Las Cartas Bornesas permanecieron en inéditas hasta el año 1970 en que un profesor de la Universidad de Michigan, Don Salvador García Castañeda, las sacó a la luz.
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Artículo: "Cartas Bornesas. Un inédito de Telesforo Trueba y Cosío"
SALVADOR GARCÍA CASTAÑEDA.
University of Michigan, 1970:
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Artículo: "Cartas Bornesas. Un inédito de Telesforo Trueba y Cosío"
SALVADOR GARCÍA CASTAÑEDA.
University of Michigan, 1970:
Al estudiar el desarrollo del movimiento romántico en España, aparace entre sus más tempranos representantes don Telesforo Trueba y Cosío. Figura literaria de importancia, todavía no ha sido objeto de estudio detallado. Como recordaremos, su interés principal radica en ser de los primeros que dio a conocer los temas españoles en Inglaterra.
Menéndez Pelayo, que dedicó al santanderino Trueba uno de sus primeros trabajos, le llama "padre de la novela histórica entre nosotros" y le tiene por el primer escritor español convertido al credo romántico. Con las presentes páginas ve la luz una obra inédita de Trueba, tan notable por su interés histórico como por añadir algunos datos nuevos a los escasos que se conocen sobre la vida del romántico montañés.
En la Biblioteca Nacional de Madrid, bajo la signatura MS 7194, se conserva un cuaderno en cuarto mayor, sin rayar, adquirido en «Cádiz en la librera de Moreno Surita, calle de la Carne, junto a la de San Francisco, y se encuaderna de todas clases, según reza una etiqueta en el interior. En la tapa, dice "No. 7 . Papeles varios de de Telesforo de Trueba y Cosio. Cartas Bornesas "; y en la contraportada: "Cartas Bornesas. Por T. de T. y C. [sic] / Septiembre 7. 1824". Este cuaderno contiene diez y seis cartas literarias, que ocupan las setenta y cinco Primeras páginas. en donde se recogen las impresiones de una forzada estancia en Bornos. Provincia de Cádiz, y un borrador de la comedia Casarse por 50.00 duros, amén de algunas cuentas de índole privada.
Menéndez Pelayo afirma que "Trueba y Cosío emigró a Inglaterra en 1823, a consecuencia de la caída del sistema constitucional". Este manuscrito, que don Marcelino nunca llegó a conocer, modifica tal conclusión. La primera carta está fichada en Bornos el 14 de julio de 1824 y las cinco últimas refieren las vicisitudes del desembarco en Tarifa de don Pedro González Valdés a primeros de agosto del mismo año.
Don Telesforo nació en Santander en 1799, hijo del comerciante don Juan Trueba, natural de Arredondo y de doña María Cosío. En setiembre de 1812 marchó a Londres en unión de sus hermanos José María y Vicente, educándose todos en el colegio de San Eduardo, en Old Hall Green De allí pase a París donde realizó estudios en la Sorbona. Cuando en 1820 triunfaron los liberales, Trueba agregado meritorio a la embajada de España, decidió trasladarse a su patria y el 22 de abril de 1822 vivía ya en Madrid. Allí figura como fundador de la Academia del Mirto, creada por don Alberto Lista. Al año siguiente se retiró a Cádiz junto con el gobierno constitucional, al que sirvió con las armas, probablemente formando parte de la Milicia Nacional.
La rendición de Cádiz en agosto de 1823 inicia el período absolulista conocido bajo el nombre de la "década ominosa". Para perseguir a los constitucionales comenzaron a funcionar comisiones militares que juzgaban sumarísimamente: muerte, prisión, confiscación de bienes y destierro fueron penas para quienes ocuparon cargos políticos durante el trienio liberal. La nueva Junta secreta de estado, presidida nada menos que por un antiguo inquisidor, determinó abrir expediente a todos los españoles que "por cualquier concepto hubieran servido o mostrado su adhesión al sistema constitucional, y de los que fueran o hubieran sido masones o compradores de bienes nacionales".
La iglesia, que había visto peligrar sus propiedades y derechos bajo el régimen de la libertad, secundó a Fernando VII con entusiasmo, y muchos de sus miembros ocuparon puestos importantes dentro de la restaurada monarquía absoluta. Para extinguir la masonería se encargó a los obispos que, en plazo de tres días, substanciasen las causas surgidas en sus respectivas diócesis; un edicto del ministro Calomarde ordenó celebrar misiones en las iglesias para hacer abjurar a los extraviados de sus erróneas ideas. Recordémoslo; el populacho que arrastraba el coche del rey gritando ¡Vivan las caenas! y la gente del campo, tradicionalmente conservadora, cometieron desmanes, dieron satisfacción a venganzas personales e impusieron el terror en toda España. Ocupado por el ejército francés, Cádiz se convirtió en refugio de liberales, llegados allí con idea de emigrar a otros países.
