Hasta hace poco no se sabía nada sobre el matemático, periodista y revolucionario liberal José Núñez de Arenas, ni siquiera que era de Ciudad Real. Pero el economista de la Universidad de Málaga Luis Robles Teigeiro me ha comunicado una interesante investigación sobre esta aventurera figura de nuestra historia cultural que prolonga y complementa mis trabajos sobre sus parientes Manuel Núñez de Arenas y Fernando Camborda y sus amigos Pedro Estala y Félix Mejía, todos ellos coterráneos suyos. No poca satisfacción me ha cabido al constatar, por enésima vez, que estos personajes manchegos siguen interesando más a gente de fuera de La Mancha y del extranjero que a sus propios connaturales.
La investigación de Robles Teigeiro es muy rigurosa y documentada; se trata de una contribución de primer orden. Confirma, como ya apuntaba yo, la existencia de un importante núcleo ilustrado de escritores y pensadores de sesgo godoyista en la provincia de Ciudad Real, con raíces especialmente en la capital y en Daimiel, que irá evolucionando hacia el liberalismo.
A este grupo pertenecían el párroco de Santiago Sebastián de Almenara, quien escribía poesía y crítica literaria neoclásicas en el Semanario de Salamanca y en el Diario de Madrid bajo el sobrenombre de "Lidoro de Sirene"; el helenista y editor daimieleño Pedro Estala, un escolapio amigo de Godoy y cabeza visible de la academia matritense Pastores del Manzanares, que escribió también crítica literaria en la prensa madrileña bajo el sobrenombre de "El censor mensual"; su compañero de orden, el astrónomo y matemático ciudarrealeño Salvador Jiménez Coronado, fundador del observatorio astronómico de Madrid que se instaló en la cumbre de la Cuesta de Moyano auspiciado por Godoy y que, diputado en las Cortes de Cádiz, fue además inventor de la telegrafía óptica y traductor de Euler; el abogado, periodista y poeta satírico afrancesado y masón Fernando Leandro Camborda y Núñez, más conocido en Madrid que aquí; su tío, el naturalista ilustrado Manuel Núñez de Arenas, asiduo colaborador científico del Memorial Literario de Madrid y autor de interesantes artículos sobre vulcanismo, electricidad, enología, geología y meteorología; el abogado y revolucionario liberal Félix Mejía, de descomunal obra periodística en España y América, autor de la primera novela histórica publicada en español en el Nuevo Mundo, el Jicoténcal (Filadelfia, 1826), así como de obras biográficas esenciales sobre Fernando VII y los liberales y una interesantísima obra teatral y poética; y este citado militar, matemático, periodista y revolucionario liberal, pariente de Manuel Núñez y de Fernando Camborda, José Núñez de Arenas y Palacios (3 de julio de 1784, Ciudad Real - 1861, Murcia).
José Núñez de Arenas y Palacios tuvo una muy vistosa familia lateral descendiente de uno de sus hermanos, también ciudarrealeño, don Leoncio Núñez de Arenas. En efecto, uno de sus dos hijos fue el famoso periodista, gramático, académico de la RAE y catedrático de literatura de la Universidad Central Isaac Núñez de Arenas y de él desciende el historiador de la emigración liberal en Francia y del movimiento obrero español Manuel Núñez de Arenas. Este último era, además, biznieto de Espronceda y, por cierto, poseía el único retrato al óleo de su antepasado ciudadrealeño José Núñez, según César González-Ruano ("La obra de un erudito español en Francia", Heraldo de Madrid, 24-IV-1928); sabe Dios dónde andará ahora. En cuanto a su relevancia para nuestra historia cultural bastará solo decir que Manuel Núñez es autor de unas Notas sobre el movimiento obrero español (1916) que Tuñón de Lara amplió hasta darles el título de Historia del movimiento obrero español (1979). Otro hijo asimismo de don Leoncio fue Bernardino Núñez de Arenas, quien fue (junto a los poetas Ros de Olano, Ventura de la Vega y Espronceda) uno de los fundadores del periódico El Siglo en 1834, puntal del Romanticismo... antes de transformarse, merced a la desamortización de Mendizábal, en un rico financiero y prestamista con intereses, al igual que la reina Isabel II, en la trata de esclavos; más adelante lo veremos.
A su tío, el matemático ciudadrealeño José Núñez de Arenas, debemos la idea de fundar, junto el famoso botánico Mariano Lagasca y el escritor Pablo Mendíbil, el Ateneo Español de Londres en 1828 durante su exilio.
Pero empezaremos por el principio. José Núñez de Arenas Palacios (apellidos que todavía podemos ver en algunos comercios de la ciudad) nació en Ciudad Real en 1784; su abuelo, Juan Ángel Núñez de Arenas, fue natural de "Daymiel", como se escribía entonces. Un tal Antonio Núñez de Arenas era también párroco allí en 1739 y la historia habla de otros parientes que fueron en esta villa terratenientes y jueces o desempeñaron incluso cargos políticos en municipios constitucionales a lo largo del siglo XIX; uno de ellos, por ejemplo, en el partido de Manuel Ruiz Zorrilla (El País, 2-VIII-1889).
