domingo, 15 de febrero de 2009

Ensayo general, drama pasoliniano de Francisco Chaves Guzmán

Acabo de leer ENSAYO GENERAL, una pieza teatral impresa y compuesta por el amigo Paco Chaves y llevada al cine por el amigo José Luis Margotón. Me ha encantado; es una lástima que no pudiera ver la película entera, que se presentará en la Tetería Pachamama el 17 de febrero de 2009 a las 20,30 horas, en el Callejón de los Huertos 1; yo introduciré al autor brevemente entonces y ahora.

El texto está bien escrito, como acostumbra Chaves: posee su voz, su imaginería, su pensamiento casi al completo. Podría reconstruirse a todo Francisco Chaves por esta obra esencial, que en el fondo es un auto antisacramental; es una pena que le persigan, o lo que es peor, que le ignoren y ninguneen con tanta saña los poderes fácticos de la incultura manchurriega, y que hayan expulsado de la edición en la Biblioteca de Autores Manchegos a su magnífico libro de entrevistas a personajes literarios. Ellos se lo pierden, con su pan se lo coman y allá se lo hayan: así padecen la fama que arrastran. Aunque el autor lo adscribe al llamado Teatro de la Palabra de Pier Paolo Pasolini y Thomas Bernhard, y algo posee de estos autores, en especial del primero, que conoce muy bien; la verdad es que más bien pertenece al Simbolismo, que es una de las últimas corrientes de estos años, con elementos de distanciamiento brechtiano. El teatro simbolista sigue la línea de Valle-Inclán, Strindberg o lbsen y aúna eclécticamente influencias muy diversas, desde Brecht hasta el teatro del absurdo, y en el caso de Chaves el teatro de la palabra pasoliniano; su denominador común, frente al teatro de tipo realista, es carecer de referencias temporales, aunque pueda reflejar anecdóticamente una situación histórica concreta. En él se encuentran notables aportaciones a la experimentación lingüística, como en las piezas de Luis Riaza o Miguel Romero Esteo, y sobre todo a la experimentación escénica, como en El hombre y la mosca, de José Ruibal. Los simbolistas hicieron una llamada a la "desteatralización" del teatro, que se traducía en desnudar el teatro de todas sus trabas tecnológicas y escénicas del siglo XIX, sustituyéndolas por la espiritualidad o pensamiento que debía provenir del texto y la interpretación. Los textos estaban cargados de una simbología de difícil asimilación, más que de sugerencias. El ritmo de las obras era en general lento y semejante a un sueño. Algunas veces se alimentaba por dentro de la tradición autóctona de tragedia grotesca (Arniches) y sobre todo de la distorsión esperpéntica y farsesca de Valle-Inclán: pero es una poética del teatro total con elementos absurdistas, esperpénticos y farsescos, utilizando un medio de expresión caracterizado por la tendencia hacia lo simbólico y lo alegórico, con lo que no siempre se escapa al peligro del hermetismo, la ambigüedad y la abstracción.

Al Teatro simbolista español de Postguerra, Teatro desvinculado, Teatro underground, o Nuevo teatro español pertenecen Paco Chaves y, aparte de los citados, José María Bellido, Luis Matilla, Antonio Martínez Ballesteros, Eduardo Quiles, Jerónimo López Mozo, Manuel Martínez Mediero, Ángel García Pintado, José Antonio Castro y los catalanes Manuel de Pedrolo, Josep Benet i Joanet y Jordi Teixidor. Excluyo aquí deliberadamente a los más famosos, como los manchegos Francisco Nieva y Domingo Miras, o a Alberto Miralles. Se trata de un teatro que no existe para el público español mayoritario y sus obras sólo han visto la luz publicadas en textos de corta tirada y circulación restringida, sin llegar casi nunca a ser representadas en un escenario. Este desconocmiento se debe a la situación general del teatro español, que ya apuntaba el crítico George E. Wellwart, principal editor y estudioso de estos dramaturgos en Nueva York, autor de Spanish underground drama (1972): en España existe una especie de censura económica y falta de salas apropiadas para representar este tipo de teatro de corte intelectual y minoritario como los llamados off-Broadway en Nueva York; además está la actitud de directores, empresarios y actores que no entienden este teatro o no quieren arriesgarse con él, la política de subvenciones estatales orientada fundamentalmente hacia la recuperación de los autores cIásicos y, último pero no lo último, la inexistencia de críticos capaces de valorar lo que este teatro representa. La estrechez de miras, la ignorancia y la general falta de interés por su entorno y de inteligencia por parte de estos denigra, o lo que es peor, ignora simplemente este teatro simbolista que se dirige a un público más formado que el normalmente publicitado.


La pieza, interrumpida por siete intermedios metateatrales entre autor y espectador y un epílogo, describe la involución y muerte de un pelele de identidad unidimensional a manos de sus prejuicios. Resuena como fondo la metáfora del límite en forma de cárcel, que otros poetas a lo largo de la historia han querido ver también como río, desierto, muro o escalera, separando civilización y barbarie, sociedad y naturaleza, y que nos parte a nosotros mismos en dos mitades por un cinturón. Esa falsa simetría que descoyunta al hombre, lo paraliza y lo divide hipócritamente en dos en sentido social, moral, sexual incluso, es lo que ataca primordialmente Francisco Chaves en un drama ideológico y poético, de no escasa carga sociológica, que no en vano se titula "ensayo". La angustia reprime la vida, la transforma en un simulacro, en un espejo. La curiosidad, la inteligencia, nos conduce hasta donde se pierden las formas de la identidad y aparece el miedo; entonces tenemos que imaginar una cárcel. El fondo ideológico es el de Erich Fromm.

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