domingo, 12 de mayo de 2013

Abulia, por Ciriaco Morón


El término abulia designa la incapacidad de decidir ante un dilema o la incapacidad de llevar a la práctica la decisión que se percibe intelectualmente como la más deseable. El término comenzó a utilizarse en la psiquiatría francesa en la primera mitad del siglo XIX. De hecho, el primero en emplear la palabra en castellano fue Elías Zerolo, filólogo y traductor español establecido en París, en su Diccionario enciclopédico de la lengua española: “Especie de locura en que domina la ausencia de voluntad”.

             En español, Ángel Ganivet, aunque no fue el primero en emplear la palabra, la popularizó, considerando la indecisión y la inacción como el rasgo más visible de los españoles de su tiempo: "Si yo fuese consultado como médico espiritual para formular el diagnóstico del padecimiento que los españoles sufrimos (porque padecimiento hay y de difícil curación), diría que la enfermedad se designa con el nombre de 'no querer', o en términos más científicos, con la palabra griega ‘aboulía’, que significa eso mismo: ‘extinción o debilitación grave de la voluntad”; y lo sostendría, si necesario fuera, con textos de autoridades y examen de casos clínicos muy detallados, pues desde Esquirol y Maudsley hasta Ribot y Pierre Janet hay una larga serie de médicos y psicólogos que han estudiado esta enfermedad, en la que acaso se revela más claramente que en ninguna otra el influjo de las perturbaciones mentales sobre las funciones orgánicas. Hay una forma vulgar de abulia que todos conocemos y a veces padecemos. ¿A quién no le habrá invadido en alguna ocasión esa perplejidad de espíritu, nacida del quebranto de fuerzas o del aplanamiento consiguiente a una inacción prolongada, en que la voluntad, falta de una idea dominante que la mueva, vacilante entre motivos opuestos que se contrabalancean, o dominada por una idea abstracta, irrealizable, permanece irresoluta, sin saber qué hacer y sin determinarse a hacer nada? (Idearium español, pp. 162-63).

            Los síntomas de la abulia son, según Ganivet: a) incapacidad de abrir la atención a objetos nuevos: el entendimiento se petrifica para la asimilación de lo nuevo y vive de la memoria; b) pero si el entendimiento adquiere una idea nueva, falto de contrapeso de otras, “cae de la atonía en la exaltación, en la ‘idea fija’, que le arrastra a la ‘impulsión violenta” (Idearium, pp. 163-64). “En España, por ejemplo, hay muchos enfermos de la voluntad y, como consecuencia, un estado de abulia colectiva (ib., 164).

El tema de la abulia es común a todos los escritores españoles de la llamada generación del 98. Ya en 1895, Unamuno había usado el término con acento en la i (abulía), respetando la pronunciación griega: “Hay abulía para el trabajo modesto” (En torno al casticismo, V, OC, III, 295). Pero el término se encuentra en un capítulo titulado: “Sobre el marasmo actual de España”. Los síntomas del marasmo son los mismos que Ganivet atribuye a la abulia. Sinónimos de abulia en Unamuno, aunque con matices distintos, son: nicodemismo, noluntad y gana. Nicodemo, el personaje que, según el Evangelio (Juan, 3.1-15), se acercó a Cristo de noche por miedo a que le descubrieran los fariseos, denota la grieta entre la decisión de emprender un camino y el miedo a dar el paso necesario; es, pues, una forma de perplejidad o de abulia. Unamuno repitió en toda su obra la posible función enervadora de la reflexión como ironía, comparando a la conciencia narcisista con un estómago canceroso que en vez de digerir alimentos, se digiere a sí mismo (“Nicodemo el fariseo,” en OC, III, 126). Augusto Pérez, protagonista de Niebla, es un abúlico.

Otro nombre de Unamuno para la abulia es noluntad, aunque este término connota a veces una decisión de nihilismo*: “España es una nación abúlica y, como tal, está a la defensiva…Esto no es querer algo, no es voluntad, es no querer, es noluntad, o si se quiere, abulia” (1914, XI, 332-33). Y a través de toda la obra de Unamuno se encuentra la gana: el deseo voluntarioso que da saltos irresponsables o no se plasma en acción. Todo conduce a un nihilismo español, cuyo símbolo sería Miguel de Molinos (1932, OC, V, 796). En uno de sus últimos artículos, “Mandarines y no mandones”, Unamuno vuelve a mencionar la abulia y otros sinónimos como acedia, tedio, sueño*, y una vez más, la nada, como rasgos del carácter español (1936, OC, V, 99-102).

Ya hemos mencionado la función enervante que, según Unamuno, podía tener el pensar sobre la capacidad de decidir. En 1902 escribe Amor y pedagogía, cuyo tema es el poder destructivo de la “pedagogía sociológica” para la vida real, que era la “espontánea”, con toda la ambigüedad de esta palabra. Del mismo año son Camino de perfección, de Baroja, cuyo protagonista es un individuo con la voluntad desintegrada; Sonata de otoño, de Valle-Inclán, cuyo tema es la decadencia física y moral de unos individuos, y La voluntad, de Azorín. Las cuatro obras presentan caracteres sin proyecto personal, pero Azorín analiza con más detenimiento los personajes abúlicos. El protagonista vive en una España que, paralizada por la falta de fe (la ironía), recibe el nombre de Nirvania (I-VI, 87). En la segunda parte de la novela el protagonista se encuentra en Madrid, y allí su pesimismo se ha consolidado; su voluntad ha acabado de disgregarse en este espectáculo de vanidades y miserias (II-I, 95). “Todo rompe y deshace mi voluntad que desaparece” (II-VII, 229).

Una variante de la abulia es la alienación; el saber de donde queremos huir, pero no a donde queremos llegar. “Azorín es casi un símbolo; sus perplejidades, sus ansias, sus desconsuelos bien pueden representar toda una generación sin voluntad, sin energía, indecisa, irresoluta, una generación que no tiene ni la audacia de la generación romántica ni la fe en afirmar de la generación naturalista”. (La voluntad, II-11, 255). En la tercera parte de su novela Azorín ha vuelto al pueblo. El capítulo IV de esta sección condensa en una especie de sumario los signos fundamentales del tema de la voluntad como se han ido desplegando a través del texto. El autor reconoce dentro de sí dos hombres: el hombre-voluntad y el hombre-reflexión, “pero el que domina en mí, por desgracia, es el hombre reflexión (p. 267), es “admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche” (ibid.). “La voluntad en mi está disgregada; soy un imaginativo” (p. 268). Pero no está solo: “soy un hombre de mi tiempo” (ibid.). “Y después de todo ¿para qué la Voluntad? (268).El mundo puede tener sentido por la simple belleza. “Esto que llamaba Schopenhauer la Voluntad, cesará de ser, cesará por lo menos en su estado consciente, que es el hombre” (III-V, 275).

            En 1904, se publicó Doña Abulia, de  Ricardo Carreras, una novela hoy prácticamente olvidada. Ya el título indica que el autor reacciona al ambiente creado por el tema de la voluntad en Ganivet y los demás escritores de aquella generación. En el capítulo IV se presenta a Manolo Pillastres, tendido en una mecedora  y reflexionando: “Lo que a muchos nos ocurre es que tenemos enferma la voluntad y somos enemigos declarados de nosotros mismos. Pensamos bien y obramos mal…… Sí; la voluntad lo es todo. Es el ‘poder moderador’, el director de escena el timonel de la vida” (p. 30). La expresión “Pensamos bien y obramos mal” no tiene sentido ético, sino psicológico: podemos tener ideas claras, pero como decía Ribot, nos falta el impulso último para obrar. "El joven (Manolo) maldice de su apocamiento e indecisión; pero sigue apocado e indeciso" (cap. X, p. 83). La extensión nacional del síndrome de la abulia la expresa el cura Inocencio cuando Manolo le dice que no puede vencer sus prejuicios: ¡Qué preocupaciones ni qué calabazas! Lo que tú tienes es pereza. Sí, señor, pereza condenada, como todos los de nuestro tiempo. Unos almas de cántaro que parecemos descendientes de Doña Abulia (cap. X, p. 86). El sacerdote identifica la abulia con la pereza o la acidia, uno de los siete pecados capitales.

            El tema de la abulia en España no se comprende sin incorporarlo a su contexto europeo. Ganivet menciona a Esquirol, Maudsley, Ribot y Janet como los psicólogos que identificaron la enfermedad. Convencidos positivistas, estos psicólogos explican la experiencia de la indecisión por una categoría igualmente empírica: la falta del “sentido sintético”, que es el equilibrio de las distintas fuerzas desde las cuales el individuo realiza sus actos. “La causa de la abulia es, a mi juicio, la debilitación del sentido sintético, de la facultad de asociar las representaciones” (Idearium, 167). Para Ribot, la abulia consiste en una disociación entre el deseo consciente y un impulso fisiológico que produce la acción. Desear no es querer. Frente al empirismo francés, Schopenhauer (Unamuno tradujo una obra suya en 1899, y la traducción de El mundo como voluntad y representación, se destaca en la biblioteca de Yuste: Azorín, La voluntad), sitúa la voluntad como el núcleo de la personalidad. De la voluntad deriva la actividad de la inteligencia y la consiguiente conciencia del mundo: “Sin la voluntad como base, no hay representación ni mundo” (Die Welt..., n. 71). Nietzsche fue lectura preferida de los jóvenes del 98, pero la obra con el título La voluntad de poder va más allá de esta época, pues no se publicó hasta 1901, y en edición más completa (y facticia), hasta 1906.

            El estudio sistemático del concepto de abulia como término literario español característico de una época entraña por lo menos las siguientes secciones:

a) La percepción de que España estaba postrada hasta un nivel patológico;

b) la experiencia de la indecisión en algunos escritores, comenzando sobre todo con los del 98. Esa experiencia provenía de crisis personales o era su modo de vivir la situación nacional;

c) la interpretación de esas experiencias desde el contexto de la psicología francesa y la filosofía de Schopenhauer y Nietzsche;

d) la vigencia del decadentismo literario y cultural asimilado de Francia y paradójicamente asociado con el modernismo. El decadentismo modernista se refleja en Prosas profanas (1896), de Rubén Darío, en los primeros libros de los hermanos Machado, en R. Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez y Moreno Villa

e) Finalmente, la abulia parece ser el estado de los escritores de escasa obra o de escasa recepción, que se malograron en la vida bohemia, como la describen Troteras y danzaderas (1912),  de Pérez de Ayala, Luces de bohemia (1920),  de Valle-Inclán, y las Memorias de Baroja (1948ss.).

Sin embargo, el decadentismo que asumen o critican algunos escritores en España a fines del siglo XIX, coincide con un impulso de mejoramiento social dirigido o aceptado por algunos de esos mismos escritores o por otros de su mismo círculo. Ese impulso se resume en el empeño de reconstitución y europeización de España (Costa), el compromiso pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, la recuperación del pensamiento español por Menéndez Pelayo, y la obra científica de Cajal, reconocida con el Premio Nobel de medicina de 1906. Unamuno, que describió sus tentaciones de abulia (Diario íntimo, 1897), reaccionó a ellas con una ejemplar voluntad de trabajo. El sentimiento trágico es una roca desde la cual construye una ontología, una ética y un ideario político. Títulos de revistas o instituciones culturales como Germinal, La España moderna, Vida nueva o Nuestro tiempo, reflejan la decisión de superar el “marasmo” denunciado por Unamuno en 1895, y por Ganivet y sus contemporáneos. La consigna popularizada entre aquellos escritores fue regeneración, y la palabra “modernismo” engloba la abulia, como ironía enervante frente a la fe sencilla del pasado (Azorín), pero también el avance hacia una sociedad más próspera y libre. Si las Prosas profanas de Rubén Darío pueden ser símbolo del modernismo decadente, Cantos de vida y esperanza (1905), lo son del modernismo regenerador. En esa línea, la actitud abúlica, que toca fondo en 1898, tras la derrota en la guerra con los Estados Unidos, recibe el ataque frontal de Ramiro de Maeztu en Hacia otra España (1899).

Aquella situación confusa entre la abulia y el voluntarismo se fundaba en una sociología cuyo concepto básico era la confusa noción de “alma nacional”; de ahí las aplicaciones metafóricas de las experiencias individuales a las sociales y viceversa. Esa sociología fue el blanco de ataque de Ortega y Gasset en su primera época (1907-1914). La campaña del joven Ortega se centra en debelar el discurso etnopsicológico de las generaciones anteriores, y proponer la ciencia y el estudio sistemático, como ideales para la regeneración y europeización de España. “En este negocio de la precisión, querido Maeztu, me veo obligado a romper con todas las medias tintas. Nuestra enfermedad es envaguecimiento, achabacanamiento, y la inmoralidad ambiente no es sino una imprecisión de la voluntad oriunda siempre de la brumosidad intelectual. Ganivet –del cual tengo una opinión muy distinta de la común entre los jóvenes, pero que me callo por no desentonar inútilmente—leyó un librito, muy malo por cierto, de Th. Ribot, a la moda entonces, se entusiasmó y soltó la especie de la abulia española. Ahora bien; de abulia no cabe hablar sino cuando se ha demostrado la normalidad de las funciones representativas. Un pueblo que no es inteligente no tiene ocasión de ser abúlico. Sin ideas precisas no hay voliciones recias” (1908, I, 113). En realidad Ganivet pedía también educar sobre todo la inteligencia de los españoles: “La restauración de nuestras fuerzas exige un régimen prudente, de avance lento y gradual, de subordinación absoluta de la actividad a la inteligencia, donde está la causa del mal y a donde hay que aplicar el remedio”.(Idearium, p. 171). Como se ve, Ganivet y Ortega piden lo mismo en términos generales: la reforma de la inteligencia. Sin embargo, difieren en la idea de inteligencia y de precisión. Ortega escribió en 1908: “Europa igual a ciencia; todo lo demás lo tiene de común con el resto del planeta” (OC, I, 102).



