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domingo, 4 de abril de 2010

Cartas bornesas, de Telesforo de Trueba y Cossío

Las Cartas Bornesas permanecieron en inéditas hasta el año 1970 en que un profesor de la Universidad de Michigan, Don Salvador García Castañeda, las sacó a la luz.
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Artículo: "Cartas Bornesas. Un inédito de Telesforo Trueba y Cosío"
SALVADOR GARCÍA CASTAÑEDA.
University of Michigan, 1970:
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Al estudiar el desarrollo del movimiento romántico en España, aparace entre sus más tempranos representantes don Telesforo Trueba y Cosío. Figura literaria de importancia, todavía no ha sido objeto de estudio detallado. Como recordaremos, su interés principal radica en ser de los primeros que dio a conocer los temas españoles en Inglaterra.
Menéndez Pelayo, que dedicó al santanderino Trueba uno de sus primeros trabajos, le llama "padre de la novela histórica entre nosotros" y le tiene por el primer escritor español convertido al credo romántico. Con las presentes páginas ve la luz una obra inédita de Trueba, tan notable por su interés histórico como por añadir algunos datos nuevos a los escasos que se conocen sobre la vida del romántico montañés.
En la Biblioteca Nacional de Madrid, bajo la signatura MS 7194, se conserva un cuaderno en cuarto mayor, sin rayar, adquirido en «Cádiz en la librera de Moreno Surita, calle de la Carne, junto a la de San Francisco, y se encuaderna de todas clases, según reza una etiqueta en el interior. En la tapa, dice "No. 7 . Papeles varios de de Telesforo de Trueba y Cosio. Cartas Bornesas "; y en la contraportada: "Cartas Bornesas. Por T. de T. y C. [sic] / Septiembre 7. 1824". Este cuaderno contiene diez y seis cartas literarias, que ocupan las setenta y cinco Primeras páginas. en donde se recogen las impresiones de una forzada estancia en Bornos. Provincia de Cádiz, y un borrador de la comedia Casarse por 50.00 duros, amén de algunas cuentas de índole privada.
Menéndez Pelayo afirma que "Trueba y Cosío emigró a Inglaterra en 1823, a consecuencia de la caída del sistema constitucional". Este manuscrito, que don Marcelino nunca llegó a conocer, modifica tal conclusión. La primera carta está fichada en Bornos el 14 de julio de 1824 y las cinco últimas refieren las vicisitudes del desembarco en Tarifa de don Pedro González Valdés a primeros de agosto del mismo año.
Don Telesforo nació en Santander en 1799, hijo del comerciante don Juan Trueba, natural de Arredondo y de doña María Cosío. En setiembre de 1812 marchó a Londres en unión de sus hermanos José María y Vicente, educándose todos en el colegio de San Eduardo, en Old Hall Green De allí pase a París donde realizó estudios en la Sorbona. Cuando en 1820 triunfaron los liberales, Trueba agregado meritorio a la embajada de España, decidió trasladarse a su patria y el 22 de abril de 1822 vivía ya en Madrid. Allí figura como fundador de la Academia del Mirto, creada por don Alberto Lista. Al año siguiente se retiró a Cádiz junto con el gobierno constitucional, al que sirvió con las armas, probablemente formando parte de la Milicia Nacional.
La rendición de Cádiz en agosto de 1823 inicia el período absolulista conocido bajo el nombre de la "década ominosa". Para perseguir a los constitucionales comenzaron a funcionar comisiones militares que juzgaban sumarísimamente: muerte, prisión, confiscación de bienes y destierro fueron penas para quienes ocuparon cargos políticos durante el trienio liberal. La nueva Junta secreta de estado, presidida nada menos que por un antiguo inquisidor, determinó abrir expediente a todos los españoles que "por cualquier concepto hubieran servido o mostrado su adhesión al sistema constitucional, y de los que fueran o hubieran sido masones o compradores de bienes nacionales".
La iglesia, que había visto peligrar sus propiedades y derechos bajo el régimen de la libertad, secundó a Fernando VII con entusiasmo, y muchos de sus miembros ocuparon puestos importantes dentro de la restaurada monarquía absoluta. Para extinguir la masonería se encargó a los obispos que, en plazo de tres días, substanciasen las causas surgidas en sus respectivas diócesis; un edicto del ministro Calomarde ordenó celebrar misiones en las iglesias para hacer abjurar a los extraviados de sus erróneas ideas. Recordémoslo; el populacho que arrastraba el coche del rey gritando ¡Vivan las caenas! y la gente del campo, tradicionalmente conservadora, cometieron desmanes, dieron satisfacción a venganzas personales e impusieron el terror en toda España. Ocupado por el ejército francés, Cádiz se convirtió en refugio de liberales, llegados allí con idea de emigrar a otros países.
Trueba y Cosío, antiguo combatiente, autor de un soneto a Riego (1820) y de algunas comedias representadas en Cádiz se retiró a Bornos acompañado de un hermano (¿José Miaría, el poeta?) y de su madre doña María Cosío. La familia debió tener posibles, pues alquiló una casa en la calle de San Jerónimo. En el epistolario hay referencias a algunas criadas y a un mayordomo que tenían por servidores.
Trueba asistía a misas y sermones. Se mostraba discreto y salía lo menos posible a causa del calor y temeroso también de la incivilidad de los borneses: "Estoy lodo el día metido en casa, tumbado a la larga o ensuciando papel; ir al baño y dar un corto paseo al anochecer, he aquí la manera de pasar el tiempo. Para mí, todos los días son iguales". La familia permanecería poco tiempo en Bornos, y Trueba expresa más de una vez el vehemente deseo de regresar a la gloria de Cádiz. El epistolario cesa a mediados de agosto de 1824.

Una vez en Inglaterra, sus muchas obras le dieron fama como novelista y comediógrafo en lengua inglesa. Volvió a España en 1834 y fue nombrado procurador en Cortes. Intervino en política con entusiasmo pero su delicada salud le llevó a establecerse en Francia, donde al parecer murió.

La villa de Bornos, en la provincia de Cádiz, está situada en la falda oriental de la Sierra del Calvario, en la margen derecha del río Guadalele. Tienen fama la salubridad del clima y las aguas termales. En 1846, según Madoz, "tenía Bornos 4.826 almas y 725 casas de buena fábrica, al gusto moderno, por lo general de 2 pisos, y muchas con preciosos jardines". Por cierto que en la segunda mitad del siglo, Fernán Caballero Publicó "Un verano en Bornos", novela epistolar, donde unas distinguidas jóvenes madrileñas llegadas a baños, encuentran allí el amor de su vida.
Bornos es un paraíso por sus aires puros, sus hermosas aguas y los baños de su río, suaves y tónicos a un tiempo "Bornos me agrada mucho" -escribe Primitiva Villalprado, una de las protagonistas de la novela- "es alegre como un cascabel, florido como un jardín, lo riega la sierra con sus aguas con el mismo esmero que tu tus macetas de adelfa". La visión de Trueba (1824), muy negativa, contrasta curiosamente con el testimonio de Madoz (1846) y con el entusiasta elogio de la Böhl de Faber (1853). No habría cambiado tanto la villa desde los días del escritor montañés, quien la juzgó a la desfavorable luz de las circunstancias en que hubo de visitarla.

Restaurado el poder absoluto, los pueblos andaluces, que ya habían dado antes muestras de su conservadurismo, se afianzaron en él, animados por la actitud del gobierno. Los Trueba, gente forastera, venida de Cádiz, despertaron la desconfianza de los vecinos de un lugarón pobre, con tres conventos, donde nunca pasaba nada. El impresionable escritor cuenta del atraso de los borneses, de su miseria, ignorancia y sumisión al poder absoluto de los caciques. Así escribe: "Justicia y franqueza no se conocen por el forro"; y en otro lugar, "En el corto tiempo que he estado en este pueblo, he visto cometer crímenes que horrorízaríanan a la humanidad" ya en las últimas Páginas, exclama: "¡Que tolerancia es precisa para no saltar al ver lo que está pasando en este pueblo!. Abuso de los que mandan, injusticias del sistema tributario, inrmoralidades de los frailes o desmanes de los vecinos hallan en él un crítico implacable, y un moralista ingenuo, escandalizado al descubrir cosas hasta entonces no imaginadas. Resulta curioso como un hombre de ciudad, educado a la inglesa, se va adaptando insensiblemte al ambiente pueblerino hasta el punto de perder el sueño y los estribos por una alcaldada, por las retóricas interperancias del vicario, o por los chismes de una clásica vieja.
En estas cartas queda evidencia tanto de la triste situación social y económica en aquella parte de Andalucía cuanto de la formación enciclopedista de Trueba. Hay en sus quejas un eco de las proferidas por Jovellanos, Meléndez Valdés, Cavanilles y otros ilustrados sobre las tierras sin cultivar en manos de mayorazgos o de la iglesia. Los jornaleros, sujetos a tributos diversos y gravosos, están en tan miserable situación que muchos se hacen bandoleros para remediar su necesidad. El autor echa de ver los perniciosos efectos de la ignorancia y la rutina al tiempo que nota la diferencia de actividad e iniciativa entre los pueblos del norte y los del sur. Le sorprende la triste abulia que le rodea con palabras que parecen tomadas al autor del Informe sobre la ley agraria. Así escribía Jovellanos en 1796: "¿Cómo es que la mayor parte de los Pueblos de España no se divierten de manera alguna?... En los días más solemnes, en vez de la alegría y bullicio que debieran anunciar el contento de sus moradores, reina en las calles y plazas una perezosa inacción, un triste silencio, que no se pueden advertir sin admiración ni lástima ". Trueba, treinta años más tarde, corrobora:

"... gente más tosca, más ceñuda ni más tétrica, no creo exista sobre la faz de la tierra. Todos los semblantes respiran morosidad y la risa está desterrada de su boca, bien que no es extraño no tengan muchas ganas de reírse unos hombres que están ladrando de hambre...
Todo respira tristeza y hastío, Aquí los días son iguales y se pasó el del patrón del pueblo lo mismo que otro cualquiera ".
Liberal entusiasta, la derrota de sus ideales y su posición de vencido dentro de territorio enemigo le llevan a extremar la nota de censura, teñida con desencanto: "Nos perdimos y, si volvemos a levantar cabeza, estoy casi por decir que ni siquiera la triste experiencia nos enseñará..."; en otra ocasión, escribe: "La traición tiene grande influjo en España, el dinero puede mucho en unos hombres sumidos en la miseria e inmoralidad". Grande debió ser el abatimiento de Trueba al encontrarse, a los veinticinco años, aislado allí donde la cultura brillaba por su ausencia, forzosamente inactivo para no dar qué decir a unos lugareños siempre alerta.
Estas Cartas Bornesas tienen el valor de un testimonio de primera mano sobre la vida en la España fernandina. Historiadores y novelistas la han descrito en las ciudades; Trueba presenta el reducido cuadro de un pueblo andaluz donde adquieren mayor relieve los extremismos del momento, entretejidos con la mezquina cicatería local.
Aunque el escritor montañés gustase de entenebrecer la pintura de Bornos, sus quejas no carecían de fundamento. La zona era pobre y aislada; refiriéndose a los caminos, escribe Madoz que no tiene Bornos sino los indispensables de pueblo a pueblo y aun éstos en miserable estado; "Desde Jerez hemos recorrido siete leguas por un suelo pedregoso, cortado por profundos barrancos, y atravesando campos despoblados, sin hallar aún ni una venta en qué pedir un vaso de agua". La industria local se reducía a algunos molinos harineros y tres de aceite, cinco o seis telares, dos fábricas de jabón blando, seis hornos de pan, una tienda de paños y 7 de comestibles. La mayoría de los borneses eran gente asalariada, jornaleros sin tierras propias, ocupados en épocas de cosecha o vendimia y parados el resto del año. Impuestos municipales, derechos del clero y ofrendas pías aumentaban su miseria.
Tanto la inacción como la falta de posibles daban a la gente tiempo libre para ocuparse de la vida privada de sus convecinos "Los muchachos y, sobre todo, las mujeres, tienen la laudable costumbre de ponerse en las rejas de los vecinos a ver y escuchar lo que pasa dentro". Tal desenfado debía ser algo muy propio de aquellas tierras cuando Fernán Caballero da como "costumbre establecida" el entrar sin pedir permiso en casas ajenas, "a uso de Bornos". Abusar y burlarse de los forasteros estaba a la orden del día. Nuestro autor cuenta -y la cosa no deja de tener gracia- como aquellos cazurros se reían de verle usar gafas: "Según me han dicho, tener la vista débil es un signo de masonería, como lo son también llevar el pelo largo, vestir de negro y otras cuantas particularidades de esta misma especie.
Aun en medio de sus infortunios, Trueba no pierde ni el humor ni la gana de observar, muy agudamente, el mundo que lo rodea. Por estas páginas desfilan tipos pintorescos: el enamoradizo fraile jerónimo, los alcaldes de monterilla, el justiciero capellán amonestado por su tía, el vicario del pico de oro, y el tío Surita, una especie de Belarmino liberal y herborista. Entre anécdotas y sucedidos los hay extraordinarios, como el del presidiario incestuoso, la cena de las ánimas, o los picarescos avatares matrimoniales del senil cuanto amante escribano.
Esta colorida galería costumbrista, un tanto bárbarara, queda completa con unas curiosas páginas sobre el bandolerismo andaluz. Por entonces el orden público era inexistente y el atacar viajeros algo tan común que, para recorrer distancias muy cortas era menester escolta militar. No sería muy efectivo tal arbitrio cuando, cerca del Puerto de Santa María, en aquel año de 1824, algunos bandidos «desde las tres de la tarde hasta las seis, habían estado robando y ascendían a doscientas personas las que habían sido despojadas de lo que llevaban, de tal manera que parecía aquel sitio una feria por los coches, calesas y animales de carga que había detenidos". Observa Trueba que estos ladrones no eran profesionales sino gente desesperada y sin trabajo que se echaba ad camino para subsistir.
De especial interés histórico son las noticias sobre la intentona revolucionaria del coronel don Pedro González Valdés, autor de la hazaña heroica y absurda de apoderarse de Tarifa y otros puntos de la costa a primeros de agosto de 1824. Al parecer tal desembarco llenó de pánico a los absolutistas de las cercanías, ya que los expedicionarios rechazaron con éxito un primer ataque de los franceses. Según se decía por Cádiz, el jefe de éstos pensó suicidarse de un pistoletazo si no reducía a los alzados, lo que consiguió a poco, cayendo prisioneros muchos y Valdés entre ellos. Este fracaso y el de otros levantamientos liberales, aumentaban la osadía da los vencedores.
Las Cartas Bornesas se escribieron a ratos perdidos, bajo el impulso del hastío, la desesperanza o la ira. En estas lineas de caligrafía irregular, alterada por diversos estados de ánimo, hay vehemencia y juventud. Faltan los detalles y recados de índole familiar o de negocios, referencias a conocidos, etc., propios de una correspondencia verdadera. A poco de comenzar el diario - pues estás epístolas lo son- el autor pasa por alto fechas, fórmulas introductorias y despedidas, aunque siga dirigiéndose al imaginario corresponsal, a quien nunca da otro nombre que el de amigo.
Estas cartas literarias parecern escritas con vistas a ulterior publicación, destinadas quizá a lectores ingleses. Ello explicaría la tendencia, cuasi costumbristica, a detallar los sucesos de Bornos a la vez que la afición por lo novelesco. Describen el carácter y modo de vivir de los naturales, sus costumbres de ronda y cortejo, celebraciones y bodas. Ya despunta aquí la actitud desdeñosa del escritor, intelectual y ciudadano, ante las clases populares objeto de sus observaciones, actitud típica en los costumbristas españoles posteriores.
El autor quiso reflejar en este pueblo la situación de la España fernandina. El relato tiende a desacreditar al absolutismo. Se ve el resultado de pasión política, de impaciencia juvenil y de clandestinidad forzada por miedo a la represión feroz. Tan vehementes como sinceras, reflejan las inquietudes y tribulaciones de Telesforo Trueba, uno de nuestros románticos más tempranos. Tienen el valor emocional de un diario íntimo, amigo siempre fiel en tiempos de adversidad y, lo que es peor aún, de aburrimiento.
Las Cartas Bornesas recogen a vuela pluma sucesos e impresiones del momento. Es muy probable que el presente texto sea el primer borrador de una obra sin concluir que nunca vio la luz. Como tal, hay palabras o frases enteras dejadas en blanco en el texto, con la idea de evitar repeticiones o de lograr más tarde mejor efecto literario. Estos blancos, muy frecuentes en las primeras cartas, escasean luego sensiblemente como si el autor estuviera cada vez menos preocupado por la redacción.
Para no fatigar a los lectores, he suplido tales lagunas con palabras, a mi entender, requeridas por el sentido del texto, y que van en letra bastardilla. En ciertos casos hay frases sin terminar o de dudoso sentido, que he aclarado añadiendo alguna palabra (en bastaráilla), suprimiéndola (entre corchetes), o modificando la puntuación.
Como resultado de su estancia en el extranjero, escribe Trueba una prosa en donde hay faltas de concordancia, galicismos y anglicismos, palabras inexistentes en castellano, y otras usadas indebidamente. Tales anomalías se conservan marcando (sic) tan sólo aquellos casos que harían pensar en error tipográfico. Asimismo he modernizado ortografía y puntuación, acentos y uso de mayúsculas. Al margen de las páginas se indica la foliación correspondiente en el manuscrito original.
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SALVADOR GARCÍA
University of Michigan.

martes, 30 de marzo de 2010

A leer


Un libro que recomiendo:

Errol Flynn, Autobiografía.