José empezó siendo oficial de artillería y llegó a ser una destacada figura del partido liberal; tuvo una intensa y ajetreada vida de aventurero, casi como la de Félix Mejía, a quien sin duda conocía porque eran naturales de la misma ciudad (y aun de la misma parroquia que, por cierto, es la mía). Compartían la misma ideología y los mismos amigos, y fue un masón sobresaliente que defendió con la espada (el cañón, habría que decir) y con la pluma el régimen constitucional.
Robles Teigeiro encontró su partida de bautismo:
Yo Bartolomé Alonso, cura párroco de esta iglesia parroquial de Santiago de Ciudad Real certifico que en el libro de bautismos que dio principio en el año de 1774 dice así: En la Ciudad de Ciudad Real en cinco días del mes de Julio de año de 1784, bauticé solemnemente en ella a un niño que nació el día tres de dicho mes, hijo legítimo de D. José Núñez Cerdán y de Doña Vicente Palacios, naturales de esa referida ciudad, al cual le puse por nombre José, Trifón, Joaquín, María: son sus abuelos paternos D. Juan Ángel Núñez de Arenas, natural de la villa de Daimiel y Doña Cándida Cerdán natural de ésta; y maternos D. Alfonso Palacios natural de la villa de Manzanares y Doña Paz de Almazán natural del Campo de Criptana, fue su padrino D. Fernando Camborda, su tío, a quien advertí en su obligación y parentesco espiritual.
Un expediente de su vida militar fechado en Valencia en 1835 y digitalizado en PARES permite conocer los inicios de su carrera y su participación en la Guerra de la Independencia. El doce de febrero de 1804 ingresó como cadete en el cuerpo militar de Ingenieros Cosmógrafos del Estado auspiciado por el matemático y astrónomo ciudarrealeño Salvador Jiménez Coronado, protegido por Estala y Godoy; en su escuela, situada en el parque del Retiro junto al Observatorio y dirigida por Jiménez, alcanzó a tener entre sus profesores al famoso matemático valenciano Joseph Chaix Isniel (1766-1811), subdirector de la misma, antes de que este cuerpo fuera desbaratado y disuelto por una de las múltiples conspiraciones antiilustradas contra Godoy en ese mismo año. En 1808 se incorpora a la guerra contra Napoleón y es promovido a Subteniente del Regimiento de Ávila de infantería de línea, escapando al menos de dos cautiverios.
La primera vez fue tras la defensa de la Plaza de Madrid por diciembre de 1808, cuando fue hecho prisionero y logró fugarse robando a los enemigos un cañón de a 4 y un carro de municiones que presentó en el Ejército de Extremadura. Permaneció en él peleando en acciones generales y algunas particulares durante todo 1809, sirviendo como comisionado para construir sobre el Tajo, por orden del general Gregorio García de la Cuesta, un puente militar de pontones transportado desde Badajoz porque el de piedra de Almaraz había sido cortado en febrero; por él pasó el ejército hispano-británico hacia la batalla de Talavera. Después lo enviaron a reforzar el Ejército del Centro que se hallaba en La Mancha, y se encontró en las acciones de Santa Cruz de Mudela, Madridejos, en las tres de la Cuesta del Madero y en la larga batalla de Ocaña en noviembre, donde fue hecho prisionero de guerra por segunda vez. En 1810 volvió a fugarse en la frontera de Francia y se presentó en Valencia, donde mandó tres baterías en el asedio que sufrió en marzo del mismo año por parte del mariscal Suchet. También se halló la acción y retirada del 17 de agosto y en la del 26 de noviembre. En mayo de 1811 le comisionaron también para que habilitase el paso en el reino de Aragón de las cortaduras de Albentosa, al sureste de la provincia de Teruel, y este y otros méritos le hicieron ascender a teniente (31-III-1812) después de la caída de Valencia. Entonces lo destinaron otra vez al Ejército del Centro y se halló en su retirada (enero de 1812) desde las Cabrillas a Alicante. Después lo comisionaron otra vez para construir un puente de barcas que Robles localiza en Mahora (Albacete), sobre el Júcar. Y el general Luis de Bassecourt y el Empecinado le ordenaron asentar una batería para defender un puente, probablemente el de Auñón sobre el Tajo (provincia de Guadalajara). Marchó luego con la división del general Pedro Villacampa desde Cartagena hasta Aragón desempeñando el servicio de caballería en guerrillas; en varias acciones capturó algunos prisioneros allí y en La Mancha (febrero).
En abril se trasladó al Ejército del Norte, hallándose en las acciones de las dos Amescuas (o Amescoas) navarras (Alta y Baja), donde utilizó por primera vez cohetes explosivos contra el enemigo (el primer uso de cohetes modernos Congreve se cita en España en la toma de Badajoz entre marzo y abril de 1812, por lo que éste realizado por Núñez Arenas puede considerarse uno de los primeros). Su implicación en este invento fue incluso más allá: años después José será enviado a Londres para adquirir cohetes que serán usados en la I.ª Guerra Carlista.
