sábado, 25 de junio de 2011

Colombo

Señala su dedo un horizonte donde los pobres mortales no distinguimos nada, pero él sí: el continente de un crimen por descubrir. Sus telefilmes, planteados desde el punto de vista del criminal, hacían que el espectador sintiera piedad de sus torpezas y errores, sí, pero también por el acoso impío y la presión de esa piraña desalmada, que apenas abandonaba al respiro el resuello entrecortado de su víctima, volvía a morderla saliendo del resquicio menos pensado con "una última cosa", teniente inquisidor de gabardina mugrienta y arrugas de tres días, el ojo de cristal fijo y frío sobre el detalle acusador, las greñas de maldespierto, caballero rodante en ese Peugeot 50 escarabajo y padre de un perro salchicha sin nombre, un huevo duro en el bolsillo, la corbata corta, la mujer siempre desconocida y que sin duda desconocía el ser de las planchas, nombre de pila incógnito entre otros despistes y aborrecer de las armas, con afán metijoso y metomentodo de caminar por todos los vericuetos y preguntar por el dueño de la casa, casi siempre el asesino; hombre, en fin, que sabía meter el dedo en el ojo oculto del criminal más frío, prevenido y calculador.

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