martes, 16 de marzo de 2010

Anaís en Berlín

Está todo nevado, de suerte que mi hija ha tenido que comprarse un sombrero ruso para que no se le enfríen las orejas; treinta euritos le ha costado; allí en Berlín es como siempre: alumnas que no dejan dormir, hablando toda la noche; yo mismo me he visto en esas. Va con su amiga china, Liu, que se ha despistado y, si no la llama mi hija, casi no coge el avión ; creía que era a otra hora. Iban también Roco y tres profesoras (las mujeres aman viajar, aunque no vayan a ninguna parte); espero que les guste Postdam; el rococó prusiano tiene algo de tétrico, no es tan festivo como el francés; son demasiado ordenancistas, no como los bávaros, y hasta cuando quieren divertirse lo hacen en grupo; son los japoneses de Europa, no me extraña que se llevaran tan bien con ellos. Con esto he visto por primera vez el aeropuerto de Ciudad Real. Estábamos esperando que nos llevara el autobús desde la estación, pero pasó de largo sin vernos y ni siquiera sin hacer parada protocolaria. Al final tuvimos que ir en coche. Es mucho aeropuerto para tan poco avión, tan poca ciudad, tan escaso tráfico. Sólo había un par de avionetas y dos aviones medianos, y un sólo vuelo previsto en toda la tarde. Si pudiera funcionar más, estupendo; parece que ahora es patrimonio de Arabia Saudita; los árabes compran bicocas donde las ven. Me repongo de la tristeza que me acomete al volver; mi familia ve una película que les he seleccionado, El misterio de la villa; el argumento, ambientado en la Firenze del fascismo, procede de uno de mis autores favoritos, Somerset Maugham; no lo han desvirtuado; ahí estan, reconocibles, sus siempre sólidos caracteres, sus diálogos perfectos, la verdadera humanidad de sus situaciones; los actores se sienten inspirados con tan buen material y lo bordan. Maugham y Scott Fitzgerald son los únicos que ofrecen una visión real, sin desfiguraciones, del paisaje humano del primer tercio del siglo XX, pero Maugham es más cosmopolita y se traslucen las sombras de su homosexualidad; en algunos de los diálogos uno podría sustituir al amante por un chapero. Al final relumbra por primera vez la sonrisa de la pobre protagonista, creo que de forma intencional; en el fondo se esconde un dilema ético muy profundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario