I
Xavier Vidal-Folch, "El pequeño gran libro del que no quiere hablar la televisión de Mas", en Babelia, suplemento cultural de El País, 11-IX-2015:
'Las cuentas y los cuentos de la independencia' de Borrell y Llorac no parte de las premisas del unionismo inmovilista, sino del integracionismo de aroma federal.
Todos los países federales calculan oficialmente sus balanzas fiscales internas: no es así. España extrae de Cataluña un exceso de aportación de 16.000 millones de euros, lo que representa el mayor “expolio” mundial: la cifra es incorrecta, completamente exagerada. Si Cataluña fuese independiente podría disponer automáticamente de esos 16.000 millones para mejorar su bienestar, evitar recortes y amortizar su deuda: no es cierto. La independencia es la única solución a los problemas de los catalanes: es un espejismo. No supondría la salida de la Unión Europea: es una falacia.
Estos son solo algunos de los mitos fabricados por el nacionalismo catalán en los últimos años, que son cuidadosamente decompuestos, desarticulados y esterilizados en un texto de impecable factura debido a Josep Borrell y Joan Llorach, y que le ha valido al primero la fulminante censura de la televisión pública de Artur Mas.
Se trata de un oportunísimo pequeño gran libro que sorprenderá a quienes consideran al ex presidente del Parlamento Europeo como un ogro centralista. El texto no parte de las premisas del unionismo inmovilista, sino del integracionismo de aroma federal. Reconoce que los impuestos los pagan los ciudadanos individuales, pero también que se agrupan en entidades territoriales. No niega como tantos la viabilidad de un Estado independiente catalán, sino su conveniencia. No considera que únicamente Caluña tiene un problema en su relación con el conjunto de España, sino que también esta lo tiene en relación con los catalanes. Y en vez de denostar hasta el insulto los planteamientos de los líderes secesionistas, como suele la caverna, los pone ante su propio espejo, investiga de dónde nacen y si tienen alguna base numérica o jurídica sólida. Y lo hace desde el respeto a los ciudadanos independentistas por “sentimiento”, pero desde la crítica feroz a las falsedades creadas para añadir a estos un aluvión de secesionistas “racionales” atentos a argumentos y cálculos… que resultan inventados.
El resultado de este contraste es espectacular. Borrell y Llorach recuperan de entrada las añejas declaraciones unionistas de Mas: “El pacto fiscal es el camino, ¿o qué vamos a hacer ahora, un planteamiento a corto plazo que además de todos los problemas que tenemos dentro de Catalunya, nos parta, nos divida al país en dos?” (exactamente lo que está sucediendo). Rescatan la carta de Oriol Junqueras a todos los eurodiputados propalando la tesis de que el déficit fiscal catalán superior a un 8% es un disparate si se compara con el presunto tope del 4,5% entre los länder alemanes: y documentan con testimonios oficiales que ese límite alemán es falso, por inexistente. Critican el cálculo de ese déficit en una cuantía prácticamente inmutable y eterna por el método menos adecuado de los que se usan para estimar las balanzas fiscales (lo que una comunidad aporta y lo que recibe). Demuestran que el principal fallo del secesionismo en la operación matemático-ideológica radica en ignorar primero y minusvalorar después los costes de los servicios (fuerzas armadas, diplomacia…) que un Estado independiente debería financiar y ahora son comunes. Y estiman el déficit fiscal real, esto es, el exceso (a corregir) de la contribución catalana, en una horquilla entre un 1% y un 1’82% del PIB, entre la cuarta y la octava parte del mantra nacionalista.
En vez de denostar hasta el insulto los planteamientos de los líderes secesionistas, como suele la caverna, los pone ante su propio espejo
Si la deconstrucción de este último resulta difícilmente refutable, algunos aspectos de la construcción alternativa de Borrell y Llorach necesitarían un complemento: a la hora de calcular la financiación autonómica conveniente según el criterio más equitativo de pagar por riqueza y recibir por población, podrían haber tenido en cuenta los estudios –más completos en cuanto a número de ejercicios analizados—de la profesora Maite Vilalta, que arrojan un superior déficit a corregir. Y cuando estiman las (siempre escasas) inversiones estatales regionalizadas, son algo ambiguos en el manejo de los plazos: hacen poco hincapié en la persistencia a largo plazo de unas carencias que lastran la economía de vanguardia en España en perjuicio de todos. Pero esas escasas insuficiencias para nada lastran el extraordinario valor de un libro cuidado, preciso, respetuoso, desmitificador y valiente. Y por tanto, justo merecedor de la censura inquisitorial.
Las cuentas y los cuentos de la independencia. Josep Borrell y Joan Llorach. La Catarata. Madrid, 2015. 159 páginas. 15 euros
II
César Cervera Moreno, "Quince descabellados mitos del nacionalismo catalán", en ABC, 13 de sept. de 2015:
Xavier Vidal-Folch, "El pequeño gran libro del que no quiere hablar la televisión de Mas", en Babelia, suplemento cultural de El País, 11-IX-2015:
'Las cuentas y los cuentos de la independencia' de Borrell y Llorac no parte de las premisas del unionismo inmovilista, sino del integracionismo de aroma federal.
Todos los países federales calculan oficialmente sus balanzas fiscales internas: no es así. España extrae de Cataluña un exceso de aportación de 16.000 millones de euros, lo que representa el mayor “expolio” mundial: la cifra es incorrecta, completamente exagerada. Si Cataluña fuese independiente podría disponer automáticamente de esos 16.000 millones para mejorar su bienestar, evitar recortes y amortizar su deuda: no es cierto. La independencia es la única solución a los problemas de los catalanes: es un espejismo. No supondría la salida de la Unión Europea: es una falacia.
Estos son solo algunos de los mitos fabricados por el nacionalismo catalán en los últimos años, que son cuidadosamente decompuestos, desarticulados y esterilizados en un texto de impecable factura debido a Josep Borrell y Joan Llorach, y que le ha valido al primero la fulminante censura de la televisión pública de Artur Mas.
Se trata de un oportunísimo pequeño gran libro que sorprenderá a quienes consideran al ex presidente del Parlamento Europeo como un ogro centralista. El texto no parte de las premisas del unionismo inmovilista, sino del integracionismo de aroma federal. Reconoce que los impuestos los pagan los ciudadanos individuales, pero también que se agrupan en entidades territoriales. No niega como tantos la viabilidad de un Estado independiente catalán, sino su conveniencia. No considera que únicamente Caluña tiene un problema en su relación con el conjunto de España, sino que también esta lo tiene en relación con los catalanes. Y en vez de denostar hasta el insulto los planteamientos de los líderes secesionistas, como suele la caverna, los pone ante su propio espejo, investiga de dónde nacen y si tienen alguna base numérica o jurídica sólida. Y lo hace desde el respeto a los ciudadanos independentistas por “sentimiento”, pero desde la crítica feroz a las falsedades creadas para añadir a estos un aluvión de secesionistas “racionales” atentos a argumentos y cálculos… que resultan inventados.
El resultado de este contraste es espectacular. Borrell y Llorach recuperan de entrada las añejas declaraciones unionistas de Mas: “El pacto fiscal es el camino, ¿o qué vamos a hacer ahora, un planteamiento a corto plazo que además de todos los problemas que tenemos dentro de Catalunya, nos parta, nos divida al país en dos?” (exactamente lo que está sucediendo). Rescatan la carta de Oriol Junqueras a todos los eurodiputados propalando la tesis de que el déficit fiscal catalán superior a un 8% es un disparate si se compara con el presunto tope del 4,5% entre los länder alemanes: y documentan con testimonios oficiales que ese límite alemán es falso, por inexistente. Critican el cálculo de ese déficit en una cuantía prácticamente inmutable y eterna por el método menos adecuado de los que se usan para estimar las balanzas fiscales (lo que una comunidad aporta y lo que recibe). Demuestran que el principal fallo del secesionismo en la operación matemático-ideológica radica en ignorar primero y minusvalorar después los costes de los servicios (fuerzas armadas, diplomacia…) que un Estado independiente debería financiar y ahora son comunes. Y estiman el déficit fiscal real, esto es, el exceso (a corregir) de la contribución catalana, en una horquilla entre un 1% y un 1’82% del PIB, entre la cuarta y la octava parte del mantra nacionalista.