Este sí que vivió intensamente.

La vela de Finnegan

De El País:

Gustave Flaubert calculaba que para que el público general pudiera apreciar adecuadamente una innovación artística excesivamente revolucionara era preciso que transcurrieran 80 años. En tanto se cumplía el plazo, el autor estaba condenado a vivir un continuo rechazo. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido con Finnegans Wake, obra del escritor irlandés James Joyce, considerada la novela más ininteligible de todos los tiempos y de la que hoy se publica la primera versión revisada. Conforme a los cálculos del autor de Bouvard y Pecuchet, todavía faltarían 10 años para que el lector de a pie esté en condiciones de enfrentarse al formidable reto que plantea la novela final de Joyce. Cuando se publicó originariamente, el 4 de mayo de 1939, el veredicto general fue que su autor había perdido la cabeza. Incluso los más fieles partidarios de Joyce tiraron la toalla. Encogiéndose de hombros, el escritor afirmó que calculaba que los críticos tardarían 300 años en descifrarla. No está muy claro qué suerte de artefacto literario es Finnegans Wake. Ni siquiera está muy claro en qué idioma está escrito. La base es un inglés desnaturalizado por la desaforada inventiva lingüística del autor, que en distintos momentos de la obra incorpora oraciones e incluso párrafos enteros en 70 idiomas. Algunos la han definido como una frase de 700 páginas, otros como una palabra de medio millón de caracteres. Sólo que todas estas opiniones se referían al texto de la primera edición, que nadie se había atrevido a tocar jamás. Hasta ahora. Hace unas semanas, se anunció solemnemente la publicación del texto revisado de Finnegans Wake, noticia que ha causado una verdadera conmoción en círculos literarios anglosajones. La editorial que ha tomado la iniciativa responde al nombre de Houyhnhm (como la raza de caballos inteligentes que figuran en Los viajes de Gulliver).

Lo cierto es que la edición original no era muy fiable. Durante los 17 años que duró el proceso de composición, entre copias y revisiones llegó a haber 20 versiones diferentes. El texto que entregó Joyce a los editores estaba bastante corrupto. Él mismo señaló la existencia de errores, pero estaba ciego, lo cual no lo convertía en el corrector idóneo. La ingente tarea de revisión la iniciaron hace 30 años dos expertos, Danis Rose y John O'Hanlon, que forman un tándem formidable, ya que entre los dos cubren los campos de la filología y la física teórica. Juntos han llevado a cabo una exhaustiva revisión de un corpus textual que comprende más de 20.000 páginas de notas manuscritas repartidas en 60 cuadernos. En total se ha detectado 9.000 errores.

Tras una ceremonia casi ritual celebrada hace unas semanas en el castillo de Dublín, como deferencia a la ciudad natal del autor, la editorial Houyhnhm lanzará oficialmente la versión expurgada de Finnegans Wake hoy en su sede de Londres. Quienes tengan curiosidad por ver el resultado deben prepararse para pagar un precio bastante elevado: 300 euros por la edición básica y 900 por la especial, ambas encuadernadas en piel de becerro negro. A diferencia de lo que ocurre con el precio, la nueva versión de la obra es mucho más accesible que la original. Se ha llegado incluso a hablar de coherencia, lo cual ha causado cierta consternación entre algunos adeptos. La posibilidad de que el libro se pueda comprender podría arrebatarle el aura de misterio que lo rodea. No todo el mundo comparte esa preocupación. El secretario de la Sociedad Finnegans Wake de Nueva York, Murray Gross, conduce los encuentros mensuales de aficionados que se citan desde hace dos décadas para leer el libro. Y siempre ha sostenido el carácter democrático de la obra. Ve a esta edición una ventaja incontestable: "El nuevo texto tiene 120 páginas menos, lo que quiere decir que al ritmo que llevamos, tardaremos cinco años menos en leerla".

domingo, 28 de marzo de 2010

Inéditos de Miguel Hernández

Hasta hoy se creía que el poeta Miguel Hernández había escrito dos cuentos breves para su hijo Manuel durante su estancia en la prisión de Alicante. El profesor José Carlos Rovira, comisario del Centenario del Poeta, anunció ayer el hallazgo de otras dos narraciones infantiles más, dirigidas también a Manolillo, que han permanecido inéditas desde su muerte, acaecida hoy hace exactamente sesenta y ocho años.

En el curso del programa radiofónico 'A vivir que son dos días', de la cadena SER, realizado ayer en Elche para conmemorar el aniversario de la muerte de Miguel Hernández, Rovira adelantó este descubrimiento que completará, dijo, el próximo mes de septiembre cuando presente la gran exposición internacional sobre el poeta alicantino que albergará la Biblioteca Nacional en Madrid.

En tertulia con la presentadora del programa, Monserrat Domínguez, y con el escritor y filólogo José Luis Ferris, otro especialista en la obra hernandiana, Rovira desveló el título de los dos nuevos cuentos: 'La gatita Mancha y el ovillo rojo' y 'Un hogar en el árbol'. Estas dos obras breves habrían sido escritas por Miguel Hernández en la misma época que 'El conejito' y 'El potro obscuro', los dos que se conocían hasta ahora y que han sido editados en facsímil este año con motivo del centenario.

Durante los trabajos para recopilar y ordenar los materiales de la exposición, Rovira se puso en contacto con la familia de uno de los compañeros de Miguel Hernández en la prisión de Alicante, Eusebio Oca, un maestro nacional y dibujante que había sido condenado a veinte años de cárcel y que fue uno de los apoyos del Poeta durante sus últimos días de vida. El hijo de éste reconoció como obra de su padre los dibujos que ilustran el librito de cuentos 'Para Manolillo', conocido hasta ahora, porque se parecían a otros que conservaba entre los papeles de su padre.

Fue así como Rovira dio con los dos nuevos cuentos, y con el original de los que hasta ahora se conocían, que aparecieron escritos en papel higiénico de estraza, de puño y letra de Miguel Hernández, y encuadernados de forma rústica con un cordel. Eusebio Oca sería, por lo tanto, el autor de los dibujos de 'El potro obscuro' y 'El Conejito' que hasta ahora se atribuían al poeta.

Según explicó el comisario, que es también presidente de la comisión ejecutiva nacional del Centenario, éstas son muy probablemente las últimas obras escritas por el autor de 'Cancionero y Romancero de Ausencias', cuando se encontraba ya muy enfermo de tuberculosis en el penal donde falleció el 28 de marzo de 1942. En las cartas que el poeta escribió en aquella época a su esposa, Miguel Hernández pedía a Josefina Manresa que le fuera a visitar a la prisión con su hijo pequeño porque quería entregarle unos cuentos que estaba traduciendo para cuando aprendiera a leer. Rovira cree que esta alusión a una traducción era en realidad un mensaje dirigido a los censores de su correspondencia para que le permitieran pasar sus escritos a su familia, y que no cabe duda de que los cuatro textos son originales.

sábado, 27 de marzo de 2010

Suspensión de incredulidad


Samuel Taylor Coleridge, 1817: "Centraría mi obra en personas y personajes sobrenaturales, o al menos de ficción, transfiriendo sin embargo a estas sombras el suficiente interés humano y semejanza con la verdad como para lograr por un momento la voluntaria suspensión de la incredulidad que constituye la fe poética". Es decir: los lectores y espectadores creen lo que quieren creer.

Cinco inéditos de Borges

Se ha confirmado la autoría de estos cinco sonetos del gran Jorge Luis Borges; he visto versiones más perfectas publicadas de algunas, como por ejemplo del segundo, que tiene algún verso mal medido (como el que corrigió a "Tiresias o el amor de las serpientes") todo parece indicar, sobre todo por los malos remates, que son borradores iniciales; por ejemplo, en ese segundo soneto, la versión final queda así: "Sobre la sombra que yo soy gravita / la carga del pasado. Es infinita"

I

Encorvados los hombros, abrumado
por su testa de toro, el vacilante
Minotauro se arrastra por su errante
laberinto. La espada lo ha alcanzado
y lo alcanza otra vez. Quien le dio muerte
no se atreve a mirar al que fue toro
y hombre mortal, en un ayer sonoro
de hexámetros y escudos y del fuerte
batallar de los héroes. Ilusoria
fue tu aventura, trágico Teseo;
de la bifronte sombra la memoria
no ha borrado las aguas el Leteo.
Sobre los siglos y las vanas millas
ésta da horror a nuestras pesadillas.

II

Me pesan los ejércitos de Atila,
las lanzas del desierto y las murallas
de Nínive, ahora polvo; las batallas
y la gota del tiempo que vacila
y cae en la clepsidra silenciosa
y el árbol secular donde clavada
por Odín fue la hoja de la espada
y cada rosa y cada primavera
de Nishapur. Me abruman las auroras
que son y fueron, los ponientes,
el amor, y Tiresias y las serpientes
las noches y los días y las horas.
gravitan sobre la sombra que soy.
La carga del pasado es infinita.

