Existen muchas formas de crear neologismos o novipalabras dentro de moldes, generales o no, que debían ser más usados y variados; porque la líquida lengua está capada, esterilizada por quienes quieren limitar cualquier tipo de actividad empobreciendo también el uso del lenguaje y de las palabras, dejando que la libertad se acojone y no usurpe las funciones del poder, una de las cuales no debió ser poner nombre a las cosas, como si alguien hubiera autorizado la ceca de los vocablos a una cacademia cualquiera; los países más libres no tuvieron cacademia, quitando a los moros, que tienen algo peor, un Corán en verso que esclaviza la ética al consonante más cojo -y va por lo del zancarrón de Mahoma-. Los exonarios están para eso, para llenarse de denominaciones que cuadran a lo que no tiene nombre (y mira que suena malo y sin bautizar eso de no tener nombre), que es mucho, muy diverso y hasta muy divertido. En realidad esos neologismos son negologismos, contra-dicciones que infiltran las armas pacíficas de la inteligencia, la ironía y el humor en las rutinas cuarteleras de la morfología contra el apodicticismo vulgarizador y eugenésico del poder y el adocenamiento (y adecentamiento) masivo de los medios de comunicación, propiación y aborregamiento; sus procedimientos son en realidad tipificaciones dentro de las citadas categorías generales de creación de palabras. Por ejemplo en la acronimia, en la que podemos encontrar acrónimos recursivos, decrónimos y retroacrónimos, por no hablar de los aspectos gráficos de esta rebeldía, como las faltas satíricas de ortografía, que las hay, como por ejemplo aquí. Y para los que trabajan creativamente con las palabras hay procedimientos aún poco usados como la meronimia, la holonimia, la textonimia, la eponimia, la endonimia y la exonimia.
"Exonario" es el nombre de un blog que tengo desde hace casi cinco años, y en el que me dedico a inventar palabras. Qué curioso.
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