Hace cuatro años me topé, revolviendo con otro propósito libracos de ciencia incierta en mi acostumbrado siglo XIX, con un desconocido editor manchego, residente en Ciudad Real y en Madrid, que me llamó la atención, y, como no era recordado por absolutamente ningún erudito ni coterráneo ni de fuera, fui juntando los pedazos dispersos de su memoria por aquí y por allá. Se trata de Benito Maestre Marcos (tal vez Benito Maestre de Heredia Marcos), el mayor bibliófilo que ha dado la provincia de Ciudad Real y uno de sus mejores eruditos en tal siglo junto al agustino recoleto Joaquín de la Jara. De su bibliofilia no cabe dudar, si escuchamos nada menos que al discípulo de Gallardo, don Cayetano Alberto de La Barrera y Leirado, máximo bibliógrafo de nuestro teatro clásico, cuando comenta en una carta de septiembre de 1861, refiriéndose a José Sancho Rayón, y como al paso, que “en lo respectivo al conocimiento, rebusco, avalijo y acomodo de preciosidades bibliográficas salió tan aventajado que pronto llegó a competir con el famoso don Benito Maestre y a merecer el dictado de el Culebro”, véase José Lara Garrido, “Riesgo y ventura de un gran bibliógrafo, estudioso del Siglo de Oro. Nuevo perfil de C. A. De la Barrera”, en Lectura y Signo I, (2006), p. 279. El mismo Gallardo llamaba a don Benito, no poco operísticamente, “urraca ladrona” por su poca ética a la hora de agenciarse libros y manuscritos.
Pero don Benito es también notable por una descendencia eminente, su hijo el geólogo Amalio Maestre Ibáñez (1812-1872), del que hablaré más tarde. En cuanto a Ramón Maestre, quizá hermano de Benito, fue secretario de la Diputación de Ciudad Real en 1838, diputado entre 1839 y 1840, alcalde en 1843 y 1850 y miembro del Consejo Provincial en 1845, según Ángel Ramón del Valle Calzado, La desamortización eclesiástica en la provincia de Ciudad Real, 1836-1854, p. 235. Otros Maestre, José Domingo y José Félix, eran ganaderos y hacendados naturales de Argamasilla de Calatrava, aunque residentes en Puertollano.
Benito Maestre fue, además de terrateniente, un contador de valores y oficial de primera categoría en la Administración de Rentas de Ciudad Real entre 1808 y 1838. En este último año se jubiló, por lo que con ese cargo, en que le tocó la Desamortización de Mendizábal, probablemente se quedó con bastante bien forrados bolsillos. Conoció así, antes de que muriera en 1818, al ilustrado catalán y pintor aficionado José Boada, quien desempeñaba el mismo oficio en Ciudad Real y era amigo del enigmático poeta neoclásico establecido en La Mancha “Lidoro de Sirene”, un escritor eminente de quien ya hablaré algún día cuando tenga más claro quién se oculta bajo ese pseudónimo. Benito Maestre estuvo casado con una tal María Manuela Ibáñez hasta que la dejó viuda en 1847, según el Índice de expedientes de funcionarios publicos. Viudedad y orfandad, escrito por Antonio Matilla Tascon, p. 316. Propietario como ya he dicho, de algunas tierras manchegas, tuvo la singular idea de gastar su dinero coleccionando arte, antigüedades y ediciones de obras narrativas del Siglo de Oro, para lo que se valió, según se comentaba en la época, de métodos unas veces legales y otros ilegales, incluso la sustracción. Como bibliófilo se permitió el pequeño capricho de elaborar y costear una lujosa edición de todos los Lazarillos (el original, atribuido por entonces a Diego Hurtado de Mendoza, hoy ya con bastante fundamento, y los más importante, sus continuaciones, una de ellas la muy anticlerical, incluso entonces, del protestante toledano huido a Francia Juan de Luna) bajo el título de La Vida de Lazarillo de Tormes, y sus fortunas y adversidades. Por D. Diego Hurtado de Mendoza. Nueva edicion de lujo, aumentada con dos segundas partes anónimas [la última "sacada de las crónicas antiguas de Toledo, por H. de Luna"], con grabados por artistas españoles Madrid, imprentas de Pedro Omar (id est, Mora) y Soler y Vicente Castelló, 1844, con segunda edición en 1845. La edición añade un escueto prólogo firmado por el editor, “Noticias historicas de D. Diego Hurtado de Mendoza”. En total es un volumen de 382 páginas, raro, que se vende en librerías de viejo por centenar y medio de euros y que, como es natural, no tengo, porque la bibliofilia es afición cara y mi colección solo se nutre de rarezas económicas; de ahí que no haya podido entretenerme en determinar más detalles de la obra. Fuera de este esfuerzo editor por rescatar las olvidadas continuaciones del Lazarillo, también colaboró en la edición ilustrada y anotada que el fecundo erudito Basilio Sebastián Castellanos de Losada hizo de las Obras de Quevedo en 1845, cediéndole alguna copia de sus manuscritos, a juicio de don Aureliano Fernández-Guerra, “estragada y malísima”. Cierto que, por lo que he podido ver, don Benito era mejor coleccionista que erudito, y como tal algo descuidado.