III

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el fin, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quien fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.

IV

Los órdenes de libros guardan fieles
en la alta noche el sitio prefijado.
El último volumen ha ocupado
el hueco que dejó en los anaqueles.
Nadie en la vasta casa. Ni siquiera
el eco de una luz en los cristales
ni desde la penumbra los casuales
pasos de vaga gente por la acera.
Y sin embargo hay algo que atraviesa
lo sólido, el metal, las galerías,
las firmes cosas, las alegorías
el invisible tiempo que no cesa,
que no cesa y que apenas deja huellas.
Ese alto río roe las estrellas.

V

¡Cuántas cosas hermosas! Los confines
de la aurora del Ganges, la secreta
alondra de la noche de Julieta.
El pasado está hecho de jardines.
Los amantes, las naves, la curiosa
enciclopedia que nos brinda ayeres,
los ángeles del gnóstico, los seres
que soñó Blake, el ajedrez, la rosa,
El cantar de los cantares del hebreo,
son la flor que florece en el desierto
de la atroz Escritura, el mar abierto
del álgebra y las formas de Proteo.
Quedan aún tantas estrellas.
Suspendo aquí esta vana astronomía.

viernes, 26 de marzo de 2010

Frase

Leído por ahí, en una entrevista a Chuck Palahniuk:

David Foster Wallace dijo: "Los escritores americanos no escriben sobre la sociedad actual, sino sobre la manera en la que la vemos en la tele".

jueves, 25 de marzo de 2010

Un soneto de Manuel del Palacio


En recuerdo de la Revolución de septiembre de 1868

Un año cumple que la inmunda tropa
de moderados, frailes y Borbones,
del poder arrojada á pescozones
pasó á la emigración con viento en popa.

Dejando de ser fábula de Europa,
reconquistó la España sus blasones
y entre vivas y aplauso y ovaciones
bebimos del placer la dulce copa.

Hoy, pueblo, te amenazan nuevos daños:
los que cual rey te adulan á porfía,
te envuelven en la red de sus engaños.

¡Tú, de tí mismo rey! No todavía;
¡Has llevado la albarda muchos años,
para vestir la púrpura en un dia!

Madrid, 1869.

Manuel del Palacio es el gran satírico del siglo XIX, el Quevedo de su época. Algunos botones de muestra; el primero, de su facilidad para versificar:

Por cuestión de negra honrilla

me propongo demostrar
que el hacer una quintilla
es la cosa más sencilla
que se puede imaginar.

Contra la famosa monja de las llagas, sor Patrocinio

Tuvo sobre Isabel mucho dominio
la milagrosa monja Patrocinio.
Quien el motivo averiguar anhele
Cambie la pe de Patrocinio en ele.


El segundo, dedicado al duque de Almodóvar del Río, ministro de Estado que le castigó con la jubilación forzosa:

Parece Grande y es chico;
fue ministro porque sí;
y en cuatro meses y pico
perdió a Cuba, a Puerto Rico,
a Filipinas y a mí.

O El que dedica al Ministerio, como dice Valle, de Desgobernación:

-Ese reló tan fatal
que hay en la Puerta del Sol
-dijo a un turco un español-
¿por que anda siempre tan mal?
Y el turco, con desparpajo
contestó, cual perro viejo:
Ese reló es el espejo
del gobierno que hay debajo.

Y un famoso epigrama:

¡Igualdad!, oigo gritar
al jorobado Torroba,
y se me ocurre pensar:
¿Quiere verse sin joroba
o nos quiere jorobar?

O el clásico soneto “Belenes” contra Isabel II, que le valió cárcel y destierro a Puerto Rico, rematado con un famoso terceto:

Mas, si queréis ejemplo mas profundo,
en Palacio hallareis una señora
que es capaz de joder con todo el mundo.

O su célebre definición de la política, que hoy encuentra similar aplicación:

Política: arte ramplón
que se aprende mal y pronto,
y en la española nación
es constante ocupación
de algún sabio y muchos tontos.

Como recuerda nuestro manchego Pepe Esteban, Eduardo de Lustonó, que acabó el pobre, como tantos posrománticos, loco de atar, lo retrató con claridad:

Cáustico, duro, severo,
eco fiel de claridades,
nos dijo cuatro verdades...
y paró en el Saladero.
Allí purgó noche y día
pecados de su soneto
por revelar un secreto
que todo el mundo sabía.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Berlín y qué sé yo.

Anaís ha vuelto de Berlín, esa ciudad dividida por un gran limes y muralla en bárbaros gentiles y mandarines creyentes (en el ajo liberal); resulta que la amiga con quien quería viajar, una chinita, se orientó mal y se volvió chinita en el zapato, porque creía que el avión zarpaba mucho más tarde; al fin, avisada por el celular de mi hija, quien no quería irse sin ella, llegó justo a tiempo; en el aeropuerto estaban Roco y otros profes, que ayudaron mucho; esto de los chinos siempre fue lioso; y es que cuando se trata de chinos el idioma, ya le digo a mi hija, siempre será una gran muralla. Su amiga china es listísima y educadísima, por cierto. En Berlín, nada del particular, salvo la cantidad de estatuas griegas de Pérgamo que ha visto, que los muñecos de los semáforos son distintos y que los botones de las señales son fotoeléctricos; la comida alemana es tan mala como la inglesa, de forma que tuvieron que hincharse de chocolate y café en un starbuck; se paga más caro que en París por mear, se duerme poco y se habla mucho. La Puerta de Brandenburgo, como la de Toledo, más o menos. Una chica se cayó rodando por una escalera mecánica en sentido inverso y no terminaba nunca de rodar y rodar, de forma que, de no ser por un consciente que la detuvo, podría haberse pasado todo el viaje dando volteretas; parecía digno de una película de Blake Edwards y mucha gente no paraba de reír.se; se nota que nunca se han caído en esas curiosas circunstancias. Anaís se ha comprado el mismo gorro de aviador que usaban esos dos poéticos hermanos de momento inolvidable, el taxista payaso de Dresde y el negrata de Nueva York en Noche en la tierra, un gorro orejero de treinta euros, muy calentito, lo que ya merece el viaje, y a mí me ha traído una botella de vino blanco alemán (que no es tan malo como pudiera parecer, y ni siquiera glucosado), una cartera que tiene de todo menos dinero y un reloj de bolsillo de imitación plata grabado con un águila en una roca, al que le falta el Prometeo. Lo mismo hubiera dado que fuera un loro, porque yo, aquí, en casa, me paso la vida cubierto de pájaros como un San Francisco, pero sin predicar, porque soy hombre callado; tal vez por eso se aprovechan de mí y me confunden con un árbol estólido; se agarran a mis ramas las ninfas y el loro y hasta el gorrión y los periquitos se me acercan y me sobrevuelan. Ayer mismo acabé condecorado con cuatro mierdas y esto no puede seguir así. Por la calle me topo con Paco Chaves, que está renacido bajo una gorra de apache y tras una barba mefistofélica, y con Damián Manzanares, también mudado, pero de casa.

En la feria del libro de ocasión he comprado una edición crítica de El escolástico, de Cristóbal de Villalón, donde se habla de alumnos y de profesores del siglo XVI; también la segunda edición de una biografía de Alfonso X el Sabio bastante buena y documentada, aunque incompleta, de Manuel Fernández Jiménez; por ejemplo, no menciona las leyendas sobre Alfonso X incluidas por Boccaccio en su Decamerón, sobre la cual mi compa jubileta Pedro Ysado ha escrito algo, usando una edición muy buena que yo le suministré, por más que menciona otras, como la del sueño de Beatriz de Suabia o la blasfemia del rey. Se tratan las Cortes de Almagro, el fallecimiento de Fernando de la Cerda en Ciudad Real, en plena crisis contra los Benimerines, las falsificaciones del díscolo Sancho IV, su obra como mecenas y poeta y la Ida del imperio. En los nombres a veces se equivoca, como cuando cita al trobador asesinado en Villarreal como Anes do Crotón, siendo como es Eanes do Croton.