Trueba y Cosío, antiguo combatiente, autor de un soneto a Riego (1820) y de algunas comedias representadas en Cádiz se retiró a Bornos acompañado de un hermano (¿José Miaría, el poeta?) y de su madre doña María Cosío. La familia debió tener posibles, pues alquiló una casa en la calle de San Jerónimo. En el epistolario hay referencias a algunas criadas y a un mayordomo que tenían por servidores.
Trueba asistía a misas y sermones. Se mostraba discreto y salía lo menos posible a causa del calor y temeroso también de la incivilidad de los borneses: "Estoy lodo el día metido en casa, tumbado a la larga o ensuciando papel; ir al baño y dar un corto paseo al anochecer, he aquí la manera de pasar el tiempo. Para mí, todos los días son iguales". La familia permanecería poco tiempo en Bornos, y Trueba expresa más de una vez el vehemente deseo de regresar a la gloria de Cádiz. El epistolario cesa a mediados de agosto de 1824.
Una vez en Inglaterra, sus muchas obras le dieron fama como novelista y comediógrafo en lengua inglesa. Volvió a España en 1834 y fue nombrado procurador en Cortes. Intervino en política con entusiasmo pero su delicada salud le llevó a establecerse en Francia, donde al parecer murió.
La villa de Bornos, en la provincia de Cádiz, está situada en la falda oriental de la Sierra del Calvario, en la margen derecha del río Guadalele. Tienen fama la salubridad del clima y las aguas termales. En 1846, según Madoz, "tenía Bornos 4.826 almas y 725 casas de buena fábrica, al gusto moderno, por lo general de 2 pisos, y muchas con preciosos jardines". Por cierto que en la segunda mitad del siglo, Fernán Caballero Publicó "Un verano en Bornos", novela epistolar, donde unas distinguidas jóvenes madrileñas llegadas a baños, encuentran allí el amor de su vida.
Bornos es un paraíso por sus aires puros, sus hermosas aguas y los baños de su río, suaves y tónicos a un tiempo "Bornos me agrada mucho" -escribe Primitiva Villalprado, una de las protagonistas de la novela- "es alegre como un cascabel, florido como un jardín, lo riega la sierra con sus aguas con el mismo esmero que tu tus macetas de adelfa". La visión de Trueba (1824), muy negativa, contrasta curiosamente con el testimonio de Madoz (1846) y con el entusiasta elogio de la Böhl de Faber (1853). No habría cambiado tanto la villa desde los días del escritor montañés, quien la juzgó a la desfavorable luz de las circunstancias en que hubo de visitarla.
Restaurado el poder absoluto, los pueblos andaluces, que ya habían dado antes muestras de su conservadurismo, se afianzaron en él, animados por la actitud del gobierno. Los Trueba, gente forastera, venida de Cádiz, despertaron la desconfianza de los vecinos de un lugarón pobre, con tres conventos, donde nunca pasaba nada. El impresionable escritor cuenta del atraso de los borneses, de su miseria, ignorancia y sumisión al poder absoluto de los caciques. Así escribe: "Justicia y franqueza no se conocen por el forro"; y en otro lugar, "En el corto tiempo que he estado en este pueblo, he visto cometer crímenes que horrorízaríanan a la humanidad" ya en las últimas Páginas, exclama: "¡Que tolerancia es precisa para no saltar al ver lo que está pasando en este pueblo!. Abuso de los que mandan, injusticias del sistema tributario, inrmoralidades de los frailes o desmanes de los vecinos hallan en él un crítico implacable, y un moralista ingenuo, escandalizado al descubrir cosas hasta entonces no imaginadas. Resulta curioso como un hombre de ciudad, educado a la inglesa, se va adaptando insensiblemte al ambiente pueblerino hasta el punto de perder el sueño y los estribos por una alcaldada, por las retóricas interperancias del vicario, o por los chismes de una clásica vieja.
