Aprendiendo a pensar: lógica de los sofismas (1-21)
Javier Olivera Ravasi, el 27.01.15
El que toma se emborracha
al que se emborracha le da sueño
al que le de sueño se duerme
el que duerme no peca
el que no peca va al cielo
y, si al cielo vamos, bebamos…
Durante el tiempo que nos encontramos en el ámbito internético hemos visto que, no pocas veces, las discusiones en los comentarios se dan a partir de diversos sofismas lógicos en los que se cae: mala interpretación de los términos, anfibologías, saltos de argumento, etc.
Como en nuestro espacio intentamos educar en la verdad, nos pareció oportuno dedicar unos cuantos posts al uso de los sofismas y el modo de refutarlos. Para ello, utilizaremos el hermoso libro del Dr. Camilo Tale, abogado y catedrático argentino, quien nos ha permitido publicar aquí esta joyita al alcance de todos.
Esperamos que sea de utilidad para… Que no te la cuenten P. Javier Olivera Ravasi
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INTRODUCCIÓN
Combatir las falacias es la razón de ser de la lógica. A. Sidgwick Fallacies, Introd[1].
La Lógica es la ciencia por la cual conocemos las leyes que deben cumplirse para que los razonamientos sean correctos. Todos los procesos discursivos que contrarían tales leyes constituyen razonamientos inválidos, algunos de los cuales, sin embargo, exhiben el aspecto de un raciocinio correcto, y en tal caso se denominan falacias. El estudio de la Lógica, entonces, para ser completo, debe incluir la teoría sobre las falacias, o sea una teoría acerca de cómo los hombres se equivocan cuando discurren, y también de cómo los hombres pueden confundir a los demás cuando quieren persuadir.
Algunas veces se expresan argumentos con plena conciencia de la falencia lógica, pero también suele incurrirse en ellos involuntariamente. Al respecto, es usual la distinción terminológica entre el paralogismo, que ocurre cuando alguien emite una falsa inferencia obrando de buena fe —es decir sin la intención de engañar a otro— y el sofisma o argucia, que es el argumento incorrecto empleado con el deliberado propósito de engañar a otro1. En materia de falacias ocurre algo análogo a lo que sucede con la moneda falsa: muchas personas suelen entregarla con intención de estafar a quien la recibe, pero también se da moneda falsa por error, creyéndola verdadera. En el desarrollo que sigue prescindiremos de esta distinción, pues para el estudio de las falacias desde el punto de vista lógico no importan las intenciones de las personas que las expresan sino los vicios de los argumentos.
El Diccionario de la Lengua que edita la Real Academia Española define el sofisma como «argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso». De acuerdo con este enunciado, se denomina sofisma el argumento lógicamente incorrecto, que conduce a una conclusión falsa; pero esta finalidad no es necesaria para que tengamos un sofisma, pues también se esgrimen argumentos lógicamente incorrectos con el fin de tratar de dar por demostradas proposiciones que son verdaderas. De manera que para que haya una falacia no se requiere la falsedad de la conclusión, sino que basta la invalidez del razonamiento.
Un razonamiento puede fallar:
a) porque se parte de afirmaciones falsas o inciertas, como si fuesen afirmaciones verdaderas y ciertas (falla en las premisas), o
b) porque el procedimiento de inferencia es incorrecto (falla en el procedimiento)[2]. Claro está que pueden ocurrir las dos clases de defectos en una misma argumentación.
Es necesario aclarar que no todos los razonamientos inválidos se llaman falacias, sino solamente aquellos que tienen cierta apariencia de razonamiento válido, y que precisamente por ello son capaces de producir engaño. Las falacias son entonces los argumentos inválidos que están revestidos de una apariencia capciosa.
Se llama refutación el razonamiento que intenta destruir la tesis del adversario, o que se propone poner al descubierto la falacia o falacias presentes en el argumento del adversario[3].
Dado que la refutación es un raciocinio, ella también puede ser un sofisma, y ello sucede cuando en realidad no afecta a la tesis que se propone destruir.
Las especies de falacias son muchísimas. Enumerar exhaustivamente todas las formas posibles sería una empresa frustrada, pues no acabaríamos nunca. Alguien ha dicho que la variedad del error humano es un “ápeiron”, es decir algo infinito[4]. En estas notas nos limitaremos a consignar un elenco de los tipos más usuales de paralogismos, aquellos que suelen cometerse con frecuencia, tanto al escribir como al hablar. Quizás esto ayude al lector a advertirlos oportunamente, identificar su especie, y refutarlos cuando se tope con ellos. De los ejemplos que exponemos, algunos se han tomado del discurso de las ciencias filosóficas, pero muchos otros provienen de otras disciplinas o de la conversación cotidiana. En algunos razonamientos inválidos las falacias son fáciles de descubrir, pero en otros el error es más sutil.