Concluyó la guerra y Núñez participa en diversas intrigas y pronunciamientos del ejército liberal contra el absolutista Fernando VII, lo que lo forzó a un largo exilio. Tal vez la primera fue en 1818 cuando, siendo capitán de artillería con destino en Madrid, se unió a la rocambolesca fuga del militar y aventurero Juan van Halen, tan bien contada por Pío Baroja. Y es precisamente Juan van Halen en sus Memorias quien escribe profusamente sobre José: lo pinta como un joven idealista y entusiasta que lo ayudó a escapar y lo protegió ocultándolo mientras se curaba de las heridas de su tortura inquisitorial.
Núñez de Arenas, uno de aquellos amigos más diligentes, proveyendo obstáculos, había tomado la precaución, bajo lícitos pretextos, de hacerse con las llaves de un piso de casa para alquilar, hacia un barrio de los más lejanos de aquel donde nos hallábamos. Allí había hecho colocar un catre de tijera y dos sillas. Beida y Polo me condujeron á este paraje, y obligados á retirarse á sus casas, donde no les era posible alarmar con ausencias nocturnas á sus familias, me dejaron solo asegurándome que Núñez vendría muy en breve para acompañarme. En efecto, un instante después se apareció Núñez que, aprovisionado de fósforo, velas y comestibles, venía á pasar conmigo la noche.
El carácter naturalmente exaltado de Núñez y la vasta materia de que podíamos tratar dio pábulo á nuestros diálogos de aquella noche, cuyo silencio solo interrumpía la tos seca que me agitaba. Tendidos entrambos sobre el mismo lecho, se paraba muchas veces á contemplar las señales de mi brazo, que, más que mi relación, le revelaban el teatro de horrores de donde yo acababa de sustraerme… Núñez de Arenas, pasando, como ya he dicho, la noche conmigo, con su natural jovialidad me había detallado una gran porción de ocurrencias, ya desagradables, ya risueñas, que yo totalmente ignoraba…
Al instante Núñez acudió al Conde de M*** que, vigilado muy de cerca por el gobierno, rodeado de espías de alta y baja clase, evitaba ciertos roces. El Conde puso en manos de Núñez una gran suma (que luego le fue devuelta) ofreciendo uno de sus mejores caballos y todo cuanto se necesitara para mi completa libertad.
Efectuada la huida, se resolvió formar un espionaje contra los mismos inquisidores y Núñez fue desde entonces uno de los más eficaces en esta especie de contramina. Él se había propuesto no perder de vista la red que tenía tendida á los que inútilmente me buscaban. Se había asociado al efecto con un antiguo amigo suyo de su mismo temple de alma y astucia, y entrambos (cada cual por su sendero) se habían repartido el provecho de la burla. Las circunstancias le abrían campo.
El marqués *** [el autor no da el nombre, pero hace referencia al Marqués de Mataflorida], hombre de la Inquisición, había por sí y ante sí organizado una tropa de espías que él pagaba á sus propias expensas. El ama de la posada donde él hospedaba tenía dos ó tres hijas jóvenes; Núñez visitaba hacía años esta familia, que le profesaba una estimación particular; una pared sencilla separaba el dormitorio de las señoritas del aposento del marqués. Núñez había encargado eficazmente á una de ellas que vigilasen el huésped, lo escuchasen y no perdiesen instante en saber cuanto él con sus confidentes trataba, iniciándolas en cierto modo en todo lo que era necesario para que supiesen el valor de las expresiones. Las muchachas, diligentes en complacerle, habían practicado un agujero en la pared, el cual, por la parte de la habitación del marqués, quedaba cubierto por el lienzo de una de las pinturas ó cuadros que lo adornaban. Establecieron su guardia: la una relevaba á la otra y el marqués no hablaba ni solo ni acompañado sin que un apunte exacto fuera hecho y Núñez sacara sus consecuencias.
