Decía la madre Teresa de Calcuta que la crítica es "orgullo disimulado". Que "un alma sincera para consigo misma nunca se rebajará a la crítica. La crítica es el cáncer del corazón". O sea, orgullo mal digerido, que se vomita por la boca. Y por ser ella quien es, lo único que cabe es asentir con humildad y estudiar la frase y todo lo que representa y presupone, para extraerle el meollo y el jugo de las últimas consecuencias.
Una de ellas es que el orgullo disimulado es bastante mejor que el orgullo a secas, puesto que los que exterminan a sus competidores o críticos (recordemos la frase del general Narváez antes de morir, cuando el cura le pidió que perdonara a sus enemigos: "No puedo, padre, los he matado a todos") nunca podrán saber si son mejores que ellos: el crítico perdonavidas también es orgulloso, pero su orgullo es más inteligente y clemente, y mucho menos bruto que el de los exterminadores de críticos.
Pero lo peor es sin duda el autocrítico constante, porque su autopaliza lo paraliza. Muchas personas son incapaces de hacer nada en la vida precisamente por el diabólico perfeccionismo que los ata de pies y manos; terminan siendo una miniatura de sí mismos y mordiéndose en puro reconcomio. He visto a gente muy inteligente y dotada fracasar por este motivo. Lo veo incluso ahora, a veces, en otros. Aunque esas personas me dan grima, me la dan más los que los han hecho así, que en muchos sentidos eran como ellos: muerden a los demás y no son capaces de sacar nada de ellos mismos que pueda justificar su crítica o darle el valor añadido del ejemplo. Es lo que llamaba Unamuno la envidia cainita del español, el pecado que muerde y no come, y por tanto no puede saciarse, en la que es una de sus mejores novelas, Abel Sánchez, que me impresionó profundamente cuando la leí, sobre todo por la tragedia de su protagonista, el pobre médico al que arrebatan incluso el título de la obra.
La crítica legítima es la que no esconde ningún fondo de hipocresía. Lo escribió Abraham Lincoln: "Tiene derecho a criticar quien tiene un corazón dispuesto a ayudar”. Las críticas de las personas de buen corazón, de las personas que dan ejemplo, hacen mucho efecto, deben ser escuchadas y seguidas. Como la que se encuentra en la cima de este escrito.
En el ámbito de la crítica literaria es algo muy curioso lo que decía La Bruyère: que la gloria o el mérito de algunos hombres es escribir bien y la de otros no escribir nada. No menos cierto es que hay escritores con una gran imaginación: imaginan que sus libros se venderán y que causarán impresión en otro lugar que no sea la imprenta, o que aumentarán el número de lectores más que el de libros. Aunque un escritor sea original, la originalidad, que es cuestión de negación, como escribió Poe, uno de los escritores más originales que ha habido, consiste no en imitar, sino en que nadie te pueda imitar. El crítico es un eunuco que ha tenido que criticar porque no ha sabido ni podido procrear. Como dice Sábato, un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas. Pero ya Cervantes decía algo parecido, y fue, de hecho, uno de esos escritores que expresaba grandes cosas con palabras insignificantes. De esos hay pocos hoy en España. Ahora mismo yo sólo me acuerdo de tres: de Millás , de Tomeo y de Vila Matas
Levantar el ánimo y no el orgullo es la fiesta de la literatura
ResponderEliminarConfundir la obra con la persona, buscar en ella flancos por los que atacar, no desear nunca el éxito del otro, minar los conceptos, atar las alas, cercenar sueños en la incubadora.
Los críticos que buscan herir al adversario, que sólo saben de juegos de suma cero, en los que lo que ganan lo han de arrebatar al otro, son los indeseables. Quien los imita también, pues no todos son así, hay muchos que se lo hacen.
Como los del bando que se hace decir cristiano, moral, humano y sin querer mirar al otro en lo que les iguala, cavan un foso de separación que, en ocasiones, se torna muro y hasta se arma. Teresa de Calcuta no parece (apenas conozco tres pinceladas de su vida) de ese cariz, pero por aquí la cosa cambia, ¿a qué se debe la facilidad con la que se irradia el fervor religioso entre los seguidores del libro a uno y otro lado del mediterráneo?
Los judios llevan cuarenta años armándose bajo el paraguas de su dios, los musulamnes treinta, los cristianos poco más de veinte. Remember almohades, almorávides y las órdenes cristianas.
¿El contagio afecta por igual a todo fervor religioso? ¿eso supone que la humanidad anda perdida y tiene que regresar a la creencia más primitiva? ¿debe crearse, por tanto, una nueva concepción, no ya científica, sino ontológica, casi tautológica y teleológica que haga las veces de ansiolítico milenario?
Yo me bajo en la siguiente estación, pero el caso es que me interesa saber hacia donde va este tren de alta velocidad que es la humanidad.