miércoles, 24 de octubre de 2007

Un español en el Chicago de Al Capone

Pocos habrán oído hablar del tenor español Antonio Cortis. Era hijo de un humildísimo zapatero y fue el más digno alumno de Enrico Caruso; no tuvo patria, porque nació en un barco donde su madre era emigrante no sé sin papeles o no. Una vez le ofreció a una antepasada de mis hijas, la mezzosoprano y pianista María Muñoz, más conocida como Cora Raga, venirse con él a por un contrato de ensueño en la ópera de Chicago, pero ella decidió quedarse a cantar zarzuela ante la continuidad y sustancia de los contratos que podía facilitarle Amadeo Vives. Su caso, como el de muchos otros españoles medio desconocidos, habla bien a las claras del ninguneo que se hace a nuestros hombres y mujeres de mérito. En 1924, por el contrario, Cortis cruzará la gran puerta de su vida. Me estoy refiriendo a su firma del contrato con la Civic Opera de Chicago, a la que permanecerá ligado hasta 1932, durante ocho temporadas consecutivas. El famoso director de orquesta Giorgio Polacco, responsable musical de las fastuosas temporadas de ópera de esta ciudad, tuvo conocimiento del éxito cosechado por Cortis en el Teatro Nacional de La Habana, en Cuba, donde fue sacado a hombros del recinto, tras haber cantado el papel de Cavaradossi. A consecuencia de ello, lo contrató. Cortis llegó al Chicago de Al Capone en un momento en que los tenores más importantes de la compañía eran el norteamericano Charles Hackett y, sobre todo, el italiano Tito Schipa. Más tarde Cortis comentará que Hackett, como tenor, no era capaz de descalzarle las botas. A su vuelta a España tras una triunfal gira por Italia, estalló la Guerra Incivil, le requistraron su fortuna, laboriosamente ganada a grito pelado, y sobrevivió a costa de esa nostalgia disfrazada que es la enseñanza, en este caso del canto, en Valencia, donde terminó dándose a la botella. ¿Qué queda de él? Unos cuantos microsurcos y toneladas de papel escrito con su gloria.

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