Otra vez de vuelta a médicos, a llevar los papeles de mi salud; tengo ganas de mandarlos a todos a hacer puñetas. Qué coño me importa a mí mi salud. Llevo trece años sin recidivas de mi carcinoma vesical, pero para qué. El tiempo me pasa cada vez más deprisa y yo estoy cada vez más deprimido. Pero no quisiera morirme sin acabar todo lo que tengo en la mente por escribir y sin ayudar a que mis hijas tengan la vida resuelta. Y sobre todo no quisiera morirme sin esperanza, algo que a veces ni veo ni encuentro. A veces pienso que algunos no podemos vivir sin cambiar de contexto. Como la luna, doy una luz que me es ajena; como una viga en la que mucho se sostiente, pero que no se apoya ella misma en nada.

martes, 23 de marzo de 2010

Las serranillas italianas de Carvajal

Carvajal o Carvajales es el más importante y fecundo
de los poetas del círculo de Alfonso V el Magnánimo,
en el Cancionero de Estúñiga;
sus serranillas son muy galanas,
aunque no se les hace mucho caso
por ser un autor italianizado
que también escribia en el idioma
de Petrarca. Véanse así sus serranitas italianas:

Entre Sessa et Cintura,
cazando por la traviessa,
topé dama que deesa
parécela en l'ermosura. . .
¿Soya humana criatura?
Dixe, et dixo non con priessa:
—Sí, señor, et principessa
de Rossano, por ventura.

Passando por la Toscana,
et entre Sena et Florencia,
vi dama gentil galana
digna de grand reverencia;
tenía cara de romana,
tocadura portuguesa,
el ayre de castellana
vestida como senesa.. .

Viniendo de la Campanna,
que ya el sol se retraía,
vi pastora muy lozana
que el ganado recogía,
cabellos rubios pintados,
los bezos gordos, bermejos,
ojos verdes et rasgados,
dientes blancos et parejos...

Entrevista a Letelier

DANIEL VERDÚ - El País, Madrid - 23/03/2010

Sus viejos compañeros de la mina de sal todavía no lo sabían ayer. Demasiadas entrevistas que atender. Seguro que lo celebrarán hoy en el café en el que Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) pasa las horas pensando y escribiendo cada día. El ganador del XIII Premio Alfaguara de Novela por El arte de la resurrección entregó 30 años de su vida a las minas del desierto de Atacama, en la Pampa chilena. El trabajo de día y la vocación de noche. Lo aprendió todo leyendo a "los maestros" y escribiendo a escondidas de sus rudos compañeros, que hubieran visto lo que hacía como algo de "señoritas o maricones". En aquella época, Rivera pasaba hambre. Por eso mandó su primer poema a un concurso de la radio cuyo premio era una cena: ganó. Ayer, más de 40 años después, volvió a lograrlo. Y aunque sigue considerándose un escritor proletario, la recompensa (129.279 euros) dará esta vez para bastante más que una cena.

Pregunta. De la mina al Premio Alfaguara, pasando por la Orden de las Artes francesa. ¿Cómo lo ha logrado?

Respuesta. Pura perseverancia y constancia. Viví 45 años en el desierto, de los cuales trabajé 30 de minero. Pero mientras estaba en la mina, escribía y leía. Ahora soy un poeta que hace novela.

P. ¿Cuándo se dio cuenta de que era escritor?

R. A los 18 años. Me fui un tiempo a recorrer el país con una mochila al hombro y durante esos cuatro años descubrí que me gustaba y que podía.

P. ¿Cómo aprendió a hacerlo?

R. Soy autodidacta ciento por ciento. Lo poco y nada que sé ha sido leyendo a los maestros: muchos poetas chilenos y García Márquez, Vargas Llosa, Borges...

P. Dice que empezó a escribir por hambre.

R. Sí, es literal. El primer poema que escribí fue de noche en una playa porque escuché en la radio que había un concurso de poesía. El premio que daban era una cena en un hotel y yo tenía mucha hambre. Así que escribí y gané aquella cena. [Risas].

P. ¿A quién le dio a leer sus primeros textos cuando estaba en la mina?

R. Ahí no le mostraba a nadie lo que hacía. Mis compañeros eran recios machos. Y la poesía, para ellos era cosa de señoritas o maricones.

P. ¿Nadie sabía que escribía?

R. No. Hasta que gané el primer premio y salí en el periódico.

P. ¿Cómo eran las condiciones de trabajo en la mina?

R. Es el desierto más cabrón del mundo. Con una temperatura durante el día de más de 46 grados que bajaba por la noche hasta 10 grados. Tenía un sueldo miserable y un trabajo a flor de tierra y viento. Era muy duro.

P. ¿Se sintió explotado? ¿Guarda algún resentimiento?

R. Nunca he sido un resentido social. Yo recuerdo mi infancia en el desierto como la mejor del mundo. Creo que porque no fui un resentido social ahora no soy un soberbio de mierda.

P. ¿Cómo influyó el desierto en su lenguaje y su obra?

R. Ha sido fundamental. Porque me enseñó a descubrirme a mí mismo y a estar solo. No puedo estar sin una dosis de soledad al día, y eso sólo lo enseña el desierto.

P. ¿Mantiene contacto con sus compañeros de entonces?

R. Vivo en un puerto a 80 kilómetros de la mina y siempre vienen a verme los viejos de entonces al café donde me siento cada día. Ahí conversamos. Ellos se emocionan con mi éxito, lo sienten como suyo propio porque, en el fondo, estoy contando la historia de sus vidas.

P. ¿Se han enterado ya del premio?

R. No. No he soltado todavía el teléfono. Tengo la oreja como una coliflor.

P. La historia de esta novela también parece la suya.

R. Sí, mucho. Aunque es una novela que transcurre en los años treinta y cuarenta y yo no había nacido, en el personaje hay bastante de mi vida. Cuando yo era niño, por ejemplo, salía a predicar a la calle con mi padre, que era pastor evangélico. Era analfabeto, pero cuando predicaba hacía llorar.

P. ¿Por qué siempre aparecen las prostitutas en sus novelas?

R. Las prostitutas afloran solas, llegan sin que yo las llame. Fueron fundamentales en la Pampa. Su labor social fue impagable. Sin el aporte social de estas hembras, la conquista de ese desierto hubiera sido doblemente dura. Ellas eran el único oasis para los mineros.

P. ¿Se considera un escritor proletario?

R. Sí, creo que lo soy.

P. Su vida ya no lo es.

R. Pero sigo siendo un obrero de la literatura. Ya no debo nada y mis niños no andan con zapatos rotos. Pero sigo siendo amigo de mis amigos, el mismo.

P. ¿Qué hará con el premio?

R. Lo primero que hay que hacer con la plata es contarla y luego gastarla.

P. Nació cerca de la zona donde ocurrió el terremoto hace 20 días. ¿Cómo lo ha vivido?

R. Yo ahora estoy en el norte, así que poco. Pero he vivido otros. Hay una cosa que me impresiona: antes la gente se arrodillaba a rezarle a Dios, ahora lo que hace la gente es aferrarse al teléfono móvil. Pero el resultado es el mismo: ni Dios ni los teléfonos responden.

Don Quijote, novela social

Luis Rosales afirmaba que el gran tema de Don Quijote era la libertad; pero la libertad, hoy en día como antaño, se guarda en los bancos. Don Quijote era un liberal, sí; pero cuando se tira al monte es en realidad un bandolero poético. No en vano Cervantes lo pone al lado de bandoleros catalanes como Roque Guinart, que termina siendo su amigo. La banda salarial de un hidalgo pobre como él le daba apenas para comer, como afirma al principio de la novela. En la época, los hidalgos pobres tenían lo suficiente para subsistir, y muchas veces menos, como el hidalgo escudero del Lazarillo, quien tenía que contentarse con apariencias, como Don Quijote con magias e ilusiones. Los rusos se dieron pronto cuenta del contenido social de la obra y por eso la leyeron tanto. Don Quijote iba al lado de un mujik. La única diferencia entre Don Quijote y un bandolero es el discurso, porque de hecho en la época muchos hidalgos y nobles amparaban a los bandoleros y de hecho eran sus patrones, cuando no lo eran los venteros, unos auténticos ladrones, y de hecho así presenta Cervantes al ventero; si nombran caballero andante a Don Quijote en una venta es por ironía, una ironía que vale su peso en oro. La Mancha y Cataluña eran tierras de bandoleros, y de hecho las comedias de bandoleros justicieros y poéticos eran bastante comunes en la época. La cuadrilla de Don Quijote es la caballería andante.

domingo, 21 de marzo de 2010

Escosura


Me sorprende el escritor Patricio de la Escosura; es, probablemente, el único romántico español que ha valorado justamente el talento de Fernando VII como político, aunque político malsano; nadie puede desacreditar su liberalismo, pues ya era, junto con Espronceda, uno de los numantinos delatados por el impresor de El Zurriago y entonces espía absolutista, Cerro. Vease por ejemplo cómo despacha la revolución de Riego y El Zurriago en una de sus novelas.

Patricio de la Escosura, El patriarca del valle: novela original, 1861, vol. I, p. 148 y ss.

Si el régimen democrático puro estuviera de hecho establecido, no se expresaran los periódicos con más virulenta irreverencia al hablar del trono, que lo hacían ya en 1823. Cuanto la antigua monarquía española veneró en un tiempo se conculcaba entonces; y no hubo teoría de la revolución francesa que teóricamente no se exagerase entre nosotros.

