martes, 8 de junio de 2010

Catalanes

Mi amigo Farona lamenta que, siendo un fan de la tolerancia (cosa que no soy ni he pretendido, aunque me sienta muy honrado de que me arrogue tan elevados principios, que desde luego hubiera querido ser tan digno como para poder asumir), acuse a Gimferrer de catalán como si fuese algo negativo, y tiene toda la razón del mundo al corregirme. Mi propia e impolítica libertad (parece un contrasentido eso de impolítica y libertad) me hace cometer esa falta o demasía como además otras muchas que no tiene la bondad de señalarme. Se trata en realidad de un exceso retórico, énfasis o desmesura, como siempre que se quiere escribir un poco no al uso etiquetando personas. Cuando puse que Gimferrer era catalán me acordaba de que empezó escribiendo en castellano para luego pasarse al catalán -y autotraducir sus textos al español-, por lo que si le llamé catalán era como renegado del español, no por otra cosa, aunque también pensaba cuando le llamé perverso o desviado en sus aficiones coprófilas, repugnantes y bien expresas en eneasílabos, algo que disgustaba incluso a su liberal amigo Octavio Paz, que para todas esas cosas siempre fue muy fino. Y es que yo soy un vulgar mestizo, ni siquiera charnego, maketo, guiri o polaco, aunque los demás tengan claro que sean catalanes, vascos y todas esas cosas que uno no sabría muy bien defnir, ni siquiera un antropólogo, sin reventar a carcajadas. La definición que más me cuadra es la anarquista de Quevedo -erran quienes le atribuyen la frase a Cánovas, porque yo he encontrado la fuente de la cita de Cánovas en Quevedo: es español el que no puede ser otra cosa. Definición anarquista que cuadra con cualquier expatriado y perro mestizo del mundo que se precie, aunque por no ser, no llego ni a eso, sino una especie de españoloide o españoloideo. Otros lo tienen más claro, como el presidente del gobierno, que se llama español no siendo otra cosa que una especie de subcontratista o negro (en sentido no despectivo) de la Unión Europea, la Razón instrumental o la metanacional (el término es de Ives Doz) bancaria, que tanto da.
Nunca tuve nada contra los catalanes; admiro su cultura y su lengua, y a autores como Cerverí de Girona, Llull, Martorell, Metge, March, Caterina Albert,Salvat-Papasseit, Villalonga, Quart, Espriu, Rodoreda, Brossa y Pedrolo, a todos los cuales he leído e incluso a muchos en su propia y bella lengua original. Es más, siento cierta debilidad por Villalonga y por Pere Quart, de la misma forma que no soporto ni a Pla, con boina y todo, ni a Verdaguer. Los catalanes, como dice el poeta, "de las piedras hacen panes", y hasta le caían mejor que los manchegos a Cervantes (Cervantes odiaba a los manchegos). Es más, mi hermano es catalán, porque nació en Barcelona, aunque de padres manchegos y de hermano andaluz. Yo no sé qué soy; sospecho que soy andaluz, porque aunque de padres manchegos he nacido en Úbeda, por donde el guerrero castellano minaya (por cierto un apelativo afectuoso vasco usado en el mismísimo Cantar de mio Çid -y cid es árabe) Álvar Fáñez, lugarteniente de Rodrigo -que es nombre germánico-, abandonó la batalla para "hacer la bestia de dos lomos", "obrar según natura" o "conocer en sentido bíblico" a una morica garrida que le enamoraba en ese lugar de Jaén, de suerte que cuando el rey le vio venir bermejo y sonrisado y le preguntó ¿dónde estábades, don Álvar? Este se disculpó diciendo: "Por esos cerros, señor". Se ve que ya entonces a los peninsulares les daba igual con quién arrejuntar sus genes, folgar o futuere. Pero volviendo a mis oscuros y dudosos orígenes, ya ni siquiera castellanos han de ser, puesto que dizque mis antepasados venían de Murcia, y, según cotorrean, de Calabria, que antes fue Magna Grecia, y uno de mis apellidos es sospechosamente judaico, y otro de ellos, materno, Amador, pero que muy gitano, tanto que hasta le atribuyo mis lunares. Por cierto que un tío mío es valenciano y otro canario y otro aragonés y otra madrileña. Tenemos genes, creo, de unos señores llamados neandertales y creo que en esto de los linajes claros y las claras patrias ni el mismo rey de España, que habla cuatro o cinco idiomas, sin ser de ninguna otra parte que de su real patrimonio, accedería a que le espulguen los cromosomas, porque es casi seguro que le sacarían los colores (por Italia anda un hombre que se dice su hijo, además); no sé si sabrás que el padre de Alfonso XII fue un ingeniero y el de Fernando VII un valenciano llamado Ruiz (aunque hay quien dice que fue un tal Mallo y quien jura que fue Godoy). Tanto da, cuanto y más que Fernando el Católico, un catalán que expulsó a los judíos, debiera expulsarse a sí mismo, ya que contaba con claros ascendientes judíos y nada católicos. En fin, pelillos a la mar. Además, si contamos con que, según las estadísticas, un seis por ciento de los españoles es, por usar una licencia, hijoputa, o por hablar con más remilgo, no es de quien dice su libro de familia -y mi propia hija, que es una fan de la genética, lo ha podido comprobar mirando el color de los ojos de los padres de sus compañeros, que a veces no se corresponde- muy bien pudiera ser que hasta los catalanes no fuesen catalanes, que tando da, habida cuenta de que un catalán tiene tantos brazos y piernas como un maragato, como un mono bonobo, o como un escritor manchego con mala leche.

1 comentario:

  1. Es para mí todo un gran honor que un caballero como usted, señor Romera, me dedique esta su palinodia tan enriquecedora, cordialmente su amigo Roberto Farona

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