Baroja indica que ya en 1816 el ya capitán de artillería José Núñez de Arenas participó en la conspiración del Triángulo (también llamada de Ramón Vicente Richart) para asesinar a Fernando VII durante una de sus visitas al burdel de "Pepa la Malagueña", por la cual fue ejecutado y descuartizado Richart. Afirma que José había alcanzado ya una alta graduación en la Masonería y formaba parte de su Junta directiva, presidida por un abogado de fama y compuesta por diez individuos. Fracasada la conjura de Richart, se inició la de Lacy en Cataluña, también desbaratada en 1817 como la de Vidal en Valencia (1819), en la que, según van Halen, también estuvo implicado Núñez de Arenas, siendo apresado a resultas de ella. En la cárcel inquisitorial inventó un curioso sistema de comunicación:
Sembradas las cárceles de la Inquisición de una porción de personas, clasificolas el capitán general como reos de la primera época y abrió un segundo proceso en extremo complicado. Núñez Arenas y D. Mariano Beltrán de Lis fueron de los primeros capturados; á estos siguieron el conde de Almodóvar, D. Martín Serrano, D. Ramón Miralles, D. Juan Genovés y otros muchos, entre ellos algunos que por tímidos se delataron y fueron puestos como los demás en los calabozos del Santo Oficio por orden del rey. Para colocarlos á todos fue preciso habilitar las cárceles del
Palacio arzobispal, las del Temple y aun las celdas del Monasterio de Montesa. Una comisión especial de la Inquisición fue nombrada para actuar en aquel laberinto de acusaciones, revelaciones ó sospechas…
Núñez Arenas, hombre de un talento despejado y de viva penetración, temiendo por sus propios compañeros, consiguió, á fuerza de mil recursos, organizar dentro de la cárcel una comunicación por señas y golpes que, aunque ruidosos y á veces alarmantes, llegó á poner á los más de los procesados á cubierto de una funesta contradicción. A estos esfuerzos se siguió el de la comunicación dificultosa con los parientes ó amigos de fuera, quienes, enterados del origen de donde partía la causa y los cargos que se hacían, pudieron precaverse muchos y entregarse otros á la confusa esperanza que era dable concebir en un periodo tan aglomerado de espantosas contrariedades [...] En una perpetua soledad, el silencio de aquellos corredores solo era interrumpido, ya por el ruido de los hierros, ya por el murmullo de algún autillo de fé que secretamente celebraban los inquisidores, ya oyendo clamores extraños de personas que no estaban iniciadas en el ingenioso telégrafo de Núñez Arenas.
El pronunciamiento de Riego vino a cambiar la situación y de 1820 a 1823 José Núñez de Arenas fue elegido diputado suplente a Cortes en diciembre de 1821, representando a La Mancha. Destacó en especial durante el golpe de estado que intentó dar el Rey contra la Constitución el 7 de julio de 1822 ayudado de su Guardia Real. En la Plaza Mayor la artillería, acertadamente dirigida por José, consiguió derrotar a la Guardia Real. Su amigo y coterráneo el periodista Félix Mejía reportó de primera mano los hechos en el primero de los números triples de El Zurriago, el periódico liberal que dirigía. Otro relato contemporáneo lo narra así:
No tenía más aviso la fuerza constitucional del ejército y milicia de Madrid que el dado momentos antes por el brigadier Zarco del Valle cuando, por las tres bocacalles de la Amargura, Panadería y Boteros, se presentaron á un mismo tiempo, formados en columna de ataque, los batallones de la Guardia Real rebelde, tocando las bandas de tambores un estrepitoso catacuerda y gritando los soldados ¡Viva el Rey absoluto!
La milicia de Madrid presentaba tres columnas cerradas; cada una de estas columnas tocaba, á su frente y á corta distancia, una pieza de artillería cuyos fuegos mandaban los capitanes Bañona y Núñez Arenas y, tan pronto como los rebeldes llegaban á tocar con las puntas de sus bayonetas las bocas de los cañones, estos disparaban á metralla, y la milicia hacía sus descargas cerradas de fusilería, cediendo el frente las mitades que acababan de disparar sus armas á las descargas de las mitades que les seguían, pasando alternativamente á retaguardia unas de otras al grito imponente de ¡Viva la Constitución! y recibiendo á quemarropa las descargas de los rebeldes que, en el mismo orden de ataque, habían empeñado el combate. Era tanto el encarnizamiento, tal la mortandad en el corto espacio de aquellas tres avenidas por donde atacaron formidablemente los enemigos de la libertad de España á la heroica y bizarra milicia de Madrid, que en menos de media hora los cadáveres (tomando la expresión en el sentido más estricto y liberal) habían obstruido las calles de la Amargura, Panadería y Botero y el fuego que vomitaban las piezas de artillería se estrellaba ya contra los inmediatos promontorios de cuerpos exánimes. La Guardia Real rebelde se pronunció entonces en vergonzosa retirada, y la milicia de Madrid, al grito aterrador de ¡Viva la Constitución!, desbordó de sus posiciones con frenético furor y llevó por delante á sus contrarios por la calle del Arenal (El Clamor Público, núm. 133, 2-X-1844).
Un oficial de la Guardia Real, Teodoro Goiffeu, francés de nación, que optó por huir tras el pronunciamiento relatado, fue apresado en Buitrago y devuelto a Madrid, donde se le sometió a juicio con la acusación adicional de haber participado en la muerte de otro teniente de la guardia real llamado Landáburu, no proclive al alzamiento y en cuyo honor se dio nombre después a la Sociedad Patriótica Landaburiana. Se eligió como fiscal a José Núñez Arenas y éste consiguió la pena de muerte y la ejecución del reo.