En 1820 aceptaron con entusiasmo la Constitución cuantos podían llamarse liberales; y realistas moderados hubo que se prometieron vivir tranquilos bajo su amparo: la ineptitud caprichosa, la débil tiranía y el ciego favoritismo habían allanado el camino a las innovaciones. Muchos de los mismos liberales, hasta aquel momento proscriptos, pensaban en reformar la ley que, hecha en Cádiz en momentos de peligro y de exaltación, se resentía naturalmente de la preocupación de los ánimos de sus autores; y si tal llegara a verificarse, quizá no contara la historia contemporánea tantos días de duelo y de trastornos. Mas no se hizo, ni pudo hacerse por dos cansas poderosas que a indicar vamos.

Fue la primera la escisión, inmediata al triunfo, del partido liberal en dos bandos con las denominaciones de exaltados y moderados; aquel quería exagerar las consecuencias de la revolución, este atenuar sus efectos: el primero exterminar a sus enemigos, atraérselos el segundo. La fuerza era el agente de los exaltados, la pasión su móvil; la prudencia regia a los moderados, la templanza y la persuasión eran sus armas.

Por de contado que en uno y otro había hombres de buena fe, y también ambiciosos de alta y baja esfera, y parásitos políticos, de los que con sns principios solo tratan de asegurarse el puchero; y especialmente en el partido más violento, sectarios frenéticos, sedientos de sangre y robo; mientras que en cambio en el templado no pocos realistas entonces llamados serviles, encubiertos con la máscara de la moderación.

Pero si esta escisión de los liberales fue realmente nociva a la reforma política, quizá esta hubiera al cabo triunfado de todo género de obstáculos, si no tuviese por encarnizado enemigo al jefe del estado, al rey D. Fernando VII, a cuya capacidad absoluta, a cuyo hábil tacto para el mando creemos que no se ha hecho hasta hoy completa justicia.

Fernando era el tipo más completo que imaginarse puede en su especie. Su ingenio claro y perspicaz, digan lo que quieran todos sus enemigos, le reveló desde luego el secreto de la debilidad de la revolución, que consistía en no ser más que una conspiración afortunada; su sagacidad natural conoce que los españoles, de suyo enemigos de novedades, no estaban a mayor abundamiento preparados para las que entonces querían introducir los liberales; y por último su instinto del gobierno, que el mayor enemigo de la revolución en España era la revolución misma.

Por eso, aparentando con la perfección de un actor consumado, entrar de buena fe en el nuevo sistema; llenando de honores a los corifeos del movimiento; prestándose a sentar en las sillas ministeriales a los que momentáneamente gozaban del aura popular; mandándose hacer uniformes de esta y de la otra milicia nacional voluntaria; al mismo tiempo incitaba a los realistas de Cataluña, Navarra y Castilla a que se sublevasen; fomentaba las esperanzas de los moderados, prometiendo una constitución con dos cámaras; favorecía la insurrección de su Guardia Real; y entretenía continua correspondencia con las corles absolutistas de Europa. ¿Pero cómo hacia todo esto? Dejando siempre a salvo su persona; esquivando constantemente compromisos irrevocables, inmolando o dejando inmolar a los vencidos.

En moral privada semejante conducta es horrible: tratándose de asuntos políticos, y reflexionando que aquel Monarca debía considerarse como legitima y acaso última personificación en España de la soberanía por derecho divino, quizá la historia lo juzgue de otra manera.

El hecho es que Fernando VII, ni podía ni debía ser amigo de la revolución, y que esta en el ataque no se mostraba en verdad tan escrupulosa, que tuviera derecho a exigir en la defensa un ascetismo rigoroso.

Pero, volviendo al relato, no satisfecho el rey con las indicadas baterías, imaginó otra cuya invención sola prueba hasta qué punto conocía la índole del pueblo que gobernaba y su estado moral en la época a que nos referimos.

Desde luego se entiende que hablamos del Zurriago, periódico único en su especie; colección espantosa de las más anárquicas doctrinas, de los más groseros insultos a la persona del rey mismo y a la de todo español de alguna valía; suma y compendio de todo cinismo; exageración, en fin, de los escritos de los maratistas franceses.

Si en el pueblo existiera entonces la más mínima partícula del germen revolucionario, seguramente la cabeza de Fernando hubiera rodado del trono abajo, llevando consigo al cieno la corona de Castilla. Nunca se hizo tentativa más temeraria que la de consentir y fomentar aquel periódico: pero se hizo, volvemos a decirlo, con pleno conocimiento de causa, y los resultados correspondieron por tanto a los cálculos del rey. El Trágala y El Zurriago son los verdaderos autores de la contrarrevolución. Mas, como quiera que eso sea, el hecho es que al principiarse el año de 1823, había en España guerra civil sangrienta, carnicera, espantosa, entre liberales y serviles o realistas; guerra sin armas, pero virulenta, implacable, entre exaltados y moderados; guerra entre los comuneros y masones; escisión en los comuneros y escisión en los masones; zurriaguistas enemigos de todos y todos odiados; un ejército poco numeroso, desunido, indisciplinado; generales ambiciosos, sin partido o instrumentos de un bando cualquiera, salvas muy contadas y conocidas excepciones; un gobierno sin poder ni prestigio; unas Cortes que imaginaban ser soberanas y apenas tenían influencia en el terreno que pisaban; un monarca jefe de todas las conjuraciones contra el régimen liberal; y en los Pirineos la vanguardia de la Santa Alianza, compuesta de cien mil franceses a las órdenes del duque de Angulema, pronto a violar el más sagrado de los derechos de un pueblo: su independencia.


Tal era el estado político del país cuando acaecieron los sucesos referidos en los últimos capítulos de la segunda parte de nuestro libro.

Don Simón de Valleignoto, como dejamos dicho, no tomaba parte activa en los negocios públicos: sus servicios al partido liberal fueron tan secretos que en nada le comprometían: y por otra parte sus propios disgustos le ocupaban tanto, que apenas se curó de lo que pasaba.

En cuanto a Leoncio de Montefiorilo, marqués viudo de San Juan del Rio, aunque al comenzar la revolución se afilió en la masonería reformada y era por tanto del partido exaltado, ya por el destino que desempeñaba en palacio, ya en fin por lo que le daban en que pensar sus amores, llegó a adquirir la reputación de tibio y a perder gran parte de su prestigio; quizá se le llamara apóstata a no protegerle la amistad de Mendoza.

Este no era por cierto zurriaguista, mas tampoco moderado, ni mucho menos. Tenía fe en sus doctrinas democráticas, anhelaba ponerlas en práctica, todas las acciones de su vida iban encaminadas a ese fin; pero al mismo tiempo a su claro entendimiento no podía ocultarse que no era llegado el momento de realizar sus proyectos. Así Mendoza fue siempre exaltado con moderación, inflexible sin terquedad, revolucionario sin escándalo.

Los masones no quisieron nunca consentir que hombre de su temple dejase la logia por el campo de batalla durante la guerra civil; pero una vez segura la invasión extranjera y decretada la traslación a Sevilla del rey y de las corles, Mendoza, sordo a todos los consejos, insensible a todos los ruegos, pidió y obtuvo que se le destinase al estado mayor del ejército de Cataluña que a la sazón mandaba el célebre general D. Francisco Espoz y Mina.

Antes empero de marchar a su nuevo destino quiso dejar terminado el matrimonio del Marqués con Laura, y no por el afecto que a aquel profesaba, sino como parle de sus planes para lo sucesivo.

Mendoza no se hacia ilusiones en cuanto al éxito probable de la guerra, porque había estudiado profundamente el país y apreciaba en lo que ellas valían las bravatas del 11 de enero y las proclamas, canciones y comidas subsiguientes. Sabia, pues, con evidencia que los pocos que se conservasen fíeles a la causa de la revolución tendrían que optar entre el cadalso y la emigración al extranjero.

De aquí su obstinación en cuanto al casamiento de Laura: Leoncio de Montefiorito, si aquel enlace no se verificaba, sería en resumen uno de tantos y nada más: dueño de las inmensas riquezas de Valleignoto, podría ser el paño de lágrimas de los proscriptos, y el cajero de la revolución , que mas (arde o más temprano había de realizarse (según Mendoza), no como quiera en España, sino en la Europa entera.

Chismes de Blanca Andréu


Alberto Ojeda

En la poesía de Blanca Andreu (La Coruña, 1959) Grecia siempre estuvo presente, como el mito que se intuye pero no se alcanza. Un viaje al país heleno le puso en contacto directo con ese mito, ella lo tomó y lo ha transformado en realidad. En realidad poética, claro. Los archivos griegos, su último libro, escrito nueve años después del anterior (La tierra transparente), es la crónica de “un deslumbramiento”, el vivido por la poeta gallega en Atenas y en la Isla de Paros. En esta última vivió unos meses, acogida en su Casa de la Literatura y confabulada con el idílico paisaje mediterráneo para desterrar, de una vez, el dolor y la desesperación de los tiempos oscuros.