En vez de denostar hasta el insulto los planteamientos de los líderes secesionistas, como suele la caverna, los pone ante su propio espejo
Si la deconstrucción de este último resulta difícilmente refutable, algunos aspectos de la construcción alternativa de Borrell y Llorach necesitarían un complemento: a la hora de calcular la financiación autonómica conveniente según el criterio más equitativo de pagar por riqueza y recibir por población, podrían haber tenido en cuenta los estudios –más completos en cuanto a número de ejercicios analizados—de la profesora Maite Vilalta, que arrojan un superior déficit a corregir. Y cuando estiman las (siempre escasas) inversiones estatales regionalizadas, son algo ambiguos en el manejo de los plazos: hacen poco hincapié en la persistencia a largo plazo de unas carencias que lastran la economía de vanguardia en España en perjuicio de todos. Pero esas escasas insuficiencias para nada lastran el extraordinario valor de un libro cuidado, preciso, respetuoso, desmitificador y valiente. Y por tanto, justo merecedor de la censura inquisitorial.
Las cuentas y los cuentos de la independencia. Josep Borrell y Joan Llorach. La Catarata. Madrid, 2015. 159 páginas. 15 euros
II
César Cervera Moreno, "Quince descabellados mitos del nacionalismo catalán", en ABC, 13 de sept. de 2015:
Es cierto que España, Inglaterra, Francia y compañía tienen en su pasado una infinidad de mitos y de personajes casi mitológicos, como puede ser en el caso español El Cid Campeador, pero el peligro está en el uso político que se da a esos mitos y a si están abiertos o no al análisis histórico. Los catalanes no lo están. El nacionalismo catalán es un fenómeno contemporáneo, surgido del descontento de ciertos sectores dirigentes a finales del siglo XIX con el proyecto de estado-nación español, que se vio obligado a crear una larga lista de mitos cimentados en tres hitos –el periplo medieval de los Condados Catalanes, la unión dinástica entre Castilla y Aragón y la Guerra de Sucesión– para apoyar sus reivindicaciones políticas. Hoy, muchas de esas leyendas siguen vigentes y, pese a la fragilidad de sus argumentos, resultan inaccesibles a los historiadores, que, cuando logran desmontarlas, son acusados de servir a los intereses de España. Ese desdén hacia los investigadores –retratado en la broma de Jordi Pujol: «Yo soy historiador»– hace que los mitos catalanes sean muy infantiles y fáciles de desclasificar.
1º La rendición no se produjo el 11 de septiembre.
El Parlamento de Cataluña declaró la Diada como fiesta autonómica catalana en 1980 para conmemorar la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión. Sin embargo, Jordi Pujol y su partido cometieron un fallo histórico puesto que la rendición de la ciudad no tuvo lugar el 11 de septiembre, sino poco después del mediodía del día 12. Y, según el historiador Salvador Sanpere y Miquel, «la muerte de la libertades», tal y como la interpretan los independentistas, aconteció dos días después de la entrada de las tropas con la rendición de las banderas a la Armada Real.
2º La mitificación de Rafael Casanova.
Los actos de la Diada comienzan con una ofrenda floral a Rafael Casanova, conseller en cap durante el asedio de 1714. Un personaje mitificado por los nacionalistas al que algunos historiadores responsabilizan de llevar el asedio a una resistencia «suicida» que causó miles de muertes innecesarias. Su actuación en la batalla tampoco fue muy heroica. Cuando comenzó el asalto final, Casanova estaba durmiendo y, tras acudir a las murallas, fue herido de poca gravedad en el muslo. A la caída de la ciudad, el político catalán quemó sus archivos, se hizo pasar por un muerto y delegó la rendición en otro consejero. Tras conseguir la amnistía en 1719, Casanova volvió a España a ejercer como abogado hasta su muerte. Sus familiares reivindican hoy su figura como simplemente un español que apoyó al Rey equivocado.
3º Pérdida de las libertades catalanas.
Felipe V retiró los fueros cuando tomó la ciudad de Barcelona, que había defendido la causa del archiduque Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión. La propaganda nacionalista señala esta decisión como «la muerte de las libertades de Cataluña». No en vano, el hispanista Henry Kamen explica que el concepto moderno de libertad nada tiene que ver con los privilegios administrativos, en el sentido medieval, de los que gozaba esta región de España. Además, el historiador Joaquim Coll recuerda que «no hay prueba de que los Austrias garantizaran un modelo pluriestatal».
4º Países Catalanes, la tierra prometida.
«A pesar de la tendencia de los historiadores nacionalistas catalanes a retorcer la naturaleza “catalana-aragonesa” de la Corona de Aragón, nunca ha existido nada, en la historia medieval, y mucho menos en los tiempos modernos, que pudiera considerarse ni de lejos un embrión del Estado catalán, excepto en las imaginaciones más románticas y soñadoras», explica en uno de sus trabajos el historiador Enric Ucelay-Da Cal. Frente a la incapacidad para encontrar un germen de nación en la historia de este región española, la mitología romántica acuñó a finales del siglo XIX el término Países Catalanes (o Gran Cataluña). No en vano, lo que comenzó como una simple denominación de carácter lingüístico se convirtió en boca de los nacionalistas en una especie de tierra prometida. Un ente que sirve para justificar, con supuestas raíces en la Edad Media, las actuales reivindicaciones políticas.
5º El catalán nunca fue la única lengua de Cataluña.
La lengua catalana tuvo su origen en el noroeste peninsular a partir del latín vulgar que introdujeron los romanos. Sugieren algunos filólogos que el sermo rusticus catalán, la primera gran ruptura con el latín, se remonta a entre los siglos VII y VIII. No obstante, pese a su largo recorrido histórico, lo cierto es que el catalán nunca ha sido la única lengua en un territorio, quizás a causa de su lugar geográfico, entregado al bilingüismo. La pluralidad ha sido la regla incluso en los siglos medievales. Entre el XVI y XVIII, el catalán compartió espacio con el castellano, el latín y el italiano. La unión de las coronas de Castilla y Aragón supuso la adopción del castellano por parte de la mayoría de la aristocracia catalana, sobre todo en las zonas urbanas, aunque entre la población siguió siendo mayoritario el uso del catalán.
6º La quimera de la nación catalana.
En una entrevista con ABC.es, el historiador Jordi Canal, autor de «Historia Mínima de Cataluña» (Turner, 2015), responde directamente a esta cuestión: ¿Fue Cataluña alguna vez una nación? «Nunca, dado que las naciones son algo muy contemporáneo. Esa es una de las grandes confusiones de la historia de Cataluña: hablar de nación con tanta facilidad. Hay un abuso permanente a la hora de usar conceptos contemporáneos aplicados al pasado. Cuando en las épocas medieval y moderna encontramos el término nación, éste no significa lo que hoy entendemos. Por ejemplo, cuando el cronista Ramón Muntaner se refiere en la Edad Media a nación catalana, debe entenderse como un grupo de personas que hablan la misma lengua. En Cataluña realmente solo podemos hablar de una nación en construcción, o en curso, cuando aparecen los grupos nacionalistas en la última década del siglo XIX. A partir de los años ochenta del siglo XX, se han acometido procesos de renacionalización a los que hoy se aferran las reclamaciones secesionistas».
La historia del noble Wifredo «El Velloso» ha sido desdibujada por los nacionalistas catalanes para otorgarle un papel protagonista en la mitológica fundación de «la nación catalana». Sin embargo, el último conde de Barcelona designado por un Rey franco simplemente se aprovechó de la crisis del imperio para concentrar el máximo número de títulos, pero desde luego no albergaba ningún sentimiento nacionalista y ni siquiera buscó desvincularse del Imperio carolingio. De hecho, el título de conde de Barcelona cayó en sus manos precisamente por tomar partido a favor de Carlos «El Calvo» en contra de la nobleza local. Lo cual no significa que se pueda hablar desde ese momento de una entidad propia y unitaria en la región catalana. En 897, a la muerte de «El Velloso», Wifredo II Borrell se hizo cargo, conjuntamente con sus hermanos Sunifredo y Miró de los condados paternos, reservándose para él el gobierno de los condados principales, Barcelona, Gerona y Osona. No en vano, llegado el momento, Wifredo Borrell viajó a Francia para rendir tributo al nuevo rey, Carlos «El Simple», donde fue investido oficialmente como conde en 899.
8º La fantasía del Reino de Cataluña o la Corona catalano-aragonesa.
Es demasiado frecuente encontrar en la historiografía catalana el uso, abuso más bien, de términos modernos para definir entidades políticas del pasado que hubieran resultado completamente desconocidos para las personas de la época. En la Edad Media no existen referencias a lo que hoy se llama confederación catalano-aragonesa, ni a reyes de Cataluña-Aragón, ni por supuesto al Reino de Cataluña. Simple y llanamente se usaba Corona de Aragón para definir lo que nació como la unión dinástica entre los titulares de los Condados catalanes y los soberanos del Reino de Aragón.
9º El controvertido y mitológico origen de la señera.
Como Jordi Canal narra en el mencionado libro «Historia mínima de Cataluña» (Turner, 2015), en el origen de la señera, posiblemente en el siglo XII, «lo histórico y lo legendario se han fundido con harta frecuencia a la hora de explicar cómo y en qué momento preciso hizo su aparición este emblema». Según la versión más extendida, el Emperador Carlos «El Calvo» (en otras versiones sustituido por Luis «El Piadoso») concedió a su vasallo Wifredo «El Velloso» –titular de los Condados catalanes– un escudo con cuatro barras rojas por su servicio en la guerra contra los normandos. El Emperador mojó los dedos en la herida de guerra de Wilfredo y dibujó cuatro palos en el que hasta entonces había sido su blasón raso dorado. No obstante, ya el primer problema de la leyenda es que tiene lugar a finales del siglo IX, cuando en realidad los emblemas heráldicos sobre escudo aparecen en Europa a partir del siglo XII. El medievalista Martín de Riquer Morera apunta así a que es posible que el sacerdote valenciano que escribió esta historia en el siglo XVI, Pedro Antón Beuter, se inspirara en el uso de la sangre para crear escudos de armas en las aventuras de Galaad (caballero de la Mesa Redonda del Rey Arturo) y a que, en todo caso, algunas frases las copió literalmente de un fragmento de «Nobiliario vero» (1492), una obra que detalla el origen de las armas heráldicas del linaje de la familia de los Córdoba. Un copia y pega que sigue sin explicar el verdadero origen de la bandera.
10º Reyes Católicos, el origen de los males de Cataluña.
El reinado de los Reyes Católicos, con la consiguiente unión de las coronas de Aragón y Castilla, es señalado por el nacionalismo catalán como el origen de todos los males de Cataluña. Lo cual sumado a la actuación de la Inquisición, cuya versión moderna recuperaron los Reyes Católicos, sirve de hilo argumental para sostener una versión distorsionada del relato histórico. La propaganda nacionalista argumenta que la castellanización de Cataluña destrozó la economía de la región y atacó su cultura. Es, en suma, el origen y causa del declive de Cataluña según el discurso nacionalista. Pero la realidad es que antes de la unión dinástica se dio un periodo de claro declive económico en la ciudad de Barcelona –enclave comercial de la Corona de Aragón y sus territorios en el Mediterráneo–. Entre 1462 y 1472, la ciudad de Valencia alcanzó un mayor desarrollo y superó comercialmente a Barcelona, pero eso no fue responsabilidad de los Reyes Católicos, sino motivada por razones demográficas y por epidemias. Al contrario, Cataluña fue recuperando su pujanza a partir de la segunda mitad del siglo XVI.
11º Los comerciantes catalanes tenían prohibido el acceso a América.
Hasta 1520, muchos puertos españoles tenían libertad de comercio con el Caribe, incluidos los aragoneses, pero posteriormente se creó un monopolio estatal controlado desde Sevilla. El monopolio no fue un privilegio de Castilla frente a la Corona de Aragón, sino de un puerto de la península, Sevilla, elegido por sus condiciones geográficas y sustituido más adelante por el de Cádiz por los mismos motivos. Cientos de catalanes se desplazaron hacia estas ciudades, donde pudieron comerciar libremente desde 1524. Cabe mencionar que el monopolio nunca fue excesivamente restrictivo ni siquiera para los comerciantes ingleses, holandeses y franceses. Los comerciantes catalanes, no en vano, estaban poco interesados en América a principios del siglo XVI –lo que explica su escasa presencia–, ya que estaban ocupados tratando de recuperar su posición en los mercados tradicionales, es decir en el Mediterráneo y en Europa del norte. Las cesiones en los mercados africanos, cuya conquista y defensa corría a cargo de las arcas castellanas, contribuyeron a que Barcelona recuperase poco a poco el pulso económico tras la crisis sufrida en el siglo XV.
12º Los catalanes no participaron en ninguna de las gestas militares del Imperio.
En lo que respecta a batallas fuera de sus fronteras durante los siglos XVI y XVII, la participación militar de los catalanes fue muy reducida. Esto es así porque los fueros catalanes prohibían oficialmente servir en el ejército fuera del Principado. Algo que no impidió que hubiera soldados catalanes, como del resto de España, presentes en ciertas campañas como en la de Granada de 1492 y en la guerra de Flandes. Por su parte, en la batalla de Lepanto, aunque no hubo una proporción muy alta de soldados catalanes embarcados en las galeras, sí tuvieron gran relevancia en la contienda dos almirantes procedentes de esta región española. Por un lado, Luis de Requesens –amigo de la infancia de Felipe II y nacido en Barcelona– fue el brazo derecho de don Juan de Austria y el responsable de muchos de los movimientos tácticos de la batalla. A su vez, el noble catalán Juan de Cardona dirigió la flota de vanguardia que inició el coche con los turcos.
En el origen de la historia común entre Castilla y Cataluña, los habitantes de ambas regiones aparcaron las intermitentes disputas que azotaron los reinos hispánicos durante la Edad Media e inauguraron un tiempo de cooperación mutua en el siglo XVI. Como recuerda el hispanista Henry Kamen, en 1479 la ciudad de Barcelona comunicó a Sevilla, poco después de la unión de coronas: «Ahora somos todos hermanos». Y si bien es cierto que Castilla adquirió un papel preeminente en esta asociación, los datos refrendaban su posición: la población castellana suponía el 80% de España y ocupaba tres cuartas partes del territorio peninsular en el momento de la unión dinástica. Las relaciones de cooperación, como los posibles incidentes, han sido siempre las habituales entre unos territorios centrales y unos periféricos.
14º La sublevación de Cataluña en 1640.
Los acontecimientos de 1640 son retorcidos por el nacionalismo para presentarlos como una lucha entre Castilla y Cataluña. Nada más lejos de la realidad. A causa de la exigencia de mayor compromiso económico hacia la Monarquía Hispánica y, sobre todo, de su enemistad personal con el virrey, parte de la burguesía y la nobleza catalana auspició en 1640 una revuelta popular contra el ejército real que había acudido a esta región española a combatir a Francia. «Los nobles y verdaderos catalanes, a quien tocaba por derecho de fidelidad y de sangre la defensa de la justicia, de la patria y de la honra del Rey, estaban cubiertos de miedo en sus casas sin atreverse a salir», escribió un catalán de la época sobre una revuelta que adquirió un carácter antiseñorial. Asustados por la brutalidad de la revuelta, la oligarquía recurrió a una calamitosa alianza con la Francia del Cardenal Richelieu, que causó graves perjuicios económicos a los campesinos. Luis XIII inundó la administración de franceses y los mercados de productos de su país durante doce años. El final de la Guerra de los Treinta años permitió a Felipe IV recuperar Cataluña, cuya población aplaudió el regreso a España. La experiencia secesionista fue terrible.
15º El segadors, la invención de la tradición.
Los Segadores (en catalán «Els Segadors») es el himno oficial de la comunidad autónoma de Cataluña, cuya letra se basa en un romance popular del siglo XVII sobre la sublevación de 1640, pero que en realidad fue rescata del olvido, como la propia señera, a finales de siglo XIX por el filólogo Manuel Milà i Fontanals en su «Romancerillo catalán» (1882). No en vano, la actual letra fue cambiada en 1899 por Emili Guanyavents, y la música, de Francesc Alió, pudo entonces haberse inspirado en un famoso himno hebreo. En la senda de la invención de tradiciones modernas –tema ampliamente estudiado por Eric Hobsbawm–, un caso curioso en Cataluña también es el baile de la sardana. Mientras que a finales del siglo XIX era desconocido para la mayoría de catalanes, a excepción de en Gerona, con el inicio del siglo XX el emergente nacionalismo se encargó de proclamar que se trataba de un baile histórico con profundas raíces en toda la región.
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