martes, 23 de marzo de 2010

Entrevista a Letelier

DANIEL VERDÚ - El País, Madrid - 23/03/2010

Sus viejos compañeros de la mina de sal todavía no lo sabían ayer. Demasiadas entrevistas que atender. Seguro que lo celebrarán hoy en el café en el que Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) pasa las horas pensando y escribiendo cada día. El ganador del XIII Premio Alfaguara de Novela por El arte de la resurrección entregó 30 años de su vida a las minas del desierto de Atacama, en la Pampa chilena. El trabajo de día y la vocación de noche. Lo aprendió todo leyendo a "los maestros" y escribiendo a escondidas de sus rudos compañeros, que hubieran visto lo que hacía como algo de "señoritas o maricones". En aquella época, Rivera pasaba hambre. Por eso mandó su primer poema a un concurso de la radio cuyo premio era una cena: ganó. Ayer, más de 40 años después, volvió a lograrlo. Y aunque sigue considerándose un escritor proletario, la recompensa (129.279 euros) dará esta vez para bastante más que una cena.

Pregunta. De la mina al Premio Alfaguara, pasando por la Orden de las Artes francesa. ¿Cómo lo ha logrado?

Respuesta. Pura perseverancia y constancia. Viví 45 años en el desierto, de los cuales trabajé 30 de minero. Pero mientras estaba en la mina, escribía y leía. Ahora soy un poeta que hace novela.

P. ¿Cuándo se dio cuenta de que era escritor?

R. A los 18 años. Me fui un tiempo a recorrer el país con una mochila al hombro y durante esos cuatro años descubrí que me gustaba y que podía.

P. ¿Cómo aprendió a hacerlo?

R. Soy autodidacta ciento por ciento. Lo poco y nada que sé ha sido leyendo a los maestros: muchos poetas chilenos y García Márquez, Vargas Llosa, Borges...

P. Dice que empezó a escribir por hambre.

R. Sí, es literal. El primer poema que escribí fue de noche en una playa porque escuché en la radio que había un concurso de poesía. El premio que daban era una cena en un hotel y yo tenía mucha hambre. Así que escribí y gané aquella cena. [Risas].

P. ¿A quién le dio a leer sus primeros textos cuando estaba en la mina?

R. Ahí no le mostraba a nadie lo que hacía. Mis compañeros eran recios machos. Y la poesía, para ellos era cosa de señoritas o maricones.

P. ¿Nadie sabía que escribía?

R. No. Hasta que gané el primer premio y salí en el periódico.

P. ¿Cómo eran las condiciones de trabajo en la mina?

R. Es el desierto más cabrón del mundo. Con una temperatura durante el día de más de 46 grados que bajaba por la noche hasta 10 grados. Tenía un sueldo miserable y un trabajo a flor de tierra y viento. Era muy duro.

P. ¿Se sintió explotado? ¿Guarda algún resentimiento?

R. Nunca he sido un resentido social. Yo recuerdo mi infancia en el desierto como la mejor del mundo. Creo que porque no fui un resentido social ahora no soy un soberbio de mierda.

P. ¿Cómo influyó el desierto en su lenguaje y su obra?

R. Ha sido fundamental. Porque me enseñó a descubrirme a mí mismo y a estar solo. No puedo estar sin una dosis de soledad al día, y eso sólo lo enseña el desierto.

P. ¿Mantiene contacto con sus compañeros de entonces?

R. Vivo en un puerto a 80 kilómetros de la mina y siempre vienen a verme los viejos de entonces al café donde me siento cada día. Ahí conversamos. Ellos se emocionan con mi éxito, lo sienten como suyo propio porque, en el fondo, estoy contando la historia de sus vidas.

P. ¿Se han enterado ya del premio?

R. No. No he soltado todavía el teléfono. Tengo la oreja como una coliflor.

P. La historia de esta novela también parece la suya.

R. Sí, mucho. Aunque es una novela que transcurre en los años treinta y cuarenta y yo no había nacido, en el personaje hay bastante de mi vida. Cuando yo era niño, por ejemplo, salía a predicar a la calle con mi padre, que era pastor evangélico. Era analfabeto, pero cuando predicaba hacía llorar.

P. ¿Por qué siempre aparecen las prostitutas en sus novelas?

R. Las prostitutas afloran solas, llegan sin que yo las llame. Fueron fundamentales en la Pampa. Su labor social fue impagable. Sin el aporte social de estas hembras, la conquista de ese desierto hubiera sido doblemente dura. Ellas eran el único oasis para los mineros.

P. ¿Se considera un escritor proletario?

R. Sí, creo que lo soy.

P. Su vida ya no lo es.

R. Pero sigo siendo un obrero de la literatura. Ya no debo nada y mis niños no andan con zapatos rotos. Pero sigo siendo amigo de mis amigos, el mismo.

P. ¿Qué hará con el premio?

R. Lo primero que hay que hacer con la plata es contarla y luego gastarla.

P. Nació cerca de la zona donde ocurrió el terremoto hace 20 días. ¿Cómo lo ha vivido?

R. Yo ahora estoy en el norte, así que poco. Pero he vivido otros. Hay una cosa que me impresiona: antes la gente se arrodillaba a rezarle a Dios, ahora lo que hace la gente es aferrarse al teléfono móvil. Pero el resultado es el mismo: ni Dios ni los teléfonos responden.

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