Pero es preciso referir que lo más importante que dejó don Benito, aparte de esta primorosa edición ilustrada, que declara su amor por La Mancha, fue su portentosa colección de novelas del Siglo de Oro, donada a la Biblioteca Nacional de Madrid por su viuda, donde pudo aprovecharla unos sesenta años más tarde su director don Marcelino Menéndez y Pelayo para elaborar su monumental estudio Orígenes de la novela, escrito entre 1905 y 1915 e impreso en Santander: CSIC, 1943, en cuatro volúmenes; incluso es posible que el editor Ribadeneyra la utilizara para los volúmenes de novelistas de la BAE, Biblioteca de Autores Españoles, impresa en esos años. Por demás, incluso es posible que la utilizara otro editor, el propio hijo ilegítimo del abate Sebastián de Miñano, Eugenio de Ochoa, instalado en París esos años como editor, quien facturó, curiosamente sin año, tres volúmenes de novelistas áureos quizá copiados al benemérito Ribadeneyra. Ya veremos que Benito Maestre se carteó de hecho con Miñano por otra cuestión.
Por lo que toca al destino de algunas de las piezas anticuarias que formaban su colección, hay que mirar a la descendencia de nuestro ilustre manchego. En una relación de minerales que hace el geólogo Felipe Naranjo y Garza en 1854, reseña un donativo arqueológico muy exótico y peculiar: un librito tallado en roca asfáltica y por tanto de color gris claro, en cuya portada se encuentra, en árabe maronita, el texto de un padrenuestro. La pieza procede nada menos que del Mar Muerto y fue donada a la Escuela de Minas, trasladada de Almadén a Madrid en el siglo XIX, por el profesor, ingeniero y geólogo Amalio Maestre (1812-1872), del que se sospechan también otras donaciones, como un Buda de esteatita procedente de China. Como es natural, desconozco la antigüedad de estas donaciones, probablemente fruto del saneado y bien nutrido bolsillo desamortizador de su unguilargo padre, coleccionista fanático de antiguallas. Al menos el librito puede contemplarse en el Museo Histórico Minero Don Felipe de Borbón y Grecia de Madrid, pero el Buda no lo he visto. Averígüelo Vargas. El caso es que, según saqué de una nota del pobrecillo Eduardo de Lustonó a su La capa del estudiante: cuentos y artículos de costumbres, 1880, personaje este asiduo de la tertulia de los hermanos Bécquer y poetas cómicos en el café Suizo, Amalio Maestre también fue un destacado bibliófilo, propietario entre otras cosas de un raro manuscrito titulado Escudo de calvos que es sin duda la obra tardobarroca y semianónima de 1708, Escudo de calvos: formado en un diálogo que componen los licenciados Galfrido Cabello y Blas Raído. Como científico y mineralogista se le debe, según Florentino Azpeitia, el descubrimiento de la teruelita, y compuso e imprimió una Descripción física y geológica de la provincia de Santander (Madrid: Gamayo, 1864), Descripción geológica industrial..., Madrid, 1855, Determinación de las especies minerales..., Madrid: Segundo Martínez, 1871 y una Memoria de las aguas minerales de la provincia de Madrid, Madrid: Impr. Nación, 1961, además de haber colaborado en diversas publicaciones mineralógicas; hay un hermoso retrato suyo al óleo. Quien se interese por este autor puede averiguar más cosas si mira la biografía de Juan Manuel López de Azcona “Mineros destacados del siglo XIX: Amalio Maestre e Ibáñez (1812-1872)”, en Boletín Geológico y Minero, 97, núm. 6, 1986, 122-126. A nosotros nos puede interesar particularmente sus “Observaciones sobre los terrenos volcánicos de la provincia de Ciudad Real” (1844). No estará de más decir que un sobrino suyo, Amalio Gil y Maestre, fue no solo profesor, sino director de la Escuela de Minas e hizo a esta, el 30 de septiembre, de 1897 una donación de más de 600 ejemplares de minerales y rocas que se conservan todavía en su mayor parte. Pero dejemos esta rama tardía y volvamos a Benito y Amalio.
