En un artículo que he copiado en mi Redvista de prensa, se habla de algo muy interesante: la modernidad como era del anonimato. Paso a resumirlo aquí. No se trata de ya de masas despersonalizadas de señoritos estúpidos fácilmente tiranizables, como las de Ortega y Gasset; el anonimato es hoy una forma de resistencia y de lucha, un arma en la sociedad de la sobreinformación. El anonimato ya no representa exclusión social, sino defensa y salvaguardia y estrategia -tanto individual como colectiva- opuesta a la inflexible lógica del control de las cámaras de vigilancia. El anonimato abre espacios de libertad no fiscalizados por el poder. Poe y Baudelaire hablaron del hombre de la calle, de William Wilson el primero, de las multitudes miserables y anónimas de los suburbios el segundo, del doble los poetas y escritores victorianos. El hombre anónimo que es cada uno de nosotros y ninguno. Hay un poder nebuloso y en la sombra constituido por sociedades anónimas, y contra él sólo podemos evadir nuestro nombre o atomizar la propia identidad. La única forma de oponerse a ese poder nebuloso es no disponer de nombre o atomizar la propia identidad. El burgués del XIX y principios del XX carecía de identidad, huye de ella, la fragmenta identificándose con la clase baja (bohemia) o con la alta (dandysmo), o se difumina en una larga sucesión metamórfica de pieles de serpiente de vanguardia. Pero en la actualidad surgen o "eclosionan" los movimientos desterritorializados y desnacionalizados, como los antiglobalización iniciados en Seattle. Movimientos de lo social -que no sociales- sin rostro y sin siglas, expresados en las movilizaciones de móvil o de internet. Nuevas formas de entender la identidad: mundos virtuales como Second Life, videojuegos, proyectos artísticos como Luther Blisset, seudónimo utilizado por varios creadores a la vez. Hubo y hay narradores que se han ocultado al público -como en el caso de B. Traven, J. D. Salinger o Thomas Pynchon y grupos musicales que guardan celosamente su anonimato, como los Residents, Bob Log III o Daft Punk.
Marc Augé (Poitiers, 1935), es autor del célebre concepto de los no-lugares, refiriéndose a grandes superficies comerciales, aeropuertos o autopistas, como los que aparecen en muchas novelas españolas contemporáneas . Este antropólogo define nuestra época por la sobremodernidad, donde no hay poder que se ejerza sin cobertura mediática, y eso es lo que expone su último libro: Casablanca (Gedisa, 2008). Los no-lugares aumentan cada vez más, "los espacios de consumo, de circulación y de comunicación y otros aspectos nuevos, como los no-lugares de la miseria, los campos de refugiados, expresión de la desigualdad". Las nuevas tecnologías también han supuesto una expansión en el fenómeno del anonimato: en los chats se adoptan distintos nombres, distintas identidades al comunicarnos con los demás frente a una publicidad siempre con el nombre bien clarito. "En la medida en que es un juego, no parece ser muy peligroso. Lo preocupante es que si necesitamos este tipo de vida alternativa quiere decir que algo no está bien en nuestra vida real. No es solamente la adicción a la tecnología, sino una pérdida de interés por todo lo que constituye nuestra vida cotidiana. La relación virtual sustituye en este caso a la relación cara a cara", afirma. "A veces, en el metro o en la calle, observamos a personas que están juntas, pero cada una está con su móvil o con su ordenador, dándose una intensidad mayor a través de esos aparatos que en su relación física. Lo cual indica que la realidad se está convirtiendo de algún modo en ficción", añade. Su último libro versa sobre el cine y sus recuerdos personales al hilo de Casablanca. "De alguna manera, también el cine sería una metáfora del anonimato, inducida por la sala a oscuras, en la que los únicos que no son anónimos son los actores".
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