El tema que aquí nos ocupa tiene de suyo mucha importancia no solamente para la capacitación filosófica y pedagógica, sino para la formación intelectual en general. Su relevancia se acentúa en nuestros días, si se tiene en cuenta cómo la propaganda política e ideológica que se emite por los “medios de comunicación de masas” se vale de falacias de diversa clase, por las que se inculcan errores en la mente de muchísimos individuos, los cuales se repiten y reafirman luego en el seno del pueblo.
El terreno del comercio de productos y servicios también es propicio para la vida de los sofismas, sobre todo en la publicidad que se dirige al público de potenciales consumidores. La lluvia de avisos publicitarios que rodean nuestra existencia contienen una legión de falacias. Alguien ha dicho, para expresar este abuso tan corriente, que «la verdad a medias es la esencia de la publicidad»[5].
[1] «El sofisma es un argumento especioso y capcioso, un paralogismo cuyo defecto es más o menos hábilmente disimulado. El sofisma entraña la idea de cierta habilidad en ilusionar a los demás, y si no la intención formal de engañar, por lo menos una mayor preocupación de convencer que de decir la verdad» (Edmundo Goblot, Vocabulario filosófico, trad. de la 6ª ed. francesa, voz Sofisma).
«Sofisma: argumento válido en apariencia, pero que en realidad no es concluyente, y que se adelanta para engañar a los demás, o con el cual se contenta uno mismo bajo la influencia del amor propio, del interés o de la pasión» (André Lalande, Vocabulario técnico y crítico de la filosofía, El Ateneo, Bs. As., 1967, voz Sofisma).
La palabra “sofisma” deriva de “sofista”, porque los sofistas que enseñaron en la antigua Grecia en el s. V a.C. se interesaban más por persuadir que por llegar a la verdad en las discusiones. «El arte de la sofística consiste precisamente en lo aparencial y no en la sabiduría real, y el sofista es aquel que comercia con una sabiduría aparente y no real» (Platón, El sofista, cap. I).
[2] «El error procede del fondo o de la forma: del fondo, cuando se toman por verídicas y ciertas, premisas que son erróneas o dudosas; de la forma, cuando ya sea inconscientemente, ya sea conscientemente, se saca de las premisas una conclusión que no se desprende de ellas lógicamente» (Desiré Mercier, Lógica, t. II, Madrid, 1935, p. 30).
[3] Cfr. Aristóteles, Argumentos sofísticos I, 165. «Refutación: discurso o escrito que muestra la falsedad de una afirmación» (Paul Foulquie, Dicc. del lenguaje filosófico. Labor, Barcelona, 1967).
[4] Friedrich Ueberweg, System of logic, cap. Fallacies.
[5] Es una frase de Nicholas Samstag, cit. por Eric Clark, Los creadores de consumo. Sudamericana, Bs. As., 1989, p. 13.
CLASIFICACIÓN DE LOS SOFISMAS
I. SOFISMAS VERBALES
«La más natural y extendida causa (de los sofismas) es el uso torcido de las palabras. Efectivamente, como no es posible entablar una discusión trayendo las cosas mismas a ella, usamos en su lugar palabras, como en el caso de las piedras del que calcula. Pero no es igual, porque las palabras y el número de las locuciones son limitadas, mientras que las cosas son ilimitadas en número. Es, por tanto, forzoso, que una locución y que una palabra, signifiquen varias cosas». Aristóteles, Arg. Sof., I, 165 a).
«En verdad, no es la menor de las tareas del lógico indicar las trampas que pone el lenguaje en el camino del pensador». Gottlob Frege
Aristóteles, en su libro De los argumentos sofísticos[1], dividió las falacias en dos grandes grupos: las falacias “en la dicción” y las falacias “en el asunto”. Las primeras son aquellas que provienen de la ambigüedad del lenguaje[2]. Esta ambigüedad puede estar en el sentido de un término, o puede hallarse en el sentido de toda una proposición, lo cual permite distinguir dos especies de sofismas verbales o lingüísticos: de homonimia, en el primer caso, y de anfibología, en el segundo.
A) Sofismas de homonimia
1. Sofismas de equivocidad
Cuando dentro de un mismo razonamiento un término se toma una vez con un significado y otra vez con otro significado puede resultar un paralogismo. Esta especie se denomina “sofisma de equivocidad”, porque cuando se usa una palabra en dos sentidos diversos se dice que se usa “equívocamente”, de acuerdo con el lenguaje técnico de la lógica[3].
