lunes, 9 de abril de 2007

Sobre que casi nadie reconoce el arte

Lo cuenta El País. Se ha hecho un experimento en Washington. Uno de los mejores virtuosos del mundo, Joshua Bell, vestido con camiseta y gorra de béisbol, tocó su mejuor repertorio con un Stradivarius durante tres cuartos de hora en el metro, y solamente una persona de los 1070 que pasaron se detuvo un rato. Tres días antes el violinista había llenado un Boston Symphony Hall a 300 dólares la butaca. Por su trabajo en las tripas urbanas ganó sólo 32 en calderilla que le dieron 27 de ellos la mayoría sin pararse ni reconocerlo. Hasta los más pesimistas pensaban en, por lo menos, ciento cincuenta y 35 personas paradas. Evidentemente, la gente no reconoce la belleza. Por tanto, el contexto en el arte importa mas que el contenido y el marco dorado más que la tela; al acabar una pieza, nadie aplaudía. El treintañero que se paró, durante seis minutos, sólo conocía los clásicos del rock, y lo hizo porque la música lo tranquilizaba, no por su belleza.

Las conclusiones son desoladoras. Sáquenlas ustedes mismos. El refrán ya lo dice: el hábito hace al fraile, o al revés, como el cura de la película de Buñuel, vestido de obrero, que es echado con cajas destempladas de una casa burguesa hasta que alguien dice
que es el cura que están esperando y ha dejado el hábito preconciliar. ¿Por qué lo digo? Por lo que importan las ceremonias a jerarcas como monseñor Rouco Varela, que ha cerrado una iglesia a los sacerdores que dan la comunión con mendrugos de pan en vez de con lo que los jerarcas consideran el cuerpo de Cristo. La religión es demasiado importante como para dejársela a esos burócratas llamados Papas, que harían bien en nombrar papas adjuntos o vicepapas para algunos lugares como América Latina.
Y, dicho esto, viene la crítica a las condiciones y la intencionalidad del experimento, que parece en realidad uno de esos test para bobos que publican las revistas del corazón y no algo científico; es un test de esnobismo que se realiza para confirmar a la clase alta que va en coche en la idea que se ha hecho de la clase baja que va en metro. Se escogió un dia laborable y el metro implica prisas, estrés, estar pensando en el trabajo, caminando o charlando u oyendo radio o música en MP3 que aísla del ruido, así como una selección de público que tiene otros clásicos y no es apropiada para valorar un estilo musical concreto y minoritario que, además, sólo se ofrece en el corto lapso que supone el paso por un trecho determinado, lo que impide valorar la pieza en su conjunto; además, ¿qué estación era y en qué calle?; lo hubieran hecho mejor en un parque y en un domingo soleado; por demás, los que pagan 100 dólares por ir al auditorio de Boston pagan por estar reunidos en su club selecto y no van en metro; si cuelgas un Goya en el lugar reservado a la publicidad será difícil reconocer que es original y no una reproducción; otra cosa sería ver a un triunfito o a Chenoa cantando, por ejemplo. Por tanto, hay otra conclusión que sacar: cierta prensa, o quizá la prensa en general, es conscientemente estúpida porque escribe para gilipollas, en especial gilipollas de clase alta que sólo lee los titulares. Más vale leer libros buenos y raros y dejar ese tipo de papeles para recoger la mierda de los perros cuando se sacan a pasear a la calle.

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