BIBLIOGRAFÍA

            
CARRERAS, Ricardo, Doña Abulia, Barcelona, Henrich y Cª, 1904; 

FOUILLÉ Alfred, Le Mouvement positiviste et la conception sociologique du monde, Paris, Alcan, 1896; 

GANIVET, Ángel, Idearium español (1897), Madrid, Victoriano Suárez, 1944, 7ª ed; 

GAYANA, Jurkevich, “Abulia, nineteenth-century psychology, and the generation of 1898”, Hispanic Review, 60 (1992), pp. 181-194; 

MARTÍNEZ RUIZ, José [AZORÍN], La voluntad [1902], I-viii. Ed. E. Inman Fox, Madrid, Castalia, 1989, 5ª ed. págs. 99-100; 

MORÓN ARROYO, Ciriaco, El "alma de España", en Cien años de inseguridad. Oviedo, Ediciones Nobel, 1996; MORÓN 

ARROYO, Ciriaco, “El mundo como abulia y representación”, en MARTÍN MORÁN, J. M. y MAZOCCHI, G. (comps.), Las conversaciones de la víspera. El noventayocho en la encrucijada voluntad/abulia, Viareggio, Baroni, 2000; 

ORRINGER, Nelson R., Ganivet (1865-1898). Madrid, Ediciones del Orto, 1998; 

ORTEGA Y GASSET, José, Obras completas, vol. I, Madrid, Revista de Occidente, 1958; RIBOT, Théodule, Les Maladies de la volonté (1883), Paris, Alcan, 1893, 8ª ed.; 

SCHOPENHAUER, Arthur, Sobre la voluntad en la naturaleza. Trad. M. de Unamuno (1899), reproducida con prólogo de S. González Noriega, Madrid, Alianza, 1970; 

SOBEJANO, Gonzalo, Nietzsche en España (1967), Madrid, Gredos, 2004, 2ª ed.; 

UNAMUNO, Miguel de, Obras completas, ed. M. García Blanco, Barcelona, Vergara, 1958, 16 vols.; 

ZEROLO, Elías, Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, Paris, Garnier, 1895.

Ciriaco MORÓN ARROYO

1 comentario:

  1. Abulizador hispano

    Quizá alguien debería introducir el término abulizador, que sería quien se especializa en hacer del personal la representación de la abulia en la tierra.

    Un acercamiento estadístico al porcentaje de este tipo de seres entre los hispanos nos daría una idea más real de este país.

    Sí señor, no es que entre los Pirineos y el mar haya más abúlicos que entre nuestras naciones vecinas. Apuesto que, lo que sobra aquí, es personal adaptado a la situación, dispuesto a que nada cambie, aunque se hunda el país, lo que nos conduce a la necesidad de hacer pensar a los demás, que esto no lo cambia ni Dios.

    Porque desde el XV con la unión de reinos, no hace falta citar a Mejía, las estructuras son invariablemente flanqueadas por la realpolitik y así nos ha ido. Quiero decir que, desde la derrota de Villalar y de los agermanados valencianos, donde se exigía el respeto a la ley y a la representatividad del pueblo en la gobernanza (quizá con la excepción de las dos revoluciones verdaderamente sanas en sus intenciones regeneradoras: Cádiz y la II República), la organización social de este país se ha asemejado más a una marioneta que a una construcción bien cimentada.

    Y respecto a la paja mental de Ortega y la voluntad, solo quisiera recordar que tras ambas revoluciones, a las que se hizo descarrilar, se pudo ver la auténtica voluntad de este pueblo nuestro. Vivan las caenas y el rey absoluto, versión XIX, Una Grande y Libre versión XX. Dos expresiones, por otra parte, más cercanas de lo que parece a simple vista, pues ambas reflejan la postura del can dormido a los pies de su señor. Esa sería la representación hispana, un mastín del Pirineo postrado ante su dueño.

    No olvidemos tampoco que al frente del aparato de represión contra los nada abúlicos revolucionarios, se situaron dos seres taimados, repartidores de cartas entre los poderosos, en un juego donde la sangre de los españoles menos pudientes pagaron a un precio altísimo: sus vidas.

    Sin embargo, desde mi soledad, encerrado en mí mismo, me percato de una pregunta exasperante: ¿soy el último de los perros que sufrirá de indolencia?

    Un abrazo
    Confío en verte pronto

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