vivir sin la lectura. No es esa la cuestión. Lo importante es que entonces perdemos una parte esencial de nuestra humanidad. No es casualidad que los libros hayan sido el blanco de tiranos de todo tipo desde el principio de los tiempos. Los nazis quemaron más de 100 millones de libros y, como ha demostrado el filólogo Victor Klemperer, se embarcaron en un proceso de empobrecimiento del lenguaje digno de la neolengua de Orwell en 1984. Hitler decía que la literatura era veneno para el pueblo. En Un mundo feliz, de Huxley, solo una pequeña casta posee aún las herramientas del pensamiento y del lenguaje. El resto está compuesto por técnicos celosos, formateados para adaptarse con la mayor precisión a las necesidades económicas, atiborrados de entretenimientos absurdos, privados de las herramientas fundamentales de la inteligencia y felices con una servidumbre que ya ni siquiera son capaces de percibir. La lectura es el antídoto más seguro contra esta pesadilla porque, a través de su efecto en el desarrollo intelectual, emocional y social de nuestros hijos, dibuja el camino más seguro hacia la emancipación. Como dijo Ray Bradbury, autor de la novela futurista Fahrenheit 451: “No hay que quemar libros para destruir una cultura. Basta con conseguir que la gente deje de leerlos”.

Ante este desastre incipiente, muchos culpan a la escuela. Sin embargo, el entorno familiar desempeña en esto un papel esencial, sobre todo a través de la lectura compartida, que es la única manera de que los niños adquieran progresivamente el lenguaje avanzado de la palabra escrita y, en última instancia, una vez adquiridas las bases de la descodificación, lean por sí mismos. Esto no quiere decir que la escuela sea ineficaz. Lo que significa es que el tiempo escolar disponible y el número de niños por profesor no permiten un trabajo óptimo. Todos los estudios demuestran que, en lo que respecta a la lengua y la lectura, la escuela no con­sigue compensar las desigualdades sociales. En España, según los datos procedentes de Pisa, la diferencia de competencias entre el cuarto más aventajado y el menos aventajado de los alumnos de secundaria representa cuatro años de aprendizaje. Es una diferencia descomunal. El problema solo puede resolverse mediante una acción focalizada, temprana y masiva dirigida a los niños menos favorecidos. También necesitamos un amplio programa de información para los padres, sobre todo para los desfavorecidos. Cuando explicamos a estos últimos la importancia de hablar con sus hijos, de leerles cuentos desde muy pequeños, de llevarlos a la biblioteca, los efectos en el lenguaje, el desarrollo cognitivo, la concentración o el vínculo familiar son considerables. Todo es cuestión de voluntad política. Los costes ocasionados se verían ampliamente compensados por el ahorro posterior (logopedia, fracaso escolar, etcétera).

Este es un texto escrito para Ideas por Michel Desmurget (Francia, 1965), neurocientífico, al hilo del lanzamiento de su último libro, Más libros y menos pantallas. Cómo acabar con los cretinos digitales, de la editorial Península.

domingo, 7 de abril de 2024

Tipos de voz interior y aplicaciones médicas.

Adelaida de la Peña, "No todo el mundo la tiene y suele adoptar cuatro arquetipos: cómo es la voz interior", en La Vanguardia, 9-X-2023:

Hay quien piensa en monólogo, en diálogo y quien carece de voz en off en su cabeza. Suele adoptar la forma de amigo fiel, padre ambivalente, rival orgulloso o niño indefenso

El neurocientífico José Ramón Alonso explica qué tipo de narradores internos hay y cómo experimentan el pensamiento quienes poseen una mente silenciosa

Casi todo el mundo piensa con una especie de narrador interior, posiblemente estés leyendo en tu mente este artículo con una vocecilla en tu cerebro, o estés pensando con palabras “sí, sí, yo pienso con una voz” o incluso “¿de qué está hablando?”. Eso es lo más normal, lo poco habitual es pertenecer al 0,8% de las personas con una mente silenciosa que no tienen esa voz en off que le ayuda a reflexionar, a tomar decisiones, a hacer la lista de la compra o a desahogarse.

El neurocientífico y catedrático de la Universidad de Salamanca José Ramón Alonso cuenta a La Vanguardia cómo son las diferentes voces interiores, qué tipos de personalidades suelen tener estos interlocutores internos y algunas curiosidades sobre la importancia y el funcionamiento de nuestra voz en off.