En estas cartas queda evidencia tanto de la triste situación social y económica en aquella parte de Andalucía cuanto de la formación enciclopedista de Trueba. Hay en sus quejas un eco de las proferidas por Jovellanos, Meléndez Valdés, Cavanilles y otros ilustrados sobre las tierras sin cultivar en manos de mayorazgos o de la iglesia. Los jornaleros, sujetos a tributos diversos y gravosos, están en tan miserable situación que muchos se hacen bandoleros para remediar su necesidad. El autor echa de ver los perniciosos efectos de la ignorancia y la rutina al tiempo que nota la diferencia de actividad e iniciativa entre los pueblos del norte y los del sur. Le sorprende la triste abulia que le rodea con palabras que parecen tomadas al autor del Informe sobre la ley agraria. Así escribía Jovellanos en 1796: "¿Cómo es que la mayor parte de los Pueblos de España no se divierten de manera alguna?... En los días más solemnes, en vez de la alegría y bullicio que debieran anunciar el contento de sus moradores, reina en las calles y plazas una perezosa inacción, un triste silencio, que no se pueden advertir sin admiración ni lástima ". Trueba, treinta años más tarde, corrobora:
"... gente más tosca, más ceñuda ni más tétrica, no creo exista sobre la faz de la tierra. Todos los semblantes respiran morosidad y la risa está desterrada de su boca, bien que no es extraño no tengan muchas ganas de reírse unos hombres que están ladrando de hambre...
Todo respira tristeza y hastío, Aquí los días son iguales y se pasó el del patrón del pueblo lo mismo que otro cualquiera ".
Liberal entusiasta, la derrota de sus ideales y su posición de vencido dentro de territorio enemigo le llevan a extremar la nota de censura, teñida con desencanto: "Nos perdimos y, si volvemos a levantar cabeza, estoy casi por decir que ni siquiera la triste experiencia nos enseñará..."; en otra ocasión, escribe: "La traición tiene grande influjo en España, el dinero puede mucho en unos hombres sumidos en la miseria e inmoralidad". Grande debió ser el abatimiento de Trueba al encontrarse, a los veinticinco años, aislado allí donde la cultura brillaba por su ausencia, forzosamente inactivo para no dar qué decir a unos lugareños siempre alerta.
Estas Cartas Bornesas tienen el valor de un testimonio de primera mano sobre la vida en la España fernandina. Historiadores y novelistas la han descrito en las ciudades; Trueba presenta el reducido cuadro de un pueblo andaluz donde adquieren mayor relieve los extremismos del momento, entretejidos con la mezquina cicatería local.
Aunque el escritor montañés gustase de entenebrecer la pintura de Bornos, sus quejas no carecían de fundamento. La zona era pobre y aislada; refiriéndose a los caminos, escribe Madoz que no tiene Bornos sino los indispensables de pueblo a pueblo y aun éstos en miserable estado; "Desde Jerez hemos recorrido siete leguas por un suelo pedregoso, cortado por profundos barrancos, y atravesando campos despoblados, sin hallar aún ni una venta en qué pedir un vaso de agua". La industria local se reducía a algunos molinos harineros y tres de aceite, cinco o seis telares, dos fábricas de jabón blando, seis hornos de pan, una tienda de paños y 7 de comestibles. La mayoría de los borneses eran gente asalariada, jornaleros sin tierras propias, ocupados en épocas de cosecha o vendimia y parados el resto del año. Impuestos municipales, derechos del clero y ofrendas pías aumentaban su miseria.
Tanto la inacción como la falta de posibles daban a la gente tiempo libre para ocuparse de la vida privada de sus convecinos "Los muchachos y, sobre todo, las mujeres, tienen la laudable costumbre de ponerse en las rejas de los vecinos a ver y escuchar lo que pasa dentro". Tal desenfado debía ser algo muy propio de aquellas tierras cuando Fernán Caballero da como "costumbre establecida" el entrar sin pedir permiso en casas ajenas, "a uso de Bornos". Abusar y burlarse de los forasteros estaba a la orden del día. Nuestro autor cuenta -y la cosa no deja de tener gracia- como aquellos cazurros se reían de verle usar gafas: "Según me han dicho, tener la vista débil es un signo de masonería, como lo son también llevar el pelo largo, vestir de negro y otras cuantas particularidades de esta misma especie.
Aun en medio de sus infortunios, Trueba no pierde ni el humor ni la gana de observar, muy agudamente, el mundo que lo rodea. Por estas páginas desfilan tipos pintorescos: el enamoradizo fraile jerónimo, los alcaldes de monterilla, el justiciero capellán amonestado por su tía, el vicario del pico de oro, y el tío Surita, una especie de Belarmino liberal y herborista. Entre anécdotas y sucedidos los hay extraordinarios, como el del presidiario incestuoso, la cena de las ánimas, o los picarescos avatares matrimoniales del senil cuanto amante escribano.
