martes, 6 de abril de 2010

Toponimia pintoresca


Patricia Gosálvez, "No hay un pueblo como el mío", El País, 3-IV-2010:
Dos náufragos de Forges se arrastran por un desierto africano. Como un oasis, surge una señal que dice "A Poyales del Hoyo", y uno de los errabundos personajes le espeta al otro: "¡Tú y tus atajos!". La viñeta es una de la cincuentena en las que el humorista se ha inspirado en este pueblo de Ávila en el que nunca ha estado. "Es un nombre gracioso", explica Forges, "hay palabras que simplemente dan risa, como ornitorrinco o cucufato...".
También hay topónimos que hacen gracia. Ahí están Zas, Pancrudo, Dios le Guarde, Apatamonasterio, Baños y Mendigo o Espolla, pueblos de A Coruña, Teruel, Salamanca, Vizcaya, Murcia y Girona, respectivamente.
Las carreteras de España están llenas de indicaciones curiosas que divierten a los viajeros y que los vecinos -muchas veces con gentilicios aún más graciosos, como los bollulleros de Bollullos Par del Condado- tienden a tomarse con humor. "Sé que a los de Poyales del Hoyo no les sienta mal que les saque en los chistes, cada vez que lo hago me llegan cartas de agradecimiento", dice Forges. No le falta razón. Federico Martín, sabio local, incluso se hizo una camiseta con una de sus viñetas. Experto en la historia de su pueblo, niega que el nombre venga de los abundantes poyos de piedra que hay en las puertas de las casas para sentarse a charlar, coser o machacar el lino cultivado tradicionalmente en el Valle del Tiétar. "Viene del arroyo Poyal", explica el hoyanco (con la h aspirada, por su proximidad a Extremadura). "Río arriba estaba Joyo, una antigua población vettona, pero con las epidemias los vecinos fueron bajando a los bancales y de ahí Poyales del Hoyo".
Citada por Camilo José Cela (como "la andorriña avilesa") y por Pío Baroja, esta población de 631 habitantes está atrapada entre dos pueblos de renombre, Candeleda y Arenas de San Pedro. "Dos monstruos a los que todavía pagamos impuestos, como en tiempos feudales", se queja Martín, que asegura que la rivalidad entre las otras dos localidades "ha pillado en medio" a su "hermoso pueblecito".
Poyales tiene sus propios méritos: un entorno delicioso, charcas cristalinas y el Museo de las abejas del valle (920 39 02 13). "Explicamos la sociobiología de las abejas, que en muchos aspectos son superiores a los humanos", cuenta Ino García. Junto a Gerardo Pérez, ambos maestros, se vinieron al campo a finales de los setenta y les fascinó la apicultura. Tanto les preguntaban los clientes por cómo hacían la miel que decidieron, hace 14 años, crear un aula con colmenas vivas de observación donde explican, zángano en mano, cómo las abejas escogen a voluntad el sexo de su descendencia, se comunican entre sí o controlan su población sin tapujos. "Hay que entenderlas como un ser colectivo, átomos de una comunidad", dice Ino. Ser individuo abeja es una puñeta, explica: las obreras mueren agotadas a los cuarenta días de nacer, los zánganos son exterminados en cuanto no hacen falta, y la reina, que vive unos cinco años, los pasa sin ver el mundo exterior.
Guarromán está limpio
Como ven, detrás de cada nombre raro, hay una historia y unas gentes que reivindican sus pueblos más allá del chiste. Quizás el topónimo raro más conocido, por su ubicación a medio camino entre Madrid y Sevilla, sea Guarromán. "Por culpa del inglés, la gente, al leer Guarromán, ve el 'guarro' junto al 'man', y nos ciega las entendederas para ver el 'gua' junto al 'román", explica José María Suárez Gallego, cronista oficial del pueblo. "Es una pena, tres décadas de teleseries americanas y los 40 Principales han hecho olvidar ocho siglos de cultura árabe". Resumiendo: Guarromán viene de la Venta de Guadarromán, que procede del vocablo hispanoárabe Wád ar-Rommán, que a su vez sale del árabe Wadi-r-Rumman, que significa 'río de los granados'. Nada que ver con un sucio superhéroe.
Cuando Suárez llegó a este pueblo jienense en los ochenta "había cierto repelús a decir que se era de pueblo y más de Guarromán", así que se decidió a devolverle la autoestima. Entre sus esfuerzos por "llenar de contenido" esta Nueva Población, fundada en tiempos de Carlos III por colonos alemanes, hay un club gastronómico (La muy ilustre y noble orden de los caballeros de la cuchara de palo), una asociación (la Internacional de Pueblos con Nombres Feos, Raros y Peculiares), y un blog repleto de información y anécdotas sobre la localidad. Entre ellas, que el Ministerio de Obras Públicas le otorgó en 1982 a Guarromán el premio al pueblo más limpio de España.
Guarromán tiene una pugna histórica con el pueblo de al lado, que para más choteo se llama Baños. Bañuzcos y guarromanenses se pelearon desde el XVIII, pero no por la limpieza. Ambos pueblos compartían romería en la ermita de la Virgen de la Encina en Baños. "Cuando la sacaban para dar la vuelta a la iglesia, había un punto que al girarla daba la espalda al pueblo vecino y alguien gritaba siempre: '¡Qué mire pa Guarromán!', momento en que se montaba una enorme gresca", explica el cronista, y añade que no era raro que surgiese alguna navaja. Por tradición, el grito sigue dándose, pero de buen rollo, tanto que lo lanza una portadora de Baños.

