martes, 24 de agosto de 2010

Libertad, igualdad y poder.

Los tres principios de la revolución francesa eran libertad, igualdad, fraternidad; los dos primeros están bastante claros, el tercero, no. ¿Qué es eso? ¿Hermandad, que es lo que quiere decir en latín fraternitas? Además, la Declaración de derechos de 1789 afirma cuatro: libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión. Este último es el dudosillo que ha justificado polémicamente a lo largo de la historia el tiranicidio, la autodeterminación, el terrorismo, la revolución (u otras formas de rebelión e insurgencia que más o menos han sido criminalizadas por el procedimiento de la demonización -y sacralización de lo opuesto- por ser lucha social de muchos contra pocos; Marx escribió algo sobre esto), que todo es uno y según se mire. En realidad estos dos últimos derechos pueden ser vistos sutilmente como opuestos o complementarios, y de hecho algunos argumentan que el de propiedad se opone al primero y genera los dos últimos. En un anuncio de prensa leí una vez: "Libertad, igualdad, rentabilidad". Seamos hermanos, pero no primos.

El hecho es que el hombre es tan vario que ha establecido un diapasón que va de la libertad al principio de jerarquía llamado poder, que es un avance antropológico de nuestra evolución en cuanto a que divide el trabajo según los principios republicanos del mérito y la capacidad: el hombre cualificado para la tarea que hace mejor, pasando por un equilibrio entre esa libertad individual y ese sojuzgamiento colectivo que sería la igualdad, presuntamente "ante la ley". El derecho es de hecho un imperio, un poder, y la dificultad de señalar su jurisdicción es lo que provoca con frecuencia sus errores. Por ejemplo, el defensor del pueblo, ese payaso retribuido por el erario popular, no tiene imperio sobre nadie y sólo puede quejarse y escribir cada año unas Lamentaciones de Jeremías, ni siquiera puede realizar investigaciones ni acusaciones concretas (a ver qué pasa con el silencio administrativo positivo). ¿Con qué se conforma un hombre o todos los hombres? Que no se diga que el derecho nos afecta a todos porque somos racionales, porque, desde luego, el hombre no es sólo racional, sino también (y además) un animal, como cualquiera puede comprobar leyendo los periódicos todos los días, valga el insulto a nuestros compañeros de evolución; es más, si los animales poseen instintos, los hombres los encubren y los tapan y poseen algo mucho peor que no es consecuencia de la evolución: el recochineo, el sadismo, la retranca y la schadenfreude; eso no lo poseen los animales, que nunca matan por matar, sino para comer. Así que habremos de afirmar que hay hombres que se mueven por razones y otros que se mueven por pasiones, pulsiones o sentimientos, como quería Averroes. No se puede exigir que alguien sea un Aristóteles, como el manchego del Quijote no pedía a la mujer con la que quería acostarse que lo fuera, y no se puede juzgar de la misma manera a un gilipollas que a un depravado formado en Harvard o a un alcalde que se relame sus prebendas. Al propietario de la voluntad general hay que darle con la voluntad general en los cojones, y son muchas piernas las que darían la patada; los griegos, que sabían de eso, tenían algo que era el ostracismo. Al depositario de la voluntad general que se desvíe, como propugnaba el ciudarrealeño Félix Mejía en El Zurriago, hay que enviarlo a la hoguera (y perdón por la pulsión) y al gilipollas al establo, con sus iguales. Se ha de ser más duro con los políticos y los responsables, y más benigno con los otros; pero en la práctica eso se ha deturpado y se hace al revés. Vivimos en la dictadura del número: si matas a uno, te envían a la silla eléctrica; si matas a treinta, te llaman asesino en serie y ruedan una película; y si matas a cien mil te invitan a Ginebra, a negociar.

Las fuentes del derecho son la autoridad, la costumbre y la naturaleza o derecho natural. La autoridad en los pueblos antiguos era consultiva y se mantenía tanto tiempo cuanto era menos ejercida, y era de sesgo consultivo, por lo que no constituía fuente legítima o fija de derecho. La costumbre, nacida de tradiciones familiares (y por tanto de la intrínseca evolución histórica del antes y el después) y ampliada y establecida ulteriormente como regla fija más amplia, ya es otra cosa, porque constituye lo que llamaríamos los fundamentos del estado. Lo que pasa es que la costumbre se desnaturaliza con las epiqueyas de la autoridad, como creía Mejía, o reacciona contra su misma historicidad y tradición, porque el hombre cambia y con él sus costumbres. El derecho natural, cuya existencia se ha puesto siempre en tela de duda, incluso por el mismo Habermas, que en Teoría y praxis afirma que siempre se ha justificado de forma histórica, como anterior a la costumbre, incurriendo en falacia, tiene el carácter de presentar al individuo como armado de derechos anteriores a toda sanción y a toda ley política. No está libre de ese pecado Habermas, quien identifica una fuente anterior al derecho en el principio de equidad que presupone el acto comunicativo. Pero eso presupone que todos los hombres quieren comunicarse, y eso no es cierto, aunque la comunicología moderna afirme que la comunicación siempre exista.

1 comentario:

  1. Interesante apósito


    Creo recordar que el post terminaba ayer con ginebra (sin la tónica), y sucede que releo y creo ver un apósito, que me parece más que interesante, lúcido.

    La equipeya, viva la wiki, es uno de los posibles enganches de Mejía y el mío, la letra mata decía áquel. Pero ¿a quién mata la letra?

    Entramos en un problema de difícil gestión, el huevo o la gallina. Si el derecho no nace sin la letra, sin su positivación, estamos a merced de los escribas, más si prevalece el espíritu de la ley, sin codifciación, la equipeya se entroniza, conduciendo a la tiranía.

    Yo diría que el derecho surge de la intuición de libertad e igualdad que nos proporciona la percepción de ser libres e iguales a quienes vemos. Luego surge la necesidad de prescibirlo y con ello la fuerza del derecho, fuente de males, pero necesaria. La cuestión es eliminar la equipeya, lo que nos deja en manos del más duro utilitarismo.

    En esa línea, no se debía haber pagado rescate por los cooperantes, más llegó la equipeya que viene muy bien para las elecciones catalanas.

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