sábado, 12 de febrero de 2011

Brassens

Guillermo Altares, Un filósofo llamado Georges Brassens, El País, 11/02/2011
La comedia siempre ha tenido mucha peor prensa que la tragedia. Basta con observar las películas que triunfan en los festivales: el drama más desatado es preferido por críticos y jurados a la comedia más hilarante. Y, sin embargo, la risa suele ser mucho más profunda y evocadora que el llanto y es capaz de llegar más lejos. Algo similar ocurre con la música. Cuando este diario preguntó a 100 músicos sobre la mejor canción de la historia ganó claramente un dramón: Ne me quitte pas, de Jacques Brel. Es un reconocimiento bastante justo a una canción inolvidable, a una letra descarnada ("Dejame ser la sombra de tu sombra, la sombra de tu perro") y a la vez un canto al amor más enloquecido ("Te inventaré palabras sin sentido que comprenderás"). Y es también un homenaje a la Chanson française (aunque Brel era belga fue uno de sus máximos exponentes), que tantas obras maestras y tardes de nostalgia nos ha dado ("Me gustaría tanto que te acordases de aquellos tiempos en los que éramos felices..."). Pero entre esas 100 canciones había un olvido preocupante: no estaba un tipo sencillo, amante del mar, de su pipa y de los gatos, un cantante que defendía su mala reputación, un anarquista indomable sin cuya obra no se puede entender, entre muchos otros, a Serrat o Sabina. Estamos hablando de Georges Brassens, que no sólo fue un músico y letrista genial sino un gran filosófo. Una exposición, que se inaugura en París el 15 de marzo en la Cité de la Musique con el dibujante Sfar como comisario, permite recordar una figura fundamental. El título de la muestra lo dice todo: "Brassens o la libertad".

Como en el inolvidable poema de José Agustín Goytisolo, al que Paco Ibáñez puso música, en el mundo de Brassens hay piratas honrados y lobitos buenos, maltratados por los corderos, brujas hermosas y príncipes malos. Anarquista convencido, pacifista radical, sus canciones, escritas en un francés perfecto lleno de ecos populares que le valió el premio de la Academia, trazan un mundo en el que se acaban las barreras y los prejuicios. Siempre defiende a los débiles, en un universo en el que los esquemas desaparecen. Y, sobre todo, su música está llena de provocación y sentido del humor. En El gorila relata la historia de un simio necesitado sexualmente que se fuga de su celda. Todo el mundo se queda en casa, menos una anciana y un juez. El animal decide ultrajar al magistrado "que gritaba como el condenado a muerte al que acababa de mandar al patíbulo". Stances a un cambrioleur es una canción dedicada al tipo que le robó la casa, al que perdona por haber sido un buen profesional (cerró la puerta) y por haber respetado su instrumento de trabajo, la guitarra ("Solidaridad santa en los artesanos"). El ladrón no quiso llevarse un retrato que le regalaron por su cumpleaños. "Qué buen crítico de arte hubieses sido, capullo", le canta.

El testamento arranca con los siguientes versos: "Me pondré triste como un sauce el día en que el Dios que me sigue a todas partes me ponga la mano en el hombro y me diga: vente pa arriba a ver si estoy". En La plegaria para ser enterrado en la playa de Sète, tal vez su canción más bella y completa, consigue que su despedida se convierta en un canto a la vida al pedir ser enterrado junto al mar, para que la sombra de la cruz de su tumba pueda acariciar a las bañistas. Es una canción llena de matices, de metáforas, de juegos de palabras y, sobre todo, de risas ("Mi panteón familiar está lleno como un huevo y de aquí a que alguien se vaya puede hacerse tarde...").

En sus canciones se ríe del nacionalismo ("Los imbéciles dichosos que han nacido en algún sitio"), del matrimonio ("Tengo el honor de no pedirte la mano, no grabemos nuestros nombres en un pergamino"), recuerda los breves momentos de amor frente a una desconocida a la que no volveremos a ver (Les passantes, un poema de Antoine Pol, que arranca diciendo: "Quiero dedicar estos versos a todas las mujeres que amamos durante unos instantes secretos"). Sus héroes son prostitutas, enamorados ("He olvidado las batallas de Austerlitz y de Waterloo, pero nunca olvidaré a la primera mujer que tuve en mis brazos"), ladrones, gentes del campo, humildes; sus villanos son los fanáticos ("Morir por ideas, de acuerdo pero de muerte lenta"), los belicistas (En La guerre 14-18 explica con tanta rabia como sentido del humor que de todas las matanzas de la historia no hay ninguna como la I Guerra Mundial). Pero no hay ni buenos ni malos, no hay juicios absolutos, sólo matices, versos y risas. Y, ante todo, libertad

No hay comentarios:

Publicar un comentario