Esta colorida galería costumbrista, un tanto bárbarara, queda completa con unas curiosas páginas sobre el bandolerismo andaluz. Por entonces el orden público era inexistente y el atacar viajeros algo tan común que, para recorrer distancias muy cortas era menester escolta militar. No sería muy efectivo tal arbitrio cuando, cerca del Puerto de Santa María, en aquel año de 1824, algunos bandidos «desde las tres de la tarde hasta las seis, habían estado robando y ascendían a doscientas personas las que habían sido despojadas de lo que llevaban, de tal manera que parecía aquel sitio una feria por los coches, calesas y animales de carga que había detenidos". Observa Trueba que estos ladrones no eran profesionales sino gente desesperada y sin trabajo que se echaba ad camino para subsistir.
De especial interés histórico son las noticias sobre la intentona revolucionaria del coronel don Pedro González Valdés, autor de la hazaña heroica y absurda de apoderarse de Tarifa y otros puntos de la costa a primeros de agosto de 1824. Al parecer tal desembarco llenó de pánico a los absolutistas de las cercanías, ya que los expedicionarios rechazaron con éxito un primer ataque de los franceses. Según se decía por Cádiz, el jefe de éstos pensó suicidarse de un pistoletazo si no reducía a los alzados, lo que consiguió a poco, cayendo prisioneros muchos y Valdés entre ellos. Este fracaso y el de otros levantamientos liberales, aumentaban la osadía da los vencedores.
Las Cartas Bornesas se escribieron a ratos perdidos, bajo el impulso del hastío, la desesperanza o la ira. En estas lineas de caligrafía irregular, alterada por diversos estados de ánimo, hay vehemencia y juventud. Faltan los detalles y recados de índole familiar o de negocios, referencias a conocidos, etc., propios de una correspondencia verdadera. A poco de comenzar el diario - pues estás epístolas lo son- el autor pasa por alto fechas, fórmulas introductorias y despedidas, aunque siga dirigiéndose al imaginario corresponsal, a quien nunca da otro nombre que el de amigo.
Estas cartas literarias parecern escritas con vistas a ulterior publicación, destinadas quizá a lectores ingleses. Ello explicaría la tendencia, cuasi costumbristica, a detallar los sucesos de Bornos a la vez que la afición por lo novelesco. Describen el carácter y modo de vivir de los naturales, sus costumbres de ronda y cortejo, celebraciones y bodas. Ya despunta aquí la actitud desdeñosa del escritor, intelectual y ciudadano, ante las clases populares objeto de sus observaciones, actitud típica en los costumbristas españoles posteriores.
El autor quiso reflejar en este pueblo la situación de la España fernandina. El relato tiende a desacreditar al absolutismo. Se ve el resultado de pasión política, de impaciencia juvenil y de clandestinidad forzada por miedo a la represión feroz. Tan vehementes como sinceras, reflejan las inquietudes y tribulaciones de Telesforo Trueba, uno de nuestros románticos más tempranos. Tienen el valor emocional de un diario íntimo, amigo siempre fiel en tiempos de adversidad y, lo que es peor aún, de aburrimiento.
Las Cartas Bornesas recogen a vuela pluma sucesos e impresiones del momento. Es muy probable que el presente texto sea el primer borrador de una obra sin concluir que nunca vio la luz. Como tal, hay palabras o frases enteras dejadas en blanco en el texto, con la idea de evitar repeticiones o de lograr más tarde mejor efecto literario. Estos blancos, muy frecuentes en las primeras cartas, escasean luego sensiblemente como si el autor estuviera cada vez menos preocupado por la redacción.
Para no fatigar a los lectores, he suplido tales lagunas con palabras, a mi entender, requeridas por el sentido del texto, y que van en letra bastardilla. En ciertos casos hay frases sin terminar o de dudoso sentido, que he aclarado añadiendo alguna palabra (en bastaráilla), suprimiéndola (entre corchetes), o modificando la puntuación.
Como resultado de su estancia en el extranjero, escribe Trueba una prosa en donde hay faltas de concordancia, galicismos y anglicismos, palabras inexistentes en castellano, y otras usadas indebidamente. Tales anomalías se conservan marcando (sic) tan sólo aquellos casos que harían pensar en error tipográfico. Asimismo he modernizado ortografía y puntuación, acentos y uso de mayúsculas. Al margen de las páginas se indica la foliación correspondiente en el manuscrito original.