En un periódico absolutista (El Restaurador, 16-VIII-1823) se relata el proceso y, desde luego, no se deja en buen lugar al fiscal, al que lanzan la calumnia de afrancesamiento. Robles no se la explica, pero yo sí, porque su pariente el abogado y periodista Fernando Camborda Núñez era un afrancesado muy conocido, tanto que no ya el parentesco, sino incluso la simple amistad podía perjudicar, como perjudicó, a Félix Mejía, acusado del mismo baldón solo por haber participado en La Periodicomanía, la publicación que dirigía junto con Camborda. Incluso los ataques de la prensa a Camborda por este motivo habían obligado a este a dejar el oficio periodístico en 1822. Pero la falsa acusación contra José Núñez tendrá consecuencias ulteriores pues, ya exiliado en Londres, hizo que le resultara imposible acceder al subsidio económico que el gobierno inglés concedía a los españoles por haber peleado en la guerra común contra Napoleón.
Ni al jefe político que fue de Vitoria y antes capitán de artillería don José Núñez de Arenas, ni al valiente coronel del Regimiento Imperial Alejandro O’Donnell, ambos sujetos muy recomendables por sus servicios en el tiempo de la Constitución, quiso el Gobierno inglés admitirlos en la lista para socorrerlos en razón a que uno y otro habían sido afrancesados, sin que para hacer desistir al Gobierno de su determinación bastasen las repetidas instancias de varios jefes recomendables ni los sufragios del mimado general Mina (Memorias de la emigración de Don Juan López Pinto, p. 178).
Como se afirma aquí, José fue nombrado jefe político (gobernador civil) de Vitoria (Diario Constitucional de Barcelona, núm. 238, 26-VIII-1822) y tomó posesión el 2 de noviembre de 1822. Y acabado el Trienio Constitucional en 1823 con la invasión de la Santa Alianza, José tuvo que exiliarse. Tras pasar por Gibraltar y Tánger se estableció en Londres durante toda la Década Ominosa (1823-1833) hasta el fallecimiento de Fernando VII.
Tampoco permaneció inactivo entonces: participó en diversas conspiraciones masónicas para reponer el régimen liberal en el seno de la sociedad secreta denominada Santa Hermandad, la cual, unida a una sociedad del mismo tipo, El Oriente Masón, formó una Junta Común Restauradora de la Libertad de la que dependía un pequeño “ejército libertador” situado en aquella plaza; la Junta se reunía diariamente en la casa del ex cónsul José Shee, quien fue el que ha transmitido la noticia; al menos participó en el desembarco liberal en Tarifa.
Según cuenta Robles, en una extensa real orden de carácter reservado enviada el 24 de noviembre por Calomarde, titular de Gracia y Justicia, a Cea Bermúdez, entonces ministro de Estado, Calomarde afirma conocer la existencia de un gobierno secreto que, apoyado en distintas «asociaciones clandestinas», tenía como objetivo alterar la tranquilidad de Europa, acabar con sus tronos y establecer un nuevo orden de cosas principalmente en España, Francia, Nápoles y Portugal. Al frente de este gobierno decía encontrarse, como Supremo Dictador, Francisco Espoz y Mina, que contaba con siete ministros (Antonio Alcalá Galiano, un tal Franco, Evaristo San Miguel, José Núñez de Arenas, Miguel López Baños, Salvador Martínez Muñoz y Francisco Díaz Morales), tres de ellos residentes, como él, en Londres y los cuatro restantes en Gibraltar. Este gobierno contaba, según el relato de Calomarde, con el apoyo de una amplia red de sociedades secretas llamadas círculos, compuestos cada uno de ellos de solo cuatro miembros, que eran los restos de la desaparecida sociedad secreta comunera. Sabía de la existencia de siete círculos en Madrid, que habían formado una «Dirección Central Peninsular en la Corte», así como de otras dos de este tipo en Cádiz y Gibraltar, la primera se ocupaba, bajo el nombre de Gades, de reunir financiación, en tanto que la segunda, llamada Calpe, se encargaba de la correspondencia con el litoral (Burtón Prida, G. (2015): "Resistencia e internacionalismo liberal en Cádiz en la segunda restauración Fernandina", Historia Contemporánea, nº 52).
El plan era desembarcar dos fuerzas que debían unirse después, una en Tarifa al mando de Valdés y otra en Almería (en la que participaba uno de los inquietos editores de El Zurriago de Félix Mejía, Benigno Morales). Ambas fracasaron, especialmente la segunda, llamada de "Los coloraos", que fue fusilada sin piedad. José Núñez Arenas escapó de la matanza al decidirse que permaneciera en el peñón para apoyar los desembarcos que fueran exitosos.