Anauralia, la rareza de una mente silenciosa

Tener una mente silenciosa, sin voz interior, es un fenómeno que se denomina anauralia, que es la ausencia de imágenes sensoriales auditivas.

La voz interior “no es el único sistema de pensamiento”, afirma Alonso, aunque “no tenerla es muy raro”: según este neurocientífico “en un estudio bastante amplio con un muestreo de unas 15.000 personas encontraron que solo el 0,8% no experimentaba voz interior”.

¿Pero cómo experimenta el pensamiento quien no tiene voz interior? Según Alonso, “lo más común es pensar en imágenes”. También, entendiendo pensar en un sentido amplio, “hay quien piensa que una forma de pensamiento son los sentimientos; el que tengas ira, alegría o tristeza son formas de afrontar una situación determinada”.

En cualquier caso, no tenemos un único mecanismo, “nuestro cerebro nos dota con distintas herramientas y cada persona utiliza la que mejor le funciona o varias de ellas, que es lo que creo que hacemos la mayoría”, explica.

¿Piensas en monólogo o en diálogo?

“Lo más común es oír una voz interior que identificamos generalmente como nosotros mismos, pero también hay personas que tienen una conversación interior en la que aparecen voces diferentes”, explica Alonso.

¿Por qué unos piensan en monólogo y otros en diálogo? ¿Cómo se forja esa voz interior que tiene la inmensa mayoría? “La teoría que tiene más apoyos es que nuestros padres nos dicen de pequeños, por ejemplo “no cojas el cuchillo” y el niño al principio lo repte en voz alta e imita las palabras y progresivamente se va haciendo silencioso. Se cree que esa sería la forma en la que nosotros cogemos mensajes de la infancia, los internalizamos y los convertimos en esa voz interior”, explica Alonso.

Lo más común es oír una voz interior que identificamos generalmente con nosotros mismos, pero también hay personas con una conversación interior

Pero quizás seas de esas personas que dialogan en su cabeza, que por ejemplo están en una tienda y su voz interior le dice “tengo que comprar esto porque es precioso y está rebajado” e inmediatamente otra voz interior discrepa “no lo necesito en realidad”.

En este sentido, el catedrático de la Universidad de Salamanca cuenta que hay un estudio que afirma que, “si los padres discuten mucho sobre el modo de crianza, es muy común que el niño interiorice esas dos voces y a lo largo de la vida, incluso ya de adulto, siga teniendo dos opiniones contrapuestas, una más estricta y otra más empática por ejemplo”.

No obstante, aunque a menudo pensemos verbalizando mentalmente, ya sea en monólogo o en diálogo, “parece que esa voz interior es mucho más sencilla que el lenguaje” que usamos normalmente para comunicarnos con los demás. Así, si tuviéramos ese soñado superpoder de leer el pensamiento de los demás, muy posiblemente no lo entenderíamos al completo porque a menudo está desestructurado.

Amigo fiel, padre ambivalente, rival orgulloso y niño indefenso

Al igual que cada uno tiene su propia personalidad, las voces de la cabeza también la tienen. Así se desprende de un estudio titulado Self-Talk: Conversation With Oneself? On the Types of Internal Interlocutors de Malgorzata Puchalska-Wasyl, psicóloga de la Universidad Católica Juan Pablo II de Lublin (Polonia), que estableció cuatro tipos de interlocutores internos: amigo fiel, padre ambivalente, rival orgulloso y niño indefenso.

El primer tipo descrito es un “amigo entrañable que te apoya”, que es el que parece más común, explica Alonso. 

Otro es “como un profesor o entrenador que te reta diciéndote que esto lo puedes hacer mejor, por ejemplo” que sería el que Puchalska-Wasyl denominaba “rival orgulloso”.

El padre ambivalente es “una figura paterna que en algunos momentos es muy empática, pero en otros casos es muy crítica” 

Y, por último, el niño indefenso, “que se valora como la más negativa, sería una especie de niño llorón, que es cuando te quejas a ti mismo de lo mal que te trata la vida, la gente, etc.”

Se puede educar en cierta manera, uno puede intentar que sus mensajes sean más del tipo positivo. “Al parecer es una clasificación bastante universal” y la mayoría le encaja alguno de estos cuatro perfiles de voces, aunque puede ir cambiando el perfil según el momento.

