lunes, 24 de marzo de 2008

Selección cultural

¿Pueden aplicarse los criterios de la selección natural a las culturas? Arnold J. Toynbee lo hizo en su magno Estudio de la historia. Para este autor las civilizaciones luchaban con el espacio y los recursos mediambientales para perdurar; a veces, incluso, con otras civilizaciones. En esos procesos podían estancarse, expandirse o involucionar hasta desaparecer o ser absorbidos. En la historia de las civilizaciones que estudió percibió algunas rutinas reiteradas: la destrucción de los pueblos agricultores sedentarios por los ganaderos nómadas, por ejemplo. Con criterios distintos y algo antes realizó algo parecido el fascistoide Osvald Spengler en su La decadencia de Occidente. Pero mi análisis no será histórico.

No entraré ahora en las diferencias que establece la antropología cultural entre civilización y cultura. (Por ejemplo, la enseñanza actualmente es más una civilización que una cultura, y a los chiquillos, más que culturizarlos, hay que civilizarlos primero para culturizarlos después). Mi intención es modesta y divulgativa; se trata de averiguar qué es y qué fin posee la cultura que respiramos aquí y ahora, ni más ni menos, para saber si realmente llena esos fines, o sólo en parte, o no los llena, y el porqué de ello en cada caso.

Rojas Marcos afirma que la cultura es una de las, pocas, cosas que justifican la vida o le dan su sentido. Por eso es importante saber qué es (o sea). En parte se confunde con el arte y, como tal, reafirma a quien lo practica, le hace ser más intensamente él mismo. Da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo; la cultura es un fenómeno o capacidad del ser humano, pero también de otras especies, para adaptarse a su medio biológico; en la terminología de Marvin Harris y el materialismo cultural, sería una superestructura (valores religiosos y morales, ciencia, filosofía, creaciones artísticas, derecho, instituciones...) no una estructura (modo de organización social, estructura jerárquica...) ni una infraestructura (modo de producción, tecnología, condciones geográficas). Esto ya sería un avance: nos permite distinguir a la cultura de lo que son condiciones económicas y sociales que no lo son propiamente, por más que Marx pretenda afirmar que la infraestructura modifica la superestructura y sus cambios repercuten en la superestructura; eso es cierto, pero solamente en parte, y lo que constituye propiamente la cultura más genuina y auténtica es la que se escapa de esas mediaciones. La cultura manchega, pues, no sería un paisaje, ni unos molinos, ni unas recetas de cocina, sino lo que de universal podría surgir fuera de esas mediaciones.

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