Cuando los dos significados del vocablo equívoco son totalmente distintos, es decir cuando pertenecen a esferas muy diversas de la realidad, no hay riesgo de engañarse (así por ejemplo en el uso equívoco de “lima” como fruta y “lima” como herramienta: a nadie podría engañar el argumento que dijese «Las limas son comestibles; algunas herramientas son limas; algunas herramientas son comestibles»). Pero cuando los sentidos no son totalmente distintos, hay ocasión de error. Así por ejemplo el siguiente argumento puede producir engaño:
[1] La facultad más característica del hombre es la inteligencia.
El chimpancé posee inteligencia (pues es capaz de resolver un problema práctico, por ej. se le ocurre tomar una rama caída para bajar frutos de lo alto de un árbol).
La facultad más característica del hombre la posee también el chimpancé.
El término “inteligencia” se ha tomado equívocamente, pues en la primera premisa se refiere a la capacidad de formar conceptos y de razonar (“entendimiento”), y en la segunda premisa se le hace significar la capacidad de sortear obstáculos para conseguir algo. Veamos otros ejemplos:
[2]
Los que no son libres, son incapaces de pecar.
Los esclavos no son libres.
Los esclavos son incapaces de pecar.
Puede advertirse que la palabra “libre” se ha usado equívocamente, porque en la primera premisa significa la libertad psicológica o libre albedrío, y en la segunda premisa significa la libertad física, es decir el estado de aquél que dispone plenamente de su cuerpo y de su actividad.
[3]
Los gobernantes deben ser servidores de su pueblo.
Los servidores hacen aquello que agrade a quienes sirven.
Los gobernantes deben hacer aquello que agrade al pueblo.
En la primera premisa la palabra “servidor” significa el que procura el bien o provecho de aquel a quien sirve; pero en la segunda premisa servidor significa sirviente, que es quien satisface los deseos (y aun los caprichos) de aquel a quien sirve, como los empleados domésticos sirven a sus patrones.
[4]
El fin de una cosa es su perfección.
(Así por ejemplo el fin de la semilla de palmera es la palmera adulta desarrollada).
La muerte es el fin de la vida.
La muerte es la perfección de la vida[4].
El término “fin” en la primera premisa se emplea con el significado de acabamiento o máximo desenvolvimiento de algo, o sea el punto de plenitud hacia el cual tiende el ser de la cosa en su crecimiento, como cuando se dice que el fin de una semilla es el árbol adulto correspondiente. Pero el mismo término “fin” en la segunda premisa se emplea con el significado de último acontecimiento o momento en el cual una cosa deja de existir. Ambos significados son legítimos en castellano; pero resulta ilegítimo el confundirlos en el curso del razonamiento, como sucede en el ejemplo dado.
Cuando un término se usa varias veces, pero siempre con el mismo significado, se dice que se lo ha usado unívocamente. Si se lo utiliza con significados diversos, se dice que se emplea equívocamente. Así por ejemplo la palabra “hombre” puede aparecer muchas veces en un mismo escrito, y siempre con el mismo significado; pero también es posible que se lo emplee con significados diversos, a saber: a) ser humano en general; b) varón (“hombre” como contrario de mujer); c) adulto (es decir “hombre” como contrario de “niño”); d) “hombre” usado enfáticamente, puede significar un individuo que no solamente es varón desde el punto de vista biológico, sino que además se destaca por su valor y cualidades viriles, es decir uno que posee la masculinidad en grado eminente, como cuando se dice «¡Es un hombre!». En los ejemplos que antes expusimos, se han usado equívocamente las palabras inteligencia, libre, servidor y fin.
Que una palabra sea equívoca o ambigua no es algo que ocurra raramente, pues muchísimas palabras usuales tienen más de un significado, y entonces puede suceder que se tomen equívocamente dentro de un argumento. Esto ocurre porque, como lo observaba Aristóteles, «las palabras y la muchedumbre de las expresiones de un idioma son numéricamente finitas, mientras que el número de las cosas es infinito; es por lo tanto inevitable que una única palabra o una única expresión signifiquen varias cosas»[5].
Para que el razonamiento sea correcto, los términos ambiguos deben usarse con el mismo significado en todo el argumento; porque si se toman una vez en un cierto sentido, y otra vez en un sentido diverso, resulta una falacia. Tan frecuente es el peligro de incurrir en estos sofismas de equivocidad, que el lógico Williams Jevons juzgaba que «no hay ninguna parte de la Lógica que tenga más utilidad, que la que trata de la ambigüedad de los términos»[6].
