domingo, 4 de abril de 2010

Un inédito de la Guerra Civil


TEREIXA CONSTENLA - Madrid, El País, 04/04/2010

James Neugass desoyó a su jefe, Edward K. Barsky. "Tu trabajo es hacer viajes con tu coche y mantener los ojos en la carretera. No tienes que pensar nada ni saber nada", le había ordenado. Barksy era el Doc, el Mayor, el jefe del primer hospital de campaña montado por los estadounidenses durante la Guerra Civil. Neugass era su chófer, pero también seguía siendo un poeta de origen judío nacido en Nueva Orleans en 1905 que quería saber.

"-Y después, sólo por divertirse, han vuelto para rematar los hospitales y Tarancón. ¿Cuántas bajas ha habido, Doc?

-Cuarenta y ocho muertos y 20 heridos.

-Pero si han salido de la ciudad 60 ambulancias cargadas.

-Te he dicho que 48 muertos y 20 heridos, Jim.

-Pero...".

Pero Doc le ordenó no pensar ni saber. No convenía a la moral republicana conocer realmente cuántas víctimas había causado un bombardeo aéreo sobre la localidad de Tarancón (Cuenca), sobrevolada por aviones que habían jugado a confundir a la población -niños incluidos- hasta concentrarla en la plaza mayor y empezar a lanzar granadas de mano, metralla de doble calibre y, finalmente, bombas.
Mirada sin ataduras

Fue el primer encuentro de Jim con la guerra. Y Jim, chófer y poeta a la par, anotó minuciosamente los diálogos, las descripciones, las impresiones y las nostalgias que le asaltaron entre noviembre de 1937 y abril de 1938 mientras se ocupaba de trasladar a Barsky de un frente a otro. El diario de aquellos días tiene un título siniestro: La guerra es bella. Una ironía dedicada a Filippo Tommaso Marinetti, fundador del futurismo y fan de Mussolini, que escribió: "La guerra es bella porque enriquece un prado florido con las llameantes orquídeas de las ametralladoras".

Bajo ese título se esconde un vibrante libro de memorias, que la editorial Papel de Liar pondrá a la venta este mes y que mereció los elogios de Antonio Muñoz Molina: "Nunca es condescendiente, nunca es narcisista y, a diferencia de otros testigos, no tiene intereses políticos o personales que ventilar. Como español cerré el libro con una sensación de gratitud".

El texto permaneció inédito hasta su publicación en Estados Unidos en 2008. Al regresar a su país, Neugass se casó, tuvo dos hijos, trabajó de ebanista y publicó una novela sobre la historia familiar, Rain of ashes, en junio de 1949. Corría un maccarthismo intimidante, así que silenció su pasado brigadista en España. Tal vez por ello desistió de publicar aquel diario escrito a mano en Madrid, Aragón, Valencia y Barcelona tras alguna frustrada intentona. No tuvo tiempo de volver a la carga. Neugass murió a finales de 1949, en una estación de metro de Greenwich Village, de un ataque al corazón. Se fue su memoria, pero por fortuna la copia mecanografiada enviada a alguna editorial sin grandes expectativas reapareció en una librería de Vermont ¡medio siglo después!

"Esto es lo más importante que me ha sucedido en la vida. Ese hombre era un fantasma para mí", dijo Jim Neugass, que tenía un año escaso cuando murió su progenitor. El hallazgo ha recuperado un texto valioso para los lectores y ha desvelado un hombre oculto para sus hijos. A los editores estadounidenses Peter N. Carroll y Peter Glazer les pareció una joya y registraron los derechos a nombre de los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln, que conserva la memoria de los 2.800 estadounidenses que combatieron en las filas de la República. James Neugass se ofreció como voluntario a la Agencia Médica Americana para la Defensa de la Democracia Española, que reclutó personal sanitario y recaudó dinero para medicinas, ambulancias y alimentos infantiles. El médico Edward K. Barsky fue el alma de la campaña: en un mes puso en marcha un hospital para atender a los heridos en la batalla del Jarama. A partir de noviembre de 1937, Neugass ejerció como su chófer. A disgusto. Conducir una ambulancia tenía poco que ver con sus deseos. "Si no fuera por la vista, podría estar en la Infantería. Lo de conducir una ambulancia todavía me causa vergüenza. No me gusta la tradición literaria e intelectual de 'me repugna el horror de la guerra y después escribo un libro".

Reconcomiéndose mientras lleva a Barsky a un lado y otro, Neugass describe al principio el día a día de la retaguardia: un baile cerca de Villa Paz, la mansión de una infanta reconvertida en hospital, donde "movido por la responsabilidad política bailé con Pepita, la más fea"; o su estancia en el hotel Florida, en Madrid, con tarifas que se abaratan conforme las habitaciones se elevan hacia la línea de fuego de los obuses.

Ante la falta de acción bélica, Neugass se detiene con humor y distancia en pequeñas cosas agrandadas por la escasez: dedica dos páginas a la "ética del tabaco". "No es deshonroso negar la posesión de cualquier cosa que pueda ser fumada, pero es de pésima educación fumar delante de los que no tienen tabaco. Si recibes un cartón entero de casa, lo moralmente justo es distribuir la mitad y esconder el resto". No rehúye los ajustes de cuentas biográficos que proporciona la guerra. En Utiel (Valencia) duerme con el teniente Arnold Donowa: "Es la primera vez que he compartido habitación con un negro, y más aún una cama. Mi abuelo había tenido esclavos [...]. Ambos sabíamos que yo tenía la oportunidad de acabar para siempre con 100 años de prejuicios. Y eso fue lo que hice".

Acabó con los prejuicios y acabó en la guerra, rescatando heridos bajo los obuses y sabiendo todo lo que quiso saber. Anotó cada uno de los muertos que habían sido sus íntimos durante horas. Vio lo que los historiadores verían: "Los elementos que condicionan la victoria no se debaten en España, sino en Washington, Londres y París". Asistió al desmoronamiento de la 15ª Brigada. Presintió el fin: "La muerte se acerca. Sus uñas me han rascado el pelo y he olido su enfermizo aliento en mi nuca". Pero vivió para contarlo. Aunque él no lo sepa.

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