jueves, 1 de abril de 2010

En busca de sentido

Sorprende la escasa altura de miras de algunas personas cuando tratan de dar algún sentido a la vida; en primer lugar, la mayoría piensa que es dar sentido a su vida; sólo eso ya deshace cualquier ilusión de cohesión social, de la pareja y la familia en adelante, ya que los sentidos de la vida no tienen por qué coincidir con el sentido de la vida en general, y mucho menos con el sentido de la vida humana o de cada uno en particular. Andan rodando por ahí diferencias de todo género, e incluso de género sexual. Las mujeres son las más desconcertantes; para algunas el sentido de la vida es no tener el culo gordo, o no envejecer y seguir siendo niñas, cosas estas muy compartidas en general por jóvenes de ambos sexos; para muchas mujeres maduras, el sentido de la vida es tener la casa en orden; nada hay que las convenza de que, si el mundo no está en orden, o al menos en orden absoluto, como pueden afirmar tantos políticos que han intentado ponérselo, tampoco la casa lo puede estar, al menos en un orden absoluto; otras que están o son casadas, por el contrario, piensan que el sentido de la vida es volver a parir a su marido a su imagen y semejanza, rehacerlo, por así decir. Para muchos ancianos, por otra parte, el sentido de la vida es su pensión o sobrevivir a los compañeros de su misma quinta; para no pocos maduros, los hijos y/o el trabajo, que es lo más común, aunque ambas cosas suelen ser excluyentes.Algunos creen que el sentido de la vida es simplemente el sexo; otros, que la comida, deseo que encubre a menudo pulsión de muerte; esto de comer es menos anecdótico de lo que pudiera parecer: a veces pienso que el ejercicio mandibular es en el fondo el origen biológico del latido de todo corazón y del pensamiento mismo, mecanismos compuestos también de dos partes simétricas; no está de más saber que el sistema digestivo está forrado de neuronas y que por eso responde también a los neurotransmisores tanto como nuestro cerebro: las emociones básicas intensas, por ejemplo, nos hacen vomitar. Para los menos, el sentido de la vida es el conocimiento, la experiencia, el saber... algo bastante ridículo, porque es un manjar tan grande que no puede ser digerido.

En una película muy notable, que recibió un óscar hace poco, El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, se dice que uno puede cambiar de cualquier cosa menos de pasión. Para algunos, en efecto, el sentido de la vida es un club de fútbol, como para otros es su fe; es la fábula de la rana y el escorpión, nuevamente: es imposible cambiar de naturaleza, y donde se dice naturaleza se dice pasión; el Cristianismo nos viene a decir que sí, que es posible cambiar de naturaleza... Pero la realidad nos muestra que para eso hace falta bastante tiempo, para algunos toda la vida y para mucho hasta dos o tres vidas que pudieran tener, incluso transmigrándose: los hindúes y los budistas sabían bien que la vida humana era demasiado corta para conseguir librarse de algunas pasiones o pecados mortales. La formulación mejor del problema la hizo sin duda Albert Camus, cuando escribió lo que inquietaba a Calígula, el origen de sus actos absurdos de hombre que tiene todo el poder que es posible asumir por un hombre: "Los hombres mueren y no son felices".

Nos pasamos la semana esperando una especie de Paraíso llamando domingo; nos pasamos el año esperando otra especie de Arcadia llamada Vacaciones; nos pasamos las décadas esperando otra especie de Otra vida llamada jubilación. Nos pasamos la vida esperando... ¿qué? Los más impacientes dejan esta "silenciosa desesperación" por la acción, el riesgo, la voluntad, la droga... Formas de llenar nuestro vacío. Otros se vuelven espejos para ignorar el vacío, como los budistas.

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