A través del portal de archivos españoles PARES accedo a una carta manuscrita de Amalio a su padre remitida desde Linares a Ciudad Real donde le da cuenta de sus excavaciones en la antigua ciudad minera romana de Cástulo, en Jaén; está datada el 8 de enero de 1833 e incluye mucha información no solo minera, sino arqueológica que podía satisfacer a su anticuario padre: copia inscripciones y dibuja ruinas, entre ellas un idolo de metal que encontró “uno de aquí”, varios restos de mármol y una cabeza de arenisca. A través de otro documento, una carta desde Madrid, en 1839 de Benito a un tal Celedonio López, me entero de que colaboró con el abate Sebastián de Miñano, quien le pidió datos sobre Ciudad Real y sus pueblos para su Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, y no quedó muy contento que digamos, porque no le devolvió el manuscrito o se lo perdió. Esta es la transcripción, en la que desarrollo las abreviaturas y modernizo ortografía y puntuación:
Muy señor mío: recibo su atenta carta, que me renueva la memoria de mi disgusto, que ahora me es muy sensible, pues, habiéndome pedido mi amigo el señor don Sebastián Miñano, cuando estaba escribiendo su Diccionario y cuando ya se hallaba en la dicha Ciudad [Real], algunas noticias acerca de esa ciudad y pueblos anejos, le entregué los borradores originales que yo tenía recogidos a fuerza de tiempo y trabajo y en los que se hallaban apuntes sinceramente curiosos, refiriéndose en ellos los acontecimientos más memorables ocurridos desde su fundación hasta fines del siglo XVII. Los nombres, que, por premura del tiempo, no tuve tiempo de conocerlos, que no dudé entregarle, por el deseo de proporcionarle el mayor honor posible a esa mi adoptiva patria, pero con tal desgracia que, no habiendo dicho señor puesto sino una muy diminuta parte, los extravió, en términos de no haberlos podido jamás encontrar, y de aquí el que me quedase a obscuras y, con todo, algunas veces reminiscencias de alguna que otra noticia histórica, como son la batalla tenida y ganada en el sitio por los vecinos de Ciudad Real contra los caballeros de Calatrava [se refiere a la batalla de Malas Tardes contra Miguelturra], la manga de aire que entró por la puerta de la Mata y derribó todas las chimeneas llevándose algún tejado y balcones, llegando hasta la parroquia de San Pedro, y otros sucesos muy interesantes que contaba en mi manuscrito de últimos del diez y seis a primeros del diez y siete, y que también desapareció con los otros. Únicamente conservo unos ligeros apuntes sobre la ciudad de Alarcos, los que buscaré y remitiré a usted, así como incluyo una pequeña noticia biográfica de algunos escritores naturales de esa ciudad, que creo no pasan de ocho, pues es nuestra provincia tan escasa de hombres célebres en todos conceptos que, aunque se eche deshojar despeñuelo obras de biografía, historias generales y particulares, de pueblos y de religiones, [los] cronicones de Rades… nada he podido encontrar que merezca la pena más que el célebre Bernardo de Balbuena, obispo de Puerto Rico, autor de tres obras poéticas…