En la silogística, la falacia por homonimia o equivocidad se ha denominado también “falacia de los cuatro términos”. Como sabemos, el silogismo comprende dos premisas distintas pero que tienen un concepto común, que hace de nexo, y que es el elemento que permite obtener la conclusión, precisamente porque conecta los otros dos conceptos; como puede verse en el siguiente razonamiento correcto:
Todo hombre es falible. A es B (premisa)
Todo filósofo es hombre. B es C (premisa)
Todo filósofo es falible. A es C (conclusión)
B representa el término medio.
Ahora bien, en los sofismas por homonimia el concepto que aparece como término medio, es decir como nexo entre los otros términos, en realidad no lo es, porque en vez de ser un solo concepto hay dos conceptos distintos:
Los seres que carecen de libertad son incapaces de pecar. A es B
Los presos son seres que carecen de libertad. B’ es C
Los presos son incapaces de pecar.
No hay conclusión válida.
Aquí no tenemos un silogismo, porque en las premisas hay cuatro términos y un silogismo debe tener sólo tres términos.
En estas falacias, para poner de manifiesto la existencia de cuatro términos (quaternio terminorum), podemos reemplazar el término equívoco por sinónimos que muestren los diversos sentidos en que se ha tomado la palabra en cada proposición:
Los seres que carecen de libertad son incapaces de pecar.
Los seres que carecen de libre albedrío son incapaces de pecar
Los presos son seres que carecen de libertad.
Los presos son seres que carecen de libertad física
Los presos son incapaces de pecar
Los presos son incapaces de pecar. (!)
[1] Es un breve tratado compuesto de 34 capítulos. Fue la primera obra que se escribió sobre el tema. Hay traducción castellana de Francisco De Samaranch, Aguilar, Bs. As., 1983.
[2] «Hay dos modos de sofismas: uno que se realiza por causa del lenguaje utilizado, y otro que está desvinculado del lenguaje» (Aristóteles, Argumentos sofísticos, cap. IV, in princip.).
[3] «Equívoco: palabra, expresión o frase que puede tener varias interpretaciones» (André Lalande, op. cit.).
[4] Ejemplo que traen Morris Cohen y Ernest Nagel, Introducción a la lógica y al método científico. Amorrortu, Bs. As., 1971, t. II, p. 275.
[5] Aristóteles, op. cit. I, 165a.
[6] William Jevons, Lógica, lección IV.
2. Sofismas de distinta suposición
Dentro de los sofismas por homonimia están aquellos que provienen de la distinta “suposición” que en cada premisa tiene el término común[1]. La falla consiste en razonar como si el término mantuviese constante su suposición, cuando en realidad ella varía. Una de las maneras como puede ocurrir esto es cuando un mismo término una vez “supone” por un concepto (por el concepto mismo), y otra vez “supone” por un individuo que corresponde a ese concepto:
[5] Hombre es especie.
Juan es hombre.
Juan es especie.
El término “hombre” en la primera premisa supone por el concepto de hombre, pero en la premisa siguiente supone por un individuo real:
(El concepto de) hombre es especie.
Juan es (un) hombre (real).
Juan es especie. (!)
Podemos así advertir claramente el sofisma si sustituimos el término por aquello que es supuesto en cada caso.
Así se ponen de manifiesto los cuatro términos: donde aparecía dos veces “hombre”, vemos que en un caso se trata del concepto mismo y en otro caso se trata del individuo humano real.
Otra manera como puede darse esta falacia es cuando el término supone una vez por una cosa, y otra vez supone por sí mismo, es decir por la propia palabra:
[6] Mozart es un músico.
Músico es palabra esdrújula.
Mozart es palabra esdrújula.
Vemos que el término “músico” en una premisa supone por un individuo, pero en la otra premisa “músico” supone por el propio término. Si hacemos la sustitución pertinente, hacemos más evidente la falacia, pues exponemos los cuatro términos:
Mozart es un hombre músico.
La palabra músico es palabra esdrújula.
Mozart es palabra esdrújula. (!)
En rigor aquí tenemos un sofisma de equivocidad, porque se ha empleado un mismo término con distinto significado. En cambio, en el ejemplo anterior “hombre” tenía el mismo significado (se refería al animal racional), pero una vez suponía por el individuo real, y otra vez suponía por el concepto correspondiente.
Veamos otro ejemplo:
[7] El blanco es un color.
La nieve es blanca.
La nieve es un color.