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Menéndez Pelayo, que dedicó al santanderino Trueba uno de sus primeros trabajos, le llama "padre de la novela histórica entre nosotros" y le tiene por el primer escritor español convertido al credo romántico. Con las presentes páginas ve la luz una obra inédita de Trueba, tan notable por su interés histórico como por añadir algunos datos nuevos a los escasos que se conocen sobre la vida del romántico montañés.
En la Biblioteca Nacional de Madrid, bajo la signatura MS 7194, se conserva un cuaderno en cuarto mayor, sin rayar, adquirido en «Cádiz en la librera de Moreno Surita, calle de la Carne, junto a la de San Francisco, y se encuaderna de todas clases, según reza una etiqueta en el interior. En la tapa, dice "No. 7 . Papeles varios de de Telesforo de Trueba y Cosio. Cartas Bornesas "; y en la contraportada: "Cartas Bornesas. Por T. de T. y C. [sic] / Septiembre 7. 1824". Este cuaderno contiene diez y seis cartas literarias, que ocupan las setenta y cinco Primeras páginas. en donde se recogen las impresiones de una forzada estancia en Bornos. Provincia de Cádiz, y un borrador de la comedia Casarse por 50.00 duros, amén de algunas cuentas de índole privada.
Menéndez Pelayo afirma que "Trueba y Cosío emigró a Inglaterra en 1823, a consecuencia de la caída del sistema constitucional". Este manuscrito, que don Marcelino nunca llegó a conocer, modifica tal conclusión. La primera carta está fichada en Bornos el 14 de julio de 1824 y las cinco últimas refieren las vicisitudes del desembarco en Tarifa de don Pedro González Valdés a primeros de agosto del mismo año.
Don Telesforo nació en Santander en 1799, hijo del comerciante don Juan Trueba, natural de Arredondo y de doña María Cosío. En setiembre de 1812 marchó a Londres en unión de sus hermanos José María y Vicente, educándose todos en el colegio de San Eduardo, en Old Hall Green De allí pase a París donde realizó estudios en la Sorbona. Cuando en 1820 triunfaron los liberales, Trueba agregado meritorio a la embajada de España, decidió trasladarse a su patria y el 22 de abril de 1822 vivía ya en Madrid. Allí figura como fundador de la Academia del Mirto, creada por don Alberto Lista. Al año siguiente se retiró a Cádiz junto con el gobierno constitucional, al que sirvió con las armas, probablemente formando parte de la Milicia Nacional.
La rendición de Cádiz en agosto de 1823 inicia el período absolulista conocido bajo el nombre de la "década ominosa". Para perseguir a los constitucionales comenzaron a funcionar comisiones militares que juzgaban sumarísimamente: muerte, prisión, confiscación de bienes y destierro fueron penas para quienes ocuparon cargos políticos durante el trienio liberal. La nueva Junta secreta de estado, presidida nada menos que por un antiguo inquisidor, determinó abrir expediente a todos los españoles que "por cualquier concepto hubieran servido o mostrado su adhesión al sistema constitucional, y de los que fueran o hubieran sido masones o compradores de bienes nacionales".
La iglesia, que había visto peligrar sus propiedades y derechos bajo el régimen de la libertad, secundó a Fernando VII con entusiasmo, y muchos de sus miembros ocuparon puestos importantes dentro de la restaurada monarquía absoluta. Para extinguir la masonería se encargó a los obispos que, en plazo de tres días, substanciasen las causas surgidas en sus respectivas diócesis; un edicto del ministro Calomarde ordenó celebrar misiones en las iglesias para hacer abjurar a los extraviados de sus erróneas ideas. Recordémoslo; el populacho que arrastraba el coche del rey gritando ¡Vivan las caenas! y la gente del campo, tradicionalmente conservadora, cometieron desmanes, dieron satisfacción a venganzas personales e impusieron el terror en toda España. Ocupado por el ejército francés, Cádiz se convirtió en refugio de liberales, llegados allí con idea de emigrar a otros países.
Trueba y Cosío, antiguo combatiente, autor de un soneto a Riego (1820) y de algunas comedias representadas en Cádiz se retiró a Bornos acompañado de un hermano (¿José Miaría, el poeta?) y de su madre doña María Cosío. La familia debió tener posibles, pues alquiló una casa en la calle de San Jerónimo. En el epistolario hay referencias a algunas criadas y a un mayordomo que tenían por servidores.