Pregunta.- Dice que ha desterrado el dolor en su poesía, que los poemas dolientes se vuelven contra su autor cada vez que alguien los lee...
Respuesta.- Sí, siento que todo lo que lanzas al mundo éste luego te lo devuelve. Si lanzas dolor, recogerás dolor. Además, eso de cantarle al lado oscuro es muy adolescente. Muchos jóvenes escriben -con tinta negra- cantos a la desesperación y a la muerte, pero porque no las conocen. Si las conociesen, sabrían que no tienen nada de hermoso.

P.- ¿Por qué le tiene usted manía a Aquiles?
R.- No, no me refiero en ese poema al Aquiles de la mitología. Lo utilizo como arquetipo para atacar a alguien concreto. Está dentro de lo que mi editor denomina el capítulo de los poemas airados.

P.- Uno de los más airados es el que titulas Desde Irak.
R.- Para mí aquella guerra fue como una agresión personal, y los escritores tenemos derecho a defendernos con nuestras plumas. Sólo me defiendo, no agredo.

P.- Grecia ha estado muy presente en su obra como mito. Ahora lo está como realidad. ¿Qué efecto poético tiene ese contraste?
R.- Viajé a Grecia movida por un amor previo a este país, pero no me esperaba el deslumbramiento que experimenté cuando llegué por primera vez. Tengo mucha sangre mediterránea, y Atenas y sus islas son el arquetipo más idílico y más puro de la cultura mediterránea. Supongo que esa fue la razón de que me conmoviera tanto.

P.- ¿Y qué le conmovió más: su gente, su paisaje, sus ruinas clásicas...?
R.- Me maravilló su gente, el cariño y el afecto con el que tratan a los animales. Me llamó mucho la atención cantidad de perros que hay en Atenas. Si Roma es la ciudad de los gatos, Atenas es la de los perros...

P.- Pero son la mayoría perros abandonados, que ladran a los taxis por las noches...
R.- No, no son perros abandonados, son perros que han nacido en la calle, que es distinto. Y en muchos rincones de la ciudad encuentras cajas con trapos y con comida que la gente pone para cobijarlos y alimentarlos. Yo lo he visto con mis propios ojos, también cómo un hombre de la isla de Paros, donde escribí gran parte del libro, iba a una farmacia para comprar unas gotas para aplicárselas a un gato callejero. Son gente pobre pero generosa, gritones pero buenos...

P.- Y un día paseando por la Acrópolis se encontró con Juan [Benet], en forma de ciprés, ¿no?
R.- Sí, un ciprés de la Acrópolis, no de un cementerio. Me recordaba físicamente, porque Juan era muy alto, un hombre de hueso largo. Y también espiritualmente, porque Juan, más allá de su obra, era un hombre muy espiritual y muy contemplativo, un hombre que, como el ciprés, siempre buscaba lo elevado, lo que está en lo alto. Un hombre ático, en suma.

P.- ¿Cómo le influyó en lo estrictamente literario? Él le aconsejaba que embridara sus vuelos surrealistas, ¿no?
R.- A él le fastidiaba mucho parecer un maestro, pero a lo largo de nuestra vida juntos sí que me dio algún consejo. Sobre todo me decía que debía tomar las riendas de mi imaginación. Tenía razón. A mí con la poesía me sucedía como la primera vez que monté a caballo, que pensaba que cabalgaba alegremente, pero la realidad era que el caballo iba desbocado. También me hacía leer bocados exquisitos de poesía, dos o tres versos de Shakespeare o de San Juan de la Cruz, cosas muy escogidas, porque a él no le gustaba mucho la poesía. La verdad es que me enseñó más de pintura que de literatura.

P.- Le dedica el primer poema, precisamente el dedicado a los perros de Atenas, a Vicente Ferrer.
R.- Casi se puede decir que me devolvió la vida. Cuando le conocí, en 1997, yo era una persona destruida, sin autoestima, condenada al ostracismo. Yo le decía que en el fondo era como una intocable de orden espiritual. Vivía en una absoluta miseria moral y quería morirme. Él fue quien me animó a que escribiera de nuevo. Siempre estuvo ahí, tuvo mucha paciencia conmigo.

P.- Siempre lamenta que ganar el Premio Adonáis le hizo mucho daño. ¿En qué sentido?
R.- Porque entonces yo escribía para que me leyeran cuando estuviera muerta, como a Baudelaire. Pero de pronto me vi en el ojo del huracán, presionada por los medios, sin poder controlar mi imagen, viendo como cada uno escribía de mí según sus propios prejuicios. Ya entonces fui consciente de que igual que me estaban subiendo luego me iban a bajar.

P.- ¿Y quién la bajó?
R.- Cada generación poética nueva ataca a la anterior, es una ley literaria inexorable. Cuando llegaron los poetas de la experiencia intentaron acabar conmigo, porque había salido dos cabezas antes que ellos. Lo que más me molestaba es que me atacaran en el plano personal, con criterios extraliterarios, como por ejemplo cuando Benítez Reyes me llamaba “novicia de la poesía” o cuando Luis García Montero decidió vetarme, directamente.

P.- La presencia del mar es una constante en su obra. ¿Cúal cree que le inspira más, el Mediterráneo o el Océano Atlántico de su Coruña natal?
R.- Este verano me pasó algo muy especial. Navegando hacia las Islas Cíes me daba la sensación de estar en las islas griegas. Era un día de un sol espectacular y estas islas están muy juntas, algo que es muy característico de las islas griegas. Y en ese viaje me enteré que una de su playas se llama la Playa de Rodas. Este de aquí tiene más genio, más poderío, pero la belleza mediterránea es impagable. No sé, los dos me conmueven.

P.- Está escribiendo un libro de relatos, ¿no?
R.- Sí, y ya tengo el título, que me recuerda mucho a Andersen: La costurera que perdió su pulgar.

jueves, 18 de marzo de 2010

Adiciones a mi trabajo sobre Astronomía en Castilla-La Mancha

Como nunca ceso de intentar perfeccionar mis trabajos, acumulo una serie de notas complementarias cuando tropiezo con alguna información que se me hubiera escapado sobre la materia tratada y la deposito en una carpeta de ordenador determinada, para reesbribirlos en el futuro con más datos. Del trabajo precitado hay dos omisiones importantes; la mayor atañe al sacerdote, matemático y astrónomo José Reguero Argüelles, sobrino del famoso político Agustín Argüelles, aunque es asturiano (Villaviciosa, 1803 - Toledo, 1853) porque publicó en Toledo unas obras eminentes sobre la materia bajo la protección de su familiar, el obispo de Zamora Pedro Inguanzo y Rivero; ya arzobispo de Toledo, este le designó racionero del arzobispado y más tarde consejero del gobierno de la jurisdicción eclesiástica. Allí publicó su libro Uranografía vulgar, un mapa celeste que le reportó no poca fama y propició se le diera una cátedra de matemáticas en el recién nacido instituto de segunda enseñanza, así como el cargo de vicerrector. Publicó también, pero en Madrid, los tres tomos de su Astronomía física. El concordato de 1851 suprimió la clase de los racioneros, pero se le dio una canonjía al año siguiente, que obtuvo con la dignidad de capitular y en la que estuvo poco tiempo, puesto que falleció el 5 de noviembre de 1853; como era liberal, tuvo algunos encontronazos con lel clero conservador y carlista. Su obra es la siguiente:
  • Uranografía vulgar, ó sea representación clara y palpable del mecanismo celeste. Toledo: Editorial J. de Cra. 1842.
  • Astronomía física. Nociones de esta ciencia sublime, dirigidas a ponerla al alcance de todos, y á preparar al estudio elemental de la misma. Madrid, 1850-51, 3 tomos, 672p. + 638p. + 397p. 7 láminas plegadas.
  • Apología del justo medio: Discurso político, calmante de excitación, conciliador de extremados partidos, lo dirige a un amigo y lo ofrece al público el licenciado... (Toledo, 1836).
  • Brevísimas reflexiones sobre el discurso que, contra la intolerancia de cultos religiosos, pronunció un ilustre diputado en la sesión de Cortes el 13 de diciembre de 1836 (Toledo: Imp. de D. J. de Cea, 1837).
  • Máximas y verdaderos principios del Derecho público canónico que sirven de bases preliminares al Tratado y concordia entre el sacerdocio y el imperio (Toledo, 1838).
  • La Religión y las Ciencias, o sean, principales puntos de contacto de la religión con las ciencias en general y especialmente con la Astronomía (Madrid: Impr. y casa de la Unión Comercial, 1843), 2 vols.
La segunda nota importante tiene que ver con otra omisión, los Apuntes de Cosmología de Liborio G. Tapia, licenciado en ciencias y profesor en mi instituto, que fueron impresos en Establecimiento tipográfico "La Enseñanza" de Ciudad Real, en la calle Toledo número 5, en 1895, cien páginas de densa letrilla. Ya menor importancia tiene Fray Alonso Gutiérrez de la Veracruz, del siglo XVI, era de Caspueñas, 1504, Guadalajara, estudió gramática y retórica en Alcalá de Henares y luego Artes y Teología en Salamanca; allí tuvo como maestros a Francisco de Vitoria y Domingo de Soto y dejó una cátedra en Salamanca para vestir el hábito agustino y predicar en Méjico, a donde fue en 1536; en la universidad novohispana fue catedrático de prima y al parecer dejó inéditos escritos contra las patrañas de los astrólogos a su muerte, pues eso cuenta Juan Catalina en su El libro de la provincia de Guadalajara, p. 142