Paz en Peleas

En esto de las pugnas históricas entre vecinos, cabría esperar que las más fieras fuesen entre los de Peleas de Arriba y los de Peleas de Abajo. "Para nada, somos gente muy pacífica", desmiente Francisco García, concejal del zamorano Peleas de Arriba. Su mayor preocupación es que el pueblo, de 240 vecinos, se está vaciando de jóvenes, y su pena, que no quedé nada, "ni los cimientos", del monasterio de Santa María de Bellofonte, llamado luego de Valparaíso, donde nació Fernando III el Santo en 1201. Presionado, el concejal acaba contando una anécdota pendenciera: que un día, hace siglos, un fraile colgó de la tapia del convento una capa. Aunque la estaba vigilando, la parte que no veía, al otro lado del muro, fue sisada por los del pueblo y de ahí el refrán: "Los veas o no los veas, no te fíes de los de Peleas".
Mejor se deberían llevar los vecinos de Parderrubias con los de Mirón, ambos en Pontevedra, aunque las rubias eran, en origen, dos piedras. En Parderrubias, por cierto, nació el padre de Martin Sheen, Francisco Estévez, que salió de esta aldea de Salceda de las Calesas hacia Cuba en 1916. Según contó la hermana del actor al periódico El Faro de Vigo, éste lloró de emoción cuando visitó el cementerio de Parderrubias, lleno de tumbas con el apellido Estévez. El año pasado, Sheen volvió a la tierra de sus ancestros para rodar, dirigido por su hijo, Emilio Estévez, The Way, una película sobre el Camino de Santiago.

Leyendas de Cariño

Curioso, por bonito, es el topónimo del concello de Cariño, en A Coruña. Cuenta la leyenda (y reproduce la web oficial del pueblo, www.concellocarino.org) que "la más hermosa y rubia" de las hijas del señor del primitivo castro murió y fue enterrada en la vecina sierra de A Capelada. Cuando tiempo después Ith, el hijo del rey celta Breogán, pasó por allí en barco camino de Irlanda y reclutó al Señor do Castro y a sus hijos, éstos miraron hacia la sierra antes de zarpar y se despidieron con un "¡Adiós, cariño!" de la chica muerta. Más rocambolesca aún es la historia que asegura que por estas tierras vivía sólo un matrimonio con diez hijas solteras. Un día encontraron a 13 náufragos, y entre cuidado y cuidado, se enamoraron los unos de las otras. Pero sobraban tres hombres, así que los maltrechos marineros echaron a suertes quién se volvía a su pueblo de origen. Los tres perdedores, al ser preguntados que de dónde venían, contestarían: "De la villa de los amores, donde todo es cariño". Pobres.
Los cariñeses presumen todavía de que sus mujeres son las más bellas de la zona, y también de una legendaria "retranca" que sorprende al forastero con su ironía. La villa marinera lleva años reinventándose como destino turístico. Sus paisajes lo merecen, entre ellos el cabo Ortegal (a tres kilómetros de la villa), donde choca el mar Cantábrico con el océano Atlántico. Sobre las puntiagudas rocas de sus acantilados (que ya describió Ptolomeo en el siglo II y que son los más altos y, geológicamente, los más antiguos de Europa) vuelan cada año miles de aves migratorias. Para contemplar el viaje de alcatraces, pardelas, paíños, charranes o págalos, a finales de verano zarpa el barco municipal Aula do Mar (626 48 33 50), un antiguo pesquero cariñés reformado para realizar excursiones ornitológicas.
Peor suerte que Cariño tuvo al ser bautizado Cenicero, que suena poco apetecible pero es una bonita localidad de La Rioja, entre viñedos, donde tienen su sede bodegas como Marqués de Cáceres. A principios del siglo XX, el ilustre periodista Mariano de Cavia se sorprendió por su belleza y dijo aquello de "Al pasar por Cenicero, hay que quitarse el sombrero". Existen dos versiones sobre la etimología: la popular se refiere a las cenizas de las hogueras de los pastores que por allí paraban y la culta traduce Cinisaria por cenizales, refiriéndose a los lugares en que se elaboraba el carbón.
En esto del origen de los topónimos hay mucha leyenda y poco dato. Una de las pocas fuentes documentales sobre el tema son las Relaciones topográficas de los pueblos de España, hechas de orden del señor Felipe II. La ingente obra estadística (los siete tomos originales se guardan en El Escorial) incluye unas encuestas realizadas por los emisarios reales a los hombres viejos o sabios de los distintos pueblos del reino. Entre las preguntas había un "Dígase por qué el pueblo se llama así y desde cuándo". El 31 de mayo de 1580, los encuestadores llegaron a Villanueva del Pardillo (Madrid), pero no obtuvieron una respuesta concluyente: "La causa por la que se nombró así no se sabe", dice el texto, "más de que se ha oído decir que se nombra ansí porque el primero que empezó a fundar la primera piedra en el dicho lugar se llamó Fulano del Pardo y no hay noticia de que se haya llamado de otra manera". Pues eso, que se llama así y listo.
Para complicar las cosas siempre hay varias versiones etimológicas. En el caso del Pardillo, que provenga de pardal (según el diccionario: "se dice de la gente de las aldeas, por andar regularmente vestidas de pardo"), o del latín paries, que en castellano deriva en pared o en pardina ("monte bajo de pasto donde suele haber corrales para el ganado lanar").