De otra pieza de la colección Maestre tenemos más datos gracias al gran bibliófilo y luego director de la Biblioteca Nacional Agustín Durán, un erudito formado a la vera de Bartolomé José Gallardo, otro erudito que, conocedor de las largas uñas depredadoras de Benito Maestre, lo llamaba Gazza ladra, “Urraca ladrona”, como la ópera de Rossini, en su folleto Zapatazo a zapatilla.... (véase Antonio Cánovas del Castillo, “Cuatro palabras…”, en La Ilustración, núm. 24, 14-VI-1851, p. 185 y 6) y Durán era amigo de Benito Maestre y como él donó sus libros a la Biblioteca Nacional y nos ha dejado una Arqueología: descripción y examen de un cuadro antiguo de medio relieve y en mosaico, que posee D. Benito Maestre, vecino de Madrid, Madrid, sin año. Creo debe ser una ampliación de su artículo “Arqueología” en el Semanario Pintoresco Español, 26-III-1843, p. 97-100, que he podido leer. Para Agustín Durán representa a Hércules sentado y desnudo ante una de las Hespérides en primer plano, y hay un árbol con una serpiente enrollada en segundo lugar; el cuadro, sobre mármol negro, es polícromo y las teselas son de mármol y pórfido verdoso; un cuadro muy elegante, que fue examinado además, según dice, por el profesor del Museo Nacional Donato García. Para completar el esbozo biográfico de don Benito Maestre tengo que mencionar que, durante la Guerra de la Independencia, debió de encontrarse refugiado en Cádiz con otros funcionarios manchegos, como Félix Mejía, o destinados en La Mancha, como Juan Bautista de Erro, porque publicó con su nombre un artículo en el Diario Mercantil de Cádiz, el 10 de julio de 1813, según informa el puntilloso Diccionario Biográfico de España (1808-1833) de Alberto Gil Novales.
En cuanto a la biblioteca de Mestre en Madrid, poco es posible reconstruir por el momento; fue su viuda quien ofreció a la BN la colección de novelistas antiguos españoles, pero es de suponer que sus hijos y ella misma se quedarían con algunos libros. He mencionado un manuscrito de 1708, pero también he podido averiguar que un filólogo y medievalista francés, el profesor Francisque (sic) o François Michel (1809-1887), copió de Benito Maestre un manuscrito de proverbios vascos (con toda seguridad, los Refranes en Bascuence compuestos por Esteban de Garibay y Zamalloa) y además vio en su colección un libro en octavo muy raro del cura Tomás de Sorreguieta, titulado Triunfo de la semana hispano-bascongada y del bascuence, contra varios censores enmascarados. En tres cartas dirigidas à los literatos españoles… Madrid: Ibarra, 1805. Lo cuenta en la introducción que puso a su edición bilingüe de Arnauld Oihenart, Proverbes basques recueillis par… suivis des poésies basques du même auteur, Bordeaux, Prosper Faye, 1847, 2.ª ed., p. lxxv, nota. Por último, poseyó también un manuscrito valioso de 1791, el Proyecto de Historia Natural y Civil de Cataluña del cosmógrafo y matemático jesuita Ignacio Campserver (1722-1798) y un voluminoso tocho manuscrito de 347 páginas en cuarto, Historia de los hechos de los caballeros de Jerez de la Frontera desde los tiempos de la conquista de dicha ciudad hasta los del rey don Fernando y doña Isabel, con noticia de lo que escribió el arcipreste Diego Gómez Salido: Origen y descendencia de la ilustre casa de Villavicencio y copia de algunos privilegios de la ciudad, ordenado todo por Juan Román, escribano del cabildo. Todos estos manuscritos los vio y describió en su librería el bibliógrafo Tomás Muñoz y Romero, como consta en su Diccionario bibliográfico-histórico de los antiguos reinos, provincias, ciudades, villas, iglesias y santuarios de España (Madrid: M.Rivadeneyra, 1858)
En cuanto a los trabajos eruditos de Benito Maestre, algunos fueron publicados en El Siglo Pintoresco… periódico de Madrid, en concreto uno pionero sobre la biografía del áureo humanista manchego (de Villanueva de los Infantes) Bartolomé Ximénez Patón (1845, t. 1, pp. 169-173) y otros en el Semanario Pintoresco, núm. 20 (1847) sobre el cronista Lope García de Salazar y unos “Estudios históricos. Apuntes para la historia de la ciudad de Salamanca” de escasa importancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario