De nuevo se arma un lío en la prensa sobre la Guerra Civil. Creo que el problema está en cómo se refunden y enmarañan, a gusto del cocinero, los argumentos éticos con los políticos y con los históricos, incluso con los literarios, añadiría, ya que muchos se ponen a imaginar cómo sería un futuro alternativo. Incluso el gran editor de Azaña que es Santos Juliá cae en esas simplezas, desde la altura que le dan sus libros sobre el tema, dándose un sonoro coscorrón. El más cercano a la legitimidad, que es algo más deseable y puro que la verdad, es, a mi parecer, que creo vulgar, común, corriente y moliente, Javier Cercas, porque no se atreve a formular sentencias de connaisseur. Sencillamente la guerra estuvo mal y rematadamente mal, y lo que es bueno dentro de lo malo, aún pudo ser peor. Fueron los más malos los que la declararon, inocentes los que la sufrieron, perversos los que la hicieron durar (por la derecha y por la izquierda) y absolutamente siniestros los que no se diferenciaron del enemigo (que es siempre el dolor) en cometer crueldades, pasando de personas a ideólogos y de gente común a verdugos de sus iguales, a los que dieron la cara de otros. Una persona es todos, es su ética, no su ideología, y matar no es ético se mire como se mire. Lo decía Sting: nadie posee el monopolio del sentido común. Las cuestiones ideológicas han de dirimirse con las palabras, no con la sangre; y el futuro que nazca de esas cosas es el único futuro, el que debe ser; todo otro futuro es una mierda, incluido la dictadura del proletariado o la de Franco. Se superpone sobre quienes han aportado materiales a esta polémica una idea muy propia del nihilismo de nuestra época, la de que no hay bien ni mal y que, adopte el ser humano la posición que adopte en esta sociedad de masas, el resultado siempre será el de un ciego determinismo histórico. No es así: existe un valor primario, ingénito en el hombre, del que nacen todos los demás, del que nace la misma legitimidad, que es el del consenso y la justicia: dar a cada uno lo suyo y nada más. Y nadie puede tomarse por su cuenta más de lo que le ha sido concedido, ni siquiera Azaña, cuando decía en La velada de Benicarló aquello tan ben trovato de la inutilidad esencial de la Guerra Civil, la propia de toda guerra: no solucionar ningún problema y agravar no sólo el que la suscita, sino todos los demás. ¿Dejaron de existir las dos Españas porque hubiera una guerra o realmente dejaron de ser teoría para bajar a la práctica y nacer entonces? ¿Existió, ha existido, existe, existirá de verdad el mito periodístico de la tan cacareada reconciliación? ¿La creación de una de las clases medias más mediocres de Europa, obra de cuarenta años de no guerra, oportunismo y codicia explotadora, impedirá de nuevo que se enfrenten el tener y el no tener, los pocos armados hasta los dientes, que no son tan pocos como parecen, con los muchos provistos de piedras y palos, que no son tantos como pudiera parecer? Esto se tendría que resolver con un nuevo consenso, porque es evidente que una Constitución como la nuestra no da para más. Y cuanto más se tarde en proponerlo, en aceptarlo, en llegar a él, en alcanzarlo, cuanto menos se hable de ello, peor irán las cosas.
Es que no hablan de España
ResponderEliminarEstoy muy de acuerdo con la diferenciación entre ética e idelogía. Cabe poner el ejemplo de Villalonga ofreciéndose para ir al frente con tierna edad, cosa que a su padre no le agradó y temiendo por su seguridad, le consiguió un destino más tranquilo: afusilador. Cuando le vi hablar de ello en algún documental, cincuenta o sesenta años después, retenía el dolor y añadió que sólo el alcohol les permitía seguir el día a día.
Porque son los más jóvenes quienes intervienen en estas cosas, siempre fue así, personas con un ethos poco desarrollado, muy idealistas ellos y con altos niveles de hormonas.
Pero el hecho fundamental de los líos insuperables es que no hablan de España. ¿es la guerra civil la cuna de esta realidad actual en lo jurídico llamada Reino de España? Yo apostaría a que no, la génesis de los males de España está en el XVIII y no se puede hablar de las dos Españas sin aportar algo de esa época. Y digo esto entre otras cuestiones porque al reducir el problema de España a dos ideologias, obvian el problema del encaje territorial. El problema más serio queda en la coletilla, pues se supone que la izquierda es menos centralista (ejem). Así que cualquier propuesta debe pasar por el federalismo y eso, querido amigo, será vetado con toda probabilidad. Así que la fiesta está servida, falta la fecha en la invitación.