En 1828, ya definitivamente exiliado en Inglaterra, fundó José Núñez Arenas junto a Mariano La Gasca o Lagasca y Pablo Mendíbil el Ateneo Español de Londres, un centro de enseñanza cuya función era instruir a los hijos de los emigrados adecuada y gratuitamente. El autor de la idea fue el ciudadrealeño; Pablo de Mendíbil era uno de los editores de la revista londinense Ocios de Españoles Emigrados, y el ateneísta madrileño Mariano de Lagasca era uno de sus colaboradores, experto en temas de botánica, en que sus contribuciones científicas fueron, por cierto, notables. Entre los tres se pusieron en contacto a fines de 1828 con el comité inglés de ayuda, que acogió la idea de fundarlo con gran entusiasmo y logró que el Instituto de Artesanos facilitara aulas a los emigrados. El impresor Charles Wood, por su parte, se ofreció a proporcionar la biblioteca. Por fin el 16 de marzo de 1829 se pudo celebrar la ceremonia de apertura con discursos de Antonio Alcalá Galiano y de dos miembros del Comité inglés de ayuda, Smith y el famoso lingüista e hispanista John Bowring.
En el Ateneo londinense José se encargó de la enseñanza de las matemáticas y alcanzó tal notoriedad que el editor Rudolph Ackermann le encargó escribir libros de texto de la materia en español para surtir la demanda de las recién nacidas repúblicas hispanoamericanas (que no querían tener relaciones con las editoriales de la absolutista España). Así nació una serie de obras muy reimpresas no ya en el Reino Unido, sino en la propia Hispanoamérica: su Catecismo de álgebra, (Londres 1828), su Catecismo de ambas trigonometrías (Londres, 1828), su Catecismo de Geometría Elemental (1829; Palau lo atribuye equivocadamente a Urcullu), su Catecismo de geometría práctica y su Catecismo de geografia para el uso de los globos (Londres, 1829), todos ellos para Ackerman. Según los Elena Ausejo, su fuente principal son los dos primeros de los tres volúmenes de los Principios de Matemáticas (1776) de Benito Bails, una abreviación de los famosos diez de sus Elementos. Sobre las otras materias escribieron también manuales (catecismos) los emigrados liberales Joaquín Lorenzo Villanueva, José Canga Argüelles, José Urcullu y José Joaquín de Mora.
Con el fallecimiento de Fernando VII volvieron los liberales y José Núñez recuperó su carrera militar con un destino como jefe de un regimiento de artillería en Valencia. En 1835 fue nombrado gobernador de Cuenca. Se cita en la noticia de prensa que recoge su nombramiento que se había dedicado al estudio de las ciencias exactas durante su exilio de 11 años, habiendo traído además como nueva arma cohetes congreve desde Inglaterra (El Eco del Comercio, 15-XI-1835) que fueron usados en la I.ª Guerra Carlista en Villamediana (Navarra), para lo cual estuvo en Londres negociando su compra y transporte durante un año y dos meses (real orden de septiembre de 1834 para formar una comisión que viajara a Londres para comprar y conducir a la península 300 cohetes de guerra, llamados a la congreve y varias otras máquinas pertenecientes a ellos). El encargo fue ampliado y la reina Isabel compró alrededor de 5.000 cohetes Congreve con sus respectivos armones a cambio de enviar además una «Legión Auxiliar» voluntaria inglesa como ayuda para los isabelinos en el campo de batalla. En 1835 los cohetes y la «Batería de Cohetes», propiedad de la Legión (en la que iban incluidos, al menos, dos artilleros que habían trabajado con el mismo Congreve) fueron transportados a Navarra. Fueron usados en Ojacastro (Logroño), Villamediana (Logroño), Vendejo (Santander) y otros puntos con resultados efectivos.
El 18 de noviembre de 1835 se nombró a José Núñez Arenas gobernador civil de la provincia de Cuenca hasta su cese el 11 de junio de 1836. Allí descubrió una conspiración carlista en Tarancón (Cuenca), el lugar de nacimiento del ya fallecido famoso periodista, inquisidor y fraile jerónimo absolutista manchego Agustín de Castro, director y casi único autor de la Atalaya de La Mancha en Madrid.
Varios pájaros de cuenta, bien conocidos por sus ideas, así de parte de la Alcarria, como de pueblos de la Mancha, se proponían reunirse en el castillo de Almenara y formar una facción. El gobernador civil de Cuenca Don José Nuñez Arenas tuvo noticia del plan, según parece, por un anónimo que recibió el juez de Trancón; y certificado de la existencia de la trama, ha procedido á prender á los principales motores. Una comisión ha recorrido los pueblos del Horcajo, Torrubia, la Fuente, Almendros y otros, apoderándose de muchos de los carlinos, entre los que se cuentan el guardia de Almendros y un hijo suyo. Habiendo celo y decisión en las autoridades, todas las tentativas deben sofocarse en la cuna. Los gefes político y militar de Cuenca abundan en patriotismo, y con los medios que el ministerio acaba de confiarles sabrán cumplir con el deber de mantener en paz á los buenos y aterrados á los malévolos. (El Eco del Comercio, 17-I-1836).
