lunes, 19 de febrero de 2007

Apocalypto, de Mel Gibson

He oído y leído muchas tonterías sobre Mel Gibson; la mayoría son prácticas de senderismo ideológico como las que se estilan en los estupi-diarios madrileños, habituales cocederos de fast-ideas que sirven a evitar tener que sufrir algo que exige digestión intelectual, cultural o espiritual. El caso es que Apocalypto es cuatro cosas: un filme de aventuras, un filme histórico revisionista, una película moral y un filme etnológico al estilo de La selva esmeralda. Los alérgicos a la lectura y al pensamiento tienen la excusa perfecta en los subtítulos para no tener que pagar su óbolo al imperialista norteamericano, que en realidad es australiano, así como los pedantorros nacionalistas hispanoamericanos, que no se ven tan guapos en su historia como se han creído que son.

He leído las obras del obispo de Chiapas Bartolomé de las Casas y las de su adversario Sepúlveda; las leí con la ya depuesta intención de escribir una pieza teatral sobre su famosa contienda. Por otra parte, siempre sentí curiosidad por la biblia maya, el Popol Vuh, y conozco algunas de sus estupendas historias; por motivos filológicos también leí, víctima de esa maldita e incurable curiosidad mía, la historia del desciframiento de su escritura morfemática, gran parte de la cual se perdió por culpa del celo misionero de fray Diego de Landa, y que cuenta todavía algo de la historia de sus creadores en monumentos cubiertos de glifos. Los pocos códices mayas que han subsistido valen una millonada. Conozco también algo del arte indígena y de la historia de la evolución de esa cultura, autora de una gran red fluvial y periódicamente atenazada por la superpoblación y las guerras intestinas entre sus ciudades estado de Tikal y Palenque. La visión de Gibson me parece documentada, veraz y valiente, y muy superior a la esperable de, por ejemplo, un paleto estadounidense de Wisconsin o, por aducir un ejemplo más cercano, a la paralela que el inglés Ridley Scott, tan admirable otras veces, suministra en su película sobre el descubrimiento de América.

Como película de aventuras, posee una construcción perfecta y simetría en dos partes bien diferenciadas y separadas por el frustrado sacrificio de la cumbre del teocali. La primera presenta a los protagonistas de la historia y transcurre en un largo viaje hacia la ciudad estado; la segunda es una larga, accidentada y sangrienta persecución. Posee golpes de humor y acción a raudales.

Como filme histórico, habrá que advertir, a quienes se asombran de que los mayas más cultos de la pirámide no se asusten del eclipse, que los mayas eran los astrónomos más hábiles del planeta en su época y sabían predecir con matemática exactitud los eclipses; su calendario era mucho más preciso que ningún otro creado por una civilización humana hasta entonces, y derivaba de la importancia que en su cultura tenían las cosechas, el maíz y la distribución de agua por la red fluvial de canalizaciones que hace poco se ha descubierto merced a satélites. 

Los sacrificios humanos eran tan normales como en España y el resto de Europa. Me explico: los mayas sacrificaban a seres humanos por motivos religiosos y políticos, de la misma manera que los cristianos lo hacían en autos de fe en España y en quemas de brujas y guerras de religión en Europa. Los adornos y el vestuario de los mayas responden a la imaginería que hay en su arte (aunque se echen de menos, sin embargo, esos dientes con incrustaciones decorativas que tanto gustaban a la nobleza local, y las calaveras de cristal). Se ve que la ciudad es una Corte con un cinturón miserable y una casta de esclavos, lo que compagina con la estamentaria sociedad de su época. Eso sí, unos personajes aparecen más idealizados que otros. La crueldad de lo que se ve no se exagera, porque he leído cosas en Sepúlveda que incluso las superan, aunque en eso la imaginación, si es veraz, de Bartolomé de las Casas, que era un exagerado, por no decir un paranoico, si hemos de juzgarle por la opinión de un franciscano contemporáneo tan autorizado como Motolinía, es muy superior en lo que respecta al ensañamiento de los españoles comprado con el indígena. Por ejemplo, los españoles, según cuenta el dominico, al llegar a un pueblo, preguntaban por y mandaban buscar al que mandaba, le cortaban la cabeza, y de esa manera se ganaban de plano el respeto y la sumisión de todos los demás, sin tener que demostrarlo con más violencia. ¡Caray! Más discutible es el lenguaje indígena utilizado en la cinta, en lo que no voy ni vengo, ni entro ni salgo, porque esa si es materia en que pueden juzgar los mexicanos; la lengua maya ha perdurado hasta hoy, pero son muchas decenas sus dialectos, algunos de ellos incluso incomprensibles entre sí, y existen otras lenguas de distintas familias.

En cuanto a filme moral, se defienden valores como el coraje, el honor, la familia, la libertad y la supervivencia. Se idealiza demasiado a los héroes, por imperativos de la narración; cada valor en la película tiene un simétrico contravalor: el honor del "bueno", que ha visto como su padre es asesinado y su pueblo destruido, consiste en defender a su familia y en sobrevivir refundando de nuevo lo perdido; el honor de su tiránico captor, que también lucha por su familia vengando la muerte de su hijo, consiste en adquirir fama, poder y riqueza, valores más colectivos y abstractos. El héroe es pacifista y cazador: procura no enfrentarse a unas víctimas con las cuales se encuentra en el bosque; el malo, no: es guerrero y violento y recurre a la guerra para ganar esclavos y propiedades. Incluso físicamente hay simetrías: la pirámide o teocali de la ciudad corresponde a la sima o cueva profunda en que están su esposa y su hijo, Paso de Tortuga. La vieja que tanto insulta al marido de su hija se encuentra luego desasistida cuando estos mueren, así como los hijos, que siguen a la comitiva de presos hasta la cortesana y decadente ciudad estado. Ahí se da una lección de manipulación política con el eclipse, aprovechado por sacerdotes y alta nobleza para ganar prez ante el pueblo, como hizo Colón con los indígenas ignorantes de las Antillas. Por otra parte, el cuento que relata el chamán ante la lumbre expone una historia moral universal sobre la insatisfacción esencial de la ambición humana, que ejemplifica a fin de cuentas una de las más importantes moralejas de la historia.

Como historia etnológica, la película es más o menos discutible; se inscribe en la órbita e ideología del multiculturalismo, que no comparto a fondo (véase mi artículo sobre Islamofobia). La anecdótica aparición de los cristianos españoles al final tiene solo un valor narrativo y no funcional en la historia. Algunos detalles, como la curación de una herida con mandíbulas de hormiga a manera de grapas o sutura, o el envenenamiento de los dardos con veneno de rana, demuestra la genuina utilización por los guionistas de buen material; el vestuario y la arquitectura están copiados de lo que conocemos sobre los mayas y en eso se demuestra también el rigor documental; también en el cuento a la luz de la lumbre por el viejo chamán de la tribu.

En suma, una película estimable, de agradable visión y con la que se puede disfrutar e incluso aprender, si uno no es esclavo de los prejuicios usuales de la estupidez imperante.

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