Ni melones, ni porreros

Así las cosas, no es raro que algunos nombres lleven a engaño. Sandiás no viene de la fruta, sino del germánico Sánd-ila, que significa verdadero, y en el también ourensano Melón no cultivan melones, que sí crecen, sin embargo, en el madrileño Villaconejos (Segovia), había muchos puerros pero poca marihuana, que tampoco abundaba en Bernuy de Porreros Descargamaría (Cáceres), cuyo enigmático nombre parece proceder de un puerto escarpado difícil para las bestias de carga.
La confusión ha llevado a decir que Villalibre de la Jurisdicción es el pueblo de las tres mentiras porque ni es villa, ni es libre, ni tiene jurisdicción. Para el lego en toponimia romana, el nombre suena a pueblo sin ley: "Para nada, por Dios", ríe José Manuel Blanco, alcalde de Priaranza del Bierzo (León), municipio del que depende. Según el alcalde, que además es villalibrense, aunque los siglos de presencia humana han dejado alguna huella -como la ermita, una casa con escudo y curiosos caleros, patrimonio industrial de la zona-, lo mejor de su pueblo es la naturaleza que lo rodea, el monte berciano donde se escondieron los maquis.
Cada pueblo, una historia. La próxima vez que pasen por Castrillo de los Polvazares, deténganse: es uno de los pueblos leoneses mejor conservados. Lo mismo en el rimbombante Montejo de la Vega de la Serrezuela, donde se esconde una magnífica reserva de buitres alentada por Félix Rodríguez de la Fuente.
La señal puede ser muy corta, como la de Ea, precioso pueblo pesquero de Vizcaya, o una de las más largas de España, como la del leonés Colinas del Campo de Martín Moro Toledano,Wamba (Valladolid), el viajero conocerá la rocambolesca historia de este campesino tornado a la fuerza en rey visigodo, que nunca imaginaría que siglos después de su muerte su nombre resonase al estribillo de Tutti Frutti.¡A Wamba buluba balam bambú! que es todo él conjunto histórico artístico. Pero un nombre raro es siempre la excusa perfecta para pararse a descubrir un pueblo. Y así, en ¿Vamos a Wamba?

De Porquerizas a Miraflores

Hasta 1943 hubo un pueblo de Granada que se llamaba Asquerosa. En él pasó parte de su infancia y adolescencia Federico García Lorca, que remitía sus cartas desde el "Apeadero de San Pascual, Pinos Puente" y contaba a sus amigos que estaba en la eufemística "Vega de Zujaira". No era el único al que no le debía de hacer gracia el nombre, ya que el pueblo en pleno lo repudió en 1943, cambiándoselo por Valderrubio, de valle del tabaco rubio, porque era lo que allí se cultivaba y quedaría mejor en los paquetes. Allí sigue la casa (ahora casa museo) del joven Lorca.
Asquerosa no es el único pueblo que ha ejercido, en sesión extraordinaria de su Ayuntamiento, su derecho a tener un nombre más bonito. En 1909, Pocilgas, en Salamanca, optó por el más bondadoso Buenavista, que celebraba la panorámica de la sierra de Gredos que tiene el pueblo. En la misma provincia, Arroyomuerto pasó a ser, en los años ochenta, San Miguel de Robledo. En 1957, Sacaojos, en León, se renombró como el menos agresivo Santiago de la Valduerna. El municipio leonés de Alija de los Melones cambió por Alija del Infantado, Chozas, en Madrid, votó en 1959 para cambiarse el nombre por Soto del Real, más hidalgo. Y dónde va a parar.
Entre los municipios rebautizados abundan aquellos cuyos topónimos originales tenían que ver, de una u otra manera, con los cerdos. No parecen animales muy populares. En 1916, Barba del Puerco (Salamanca) se convirtió en Puerto Seguro, nombre que hace honor al diputado en Cortes por Vitigudino el marqués de Puerto Seguro, que ayudó a realizar las gestiones para el cambio de topónimo. En los años cincuenta, Villar del Puerco (Salamanca) se convirtió en Villar de Argañán. Quizá el caso más conocido fue el de Miraflores de la Sierra, pueblo madrileño que hasta el siglo XVII se llamaba Porquerizas. Cuenta la leyenda que fue Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, quien, de camino hacia el monasterio del Paular, se detuvo a descansar en un punto desde el que se contemplaba el pueblo. La joven reina exclamó "¡Mira, flores!", y su suspiro se convirtió, supuestamente, en topónimo.

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