En ese mismo año sufrió una peligrosa enfermedad de la que se repuso sin mayores problemas y se presentó como candidato a diputado junto con su nieto, el ya citado periodista Bernardino Núñez Arenas, por Ciudad Real. El 10 de septiembre de 1836 fue nombrado jefe político de la provincia de Valladolid, cuando ya era teniente coronel de artillería. Pero en octubre de 1837 es cesado en sus funciones “por haber abandonado la ciudad el 18 de septiembre ante la amenaza de invasión por parte de la facción enemiga de Zariategui”. En su descarga escribió Contestación a lo dicho y escrito contra el gefe politico de Valladolid, Valladolid, Imprenta de Aparicio, 1837. Alcanzó el grado de coronel de artillería y se presentó en 1839 como candidato a Cortes por Ciudad Real (El Corresponsal, 27 de junio de 1839) y un mes después por Valladolid, provincia de la que ha sido jefe político (Eco del Comercio 18 de julio de 1839).
En 1840 aparece en Santander, al parecer para establecer el orden en la plaza, revuelto por una limitada desafección carlista (El Correo Nacional, 23-IX-1840 y 9-X-1840). En 1842 es destinado a Ciudad Rodrigo (El Correo Nacional 15-III-1842); en 1844 aparece en el Estado Militar de España con el grado de brigadier. En Cartagena lleva la maestranza de artillería en 1853 (El Balear núm. 1461, 7-II-1853). Fallece en 1861 en Murcia a los setenta y nueve años de edad (La Correspondencia de España núm. 923, 24-III-1861).
Algo más añade Robles en su espléndido trabajo sobre su familia. Hijo de los mismos José Núñez y Vicenta Palacios naturales de Ciudad Real, tuvo un hermano, Leoncio, que vivió en Huete (Cuenca), donde fue un humilde funcionario de Hacienda hasta que se introdujo en la administración de Correos. Casó con María del Carmen Blanco Buzó, hija de Francisco Blanco y de Francisca Buzó, naturales de Valencia, y tuvo al menos a dos hijos ya citados: el periodista Bernardino y el catedrático de la Universidad Central Isaac, ambos nacidos en Huete. Durante el Trienio Liberal, entregó a las Cortes un informe para la reforma de Correos.
Su hijo, el periodista, escritor y financiero Bernardino, fue junto a Ros de Olano, Ventura de la Vega y Espronceda uno de los fundadores del periódico El Siglo en 1834, puntal del Romanticismo. Liberal, al menos al principio, fue miliciano nacional, pero no era honrado y fue acusado de algunas irregularidades, entre ellas cobrar mordidas. Luego se lucró con la desamortización de Mendizábal; estos méritos le valieron una exitosa carrera como funcionario de varios ministerios, en especial de Hacienda, siendo además diputado a Cortes en seis ocasiones por las circunscripciones de Ciudad Real (1840), Madrid (1844) y Toledo (1857-65). Fue además Oficial de los Consejos de España e Indias y de Hacienda pública, Jefe superior de Administración y Consejero real de Agricultura, Industria y Comercio, Director General de Agricultura y, durante el bienio progresista (1954-1956), Director de la Escuela de Montes situada en Villaviciosa de Odón, para la que escribió Cartas sobre la existencia y conservación de los montes, (1854), vocal de la comisión para la Exposición Universal de París de 1855. Aunque se jubiló en 1861, desde 1854 cobraba una pensión por incapacidad. Escribió la novela histórica El Siglo XVI en Francia, ó, Ulina de Montpensier (1831) y participó en la revista Observatorio Pintoresco (1837) con los artículos “Fragmentos de un Delirio”, “Un Recuerdo” y “El Sueño” y en el semanario enciclopédico El Iris, dirigido por su amigo y consuegro, el famoso editor Francisco de Paula Mellado. Fue socio de la Sociedad Económica de Amigos del País y del Liceo Artístico y Literario al menos desde 1838 y anduvo también por la tertulia del café Solito y la de “El Parnasillo” en el café Príncipe. Fundó El Siglo (1834) con Espronceda, Ros de Olano y Ventura de la Vega, que logró llegar a los 14 números a pesar de la censura. Como escritor político destaca su De nuestra situación. Moderados. Exaltados. Tercer partido (1840) donde abogaba por un tercer partido entre el progresista y el moderado, tercera vía que llevó a cabo luego O’Donnell en su nuevo partido Unión Liberal ayudado por José Posada Herrera... y precisamente como un hombre de Posada se define en un medio de prensa a Bernardino en estos años: la misma definición del clientelismo. Pasados algunos años, vuelve a presentarse ya en las filas de la Unión Liberal donde estará hasta el final de su vida. Así, lo hace primero en las lecciones de 1857 por la circunscripción de Illescas, y luego en 1858, 1863 y 1865, año en que fallece. Asistieron a su funeral el general O'Donnell, los señores Posada Herrera, el diputado Goicorrotea, el catedrático Coronado y Miguel de los Santos Álvarez entre otros.En las fichas del Archivo Histórico de las Cortes consta como su única profesión "propietario", pero además fue prestamista y uno de los fundadores del Banco Español de Ultramar, empresa que nacía impulsada directamente por el grupo económico de apoyo político a las empresas de Mendizábal. También fue socio fundador de la sociedad anónima mercantil La Gran Antilla, estrechamente ligada al banco anterior y con intereses financieros en las islas de Cuba y Puerto Rico; algunos de esos intereses consistían en la compraventa de esclavos; en esta sociedad participaba también el tío de la reina Isabel II Francisco de Paula. Se casó con Fernanda Bravo Coronado, de la que tuvo cuatro hijos, entre los que cabe destacar a Matilde Núñez Arenas Bravo, que casó con Fernando Mellado Leguey (1842 - 1912), hijo de su amigo el famoso impresor y editor Francisco de Paula Mellado, y su nieta Carmen Mellado y Núñez, que se casó con Manuel Gutiérrez Jiménez, de Ronda, cuya hermana Isabel estaba casada con Saturnino Calleja, famoso creador de la editorial Calleja. Bernardino fundó en 1843 con el famoso Francisco de Paula Mellado “La Unión Literaria”, una fundición de caracteres tipográficos de imprenta y grabados, que luego cambió de nombre.