Trueba asistía a misas y sermones. Se mostraba discreto y salía lo menos posible a causa del calor y temeroso también de la incivilidad de los borneses: "Estoy lodo el día metido en casa, tumbado a la larga o ensuciando papel; ir al baño y dar un corto paseo al anochecer, he aquí la manera de pasar el tiempo. Para mí, todos los días son iguales". La familia permanecería poco tiempo en Bornos, y Trueba expresa más de una vez el vehemente deseo de regresar a la gloria de Cádiz. El epistolario cesa a mediados de agosto de 1824.
Una vez en Inglaterra, sus muchas obras le dieron fama como novelista y comediógrafo en lengua inglesa. Volvió a España en 1834 y fue nombrado procurador en Cortes. Intervino en política con entusiasmo pero su delicada salud le llevó a establecerse en Francia, donde al parecer murió.
La villa de Bornos, en la provincia de Cádiz, está situada en la falda oriental de la Sierra del Calvario, en la margen derecha del río Guadalele. Tienen fama la salubridad del clima y las aguas termales. En 1846, según Madoz, "tenía Bornos 4.826 almas y 725 casas de buena fábrica, al gusto moderno, por lo general de 2 pisos, y muchas con preciosos jardines". Por cierto que en la segunda mitad del siglo, Fernán Caballero Publicó "Un verano en Bornos", novela epistolar, donde unas distinguidas jóvenes madrileñas llegadas a baños, encuentran allí el amor de su vida.
Bornos es un paraíso por sus aires puros, sus hermosas aguas y los baños de su río, suaves y tónicos a un tiempo "Bornos me agrada mucho" -escribe Primitiva Villalprado, una de las protagonistas de la novela- "es alegre como un cascabel, florido como un jardín, lo riega la sierra con sus aguas con el mismo esmero que tu tus macetas de adelfa". La visión de Trueba (1824), muy negativa, contrasta curiosamente con el testimonio de Madoz (1846) y con el entusiasta elogio de la Böhl de Faber (1853). No habría cambiado tanto la villa desde los días del escritor montañés, quien la juzgó a la desfavorable luz de las circunstancias en que hubo de visitarla.
Restaurado el poder absoluto, los pueblos andaluces, que ya habían dado antes muestras de su conservadurismo, se afianzaron en él, animados por la actitud del gobierno. Los Trueba, gente forastera, venida de Cádiz, despertaron la desconfianza de los vecinos de un lugarón pobre, con tres conventos, donde nunca pasaba nada. El impresionable escritor cuenta del atraso de los borneses, de su miseria, ignorancia y sumisión al poder absoluto de los caciques. Así escribe: "Justicia y franqueza no se conocen por el forro"; y en otro lugar, "En el corto tiempo que he estado en este pueblo, he visto cometer crímenes que horrorízaríanan a la humanidad" ya en las últimas Páginas, exclama: "¡Que tolerancia es precisa para no saltar al ver lo que está pasando en este pueblo!. Abuso de los que mandan, injusticias del sistema tributario, inrmoralidades de los frailes o desmanes de los vecinos hallan en él un crítico implacable, y un moralista ingenuo, escandalizado al descubrir cosas hasta entonces no imaginadas. Resulta curioso como un hombre de ciudad, educado a la inglesa, se va adaptando insensiblemte al ambiente pueblerino hasta el punto de perder el sueño y los estribos por una alcaldada, por las retóricas interperancias del vicario, o por los chismes de una clásica vieja.
En estas cartas queda evidencia tanto de la triste situación social y económica en aquella parte de Andalucía cuanto de la formación enciclopedista de Trueba. Hay en sus quejas un eco de las proferidas por Jovellanos, Meléndez Valdés, Cavanilles y otros ilustrados sobre las tierras sin cultivar en manos de mayorazgos o de la iglesia. Los jornaleros, sujetos a tributos diversos y gravosos, están en tan miserable situación que muchos se hacen bandoleros para remediar su necesidad. El autor echa de ver los perniciosos efectos de la ignorancia y la rutina al tiempo que nota la diferencia de actividad e iniciativa entre los pueblos del norte y los del sur. Le sorprende la triste abulia que le rodea con palabras que parecen tomadas al autor del Informe sobre la ley agraria. Así escribía Jovellanos en 1796: "¿Cómo es que la mayor parte de los Pueblos de España no se divierten de manera alguna?... En los días más solemnes, en vez de la alegría y bullicio que debieran anunciar el contento de sus moradores, reina en las calles y plazas una perezosa inacción, un triste silencio, que no se pueden advertir sin admiración ni lástima ". Trueba, treinta años más tarde, corrobora:
"... gente más tosca, más ceñuda ni más tétrica, no creo exista sobre la faz de la tierra. Todos los semblantes respiran morosidad y la risa está desterrada de su boca, bien que no es extraño no tengan muchas ganas de reírse unos hombres que están ladrando de hambre...
