sábado, 25 de junio de 2011

Puntos oscuros en la historia eclesiástica manchega

¿Qué ocurrió en el "Motín de estudiantes" acaecido entre el 25 y 27 de noviembre de 1897 en el Seminario Conciliar de San Ildefonso de Toledo, que se reprodujo además en otras diócesis, como para que todos lo que han pasado por el tema lo hayan hecho de puntillas, con mucha vergüenza y poniéndose colorados? Se saldó con la interrupción por parte del Gobierno del curso hasta el nueve de febrero y numerosos expulsados. Dijo el gobernador civil de Toledo "no he conocido en mi vida revolución tan fiera como esta" y la misma reina regente María Cristina se interesó por el follón ante el arzobispo recién nombrado (sustituyendo a Antolín Monescillo y Viso, nombrado en 1892; Monescillo, que era de Corral y carlista hasta los codos, era el que decía eso de "pan y catecismo" y "si todas las religiones son iguales, no hay religión"; poco antes de morirse, con mucha oportunidad, aprobó un duro reglamento interno del Seminario que fue la mecha que encendió el polvorín) Ciriaco María Sancha y Hervás. No es poco ponderar, sobre todo teniendo en cuenta que a partir de ese año el número de vocaciones eclesiásticas dejó de crecer y empezó a bajar hasta la actualidad. ¿Cuál fue el papel del director del Seminario, nombrado el año después, Remigio Albiol? Este misterio me escama  y azuza, pero deberían investitigarlo otros, que seguramente no lo harán. 


He examinado la cuestión con prudencia; me ha ayudado bastante a despejar la cuestión un luminoso estudio de María Luisa Picón García. Por lo visto el cardenal primado y arzobispo de Toledo señor Sancha era un aldeano castellano, algo insólito en cuanto a la procedencia social de los altos eclesiásticos manchegos, y un integrista de tomo y lomo, que ni siquiera se doblegó a la autoridad de Amadeo de Saboya en Cuba cuando era canónigo y estuvo dos años en la cárcel por no acatar al obispo nombrado por el monarca; ser integrista romano en aquella época en España era algo así como ser leninista en la Trilateral: marciano, por lo menos; era un fan de la doctrina social de la iglesia y además había visitado los Estados Unidos y, lo peor de todo, anticarlista y reformador; cuando llegó a Toledo nombrado obispo auxilar, se recorrió toda la diócesis a caballo mientras maquinaba y preparaba la bomba que iba a soltar en 1885: la separación de la diócesis de Madrid de la de Toledo. Casi nada, para los ambiciosos curillas que se cocinaban en el áspero horno manchego, ansiosos todos de marcharse a Madrid y hacer carrera eclesiástica. Eso explica mucho, aunque no todo,  habiéndome leído las avisadas y nada hagiográficas eclesiografías anticlericales del semipadre José Ferrándiz, que conocía bien el paño. Pisó todos los callos posibles: los del catolicismo fanático intransigente y los del sindicalismo socialista y anarquista, al crear sindicatos católicos. Hablan de él José Martínez Ruiz, “Azorín”, en su novela La Voluntad y Pío Baroja en Camino de PerfecciónAzorín vierte su anticlericalismo y critica sobre todo su estilo literario con estas palabras: “no sale nunca de la pluma de un obispo una página elegante y calurosa. Aun los que entre ciertos elementos pseudodemocráticos pasan por cultos e inteligentes –como este Cardenal Sancha- no aciertan ni siquiera a hacer algo fríamente correcto, discretamente anodino.” Pío Baroja pone en boca de sus personajes opiniones sobre algunas de sus acciones, como se puede deducir de estas palabras: “De esta cuestión, mezclada con ideas políticas y sociales, se pasó a hablar del arzobispo de Toledo. Uno decía que era un hereje, otro que era un modernista… Se aseguraba que creía en la sugestión a distancia y en el hipnotismo, y que deseaba que el clero español estudiara y se instruyese. Con este objeto enviaba algunos curas jóvenes al extranjero. Había tenido la idea de fundar un gran periódico demócrata y católico al mismo tiempo; pero ninguno de los obispos y arzobispos le secundó, y el de Sevilla dijo que aquel era el camino de la herejía”. Azorín era por entonces anarquista y realizó un viaje a Toledo en diciembre de 1899 junto a su entonces amigo Baroja. Situó el capítulo IV de La Voluntad en dicha ciudad. Pío Baroja usó los recuerdos de ese viaje en los capítulos XX, XXI y XXII de Camino de perfección.


Cf. José Ramón Díaz Sánchez-Cid, El seminario conciliar de San Ildefonso de Toledo: cien años de historia..., p. 52 y ss.

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