En 1838 José y Leoncio Núñez Arenas aparecen entre los 500 socios fundadores de la Sociedad para propagar y Mejorar la Educación del Pueblo, institución liberal a la que se debió la apertura de varias escuelas de párvulos y la publicación de manuales para los maestros, a imitación de las escuelas privadas inglesas; fue al parecer, según Robles, una de las pocas iniciativas de este tipo emprendidas en esta época en España que tuvieron algún éxito. Las escuelas de párvulos —equivalente español a las infant schools británicas y las salles d´asile francesas— (SCANLON, G.M. 1988: "Liberalismo y reforma social: la Sociedad para Propagar y Mejorar la Educación del Pueblo, 1838-1850", Cuadernos de Historia Contemporánea, nº 10). Don Leoncio aparece entre 1847 y 1856 como Intendente Honorario del cuerpo administrativo de la Armada y se jubiló en 1852 como administrador de rentas (PARES). Entre sus escritos puede citarse una memoria sobre los portazgos y su reforma que llegó a discutirse en las Cortes en 1839.
Isaac Núñez de Arenas Blanco (1812–1869), el segundo hijo de Leoncio Núñez Arenas y de Carmen Blanco, estudió con los jesuitas en el Colegio Imperial de Madrid o Reales Estudios de San Isidro y se licenció en derecho en Alcalá de Henares (1837). Conocemos algo mejor su vida que la de su hermano Bernardino, porque Antonio Ferrer del Río escribió una "Necrológica de Isaac Núñez Arenas", Boletín Revista de la Universidad de Madrid, 1869, tomo 1). Ejerció como abogado, auditor de guerra, periodista y escritor. Obtuvo por oposición en 1847 la cátedra de Literatura en la Universidad Central, y por entonces se hizo amigo de Manuel Milá y Fontanals, que obtuvo la de la Universidad de Barcelona; fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua a partir de 1863. Abandonó la cátedra en 1862 para ser magistrado en el Tribunal Supremo de Guerra y Marina.
Colaboró en La Legalidad, El Español, Juventud Republicana, El Nuevo Régimen, El Heraldo Escolar y La Asamblea Federal. Publicó una Gramática general, escrita conforme al programa de gobierno (1847), unos Elementos filosóficos de la literatura. Esthética (¿1853?, 1855, 1858), obra de claro contenido krausista según Raúl Angulo, Conservación del idioma y medios para conseguirla (1863), unas Bases y motivos en que funda la reforma del Tratado de Justicia, para la nueva ordenanza militar (1856), varios discursos y dos traducciones, una de los tres volúmenes del Curso completo de Filosofía para la enseñanza de ampliación de Joseph Tissot (Madrid, 1846-1847), que comprende 1.º Psicología, 2.º Lógica, 3.º Gramática general, 4.º Moral y 5.º Historia de la Filosofía. De estas partes, la Gramática es la citada anteriormente, añadida por Isaac, y la Historia de la filosofía, también añadida, es de Víctor Arnau. La segunda traducción, muy reimpresa, es de la célebre novela de Edward Bulwer Lytton Los últimos días de Pompeya (1850) realizada no desde el inglés, sino desde el francés. Trabajó asimismo activamente en las comisiones del Diccionario y de Gramática de la Real Academia de la Lengua entre 1858 y 1869 y redactó numerosos artículos para el Diccionario de sinónimos. Participó además en una edición de las Comedias escogidas de Juan Ruiz de Alarcón (1863) en tres volúmenes.
Casó con Matilde Castro Irastorza, de la que tuvo dos hijos: José y Manuel, este último casado con una nieta de Espronceda e hija de Narciso de la Escosura, Luz de la Escosura y Espronceda. Manuel fue abogado y bibliotecario del Congreso de Diputados, y falleció en 1931. Por último, según dice Robles, "un hijo de Manuel y Luz fue Manuel Núñez de Arenas y de la Escosura (Madrid, 1886 – París, 1951), enseñante, historiador y activista político, fundador de la Escuela Nueva en 1910, fundador también del Partido Comunista de España, y exiliado en Francia buena parte de su vida", de quien ya he escrito.