Todo respira tristeza y hastío, Aquí los días son iguales y se pasó el del patrón del pueblo lo mismo que otro cualquiera ".
Liberal entusiasta, la derrota de sus ideales y su posición de vencido dentro de territorio enemigo le llevan a extremar la nota de censura, teñida con desencanto: "Nos perdimos y, si volvemos a levantar cabeza, estoy casi por decir que ni siquiera la triste experiencia nos enseñará..."; en otra ocasión, escribe: "La traición tiene grande influjo en España, el dinero puede mucho en unos hombres sumidos en la miseria e inmoralidad". Grande debió ser el abatimiento de Trueba al encontrarse, a los veinticinco años, aislado allí donde la cultura brillaba por su ausencia, forzosamente inactivo para no dar qué decir a unos lugareños siempre alerta.
Estas Cartas Bornesas tienen el valor de un testimonio de primera mano sobre la vida en la España fernandina. Historiadores y novelistas la han descrito en las ciudades; Trueba presenta el reducido cuadro de un pueblo andaluz donde adquieren mayor relieve los extremismos del momento, entretejidos con la mezquina cicatería local.
Aunque el escritor montañés gustase de entenebrecer la pintura de Bornos, sus quejas no carecían de fundamento. La zona era pobre y aislada; refiriéndose a los caminos, escribe Madoz que no tiene Bornos sino los indispensables de pueblo a pueblo y aun éstos en miserable estado; "Desde Jerez hemos recorrido siete leguas por un suelo pedregoso, cortado por profundos barrancos, y atravesando campos despoblados, sin hallar aún ni una venta en qué pedir un vaso de agua". La industria local se reducía a algunos molinos harineros y tres de aceite, cinco o seis telares, dos fábricas de jabón blando, seis hornos de pan, una tienda de paños y 7 de comestibles. La mayoría de los borneses eran gente asalariada, jornaleros sin tierras propias, ocupados en épocas de cosecha o vendimia y parados el resto del año. Impuestos municipales, derechos del clero y ofrendas pías aumentaban su miseria.
Tanto la inacción como la falta de posibles daban a la gente tiempo libre para ocuparse de la vida privada de sus convecinos "Los muchachos y, sobre todo, las mujeres, tienen la laudable costumbre de ponerse en las rejas de los vecinos a ver y escuchar lo que pasa dentro". Tal desenfado debía ser algo muy propio de aquellas tierras cuando Fernán Caballero da como "costumbre establecida" el entrar sin pedir permiso en casas ajenas, "a uso de Bornos". Abusar y burlarse de los forasteros estaba a la orden del día. Nuestro autor cuenta -y la cosa no deja de tener gracia- como aquellos cazurros se reían de verle usar gafas: "Según me han dicho, tener la vista débil es un signo de masonería, como lo son también llevar el pelo largo, vestir de negro y otras cuantas particularidades de esta misma especie.
Aun en medio de sus infortunios, Trueba no pierde ni el humor ni la gana de observar, muy agudamente, el mundo que lo rodea. Por estas páginas desfilan tipos pintorescos: el enamoradizo fraile jerónimo, los alcaldes de monterilla, el justiciero capellán amonestado por su tía, el vicario del pico de oro, y el tío Surita, una especie de Belarmino liberal y herborista. Entre anécdotas y sucedidos los hay extraordinarios, como el del presidiario incestuoso, la cena de las ánimas, o los picarescos avatares matrimoniales del senil cuanto amante escribano.
Esta colorida galería costumbrista, un tanto bárbarara, queda completa con unas curiosas páginas sobre el bandolerismo andaluz. Por entonces el orden público era inexistente y el atacar viajeros algo tan común que, para recorrer distancias muy cortas era menester escolta militar. No sería muy efectivo tal arbitrio cuando, cerca del Puerto de Santa María, en aquel año de 1824, algunos bandidos «desde las tres de la tarde hasta las seis, habían estado robando y ascendían a doscientas personas las que habían sido despojadas de lo que llevaban, de tal manera que parecía aquel sitio una feria por los coches, calesas y animales de carga que había detenidos". Observa Trueba que estos ladrones no eran profesionales sino gente desesperada y sin trabajo que se echaba ad camino para subsistir.
