lunes, 30 de marzo de 2009
Exorcismo
Decía Vicente Castellanos ayer, con mucha lucidez, que llega un momento en la ESO en que ya no tienes nada que aportar y sí mucho que aguantar. Si creces como profesional de la enseñanza este marco se te queda pequeño y te encoge y estrangula. En la ridícula Universidad que padecemos, camarote de los endogámicos Marx donde los haya (y parió la abuela más hijos que la forzada consorte del monstruo de Amstetten), hay más doctores entre los asociados que entre los fijos esclavos atados por la cadena de su eterna eventualidad. Lo que se valora es el tiempo gastado en no hacer nada, es decir, la antigüedad, la vejez, la fosilización. Y, según el artículo que acabo de leer en la prensa, si tuvieran que aplicarse los ridículos baremos que hay, ni Einstein ni Santiago Ramón y Cajal habrían podido ser catedráticos universitarios por falta de antigüedad cuando ya habían hecho las contribuciones por las cuales habían creado escuela y revolucionado la astrofísica y la neurología. La meritocracia ha pasado a mejor vida. La reforma universitaria española está diseñada para crear jóvenes esclavos meritorios o becarios que no pueden desarrollar su talento en la crítica edad en que falta el respeto y se puede ser original. Si no se despreciase a los becarios y se les financiase como se debe, estupendo; pero nada de nada: son sólo carne de cañón esclava y humillada, no pueden hacer ni decir nada y sus condiciones laborales son de miseria miserable. Cuando lleguen a la edad de poder aportar algo, como decía un artículo que leí hace unos días, "el síndrome McCartney", tras servir de teloneros durante varios años, ya no tienen ganas de aportarlo. Imaginaos que el cantante británico, antes que fundar los Beatles, tiene que estarse cuatro años de telonero con el Dúo Dinámico. Esa generación de mediocres, la llamada "generación tapón", experta en politiqueos y medros, ha deteriorado la creatividad nacional hasta reducirla a cero. España es un país que importa futbolistas y exporta científicos, aunque ya las cosas están cambiando, aunque, como suele suceder en España, a peor: ya ni siquiera exportamos científicos y estamos exportando a nuestros futbolistas. Y lo peor son esos ridículos borregos que no hacen ni dicen nada y critican sin sentirse parte del problema.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Y yo que vengo de la privada...
ResponderEliminarSin ánimo de acertar en mis juicios. La universidad, podríamos decir la enseñanza, es control social.
En manos de la iglesia hasta la modernidad, pasó al Estado hegeliano con más ímpetu, ya que los estados modernos necesitaban de cuadros y era preciso formarlos. Esas inolvidables promociones de ingenieros.
Cuando estaba en manos de la iglesia, la monarquía trataba de meter mano, aunque el control eclesial tenía su origen en el control de los enseñantes, todos ellos probados secuaces. Quien no lo era, o no lo demostraba, marchaba, tarde o temprano. Remember Valdés.
De ahí que los más combativos en la necesaria puesta al día, fueran los rectores, elegidos entre los alumnos.
En el XIX, la tortilla cambia y el control se hace sobre los enseñados. ¿Quién podía pagársela? Se abre la libertad de cátedra, pero la necesidad de control la pone pronto en cuestión, remember Unamuno. Las presiones llegaban sobre todo de la iglesia, el ejército y finalmente la monarquía, para formarse de verdad, se tenía uno que ir a la ILE o al extranjero.
Su anodino franquismo, plegada bajo palio, fue arreglado con un corte de pelo de última hora y la transición fue un campo de batalla donde ninguno de los contendientes logró la hegemonía.
Hoy, parece que el búnker atestado de endogámicos se atrinchera por la pecunia. Reformas en profundidad al servicio del saber es lo que necesita la universidad como en el XVIII.
Pero la privada es peor, me recuerda más a la del XVIII, el canciller de una universidad privada bien coneucida, decía hace poco en una entrevista pública que ellos no estaban aquí para que de sus aulas salieron buenos chicos, sino para hacer personas comprometidas con un determinados valores que debáin poner en práctica, responsabilidad que, al menos, les daba. No se mostró igual de comprensivo con enseñantes pesudomarxistas que fueron expulsados sin consideración a su labor anterior.
De nuevo, el control se hace por los enseñantes, alguno de los cuales he conocido y créeme prefiero a los del búnker y los perroflautas, que a los hijos de la obra y los engominados. A los primeros se les puede reformar vía administrativa y legislativa, los del perro y la flauta maduraran, pero los otros.. los otros lo que querrían sería reformarnos y eso, a estas alturas, no va a ser posible.