Antonio Fernández Reymonde, "Democracia infeliz", en Miciudadreal, 15 noviembre, 2016:
No recuerdo que jamás se hayan reunido con tanta urgencia los ministros de asuntos exteriores de la Unión Europea para debatir su futuro, a raíz de la elección de un presidente en EEUU, como ha sucedido ahora con Donald Trump. Así pues, la alerta internacional no es ficticia.
La ciudadanía europea puede afirmar – muy socráticamente – que solo sabe que no sabe nada, porque en la habitual ceremonia de la confusión, no hay certeza de que las informaciones que nos llegan sean ciertas o completas, sencillas o complejas. No es lo mismo verosímil que verídico; y así, con relatos tejidos con medias verdades, “políticamente correctos”, estamos a merced del poder… aunque aquí sí que creo que habría que decir con propiedad “los poderes”, los ejecutivos, legislativos y fácticos de toda especie. Por ejemplo, a pesar de presumir de tener unas instituciones europeas respetuosas con sus ciudadanos – y dejémoslo ahí, no es necesario ahondar en la herida – apenas sabemos nada del TTIP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones) porque los eurodiputados tenían absolutamente prohibido revelar ningún aspecto de las negociaciones secretas. Bien, pues estos mismos poderes europeos están preocupados por las decisiones que vaya a tomar Trump cuando sea presidente, y que se vislumbran en las personas que ya se anuncian para ocupar puestos clave en su organigrama.
Desde el día 9 de noviembre, las noticias y opiniones sobre la victoria de Trump son incesantes, apabullantes. Expertos, entendidos y sabiondos opinan sin empacho. Lo que más me sorprende de todo, es ese tipo de opinión simplona y reduccionista, que en pocas palabras explica la tendencia de miles y millones de personas, como si fuesen bloques monolíticos, como si “la clase media”, o “la clase baja”, o los “hispanos” (… ah, perdón, quería decir “latinos” – así que incluiremos en este grupo a los italianos y franceses, supongo), o “las mujeres”, etc. Si esa va a ser la óptica del análisis, no nos lamentemos luego del fracaso de las encuestas, ni de que nos vuelvan a tomar por memos.
Poca gente se había tomado en serio las posibilidades de victoria de Trump, simple y llanamente porque generalmente somos más felices confundiendo deseo con realidad. Trump barrió a sus oponentes en las primarias del Partido Republicano, mientras que Clinton probablemente haya sido la peor candidata de los demócratas en las últimas décadas, además de representar infaustamente los valores del “establishment”. No solo Trump: para la opinión pública norteamericana, la hoja de servicios de Hillary Clinton, sus actos y opiniones del pasado, no la dejan en demasiado buen lugar. Sepan, por ejemplo, que el muro fronterizo entre EEUU y Méjico que quiere hacer Trump, ya tiene un tramo de unos 563 km (casi la 5ª parte del total de los 3.000 km de frontera) construido desde 1994, bajo el mandato de Clinton, de Bill Clinton. Por si esto fuera poco, las encuestas daban una intención de voto muy similar – con un margen de error que hacia factible la victoria de Trump – y el sistema electoral en EEUU, para ser la mejor democracia del mundo, dista mucho de ser ejemplar.
De lo que sí estoy convencido profundamente, es de que – como tras la crisis económica de 1927 – todo el problema, todo el desencanto, procede de la crisis económica, generada en este caso por el neoliberalismo, la falta de regulación y el nuevo orden mundial, que ha convertido a China en la mayor potencia capitalista del mundo, que ha convertido a una Rusia excomunista en una potencia no solo militar, donde hay una serie de países emergentes como India o Brasil con una economía pujante, donde la tolerancia con el flujo de capitales a paraísos fiscales es total (a pesar del daño que provoca en las economías locales). La riqueza se ha repartido, y Europa (o sea, Reino Unido y la Unión Europea, la libra y el euro) ya no es el centro del mundo como en el siglo XX. Y está claro que la economía de EEUU también se resiente. Tras la II Guerra Mundial, la unidad económica dejó de ser el oro, para pasar a medirse en dólares. Ahora, tras la elección de Trump, el oro se ha revalorizado con respecto al dólar.
Y me pregunto:
¿Por qué no se arregló el mundo en 2008, cuando se produjo el crack financiero que supuso la caída de Lehman Brothers? La respuesta es obvia: porque quienes tenían los medios para hacerlo, no ganaban nada con ello.
¿Quiénes pagan las consecuencias de este desaguisado? Aunque también parezca una obviedad, todo el mundo, salvo los que han sacado tal beneficio que ha supuesto queel índice de la brecha entre pobres y ricos haya aumentado considerablemente
¿A quién hay que responsabilizar? Los poderes fácticos están fuera de los focos, y no es fácil culparles porque hay que ser un experto para opinar de economía con propiedad y detalle; así pues, responsabilicemos a los poderes visibles, a los poderes políticos que representan el “establishment”, al bipartidismo
¿Y cómo hacer visible el problema? Con la amenaza de los distintos, los migrantes que vienen en oleadas en busca de trabajo y un porvenir digno, con la misma facilidad que se desplazan por el mundo los vehículos y los capitales. Y también con la amenazadel terrorismo, palabra simple que encierra una realidad compleja que excluye todo tipo de análisis sobre causas, financiación del petrodólar, marginación social de ciudadanos europeos (2ª o 3ª generación de inmigrantes de las colonias), etc.