Y si lo que te dice tu voz interior no te viene bien porque es demasiado exigente o demasiado negativa, “se puede educar en cierta manera, uno puede intentar que sus mensajes sean más del tipo positivo, de animarte a ti mismo, etc.” porque “nuestro cerebro es muy abierto a lo que se encuentra y a lo que le pedimos”, explica el neurocientífico.

A veces te hablas, otras te escuchas

No estamos acostumbrados a reflexionar sobre cómo pensamos y mucho menos a explicárselo a otras personas, por eso son muchos los investigadores sobre el tema que ponen sobre la mesa la dificultad de estudiarlo, ya que la mayoría de los estudios están basados en encuestas que recogen la experiencia de los participantes.

No obstante, hay algunos artículos más cuantitativos que han medido la actividad cerebral y han descubierto un dato curioso: existen dos tipos de voces, una que utilizamos para conversar con los demás y que a veces usamos de forma interior sin verbalizarla y otra que de manera inconsciente aparece en nuestro cerebro.

“La voz deliberada y la espontánea no son exactamente la misma”. A veces te hablas y otras te escuchas. Alonso lo explica, por ejemplo, “cuando haces deporte y te estás diciendo a ti mismo: “¡Venga, a ver si consigues llegar hasta aquel árbol!” es tu voz interior, hablando deliberadamente”. “Pero otras veces surge ella sola como si tuviera vida propia” de forma espontánea, y “no son la misma”. “Una es más que te hablas a ti mismo y en otras te escuchas a ti mismo”, explica, y están en distintas áreas del cerebro, de manera que “a veces se activan las zonas del oído y otras las del habla”.

La dificultad de ponerse en la cabeza del otro

Tan interiorizada está la forma en la que articulamos nuestros pensamientos que “al que no tiene voz interior le parece difícil de creer que haya gente que sí la tenga, y viceversa”, dice.  

Cada vez que aparece en tema en redes sociales, miles de personas comentan, sorprendidos, que existan personas que tengan (o no) tal voz interior, y se preguntan unos a otros cómo la hacen, ante la incredulidad de que otros no tengan esa misma experiencia.

Leyendo este artículo ya habrás reflexionado si tienes voz interior, aunque a veces la respuesta no es tan sencilla. En primera instancia uno puede pensar que no, pero de repente, cuando pasa un rato, puedes sorprenderte a ti mismo con esa voz consciente o inconsciente, reflexionando sobre este tema, o leyendo con tu voz este artículo.

“No es una experiencia constante, aparece en determinados momentos del día”, explica el neurocientífico, “frecuentemente, por ejemplo, en ciertos momentos de estrés, como para ayudar a afrontar momentos un poco más difíciles”, apostilla.

Cuando la voz es el problema

Generalmente, ese ‘Pepito Grillo’ que tenemos es positivo, pero hay unos pocos casos en los que es muy perjudicial, como en “la esquizofrenia y la rumia que se produce con la depresión o la ansiedad, cosas que afectan negativamente al bienestar de la persona”.

Alonso refiere una importante investigación realizada con pacientes esquizofrénicos, de la que se desprende la importancia que puede llegar a tener la voz interior, y hasta qué punto puede llegar a modificarse para convertirla en algo más positivo.

“En la esquizofrenia muchas veces la gente escucha una voz interior que le dice mensajes lesivos para sí misma o para otras personas, diciendo cosas como que mates a tu madre”. En este contexto se ha realizado un estudio publicado en The Lancet Psychiatry Journal en el que los profesionales “han hecho una especie de retrato robot de esa voz, preguntando si es hombre o mujer, de qué edad la imaginan, si es ronca, qué tipo de palabras utiliza, etc.” Y, con esa información recopilada, crean un filtro de voz que utiliza un psicólogo para hablar al paciente desde otra habitación.

Pero no solo replican la voz, esta terapia, denominada Avatar, también crea una imagen virtual, con una cara que el paciente pueda identificar con la de la voz interior que le dicta mensajes maliciosos. Con todo esto el profesional puede ir modulando el mensaje lesivo, volviéndolo más positivo y conduciéndolo a la normalidad sin fármacos.

"Los pacientes empezaron a mejorar de forma magnífica", así que el estudio se ha ido ampliando posteriormente, "porque parecía que podría ser una nueva herramienta sin fármacos ni efectos secundarios, que abriese nuevas perspectivas”.