martes, 16 de marzo de 2010

Anaís en Berlín

Está todo nevado, de suerte que mi hija ha tenido que comprarse un sombrero ruso para que no se le enfríen las orejas; treinta euritos le ha costado; allí en Berlín es como siempre: alumnas que no dejan dormir, hablando toda la noche; yo mismo me he visto en esas. Va con su amiga china, Liu, que se ha despistado y, si no la llama mi hija, casi no coge el avión ; creía que era a otra hora. Iban también Roco y tres profesoras (las mujeres aman viajar, aunque no vayan a ninguna parte); espero que les guste Postdam; el rococó prusiano tiene algo de tétrico, no es tan festivo como el francés; son demasiado ordenancistas, no como los bávaros, y hasta cuando quieren divertirse lo hacen en grupo; son los japoneses de Europa, no me extraña que se llevaran tan bien con ellos. Con esto he visto por primera vez el aeropuerto de Ciudad Real. Estábamos esperando que nos llevara el autobús desde la estación, pero pasó de largo sin vernos y ni siquiera sin hacer parada protocolaria. Al final tuvimos que ir en coche. Es mucho aeropuerto para tan poco avión, tan poca ciudad, tan escaso tráfico. Sólo había un par de avionetas y dos aviones medianos, y un sólo vuelo previsto en toda la tarde. Si pudiera funcionar más, estupendo; parece que ahora es patrimonio de Arabia Saudita; los árabes compran bicocas donde las ven. Me repongo de la tristeza que me acomete al volver; mi familia ve una película que les he seleccionado, El misterio de la villa; el argumento, ambientado en la Firenze del fascismo, procede de uno de mis autores favoritos, Somerset Maugham; no lo han desvirtuado; ahí estan, reconocibles, sus siempre sólidos caracteres, sus diálogos perfectos, la verdadera humanidad de sus situaciones; los actores se sienten inspirados con tan buen material y lo bordan. Maugham y Scott Fitzgerald son los únicos que ofrecen una visión real, sin desfiguraciones, del paisaje humano del primer tercio del siglo XX, pero Maugham es más cosmopolita y se traslucen las sombras de su homosexualidad; en algunos de los diálogos uno podría sustituir al amante por un chapero. Al final relumbra por primera vez la sonrisa de la pobre protagonista, creo que de forma intencional; en el fondo se esconde un dilema ético muy profundo.

lunes, 15 de marzo de 2010

Posibles inéditos de Quevedo

(No me parecen de Quevedo, sobre todo el primero, que tiene algo de Góngora, y tampoco el IV, por la aspiración de la h que rompe la sinalefa y que podría buscarse en un manchego o toledano, pero no en un madrileño; véanse además las rimas fáciles y las asonancias casuales entre cuartetos y tercetos, que alguien como Quevedo no cometería nunca y denuncian al poeta inexperto; además hay anacolutos que él no se hubiera permitido; sin embargo, el último muy bien hubiera podido firmarlo él, pues es muy elegante, aunque tampoco posee rasgos de estilo quevediano; rehago la puntuación, que me parece errónea, así como diversas lectiones faciliores de la transcriptora, que no debía tener muy buen oído, a juzgar por su transcripción del verso 13 del tercer soneto, por ejemplo, donde copia "el sol llore")

El Cultural, 12-III-2010:

Todo está en los archivos y bibliotecas. Tras investigar en algunos de los menos frecuentados de España y Portugal y escarbar entre los legajos del Manuscrito de Évora, la profesora
María Hernández lanza esta semana Poesía inédita de Francisco de Quevedo (Libros del Silencio). Imposible, dicen los expertos, confirmar su autoría o negarla, pues bien pudo haberlos escrito Quevedo, que no publicó en vida sus versos, por lo que mucha de su poesía tal vez esté extraviada o siga, como hasta ahora, escondida en obras como ésta.


I

La nave que surcando el Ponto pasa
ligera y fuerte como viento y peña,
el bravo mar, con ocasión pequeña,
rompe, sorbe, deshace, ahoga, arrasa.

La ciudad fuerte o respetada casa
que de tratar las nubes se desdeña,
con breve curso el Tiempo nos la enseña
rota, humilde, asolada, yerma y rasa.

La ignorancia mortal que se alimenta
de bárbara ambición y se presume
potente, firme, estable, altiva, osada

baje la rueda, reconozca y sienta
que en un punto la muerte la resume
en humo, en polvo, en viento, en sombra, en nada.

II

Memorial que se dio a Felipe IV
por su buen gobierno

Soneto


Señor, no se despacha dependiente,
el turés baja, el francés se altera,
quema tus puertas con audacia fiera
el poderoso amigo de Occidente.

Armada no parece, falta gente
que surque el mar y ampare su ribera;
en palacio no hay blanca, y paga espera
el pobre ciego, cojo y el doliente.

Tu Majestad lo vea y dé la traza

que al prohibido remedio más importe,
que mi vejez en llanto la resuelvo.

"Denme caballos, venga el Duque a caza,
córranse toros, múdese la Corte,
y digan a la Reina que ya vuelvo".

III

A Marçal Font


Cuando contemplo de la alquimia el oro
de tus ojos en mares naufragados,
mi boca, en su deseo desbocado,
busca sedienta el mapa del tesoro.

Mas me admiro, no obstante, cuando veo
que manejas la pluma con destreza,
que cantas con sigilo a la belleza
fecundando las mentes cual Orfeo.

No es mi soñar callar con cortesía,
el niño Amor escoge mi ventura:
disculpa ¡oh mi galán! esta osadía:

pues arderé por ti en la noche fría
y hasta que llore el sol mi sepultura
la vida bailaré en tu compañía.

IV

Hermosa, altiva, inexorable Armida,
que te desdeñas si te toca el viento,
templa, benigna, el libre pensamiento
ya que no enamorada, agradecida.

¿Dó vas? ¿Intentas de quitar la vida
al que la da a tu fama? ¡Bravo intento!
¿No te ves por su heroico entendimiento
entre Ariadna y Leda entretejida?

Mas tu basquiña siga tus cuidados
y abraza alegre tu sabroso daño
ufana, que pudiste merecerlo;

que su camino hallarán los hados
y, si te abrasa incendio tan extraño,
nunca en Cartago ardió fuego tan bello.

V

[No bastan los agravios...]


No bastan los agravios que, velando
de ti Fortuna y Tiempo, estoy sufriendo,
Amor, sin que permitas que, durmiendo,
me estéis Fortuna y Tiempo y tú burlando,

que, cuando el claro sol su luz mostrando
voy sus mejillas de oro descubriendo,
me estaba la Fortuna a mí ofreciendo
la conquista, al Mundo regalando.

Con aquesto también quisiste darme
cabellos, ojos, frente, manos, boca
cual mil veces lo tuve deseado.

Más deshaz el agravio con mostrarme
esto despierto, porque injusto toca
pagar despierto mal con bien soñado.

VI

A la Pobreza

Hambrienta, rota, inquieta, disgustada,
pálida, débil, triste y congojosa,
cortés, humilde, inútil, ingeniosa,
baja, ruin, civil, ocasionada;

de todo el mundo con razón odiada;
de cuantas cosas miras, deseosa;
en sujetos honrados, vergonzosa;
y en los que no lo son, desvergonzada.

Símbolo sin razón, sosa, afligida,
noche de la verdad y entendimiento,
ruïna del valor y la nobleza,

riguroso verdugo de la vida
y de las almas infernal tormento
eres infame y mísera, Pobreza.

VII

A [la] Franqueza

Subí como Dios sabe, y no podía;
hasta poner los pies de oro pensaba,
pero, como subir más deseaba,
poco lo que subí me parecía.

Mil ilícitos medios inquiría
y el deseo de arriba me ayudaba;
ambición y avaricia me guiaba
agarrando de todo cuanto vía.

Pero fue mi subir como cohete,
que todo cuanto puede en la subida
emplea, sin pensar que el bajar falta.

El Tiempo en mí cumplió lo que promete,
y dio gran estallido mi caída,
por ser pesado yo y la torre alta.