Empieza a demostrarse empíricamente que la mayoría de los alumnos académicamente excelentes en su tiempo no eran al final los que más éxito lograban en sus vidas profesionales; una curiosa superstición identifica el éxito académico con la excelencia en todos los sentidos. Ya para no hablar de casos emblemáticos como Bill Gates y Steve Jobs, ambos sin completar sus estudios universitarios, o de Albert Einstein, que tampoco era un alumno ejemplar en sus días de cole. Por lo general, la pasión en cualquier sentido desnivela la balanza en todos los demás y quienes se consagran en cuerpo y alma a algo tienen que ir a parar al fracaso personal, como el teatro de Buero Vallejo y el de numerosos norteamericanos nos muestra. Todo esto refuerza la duda sobre la relevancia actual de los curricula. ¿En qué medida la performance escolar correlaciona con indicadores de éxito profesional? ¿Alguien ha investigado si lo que PISA evalúa es realmente útil a la sociedad? Es que si llegamos a la conclusión de que un sistema educativo no lleva a los alumnos a concluir hasta el final sus estudios y además los que los concluyen con más éxito no son necesariamente los que más éxito profesional obtienen, puede ser que el problema esté en la naturaleza del propio “sistema” y todos los parches que se pongan no solucionen nada.
Estoy harto de ver alumnos excelentes pero académicamente estériles, licenciados y doctores en filología que saben muchos idiomas y nunca han traducido un libro, compuesto un poema o aprendido de memoria ni uno; gente incapaz de salirse del sendero trillado o de improvisar, ingenieros que jamás han creado una patente, alumnos de sobresaliente que jamás han hecho una redacción con una idea original o una contribución sobresaliente al saber y especialistas incapaces de atarse los cordones de los zapatos en otra cualquier disciplina.
Nunca se bendecirá bastante el santo sentido crítico, el disfrutar de una amplísima curiosidad y de un sensible ancho de banda, la independencia que da el haber hecho y estudiado lo que viene en gana y el dedicar el mayor esfuerzo a aquello que realmente pica la curiosidad al margen de la disciplina homogeneizadora y castrante. Y, la verdad, la curiosidad se autorefuerza a sí misma, si se la compara con la de quienes han dedicado tanto esfuerzo a tantas materias simultáneamente áridas que, al final de su carrera, se han dormido plácidamente en los laureles para ya jamás despertarse. ¿Por qué? Porque les ha costado mucho y han dilapidado toda su voluntad en el trayecto en vez de concentrarla en sus fines y en lo que ellos mismos eran. Y esa es la enfermedad de la Universidad española: llena de tipos mediocres y sin ideas, pero perfectos en estudiarse la política del escalafón, el enchufe y la manera de ensuciar papeles para acumular méritos vacíos de significado, han puesto su genio en la promoción profesional mientras que en sus estudios han puesto sólo su talento, hasta que llegan al final de la escalera y le dan la patada, y se encuentran con que la cumbre es solitaria, fría, se clava en el culo y no les gusta ni saben sacarle fruto. Por eso se han promocionado a sí mismos, pero no han promocionado la ciencia para la cual han trabajado. El amor al saber excluye cualquier otro amor; quien sepa como compatibilizarlos, que lo muestre.
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