Dossier Nuevos avances sobre la depresión
I
"Obsesionarse con la soledad es un factor clave en el desarrollo de depresión", en El País, por Adrián Cordellat, 10 mar 2025:
Los resultados de un reciente análisis sugieren que las terapias deberían enfocarse en reducir las ideas repetitivas y negativas que refuerzan la sensación de aislamiento
Según datos del último informe del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES), correspondientes al año 2024, una de cada cinco personas en España sufre soledad no deseada y de ellas casi el 70% dicen reconocen estar en esa situación desde hace más de dos años. El sentimiento de soledad es especialmente habitual entre la juventud. La prevalencia de la soledad no deseada es del 34,6% en los jóvenes de entre 18 y 24 años, y del 27,1% en la franja de edad que va de los 25 a los 34 años.
“Que uno de cada cinco individuos experimente sentimientos de soledad resulta preocupante y representa un reto significativo tanto para las administraciones públicas como para la sociedad en general”, sostiene Elvira Lara, investigadora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la Universidad Complutense de Madrid y coautora de Soledad(es): estudio de un fenómeno global (Pirámide). Su opinión la comparte Joan Domènech, investigador del Institut de Recerca Sant Joan de Déu (IRSJD), para quien la soledad es “un problema social” consecuencia de un conjunto de factores políticos, sociales y económicos “que moderan, entre otros aspectos, nuestras probabilidades de establecer relaciones sociales satisfactorias”.
La imposibilidad de establecer relaciones sociales satisfactorias y la experiencia de soledad consiguiente puede, según Elvira Lara, aumentar el riesgo de desarrollar trastornos mentales, empeorar su evolución y complicar el pronóstico, especialmente cuando se prolonga en el tiempo: “Se ha estudiado ampliamente su relación con la depresión, ya que la soledad puede ser tanto un factor de riesgo como una consecuencia o incluso un síntoma de la depresión. Soledad y depresión están profundamente interconectadas y pueden incluso superponerse”.
Joan Domènech lleva años estudiando en profundidad precisamente esa relación directa entre la soledad no deseada y la depresión. Según un estudio que lideró en 2021, la soledad no deseada multiplica por cinco las probabilidades de desarrollar una depresión. “El curso de la soledad es determinante para evaluar su impacto en las probabilidades de tener depresión. Los cursos transitorios de soledad pueden tener una función adaptativa incentivando a la búsqueda de nuevas relaciones sociales o a la mejora de las existentes. En cambio, los cursos crónicos de soledad no cuentan con esa función adaptativa”, explica.
Según un estudio del Rise Center de Investigación en Salud Emocional de Sant Joan de Déu financiado por La Fundación La Caixa, cuyos resultados definitivos se presentarán en abril, cerca de la mitad de los casos de soledad son casos de soledad crónica. Y como apunta Domènech, las personas con soledad crónica a menudo presentan actitudes y expectativas negativas sobre su propia soledad y una mayor incidencia y recurrencia de depresión.
La referencia a esas “actitudes y expectativas negativas” es importante y podría tener una relación directa con la mayor prevalencia de depresión. De hecho, según los resultados de un estudio reciente publicado en Nature Mental Health, la soledad tiene más probabilidades de causar depresión si la persona que se siente sola no deja de pensar en lo sola que se siente. Es decir, que la rumiación sobre el sentimiento de soledad sería un factor clave en la modulación de la relación soledad-depresión. “La novedad que aportan nuestros hallazgos a la evidencia científica existente radica en revelar que reflexionar constantemente sobre el sentimiento de soledad es el factor subyacente clave que explica los efectos adversos de la soledad en la generación de depresión”, señala Tatia MC Lee, autora principal del estudio.
La profesora del Laboratorio de Neuropsicología y Neurociencia Humana de la Universidad de Hong Kong explica a EL PAÍS que, para el estudio, el constructo de soledad que eligieron como objeto de estudio fue el de la “soledad percibida”, lo que significa que es un sentimiento subjetivo. “Una persona que está sola no necesariamente tiene que sentir soledad, mientras que otra que está rodeada de personas puede sentirse sola. En otras palabras, la soledad aumenta cuando la brecha entre las conexiones sociales deseadas y las reales se amplía”, argumenta. Por eso, añade Elvira Lara, las personas que eligen la soledad, al no experimentar un conflicto entre lo que desean y lo que realmente ocurre en sus vidas, “no perciben su situación de manera negativa, no aparecen emociones como frustración, rechazo, miedo o tristeza”. Y tampoco aparece la rumiación.
“La rumiación pone el acento en el sufrimiento porque refuerza las ideas o interpretaciones negativas, lleva a la desesperanza y aumenta o mantiene el malestar”, apunta la investigadora de la UCM. La experta cita al neurocientífico y psicólogo estadounidense John Cacioppo, fallecido en 2018, cuyas investigaciones ya revelaron que las personas que experimentan soledad “tienden a interpretar negativamente sus interacciones sociales, lo que puede generar inseguridad, baja autoestima, pesimismo –como la creencia de que “nada de lo que haga cambiará mi situación”– y aislamiento, reforzando la idea presente en la rumiación”.
Joan Domènech, por su parte, aunque considera que el diseño transversal del estudio impide evaluar trayectorias o relaciones temporales entre los factores analizados, sostiene que los resultados del estudio son “coherentes” con la evidencia previa relacionada con la experiencia de la soledad crónica. “Esta experiencia frecuentemente va acompañada de sesgos desadaptativos en la percepción de los contactos sociales y de actitudes negativas sobre la propia soledad o las expectativas de mejora”, añade.
Terapias focalizadas
Para Lee, los resultados del estudio sugieren que las terapias para abordar la soledad deberían enfocarse en reducir los pensamientos rumiantes de soledad “para minimizar los efectos adversos de la soledad no deseada”. Una reflexión que comparte Elvira Lara, para quien las conclusiones de la investigación vienen a demostrar que las intervenciones centradas en fomentar la conexión social “quizá son insuficientes” para algunas personas que experimentan soledad. “Según los resultados de este estudio, deberíamos abordar los pensamientos rumiantes, es decir, esas ideas repetitivas y negativas que refuerzan la sensación de aislamiento. Trabajar para cambiar las interpretaciones distorsionadas, el pesimismo y la desesperanza es fundamental, ya que estos factores están ligados a la depresión”, argumenta.
“El estudio se suma a la evidencia que destaca la necesidad de incidir en el nivel individual de la soledad, es decir, abordar los aspectos psicológicos relacionados con la cognición social para superar los sentimientos de soledad”, opina también Joan Domènech. Sin embargo, para el investigador del Institut de Recerca Sant Joan de Déu, estas actuaciones deberían complementarse con el abordaje del nivel comunitario de la soledad. “Es necesario aumentar las probabilidades de que las personas que se sienten solas puedan mantener relaciones sociales satisfactorias”, apunta. De hecho, según el experto, los estudios epidemiológicos realizados por el IRSJD a través de su proyecto Edad con salud muestran que los servicios públicos, los entornos urbanos, la cohesión social y las condiciones socioeconómicas son “aspectos clave” que modelan los sentimientos de soledad y la salud mental de la población.
II
"Las personas con depresión tienen una red del cerebro dos veces mayor que las sanas", por Daniel Mediavilla, en El País, 5 sept 2024:
Un sistema de neuroimagen también identifica cambios en las conexiones de esa red asociadas a la ansiedad o la falta de deseo. El estudio ha identificado una serie de regiones del cerebro que tienen casi el doble de tamaño en las personas con depresión.
Aunque hay una serie de síntomas que permiten identificar la depresión, como la falta de energía o la pérdida de interés por la vida, no se sabe bien qué sucede en el cerebro cuando alguien se deprime. Pese a la aparición de técnicas como la resonancia magnética funcional (fMRI), que mide cambios en el flujo sanguíneo del cerebro y los relaciona con distintas funciones, no se han encontrado diferencias importantes en la estructura o en las conexiones de este órgano entre personas sanas y deprimidas. Si se pudiesen identificar los rasgos propios de las personas enfermas, se razona, sería posible entender mejor qué produce la enfermedad y cómo curarla.
Hoy, la revista Nature publica el trabajo de un equipo internacional de científicos liderado por Charles Lynch y Conor Liston, de la Universidad Cornell (EE UU), en el que identifican una serie de regiones del cerebro que tienen casi el doble de tamaño en las personas con depresión. Estas regiones se agrupan en lo que se conoce como red de saliencia frontoestriatal, que conecta áreas más superficiales del cerebro, como la corteza prefrontal, que necesitamos para razonar, con regiones que se encuentran debajo y son fundamentales para la regulación del estado de ánimo o para procesar la información que recogen nuestros sentidos. En conjunto, esta red desempeña un papel crucial identificando y procesando estímulos relevantes (los que son salientes), como el olor de una comida que nos gusta o los indicios de una situación peligrosa, y está implicada en la regulación del comportamiento orientado a objetivos, la toma de decisiones y la adaptación a cambios en el entorno.
Más de 300 millones de personas en el mundo sufren depresión y más de 260 millones, ansiedad, según los datos de la OMS. Los síntomas habituales de estas enfermedades mentales son la tristeza, la pérdida de interés, los sentimientos de culpa, la falta de autoestima, los trastornos del sueño y del apetito, la sensación de cansancio o la falta de concentración. Además, las personas que tienen depresión o ansiedad tienen mayor riesgo de desarrollar dolores de espalda en el futuro, según una revisión sistemática realizada por la Universidad de Sydney. Aunque no se sabe el motivo, dice Plasencia: "No se conoce con exactitud la relación causal pero puede deberse a una somatización o intento de rentabilizar su enfermedad mental". Serrano puntualiza: "El dolor no es siempre lo que ocurre en el resto del cuerpo, sino lo que el cerebro percibe según las emociones y creencias. La ansiedad, la depresión, el miedo y otras variantes psicológicas pueden aumentar la percepción del dolor agudo y crónico. Y puede ser la causa del fracaso del tratamiento rehabilitador".
Hasta ahora, los estudios con fMRI había hecho comparaciones entre grupos de personas deprimidas y sanas, haciendo medias entre ellas, y no se habían encontrado diferencias importantes entre unos y otros. El equipo de Lynch y Liston obtuvo su novedoso resultado gracias a una técnica innovadora, de mapeo funcional de precisión, con la que se observó a pocos pacientes durante muchas sesiones espaciadas, para poder reconstruir lo que sucede a nivel cerebral durante las épocas buenas y malas de alguien con depresión. “Los estudios tradicionales miran en dos instantes y no te dan una perspectiva total de lo que está pasando. En este estudio se mira en pocos sujetos y se caracteriza muy bien la evolución a lo largo del tiempo”, explica Cesar Caballero-Gaudes, investigador del Centro Vasco de Cognición, Cerebro y Lenguaje, en San Sebastián. Su equipo proporcionó medidas de la misma calidad y tomadas con el mismo método de personas sanas con las que el grupo de Cornell puedo comparar a sus personas deprimidas.
Con este seguimiento, los científicos quisieron ver si el tamaño de la red era distinto cuando la persona estaba bien y cuando estaba baja de ánimo. Descubrieron que no cambia y que tampoco se puede modificar con tratamientos antidepresivos como la estimulación magnética transcraneal, que aplica campos magnéticos sobre el cuero cabelludo para modular la actividad del cerebro. En todos los casos, el tamaño de la red permaneció estable. Además, escriben los autores, ni la gravedad de la crisis depresiva ni el número de episodios se podía relacionar con diferencias en el tamaño de estas regiones cerebrales. Según comenta Caballero-Gaudes, esta estabilidad “podría tener una utilidad diagnóstica”, porque, “en niños, se observó que los que después desarrollaron síntomas depresivos ya presentaban una expansión de la red de saliencia antes de mostrarlos”.
Se ha visto que el tamaño, la forma o la ubicación de las redes funcionales del cerebro está controlada, en parte, por la genética, pero también por nuestras experiencias o por la influencia ambiental. “Un ejemplo extremo de una influencia ambiental que ayuda a ilustrar esta idea es que diferentes partes del cuerpo tienen una cierta cantidad de espacio dedicado en la corteza motora primaria”, explica Charles Lynch. “Si una persona sufre la amputación de un brazo, la representación del miembro amputado en la corteza motora se contraerá, mientras que el tamaño de la representación del miembro intacto, compensatorio, aumentará”, añade.
El hecho de que la expansión de la red de saliencia esté presente desde etapas tempranas del desarrollo cerebral y varios años antes de los primeros síntomas de depresión sugiere una fuerte base genética, aunque este hallazgo no descarta la posible contribución de factores de estrés o experiencias en la vida temprana. “Esto es algo que esperamos investigar ahora”, indica Lynch. El investigador de Cornell especula con la posibilidad de que tener experiencias procesadas por la red de saliencia demasiado a menudo, como las que nos dan un placer inmediato o la dirección de nuestra atención hacia información relevante, positiva o negativa, podría contribuir a síntomas depresivos, como la falta de deseo o una atención exagerada a aspectos negativos de la vida y a cosas que nos dan miedo.
Aunque el tamaño de la red no variaba con los síntomas de la depresión, un análisis más profundo de algunos pacientes, a los que se observó durante un año y medio, en algún caso con hasta 62 resonancias, permitió ver que sí había cambios funcionales entre los nodos de la red que se podían relacionar con la pérdida de deseo o la ansiedad. Esto, según los autores, sugiere que la red de saliencia juega un papel crucial en la depresión, no tanto por cambios estructurales, sino por cómo sus nodos se comunican durante diferentes estados emocionales.
“Existen múltiples implicaciones clínicas potenciales a largo plazo, pero al mismo tiempo, es importante dejar claro que no esperamos que los escáneres cerebrales se utilicen para diagnosticar la depresión”, apunta Lynch. “Aún queda mucho trabajo por hacer, como determinar cómo de específico es este efecto para la depresión en comparación con otros tipos de enfermedades psiquiátricas”, añade. “Sin embargo”, concluye, “a corto plazo, creemos que sería posible incorporar información sobre cómo están organizadas estas redes funcionales del cerebro en individuos con depresión para ajustar [en tratamientos personalizados] la forma en que aplicamos terapias de estimulación cerebral, como la estimulación magnética transcraneal o la estimulación cerebral profunda”.
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