¿Y cómo hacer reaccionar a la gente? Incentivando el miedo: a la caída del poder adquisitivo, a la inseguridad en el trabajo, al empeoramiento de unas condiciones laborales ya precarias, a un futuro incierto para los jóvenes, a la pérdida de identidad cultural, a los fantasmas del pasado, a los fantasmas de otras latitudes… y sobre todo, al “establishment”, ese Estado endeble que ya no nos protege porque la Unión Europea se ha convertido en una Unión monetaria (ni económica ni política), donde no se garantizan los derechos ciudadanos y donde cada país pugna por no hundirse,a costa de hundir a los vecinos – especialmente a los de otras razas, a los “PIGS latinos” (portugueses, italianos, griegos, españoles).
Y por último ¿Cómo se manifiesta esta reacción? Aliándose con aquellos que consiguen mayor credibilidad denunciando con más ahínco a los culpables de la crisis, con frases simples, de fácil alcance, con promesas esperanzadoras de renovación contundente… los populistas.
En 2008, en España no tuvimos populistas emergentes, pero fueron los “populares” quienes sacaron tajada de aquella frase célebre: “la culpa es de Zapatero”. En 2011 el PP promete un cambio a mejor, basado en una supuesta solvencia en la gestión económica. Pero la primera legislatura de Rajoy será recordada para siempre por sus recortes de todo tipo, por habernos sacado de la crisis de las cifras (al 21% del IVA en los chuches), y aumentar la brecha entre pobres y ricos, dejando la crisis social en estado crónico y agónico, y la hucha de las pensiones temblando. Rubalcaba – ausente, acrítico y condescendiente – llevó a mucha gente a perder definitivamente la confianza en el PSOE, llevándolo a una crisis que está por resolver. En 2014, la emergencia de Podemos en las elecciones europeas (favorecida por el nivel de abstención y el sistema de reparto de escaños a nivel nacional) fue otra “sorpresa”; y desde entonces, gracias a su presencia insistente en los medios, para bien o para mal (lo importante es aparecer) se presentó como una nueva alternativade izquierdas. La nueva política, decían. Pero las relaciones de Pablo Iglesias, Errejón o Monedero con Venezuela, por anecdóticas que fueran, bastaron para identificar amillones de seguidores con el “populismo” de Chaves/Maduro, de un modo paradójicamente populista. La amenaza se cauterizó contundentemente en la campaña de mayo de 2016: contra los venezolanos, “todos a una, Fuenteovejuna”; y Rajoy repite gobierno (a pesar de la corrupción – cosa inimaginable en cualquier otro país europeo con solera democrática). La segunda legislatura ha comenzado como la anterior, con la imposición de unos 5.000.000.000 € en recortes, debido a la propia gestión económica de la anterior legislatura del PP. Pero no voy a hacer más interpretaciones sobre el populismo en España, ya me he manifestado en otra ocasión.
Ante el fracaso de los regímenes totalitarios (desde Chile hasta la URSS) siempre se ha impuesto la idea de que la democracia es el mejor de los sistemas posibles. La palabra democracia tiene un aroma embaucador, pacífico, tranquilizador: el poder emana de los votos de los ciudadanos y sostiene el orden económico. El pleno convencimiento del valor regenerador del sistema democrático, debería hacer que los líderes de estos países presionaran a los países más autoritarios, como se hizo en su día con Sudáfrica. Pero es evidente que se trata de una posición puramente retórica: a estas alturas, no hay líder en Europa que le enmiende la plana a China o a Arabia Saudí. También se supone que hay sistemas democráticos en países como Marruecos o Turquía (con un Erdogán que se ha comportado como un déspota agresivo): Da igual la calidad o el respeto a los derechos humanos, que mientras haya elecciones periódicamente, un país será reconocido y respetado en su condición de país democrático. Yo entiendo que aquí radica el verdadero problema, en llamar democracia a un sistema que desincentiva la participación ciudadanay el control efectivo del poder y del gobierno. Así pues, los ciudadanos delegan en los políticos, pero no se puede uno fiar de los políticos, son todos unos corruptos y unos mentirosos. Pero mira por dónde, tampoco te puedes fiar de pedir la opinión del pueblo, porque caen sistemáticamente en las redes del populismo. Conclusión lógica (atención al paso siguiente): sin políticos ni pueblo, lo mejor es la democracia orgánica, de la que además ya tuvimos una larga experiencia en este país. Probablemente no veamos uniformes, como en los años 30, pero viendo cómo se las gasta “Amanecer Dorado” en Grecia, no puede decirse que esta situación no vuelva a reproducirse si los poderes fácticos (que siempre fueron aliados del totalitarismo) se sienten amenazados.
Ahora, lo que más me preocupa, es el comportamiento y la responsabilidad de los medios en este asunto, porque son ellos los que crean los estados de opinión en las poblaciones de todo el mundo. El cuarto poder, que también es un poder incontrolable. La consecuencia de la abundante presencia del discurso y la singularidad del personaje de Trump en toda clase de “shows”, ha sido darle un valor cotidiano, verosímil y de normalidad. Los medios de comunicación (en especial las televisiones) siempre han exprimido los asuntos morbosos de cualquier tipo como una fuente de ingresos, hasta agotarse. Ahora toca hablar de la amenaza de Le Pen, y esperar acontecimientos.
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