Aquí la falacia es más difícil de descubrir. En la primera premisa “blanco” supone por una cualidad abstracta, esto es, por la blancura, mientras que en la segunda premisa supone por un objeto real, o sea por una cosa blanca. Si sustituimos el término ambiguo “blanco” por aquello que supone en cada premisa, ponemos de manifiesto el paralogismo:
La blancura es un color.
La nieve es una cosa blanca.
La nieve es un color. (!)
Otro ejemplo:
[8] El hombre es la más digna de las criaturas.
Juan Oliva es hombre.
Juan Oliva es la más digna de las criaturas.
Podemos apreciar que «hombre» en una premisa supone por la esencia y en la otra supone por un individuo real. Si hacemos la sustitución que muestra la diversa suposición del término:
La esencia del hombre es la más digna de las esencias creadas.
Juan Oliva es un individuo humano.
Juan Oliva es la más digna de las criaturas. (!)
Veamos otro caso:
[9] Los sacerdotes predican en el mundo entero.
Martín Gómez es sacerdote.
Martín Gómez predica en el mundo entero.
El término “sacerdote” tiene el mismo significado en ambas premisas, pero en la primera supone por todos los individuos sacerdotes tomados colectivamente (supositio collectiva), mientras que en la segunda premisa supone por un solo individuo. Si hacemos la sustitución pertinente, tenemos:
El conjunto de los sacerdotes predica en el mundo entero.
Martín Gómez es un sacerdote.
Martín Gómez predica en el mundo entero. (!)
Falacia de composición:
Una de las maneras del sofisma de suposición ocurre cuando una proposición que es verdadera si el predicado se refiere a los objetos de un conjunto tomado individualmente, es interpretada como si el predicado se refiriese al conjunto de objetos considerado como un todo. El razonamiento que exponemos a continuación es un ejemplo de esta falacia:
[10] Todas las moléculas del aire —es decir las moléculas de nitrógeno, de oxígeno y de otros gases— se mueven con una velocidad media de aproximadamente 500 mts./segundo.
La atmósfera terrestre está constituida por todas las moléculas del aire.
La atmósfera de la Tierra se mueve a una velocidad de unos 500 mts./segundo.
Es evidente la incorrección de este razonamiento: aunque cada molécula de oxígeno y cada molécula de nitrógeno, consideradas individualmente, se mueven a esa gran velocidad media, la atmósfera constituida por dichas moléculas, considerada como un todo, no se mueve con tal velocidad[2]. Esto se denomina “falacia de ir del sentido distributivo al sentido colectivo” (fallacia a sensu distributivo ad sensum collectivum) o falacia de composición. En la primera premisa la locución “todas las moléculas del aire” supone por cada una de las moléculas del aire, pero en la segunda premisa la misma locución supone por el conjunto de todas las moléculas.
Falacia de división:
También suele ocurrir el error inverso del que recién expusimos. Suele pasarse de una aseveración acerca de un conjunto de objetos tomados como un todo a una aseveración sobre cada uno de los objetos de ese todo. He aquí un ejemplo de tal paralogismo:
[11] La atmósfera de la Tierra es contenida por la fuerza de atracción de la Tierra (y por ello no se dispersa por el Universo, y se mantiene como envoltura de nuestro planeta).
La atmósfera de la Tierra está constituida por moléculas de oxígeno y de nitrógeno.
Todas las moléculas de oxígeno y de nitrógeno de la atmósfera de la Tierra están contenidas por la fuerza de atracción de la Tierra (o sea que no se dispersan por el Universo, sino que siempre permanecen encima de la Tierra).
La conclusión es incorrecta, porque del hecho de que la atmósfera como un todo no venza la fuerza de atracción de la Tierra, no se sigue que ninguna molécula pueda vencerla. (Como consecuencia del choque de las moléculas algunas adquieren gran velocidad y escapan hacia el espacio cósmico; ahora bien, el número de las moléculas que logran esto es insignificante en relación con el número de las moléculas de la atmósfera, por lo que ésta en su conjunto permanece)[3].
[1] La suposición es la propiedad que tienen los términos por la cual un término en la proposición ocupa el lugar de una cosa. «La significación de un término se relaciona con la forma o naturaleza que el nombre representa al espíritu. La suposición de un término se relaciona con las cosas a las cuales la inteligencia aplica ese nombre en una proposición, con determinado predicado» (Jacques Maritain, El orden de los conceptos. Club de Lectores, Bs. As., 1963, p. 78).
[2] Este ejemplo se tomó de D. Gorski y otros, Lógica. Grijalbo, México, 1959, p. 296.
[3] Este ejemplo lo tomamos de D. Gorski y otros, op. cit., p. 297.