De especial interés histórico son las noticias sobre la intentona revolucionaria del coronel don Pedro González Valdés, autor de la hazaña heroica y absurda de apoderarse de Tarifa y otros puntos de la costa a primeros de agosto de 1824. Al parecer tal desembarco llenó de pánico a los absolutistas de las cercanías, ya que los expedicionarios rechazaron con éxito un primer ataque de los franceses. Según se decía por Cádiz, el jefe de éstos pensó suicidarse de un pistoletazo si no reducía a los alzados, lo que consiguió a poco, cayendo prisioneros muchos y Valdés entre ellos. Este fracaso y el de otros levantamientos liberales, aumentaban la osadía da los vencedores.
Las Cartas Bornesas se escribieron a ratos perdidos, bajo el impulso del hastío, la desesperanza o la ira. En estas lineas de caligrafía irregular, alterada por diversos estados de ánimo, hay vehemencia y juventud. Faltan los detalles y recados de índole familiar o de negocios, referencias a conocidos, etc., propios de una correspondencia verdadera. A poco de comenzar el diario - pues estás epístolas lo son- el autor pasa por alto fechas, fórmulas introductorias y despedidas, aunque siga dirigiéndose al imaginario corresponsal, a quien nunca da otro nombre que el de amigo.
Estas cartas literarias parecern escritas con vistas a ulterior publicación, destinadas quizá a lectores ingleses. Ello explicaría la tendencia, cuasi costumbristica, a detallar los sucesos de Bornos a la vez que la afición por lo novelesco. Describen el carácter y modo de vivir de los naturales, sus costumbres de ronda y cortejo, celebraciones y bodas. Ya despunta aquí la actitud desdeñosa del escritor, intelectual y ciudadano, ante las clases populares objeto de sus observaciones, actitud típica en los costumbristas españoles posteriores.
El autor quiso reflejar en este pueblo la situación de la España fernandina. El relato tiende a desacreditar al absolutismo. Se ve el resultado de pasión política, de impaciencia juvenil y de clandestinidad forzada por miedo a la represión feroz. Tan vehementes como sinceras, reflejan las inquietudes y tribulaciones de Telesforo Trueba, uno de nuestros románticos más tempranos. Tienen el valor emocional de un diario íntimo, amigo siempre fiel en tiempos de adversidad y, lo que es peor aún, de aburrimiento.
Las Cartas Bornesas recogen a vuela pluma sucesos e impresiones del momento. Es muy probable que el presente texto sea el primer borrador de una obra sin concluir que nunca vio la luz. Como tal, hay palabras o frases enteras dejadas en blanco en el texto, con la idea de evitar repeticiones o de lograr más tarde mejor efecto literario. Estos blancos, muy frecuentes en las primeras cartas, escasean luego sensiblemente como si el autor estuviera cada vez menos preocupado por la redacción.
Para no fatigar a los lectores, he suplido tales lagunas con palabras, a mi entender, requeridas por el sentido del texto, y que van en letra bastardilla. En ciertos casos hay frases sin terminar o de dudoso sentido, que he aclarado añadiendo alguna palabra (en bastaráilla), suprimiéndola (entre corchetes), o modificando la puntuación.
Como resultado de su estancia en el extranjero, escribe Trueba una prosa en donde hay faltas de concordancia, galicismos y anglicismos, palabras inexistentes en castellano, y otras usadas indebidamente. Tales anomalías se conservan marcando (sic) tan sólo aquellos casos que harían pensar en error tipográfico. Asimismo he modernizado ortografía y puntuación, acentos y uso de mayúsculas. Al margen de las páginas se indica la foliación correspondiente en el manuscrito original.
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SALVADOR GARCÍA
Magnífico trabajo sobre Don Telesforo, autor hoy poco citado. Su vida en Bornos tiene el mismo desconsuelo que Larra en Montijo (Badajoz), otro gran romántico de su misma generación, saludos cordiales José Juan
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ResponderEliminarEnhorabuena por su extraordinario trabajo sobre don Telesforo de Trueba.
ResponderEliminarSoy de un pueblo cercano a Bornos y tengo buenos amigos en Bornos que están muy interesados en la historia y no conocen este interesante trabajo aunque no deje en buen lugar al pueblo. He encontrado en la red una versión incompleta de las cartas bornesas, ¿sabe usted si hay algún lugar donde estén colgadas las cartas íntegras?. Mi e.mail: maese@profesores.com. Muchas gracias
Salvador, encontré tu libro Obra Varia en La Casa del Libro y lo he comprado. Lo voy a disfrutar. Gracias.
ResponderEliminarJosé Luis Sánchez Mesa (maese)