Las políticas fiscales de Ronald Reagan en los años 80 del siglo pasado merecieron el término de Voodoo Economics (Economía Vudú). Sostenían los economistas reaganianos algo que parecía milagroso: que las bajadas de impuestos aumentarían la recaudación fiscal, es decir que se podía conseguir tener muchos ingresos fiscales con bajos impuestos. Este milagro se produciría gracias al aumento de la actividad económica derivada de la bajada de impuestos. ¿Quién se iba a oponer a algo tan maravilloso? Desgraciada (o, inevitablemente dirían algunos) las políticas de Reagan condujeron a los déficits fiscales más altos que ha conocido Estados Unidos.
Viendo los resultados de la encuesta de Metroscopia que ha publicado el Diario ELPAIS este Domingo, uno estaría tentado de asignar a PODEMOS el calificativo de Voodoo Politics (Política Vudú).
Cierto que PODEMOS suele ser acusado de prometer cosas imposibles, pero no sería este el sentido en el que PODEMOS merecería el calificativo. Al fin y al cabo, da la impresión de que las promesas de PODEMOS respecto a la gestión de la economía no importan mucho a los potenciales votantes de PODEMOS.
Como tampoco parece que importen, al menos hasta ahora, a los propios líderes de PODEMOS: como el propio Pablo Iglesias reconoció en su entrevista con Jordi Évole en la Sexta, el programa de las elecciones europeas se hizo de forma algo apresurada y sin tener mucho en cuenta el coste y factibilidad de lo prometido. Y aunque PODEMOS haya anunciado que ha puesto su programa en manos de un grupo de economistas afines para que lo filtren, el despegue en los sondeos se ha producido antes de que esas propuestas se materialicen, por lo que debemos deducir que ese no es el factor relevante en las encuestas.
Por tanto, aunque a juicio de muchos las propuestas económicas de PODEMOS (renta mínima universal, reducción de la jornada laboral, reducción de la edad de jubilación y aumento de pensiones) representen una especie de voodoo economics de izquierdas, las razones del despegue demoscópico están en otro sitio (al fin y al cabo, si lo crucial fuera hacer propuestas económicas de corte izquierdista como medio de atajar las desigualdades e injusticias derivadas de la crisis, el beneficiario debería ser Izquierda Unida).
Las razones del auge de PODEMOS hay que buscarlas más bien en lo que el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca ha descrito como la “impotencia democrática”. Sostiene Sánchez-Cuenca en la página 26 de este muy pesimista texto sobre las consecuencias de la crisis sobre la democracia que las democracias actuales están evolucionando hacia “un régimen liberal y tecnocrático con formas residuales de democracia”, es decir, hacia un tipo de democracia en la que las limitaciones fiscales y monetarias derivadas de la pérdida de soberanía ante los mercados internacionales u otros entes supranacionales (como la UE) significan que la ciudadanía ya no puede cambiar de políticas, sino sólo de políticos. En lugar de “elegir entre alternativas políticas e ideológicas”, dice, los ciudadanos se limitarían a “controlar la honestidad y la capacidad de los gestores públicos”. Es decir, aunque el voto no sirviera para atenuar las desigualdades económicas, sí que serviría para castigar a los políticos corruptos y restaurar la igualdad política. ¿Un consuelo?
Ahí es donde encaja PODEMOS, en la extensión del convencimiento entre una parte importante de la ciudadanía de que, como señalan los líderes de PODEMOS, en estos momentos las diferencias entre izquierda y derecha no son tan significativas como la tarea de limpieza de la política (describo sin refrendar pues el debate sobre la relevancia de la dimensión izquierda-derecha es demasiado extenso, y relevante, para introducirlo aquí).
Desde ese punto de vista, el voto a PODEMOS es un voto vudú. Hasta ahora, los ciudadanos votaban y no pasaba nada, su voto no tenía consecuencia alguna: ni servía para cambiar las políticas, ni servía para cambiar a los políticos puesto que nadie dimitía o el que dimitía era sustituido por otro parecido. Pero ahora, simplemente manifestando su intención de votar a PODEMOS muchos ciudadanos se han encontrado por primera vez empoderados, y de qué manera: con el mismo voto se vota contra los partidos políticos, contra el bipartidismo, contra las injusticias, contra la corrupción, contra Angela Merkel, contra los mercados. Es un voto (o intención de voto) realmente maximizador en relación a cualquiera de las otras alternativas.
Así que, hartos de que no se les escuche, hartos del espectáculo de corrupción, hartos de la falta de respuesta y de la degradación institucional, un grupo importante de ciudadanos (casi un tercio del electorado) habría descubierto en PODEMOS una estrategia óptima para controlar a sus políticos: anunciar su intención de voto a un partido que claramente amenaza con dinamitar el sistema bipartidista.
Ahora le toca mover ficha a los dos grandes partidos. Ante sí tienen dos estrategias: una, creerse que la intención de voto se traduciría en votos el día de las elecciones y por tanto reaccionar ante lo que sin duda es una amenaza existencial con profundas reformas; dos, pensar que los ciudadanos van de farol y que en el fondo tienen el mismo miedo que ellos a PODEMOS por lo que con algunas reformas cosméticas será suficiente para aplacar su ira.
La primera opción supone que los partidos políticos se dinamiten a sí mismos, la segunda que transfieran el botón nuclear a la ciudadanía y esperen a ver qué pasa. ¿Qué harán? Paradójicamente, pienso que es más posible la segunda opción: la primera supone una muerte segura, la segunda una muerte probable. La esencia del vudú es quién tiene el poder sobre quién y cómo lo quiere ejercer. ¿Quién lo tiene aquí y qué quiere hacer con él?
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